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El campamento en la playa
Arturo y Lancelot fueron los únicos que se quedaron a "despedir" a la familia. El primero para asegurarse de que la familia se montaba en el barco y dejaba de ser su problema y, el segundo para ver por última vez a Helena, la hija del matrimonio.
La chica miró de soslayo al guerrero cuando subían al barco sin poder evitar sonreír ante la sesgada y perturbadora mirada de Lancelot. Arturo los miró alternativamente a ambos.
-Espero, Lancelot- dijo Arturo mirando no a subordinado si no a su amigo- que no la hallas desvirgado. Es la sobrina del papa, su virtud la ha de preceder.
-Un caballero nunca dice lo que ha hecho con una dama…- Lancelot tiró de las riendas e hizo girar a su caballo.
Arturo, tras lanzar una última mirada al barco y a la familia, asunto ahora de otra persona, imitó a Lancelot.
-Espero que, como caballero que dices ser, supieses hasta donde podías llegar.
Lancelot lanzó a su amigo una sonrisa de la que se podrían entender varias cosas. Arturo sacudió la cabeza riendo.
-¿Te dijeron los demás dónde iban?- preguntó Artorius.
-Dijiste que teníamos toda la mañana para nosotros: estarán visitando la ciudad.
Gawain con sus rubios cabellos al aire, miró a su amigo Galahad que, unos metros por delante de él, contemplaba el mar. Tristán estaba junto a Gawain y también miraba con preocupación a su compañero.
-Es tan grande…- dijo el moreno, que contemplaba el mar desde lo alto de un acantilado.
-¿Qué esperabas¿Ver Sarmatia al otro lado?- preguntó Tristán bromeando.
Galahad no contestó y dejó, sin vergüenza alguna, que las lágrimas surcaran su rostro y se perdieran en su cortísima barba. Hizo girar a su caballo para mirar a sus amigos y con emoción dijo:
-¡Todos cruzaremos esta agua como hombres libres y viviremos al otro lado a nuestro albedrío¡Lo conseguiremos!- y dicho esto, se giró de nuevo a mirar el agitado mar.
Gawain y Tristán se miraron. Galahad ansiaba volver a su patria, desencadenarse de los romanos y vivir en paz por el resto de su vida más que nadie en el grupo.
-Vamos, Galahad, busquemos a los demás- dijo el guerrero rubio después de un tiempo- supongo que estarán catando el vino de la ciudad. ¡Impidamos que se emborrachen o nos tocará hacer la guardia otra vez!- Gawain esperaba al menos un atisbo de sonrisa, como el que lució Tristán ante el comentario de su amigo, en la cara del moreno, pero esté miraba el mar y tenía todos los músculos contraídos: no lo había escuchado- ¡Galahad!- lo llamó- ¿Nos vamos?
El guerrero se volvió hacia él y, con emoción contenida dijo mientras se alejaba del borde del acantilado:
-Pasaremos este mar, lo pasaremos- afirmó con las mandíbulas apretadas haciéndose una promesa a sí mismo.
Nada especial ocurrió esa mañana puesto que, pese a ser una ciudad portuaria y cobijar a más gente que la Ciudad del Muro, no ofrecía a los valientes guerreros ninguna diversión comparable a las que ofrecía la taberna donde trabajaba Vanora, la amante de Bors y madre de sus ocho hijos. La bebida, según dijo Adragaín, estaba aguada y las mujeres parecían estar todas en venta, algo que no gustó a los caballeros, acostumbrados a seducir a las mujeres de forma gratuita.
Además, la ciudad era un caos. Los pescadores había vuelto de sus faenas y ya se había vendido el pescado a pie de puerto, pero ahora tocaba el turno de venderlo en los mercados, que bullían en actividad. La gente iba y venía con paso rápido de un lado para otro, dedicándose a sus compras, a sus placeres o sus juegos en un frenesí que mareaba a los caballeros sarmatas que, acostumbrados al ambiente más calmado de la Ciudad del Muro, se veían agobiados.
Así pues, cuando llegó el sol a su máxima altura, todos los caballeros llevaban esperando ya un rato a Arturo.
Era medio día cuando emprendieron el camino de regreso siguiendo la línea de la costa. Habrían de recorrer más camino por la ruta escogida, pero tardarían menos tiempo que por el transitado camino principal donde, cada dos por tres, alguien les pedía que les acompañase, protegiéndolo así de los fantasmas que vivían tan al sur del muro.
Calló el sol, pero los jinetes siguieron cabalgando, pues la noche se ofrecía despejada y la luna llena alumbraba perfectamente su camino.
Era ya media noche cuando se toparon con un campamento instalado en la playa que, pese a lo avanzado de la noche, hervía en actividad. Parecían estar de fiestas pues se oían música y cantos.
Al cercarse un poco más, vieron que se trataba de cuatro tiendas de campaña dispuestas en círculo alrededor de una enorme hoguera, entorno a la cual danzaban de forma vívida varias figuras. No había en el campamento más de veinte personas.
-¿Nos acercamos, Arturo?- preguntó Lancelot esta vez a su general, pues de él dependía la decisión de donde pasaban la noche.
-Si, les pediremos que nos permitan acampar con ellos.
-Y unirnos a la fiesta ya que estamos- comentó Gawain por lo bajo siendo sus palabras, sin embargo, audibles para todo el grupo.
-Si el vino no está aguado, por mi perfecto- contestó Bors que, acostumbrado a beber todas las noches vino en abundancia, el periodo de sequía de buen alcohol le estaba haciendo obsesionarse.
Estaban a unos treinta metros del campamento cuando alguien surgido prácticamente de la nada, les dio el alto.
-¿Quiénes sois?- preguntó.
-Me llamo Arturo y estos son mis caballeros. ¿Podríamos acampar junto a vosotros?
El hombre guardó silencio mientras miraba a los soldados.
-No queremos problemas, por lo que tendréis que dejar vuestras armas antes de acampar.
-¿Dejad nuestras armas?- preguntó Arturo sorprendido.
-Si, dádmelas a mí, os prometo que os serán devueltas.
Los caballos se movieron inquietos, haciéndose eco de los sentimientos de sus amos. Nunca habían abandonado sus armas y, sin ellas, aventuraban que se sentirían inseguros.
-Soy el paladín de estos hombres y me haré responsable de sus actos- dijo Arturo al ver el descontento de sus sondados ante la posibilidad de dejar atrás sus armas.
-Todos esos hombres están desarmados, no tendréis nada que temer- dijo el misterioso guardián.
Arturo, tras mirar a sus hombres tomó una decisión y, desenfundado su espada, la lanzó al suelo, hundiéndola en la tierra. Después le tendió el arco y el carcaj al hombre. Lancelot fue el primero en imitar a su general clavando sus dos espadas en el suelo. Los demás fueron más prácticos e, imitando a Galahad, se bajaron del caballo, dándole las riendas al hombre y, con ellas, todas sus armas.
El vino, como rápida pudo comprobar Bors, era fuerte y sin rastro de agua. La música, muy animada, basaba su ritmo en acompasados golpes de tambor y era acompañada por los cantos de los hombres y mujeres que danzaban alrededor del fuego de forma vívida.
-¿Qué celebrarán?- preguntó Gawain llevándose un vaso de vino a la boca.
-No lo sé, la verdad es que no sabía que hubiera fiestas en estas fechas. Tristán¿Sabes de qué se trata?
-¿Qué?- el guerrero había estado distraído, fijándose en una pequeña silueta que estaba posada en el palo central de una de las tiendas de campaña.
-Que si sabes qué celebran- preguntó el rubio.
-No- miró un instante a su amigo para volver a observar la punta del mástil, fijos sus ojos en la silueta que contemplaba desde lo alto el campamento- Ahora vuelvo.
-Parecen extranjeros- opinó Galahad- sobre todo porque los romanos no usan esta música y… fíjate, parecen morenos de piel.
Pero Tristán ya no los escuchaba. Avanzando por el campamento puesta su mirada en la silueta solitaria que presidía la celebración, no se fijaba en nada más.
El ave se desentumeció las alas y volvió a quedarse quieta, moviendo ocasionalmente la cabeza para cambiar su punto de vista.
Un silbido sonó en el campamento e inmediatamente el halcón abandonó su alto puesto y voló hasta el brazo de una mujer, que lo esperaba con un trozo de carne cruda.
Tristán la miró por un instante y el corazón se le aceleró¡la mujer del lago! Bebiendo un poco de su copa, dio un pequeño rodeo para poder mirar a la mujer a la cara. La había reconocido tanto por el halcón como por su pelo, rizado y moreno. Una vez Tristán estuvo colocado de tal forma que pudo verle la cara, el guerrero se quedó paralizado: era preciosa.
Sus ojos eran de forma almendrada; su nariz pequeña y sus labios carnosos, todos ellos enmarcados en una cara no demasiado alargada y de tez morena. Lucía una expresión de tristeza mientras acariciaba su halcón.
Tristán se acercó a ella.
-No ha venido, es la primera vez que lo hace ¿crees que le habrá pasado algo?- le preguntaba la muchacha al ave- Estoy preocupada…
Levantando la cabeza del halcón, como si pudiera sentir la presencia del guerrero, la mujer reparó por primera vez en Tristán, que estaba situado tan solo a dos metros de ella. Por la cara de sorpresa que puso, el guerrero supo que lo había reconocido.
-¡Tú!
-Encantado de volver a verte, con un ojo, eso sí- dijo Tristán- Menos mal que fallaste, si no, me dejas tuerto.
-¿Quién te ha dicho que fallé? No quería dejarte con un ojo menos, tan solo salir del agua- la muchacha permaneció seria mientras miraba a Tristán, quien no pudo apartar la mirada de los ojos verdes de ella- Tampoco te di tan fuerte: ya solo te queda la hinchazón.
-Y la herida que me abriste- recordó él.
-Eres muy quejica para ser hombre- dijo ella y de pronto, fijando su vista en un punto por detrás de Tristán, su cara se transformó.
Salió corriendo, dejando al hombre solo. El guerrero se giró para seguirla con la mirada. Acababan de llegar nuevos jinetes al campamento y la mujer, de la que Tristán aun no sabía ni el nombre, corría al encuentro de uno de ellos.
El guerrero supuso que iba al encuentro de su esposo, pero, tras hablar un momento con uno de los jinetes, la muchacha se alejó de él, más apenada todavía de lo que había estado antes. Alejándose de la hoguera, se sentó en la oscuridad, alejada de todo el alboroto y solo en compañía de su halcón.
-¡Tristán, ven!- Galahad lo llamaba, con más vino en la sangre que cuando el guerrero se había alejado de él.
-Dime.
-Ya sabemos como se llama esta fiesta, pero a ver si nos explicas tú qué celebran- el moreno estaba muy bebido y tenía la voz pastosa.
-¿Cuánto has bebido, Galahad?- preguntó Tristán.
-Solo dos vasos.
Tristán miró a Gawain que asintió con la cabeza.
-Entonces es que el vino es muy fuerte para ti.
-La fiesta se llama "día de los hermanos". ¿Crees que toda esta gente serán hermanos¡Sus padres tuvieron que pasar muchas y buenas noches!- se rió Galahad para después tambalearse.
-Será mejor que te sientes- Tristán lo cogió de un brazo y lo ayudó a tumbarse en la arena.
-¿Creéis que la luna se verá igual desde Sarmatia?- preguntó Galahad que en su posición, tenía frente a él al luminoso satélite.
-Supongo- Gawain se sentó a su lado.
-¿Creéis que nuestros padres la estarán mirando, como hacemos nosotros ahora?
-Creo que el vino de esta gente te vuelve filosófico- dijo Tristán quitándole el vaso de vino a su amigo- ¿Por qué no duermes? Es tarde.
-No sé por qué quiero que mi madre miré la luna. ¡Si la tengo junto a mi!- se guaseó Galahad ante las preocupaciones del guerrero.
El moreno se quedó mirando un rato más la luna con sus ojos envinados mientras poco a poco, la fiesta se iba acabando. En un momento indeterminado de la noche la música cesó y la misteriosa gente que celebraba el "día de los hermanos" se puso a hablar entre ellos de cosas triviales y a contar historias.
Los guerreros que pese a no ser rechazados en la fiesta tampoco eran invitados a participar en ella, se quedaron dormidos poco a poco sin apenas darse cuenta.
Parece que mi fic no ha tenido demasiada aceptación pero bueno, tampoco me importa demasiado pues disfruto escribiéndolo y bueno, también porque me consuelo a mi misma pensando que "la mayoría de los que están en puede que sean universitarios y como están con exámenes, no se metan en la página" cosas que hago para no lamentar demasiado la nula aceptación de mi fic.
Si alguien se lo ha leído espero que le haya gustado y solo una cosa más, como no sé como se llama la ciudad donde viven los caballeros, pues la he llamado "Ciudad del Muro", me maree la cabeza ¿verdad? Je je je.
