Capítulo 5. La fuente de Faren.

Quedaban pocas horas para el amanecer. Mientras Sir Bronder y Raponas cavaban una tumba improvisada al pie de un árbol, la princesa Midla y Zelda se agacharon junto al soldado. La princesa fue la encargada de limpiarle el rostro, usando para ello un pañuelo y una botella que llevaba, que olía a limón. Zelda la ayudó, aunque nunca se había ocupado de un cuerpo. En la última batalla grande que presenció, se ahorró esas escenas, porque estaba ocupada rescatando a Link. "Para ser alguien que ha dejado una ristra de monstruos fallecidos tras de sí, no recuerdo haber hecho esto nunca".

Sin embargo, tuvo la visión del cuerpo de Urbión, deshaciéndose lentamente ante sus ojos después de recibir el disparo mágico de un wizzrobe. En aquel momento, era su amigo, y vivió el duelo junto a Link. No quería recordar ni esta imagen ni lo que vendría después. "Debí pedir al Triforce que me borrara la memoria, pero eso es un deseo egoísta, y ahora yo sería la señora del inframundo..."

– Era muy joven – dijo Midla, interrumpiendo el curso de los pensamientos de Zelda –. No tenía ni barba…

– ¿Le conocías mucho? – preguntó Zelda.

– No, claro que no. Era un soldado, no puedo… no podemos fraternizar con ellos – la princesa le pidió a Zelda que le colocara las piernas, lo más rectas posibles, mientras ella se ocupaba de los brazos. Aún no había empezado el rigor mortis –. Parecía muy agradable. Tranquilo, y admiraba a Sir Bronder. No sé más de él…

– Wasu, se llamaba Wasu – Zelda observó que el arco había quedado hecho polvo. El carcaj, en cambio, estaba bien. Lo apartó –. En su bota, tiene una aguja. Y un carrete de hilo en su zurrón. Y un padre, que es sastre…

– No, no tenía familia – Raponas apareció en ese momento. Observó que Zelda había dejado el arco sobre el pecho de su amigo, y él colocó la espada, que había recuperado –. Su padre murió en el asedio de Ruto, hace tres años. No le quedaba nadie. Por eso se alistó en la guardia.

Sir Bronder dio un bufido, y Raponas, que tenía tierra en las rodillas, en las manos y en la cara, regresó a su tarea. Sabiendo eso, Zelda tomó el carrete de hilo, y le clavó la aguja. Lo colocó bajo la palma de Wasu y cerró los dedos entorno a él. Entonces, se dio cuenta que la princesa se había quedado pálida, con los ojos azules muy abiertos, mientras que de estos caían gruesas lágrimas.

– ¿Estás bien? – preguntó Zelda.

– No… – y se limpió, y de nuevo le vino a la mente Link, cuando trataba de contener sus lágrimas, pero que se le escapaban.

El recuerdo del entonces príncipe le hizo mirar alrededor. Lion estaba sentado, sin hacer nada, mirando al suelo. La verdad es que no había dicho nada, se limitaba a observar al mago, dormido.

– Como eres extranjera, quizá no lo sepas… – empezó a decir Midla –. Hace cinco años, cuando los goblins, orcos y moblins empezaron a atacar a nuestros ciudadanos, mi madre… la reina… Viajábamos todos juntos… – y la princesa volvió a callarse.

Zelda no dijo nada. Dejó que la princesa continuara con su llanto, mientras arreglaba las ropas del pobre Wasu. Zelda le pidió que se retirara al terminar, y ella se ocupó de envolverle con la manta que habían colocado debajo. Entonces, Sir Bronder apareció. Se ocupó él de levantar el cuerpo, cada vez más pesado. Raponas ayudó a bajarle de la mejor forma en la tumba poco profunda, y salió del agujero. En ese momento, apareció Ander. La princesa se apoyó en él un momento, cuando parecía que se mareaba, pero se mantuvo erguida. Cuando todo estuvo listo, fue ella quien empezó a hablar. Lo hizo dando las gracias al valiente soldado Wasu, que había cumplido con su deber, y que sin duda las diosas concederían la vida eterna en el otro mundo, donde podría reunirse con sus seres queridos. El príncipe Lion se colocó al lado de su hermana, y la abrazó por la cintura. La princesa le acarició los rizos dorados y susurró que todos los males de la tierra eran bendiciones en el otro lado.

Para terminar, por fin, usó la flauta. Zelda se preguntó por qué, durante la lucha, no había lanzado ningún hechizo para ayudar al mago. Ahora lo comprendía. Link no sabía usar hechizos, al conocerle. Solo la Canción del Tiempo parecía tener efecto en esos primeros días, y después, empezó a usar la canción de Laruto, la de curación, y aprendió el hechizo para encender fuego. En el Mundo Oscuro fue cuando tuvo el poder de invocar flechas de fuego y hielo, y el amor de Nayru. Antes de eso, era igual de inútil que estos dos familiares. "No estoy siendo justa… Link me ayudó con el Gohma y me salvó de morir por el Aquamorpha".

Midla tocó una tonada fúnebre, muy solemne y breve, mientras Sir Bronder y Raponas echaban tierra sobre el cuerpo del soldado. Zelda se despidió de él, le dio las gracias mentalmente, y le felicitó por ser tan valiente. También se disculpó por no ser más rápida, por no ayudarle, por creer que era un bobo al ver cómo se pasaba la petaca con Raponas. Miró a este, y era el que más sufría por enterrar a su compañero. Sir Bronder no había dicho palabra, al menos estaba serio.

Sin embargo, el caballero no dio tregua. Nada más terminar de enterrar al pobre muchacho, ordenó a Raponas recoger el campamento. Zelda empezó a ayudarle, pero Raponas le pidió que, por favor, revisara las pertenencias del soldado muerto y decidiera qué debían llevarse.

"Menuda tarea más rara" se dijo. El soldado solo tenía sus raciones, que se guardó para ella (tras darle las gracias de nuevo). La espada estaba enterrada con él, y el puñal lo encontró clavado en el cuello de un goblin de color verde. Ni se molestó. El olor de estas criaturas, una vez fallecidas, impregnaban los objetos. Sin embargo, encontró un arco. Era de madera clara, pequeño, con colmillos en la guarda en vez de clavos para sujetar las cuerdas. Lo tomó, probó la resistencia del mismo, y, junto con el carcaj, se acercó al príncipe.

– Toma – y le dio el carcaj, que había rellenado con flechas que había encontrado, con plumas blancas y negras. Lion lo tomó, pero cuando Zelda le ofreció también el arco, lo miró, y por un segundo, la tristeza cambió a otra emoción. Asco.

– Eso es de un goblin. No quiero tocarlo – dijo.

– Lo siento, pero es el único arco que hay por aquí en condiciones. Y está bien, para defenderse en caso de otro ataque – Zelda volvió a tenderle el arco – Me dijiste que eras buen arquero. A ver si puedo verlo.

El príncipe soltó un bufido y abrió la boca, quizá para hacerse respetar, para demostrarle a Zelda que él era de familia real, sin embargo, alguien salió en defensa de la chica.

– Haz lo que te dice. Vamos a necesitar toda la ayuda posible – dijo Sir Bronder. Y, como si el príncipe creyera que era necesario, tomó el arco al fin, no sin antes pasarle un pañuelo por encima.

– Continuemos el camino – dijo Sir Bronder –. Hay que poner tierra de por medio…

– ¿Puedo decir algo, Bronder? – dijo Zelda, con las manos en la cintura. Ella ya tenía encima todo lo que debía llevar, además se había ofrecido para llevar los enseres de cocina que hasta entonces había llevado Wasu.

El caballero la miró, con el ceño fruncido.

– Puedo ayudar a borrar el rastro, y confundir a los goblins para darnos ventaja – dijo entonces Zelda –. Es un poco arriesgado, y apestoso, pero se puede hacer…

– ¿Apestoso? – preguntó Ander.

– Sí, por eso, os pido que os adelantéis… De cara al viento, a ser posible – Zelda agitó un tarro de cristal. Allí dentro tenía las semillas apestosas –. Los goblins se guían por el olor, para distraerlos, está bien usar esto. Sin embargo, es peligroso, porque también atrae insectos y otros animales. Y si no se sabe eludir el olor, se te queda en las ropas y no hay forma de quitarlo. Por eso, necesito que me dejéis a solas.

– ¿Vas a apestar este lugar… con el cuerpo de Wasu ahí enterrado? – preguntó Raponas, con la voz estrangulada.

– Intentaré respetar ese árbol – Zelda entendía el enfado del soldado, pero también que debían intentar eludir al enemigo. Al menos, Sir Bronder estuvo de acuerdo, no sin antes recordarle a Zelda que debía ser rápida y no marcharse. Si no, sería él quien le daría caza.

Zelda estiró la mano, y esperó. El caballero la miró, y, con un suspiro, soltó la vaina de la espada de Zelda, que seguía llevando. Zelda enfundó, se ató el cinto a la cadera y esperó, con paciencia, a que el pequeño grupo siguiera al hechicero. Hacía mucho que no intentaba esto. En el pasado, en el bosque perdido, le resultó muy útil para que los soldados no encontraran el templo, cuando hacían alguna batida. En el Mundo Oscuro, no había llevado, pero contaba con Urbión. El sheik sabía borrar sus huellas.

"Ya estoy, otra vez, recordándole".

Tiró la primera de las semillas, entre los cuerpos de los goblins. Mientras masticaba una de ellas, para ser inmune al olor, Zelda observó los cuerpos de los moblins. El que ella había derribado estaba cortado por la mitad, casi. "¿Por qué en nuestra época no existen? Jamás oí hablar de esto. ¿Saldrán en los libros? Link ya habría buscado información, qué son los moblins, qué es el clan yiga ese, quienes son Midla y Sir Bronder, si existió un hechicero en la corte de Hyrule que era de Gadia..."

Pensaba en ellos en pasado, cuando en realidad, estaban vivos, huyendo del pestazo. El viento soplaba en dirección al campamento, monte abajo. Era una suerte. El olor no evitaría que los goblins se acercaran, pero se despistarían e irían en la dirección en la que Zelda estaba tirando las semillas, al contrario que la dirección por donde se habían ido los príncipes. Al cabo de un rato, satisfecha por el resultado, Zelda marchó en dirección al grupo. Estuvo a punto de volverse, bajar ella sola el monte y tratar de regresar al dominio de los zoras. Lo habría hecho, pero se lo impidió el pensamiento de que debía llevarse el bastón de plata, que seguía en poder de Ander. En realidad, por mucho que lo negara ante ella misma, sabía que no podía abandonar a Midla, con ese rostro anegado de lágrimas, ni al príncipe Lion, con ese gesto de asco y odio hacia el arco de un enemigo.

Los dos príncipes necesitaban mucha ayuda, y el skull kid le había dicho que debía ayudarles… ¿O solo había dicho ayudarle?

– ¿Qué haces?

La voz del infante Lion sobresaltó a Ander. El hechicero se había acercado a la chica pelirroja, mientras esta dormía. Cogido en falta, el mago retrocedió un poco para decirle al príncipe que no se preocupara y que no hiciera ruido.

Habían caminado todo el día, sin hacer pausas, guiados por la seguridad de que la fuente ya estaba cerca. Midla había dicho varias veces que el lugar era sagrado, y que allí no habría goblins ni más enemigos. Era cierto, corroboró Ander. Hablaron de que quizá habría alguna sacerdotisa, pero hacía mucho que no se sabía nada de ellas. El péndulo de diamante les indicó que la fuente estaba tras la última subida, en un recodo. Al cruzarlo, se encontraron con una especie de templo, con las piedras grises cubiertas de musgo. Lo primero que vieron fue un arco, después una especie de patio, con el resto de una fuente, de la que salía un regato, y unos escalones ajados que llevaban a un segundo piso que ya no existía. Allí no había nadie, ni el sonido de ninguna criatura. Solo el agua que corría, al fondo, tras otro gran arco, bajo la efigie de una de las tres diosas, en actitud de rezo. Era ya de noche, y el aire que bajaba del pico era frío. El soldado Raponas volvió a montar la tienda de campaña de los príncipes, con ayuda de Zelda. Después, repartieron las raciones, sin cocinar porque Sir Bronder no quería encender una hoguera.

Según la labrynnesa, ella había despistado a los goblins. Apareció un buen rato después de dejarla atrás, y se había colocado en la retaguardia. Durante el camino, no habló mucho, pero Lion se le acercó un par de veces para que le explicara algo de los movimientos que hizo con la espada. Zelda le prometió que cuando pudiera, le enseñaría un poco, pero no quiso hablar más.

Al terminar la escasa cena, la chica bostezó, sentada en los escalones de piedra. Ander se acercó a ella y le preguntó si estaba bien, y ella respondió que sí, pero que se encontraba cansada. Raponas se había quedado dormido, tras decirle Sir Bronder que debía descansar un par de horas y que el caballero le despertaría. Zelda se había ofrecido a hacer la última guardia, la de justo antes del amanecer, y Sir Bronder asintió. Ander le ofreció una de las galletas que llevaba con él. Le dijo que eran perfectas para recuperar la energía, que debía comerla antes de irse a dormir y se despertaría como si hubiera descansado diez horas seguidas. Sin embargo, el hechicero no le dijo que era porque provocaban una fuerte somnolencia.

Lo hizo para este momento: poder acercarse a Zelda y examinar la mano derecha de la chica, sin que ella sospechara.

Tuvo que esperar a que Midla y Lion se metieran bajo la tienda. Sir Bronder no dijo nada, al ver al hechicero acercarse despacio hacia Zelda, atento como siempre bajo sus pobladas cejas. Ninguno de los dos advirtió que Lion había salido de la tienda y estaba allí, de pie.

– Shh… Alteza, vuelve a la tienda.

– ¿Es por eso que le brillaba? Parecía que llevaba un guantelete… – el príncipe se acercó también. Sir Bronder asintió y Lion se colocó detrás de Ander.

Zelda dormía boca arriba. No se había abrigado con la manta, tenía las manos cruzadas sobre el estómago. Parecía, estirada sobre el escalón, una peregrina agotada. Puede que no fuera una equivocación. Al menos, había viajado mucho para llegar a este lugar. Antes de que la galleta le hiciera efecto, tuvo tiempo para colocar la mochila como almohada, y su cabeza estaba rodeada de los cabellos rojos, rizados y ondulados, algunos mechones con restos de hojas. El hechicero le retiró una de ellas, mientras pensaba que así, dormida, parecía una chiquilla más.

La mano derecha estaba escondida bajo la izquierda. Ander se atrevió a tocarle la mano, caliente al tacto. La chica tenía un montón de callos, las manos rugosas y secas de alguien acostumbrado a estar todo el día trabajando. Ander miró a Sir Bronder, y este, en voz muy baja, le confirmó:

– Lleva muchos años usando una espada. Tiene callos de veterano de guerra.

– Me dijo… - Lion habló muy bajo –… Que se fue de su casa en Labrynnia con 11 años. ¿Qué edad tiene? Es mayor, pero más joven que mi hermana…

– Más de 11, seguro, pero no llega a los 16 – dijo Sir Bronder –. Lo que buscas, brujo, es la cicatriz. Tiene una en el dorso de la mano derecha.

– Fue eso lo que brillaba – Ander retiró por fin la mano y pudo ver lo que decía Sir Bronder. Sí, era una cicatriz. No muy grande, parecía hecha con un fino cuchillo. Tenía forma de triángulo. El hechicero volvió a mirar el rostro de la chica. Con las pestañas largas, la expresión de descanso, la piel morena cuajada de pecas y las orejas de hylian, parecía una niña pequeña, lista para levantarse y marcharse a la escuela, y después jugar con sus amigos. En su lugar, llevaba cota de mallas, armas y un montón de semillas de fuego, luz, misteriosas y apestosas, como ella había dicho.

– ¿Quién es? – se preguntó el hechicero.

– Lo averiguaremos – el caballero le tendió la manta de la chica –. Ya que estás ahí, échale esto por encima. Me está poniendo nervioso, se va a resfriar. Y tú, infante desobediente, vuelve con tu hermana y descansa.

– Yo quiero hacer una guardia, también – dijo entonces Lion. El hechicero le dijo que se fuera a la tienda, y que la próxima noche, ellos dos harían la primera guardia juntos. Lion aceptó y volvió a la tienda, no sin antes decir:

– Zelda es muy rara, pero es sabia, divertida y lista. Me gusta, y a Midla también. Por favor, no le hagáis daño.

– Descuida, alteza – le tranquilizó Ander. Una vez Lion regresó a su cama, el hechicero se preguntó, más para sí mismo que esperando una respuesta –: ¿Podemos confiar en ella?

– No, pero es cierto que, hasta ahora, nos ha ayudado bastante. Vamos a seguir observándola.

– ¿Y no tienes idea de lo que puede ser aquello que brilló en su mano? Jamás había visto nada así, pero me suena… Me suena algo que leí sobre este país, hace mucho…

Sir Bronder se movió. Como siempre, estaba sentado, con sus armas listas. Rara vez dormía acostado, lo que hacía sospechar que nunca dormía realmente. El hechicero se preguntó si podría haberle dado a él una de sus galletas, pero el caballero no habría aceptado. Zelda no era la única que recibía miradas de recelo.

– No, no lo sé, pero sea lo que sea, derribó a un moblin igual que si fuera un rayo. La pelirroja tiene agallas, y ahora mismo no tenemos más remedio que reclutarla.

– Con suerte, Midla recibirá la respuesta en la fuente mañana y podremos regresar al castillo – Ander usó la manta para tapar a Zelda. Volvió a colocarle las manos, y la chica entonces se removió. Susurró el nombre de Link, y dijo que dejara de molestarla, que no iba a levantarse para hacer el desayuno. Se puso de lado, y se llevó las manos bajo la almohada improvisada. Ander dio dos pasos atrás y se alejó, con cuidado de que no le oyera.

"Otra vez, ese nombre, Link..."

En el sueño de Zelda, el orco dorado le estaba resultando difícil de vencer. Se movía con agilidad, aunque tenía una oronda barriga y unas patas cortas. Usaba una lanza plateada, rematada con una joya de color azul del tamaño del torso de Zelda. En la vida real, sería un arma inútil, pero en su sueño le hacía daño. Cada vez que le rozaba, Zelda sentía frío, y se movía para evitar quedarse congelada.

– Zelda – la llamó alguien, a lo lejos.

– Ahora no, Link. Te toca a ti… – dijo ella, aunque no entendía por qué decía esto. No tenía sentido, sus sueños no solían tenerlos.

– Es importante, Zelda, ten cuidado. El durmiente…

De nuevo, Zelda se incorporó con tanto ímpetu que se resbaló en el escalón, se enredó con una manta que tenía alrededor del cuerpo y cayó de lado en el suelo. Esta vez, no solo asustó a Raponas, sino también a los príncipes, que estaban ya desayunando, al hechicero, que le preguntó si estaba bien, y a Sir Bronder, que soltó una carcajada.

Parecía que solo se podía reír si era a costa de alguien.

– Buenos días, pelirroja. Se te han pegado las sábanas, hoy – dijo el caballero.

– Buenos días, Sir Oso. ¿Por qué no me habéis despertado? Tenía que hacer la última guardia… – Zelda agradeció no haber sacado la espada. La verdad, es que apenas se acordaba nada más que hablar un momento con Ander. El regusto a jengibre en la boca le recordó la galleta. De inmediato, miró al mago y le dijo: – ¿Esas galletas, qué demonios llevaban?

El príncipe soltó una carcajada, pero su hermana le miró y Lion bajó la mirada a la escudilla con el huevo recién hecho.

– Estabas agotada, necesitabas descanso. No te preocupes, yo he hecho tu guardia. Esta noche harás la mía – el mago le tendió un trozo de bizcocho. Zelda esta vez no lo aceptó.

Comprobó, de forma discreta, que seguía teniendo sus cosas. Comió un poco de la ración de Wasu, no sin antes volver a dar las gracias al soldado. Tenía el mapa, las semillas, y la brújula. Al ver esta, en el bolsillo de la mochila, Zelda recordó el día que se la regaló, el mismo que la espada, y la traducción del grabado. "Ojalá supiera cómo regresar. A estas alturas, estarás preparando una fiesta, para todos los habitantes de Kakariko. Seguro que has pensado en todo lo que a los ciudadanos de la villa les gusta: puestos de comida, juegos, música, y baile. Me hubiera gustado llevarte tu regalo, aunque a lo mejor habría sido muy raro, y tú me mirarías como si estuviera loca, y puede que me dijeras que no era necesario".

– De acuerdo – la princesa se puso en pie –. Debo prepararme. Entraré en la fuente y empezaré los rezos. Necesito máximo silencio, es primordial.

– Así se hará – el caballero asignó a Zelda y a Raponas que revisaran alrededor de la fuente. Zelda hubiera entrado tras la princesa. Tenía curiosidad para conocer el rito, pero al ver la solemnidad con la que Midla salió de la tienda, vestida con una túnica blanca y el cabello suelto, supuso que era un acto para el que requería intimidad.

Obedeció a Bronder, con la compañía del príncipe. Lion y ella caminaron por el lado derecho del pequeño templo, más bien una especie de capilla. La vegetación se había apoderado de las columnas y muros, de tal forma que era casi imposible ver los grabados. El príncipe se acercó a ellos, retiró un poco de musgo con la mano y frunció el ceño.

– ¿Qué opinas? ¿Te parece interesante? – Zelda recordó la forma en la que el rey se inclinaba sobre algo que le gustaba, con la lente de la verdad, y empezaba a contarle sus teorías, lo antiguo que era, lo curioso, qué mostraban, la traducción…

– No – dijo el príncipe, el de este tiempo. Puso la misma expresión de hastío que otras veces –. Mi hermana es quién sabe de estas cosas. Ander y ella se pasan horas hablando de historia…

"Así que ese lado le viene de ella" Zelda observó al príncipe. Llevaba el arco colgado a la espalda, junto al carcaj que perteneció al soldado Wasu. En algún momento, quizá mientras ella dormía, el príncipe había recuperado la espada de entrenamiento. La llevaba a la cadera, de la misma forma que Zelda y el caballero, solo que en su caso había tenido que dar dos vueltas al cinturón.

– Bien, en vista de que tu hermana va a estar un rato ocupada, vamos a practicar. ¿Te animas?

– ¿Practicar? ¿Con la espada? – y la ilusión y curiosidad que su hijo sentiría por las piedras iluminó el rostro del futuro Rey Rojo – ¿Ahora mismo?

– Sí. No voy a usar la mía, porque puedo destrozar la que llevas, pero me las puedo apañar – Zelda recogió un palo del suelo, el resto de alguna gruesa rama. Agitó la rama, dibujando dos círculos – Te enseñaré a esquivar. Es importante que empieces por esto. Fíjate bien…

Muchos años atrás, Radge Esparaván, junto a su pequeña niña de cinco años, con el pecho aún vendado por las severas heridas que le hizo el Caballero Demonio pronunció las mismas palabras que Zelda le estaba diciendo al príncipe. La importancia de seguir la punta del arma del enemigo, de leer la posición de los pies, la postura del cuerpo. Claro que Radge desconocía que la mayoría de los enemigos a los que se enfrentaría Zelda más tarde carecerían de todo eso. De momento, el príncipe ya tenía sus problemas. Zelda observó que alguien le había educado en el arma, porque sabía colocarse en buena posición, y era fuerte, para ser un niño de casi trece años. Un par de años más, y entraría en la adolescencia con los músculos de Kafei.

Pasó el mediodía, y los dos acabaron sentados, en la fresca hierba del templo, mientras bebían de la cantimplora. El príncipe sudaba a mares, pero sonreía. A pesar de estar en forma, se veía que había pasado tiempo sentado, y tenía ciertas redondeces en la cara y en las mejillas. "Lo normal en un chiquillo que se ha pasado la vida sin pasar hambre" pensó Zelda.

– No has estado mal. Necesitas practicar más, no descuides las lecciones.

– ¿Podré pelear como tú? – preguntó Lion –. Fue alucinante cuando le dijiste al moblin que ibas a acabar con él de un golpe… Y lo hiciste. ¡Pum! Le cortaste por la mitad.

– No, como yo… La verdad es que no sé ni como lo hago – Zelda se encogió de hombros. Ella estaba sentada en la hierba, el príncipe se había dejado caer hasta quedar boca arriba, con los brazos extendidos.

– Te brillaba la mano – dijo Lion –. ¿Eres hechicera? ¿Es un truco de magia, o una de esas semillas?

Zelda se miró el dorso de la mano derecha. Tenía la cicatriz del triforce. Cuando regresaron del Mundo oscuro, tanto ella como Link tenían esas marcas. Zelda había confiado en que el triforce del valor le abandonaría una vez terminada la misión, pero parecía que quien era portador, lo era de por vida. Link también se había hecho las mismas preguntas y Saharasala solo les dijo que si su pieza se había quedado en ellos era porque sería necesario.

En su tiempo, todo el mundo sabía que ella portaba el triforce del valor, al menos los habitantes de Hyrule. En este tiempo, desconocía si podía decir tan alegremente que era la heredera del Héroe del Tiempo. ¿La creerían?

– No me lo tienes que decir, pero Ander quizá te pueda ayudar. Deberías hablar con él y con Midla – el príncipe se incorporó.

– Lo tendré en cuenta, infante. Muchas gracias – Zelda asintió con la cabeza –. Ahora, me toca a mí preguntar. ¿Por qué tu hermana tiene que rezar aquí? Creía que ya habría hecho el rito en el templo de la Luz, ¿no? El de la flauta.

– Ah, eso… – Lion se tiró de uno de sus rizos, y lo puso detrás de una oreja. Otro gesto que le había visto hacer a Link –. Sí, es cierto. Me sorprende que lo sepas. Hizo el viaje cuando cumplió los 12 años, pero yo no lo recuerdo, era muy pequeño entonces – Lion dejó de hablar. Cuando continuó, lo hizo con una voz un poco más grave de lo normal –. Un tiempo después, empezaron a aparecer grupos de goblins, orcos y también de esas cosas que se llaman moblins. Destruyeron varias ciudades, como las del soldado Wasu – y aquí se detuvo. Volvió a hablar, intentando ser un poco más alegre –. Mi hermana y Ander creen que la respuesta a estas hordas está en antiguas leyendas. Se dice que cuánto más monstruos hay, más cerca está el amo del Mundo Oscuro. Que está tratando de salir de su prisión, y mi hermana está rezando, usando los poderes de la familia real, para saber qué debemos hacer.

– ¿Los poderes de la familia real? – Zelda recordó a Link tocando la flauta e invocando el fuego.

– Las mujeres de la familia real heredan poderes mágicos. Algunas pueden ver el futuro, otras son magas excelentes… Mi hermana es una especie de sacerdotisa, se comunica con los espíritus y criaturas misteriosas. Ella me contó una vez que habló con un hada, en el jardín. En el templo de la Luz le dijeron que podía ampliar sus poderes y hallar respuestas si rezaba en lugares sagrados. Por eso vinieron aquí, a la fuente de Faren. Antiguamente, vivía aquí un dragón que era el favorito de la diosa Farone.

– ¿Y tú, no tienes ningún poder mágico?

– ¿No has escuchado lo que acabo de decirte? Solo las mujeres tienen esas habilidades. Yo no, pero seré el mejor guerrero que haya existido. Mejor que mi padre, y desde luego, mejor que Sir Bronder… Si alguna vez acepta por fin batirse en duelo. Dice que no pierde el tiempo con renacuajos.

Zelda soltó una carcajada. Le parecía propio del caballero y de su carácter, claro que para él todos eran renacuajos.

– No debería subestimar el poder de las criaturas pequeñas. Las hormigas son minúsculas, y pueden acabar con una cigarra si se unen – Zelda se señaló a sí misma con un pulgar –. Yo también quiero retarle. No le perdono que me derribara de un bofetón. Cuando le venza, ya sabrás que no hay torre alta que no pueda caer.

"Otro de los dichos de mi padre"

– ¡Podrías retarle cuando regresemos al castillo! Sería todo un espectáculo.

Zelda recordó la forma tan bruta en la que la dejó fuera de combate. No era buena idea retarle con público, no quería ser humillada otra vez. Aun así, le dijo al príncipe que se lo pensaría, al igual que su consejo de hablar con Ander sobre la marca del triforce.

De regreso al campamento base, se encontraron a Raponas, que había regresado mucho antes que ellos, y con Sir Bronder. A juzgar por la falta de preguntas, supo que el caballero sabía que habían entrenado con la espada. Ander no estaba. Zelda levantó la ceja y empezó a preguntar, cuando el caballero dijo:

– Está haciendo compañía a la princesa, mientras termina sus rezos.

– ¿Cuánto tiempo le puede llevar? – preguntó entonces Zelda.

– El que necesite – respondió el caballero.

Raponas les dijo que había cazado un par de liebres, y que estaba haciendo un estofado con setas que había recogido. Tras comer, Lion dio una cabezada, y Zelda, poco acostumbrada a estar tanto tiempo quieta, sin actividad, y después de la noche de sueño profundo, decidió ocuparse de limpiar las escudillas y deshacerse de la piel del animal. Raponas dejó parte del estofado, tapado con un pañuelo. Esa noche, Zelda hizo la primera guardia, e insistió en hacerla doble por el hecho de haber dormido toda la noche anterior. Por si acaso, no aceptó nada que viniera del mago. Esa noche, Ander regresó del interior de la fuente, y dijo que aún no había respuesta. Entonces, tomó su lugar el caballero. El príncipe Lion se quedó dormido, por primera vez fuera de la tienda. Zelda miró su rostro dormido, pensando que en ocasiones así le recordaba más a Link.

Raponas también aprovechó para dormir, y Zelda empezó la que sería su guardia doble. Ander comió un poco del estofado, sin dejar de mirar a la chica. Entonces, Zelda decidió seguir el consejo del príncipe. Al menos, una parte.

– Anoche, me drogaste. Voy a pasar por alto que eso es un delito, solo necesito saber el porqué.

El mago estaba masticando en ese momento, y al escuchar la frase de Zelda, casi se atragantó. Empezó a toser, tragó la bola de carne que se le hizo en la boca y replicó:

– No, yo…

– Hace tiempo que no duermo de forma tan seguida, y con tanta profundidad. Solo cuando he estado enferma o herida, por las medicinas – Zelda se cruzó de brazos. Sabía que podía resultar intimidante, y en esos momentos necesitaba que este chico que le sacaba 5 años, más sabio y seguro le tuviera al menos respeto –. Admítelo, y pasaremos a hablar de lo que realmente importa. ¿De acuerdo, Ander?

– Sí, tienes razón. Esas galletas las uso para dormir, y es cierto que te las di para estar seguro de que no me atacarías si me acercaba a examinar tu cicatriz – el mago dejó la escudilla –. Siento haber recurrido a un subterfugio tan tonto, discúlpame.

– De acuerdo. El príncipe me ha aconsejado que hablara contigo y con Midla, y creo que puedo hacerlo. Para empezar, necesito que me digas si has podido examinar el bastón de plata…

Ander lo sacó de entre sus cosas. Admitió que no había tenido tiempo para examinarlo, y se lo devolvió a Zelda.

– Solo he podido detectar que albergó un gran poder, y que aún tiene algo, pero desconozco cómo usarlo. ¿Lo encontraste clavado en un árbol? Hay una forma de revivir objetos antiguos, y es con la salvia de determinadas plantas. Cuanto más viejo sea el árbol, mejor.

Un arce de agua… Era anciano, y raro, y en algún sitio se plantaban delante de cementerios o iglesias. Zelda recordó la savia verde, y se preguntó si el propio árbol no habría mandado ese color para pedir ayuda.

– Te lo devuelvo, pero te aconsejo que sin saber qué hace exactamente, no debes usarlo – aconsejó el mago, mientras veía a la chica rechazar el bastón.

– Guárdalo, entonces, y sigue investigando, si te dejan las obligaciones con los príncipes. Ahora, la cicatriz que tanto llama la atención es esta – Zelda alargó la mano derecha, en dirección a Ander, y este la tomó, para observar de cerca la marca –. Es algo que tengo, desde hace mucho tiempo. Me ayuda a luchar, aunque no siempre reacciona cuando yo quiero. Lo hace cuando la situación se pone peligrosa.

– ¿A cuántas situaciones peligrosas te has enfrentado? Pero si eres una chiquilla, por el amor de las diosas…

– Tantas como los príncipes, por lo que veo – Zelda miró hacia la figura durmiente de Lion –. Midla me dijo que su madre murió por un ataque de los goblins, y que estaban juntos en ese momento.

– Sí, los pobres… Midla tenía 13 años, Lion 6. Es un tema muy delicado, tanto para ellos como para Sir Bronder, que estaba ese día.

Zelda asintió. Comprendió al caballero, su manía con respecto a la seguridad de los príncipes, y también pensó en su propia madre y cómo su muerte a una edad temprana afectó a su padre y a ella.

– ¿Tienes más preguntas sobre mi cicatriz? – preguntó Zelda. Esperaba que el mago entendiera que ella le respondería, y esperaba que el hecho de haber ocultado que era el triforce del valor no le causara problemas después.

– Me preocupa que digas que no puedes controlarlo. Sería mejor que pudieras contar con él. La magia – aquí Ander levantó una mano. Empezó a moverla, en círculos, mientras estiraba y encogía los dedos– se basa en el poder de la mente sobre la naturaleza. El mundo entero tiene sus leyes, la magia te ayuda a entender aquellas que no son visibles, y usarlas en tu beneficio. Eso que vi brillar en tu mano despedía poder mágico, pero en cuanto dejó de brillar dejé de percibirlo. Si tienes esa habilidad, deberías controlarla para poder usarla, y no contar con que aparezca cuando tú lo necesites. Yo puedo enseñarte, al menos la parte de concentración y meditación. Pero, claro, si tú quieres.

Zelda asintió. El triforce del valor había hecho cosas por su cuenta, como la vez que la salvó de morir de una caída. Sería mejor saber qué podría contar con él, aunque la idea de dominarlo en su beneficio no le parecía adecuado. "Otra cosa más de la que hablar con Link", se dijo.