Capítulo 1. El antiguo dominio de los zoras.
Cuando se dio cuenta de que el camino bajo las pezuñas de Ajedrez pasaba de ser de tierra a estar adoquinado, Zelda supo por fin que estaba en la dirección correcta. Se encontraba en una zona del Bosque Perdido que nunca había pisado, un poco lejos de lo normal, pero a solo unas horas a caballo de Kakariko. Se preguntó entonces si era posible no conocer su país, Hyrule. Había viajado a muchos lugares, los últimos años, pero siempre se sorprendía al averiguar que había sitios nuevos sin descubrir.
"Link me dijo que hay regiones enteras sin explorar. Si no fuera caballero, y no estuviera siempre atendiendo peticiones, me gustaría ir a conocerlas. Podría hacer un buen mapa, mejor que esta antigualla, que llevo".
Aunque antes, tendría que aprender a hacerlos. Nunca se había preguntado cómo se hacían. "Seguro que Link lo sabe. Le preguntaré la próxima vez que le vea".
Volvió a silbar una tonada, y Ajedrez resopló. Había dejado que caminara despacio, sin apretarle tanto. Ya le había hecho correr un montón desde el desierto de las Gerudo hasta el lago Hylia. Era un buen córcel, de las caballerizas reales. Un regalo de Link, cuando Zelda cumplió los 14. Hasta entonces, se había llevado de forma intermitente a Centella o había usado los poderes de Kaepora.
Un arco de piedra, disimulado entre hiedras, dio lugar a un pequeño lago. Sobre él, una cascada se elevaba hasta una gran altura. Zelda detuvo a Ajedrez y silbó. Era una versión en miniatura del lago Hylia. La vegetación era extensa, había flores y arbustos muy altos, y el suelo cubierto por una pesada hiedra casi negra. Lo más llamativo era el agua, de un color verde que Zelda ya había visto.
– El doctor tenía razón. Viene de aquí.
En un primer momento, Zelda había pensado en subir en barco o canoa por el río, pero desechó esa idea. El profesor le explicó que el río Hylia serpenteaba en la pradera, pero había tramos subterráneos. Por eso, no era un río muy navegable y rara vez la gente lo cruzaba con barcas. Zelda se dio cuenta que aquel lago conducía a una cueva, y de ahí llegaba el rumor de agua que corría ladera abajo.
El punto de interés era la gran cascada. Sus aguas eran verdes, así que lo que fuera que sucediera, su origen estaba allí arriba. Zelda miró a Ajedrez, el caballo soltó un suspiro, cabeceó y empezó a mordisquear las hierbas del suelo.
– Te dejo aquí, ¡qué remedio!
Revisó su equipaje. Para subir, debía hacerlo cómoda. No sabía si habría un enemigo, o no, por lo que Zelda solo se llevó la espada, la mochila con semillas, víveres, la manta y una muda. Dejó el resto, y le susurró a Ajedrez que cuidara bien del escudo espejo y del regalo escondido en su montura.
– No tardaré. Aquí estás seguro: hay agua, no pasa nadie, y eres un caballo listo, sabes mantener a raya a wolfos.
Se dirigió a la cascada y examinó bien la pared. Sería difícil, pero no imposible. Se pegó a la pared de roca, y comenzó el ascenso. Encontró salientes, donde podía detenerse para descansar un poco, antes de seguir. Calculó que tardaría medio día. Encontraría el origen del agua verde, y podría descender, con suerte, a la mañana siguiente.
A medida que iba subiendo, el aire se hacía más frío. Zelda se sopló las manos y las frotó para recuperar el calor. El agua estaba casi helada. Sentía la humedad rizando el cabello, y las ropas se le iban empapando más y más. Al llegar por fin a la parte superior de la cascada, Zelda estaba empapada. Pensó en esperar a secarse, usando una semilla ámbar para encender una hoguera, pero quería averiguar primero a qué debía enfrentarse para solucionar el problema. Se preguntó si no hubiera sido mejor traer con ella al profesor. ¿Y si al final resultaba ser un alga? Ella conocía mucho de plantas, pero no tanto de acuáticas, y no sabía bien cómo curar un hongo, por ejemplo. El profesor le había dicho que le bastaría con un trozo de la planta o animal responsable y que él podría fabricar un antídoto.
"Casi estoy esperando que sea un monstruo. El moldora, a pesar de su aspecto, no resultó ser tan duro como decían las gerudos".
Tiempo atrás, se había enfrentado a grandes fantasmas, criaturas de la sombra, dodongos, pulpos que soltaban rayos de electricidad. Hacía mucho que no se enfrentaba en un combate a muerte, y una parte de Zelda lo echaba de menos, mientras la otra se decía que era mejor así, que para eso se habían enfrentado a Urbión en el Mundo oscuro.
Estornudó, y dejó de pensar de inmediato en él. Si el recuerdo de Link la hacía sonreír y anhelar regresar a Kakariko, el de Urbión le traía demasiados sentimientos que no sabía definir. Tristeza, quizá, más que rabia o enfado.
La verdad, ese lugar era un poco extraño. Zelda se dio cuenta que la cascada surgía de una gran cueva, y al empezar a caminar en ella, se encontró con las paredes muy blancas. Tomó un palo de deku baba, del que se había aprovisionado en el Bosque Perdido, y lo usó para encenderlo. Iluminó las paredes, y pudo comprobar que su intuición era correcta: aquel debía ser el dominio de los zoras. Las paredes tenían grabados, ya muy borrosos, y reconoció alguno de los símbolos que había visto en las ropas de Laruto y Cironiem. Caminando hacia el interior, fue descubriendo cientos de cuevas, agujeros en la roca, con más cascadas plateadas que se unían a la gran cascada que Zelda acababa de escalar. Pero a ella no le interesaban tanto. Solo debía seguir el rastro del agua de color verde, y este llevaba sin lugar a dudas al fondo de la gran cueva.
"Estoy cerca de Kakariko. Sin dar tanto rodeo, con Ajedrez bien descansado, podría llegar hoy mismo, esta noche, para cenar. Estaría bien. Ya verás la cara que pone Link cuando le cuente que tiene esto tan cerca. Querrá venir de inmediato, a verlo"
Casi podía imaginarle examinando los dibujos, comentando lo antiguos que eran, y también que le contaría algo más sobre la historia del dominio, el motivo por el que los zoras lo habían abandonado, durante la guerra del aprisionamiento. Zelda recordó que Cironiem, en una cena, les contó que antes había zoras en los ríos y lagos de todo Hyrule, pero desde que quedan tan pocos, prefirieron vivir más cerca de Lord Jabu Jabu, en el mar. "Link preguntó si podría conocerle, pero para eso tendría que irse a la costa, y con la cantidad de deberes reales que tiene, no puede apenas dar un paso fuera de Kakariko".
La cueva se iba cerrando, y la luz del exterior la iba abandonado. Zelda levantó la antorcha, miró a los lados. El camino había desaparecido, tendría que meterse en el agua para seguir. Se quitó las botas, se arremangó los pantalones y empezó a seguir el agua verde, metida en ella. Sapón decía que no era venenosa, que parecía afectar solo a los peces y patos del lago Hylia, pero no a los humanos. De todas formas, Zelda intentó mantenerse alejada de la parte del agua más verdosa. Cuanta más oscuridad, más verde brillaba el agua.
Tras un buen rato caminando con los pies mojados, Zelda vio por fin el final de la cueva. Allí, había un árbol, uno más grande que el mismo árbol Deku. Estaba hundido hasta la mitad en el agua, las ramas estiradas hacia el techo, las raíces hundidas en el fondo. Supo, nada más verlo, que era un arce de río. Una especie muy vieja, y rara porque se había extinguido. Su madera era muy codiciada. También, recordó que en los libros de su padre se decía que su savia era de un verde oscuro, profundo. El motivo por el que el árbol soltaba savia era porque tenía clavado, en el centro mismo, una especie de bastón plateado. Zelda se acercó, pero para ello, tendría que mojarse hasta la cintura. Clavó la antorcha en la pared y, con un suspiro, agradeciendo que su mochila fuera impermeable, se metió sin vacilar. El agua estaba congelada, y el verdor le hacía sentirse enferma, pero contuvo las ganas de alejarse. Con suerte, sin ese bastón, el árbol dejaría de supurar, se regeneraría, y dejaría de contaminar las aguas del lago Hylia.
Había llegado ya al tronco, y, apoyada en la raíz, se impulsó hasta llegar a una plataforma horizontal, que le servía de suelo. Se acercó al cetro hundido en el centro. Fue entonces que se hizo una pregunta, justo antes de tocarlo.
"¿Quién clavó esto aquí, y por qué?"
Escuchó campanillas, seguidas de una risilla. Zelda miró hacia arriba. Colgado por los pies, al revés, había un skull kid. Era como todos, con el rostro negro y ojos como ascuas. Sin embargo, este skull kid no tenía sombrero, sino una máscara con forma de calavera, y la túnica era negra. Zelda recordó, hacía muchos años ya, Urbión le dijo que un skull kid con máscara de calavera le había robado un jabalí que cazó. "¿Era esa historia cierta, o se la inventó?" se había preguntado cuando recordaba las historias de Urbión en el Bosque Perdido. Sin embargo, allí estaba, el mismo skull kid. O uno parecido.
– ¿Has sido tú el responsable de esto? – preguntó Zelda.
El skull kid se movió, pero solo para sentarse en horcajadas en la rama.
– ¿Y tú eres aquella que llaman Sir Zanahoria? – respondió.
Zelda soltó un bufido. Con el skull kid, no iba a usar la espada. Sería una pérdida de tiempo. Mejor detenerle con una semilla de luz. Con cuidado, deslizó la mano al bolsillo exterior de su mochila, y tomó el frasco de tacto rugoso. Las semillas de luz, más eficaces para detener y paralizar a un skull kid.
– Sí, lo soy. Responde a mi pregunta.
– No he sido yo. Pero conozco a quién lo ha hecho, es alguien… Muy peligroso – el skull kid movió las manos, para que Zelda viera que no estaba armado –. Clavó ese cetro ahí, y abrió una puerta en la oscuridad. Luego, se coló dentro. Desde entonces, el bosque está extraño, el agua es verde. Todos los animales han huido de este lugar.
– ¿Cómo era ese tipo? – Zelda ya tenía una semilla seleccionada, y el tirachinas colocado. Solo tendría que estirar el brazo y tendría a tiro al skull kid –. El que entró en ese portal.
– Era raro… Alto, muy delgado, con el pelo blanco… – El skull kid dio otro salto y se puso en pie sobre la rama del árbol, acercándose a Zelda –. Lo peor es que tenía los ojos rojos. Los ojos del señor del Mundo Oscuro.
El tirachinas se resbaló, y cayó en el bolsillo de la mochila. Zelda ni miró. Frunció el ceño y observó al skull kid, mientras volvía a tratar de cogerlo.
– ¿Qué sabes tú del Mundo Oscuro?
– Mucho, pero tú sabes más. Has estado allí, te enfrentaste al mismo señor del inframundo, en sus tres versiones – el skull kid señaló el báculo clavado –. Creo que si lo mueves, puedes abrir el mismo portal por donde se coló el tipo.
– ¿Y por qué iba a hacer eso? – Zelda miró el árbol –. Tarde o temprano, dejará de soltar ese líquido. La savia no es ilimitada. Se curará solo, sin más. Además, lo que dices no tiene sentido. El Mundo Oscuro está sellado. Hay un vigilante para evitar que lo vuelvan a abrir.
– No te he dicho que sea un portal al Mundo Oscuro – dijo el skull kid –. Te lo digo porque tú eres la heredera del Héroe del Tiempo, y esta es una prueba para ti. Debes ir tras ese tipo, y evitar que se salga con sus planes malvados, ¿no? ¿No es eso lo que se supone que hacen los héroes de las leyendas?
– Puede – Zelda recuperó el tirachinas –. Con lo poco que me has dicho, mi instinto me dice que me de la vuelta y me aleje.
– Eso no es cierto – el Skull Kid se puso bien la máscara sobre la faz oscura. Había descendido, y ahora estaba frente a ella –. Como caballero, y como heredera del héroe, tienes la obligación de ayudar a quien lo necesite. Y yo te digo, que al otro lado de ese portal que se abrirá, hay alguien que necesita la ayuda del triforce del valor. Si no intervienes, esa persona cuyo destino está ligado al tuyo sucumbirá, y esta realidad desaparecerá. ¿No lo evitarás?
– No entiendo lo que dices – Zelda recuperó el tirachinas –. ¿Y tú, qué ganas con esto?
– Nada, solo la paz que merezco – susurró el skull kid.
Zelda sacó el tirachinas. Lanzó la semilla de luz, que dio de lleno en el pecho del skull kid. Sin embargo, este había dado un salto. Cuando Zelda pudo ver tras el breve fogonazo, maldiciéndose a sí misma por no calcular la distancia, el skull kid se había marchado.
Miró otra vez al árbol. Se había marcado un farol. El árbol soltaría savia, durante mucho tiempo más. Y había mentido. Sentía en su pecho que aquí pasaba algo más. Desde que había tocado el árbol, en su mano derecha, el triforce del valor había empezado a dolerle, como la vieja cicatriz que tenía en el pecho. Se agachó, recuperó sus botas que había metido en la mochila y volvió a calzarlas.
"¿Debería ir al palacio, decírselo a Link? ¿Que él me acompañe? O al menos, decírselo a Saharasala. Son más sabios que yo, y más listos. El skull kid me ha dicho algo muy raro… ¿Cómo que el destino de esa persona está relacionado con el mío? ¿Y el portal? Si no es al Mundo Oscuro, ¿a dónde llevará?"
Mientras pensaba, se había vuelto a acercar al árbol. Tocó el cetro, clavado en el centro del tronco. El metal estaba caliente, al tacto, de color plateado. La parte que habían clavado en el árbol era fina. El otro extremo, el que ella podía ver, tenía una piedra de color magenta. Tomó el cetro con las dos manos, y tiró, casi sin pensar. Recordó aquella vez en que sacó la espada maestra de su pedestal, entre lágrimas, mientras arriesgaba la vida de su padre. También entonces se preguntó por qué no daba la media vuelta… No lo hizo, porque sentía que el destino del mundo recaía en ella y en Link.
"¿Es esto igual?"
Antes de dejar de nuevo el báculo, este se liberó de su prisión. Al mismo tiempo, la savia verde brillante dejó de manar, y también, en un lugar a su derecha, percibió un movimiento. "El maldito skull kid, seguro que todo es una broma suya".
La antorcha, que había dejado clavada lejos, parpadeó, y su luz se fue apagando. El brillo que ahora venía de algún lugar a su derecha se intensificó. Zelda parpadeó y se acercó. No era la primera vez que veía un agujero en el aire, que conducía a otro lugar. Ese era el portal donde se había colado "el tipo raro". Era todo una locura, y, sin embargo, cuanto más se acercaba, más sentía la cicatriz de la mano. El triforce la estaba guiando.
– Mira que eres lenta – dijo alguien a su espalda. Zelda se giró, con la mano ya puesta en la espada, pero el skull kid saltó, le golpeó en la mochila y Zelda se vio impulsada hasta cruzar el portal.
Antes de que este se cerrara, Zelda escuchó al skull kid gritar:
– ¡Deten a Grahim! ¡Que no despierte al durmiente!
