Atención: ninguno de los personajes me pertenece ni pretendo ganar nada con ellos. Nada de denuncias, por favor.
- Con guión: lo que hablan.
En cursiva los pensamientos.
((blabla)) Lo digo yo
LA MEJOR AMIGA
Por Catumy
(En el capítulo anterior)
Descalza, caminó hasta la puerta y se asomó por la mirilla antes de quitar el cerrojo. Toda precaución era poca teniendo en cuenta que se encontraba sola en casa. Rió para sus adentros al comprobar que su madre le había metido el miedo en el cuerpo. Aún así, se pudo de puntillas para ver quien había al otro lado de la puerta. Después abrió de un tirón para encontrarse con una brillante mirada dorada y una sexy sonrisa.
- ¿Qué estás haciendo aquí?
- Es obvio. Vengo a pasar la noche contigo.
Capítulo 8. Una noche con sobresaltos
- ¿Qué vienes a que?- Kagome no daba crédito a sus oídos.
- ¿Estás sorda? Vengo a pasar la noche contigo. Pero no te hagas ilusiones mujer, que mis intenciones son totalmente castas.
Kagome simplemente se quedó petrificada ¿Iba a pasar la noche con ella? Ni en un millón de años podía permitirlo… Al decir que sus intenciones eran castas, la mayor parte de sí misma suspiró aliviada: no hubiera sabido como reaccionar ante un Inuyasha 'cariñoso', por decirlo de alguna manera. Sin embargo, se vio obligada a reconocer que una pequeña parte, una parte oscura y lujuriosa, se lamentaba de que sus intenciones no fueran más que las de un amigo.
Inuyasha pasó con confianza y se acuclilló para quitarse los zapatos antes de que su amiga lo invitara a pasar. Desde su posición, dirigió una mirada disimulada al cuerpo escasamente cubierto de Kagome mientas ella cerraba la puerta con cuidado, echando el cerrojo después, especialmente a sus largas piernas, de las que tenía una buena visión en esos momentos. Normal, ya que el pequeño pantalón negro no cubría demasiada carne. Sintió un pequeño temblor en cierta parte de su anatomía masculina que lo hizo sonrojarse sin quererlo. "Piensa Inuyasha, no puede verte de esta forma". Decidió que la mejor defensa era un buen ataque. Si era él quien hablaba primero, no se encontraría en situaciones tan comprometidas como en la que se encontraría pronto si no dejaba de mirarle las piernas a Kagome. Así que dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
- ¿Por qué te paseas medio desnuda por la casa?- "Mierda, ¿Cómo he podido decir eso? Debería haberle hablado del tiempo o algo así… Ahora me preguntara que demonios hago yo mirándola de esa forma. Soy un maldito pervertido".
El color subió a las mejillas de Kagome. Tímidamente, estiró un poco de su camiseta blanca, tratando de ocultar su vientre plano. Ella normalmente vestía de esa forma cuando estaba sola en casa debido a la comodidad del atuendo para sentarse de cualquier manera en el sofá. Pero no era ropa adecuada para recibir ninguna visita, y muchos menos la de un hombre como Inuyasha. Mirando a otro lado intentó excusarse por su forma de vestir.
- Yo… no esperaba que viniera nadie y… - Unas risas la interrumpieron. El chico sintió un inmenso alivio al comprobar que ella no se había percatado de la poco casta mirada que había recibido unos segundos antes. Dio gracias a Dios del despiste que hacía gala su amiga. Inuyasha, descalzo ya, subió el escalón que separaba el recibidor del resto de la casa y se paró junto a Kagome para susurrarle al oído.
- Yo creo que te sienta de maravilla el ir tan destapada.
Cuando Kagome quiso reaccionar ante tal comentario, lo único que pudo hacer fue darse cuenta de que estaba sola en medio del pasillo y que las risas de Inuyasha se escuchaban en el salón. Kagome no sabía que hacer. ¿A que había venido esa mirada cuando pasó por su lado? Estaba demasiado nerviosa como para pensar con claridad, lo único que sabía a ciencia cierta era que tenía que conseguir que se marchase o podría pasar cualquier cosa esa noche. Lo encontró cómodamente sentado en el sofá, con los pies sobre la mesa de centro. El jersey que antes traía puesto estaba colgado distraídamente en el respaldo del sillón de modo que Inuyasha solo llevaba ahora una camiseta roja que resaltaba enormemente los músculos de sus brazos. Kagome carraspeó tratando de poner en orden esa oleada de pensamientos desorganizados que la mareaban. Por un momento había imaginado esos brazos rodeándola y acariciando su cuerpo desnudo.
- Inuyasha no puedes quedarte aquí.- Intentó que no le temblara la voz al hablar.
- ¿Por qué no?- preguntó el chico inocentemente. Al contestar movió ligeramente la cabeza, haciendo que su pelo brillara bajo las luces. Parecía un actor o un modelo sacado de un anuncio de champú. Kagome se dijo que la única oportunidad que tenía era intentar aislar sus sentimientos para comportarse como una amiga ligeramente enfadada. Quizás así conseguiría no perder los pocos papeles que le quedaban.
- ¿Cómo que por que? Inuyasha, por si no lo has notado estoy sola en casa y mi madre me mataría si… ¿Por qué te ríes de esa forma?
- Te pones preciosa cuando intentas darme sermones.- Nuevamente le dedicó una sonrisa seductora.
- ¿Qué? – ni siquiera parpadeaba. Eso había sido, definitivamente, un golpe bajo.
- Ey Kagome, que ya te he dicho que no venía para hacer nada contigo así que baja de las nubes. – Kagome cerró los puños con fuerza. De nuevo había estándole tomando el pelo. Ya estaba cansada de tanta arrogancia.
- ¡Serás idiota! Ya te dije que no eres tan irresistible como crees. – él se puso de pie de un salto y se colocó al lado de ella, mirándola con los ojos brillantes y una sonrisa arrogante en los labios.
- Sabes de sobra que si lo soy…
Ella dio un paso hacia atrás lo más disimuladamente que pudo, buscando distancia entre ellos. Inuyasha se dio la vuelta y comenzó a caminar por el salón, mientras Kagome miraba la interesante forma en que la camisa se adhería a su cuerpo, marcando los músculos de su espalda, y se escondía en el interior de sus pantalones vaqueros. Tragó saliva con dificultad. ¿Qué pasaría si por casualidad se le ocurriera sacar esa camiseta de su lugar? Mejor no pensarlo si pretendía conservar todas sus capacidades mentales en esos momentos.
El muchacho pareció cansarse de dar vueltas por la habitación de modo que se dirigió a la cocina, seguido de Kagome. Se sentía extraña al verlo moverse con tanta familiaridad en su casa. A pesar de conocerse desde hacía tanto tiempo, nunca se había comportando con tanta confianza, como si ése fuese también su hogar. Descubrió que le gustaba ver al chico tan cómodo entre sus cosas.
Ya en la cocina, Inuyasha pasó la mirada por toda la habitación, buscando algún indicio de la presencia de algún otro hombre, que era lo que había estado haciendo durante su paseo por el comedor, sin ningún éxito, por cierto. Todo estaba perfectamente limpio y recogido, sin platos sucios ni comida por encima de la mesa. Perfecto. Suspiró al reconocerse a sí mismo que no iba a encontrar nada en esa habitación. Se volteó para encontrarse de frente con unos grandes e intrigados ojos color chocolate. Kagome levantó una ceja de forma interrogante, preguntándose que demonios hacía Inuyasha dando vueltas y husmeando sus cosas.
- ¿Qué te parece si cenamos? Estoy hambriento… - Fue una excusa rápida, lo primero que le vino a la mente. Por suerte estaban en la cocina, de otra forma hubiera sonado un tanto extraño su pregunta. La voz de ella al contestar parecía serena.
- Inuyasha no vamos a cenar. Yo voy a cenar y tú probablemente lo hagas después pero cuando estés en tu casa, no aquí ni ahora.
- Que descortés eres con tus invitados – Simulo estar ofendido aunque la verdad era que estaba conteniendo las ganas de reír.
- ¡Pero tu no estás invitado! – la paciencia de Kagome se hallaba bajo mínimos. Ese Inuyasha travieso, bromista, era lo que ella siempre había querido, pero nunca en esa situación, en su propia casa y con tan poca ropa de por medio. La sangre latía caliente, demasiado caliente en sus venas pero ella reprimió sus oscuros deseos, arrinconándolos en un apartado lugar de su mente y se centró en el problema que tenía delante. Inuyasha no podía quedarse a dormir con ella. Punto. Si así fuera, ni su cuerpo ni su mente soportaría la tensión del momento.
- Ahí te equivocas mujer.
- Deja de jugar Inuyasha, te advierto que estás agotando mi paciencia.
- Tu madre me ha invitado amablemente a pasar la noche en tu casa. – Sonrió triunfalmente. De alguna forma, tenía derecho a estar allí ya que había sido invitado por la matriarca de la familia.
- ¿Qué mi madre ha hecho que? – levantó la voz sin quererlo. "Esto no puede estar pasándome a mi".
FLASHBACK
Inuyasha conducía diestramente por las concurridas calles que lo llevaban a la estación. Souta, en el asiento trasero, miraba el interior del coche maravillado, con los ojos brillantes por la emoción. No en vano estaba en el cochazo de su ídolo, de su modelo a seguir desde la infancia. La señora Higurashi hablaba cordialmente con Inuyasha, continuando la conversación que había comenzado en la cocina de su casa. Aunque, claro está, esta conversación derivó irremediablemente hacia la muchacha que los unía de alguna manera.
- Me preocupa mi pequeña Kagome. Nunca me ha gustado dejarla sola en casa, con tanto ladrón y delincuente suelto.
- No debe preocuparse por Kagome. Seguro que estará bien. – Inuyasha sonrió levemente. Esa mujer era tan tierna con sus hijos…
- ¿Y si la atacan durante la noche? ¿Y si se incendia la casa? Ya una vez trataron de robar la colecta del templo y…
- Mamá, Kagome es mayorcita y sabe arreglárselas bien sola. ¿O no recuerdas como corrió el tipo ese cuando ella lo atacó con el bate de béisbol? Pobrecito del que intente robar mientras ella esté en casa – la voz de Souta interrumpió el desfile de desgracias que la señora Higurashi veía padecer a su hija. Inuyasha no pudo evitar reírse ante la súbita imagen que le vino a la mente de una Kagome vestida con un camisón de animalitos y un bate en la mano. Esa niña estaba llena de sorpresas. La señora Higurashi enrojeció levemente al ver que estaban dando una mala imagen de su hija.
- Para mí sigue siendo mi niña y no puedo evitar preocuparme.
Su mirada viajó a su alrededor, lentamente, pasando del paisaje al interior del vehiculo e, inevitablemente, a su conductor. Debía reconocerse a sí misma que Inuyasha se había convertido en un hombre increíblemente atractivo. Sonrió al recordarlo siendo un crío todavía, corriendo por el jardín del templo seguido de una Kagome despeinada pero alegre. Ese par siempre había estado muy unidos y, sin saber por que, sintió que era un hombre en el que se podía confiar.
- Inuyasha… No quisiera abusar de tu amabilidad pero…
- Dígame señora Higurashi – El chico la miró de reojo sin quitar las manos del volante. Sabía que un gesto así hubiera asustado inútilmente a la señora, si era cierto su temor a la velocidad que le había revelado Kagome en el templo.
- Me siento muy violenta pidiéndote esto pero… ¿Qué planes tienes para esta noche?
- ¡Mamá!- Souta quería que se lo tragara la tierra. Nunca pensó que su madre sería capaz de pedirle una cita a un hombre delante de él. Y mucho menos a un hombre veinte años más joven que ella. Vio como Inuyasha trataba de mantener la compostura ante una pregunta tan directa.
- No me malinterpretes Inuyasha. No te lo preguntaba por mí.- Una oleada de alivio recorrió a los dos varones del vehículo. – Lo decía por si tú podrías ocuparte de que no le pase nada malo a Kagome.
- ¿A que se refiere con ocuparme? ¿Quiere que la llame para ver que todo está correcto?
- En realidad… Me sentiría más tranquila si te quedaras con ella en casa, al menos durante esta noche.
- ¿Quedarme en su casa? No sé si Kagome estaría de acuerdo…
- No te preocupes – exclamo extrañamente alegre – Tú dile que yo te lo he pedido y ella no podrá ninguna queja. Y si lo hace, recuérdale que esta noche han anunciado que puede haber tormenta eléctrica. Recuérdale lo mucho que las detesta cuando está sola en casa.
- Mamá, pero si eso es mentira. Además, estás sacando conclusiones precipitadas… – La voz de un niño puso algo de lucidez en una conversación ya de por sí surrealista.
- Perdona Inuyasha, seguramente ya tendrás planes para esta noche. Ya debes haber quedado con alguna chica y yo te estoy poniendo en un compromiso.- Inuyasha temió un nuevo interrogatorio acerca de su vida amorosa por lo que contestó rápidamente y si dejar a la mujer que siguiera hablando.
- Con mucho gusto cuidaré de su hija señora Higurashi. Déjelo todo en mis manos.
Después se preguntó que diablos había hecho. Se había comprometido a pasar la noche con Kagome. Algo que nunca habían hecho a pesar de conocerse desde el parvulario. Pensó en lo confundido que se había sentido durante toda la semana al no saber descifrar las extrañas sensaciones vividas con Kagome durante el fin de semana pasado. Pensó que estar solas con ella quizás lo ayudaría a aclarar sus pensamientos y que podía ser una buena oportunidad para tratar de descubrir si era cierto eso de que alguien podía haber pasado por la cama de su amiga.
FIN DEL FLASHBACK
Y ahora estaba allí sentado, en una de las sillas de la cocina de Kagome, tal como había estado aquella misma tarde. Claro que había unas cuantas diferencias con respecto a lo que él había imaginado. Ella no había aceptado mansamente como su madre predijo sino que más bien parecía furiosa. Y además, no había ni rastro del pijama de animalitos, sino que la chica aparecía vestida extremadamente provocativa, si es que se le podía llamar ropa a lo que llevaba. Aunque lo más seguro era que ella ni siquiera se diera cuenta de lo revelador que era su atuendo. O quizás se hubiera puesto así para recibir a alguien y su inesperada visita le acababa de fastidiar los planes y…
- ¿Por qué demonios le dijiste que si? – la voz de Kagome puso fin a la retahíla de pensamientos de matar al tipo que supuestamente tenía que acudir esa noche a ver a la chica. Levantó la vista. Tenía que contestar algo ¿verdad? La pregunta era que demonios era lo más adecuado en esos momentos…
- Es tu madre Kagome, no podía negarme.
- Por Dios, no necesito una niñera. Debiste decirle que no.
"La mataré cuando regrese. ¿Cómo se le ocurre mandarme a un hombre para cuidarme? Y nada menos que a Inuyasha…Pero me va a oír".
Sin pensarlo cogió el teléfono de la pared de la cocina y buscó algo en el papel que colgaba de uno de los imanes de la nevera. Inuyasha la miraba intrigado.
- ¿Qué estás haciendo?
- ¿Qué te parece que hago? Llamar a mi madre
Unos dedos largos oprimieron el botón de colgar del teléfono, cortando así la llamada. Kagome levantó la vista, dispuesta a gritarle por colgar el teléfono, pero la expresión seria de Inuyasha la detuvo.
- Si la llamas a estas horas solo conseguirás preocuparla. Cualquier reprimenda guárdala para cuando vuelva de su viaje.
- Maldito seas Inuyasha, siempre te sales con la tuya. – Colgó el teléfono violentamente.
- Ya es hora de que te acostumbres a eso ¿Cenamos?
"De acuerdo, simplemente se quedará a cenar pero después que se largue a su casa"
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Hicieron unos botes de fideos instantáneos que comieron en la cocina, conversando amigablemente acerca de cómo habían transcurrido la semana cada uno. Inuyasha habló de su trabajo, Kagome de sus clases. La noche avanzaba tranquila, sin más alusiones de contenido sexual ni nada por el estilo. Pero, aunque aparentemente la situación era típica entre una pareja de amigos, cenando y hablando, sus cabezas funcionaban a toda velocidad.
La de Kagome analizaba cada gesto, cada palabra del chico que tenía delante. Observaba maravillada la forma en que esos largos dedos sujetaban los palillos para llevarse a la boca la comida. Aguantaba la respiración viéndolo sorber con cuidado los fideos, pasando su lengua por el labio superior para retirar los restos del caldo. Veía su nuez moverse suavemente al tragar cada bocado. Nunca pensó que podía ser tan sexy el ver comer a un hombre.
Por su parte, la de Inuyasha no estaba a una temperatura inferior, ni mucho menos. Mientras intentaba que su voz y su conversación sonaran normales, dirigía su mirada lo más imperceptiblemente que podía hacia el cuerpo de Kagome. Esa maldita mujer lo ponía nervioso, muy nervioso con cada uno de sus movimientos. Podía sentir el movimiento nervioso de sus pies bajo la mesa. Después veía apenas de reojo una de sus piernas cubierta apenas hasta un tercio del muslo por ese cortisimo pantalón negro. Si miraba por encima de la mesa intentaba inútilmente mantener su mirada en los ojos de Kagome pero ésta se desviaba sutilmente hacia sus labios, sus brazos desnudos, su ligero escote. "Mierda, mierda, mierda, no puede estar pasándome esto. No puedo estar deseando a Kagome… Imposible, es mi amiga, no puedo siquiera pensarlo."
Kagome se levanto para recoger los cacharros usados durante la cena, lo que no mejoró la situación de Inuyasha en absoluto. Ahora tenía una vista completa de la parte trasera del cuerpo de la chica, su largo cabello cayendo sobre su espalda, el trasero redondeado… "Tengo que pensar en otra cosa"
- Que… ¿Qué hacemos ahora? – Ella apenas se volteó desde el fregadero, donde dejaba caer el agua para lavar los platos.
- Pues… Es tarde, creo que ya deberías irte a casa Inuyasha.
- ¿Irme a casa? – Era lo último que había esperado escuchar.
- Ya te has asegurado de que estoy bien ¿no? Vete a casa que ya le diré a mi madre que pasaste la noche aquí. – Puede que estuviera siendo un poco desagradable con él pero no quería que se quedara más tiempo. Lo mejor era que se marchara o haría algo de lo que después iba a arrepentirse. "Que diga que sí, que diga que sí", rogaba la chica mentalmente.
- Kagome le prometí a tu madre que me quedaría y eso es lo que voy a hacer.
- ¡Maldita sea Inuyasha! – Arrojó con fuerza una bayeta sobre el fregadero y se marchó con paso decidido hacia su habitación - ¡Haz lo que se te antoje!
Inuyasha tampoco esperaba esa reacción, pero la rabieta de Kagome solo confirmó sus sospechas: estaba esperando a alguien esa noche. Y probablemente fuera un hombre. Escuchó un portazo en el piso superior, la última muestra del enfado de la chica. "¿Te he fastidiado los planes Kagome? Pues lo siento mucho pero al menos esta noche no vas a salir con nadie. Después de todo, tu madre fue la que me pidió que cuidara de ti.".
-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Llevaba al menos quince minutos tocando la puerta, o mejor dicho, aporreándola, pero sin conseguir ninguna respuesta de la chica que se escondía detrás. Todavía no entendía porque se había enfadado tanto, ni que temiera que él fuese a hacerle algo… Aunque la idea de besarla como aquella vez si había pasado por su cabeza.
- ¿Kagome? Déjame entrar, tenemos que hablar.
Silencio.
- Si no me abres echaré la puerta abajo, te lo advierto.
Más silencio.
- Muy bien, tú lo has querido. Aparta de la puerta o te haré daño. Uno… Dos…
La puerta se abrió de golpe antes de que él la embistiera con su cuerpo dejando salir a una Kagome con el semblante serio, el cabello descolocado y… un bate de béisbol en la mano. Inuyasha dio instintivamente un paso atrás al ver lo que llevaba su amiga y recordar lo que Souta dijo en el coche:
"¿O no recuerdas como corrió el tipo ese cuando ella lo atacó con el bate de béisbol?"
¿Acaso tenía la intención de hacer lo mismo para librarse de él?
- Kagome espera, no te precipites, hablemos. – Había colocado sus manos enfrente, a modo de protección. Ella apenas lo miró, concentrada como estaba.
- He escuchado algo abajo.
Inuyasha reaccionó, centrando su atención en los sonidos que provenían del piso inferior. En efecto, unos segundos después se oyó claramente algo caer, seguramente en la cocina. Kagome pasó por su lado empuñando el bate con fuerza. Parecía dispuesta a todo. A Inuyasha le gustaba esa actitud decidida por parte de la chica pero él era el encargado de cuidarla, por lo que no podía permitir que bajase a enfrentarse con el peligro. Intentó detenerla pero ella ya bajaba las escaleras de puntillas pero a toda velocidad. Si alguien había tenido el atrevimiento de colarse en su casa, como se llamaba Kagome que iba a pagarlo con creces.
- Kagome…
- Quédate aquí arriba, yo me ocupo – susurró ella poniéndose un dedo en los labios, indicándole que guardara silencio.
Se deslizó con sigilo hasta la puerta de la cocina, donde claramente había alguien. Tomó aire con fuerza y entró levantando el bate por encima de la cabeza y con un grito de guerra por delante. En ningún momento se le ocurrió encender la luz.
Inuyasha se encontraba apenas unos metros detrás cuando escuchó un grito, señal de que esa alocada muchacha se había arrojado sin pensar contra el supuesto intruso. Pero el grito de miedo que vino después lo dejó helado.
- ¡Kyaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
- ¡Kagome! – corrió esos últimos metros que lo separaban de su amiga con el alma en vilo. Si alguien se atreviera a dañarla…podía darse por muerto.
Entró furiosamente en la cocina para ver entre las sombras a Kagome semi inclinada hacia delante, forcejeando con una especie de bulto que se encontraba sobre su cabeza. Un bulto que se separó de la mujer para saltar directo a su cara. Sintió un escozor en su mejilla y en el brazo que había colocado instintivamente a modo de defensa.
Kagome se volteó ¿Qué demonios era lo que le había saltado encima? Descubrió una sombra tras de ella y, creyendo que se trataba del intruso, golpeó con todas sus fuerzas, haciendo que el bate hiciera contacto con lo que pensaba que eran las costillas del intruso. Pero la voz que contestó después de un gemido de dolor le resultó extremadamente familiar.
- ¿Qué coño estás haciendo maldita estúpida?
- ¿Inuyasha?
Corrió a encender la luz. Ante ella se encontraba el chico, sujetando a un gato con una mano mientras que la otra apretaba el costado golpeado. Kagome dejó caer el bate, asustada.
- E… ¿estás bien?
- Maldita sea Kagome, presta más atención a lo que haces. Toma, solo era un estúpido gato.
- Buyo… ¿Todo este desorden lo has causado tu? – La cocina estaba patas arriba, con restos de basura por el suelo. El pobre animal, hambriento, se las había ingeniado para llenarse el estómago con los restos de la cena que Kagome había dejado a medio recoger cuando se marchó a su cuarto. Su ama lo cogió en brazos y lo sacó fuera de la casa.
- Ya has causado bastantes problemas gato malo…- Lo regañó mientras cerraba la puerta. El gato, una vez satisfecha su hambre, se limitó a buscar un rincón caliente para pasar la noche.
Volvió dentro y se detuvo frente a Inuyasha, quien se había sentado en una silla. Un hilillo de sangre manchaba su mejilla y su brazo estaba lleno de arañazos.
- Vamos, te curaré esos rasguños.
Inuyasha no dijo nada. Se dejó llevar de la mano como un niño bueno hasta el salón, donde Kagome le hizo sentarse. Después corrió en busca del botiquín.
- No te preocupes Kagome, no es más que un arañazo… - Levantó la voz para que la chica pudiera escucharle.
- Buyo ha estado escarbando en la basura así que seguramente tenía las patas sucias. Es mejor limpiar y desinfectar las heridas. – Entró al salón llevando un pequeño botiquín entre sus manos. La chica se arrodilló a su lado y procedió a limpiar los pequeños cortes. Mientras iba le iba curando, Kagome se mordía el labio, nerviosa.
- Inuyasha… Lo siento mucho.
- No es culpa tuya que el gato haya saltado sobre mi cara.
- Pero te golpeé con el bate. ¿Y si te he roto una costilla? – Bajó la mirada hacia la cura que estaba realizando, intentando ocultar el rubor de sus mejillas.
- No tienes tanta fuerza, mujer. – Dijo él con media risa. La verdad es que había golpeado muy fuerte y que si él no estuviera en tan buena forma seguramente si le hubiera podido partir algún hueso. Pero por suerte, parecía que no era nada grave ya que el dolor estaba remitiendo lentamente.
Una lágrima traviesa recorrió la mejilla de Kagome, yendo a parar en el brazo del chico. Él notó el contacto húmedo contra su piel y de inmediato supo cuál era su procedencia.
- ¿Por qué lloras?
Ella levantó la vista, mostrando unos ojos llenos de lágrimas que luchaban por salir. Ahogó un sollozo.
- Podría… podría haberte lastimado y…
Inuyasha acarició con sumo cuidado la suave piel de la mejilla de Kagome, limpiando con su mano los restos de la lágrima que la había surcado segundos antes. Ese gesto infinitamente tierno fue el detonante para Kagome. Sin poder evitarlo, pasó sus brazos por detrás de los del chico, abrazándolo con fuerza. Él tardó solo un segundo en reaccionar. Pasó un brazo por la espalda de Kagome y con el otro acarició su largo cabello.
- Kagome, está bien. No ha pasado nada.
Ella no contestó. Así, apretada estrechamente contra el cuerpo del chico, lloró para desahogar su sensación de culpa. Inuyasha estaba bien, así se lo demostraba su abrazo.
Entre lágrimas notó como él la levantaba del suelo para sentarla en sus rodillas, acunándola como si fuera una niña pequeña. Algo se movió en su interior pero ella no le dio importancia. Él simplemente estaba tratando de consolarla, de hacerla sentir bien.
Pasados unos minutos, las lágrimas se habían esfumado pero ellos seguían abrazados. Kagome sabía que tenía que bajarse de encima de él ya que si no estaba llorando ni la estaba consolando, no tenía sentido que estuviera allí sentada. Levantó la cabeza y, sonriendo, trató de moverse. Pero él la mantenía bien sujeta.
- Gracias por todo Inuyasha. Me encuentro mejor.
Volvió a intentar bajarse pero él seguía sin soltarla. Para ser más exactos, comenzó a acariciarle la espalda. Kagome tragó saliva. ¿Qué estaba pasando? Tenía que salir de ahí…
- Será mejor que vaya a recoger la cocina. – Se movió con algo más de fuerza pero Inuyasha la tomó por la cintura y clavó sus ojos en los de ella.
- No sigas moviéndote porque no voy a dejarte bajar – Susurró con una voz extrañamente ronca y seductora.
- ¿Por qué? – No podía apartar sus ojos de los dorados de él. Se sentía deliciosamente acorralada.
- Por que si te quitas no podré besarte…
Kagome no tuvo tiempo de contestar cuando unos suaves y firmes labios capturaron los suyos. Pensó que iba a morirse. Inuyasha la estaba besando. Estaba sintiendo de nuevo sus calidos labios. Y no había nadie por en medio, simplemente estaban ellos dos. Cerró los ojos dejándose llevar por el momento. En su cabeza volvieron a sonar todas las sirenas, advirtiéndola que estaba sola en casa y que la situación podía terminar de muchas formas, pero Kagome no quiso ni oírlas. Se limitaría a vivir el momento. Carpe Diem.
La lengua de Inuyasha pidió permiso para entrar en su boca y ella se lo entregó encantada. Si los labios del chico eran como la miel, su lengua era ambrosía. Jugaban con sus lenguas despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo para conocerse. Kagome pasó sus dedos por la oscura cabellera de él mientras que Inuyasha la apretaba más fuerte contra su cuerpo. No pensaba dejarla escapar.
Mientras continuaban besándose, cada vez con un poquito más de necesidad, Kagome notó algo clavándose en su muslo. Algo caliente y duro apretándose contra ella. Si continúan a ese ritmo seguramente la situación se les iría de las manos. Aunque no estaba segura de querer detenerla.
La mano de Inuyasha acarició el costado de Kagome, como queriendo tocar pero sin atreverse a hacerlo. "Sé un hombre Inuyasha" Pensó para sí mismo. Movió su temblorosa mano, se moría de ganas por acariciarla y no sabía por que. Pero justo cuando estaba a punto de alcanzar su objetivo, el pecho de Kagome, una musiquilla le distrajo de su labor. Estaba sonando su teléfono móvil. Kagome abrió los ojos de golpe, como si ese sonido le hubiera hecho regresar de las nubes y estrellarse de cabeza con la realidad. Estaba sola en casa, besándose con un hombre. Con Inuyasha. Se retiró de las piernas del chico, que estaba demasiado fastidiado como para darse cuenta de sus intenciones antes de que ella las llevara a cabo. La miró interrogante ¿Por qué se retiraba de esa forma? ¿Acaso no le estaba gustando?
- Deberías contestar. – murmuró ella, sorprendiéndose a sí misma por ser capaz de hablar dada la situación.
El chico asintió de mala gana. Se levantó tratando que la erección no se notara demasiado. ¿Se habría dado cuenta Kagome de su excitación? Podría tomarlo como un pervertido… "Estaba tan concentrado en sus labios que ni siquiera me he dado cuenta de que se me estaba levantando…"
Dando la espalda a la chica saco el móvil de su bolsillo mientras éste continuaba sonando insistentemente. Deseó matar a la inoportuna persona que decidía llamar a esas horas cuando vio el nombre grabado en la pantalla del teléfono, la última persona que esperaba que lo llamara. Sin quererlo, pronunció su nombre. Un murmullo apenas audible pero que Kagome escuchó con claridad.
- Kikyo….
