Capítulo 7 La misión

La princesa estaba igual de sorprendida, miraba alrededor, preguntaba por Sir Bronder y Ander, y por Lion, pero no recibía respuesta. Su voz sonaba con eco, como si en vez de una única Midla hablaran tres por ella. Zelda sacudió la cabeza, y entonces, de detrás de la estatua salió una figura. Por unos segundos, Zelda recordó la primera vez que vio a Saharasala, después de que Link tocara la canción del Tiempo, y que los dos vieran la antigua ciudadela de Hyrule tal y como debió ser 300 años antes. Esta persona que se acercó a ellas era muy parecida al sacerdote sabio de la luz, pero era una mujer. Tenía una melena blanca recogida en una trenza, que se balanceaba con el mismo ritmo que sentía Zelda en la mano derecha. Descendió el escalón, y se hundió en el agua como ellas, solo que al hacerlo no generó ondas. El agua, ahora que lo sentía, había dejado de estar fría. La mujer sonrió, sus largas orejas hylians sobresalían entre los cabellos plateados. Tenía los ojos verdes, profundos y firmes. Avanzó hasta llegar frente Midla. Le tocó la frente con el dedo índice, y entonces le escuchó susurrar algo, y la princesa se arrodilló, y dio las gracias. La mujer se dirigió a Zelda:

– Heroína de Hyrule, este no es tu tiempo.

– Lo sé – Zelda miró hacia Midla. Había agachado la cabeza, y parecía haber caído en un trance –. No es por mi gusto que estoy aquí. ¿Con quién hablo?

– Soy el espíritu de la sacerdotisa que cuidaba este lugar, mi nombre cuando vivía era Imya – la mujer movió la cabeza y se acercó un poco más a Zelda.

– ¿Sabes tú cómo puedo regresar? – y envainó la espada.

– Llegaste aquí porque respondiste a la llamada de auxilio de una criatura. Tu destino está ligado a la persona que debes proteger. Hasta que no termines con tu misión, no podrás volver a tu tiempo.

– Ese skull kid me dijo algo de un durmiente, y de un tal… Grahim, creo.

– Grahim es un enviado del señor tenebroso, aquel al que, en tu tiempo, has derrotado. Tiene como misión despertar al durmiente. Si lo hace, romperá el sello que mantiene al señor en el Mundo oscuro. Por suerte, el peregrinaje que ha empezado la princesa mantendrá el sello. Debe ir a las otras dos fuentes del poder y a la tierra del presidio: una está en el desierto, en el panteón del castigo. La otra se encuentra en el bosque, en un templo que tú ya conoces: las llamadas Praderas Sagradas. Terminado los rezos, debéis ir a Templo de la luz y allí os indicarán donde se encuentra el durmiente. Una vez Midla termine el ritual del rezo, el durmiente quedará sellado y Grahim no podrá llegar a él. Sin embargo, te advierto: este enemigo usará el ejército de criaturas malignas y a otros seres para asesinar a la princesa y evitar los rituales. Por eso, la fuerza de tu valor es valiosa en este tiempo.

– ¿Y podré volver a casa? ¿Al mismo día y lugar? – preguntó Zelda.

– Sí, te concederé las gracias que desees. Pero antes debo hacerte otra advertencia: ten cuidado con lo que cuentes a tus acompañantes. No debes decir nada que cambie tu futuro o el del portador del triforce de la sabiduría… – Imya alargó la mano y le tocó la mejilla. Zelda sintió que la herida se cerraba –. Descuida, se pondrá bien.

Imya había abierto la boca, pero la voz que usó para decir las últimas palabras sonó masculina, grave. Zelda parpadeó. Estaba tendida en el suelo, con las ropas aún empapadas por la fuente. Ya no estaba Imya, en su lugar estaban Raponas, Ander y el príncipe Lion, que se mordía las uñas y tenía los ojos con lágrimas.

– ¿Qué ha pasado? – trató de incorporarse, pero Ander, que era quién estaba más cerca, la detuvo sujetándole los hombros –. ¿Midla, está bien?

– Sí, sí… Y tú. Por suerte tenía antídoto para el veneno de los yiga, pero aún es pronto para que…

Zelda le apartó, y se puso en pie. Excepto por un ligero mareo, se encontraba bien. Miró alrededor. No estaban en la fuente, sino en el campamento. Sentada en los escalones, estaba Midla, vestida de nuevo como siempre. Hablaba en voz queda con Sir Bronder, y al ver a Zelda incorporada, se puso en pie ella también:

– ¿La viste, verdad? – preguntó la princesa.

– Sí, se llamaba Imya… – y toda la energía que había sentido, de repente la abandonó. Se sentó en el suelo, frente a Midla, sin resuello apenas –. Hay que ir… al desierto.

– El desierto – Sir Bronder observaba a las dos chicas, desde su altura –. El desierto está en manos de las gerudos. Será un viaje muy peligroso, y largo. No podemos ir así como así.

– Creo que a medio camino está la aldea de Hatelia, podemos parar a ver a mi tía. Ella nos dará apoyo – Midla se acercó a Zelda. La ayudó a levantarse –. Imya me dijo que tu misión es ayudarnos, y que debemos confiar en ti, aunque no me explicó quién eres.

– Alguien que aparece misteriosamente. Sigue siendo sospechoso – el caballero las observaba, los brazos cruzados y el ceño fruncido.

– Me dijo lo mismo, que debemos evitar que el durmiente despierte. Y tenías razón, Ander y tú, Midla: todo esto tiene que ver con la aparición de hordas de goblins y orcos – Zelda asintió y logró ponerse en pie –. He aceptado la misión, así que os ayudaré.

"Me lleve el tiempo que me lleve. No dejaré que el señor oscuro regrese".

Después de eso, Zelda y Bronder discutieron. El caballero decía que no podían marcharse montaña abajo en plena noche, pero la chica decía que debían ponerse de inmediato en camino. Al final, fue el hechicero, que se había mantenido al margen, quién dijo:

– Sir Bronder tiene razón, y discutir tanto no ayuda. Hagamos una última noche de guardia aquí, bien atentos a otro ataque de los yiga, y marcharemos al amanecer. Yo voy a levantar una barrera para avisarnos.

Raponas se mostró de acuerdo, y Midla dijo que Zelda debía descansar aún. La chica negaba con la cabeza. Se encontraba bien, aunque el mareo iba y venía. Aún así, hizo la guardia, bien atenta. Antes de eso, pidió a Ander que le diera más información sobre los yiga. El mago le explicó entonces, de una forma resumida:

– En el pasado, los sheikans se dividieron en dos facciones. Una era afín a la familia real, la otra se unió al señor tenebroso y le ayudó a llegar al Mundo Dorado de las diosas. Esta facción se hizo llamar clan Yiga, y desde entonces, tienen jurado acabar con la familia real. Son asesinos expertos, han intentado atentar contra los príncipes y el rey en varias ocasiones. Sin embargo, cada vez quedan menos.

Zelda se preguntó, si eran asesinos tan expertos, por qué habían respetado la vida de Raponas. El soldado ni siquiera fue envenenado por las hojas de sus cuchillas, como le pasó a Zelda.

– Su misión es acabar con la vida de la familia real, entiende que el resto somos marionetas y, a menos que te interpongas como hicisteis Bronder y tú, no suelen matar. A mí tampoco me hicieron mucho daño, aunque tengo un buen chichón.

Se alegró de que Midla no llegara a resultar herida, y que Lion se encontrara bien. El chico, una vez pasado el susto de ver a Zelda y a su hermana en trance, pasó a contarle cómo había escalado la columna, disparado con certeza una vez vio por donde iba a aparecer el asesino yiga, y cómo acertó al otro cuando se distrajo. El chico parecía no darse cuenta de que había matado a uno, y Zelda no quiso hacerlo notar. Estaba demasiado contento.

– Buen tiro, sí señor, pero intenta no estar tan visible. Un tercer yiga, y ahora tú también estarías envenenado – dijo Zelda.

Ander le había explicado que, aunque ella había tomado un antídoto, el veneno se quedaba un tiempo. Tendría que tomar la infusión de hierbas unos días, y el mago había adelantado que tendría fiebre. Y era cierto que, al llegar el amanecer, Zelda se notaba la piel tirante y caliente. Se tomó la infusión sin esperar a que se enfriara, y ayudó a recoger las cosas. En menos de media hora, ya estaban camino descendente, de nuevo en formación. Bronder dijo que no pararían hasta descender del monte, y cumplió la promesa. Habían tardado 3 días en subir hasta la fuente, y con el paso rápido fueron dos. Solo pararon un momento en el claro donde había fallecido el soldado Wasu, a petición de Midla, que rezó y le puso una flor en la tumba. Raponas hizo un gesto de saludo, pero se giró rápido, y Sir Bronder, tras observar un momento el árbol, comentó:

– Será recordado – y se marchó, no sin antes decirle a Zelda que se diera prisa. Ella aprovechó para recoger algunas semillas ámbar y luz que había plantado por allí.

"Gracias por coser la capa, y por tus provisiones. Si regreso a mi tiempo, volveré aquí y te traeré flores" se prometió Zelda. Se imaginó ese viaje. Convencería a Link, a Leclas (este siempre se apuntaba a cualquier cosa), a Saharasala y puede que a Kafei, aunque sería difícil que viniera sin poner alguna pega relacionada con Maple. Los veía con ella, haciendo bromas, Link diciendo alguna cosa sobre el origen de las fuentes que había leído en un libro, la sombra de Kaepora Gaebora sobre ellos, y Zelda contándoles esta aventura, ocurrida incluso antes de que ellos nacieran.

– Deberíamos parar – dijo alguien, que no era ninguno de sus amigos, sino un tipo delgado con el cabello castaño, y muy alto. Zelda le miró, con el ceño fruncido, recordando que era Ander, el hechicero de Gadia, pero no recordaba que se hubiera hecho tan alto.

– No. Yo llevaré a la pelirroja, qué remedio – dijo Sir Bronder, que si antes siempre le pareció alto, ahora le parecía igual que una torre. Zelda parpadeó y comprendió que estaba tendida en el suelo.

– Estoy bien, solo ha sido… un mareo. Me tomaré la infusión y seguiremos – Zelda se puso en pie ella sola, sin apoyarse en el hechicero ni en el caballero.

Procuró, a partir de ese momento, concentrarse en el entorno y en lo que veía, y trataba de no pensar tanto en otras cosas, como en lo que diría Link cuando le contara la profecía del durmiente, y la sacerdotisa fantasmal, y los miembros del clan yiga, de los que en su tiempo jamás había oído hablar. Pensó que si iban al desierto, verían a las gerudos, pero quedaban años para que nacieran tanto Zenara como Nabooru, por lo que no podía contar con su ayuda. Estaría gobernando su abuela, y su madre sería ya una candidata a ser la jefa de las gerudos. No había oído mucho hablar de ella, solo que había creído en la paz, en mantener buenas relaciones con la familia real y que la reina Estrella mandó asesinarla.

Con una sed terrible, agotada, y con calor por todo el cuerpo, Zelda consiguió mantenerse en pie. Por fin llegaron al lugar donde el camino había desaparecido. Zelda miró hacia atrás, enfadada, porque había olvidado recoger las semillas ámbar que plantó. "Necesito plantar más, si no, me quedaré sin ellas". Quizás, en ese sitio al que iban, Hatelia, si estaban al menos 3 días, con suerte podría obtener bastantes.

Todavía quedaba un trecho, hasta el escondite donde el grupo de la princesa había escondido los caballos. Se trataba de una cueva en el desfiladero entre los dos montes, a medio día de camino. El sol era de justicia, le hacía daño en los ojos. Se sintió mejor cuando se tomó el té que se hizo, una vez pararon para descansar. Midla se veía agotada, y su hermano Lion se quedó dormido con la cabeza apoyada en el regazo de su hermana, nada más sentarse. Raponas, Zelda, Ander y Sir Bronder se dividieron las guardias, y comieron en silencio, para dejar a los dos príncipes descansar. Antes de terminar su guardia, el hechicero hizo sus conjuros alrededor del campamento, para escuchar cualquier enemigo que se acercara, humano o monstruo.

Una vez con el té, y tras dar una buena cabezada después de su guardia, Zelda se sintió más despejada. Antes de partir, Ander insistió en examinarla.

– Tienes una buena constitución, incluso para alguien de tu edad – comentó el hechicero –. El veneno ha empezado por fin a desaparecer. He visto a soldados más altos que tú delirar durante días. Pareces solo un poco más aturdida.

– No me encuentro como siempre, pero puedo continuar – Zelda se puso en pie, y por un segundo, el mareo le hizo inclinarse, pero siguió erguida.

El viaje se hizo aún más tedioso, y peligroso. En la llanura, se sentía desprotegida. Sabía que los monstruos podrían verles llegar sin ningún problema, y si veían que iban al desfiladero, planear una emboscada. Por suerte, Sir Bronder sabía bien esto, porque él mismo se adelantó, pidió al grupo que se mantuviera oculto tras una roca, y fue a buscar al tercer soldado que tenía los caballos. "Hay una posibilidad de que le hayan atacado, y se encuentre con su cadáver" pensó Zelda, mientras miraba desde detrás de una roca como Sir Bronder desaparecía en el interior de la cueva. Se llevó la mano a la cadera. No sentía el triforce latiendo, pero tampoco podía confiarse.

No era la única nerviosa. Raponas apuntaba con la ballesta, y Ander tejió esa red de luz alrededor de los príncipes, por prevención. Lion intentaba escaparse de la malla, el arco ya presto, pero su hermana le retenía por los hombros y le pedía que se quedara a su lado.

Zelda vio como Sir Bronder y un soldado aparecían en el camino. Sir Bronder montaba un caballo grande, de color negro, y llevaba las riendas de otros dos: uno también negro con las crines blancas, y otro blanco. El soldado llevaba un carromato, con un caballo alazán detrás. Zelda susurró que con eso tardarían un siglo en llegar a cualquier parte. Ahora entendía por qué cargaban con tantas cosas.

Lion, que había logrado escapar de su hermana, se asomó junto a Zelda y soltó una exclamación.

– ¡Caranegra! – y bajó corriendo. Zelda solo pudo achacar el hecho de estar febril a que no tuvo suficientes reflejos para agarrar al príncipe.

– ¿Caranegra? – susurró.

– Sí, es su potro. Está endemoniado – susurró Raponas a su lado –. El caballo que lleva Urbión es el de Wasu…

– ¿Quién has dicho? – Zelda miró a Raponas. Era la fiebre, la fiebre sin duda. El soldado no la miró. Se acercó hacia el desconocido. Llevaba el yelmo de soldado y no podía verle bien. Zelda se puso en pie y acompañó a Midla y a Ander hasta llegar al lado de Sir Bronder, que le tendía ya las riendas a Lion.

– Este ser del abismo te dejó tirado. Es un potro indomable, ¿seguro que quieres llevarlo? – le preguntaba al príncipe.

– Sí, estoy seguro de que podré. Ahora soy mayor – el príncipe acarició las crines blancas. Zelda las miró, y tuvo el recuerdo de que el nombre de Caranegra lo había escuchado antes. Link le dijo que ese caballo era el padre de Centella. No sabía cuánto podía vivir un caballo, tendría que preguntárselo a su amigo. Seguro que lo sabía…

De hecho, estaba de pie a su lado. Zelda se giró y le dijo que, por favor, le aclarara si era posible que un caballo viviera tantos años y tuviera un hijo.

– ¿Cómo me has llamado? No soy ese Link que mencionas… - dijo Ander. Zelda sintió que se mareaba, y el mago le había rodeó los hombros,con el brazo, y la ayudó a caminar.

– Creo que ella no está en condiciones de cabalgar – dijo, cuando llegaron a donde estaba el grupo. Zelda quiso hablar, y decir que no, que en cuanto se tomara su dosis del té, estaría en condiciones de seguir. Supuso que le dejarían el caballo que era de Wasu.

El soldado desconocido se quitó el yelmo e hizo una reverencia a Midla, llamándola alteza. Después, se puso recto, hizo un gesto militar de saludo, para recibir a Raponas. Escuchó como preguntaba por Wasu, y después, vio que la miraba, directamente a ella, Zelda. Fue entonces que comprendió que no había sido una alucinación. Raponas le había llamado Urbión. Era él, con sus rizos, su piel morena, que la miró con los ojos carmesís, con la misma sonrisa que tenía en el bosque perdido y con la que trató de engatusarla para que cediera a su petición de apoderarse del triforce de la sabiduría.

Antes de llegar, Zelda había desenvainado. Gritó a Midla que se alejara de él, y corrió dispuesta a soltar toda la fuerza contra él. De algún modo, el amo del inframundo se había escapado ya, debía detenerle, debía pararle ahora.

Escuchó varias cosas a la vez. A Ander, hablar en ese idioma gadiano para soltar hechizos, a Midla, diciendo que se detuviera, a Raponas, colocándose delante de Urbión, que seguía mirando sin comprender qué sucedía, fingiendo inocencia. Antes de llegar justo frente al soldado, un enorme corpachón de un oso pardo la detuvo, con un empujón del escudo. Zelda sintió temblar todo el brazo y perdió la espada, pero no iba a darse por vencida. Apretó los dientes, saltó y trató de lanzar una semilla de luz, pero no llegó. Ander terminó el hechizo, y todo el cuerpo de Zelda se paralizó. Sir Bronder entonces la cogió de los hombros y la sacudió, hasta que Zelda soltó la semilla.

– ¿Qué le pasa? – preguntó Lion.

– El veneno de los yiga le está afectando más ahora. Necesita más medicina, y estarse quieta… – empezó a decir el mago.

– ¡No! ¡Es él, el enemigo! Hay que acabar con él ahora, ahora… Si no…

Si no, dentro de unos años, aparecerá en el bosque perdido. La engañará, se ocultará en las sombras, matará a Link delante de ella, tratará de arrebatarle el triforce, y acabará convertido en piedra, mientras suplicaba que no le matara, por favor, Zelda, no lo hagas…

Ander recitó otro hechizo, y Zelda sintió que le tocaba la frente. De repente, todo quedó oscuro, y Urbión desapareció de su vista.