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Harry Potter
Día de Decisiones

Escrito por
Megawacky Max

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Notas del Autor:

Terminé de leer "El Príncipe Mestizo" una semana después de mi cumpleaños número veinticuatro, y esta idea se subió a mi cabeza veinticuatro horas después de eso.

Esta historia contiene spoilers. Muchísimos spoilers. No se aventuren más adelante si aún no han leído el sexto libro. Han sido advertidos.

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Día de Decisiones

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Capítulo Uno
De libertad, amor, y misiones secretas

Había un gentil sonido rompiendo el opresivo silencio en aquella habitación del número cuatro, Privet Drive. Era el tranquilo tic–tac proveniente del reloj, cuidadosamente reparado, sobre la mesita de noche junto a la cama. Sus manecillas mostraban media hora para la medianoche.

La fecha era 30 de Julio.

Harry Potter estaba ocupado. Estaba esperando.

Estaba observando a través de la ventana. La niebla al otro lado había aumentado desde el año anterior. Los Dementotes estaban aumentando en número, y rápido. Habían sido vistos merodeando en las cercanías, un par de veces. No… habían sido sentidos merodeando. Después de todo, los Muggles no podían realmente verlos. Oh, pero podían sentir su presencia todo el tiempo.

Era la primera vez en años que la habitación de Harry se veía tan limpia y ordenada. No había restos de pergamino por el suelo, tampoco libros extraños con extraño contenido. Incluso la jaula encima del baúl estaba vacía. Harry había enviado a Hedwig adelante a cuenta propia. Ella conocía el camino mucho mejor que él.

Una mirada de lado observó las manecillas del reloj. Veinticinco para la medianoche. Pronto Harry sería mayor de edad. Pronto sería autorizado a usar magia sin romper con las reglas del Ministerio. Pronto estaría listo para dejar a los Dursley a voluntad, y se aseguraría de hacerlo en el acto.

Y sin embargo… Pronto, además, la protección invisible que resguardaba la casa de los Dursley se esfumaría. Harry ya no estaría protegido por ella. Y tampoco lo estarían los Dursley.

A Harry le sorprendió descubrir lo repentinamente preocupado que se sentía por ellos. Era un hecho que Harry odiaba a los Dursley, pero no hasta el punto de…

Harry sacudió la cabeza, enfadado. Muy bien. Tenía casi veinte minutos. Era ahora o nunca. Tomó el baúl y se cercioró de que la jaula no rodase por el piso. Bajó las escaleras y depositó el baúl en el suelo. Una rápida mirada a la salita de estar reveló a los tres Dursley sentados en el sofá, viendo una película en la televisión.

Harry se aclaró la garganta. Tío Vernon, siguiendo comandos naturales en él, gruñó en advertencia. Harry observó el reloj de pared: faltaban veinte minutos para la medianoche. Se aclaró la garganta otra vez, pero con más fuerza.

—¿Qué? —gruñó Tío Vernon sin desviar la mirada de la TV.

—Tenemos que hablar —dijo Harry, alto y claro.

Los tres Dursley voltearon sus cabezas hacia el delgado adolescente de pie bajo el marco de la puerta. Harry nunca había sido tan directo.

—Esa no es manera de dirigirte a tus…

—Me marcho —interrumpió Harry.

Hubo un largo, extraño silencio. Tío Vernon no estaba preparado para ello. Tía Petunia no estaba preparada para ello. Dudley no estaba preparado para ello.

Nadie estaba preparado para ello.

—¿Qué? —preguntó Tío Vernon, sonando levemente sorprendido.

—Me voy de la casa. Para siempre —dijo Harry.

Tío Vernon intentó pensar que no se trataba de una broma. Él odiaba las bromas, especialmente cuando apuntaban hacia él.

—¿Qué estás diciendo? —finalmente ladró.

Quince minutos para la medianoche, mostraba el reloj.

—Lo que oíste —dijo Harry, tal vez más fríamente de lo necesario—. Felicidades. Tu deseo se cumplió: me voy para siempre.

Tío Vernon intentó sonreír, pero sus instintos primitivos se lo estaban negando. Tenía que cerciorarse.

—Más vale que te expliques —dijo, aunque la respuesta provino de Tía Petunia.

—Está a punto de cumplir diecisiete años —susurró ella—. Cumplirá diecisiete esta noche. Ese hombre… ¿Recuerdas ese hombre, del año anterior, ese, cuál era su nombre…?

—Era… Dumbo Lord? —sugirió Vernon sin tacto—. Esos bichos raros siempre tienen esos nombres…

Harry intento no gritar en respuesta. Bien, dejaría que Vernon se saliese con la suya. Era inútil discutir estando a diez minutos de la libertad.

Dumbledore —dijo Harry en un susurro apretado—. Murió algunas semanas atrás. Probablemente no te importa, y no me importa si es así. Ya no me importa. Me marcho.

Dudley apagó el televisor de manera inconciente. Esto era mucho mejor que persecuciones de autos y edificios en llamas.

—¿Entonces es verdad¿Te marchas¿No es broma?

—No me quedaría ni un minuto más —susurró Harry—. Me quedé aquí sólo porque Dumbledore me lo pidió. Ahora —añadió, sabiendo que debía decirlo—, hay una cosa que deberían saber, antes de que me marche.

—Seguro, seguro… —dijo Vernon apresuradamente. Comenzaba a caer en cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—No tengo idea de cuánto podrá interesarte esto, pero no me sentiré bien si me voy sin advertirles: según deberías recordar, el año pasado Dumbledore les comentó acerca de Lord Voldemort y su regreso al poder. Es posible que hayan notado un aumento en los… ehm… accidentes a lo largo del país ¿verdad?

Incluso Dudley movió la cabeza en gesto de asentimiento; la televisión y los periódicos estaban rebosantes de gente teniendo extraños accidentes en todas las formas posibles. Sin mencionar las docenas de desapariciones y asesinatos. Las calles ya no eran seguras, o al menos eso decía Tía Petunia por aquellos días.

—Obra de Voldemort —dijo Harry—. Voldemort y sus Mortífagos. No se preocupen si no entienden. Lo que sí deben entender, sin embargo, es que estábamos a resguardo en esta casa, gracias a las protecciones invocadas por Dumbledore hace ya años. Bien… Esta noche, en el momento en que me vuelva mayor de edad, las protecciones desaparecerán.

Vernon se mantuvo firme, igual que Dudley. Sólo Petunia, cuya hermana era bruja y por consiguiente tenía una vaga idea del mundo mágico, lanzó un pequeño quejido.

Cinco minutos para la media noche…

Harry dio media vuelta y caminó al pie de las escaleras, donde su baúl y la jaula de Hedwig esperaban. Se aseguró de que todo estaba en orden: su equipaje estaba allí, también su varita, y su capa de invisibilidad estaba prolijamente doblada en los bolsillos de sus pantalones.

Hubo un susurro proveniente desde atrás, y cuando Harry se volteó vio a los tres Dursley de pie en el marco, observándolo.

—¿Qué quieres decir con eso de que estamos desprotegidos? — preguntó Tío Vernon.

Harry detectó una pizca de preocupación verdadera en su voz. No pudo evitar sonreír ante eso.

—Tan desprotegido como cualquier otro, en realidad.

El lado primitivo de Vernon sintió una sacudida, y por la primera vez en su existencia decidió dar cabida a un poco de irrealidad.

—¿Y tú te marchas? —dijo, su voz temblando ligeramente—. Te marchas y nos dejas solos, desprotegidos?

—Exactamente lo que siempre deseaste —sonrió Harry.

—Pero…

—Qué ¿estás considerando la magia, después de todo? —Harry atacó.

—Yo…

—¿Bien?

Y Vernon pensó, muy a pesar de sí mismo, "¿Y si había algo más que pudiese haber sabido, y decidí no saberlo?"

—Si alguna vez necesitan ayuda —dijo Harry, metiendo la mano en el bolsillo—, deberías usar esto.

Arrojó un Galleon a su tío, cuya mano atrapó la moneda en el aire, a pesar de sus intentos de no hacerlo.

—No la vendas, por favor. Sólo mantenla en un lugar seguro y frótala cinco veces con tu pulgar. Yo tengo otra como esa y seré advertido.

La campana del reloj de la salita de estar sonó. La medianoche había llegado.

—Bien —Harry susurró—, ya es hora, al fin. Ya soy libre.

Les dio a los Dursley una última, larga mirada. Vernon aún tenía la moneda de un Galleon firmemente apretada en su enorme puño.

—Adiós, entonces, y gracias por todo.

La sonrisa de Harry se incrementó un poco. Sujetó su baúl y la jaula y pensó en su Destino. Con un giro desapareció de la vista, libre de Privet Drive… Libre de los Dursley.

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Hubo un estallido. Harry trató de no tropezar al momento de mantener balance. Ciertamente prefería las escobas a aquello, pero era el modo más rápido. Había Aparecido precisamente donde esperaba.

Número doce, Grimmauld Place.

Se había negado a ir directamente a la Madriguera. No quería llegar demasiado tarde en la noche, y tampoco quería quedarse con los Dursley más tiempo del necesario. Así que sólo quedaba un lugar al cuál ir: la casa de Sirius.

No... Ahora era de Harry.

La idea aún era un poco impresionante. Harry era propietario de aquella casa. Tenía su propio lugar para detenerse a vivir. No era el mejor lugar (él habría escogido la Madriguera en cualquier otra oportunidad), pero era suyo y eso era suficientemente bueno. Recordó que se había negado a poseer la casa, al principio, pero Sirius quería que Harry usase el lugar. Le haría honor al deseo de su padrino.

Recordó que le había dado la casa a la Orden del Fénix. ¿Estarían allí? Después de todo, Dumbledore estaba—Harry no quería pensar en ello.

Se acercó y golpeó la puerta, su puerta, de modo experimental. Pasados unos pocos segundos, una sorprendida voz gritó desde el otro lado:

—¿Quién está ahí?

Obviamente, nadie esperaba visitantes en aquella casa. Había sido hecha Indetectable. Harry sonrió.

—Harry Potter —anunció.

¿Harry? ¡Dios mío — No, espera! Debo verificar que eres tú. A ver... Ah, esto servirá... No, espera, mejor—...

—¿Es realmente necesario, Tonks? —preguntó Harry.

La voz al otro lado guardó unos segundos de silencio.

—¿Qué haces aquí, de todos modos? Se supone que deberías estar con tus tíos y…–

—¡Tonks, por favor! —Harry estalló:— ¡He estado viviendo con los Dursley por dieciséis largos años¡La protección que Dumbledore conjuró sobre la casa desapareció minutos atrás, cuando cumplí diecisiete¡Acabo de Aparecerme aquí porque pensé que los miembros de la Orden del Fénix podrían tal vez seguir reuniéndose¡Necesito un lugar para quedarme hasta la boda de Bill y Fleur y...!

La puerta se abrió, y una joven bruja con cabello de un color rosa chicle apareció bajo el marco.

—Eso sería suficiente información. Hola, Harry.

Ella sonrió, Harry también.

La casa estaba más oscura de lo que Harry podía recordar. Había pasado más de un año desde que la había visitado por última vez, y por aquel entonces la familia Weasley y Hermione Granger habían limpiado parte de ella. Ahora el lugar aparentaba haberse colapsado. Había telarañas en todas partes y muchas manchas de humedad. El polvo acumulado en el piso, adornos y muebles parecía proceder de semanas. Tonks echó llave a la entrada y guió a Harry por el pasillo.

—¿Qué ocurrió? Me refiero a, después de... ese día... Ya sabes.

—Lo sé —asintió Tonks, y su sonrisa se desvaneció—. Las cosas han cambiado mucho en estas pocas semanas. Los ataquen han aumentado. Seguramente lees el Profeta ¿verdad?

—Sí. ¿Alguna noticia de Snape o Malfoy?

Tonks meditó la respuesta. Sabía cómo se sentía Harry respecto a ese tema en particular.

—No —dijo—. De verdad, nada.

Harry no presionó el tema. En lugar de eso, dijo:

—¿Qué le pasó a la Orden?

—Ah, la Orden... —Tonks exhaló un largo, triste suspiro—. Se está volviendo difícil mantenernos juntos. Minerva McGonagall es nuestra nueva líder, pero realmente no creo que ella lo apruebe. Una cosa es volverse Directora de Hogwarts, pero ser el líder de una tropa en contra de Ya–Sabes–

—¿Qué pasó con Hogwarts? —interrumpió Harry. Había sido una de las principales preguntas en su mente durante mucho tiempo.

—Hogwarts... —dijo Tonks, muy despacio— no abrirá sus puertas, este año.

Nadie dijo nada. No había necesidad. Harry rompió el silencio.

—Claro. ¿Me hablabas de la Orden?

—Ah, sí, la Orden. Bueno, Mundungus está en Azkaban, como ya sabes.

—Por robar, espero —replicó Harry, frunciendo el entrecejo. Mundungus Fletcher había sido visto vendiendo posesiones de la casa Black.

—Ya sé que estás molesto. Mundungus no era gran ayuda, pero, bueno, Dumbledore confiaba en él—¡no quise decir eso!

Pero ella se había asustado en vano. En cualquier otra situación, Harry habría estallado y dicho algo como "Dumbledore también confiaba en Snape, y ahí lo tienes¡asesinado por él!". Desde que Dumbledore se fue, Harry se había sentido más maduro. Se había obligado a ello, ya que ahora él había quedado prácticamente solo en la misión frente a él.

Nadie sabía de esta misión. De su misión. Nadie excepto unos pocos. Harry debía derrotar a Voldemort, pero primero él debía hallar y destruir los restos del alma destrozada de su oponente: los Horrorcruxes.

—No te preocupes, Tonks... No gritaré —susurró Harry.

Llegaron a la cocina. Un hombre, sentado a la mesa, saltó de su silla al ver al recién llegado.

¡Harry! —chilló Lupin. Harry no pudo evitar notar que Lupin se veía mucho mejor. Parecía ser que incluso había conseguido recuperar un poco de peso.

Lupin cruzó la habitación en unas pocas grandes zancadas y abrazó a Harry.

—¿Qué haces aquí?

—No empieces, por favor. Cumplí diecisiete y me marché de los Dursley —comentó Harry sin una pizca de culpa.

—Oh, claro, claro... —dijo Lupin, y sonrió un poco—. Bueno, en ese caso, bienvenido a tu nueva vida. ¡Bienvenido a Grimmauld Place!

—¿Hay alguien más de la Orden, por aquí? —preguntó Harry en cuanto Lupin tomó asiento. Harry notó que Tonks se dirigió a la cocina.

—Sólo nosotros y Dedalus Diggle. Está durmiendo en el segundo piso. Entonces, dime¿cómo estás? —agregó, serio—. Me refiero a ¿cómo te sientes?

Harry sabía lo que Lupin quería decir.

—Estoy bien. Se siente raro haberlo perdido.

—Una gran pérdida —Lupin asintió—. La Orden casi se disuelve en ese momento. McGonagall está trabajando muy duro para mantenernos unidos, pero… temo que se está debilitando.

—¿Qué quieres decir?

—Está destrozada, pobrecita. Dumbledore muerto, ya sabes.

—Sí, Tonks me dijo algo acerca de eso, en el pasillo.

Observaron a Tonks. Harry dio cuenta que ella estaba cocinando. No había registrado el leve aroma de huevos fritos sino hasta entonces.

—¿Tú cocinas? —preguntó. Tonks se volvió y le sonrió.

—No soy la mejor cocinera del mundo, eso ya lo sé, pero soy suficientemente buena como para evitar la desnutrición —clamó ella.

—Oh, entonces, ustedes dos… ¿como que viven juntos? —preguntó Harry sin pensar.

—¡Eso no quiere decir nada! —dijo Lupin, repentinamente. Harry volvió su cabeza hacia él, aunque alcanzó a oír una simpática risita viniendo desde atrás— ¡Lo digo en serio! —continuó el hombre— Ya te dije que…–

—Tú sí que eres un gran mentiroso, Remus —la voz de Tonks flotó hacia ellos—. No le prestes atención, Harry, él se pone así cuando hay una tercer persona en las cercanías.

Harry no pudo evitar sentirse feliz por ellos. Por supuesto, Lupin hizo una mueca y le dio la espalda a Tonks, pero Harry sentía que aquello no había sido un gesto de negación. Harry sabía de negaciones en estos temas, porque él también había negado sus sentimientos hacia–

Acababa de recordar a Ginny Weasley.

La sonrisa se marchó de su rostro. Él no la había olvidado, y cada vez que su rostro aparecía en la mente de Harry, sus sentimientos se volvían tristes y oscuros. Y ahora debía volver a verla en unas pocas semanas. Todo a causa de la boda de Bill y Fleur.

Harry se esforzó por pensar en otra cosa. Ciertamente no odiaba a Ginny, y por eso todos aquellos sentimientos le rodeaban cada vez que pensaba en ella. Realmente la amaba. Todo el tiempo, ella había estado allí mismo, a su alrededor, y ahora él negaba su presencia. Principalmente para la propia seguridad de Ginny. Si Voldemort acaso llegara a imaginar cuánto de importante era ella para Harry… No, Ginny debía ser parte de su pasado, y quizá del futuro. Quizá, cuando Voldemort sea destruido…

Era una esperanza. Una de las pocas esperanzas en la visión de Harry.

Aquella noche, Harry fue a la cama tras haber probado los huevos de Tonks, los cuales le recordaron a algo salido del recetario de Hagrid. La sal extra que ella había volcado accidentalmente en la mezcla no habían ayudado en nada. Harry se demoró en dormir, debido a tener que detener el torrente de imágenes basadas en Ginny. Pero era una batalla perdida desde el comienzo. Ella nunca se iría de su mente. Nunca…

Nunca…

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Había sido una interesante semana en el número doce de Grimmauld Place. Harry se acostumbró a la idea de llamar "hogar" al lugar, muy a pesar de las opiniones contrarias del horrible retrato de la madre de Sirius. Varios miembros de la Orden pasaron por la casa luego de que alguien (Tonks o Lupin) enviaran noticias del nuevo visitante.

En el mismísimo primer día estuvo claro para Harry por qué casi nunca había nadie en aquel lugar.

¡Potter! —gritó una muy enfadada Minerva McGonagall— Cómo… Cuándo… ¿Qué haces aquí¿Acaso te has vuelto loco?

Harry pensó que aquella no había sido la mejor bienvenida disponible.

—No sé por qué no, Profesora —dijo, honestamente:— Sirius dejó el número doce de…

—Sí, sí, lo hizo, pero¡en el nombre de Merlín, qué haces aquí¿Has perdido todo sentido común?

—¿A qué se refiere? —preguntó Harry, ahora un tanto ofendido.

Notó que McGonagall vaciló en responder.

Snape —dijo al fin—. Como antiguo miembro de la orden, él es admitido a entrar aquí. A pesar de que la casa continúa Indetectable, él podría pasar por la puerta sin dificultad.

Harry ensanchó los ojos. En su apuro por largarse de la casa de los Dursley había olvidado que Snape había estado en la casa, en el pasado. ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de Tonks, la puerta la hubiese abierto un traidor alto y de pelo grasiento?

—¡Potter, estoy muy decepcionada¡Pensé que tendrías más respeto por Dumbledore! Él siempre me comentaba que tú serías una gran persona¡y la primera cosa que haces es dejar a tus parientes (no importa lo malos que sean) y Aparecerte en frente de lo que podría haber sido una trampa!

Harry se sintió como basura por el resto de aquel día, especialmente luego de que McGonagall mencionara a Dumbledore. Los ojos de ella se habían humedecido tras esos marcos cuadrados ante la mención del desaparecido. Harry se sintió como un completo imbécil.

Luego se le permitió quedarse por el tiempo que deseara, siempre que estuviese acompañado de alguien con suficiente "comportamiento adulto". Harry no pudo evitar sonreír cuando Tonks fue admitida en ese grupo. Más allá de eso, no sonrió en absoluto durante las reuniones que la Orden tuvo durante la semana, cuando los diferentes miembros compartían pedazos de información sobre la actividad de los Mortífagos y planeaban las defensas.

El problema era que algo faltaba. Se podía sentir desde lejos. Dumbledore era un excelente líder, siempre calmo y pensativo; siempre parecía tener la respuesta a cualquier problema, incluso si la respuesta incluía esperar por más noticias. McGonagall no tenía ese éxito, y de vez en cuando Harry sentía que ella no sabía qué hacer a continuación.

Y había motivos. Sólo Dumbledore y Harry sabían lo que había que hacer a continuación, y era el más grande secreto que Harry le juró guardar. Nadie en la Orden había oído hablar de los Horrorcruxes que Voldemort había creado al dividir su alma y almacenar los fragmentos dentro de objetos fuera del cuerpo, ni de la misión secreta de Harry de destruirlos. Él sólo se quedaría por un par de días más y luego se mudaría a la Madriguera, donde asistiría a la boda de Bill y entonces… partiría en su viaje.

Le habían dicho que Hogwarts cerraría por órdenes del Ministerio de la Magia. La invasión de Mortífagos dentro de las instalaciones escolares había sido un golpe muy bajo en la reputación de Hogwarts… Ahora la educación había sido negada a los jóvenes magos y brujas del país. Pensó en Hermione Granger y se entristeció por su amiga. Ella estaba a sólo un año de sus exámenes para los E.X.T.A.S.I.S., algo que ella deseaba alcanzar.

Pero Harry pensó que era la mejor decisión. Ahora que Hogwarts estaba cerrado, él podía explorar el mundo en busca de los Horrorcruxes, y luego… Voldemort. La escuela podía esperar, especialmente si no había un Harry Potter al final de todo esto, un pensamiento desagradable como pocos.

Minerva McGonagall, Alastor "Ojoloco" Moody, Nymphadora Tonks y Remus Lupin estaban todos reunidos en la cocina de la casa en aquella mañana en especial. Harry acababa de bajar de su habitación tras una noche de malos sueños.

—Buenos días, Harry —bostezó Tonks, luego apuntó su varita a las hornallas y continuó con el desayuno.

—Buenos días —Harry asintió.

—Potter, partirás hacia la Madriguera hoy ¿verdad? —dijo Moody, su ojo azul mágico girando de aquí para allá.

—Sí. Me quedaré allá hasta la boda de Bill y Fleur. Eso será todo un evento.

Tomó asiento junto a Lupin. Tonks colocó un plato con salchichas demasiado fritas y tostadas a medio carbonizar frente a él, pero Harry había notado la mirada inquisidora de McGonagall.

—Potter, nos gustaría… —se interrumpió a sí misma, luego continuó— Nos gustaría hablar contigo.

—Eh… ¿Sí?

—Irás a visitar a los Weasley, puedo entender eso, pero nos estábamos preguntando qué sería de ti después de la boda.

Harry no necesitó mirar para descubrir que los ojos de todos los presentes, incluso el ojo mágico de Moody, se habían clavado en su persona.

—¿Qué quiere decir, Profes–?

—Guarda el "Profesora" para cuando Hogwarts vuelva a dar clases — estalló McGonagall con un notorio quejido—. Anoche, mientras examinaba algunos archivos personales de Dumbledore, encontré esto…

Levantó en su mano un gran sobre blanco. Tenía el emblema de Hogwarts en una gran lacra de cera con la que se lo había sellado. Sin embargo, ahora se encontraba partido y abierto. Harry tomó el sobre y lo volteó. Había palabras en el dorso, y Harry reconoció la letra de Albus Dumbledore:

Para:
La Orden del Fénix
(abrir sólo en tiempos de crisis)

Harry movió su mirada del sobre a McGonagall. Se veía mitad furiosa, mitad triste.

—No puede ser más "tiempo de crisis" que ahora, así que… —clamó, haciendo gestos con la mano para que Harry investigue el interior del sobre. Así lo hizo él, y extrajo una serie de cartas y mapas marcados a mano. La caligrafía de Dumbledore saludaba al grupo desde cada papel.

A la Orden del Fénix:

Este sobre ha sido encantado con un Hechizo Testamentario para ser leído sólo tras mi muerte. Por ende, es mi triste deber informarles por este medio que ya no me encuentro entre los vivos.

Es mi último deseo informarles a todos ustedes acerca de mis últimas investigaciones relacionadas al tema de Lord Voldemort, Harry Potter y la propia Orden.

Harry tragó con fuerza, pero continuó la lectura evitando mirar a los que le rodeaban.

Esta carta fue escrita tras completar mis sospechas sobre el comportamiento de Voldemort, gracias en gran medida a la ayuda provista por Harry James Potter. Temo, eso sí, que mi estadía en este mundo no durará mucho, por ello me encuentro tomando notas que podrían, eso espero, ayudar a los restantes miembros de la Orden en nuestra misión de derrotar a Voldemort, posiblemente de una vez y para siempre.

El primer punto a ser tomado en cuenta es la forma en que Lord Voldemort se ha mantenido vivo, por así decirlo, incluso después que…

Los ojos de Harry viajaban por el manuscrito con una mezcla de sentimientos. Allí, Dumbledore explicaba el concepto de los Horrorcruxes y sus funciones. El texto continuaba con una breve revisión de algunas de las memorias visualizadas tanto por Harry como por Dumbledore en el Pensadero de este último.

Al final, el texto pasaba a un segundo tema:

Pido a la Orden del Fénix por su total apoyo en los quehaceres de Harry Potter, pues él aún tiene una tarea encargada por mí. Es mi deseo en mi Voluntad que sea informado de avistamientos de Mortífagos, así como que reciba ayuda en el momento que él la pida. Para este momento algunos de ustedes ya habrán adivinado su tarea restante, pero no lo detengan. En lugar de eso, iluminen su camino con consejos y apoyo.

Adjunto a esta carta he incluido mapas marcados y anotaciones varias de mis investigaciones anteriores sobre el paradero de los Horrorcruxes restantes. Estos lugares que he descubierto pueden, o no, contener fuertes defensas mágicas.

Es también mi Voluntad el que ustedes se mantengan juntos y peleen una última batalla. Denle a Harry las mejores armas que puede recibir; las mismas que le han dado a miles de estudiantes en Hogwarts: educación, comprensión y amor.

Con mis mejores deseos, suyo cordialmente (y también en mi Voluntad)…

Albus Dumbledore

Harry observó la última línea, aquella firma, durante mucho tiempo. Sintió sus ojos arder. Finalmente, arriesgó una mirada y se encontró con McGonagall. Ya no había furia en su rostro.

—Sería mejor que comieras tu desayuno, Harry —Tonks susurró—, porque nos odiarías si te dejamos ir a ese largo viaje con el estómago vacío…"

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Harry nunca había visto a McGonagall en semejante humor. Estaba posiblemente más triste que en la noche de la muerte de Dumbledore. Harry no tuvo más opción que narrar sus experiencias con el Pensadero a toda la Orden.

Al menos ahora tenía a todo un equipo apoyando su viaje. Por una fracción de segundo se imaginó a sí mismo como el líder moral de la Orden del Fénix. Un líder no nombrado. Un líder traído por las circunstancias. No tanto como un líder, en verdad, sino como la única persona con suficiente información relevante de la misión principal, que venía a ser más o menos lo mismo.

—Casi lo olvido —dijo Harry justo antes de salir del número doce de Grimmauld Place. Se volvió hacia Lupin y le entregó un gran Galleon de oro—. Le di a los Dursley una Moneda de Comunicación. Hermione me envió algunas, en caso de que… en caso de que algo ocurriese. Les dije que lo usaran si había un ataque. ¿Podrías ayudarles si eso pasa?

—Seguro, Harry —Lupin prometió, aceptando el Galleon y guardándolo en su bolsillo.

La mañana estaba despejada, aunque todavía había rastros de la niebla. Una lechuza arribó el día antes, trayendo noticias de la Madriguera e indicando que Harry sería esperado en la mañana del día siguiente.

—¿Te Aparecerás? —preguntó Moody, su ojo normal fijo en Harry, el ojo mágico girando a toda velocidad.

—Es el medio más rápido —murmuró el aludido.

—Bien, ahora —dijo McGonagall—, dile a Molly que llegaremos el día antes de la boda o en el mismo día de la boda. Aquí está nuestra lista de preguntas personales, en caso de que algún Mortífago intente hacerse pasar por nosotros. ¡Y no me des esa mirada, Potter! La seguridad es vital.

Harry suspiró y asintió. Aceptó la lista y la guardó en el bolsillo de sus pantalones.

—Tonks irá contigo —dijo McGonagall a continuación—. En caso de que Aparezcas en algún otro lugar. Supongo que aún no obtienes tu Licencia… —añadió en un todo claramente reprobatorio.

—Bien, pues. En ese caso me… vamos a irnos, quiero decir.

Hubo una leve dubitación en la actitud de McGonagall, luego se dejó llevar por un tono más maternal, algo realmente raro en ella.

—Cuídate mucho, Potter. Por lo que parece, eres quizá nuestra última esperanza —y luego añadió, ya en un tono cortante y normal:— ¡Así que no vayas por ahí, mostrándote para que cualquier Mortífago de paso te eche un maleficio!

Harry sólo pudo sonreír.

—Me cuidaré, lo prometo.

—¡Vamos, Harry! —Tonks lo alentó, tomándolo del brazo— A la cuenta de tras¿está bien?

—Sí, de acuerdo. ¡Adiós a todos! —Harry saludó con la mano al resto de los presentes.

—Uno… —dijo Tonks.

—… Dos… —siguió Harry.

—… ¡TRES! —dijeron al unísono y, con un giro, se habían esfumado.

Ahí estaba… esa desagradable sensación de estiramiento… Justo cuando Harry se sentía falto de oxígeno, un estallido trajo fresco aire de campo a sus pulmones. La Madriguera, al fin.

¡Harry, Harry! —clamó una vez desde atrás. Tonks le soltó el brazo justo a tiempo para que una figura castaña y borrosa descendiese sobre Harry y lo asfixiara en un atronador abrazo— ¡Estábamos tan preocupados¡Fuimos a la casa de tus tíos y nos dijeron que te habían ido¡Qué bueno que el Profesor Lupin nos enviara una lechuza con explicaciones!

Harry se las ingenió para apartarse de los brazos de Hermione y cayó de espaldas. Cuando miró hacia arriba, un rostro pecoso le sonrió desde lo alto.

—Bienvenido, amigo —dijo Ron—. Escapándote de los Muggles ¿eh?

Harry fue escoltado hasta la casa de la familia Weasley, una extraña edificación cuya única posible explicación para su retorcida arquitectura era simple y buena magia. Tan pronto como él puso un pie en la cocina, la señora Weasley desvió su atención de los platos del desayuno que estaba lavando (con el uso de su varita) y se apresuró hacia Harry y le dio su segundo y totalmente innecesario abrazo rompehuesos en los últimos cinco minutos.

A pesar de que ya había desayunado, la señora Weasley insistió en que comiese algo más. Él se sentó a la mesa y Ron y Hermione se sentaron a ambos lados. Tonks se disculpó y salió al patio a patrullar un rato.

—¡Santo Cielo, Harry, nos tenías tan…!

—… Preocupados, lo sé —Harry terminó por ella—. Estoy bien, señora Weasley. Ya cumplí diecisiete años.

—Esa no es excusa —dijo ella, sonando ligeramente enojada—. Ron también los cumplió y no se ha Aparecido a tantas millas de distancia de su hogar. ¡Desaparecerse y Aparecerse en Grimmauld Place!

—¿Qué hay de malo con eso? —preguntó Harry mientras la señora Weasley le traía un plato con una buena comida caliente.

—¿Hablas en serio? —Hermione habló primero— Pudiste haber… bueno… Probablemente muerto.

Harry levantó una ceja ante el comentario de su amiga.

—¿Sólo por Aparecerme tan lejos?

—¡Por supuesto¡Harry, la primer regla para Aparecerse es Destino ¿no te acuerdas? Tienes que concentrarte en tu Destino, y si no lo recuerdas bien pues terminas Apareciéndote en cualquier parte. ¡Posiblemente en muchos lugares a la vez¡Hablando de Escindirse al por mayor!

Harry tuvo un escalofrío. Escindirse significaba Aparecerse mal, es decir que varias partes del cuerpo Aparecían en otra parte.

—No tuve ningún problema para Aparecerme en Hogwarts cuando…

—¡Eso fue totalmente diferente! Conocías Hogwarts tan bien que había pocas posibilidades de que no pudieras concentrarte en tu Destino. Y la situación había sido tan abrupta que tu Determinación y Deliberación estaban al máximo. No importa lo que…–

Pero el enfoque de Harry en las explicaciones de Hermione se habían esfumado momentáneamente. Su nariz acababa de detectar, más allá de las sabrosas salchichas en su plato de desayuno, un aroma floral. Volvió la cabeza sobre su hombro, pero Ginny acababa de abandonar la habitación para entonces.

—… digas, lo que hiciste fue imprudente y… ¿Qué te pasa, Harry?

Harry regresó a la realidad.

—¡Ah! Quiero decir… Oh… Lo siento, no estaba prestando atención.

Notó la expresión en los rostros de sus amigos y buscó urgentemente otro tema.

—Y entonces ¿dónde están todos? —preguntó— ¿Fleur, Bill?

Ron le arrebató un poco de salchicha del plato de Harry.

—Oh, Bill está visitando a la familia de Fleur —dijo—. Volverán en un par de días. Fred y George siguen trabajando en su pasión. Por cierto, sí les grité unas cuantas por aquellos Polvos Peruanos de Oscuridad.

—Primera vez que no se ríen de él —murmuró Hermione—. Cuando descubrieron a lo que habían llegado sus bromas…

"¡Oh, vamos¡Eso no pudo haber pasado!" —Ron imitó a sus hermanos— "¡Dumbledore no puede estar muerto; qué broma más mala!" —terminó con una risa amarga— Eso fue antes del funeral. Deberías haber visto sus rostros cuando los convencimos. Incluso pensaron que el funeral y el anuncio en el Profeta luego de aquello era todo parte de la misma mala broma.

—Puedo imaginarlo —dijo Harry, tragando los últimos trozos de comida—. ¿Cómo están ellos, ahora?

—Tristes —susurró Hermione.

—Cerraron la tienda de chascos —añadió Ron.

—¡No! —gritó Harry.

—No es definitivo, Harry. Están haciendo un inventario completo, tratando de descubrir cómo poder evitar que la gente use sus productos para cosas realmente malas. Hasta ahora han conseguido agregarle un par de ingredientes especiales a sus pociones de amor, así pueden ser detectadas por Detectores de Secretos— explicó Ron.

—Ya veo. ¿Y qué hay de Charlie?

—Oh, Charlie vendrá a la boda, sí. Dijo algo como que prepararía un espectáculo para el evento, o algo así. No creo que se le ocurra traer una manada de dragones para una demostración de vuelo —Ron rió, aunque sólo para ocultar su preocupación.

—¿Y qué pasó con Percy, entonces?

—No preguntes —murmuró Ron, desviando la mirada—. El muy imbécil no volvió desde Navidad. Mamá le envió una invitación para la boda, desde luego… Pero él la regresó sin siquiera abrir el sobre.

Harry asintió mientras pensaba cómo se lo habría tomado la señora Weasley. No muy bien, en cualquier caso.

Más tarde, Harry agradeció a la señora Weasley por el desayuno y recordó entregarle la lista provista por McGonagall. La señora Weasley le agradeció a su vez y luego el trío de amigos subió a la habitación de Ron.

—Dormirás conmigo. La casa recibirá invitados muy pronto —explicó Ron—. Algunos parientes, ya sabes. Creo que papá tendrá que conjurar una casa adicional, o algo así. No me imagino dónde vamos a alojar a tantas personas, así sea por una noche…

Harry escuchaba a medias lo que su amigo estaba diciendo. Cuando pasaron junto a la puerta de la habitación de Ginny, él pudo jurar que se había cerrado justo detrás suyo. Hubo un nuevo respiro con aroma a flores.

—¿Cómo… Cómo está Ginny? —preguntó Harry, mayormente sin pensar en lo que preguntaba. Notó que Ron había guardado un repentino silencio y Hermione se abstuvo de responder.

—Ella está bien —Ron dijo al final—. Normal como siempre. ¿Por qué lo preguntas?

—Curiosidad —Harry se excusó a sí mismo, aunque era obvio que sus amigos no le creerían esa. Afortunadamente, ninguno insistió en el tema.

Ya en la habitación de Ron, Harry fue recibido por una hermosa lechuza blanca que descansaba en el marco de la ventana.

—Llegó anoche —Ron dijo a Harry mientras éste le regresaba el saludo a Hedwig con una caricia en la cabeza. Ella le picoteó los dedos en el mismo gesto.

—Está bien, Hedwig… También me alegra verte… —Harry sonrió, dejando que Hedwig volase al otro extremo de la habitación, donde una lechuza mucho más pequeña y mucho más hiperactiva, de nombre Pidwidgeon, saltaba y aleteaba desde el interior de su jaula en puro goce y emoción.

Habiendo cerrado la puerta de la habitación, Harry y sus amigos comenzaron a hablar más seriamente, especialmente en relación a la misión de Harry. Él le contó a sus amigos acerca de la última voluntad de Dumbledore y de cómo recibiría ayuda de la Orden. Esto disminuyó notablemente muchas de las preocupaciones que Hermione tenía al respecto, pero no hizo que cambiara de opinión: ella estaba resuelta a acompañar a Harry en su viaje, y Ron también.

—Mamá me matará —sonrió nerviosamente—. Lo digo en serio. Me matará. Gritará, chillará, me amenazará con su varita, y luego simplemente me matará.

—Ella no sabe…

—… ni una sola palabra de todo esto —terminó Ron la oración de Harry, asintiendo miserablemente—. Nadie lo sabía, si vamos a los hechos. Ni siquiera la Orden, y si no fuera por la carta de Dumbledore…–

—Mis padres no saben de mis planes, tampoco —dijo Hermione, sus mejillas sonrojándose ligeramente—. Me resulta muy difícil hablar con ellos de… este mundo… y de esta guerra.

Volvió su cabeza hacia la ventana, aparentemente perdida en un pensamiento. Harry y Ron muchas veces olvidaban que Hermione era hija de Muggles y que sus padres probablemente no sabían de nada respecto a cómo funcionaba el Mundo de los Magos.

—No creo que me hayan creído, en realidad —continuó, hablando en susurros—. Se habían sorprendido mucho cuando al fin pude sacar la varita y empezar a hacer magia. Nunca lo habían visto, antes, con las Restricciones y todo eso, pero ahora… Bueno, eso fue todo, por fin comprendieron realmente de lo que les había estado hablando. Magia. Puedo ver sus rostros. Mamá incluso pareció aterrarse un poco cuando hice que su tortuga de cerámica cobrase vida, pero ahora están más calmados.

Harry alcanzó a distinguir una pequeña lágrima asomándose por el ojo de su amiga.

—Ellos creen que regresaré a Hogwarts luego de mi estadía aquí. Quise explicarles lo mal que están las cosas por estos lugares, pero… —suspiró— ... una mentira sonaba mucho mejor, entonces. Ellos no saben lo que estaré haciendo, ni por cuánto tiempo.

Ron se aclaró la garganta con suficiente fuerza como para sacar a Hermione de su pequeño mundo paralelo.

—¿Cuánto tiempo crees que necesitaremos para encontrar todos esos Horrorcruxes? —Ron preguntó a Harry.

—Menos de lo que pensaba al principio —admitió él—. Dumbledore dejó mapas marcados en posibles ubicaciones. Los he estado examinando. Voldemort deliberadamente esparció su alma por todo el país. Ningún fragmento fue escondido en países extranjeros. Pero no sé cómo alcanzaremos algunos de estos lugares —añadió, ahora sonando preocupado—. Hay unas cuantas montañas y valles muy profundos.

—Habrá alguna forma —dijo Hermione—. Siempre hay una forma.

Asintieron, aunque con pesadez.

–o–

Llegó la medianoche, acompañada por los quejidos del fantasma del ático y el insomnio de Harry Potter. El día se había vuelto bastante bueno: sus amigos estaban a salvo y Lupin había Aparecido después de almorzar, probablemente porque Tonks se lo había pedido. Pero aún así, algo estaba molestando a Harry.

Ginny apenas si le había dirigido la palabra. Tanto durante el almuerzo y la cena. Era un dialogo tonto y difícil, debía admitir.

—Hola, Ginny —había dicho él.

—Harry, hola —había respondido ella.

Y eso había sido todo.

Harry no podía dormir. Tenía una extraña sensación. Igual que cuando bebió el Felix Felicis, su mente le decía que debía hacer algo antes de dormir apropiadamente. De alguna forma, su mente le decía que se dirigiese a la planta baja.

Harry salió de la cama y cuidadosamente se cubrió con su Capa de Invisibilidad, no supo bien por qué, seguramente por costumbre. Ahora invisible, descendió las escaleras hasta la cocina de la casa, deteniéndose abruptamente en los últimos escalones.

Allí estaba Ginny.

Estaba sentada a la mesa de la cocina; su cabeza reposada sobre su brazo doblado, a un lado de una canasta de mimbre llena de bolas de estambre y agujas de coser. Había un par de calcetines de lana que la señora Weasley había hecho, aquel día. La otra mano de Ginny le hacía cosquillas a Arnold el Puffskein Pigmeo con su dedo índice. La pequeña bolita peluda chirriaba alegremente con cada cosquilla.

Harry se acercó, despacio. Quería ver su rostro. Una vez frente a ella, Harry vio que tenía una expresión seria.

—¿No podías dormir, Harry? —ella susurró repentinamente. Harry consiguió suprimir un jadeo de sorpresa— Yo tampoco pude. Toma asiento, si quieres.

Harry no se movió. Arnold se aferró al dedo de Ginny y adosó su larga lengua a éste mientras su dueña lo sacudía.

—Harry, crecí junto a Fred y George como hermanos. Créeme, sé cuándo estoy siendo acechada.

Se escuchó un suspiro, y la silla frente a Ginny se movió hacia atrás. Pasado un momento, Harry se despojó de la capa.

—¿Cómo has estado? —dijo ella, sus ojos fijos en Arnold.

—Yo… uhm… Normal —él dijo.

—Mentiroso —ella susurró. Hubo una vaga sombra de sonrisa en sus labios, pero se fue pasado un segundo.

—Bueno, de acuerdo, no estoy tan bien como quisiera —dijo Harry, quizá un poco más duro de lo que debería—. Qué con la muerte de Dumbledore y todo eso. Y el hecho de que Voldemort lo sabe y…–

Arrastró las últimas sílabas hacia el silencio en cuanto notó el rostro de la persona frente a él. Sus ojos brillaban.

—¿Ginny…?

—¿Sabes? No deberías estar hablando conmigo en medio de la noche si se suponía que no estaríamos juntos de nuevo —dijo ella.

Harry abrió la boca y la cerró casi de inmediato. Ginny continuó, ahora en un tono ahogado.

—Sé que viniste para la boda de Bill. Bien, puedo entenderlo y realmente me da gusto que puedas compartir nuestros momentos familiares. Es sólo que… No es como que… Lo que sea que estuvieses pensando…

Ella hundió su cabeza tras su brazo doblado. Arnold se soltó del dedo de su dueña cuando ella cerró su mano en un apretado puño. El Puffskein Pigmeo chilló suavemente en preocupación y se acercó a los cabellos de Ginny que se habían reposado en la mesa, donde se acurrucó entre las hebras rojizas y emitió un nuevo y triste chillido.

Harry la observó desde su posición. La chica que no había llorado cuando él le explicó que no podían seguir juntos por más tiempo. Había resistido hasta aquel día. Seguramente había sido una terrible batalla. Harry echo una mirada a su puño cerrado al otro lado de la mesa. Repentinamente recordó una situación similar que una vez, hace tiempo, debió vivir… y esta vez decidió hacer las cosas bien.

Ginny sintió algo tibio apretar su puño cerrado. Un par de ojos llorosos surgieron desde su brazo y siguieron por la longitud de la manga. Su puño estaba cubierto por una mano apenas más grande.

Levantó la mirada hacia Harry Potter.

—Yo también pensé mucho en ti —él confesó.

Arnold el Puffskein Pigmeo había cerrado sus pequeños ojitos negros. Acurrucado entre los cabellos de su dueña, había comenzado a roncar con un peculiar tono alto que era el equivalente auditivo de ver un par de grandes, anchos, tristes ojitos de perro lastimado. Un segundo después el sonido se volvió un chillido de sorpresa cuando su confortable colchón de cabello rojizo desapareció. Cuando miró hacia arriba, Arnold vio a su dueña y a esa otra persona de pie, juntos. Y, aún un poco molesto con ella, Arnold se dirigió hacia uno de los calcetines de lana, y se acurrucó en su interior para intentar dormir un poco más.

Ni Harry ni Ginny dieron cuenta de ello. Estaban bastante ocupados.

La mañana siguiente, Harry despertó tarde para desayunar, a pesar de haber sido llamado varias veces. No se sentía bien, pero tampoco mal. Se sentía bien cuando recordaba a Ginny, pero también se sentía mal por la misma razón. Si tan sólo pudiese asegurarse de que ella estuviese totalmente a salvo… Si pudiera hacer algo para protegerla de todo daño…

Por supuesto, debía terminar con Voldemort, eso es lo que debía hacer. Era la mejor forma de mantenerla a salvo. Pero mientras tanto, una larga búsqueda y una pelea a muerte esperaban; y aunque a veces Harry se sentía confiado, también sentía que estaba arriesgando mucho. No sólo él tomaría parte de la misión, sino que también la Orden, e incluso Ron y Hermione. No habría modo de dejarlos atrás, y aún si así lo hiciera, ellos encontrarían la forma de alcanzarlo. Hermione era inteligente y brillante, y Ron… bueno, él tenía a Hermione, que era inteligente y brillante y no intentaría atacar a los Mortífagos.

Era una de aquellas mañanas en las que Harry se preocupaba por las personas que le rodeaban. Cada uno de ellos era un posible objetivo, una víctima inminente; y lo que era peor, un candidato a carnada. Él sabía cómo operaba Voldemort. Lo atacaría a través de su debilidad. Ya lo había hecho dos veces en el pasado, una vez con Ginny y otra (Harry se estremeció) con Sirius.

Aún así, él temía otra cosa. Conociendo a sus amigos como Harry los conocía, existía aquella horrible pesadilla en la que uno de ellos le decía "¡Corre y sálvate¡Yo no soy importante¡Sólo corre y salva tu vida!". Era aterrador principalmente porque podía ser perfectamente cierto.

La puerta de la habitación se abrió lentamente. Harry volvió su cabeza hacia ella y vio a Ginny cargando una bandeja. Sonreía.

—El desayuno —susurró ella—. Mamá se hubiese echado una maldición a sí misma antes que dejarte sin comer.

Se acercó mientras Harry se sentaba en la cama. La bandeja fue reposada en sus rodillas. Ginny acercó una silla y se sentó en ella, muy cerca de Harry.

—¿Cómo estás? —él preguntó.

—Bien. Esta mañana, mamá se llevó un susto. Estaba probándose unos calcetines de lana y mi Puffskein Pigmeo estaba adentro. Gracioso ¿no?

—Sí. ¿Y Ron y Hermione?

—Afuera —ella dijo, un tono extraño en su voz—. Están bastante bien solos¿no crees?

Él distinguió la sonrisa en su rostro.

—Sí. Casi como tú y yo. Ginny, sobre lo de anoche…–

—Ya te dije lo que pienso —ella declaró firmemente.

—Sí, bueno, el caso es que…–

—Y no me arrepiento. Nunca me arrepentiré. Nunca.

Harry sintió que había perdido la iniciativa. Suspiró y comenzó a comer. Ginny no le quitaba los ojos de encima (ni su sonrisa). Luego de un breve y ligeramente incómodo desayuno, Harry decidió volver a tratar.

—Te arrepentirás —le dijo—. Lo harás. O, lo que es peor, yo lo haré. No quiero perderte.

—No es mejor lo que tú propusiste. Pero si voy contigo, entonces–

¡WHAM! La puerta de la habitación se abrió de golpe y Fred y George entraron de un salto. Harry supuso que fue una entrada sorpresa.

Los gemelos fueron los que se sorprendieron, sin embargo.

—¡Harry, pensábamos que… —dijo Fred, y luego jadeó. Tanto él como su hermano notaron la presencia de Ginny en la habitación.

¡Los rumores eran ciertos! —gritó George, cerrando sus palmas contra sus mejillas de forma bastante exagerada.

—¡No le creíamos a Ron al principio… —dijo Fred.

—… pero aquí está la prueba! —dijo George.

—¡Nuestra hermanita Ginny… —dijo Fred.

—… y nuestro gran amigo y prestamista financiero Harry… —dijo George.

—… JUNTOS! —los dos dijeron en absoluta sincronía, dieron un giro melodramáticamente y cayeron de espaldas al piso. Pusieron sus varitas sobre sus pechos y éstas se convirtieron en flores de luto.

Harry y Ginny rieron.

—¿Ya se divirtieron? —dijo Harry— ¿Ya les puedo echar un maleficio?

—Más respeto hacia los muertos, Harry —murmuró Fred en un todo profundo y oscuro.

—Sí, nos acabas de dar una sorpresa mortal —George continuó, imitando el oscuro tono de Fred.

—¿Y ustedes cuándo llegaron? —preguntó Ginny.

—Justo ahora —Fred se puso de pie de un salto, igual que George—. Cerramos la tienda de chascos hasta nuestro regreso. Sólo venderemos mercancía actualizada. No puedo creer que le vendiéramos Polvos Peruanos de Oscuridad a ese imbécil…

—Esos polvos pueden haber salvado las vidas de muchas personas —
recordó Harry, serio—. Puede que haya evitado que nuestros amigos ataquen a los Mortífagos, pero también evitaron que los Mortífagos ataquen a nuestros amigos.

—¡Qué perspectiva tan positiva! —sonrió Fred.

—Nos alegraste el día, Harry. Y ya que estás en tan grata compañía —George les dirigió un guiño—, los dejaremos por ahora. Oh, sólo espera a que mamá se entere…

—¡Eh, no lo divulguen! —Ginny chilló, pero los gemelos habían escogido aquel instante para Desaparecerse.

—Bien, allá se fue el secreto —murmuró Harry, aunque sonreía.

—No hubiese durado¿no? —Ginny también sonrió.

Se miraron a los ojos por unos segundos, entonces sus sonrisas lentamente se fueron desvaneciendo. El tema previamente en debate estaba emergiendo una vez más.

—Ginny…–

—No —ella digo, sabiendo lo que vendría.

—Pero tu madre…–

—¿Acaso dije que sería la decisión más sencilla? Harry, por favor

Harry rió, aunque de manera corta y sombría.

—No hay forma de hacerte cambiar de opinión ¿verdad?

—No —dijo Ginny, su sonrisa resurgiendo en su rostro—. Los dos sabemos cómo ser testarudos.

Harry intentó no sonreír, pero perdió. No quería que ella lo hiciera, pero… en verdad, muy dentro suyo, él estaba secretamente esperando que ella…–

Ah, qué demonios…

—Creo que tengo una lechuza que enviar —dijo Harry. Antes de poder entender cómo habría ocurrido, la bandeja del desayuno había sido cuidadosamente depositada en el suelo, y ahora dos adolescentes se encontraban abrazándose y besándose sin ningún remordimiento.

–o–

(Continuará...)