Atención: ninguno de los personajes me pertenece ni pretendo ganar nada con ellos. Nada de denuncias, por favor.
Las reconciliaciones es lo que tienen, que suele haber lemon de regalo así que si estás leyendo esto y decides continuar es bajo tu propia responsabilidad.
- Con guión: lo que hablan.
En cursiva los pensamientos.
LA MEJOR AMIGA
Por Catumy
Capitulo 20. Reconciliación
Un trueno más fuerte que los anteriores resonó en el interior de sus oídos. Ayame encogió las piernas sobre el pecho y las rodeó con los brazos mientras miraba como las gotas de lluvia repiqueteaban contra el alféizar de la ventana de su habitación. Desde luego que las cosas no habían salido como en un principio habían pensado. Se había compinchado con Inuyasha para 'obligar' a Kagome a encontrarse con él pero no había previsto lo que sucedió después ¿Quién se hubiera imaginado que Inuyasha fuese capaz de tatuarse el nombre de la chica? Ese gesto, que a ella le había parecido extremadamente romántico, había sido como un cubo de agua fría para Kagome. Después de eso, aunque la había llamado tanto al templo como a su teléfono móvil, no pudo contactar con ella. Kagome estaba desaparecida. Y ella se sentía como una traidora.
El sonido de su propio teléfono la hizo reaccionar ¿Sería posible? Se abalanzó sobre el pequeño aparato que reclamaba su atención entre una musiquilla pegadiza y su constante vibración y contestó conteniendo la respiración. No era Kagome sino una persona a la que pensaba que no volvería a ver en mucho tiempo. Kouga.
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Los transeúntes se apresuraban para buscar refugio de la furiosa tormenta de verano que se había desatado, tomándolos desprevenidos en medio de sus quehaceres. Los coches colapsaban las carreteras creando un caos de pitidos furiosos y maldiciones de los conductores menos pacientes. Entre todo ese desbarajuste, una pareja corría tomada de la mano.
Cualquiera que no hubiera estado demasiado ocupado en mantener sus ropas secas se habría dado cuenta de la imperiosa necesidad que expresaban los ojos del chico. Lo que no sabrían era que lo que el chico pretendía era estar a solas con ella pero no para lo que cualquier malpensado podría imaginar. La intención de Inuyasha no era llevarse a Kagome a la intimidad de su habitación sino que, antes de nada, necesitaba hablar con ella, contarle todo lo ocurrido y confesarle sus sentimientos. Ya habría tiempo para tenerla en la cama bajo su cuerpo. Si ella quería, tendrían todo la vida por delante.
Entonces algo le hizo perder la concentración. La mano que hasta hacía unos segundos aferraba la suya propia acababa de soltarse bruscamente. Inuyasha se detuvo bruscamente y se dio media vuelta buscando la respuesta a una muda pregunta que nunca salió de sus labios. Kagome se había caído. Lo más probable era que, en su afán por resguardarla de la lluvia, no había caído en la cuenta de que la muchacha tenía una forma física bastante alejada de la de él y que le estaba siendo difícil seguir el ritmo frenético con el que estaba recorriendo las calles mojadas.
Inuyasha se arrodilló junto a ella mientras la muchacha se incorporaba hasta quedarse sentada en el sucio suelo.
- ¿Estás bien? – le preguntó mientras le apartaba el cabello que tenía pegado a la cara. Estaba realmente preocupado. Si se había lastimado por su culpa no se lo perdonaría.
- He resbalado – aclaró Kagome sonriéndole – las sandalias no son buenas para correr bajo la lluvia.
Inuyasha examinó a la muchacha mientras ésta se levantaba. Tenía una pequeña herida en la rodilla pero no parecía haber sufrido más daños. Desde su posición no pudo evitar mirar hacia abajo ante el comentario acerca del calzado de la chica. Eran unas sandalias que apenas tenían un par de centímetros de tacón. De inmediato se levantó y se colocó frente a ella, y luego recordó el día en que, por primera vez, Kagome se entregó a él. La altura de la muchacha en aquella ocasión era aproximadamente la misma que en ese momento, bajo la lluvia. Sonrió. Esa noche Kagome no había llevado zapatos de tacón. Ahora estaba seguro.
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Cuando llegaron a casa del chico no les quedaba ni un solo centímetro de piel o de ropa que estuviera seco. Después de quitarse los zapatos en la entrada le indicó a Kagome que lo siguiera y se dirigió al cuarto de baño. En la estancia todo estaba tan limpio y ordenado como en el resto de la casa y olía al perfume del chico. Kagome se sonrojó al preguntarse como sería tomar un baño con Inuyasha.
- ¿Te encuentras bien? Tienes las mejillas muy rojas…- preguntó el chico al tiempo que le alargaba una toalla. Kagome titubeó un segundo antes de tomarla, mientras pensaba en algo para responderle.
- Debe ser de correr tanto, no te preocupes. – Miró distraídamente al suelo, donde se estaba formando un charco importante del agua que resbalaba de sus cuerpos. Si no se cambiaban de ropa cogerían una pulmonía. Inuyasha pareció leerle el pensamiento.
- Si me das tu ropa pondré la secadora. Mientras puedes ducharte si quieres.
- ¿Esperas que me pasee desnuda por tu piso? – dijo ella cubriéndose instintivamente con la toalla. Inuyasha se echó a reír.
- Había pensado dejarte algo de ropa pero ésta me parece una idea mejor.
Kagome, simulando sentirse ofendida, enrolló rápidamente la toalla y le regaló un latigazo al chico en el trasero que le provocó más risas todavía.
- De acuerdo, de acuerdo. Te prestaré algo de ropa, en seguida vuelvo.
Apenas había pasado un minuto cuando volvió a entrar llevando algo de ropa bajo el brazo. Kagome la tomó sonriéndole agradecida y de pronto cayó en la cuenta de algo.
- Dúchate tu primero Inuyasha. Es tu casa.
- Y tu mi invitada. – contestó él distraídamente. – date prisa o te enfriarás.
- Pero… Si voy yo primero serás tu el que coja frío. – dijo tímidamente. La situación era extraña. No sabía muy bien como tratarle porque, aunque sabía que él la quería, todavía no habían hablado y no tenía muy clara cuál era su estado ¿Eran amigos de nuevo o algo más? Ajeno a sus pensamientos, Inuyasha volvió a replicar sus argumentos.
- A la ducha. Ahora. Yo me duchare luego a no ser que quieras que me quede para frotarte la espalda. – después de eso necesitó forcejear con él durante un rato hasta que consiguió sacarlo del baño.
Una vez sola, Kagome se apresuró a quitarse la ropa mojada y se metió en la ducha abriendo el grifo de agua caliente al máximo. Se estaba muy bien en casa de Inuyasha, entre sus cosas, en su ducha. Era una sensación relajante. Se enjabonó rápidamente y luego repitió el proceso con su cabello. El pensar que iba a oler igual que el chico la hizo sonreír como a una tonta. Después de aclararse el jabón salió de la ducha y se envolvió en una toalla. Luego examinó la ropa que le había traído el chico. Era una camiseta negra y un pantalón corto, sin duda una buena decisión. Si la camiseta hubiera sido de otro color quizás se le hubieran transparentado los pezones y un pantalón largo… tendría que haber doblado las perneras tres o cuatro veces ya que era bastante más baja que el dueño de la ropa. Aunque la camiseta era casi tan larga como un vestido y los pantalones le cubrían hasta media rodilla, siempre era mejor que ir desnuda o con ropa mojada. Se vistió a toda prisa, cubrió su melena con una toalla y salió del baño, procurando antes dejarlo todo recogido como lo había encontrado.
Caminó hacia la cocina, de donde salía un delicioso aroma a té recién hecho. Entró sin saber lo que iba a encontrar y cuando miró dentro se le cortó la respiración. Allí estaba Inuyasha, con el pelo húmedo cayéndole por la espalda desnuda. Más abajo, unos pantalones de deporte marcaban su trasero de una forma espectacular. Kagome no pudo evitar jadear ante la visión, lo que provocó que el chico se diera la vuelta, mostrándole su pecho descubierto.
- ¿Qué haces ahí parada? – Kagome reaccionó con lo primero que se le vino a la cabeza.
- ¿Dónde tienes el cepillo para el pelo?
- Está en el baño – la sonrisa del chico hizo que se diera cuenta de que era obvio ¿Dónde sino iba a estar el cepillo para el pelo? – Quédate aquí, yo te lo traeré.
Fue a protestar pero el chico ya había salido de la cocina. Al pasar por su lado Kagome no pudo evitar ponerse nerviosa ante la visión de ese torso desnudo. Si, como bien sabía, ya lo había visto desnudo antes ¿Por qué le seguía poniendo nerviosa el simple hecho de ver su pecho?
Para mantener la mente ocupada en otras cosas, abrió un par de armarios hasta que encontró las tazas para servir el té que el chico acababa de preparar. Colocó todo sobre la mesa de la cocina y fue entonces cuando se percató de que estaba siendo observada.
- Me gusta que te sientas como en casa – Kagome enrojeció al haber sido atrapada in fraganti revolviendo armarios. Tomó el cepillo de las manos del chico y se disculpó.
- Solo buscaba las tazas, no creas que registraba tus armarios ni nada de eso.
- ¿Y que ibas a encontrar en el armario de la cocina? Los cajones de la ropa interior son mucho más interesantes, te lo aseguro. – Kagome, al darse cuenta de que se estaba riendo de ella, quiso cambiar de tema.
- ¿No deberías ducharte? Te resfriarás si no te quitas la ropa mojada – él la miraba con una ceja levantada. Kagome cayó en la cuenta de que acababa de meter la pata. Inuyasha no solo se había cambiado de ropa sino que se encontraba perfectamente seco y peinado. Kagome carraspeó ligeramente, mirando a otro lado – Tienes más de un baño ¿verdad?
- Creo que sería buena idea que te enseñara el piso para que conozcas el terreno que pisas. Pero primero hay que mirar esa rodilla.
La rodilla. No era más que un raspón y no le molestaba mucho pero la verdad era que estaba empezando a hincharse.
- No es más que una raspadura, no hace falta que…
- Si hace falta – dijo él mirándola directamente a los ojos.
Se acercó peligrosamente, paso a paso, hasta atraparla con su cuerpo contra la mesa de la cocina. Kagome lo miró a su vez y, sin darse cuenta, se humedeció los labios ligeramente. Inuyasha se percató de ese gesto inconsciente y se sintió satisfecho. Pero no pensaba besarla. Al menos de momento. En lugar de eso, haciendo uso de sus fuertes brazos, la tomó por la cintura y la hizo sentarse sobre la mesa, con las piernas colgando. Luego se volvió a marchar en busca del botiquín.
Kagome hizo repiquetear sus dedos sobre la madera de la mesa. No la había besado. Y ella deseaba que lo hiciera, que la besara y la estrechara muy fuerte entre sus brazos. Pero nada de eso. Primero había que curar su rodilla. En fin, lo mejor sería dejar que las cosas fluyeran por sí solas. Comenzó a cepillarse el cabello después de dejar la toalla mojada a un lado y no se detuvo cuando el chico volvió a la cocina, ni cuando acercó una silla y se sentó a su lado. Pero cuando Inuyasha le tomó con firmeza el pie e hizo que lo apoyara sobre la silla en la que estaba sentado, peligrosamente cerca de su masculinidad, el cepillo se quedó a medio camino de su trayectoria, fuertemente aferrado por una mano paralizada.
- Imagino que te habrás limpiado bien la herida ¿no es así? – ella sintió con la cabeza tratando de pensar en otra cosa que no fuera la potencia escondida a pocos centímetros de su pie desnudo ¿Y si se atrevía a moverlo un poco? – Si ya está limpia lo único que hay que hacer es taparla pero primero…
Puso un poco de yodo sobre un algodón y, con mucho cuidado, desinfectó la pequeña herida. Kagome dio un saltito ante el contacto con el frío líquido y apartó la mirada de los largos dedos de Inuyasha. Le traían demasiados recuerdos subidos de tono. Y no era el momento adecuado para esa clase de pensamientos. Inuyasha curó la herida con infinito cuidado, dando suaves toques con el algodón sobre la piel lastimada de la chica.
- Es solo un rasguño, pero seguramente te salga un buen golpe – sentenció el chico poniéndole una tirita sobre la herida.
- Hacía años que no me caía… - comentó Kagome distraídamente. Levantó la mirada y descubrió que el chico la miraba fijamente y comprendió porque: estaba recordando aquel día en que rodó escaleras abajo. – Quiero decir que…
- Lo sé – la interrumpió él mirándola fijamente a los ojos. Le colocó las manos sobre las rodillas desnudas y le acarició la suave piel – Sé que no tropezaste ese día – ella se removió, inquieta por la seria expresión del chico.
- ¿Cómo…? – no se atrevió a terminar la pregunta. Aunque no fue necesario que lo hiciera ya que Inuyasha comprendía perfectamente su duda.
- Después de verte escapar de mí sobre tacones de aguja, era imposible creerse que podías tropezarte llevando zapato plano. – Hizo una pequeña pausa antes de continuar - ¿por qué no me contaste la verdad?
- ¿Me hubieras creído? Sé sincero. – Inuyasha suspiró.
- No, no te hubiera creído. Después de lo que pasó entre nosotros me sentí como un canalla, un traidor. No solo fui infiel a mi pareja sino que, a demás, lo fui contigo - Kagome se ruborizó pero no retiró la mirada de los ojos dorados del chico.- Cuando Kikyo me dio su versión quise creerla porque eso significaba que tenía que odiarte, que te sacaría de mi cabeza. Pero no pude hacerlo. Y no será porque no lo intenté.
Kagome sonrió al tiempo que le acariciaba la mejilla con la punta de los dedos.
- Tampoco yo podía quitarte de mis pensamientos. A pesar de que me acusaras de haberlo planeado todo, de aprovecharme de ti o de que me había quedado embarazada. A pesar de proponerme odiarte, no podía hacerlo.
Inuyasha se levantó de la silla y se acercó a la chica que permaneció quieta. Apoyó la cadera contra la mesa, justo entre las piernas de Kagome, y colocó hábilmente las manos sobre la tela que cubría los muslos de la muchacha.
- Fui un cretino con todas las de la ley. Te insulté delante de todo el mundo en mi obsesión por sacarte de mi cabeza y lo único que conseguí fue provocar una pelea. Cuando lo pienso, lamento que Bankotsu no estuviera en mejor forma porque me dio menos de lo que me habría merecido. Y entonces, cuando me miraste entre la gente, me dolió más que cualquiera de los golpes que recibí.
- Esa noche decidí que iba a olvidarte costara lo que costara. – confesó ella
- Pues mi decisión fue justo la contraria: que no podía dejar que te marcharas de mi vida como si nada.
Kagome le acarició una de las manos que reposaban sobre sus piernas. Se quedaron un rato en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos, sin saber muy bien como continuar. Al final fue ella quien rompió el silencio preguntando, con timidez, algo que le había dado vueltas en la cabeza durante gran parte del día.
- ¿Por qué te hiciste el tatuaje? – Inuyasha sonrió al escucharla.
- ¿El tatuaje? Necesitaba algo lo suficientemente impactante para que supieras que mis intenciones contigo no son pasajeras. Después de lo mal que me he portado, necesitaba hacerte saber que para mi no eres un calentón, que nunca lo has sido.
- Inuyasha yo…
- Espera, quiero decirte algo – ella asintió con la cabeza, dándole licencia para hablar – Primero te tomaba a broma y después empecé a tratarte mal, a insultarte, a dejarte en evidencia delante de todos ¿Quieres saber por que? Porque me di cuenta de que estaba demasiado pendiente de ti, de tus movimientos; me molestaba que cualquier otro te mirara o hablara contigo. Estaba celoso y no quería aceptarlo.
- Inuyasha… - fue lo único que acertó a decir ella. No podía creer lo que estaba escuchando.
- Tardé mucho en darme cuenta de que… - tragó saliva con dificultad, dándose ánimos para seguir adelante – Me di cuenta de que estaba enamorado de ti. Y sigo estándolo – Kagome se llevó los dedos a los labios, ahogando una exclamación – Ahora solo me quedan dos preguntas que hacerte.
- ¿Cuáles? – preguntó ella aguantando a duras penas las ganas de llorar de alegría.
- La primera es si algún día serás capaz de perdonarme por haber sido tan injusto contigo.
Kagome sonrió ¿Perdonarle? Acababa de hacerlo en ese mismo instante. Se le veía tan arrepentido, tan sincero en sus palabras… Estaba convencida de que no estaba jugando, de que no se trataba de pasar el rato después de romper con su novia y hasta que apareciera algo mejor ¿No había sido capaz de tatuarse su nombre? Además, Inuyasha le había dicho que estaba enamorado de ella ¿Cómo no iba a perdonarle? En realidad, ella era la primera que deseaba una reconciliación después de haber estado semanas sin hablarse con él.
Sin dudarlo, se acercó a la cara del chico y, a pocos centímetros de su boca le murmuró su respuesta.
- Te perdono
Antes de que él reaccionara, lo besó con mucha dulzura, como si tuviera miedo de que desapareciera bajo sus labios. Cuando se separó ligeramente de él, sintió las manos del chico aferrando su cintura por encima de la ropa, no queriendo dejarla marchar. Finalmente Inuyasha fue capaz de hablar de nuevo:
- Acabas de responder a mi segunda pregunta. – se inclinó sobre ella para besarla de nuevo pero la chica se apartó ligeramente con una sonrisa divertida en los labios.
- ¿Cuál era la pregunta?- Él se quedó serio de repente y la miró fijamente a los ojos.
- Si todavía sigues sintiendo algo por mí.
Kagome volvió a besarle pero esta vez con más fuerza que antes, abrazándole por el cuello y manteniendo sus cuerpos muy cerca el uno del otro, respirando su aliento, emborrachándose de su sabor. Inuyasha deslizó sus manos por debajo de la camiseta que llevaba la joven, acariciando la piel de su espalda al mismo tiempo que introducía la lengua entre los labios de ella. Un suspiró salió de los labios de la chica ante el cálido contacto con las manos masculinas que subían acariciando su columna vertebral.
El ser consciente de que la muchacha no llevaba nada debajo de la ropa fue una bomba para el cuerpo de Inuyasha. Incapaz de dominarse, se inclinó sobre ella, haciendo que se tumbara sobre la mesa, sin separar sus labios de los femeninos. Kagome soltó una especie de gruñido al golpearse con algo pero el chico puso rápido remedio a la situación, barriendo con su brazo todo lo que había sobre la mesa, causando un fuerte estrépito al romperse las tazas de té contra el suelo.
- Diablos… - maldijo él entre dientes. Kagome se echó a reír ante la urgencia que dominaba al chico.
No era la primera vez que lo veía así, fuera de control, dominado por el deseo, encendido, caliente. Titubeó durante un instante. Cierto que tenía ganas de acostarse con él pero ¿sería prudente caer en sus brazos a las primeras de cambio? A pesar de su miedo, su instinto le reclamaba que se arriesgara, que cayera en la dulce tentación que Inuyasha le estaba ofreciendo. Entonces sonó el teléfono.
Ambos dieron un respingo ante la interrupción y se miraron a los ojos. La muchacha hizo un gesto con la cabeza indicando al chico que contestara a la llamada. Inuyasha suspiró, resignado, pero antes de moverse volvió a inclinarse sobre la chica y le agarró el labio inferior con los dientes.
- Ni se te ocurra moverte de ahí, vuelvo en seguida.
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- Estaba asustado.
- ¿Y como crees que me sentí yo cuando lo supe? Y encima tú te desentendiste por completo. Quise morirme, Kouga, morirme.
Ayame se había arreglado para esa cita. Llevaba un vestido amplio que marcaba sus curvas sin delatar su estado. Estaba radiante. Por el contrario, Kouga parecía abatido, llevaba varios días sin afeitarse y sus ojos azules carecían de su brillo habitual.
- Supongo que nada de lo que diga o haga hará que cambies tu opinión acerca de mí. – concluyó, triste.
- Sigues sin entenderlo, por lo que veo. – Ayame tomó aire - No se trata de mí sino de que en unos meses nacerá un bebé del que su padre no quiere saber nada. ¿De qué sirve que me pidas perdón si después tendré que explicarle a mi hijo que su padre le abandonó en cuanto supo que estaba de camino?
- Eso no tiene por que ser así. Me casaré contigo y me haré cargo de nuestro hijo. – por un momento la mirada del chico centelleó al creer que había encontrado la solución perfecta al problema.
- ¿Quién te has creído que eres Kouga? Después de todo… ¿Crees que volveré a caer en tus brazos en cuanto cambies de opinión? Hay un hijo mío de por medio.
- También es hijo mío.
- Y no seré yo la que te quite el derecho de estar con él. Pero conmigo no. Nunca más.
- Ayame…
- Lo siento Kouga. Perdiste tu oportunidad.
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Cuando Inuyasha colgó el teléfono se encontró con que Kagome le estaba observando desde el marco de la puerta del salón. El verla vestida con su ropa, que le venía varias tallas grande, hizo que una sensación de ternura le recorriera por entero. Parecía una niña pequeña, frágil, vestida con las ropas de su hermano mayor. Se moría de ganas por besarla y tomarla de nuevo entre sus brazos pero primero había algo que ella debía saber.
- Era Kikyo.
Kagome se quedó rígida. La historia no podía estar repitiéndose de nuevo. ¿Sería capaz Inuyasha de volver a correr a los brazos de esa mujer? Sintió que no respiraba hasta que el chico habló de nuevo.
- Me ha preguntado si podíamos vernos pero le he dicho que tengo algo mucho más interesante entre manos. – Sonrió, seductor, tomándola por la cintura – Se ha puesto hecha una furia.
- No está acostumbrada a que la rechacen. ¿Qué más te ha dicho?
- ¿Quieres saberlo? Bueno, primero me ha preguntado si es que estaba con alguien y me ha gritado de todo cuando le he dicho que eras tú.
- ¿Te ha gritado? – se sorprendió ella. Kikyo siempre le había parecido una mujer fría como un témpano, incapaz de perder los estribos por nada.
- En realidad ha sido muy gracioso. Dijo que soy impotente, que tengo el pene pequeño y que cuando se me termine el dinero te marcharás como ha hecho ella ya que mi mayor atractivo es mi cartera.
Kagome frunció el ceño ¿Tan ciega estaba esa mujer? Decir que el único atractivo del chico era su dinero era como afirmar que en el mar no había peces.
- Menuda víbora. Hiciste bien librándote de ella Inuyasha.
- Fue la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo, te lo aseguro – la expresión de su cara la hizo saber a Kagome que el chico no le había contado todo.
- Me estás escondiendo algo… ¿Ha dicho algo de mi?
- No creo que te guste saberlo.
- Déjame adivinar. Que soy una cría frígida que nunca sabrá complacerte y que desea que nos contagiemos de gonorrea – el chico se echó a reír y la besó en la frente.
- En realidad habló de sífilis pero no te has alejado demasiado. También dijo que mientras salía conmigo se estuvo acostando con un tal Naraku, que es mucho más hombre que yo y que él si sabe lo que tiene que hacer en el dormitorio.
- Inuyasha… se acostó con otro… - es era lo que más le había sorprendido ¿Acaso Kikyo no era una defensora acérrima de conservar la virginidad hasta el matrimonio?
- En realidad, a mí solo me importaba con quien te estarías acostando tú. Lo que me hace recordar una cosa. Kikyo me preguntó…
- No me he acostado con nadie aparte de contigo – se apresuró a aclarar ella sin dejar que terminara de hablar. Inuyasha no pareció hacer mucho caso de lo que la chica acababa de decirle
- Me preguntó si ya te había hecho el amor hoy – Kagome se quedó callada y la sangre coloreó sus mejillas – Le dije que era mi intención siempre y cuando tu no tuvieras nada que objetar. ¿Qué te parece?
- ¿Es una proposición? – ella fingió inocencia al tiempo que entrelazaba sus manos por detrás del cuello del muchacho. Él la apretó más fuerte contra su cuerpo.
- Solo si tú quieres que lo sea – No quería asustarla, ir demasiado deprisa. Tenían todo el tiempo del mundo para avanzar en su relación.
- En ese caso, es una proposición – se puso de puntillas para acercar su rostro al del chico – Y la acepto encantada.
Se besaron despacio, acariciándose mutuamente, ella el cabello del chico y él las caderas de su compañera. Todo muy lento, como si temieran dañarse el uno al otro. Con mucho cuidado, Inuyasha la levantó en sus brazos y la condujo hasta su dormitorio, donde la depositó sobre la cama procurando que no se hiciera daño durante el trayecto. Después se apresuró a cubrirla con su propio cuerpo.
Kagome gimió al sentir la boca del chico sobre su cuello, que marcaba un sendero de besos desde el lóbulo de su oreja hasta a clavícula, justo junto al borde de la tela de la camiseta. Así, manteniendo su atención en la escasa piel expuesta y disfrutando de las caricias sobre su espalda, Inuyasha fue deslizando una de sus manos por debajo de la ropa, acariciando con la yema de los dedos el vientre cóncavo de la mujer, el valle de sus senos y, finalmente, llegar hasta su objetivo: el pecho de Kagome.
El cuerpo de la muchacha se arqueó al sentir la mano varonil sobre su pecho. No recordaba que la vez anterior hubiera sido tan placentero ese contacto. Empujó suavemente al chico hasta que éste rodó sobre un lado hasta quedarse con la espalda sobre el colchón y, antes de que reaccionara, se subió a horcajadas sobre sus piernas y se quitó la camiseta por encima de la cabeza.
Inuyasha se apresuró a despegar la espalda de la cama para atrapar uno de los pezones ya erectos entre sus dientes. Después de morderlo suavemente pasó su lengua sobre él, escuchando extasiado como los gemidos de Kagome se volvían cada vez un poco más roncos y sintiendo como le aferraba del cabello con fuerza, obligándole de esa forma a seguir proporcionándole placer.
De pronto Inuyasha la tomó por los hombros con fuerza y se la quedó mirando a los ojos, estando los suyos negros por el deseo. La besó introduciendo su lengua en la boca de ella y la obligó a cambiar de posición, haciéndola caer sobre su espalda y quedando él al mando de la situación. Sin previo aviso se levantó y se quitó los pantalones que hasta entonces habían sido la única prenda de ropa que le separaba de la completa desnudez. Al quitárselos, la carne rígida hizo su aparición, señalando al techo de la habitación. Kagome se mordió el labio, impaciente por sentirlo dentro de ella. Entonces se fijó en el tatuaje que destacaba sobre la tersa piel. Su nombre. En ese momento cualquier duda que pudiera quedarle desapareció por completo. Inuyasha la quería.
Ajeno a los pensamientos de la muchacha, Inuyasha fue estirando poco a poco de la tela de los pantalones que llevaba la chica hasta dejarla en el mismo estado que él, desnuda y excitada. Kagome quiso levantarse para brindarle a él el mismo placer que hasta ese momento había estado recibiendo ella pero una mano firme sobre su abdomen se lo impidió. Inuyasha todavía no consideraba haber hecho suficiente.
Acariciándole los muslos llegó al centro de las sensaciones de Kagome, que ya se encontraba perfectamente lubricado para él. El solo recordar la sensación de introducirse en ella era más que suficiente para llevarlo al límite del descontrol, por lo que tuvo que echar mano de todo su autodominio para no abalanzarse sobre ella en ese mismo momento y penetrarla brutalmente. En lugar de eso había algo que tenía ganas de probar.
Bajó la cabeza lentamente, aspirando el aroma natural que emanaba del interior de la chica. La notó ponerse tensa cuando su boca estuvo a pocos centímetros de su objetivo pero eso no le hizo detenerse ni mucho menos. Utilizando su lengua acarició los pliegues de la muchacha, no pudiendo evitar una media sonrisa cuando escuchó un jadeo por parte de la chica. Sabiendo que sus caricias estaban siendo bien recibidas, dio rienda suelta a su imaginación hasta que, después de unos minutos, escuchó un grito gutural.
Ligeramente alarmado, levantó la cabeza inmediatamente y miró a la muchacha, que convulsionaba sobre la cama. Mientras ella se perdía en las sensaciones de su orgasmo, Inuyasha sacó de un cajón un preservativo y se lo puso sin dejar de mirarla. Cuando Kagome fue capaz de abrir los ojos, todavía sin comprender muy bien lo que acababa de ocurrirle, se encontró con unos ojos dorados que la devoraban.
Completamente relajada después de sentir la tensión en todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, supo que el causante de esa maravillosa sensación había sido ese hombre que la miraba con deseo, ese que no parecía saciarse de ella ni aún después de proporcionarle su primer orgasmo. Alargó la mano invitándole a terminar lo que había empezado al llevarla a su dormitorio y él no necesitó que se lo dijera con palabras.
Cuidando de no aplastarla con su peso se situó sobre ella y colocó la punta de su miembro en la entrada al cuerpo de Kagome. Y, mirándola a los ojos, la penetró.
Sin fuerza de voluntad para contenerse por un segundo más, comenzó a embestirla cada vez más fuerte, llegando al límite que su propio cuerpo marcaba. Kagome, comprendiendo que no tenía por qué quedarse pasiva, empezó a mover sus caderas al mismo ritmo en el que se movía el chico, cada vez un poco más rápido hasta que los dominó un frenesí brutal que se interrumpió abruptamente con un gemido salido de lo más profundo de la garganta masculina. Unos cuantos espasmos le confirmaron que Inuyasha acababa de llegar al clímax.
Cuando consiguió normalizar su respiración, y después de abandonarse a las suaves caricias de la chica sobre su espalda bañada en sudor, Inuyasha miró a su compañera a los ojos. Su pequeña Kagome…
- Te quiero, Kagome.
- Yo también te quiero.
- ¿Estas segura?
- Completamente.
Sonriendo, rodeada por los fuertes brazos de Inuyasha, oliendo su piel y sintiendo sus caricias, poco a poco, se fue quedando dormida.
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- ¿Estás despierta? – escuchó una voz conocida que le hablaba pero aún así no abrió los ojos. Simplemente gruñó. – Estás preciosa mientras duermes ¿lo sabías?
Sonrió y se decidió a mirar al galante que la despertaba de esa forma tan dulce. Allí estaba él, con sus extraños ojos dorados, el cabello negro desparramado sobre la almohada y una sonrisa en los labios.
- ¿Has estado despierto todo el rato? – preguntó ella al descubrir que el chico tenía cara de cansado.
- No podía arriesgarme a levantarme por la mañana y descubrir que te habías marchado a escondidas en medio de la noche.
- No pensaba escaparme ni nada parecido…. ¿Has dicho por la mañana? Por Dios Inuyasha ¿Qué hora es?
- Deben ser las siete o las ocho de la mañana ¿Por qué?
- ¿Cómo que por qué? He pasado la noche fuera sin avisar a casa, mi madre va a matarme – quiso levantarse pero él no la soltaba de su abrazo. Parecía muy tranquilo a pesar de la situación.
- Dile que has dormido conmigo
- ¿Quieres que le diga también lo que estaba haciendo en tu cama? – seguía forcejeando inútilmente
- No creo que a tu madre le guste saber eso. Aunque creo que le caigo bien.
- Claro que le caes bien pero ese no es el problema ahora Inuyasha. Tengo que volver a casa y contar alguna excusa convincente si no quiero morir joven ¿Quieres soltarme de una vez?
- ¿Sabes? No tendrías este problema si vivieras conmigo.
Kagome detuvo su forcejeo al escuchar la última frase del chico ¿Vivir con él? No tenía muy claro si lo estaba diciendo en serio o era solo un comentario sin importancia.
- Mi madre se moriría del disgusto si me fuera de casa para vivir en pecado con un hombre.
- Eso tiene fácil solución – giró su cuerpo de forma que la aprisionó contra la cama. Se puso muy serio cuando, mirándola a los ojos, le preguntó lo que había estado meditando durante toda la noche – Kagome Higurashi ¿Quieres casarte conmigo?
FIN
Gracias a todos los que han leido este fic y mil gracias a los que se tomaron la molestia de dejarme un mensaje contandome lo que les parecía mi historia. Espero que os haya gustado tanto leerla como a mí me gustó escribirla.
Un abrazo especial a mis chicas del foro, Yumi, Elenita, Mari-chan, Lis... Sin vuestros ánimos y amenazas de muerte no se si hubiera podido continuar escribiendo. GRACIAS
Besos a todos, Catumy
