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Los natúreos

Un grito de alarma despertó al campamento que dormía placidamente con la calma que el ruido de las olas le proporcionaba.

-¡Romanos! ¡Romanos!- gritaba alguien.

El caos estalló en el campamento. La gente se puso inmediatamente en pie ante los gritos de alerta y, bamboleándose por la confusión, el temor y el susto que se habían dado al ser tan bruscamente arrancados de las manos del sueño, corrían de un lado para otro del campamento en busca de sus armas y llamando a gritos a sus caballos para huir lo más rápido posible.

Entre todo el alboroto se encontraban los guerreros sármatas que, tras haber corrido a coger sus armas, ya no sabían que hacer.

Movidos por la costumbre de trece años y medio de ruda lucha, el grupo se junto en el centro del campamento con Arturo. Esperaban órdenes.

El general, recién despertado, trataba de pensar con rapidez en medio de semejante confusión.

El grito de alerta había que habían dado era "romanos" y de hecho, los jinetes que se acercaban a toda velocidad parecían del Imperio con sus armaduras brillando bajo los jóvenes rayos de sol y una capa roja revoloteando detrás de ellos.

No podían matar romanos.

-¡No ataquéis!- ordenó el paladín a sus hombres.

-¡Arturo!- protestó Lancelot que, con una espada en cada mano veía con nerviosismo como los jinetes estaban alcanzando el campamento levantando tras de si una gran nube de arena.

-¡Son romanos, no ataquéis!- repitió Arturo.

Para ese entonces, muchos de los que la noche anterior habían estado cantando alegremente, huían en desbandada del acero romano. Sin embargo, otros no habían sido tan rápidos y aún estaban montando a sus caballos cuando los romanos rodearon el campamento.

-¡Soltad las armas!- gritó uno de los romanos al grupo de caballeros sármatas mientras otros rodeaban y aislaban a los que no habían tenido tiempo de huir.

-Soy Arturo Castro, general de los caballeros sármatas del Muro de Adriano- se presentó con su potente voz Arturo.

El romano invasor se fijó por primera vez en la armadura de Arturo, decorada al típico modo del Imperio y en su capa roja.

-¿Qué hacéis aquí, Arturo Castro del Gran Muro?- preguntó el romano quien, sin lugar a dudas, había oído hablar de los guerreros pues si no, no los hubiera creído tan rápido.

-Pasábamos la noche con esta gente. ¿Por qué los tratáis así?- inquirió Arturo viendo como tres o cuatro soldados montados a caballos acosaban a un hombre desarmado y a pie, al que le pegaban puntapiés y empujones.

-Son bárbaros y paganos que se reúnen todas las noches de luna llena para preparar una revolución.

-Os aseguro que no es así. Se reúnen para celebrar fiestas, no para conspirar contra el Imperio.

-¡Mira!- el romano les señaló a un grupo de soldados que acorralaba a un jinete- Son bárbaros, usan a mujeres como guerreras.

Alguien le pegó una patada al jinete y este calló al suelo. Los caballos romanos se apartaron para que todos pudieran ver a la muchacha que, poniéndose en pie rápidamente se revolvió en el círculo, como preparada para saltar sobre alguno de sus atacadores.

A Tristán le dio un vuelco el corazón. ¡Era la mujer del lago!

-¡Arturo!- dijo Tristán impaciente e inquieto al ver como uno de los soldados sacaba un látigo.

-¿Qué vais a hacer?- preguntó el paladín romano.

-Azotarla para que toda su gente oiga sus gritos. Así aprenderán. A mis hombres no les gusta matar mujeres, por lo que titubean al luchar con esta gente.

-¿No les gusta matarlas pero si flagelarlas?- preguntó Arturo indignado. Su sangre le hervía en las venas por lo que no ordenó a Tristán que bajase el arco cuando este lo tensó, preparado para atravesar el pecho del flagelante.

-¡Deteneos!- ordenó Arturo, mas el primer latigazo cayó sobre la espalda de la mujer, quien hundió sus rodillas en la arena negándose estoicamente a gritar- ¡Parad!

Un segundo latigazo abrió una brecha en la espalda de la mujer y después un tercero con el que la muchacha no pudo aguantar más y chilló de dolor.

-¡Tristán!- gritó Arturo.

El guerrero disparó e instantes después el flagelante cayó al suelo con una flecha atravesándole el pecho.

-¿Cómo te atreves?- preguntó indignado el dirigente romano.

En un hábil e inesperado movimiento, Arturo colocó la punta de Excalibur en el cuello del romano pese a que este iba montado en caballo.

-Porque ellos no han hecho nada salvo celebrar una fiesta- contestó Arturo con las mandíbulas apretadas- Ahora marchaos- retiró la espada del cuello del hombre.

-Os superamos tres a uno.

-¿Atacarás a un general romano?- preguntó Arturo seriamente con tono amenazador.

El militar lo miró también, sin lugar a dudas amedrentado por la seguridad de Artorius. A la cabeza del romano acudieron las historias que habían oído contar de Arturo y sus caballeros, historias que realmente parecían sacadas de una fábula, pues se decía que nunca en 13 años había perdido un combate pese a haber estado luchando constantemente contra los pictos en el Gran Muro.

-¿Por qué los defendéis? Solo son paganos y mujeres que se creen hombres.

-Son inocentes.

Mirando por última vez a Arturo, el militar dio la orden de partir a sus hombres.

Con reticencias y maldiciendo por lo bajo, los romanos siguieron a su lider, levantando una gran nube de arena a sus paso. Los guerreros sármatas, por su parte, dejaron de blandir sus armas con tanta fuerza.

Tristán, saliéndose del grupo, fue a ayudar a la mujer flagelada, pero ésta, al verlo acercarse, retrocedió como si de un animal acorralado se tratase. El guerrero no la siguió.

-Si queréis viajar con nosotros hacia el norte, os podremos acompañar hasta el Muro de Adriano- ofreció Arturo una vez la arena se hubo vuelto a posar- Es más, os recomendaría venir con nosotros al menos una jornada por si esos hombres cambian de opinión.

La mayoría aceptó la oferta del britano-romano y fueron tan solo dos los que decidieron emprender camino solos. Por lo tanto, los sármatas reemprendieron camino siendo mucho mayores en número: catorce.

Tristán, que cabalgaba detrás de la mujer del lago, la observaba detenidamente. Los latigazos le habían roto la camisa, la cual estaba manchada de sangre. Sin embargo, se sentaba recta sobre su caballo con una leve expresión en la cara de dolor: no quería parecer débil.

Fue al acampar por la noche (cuando pararon a comer apenas si hubo conversación entre ellos pues los ánimos seguían muy tensos) cuando los guerreros se enteraron de la historia de esos "bárbaros paganos".

-Nuestro pueblo viene de Bizancio, aunque lo cierto es que habitábamos esas tierras antes de que los romanos llegaran- contó uno llamado Kardan- Vivíamos en lo que actualmente es Constantinopla ((actual para ellos, para nosotros es Estambul, Turquía)). No somos cristianos, sino Natúreos.

-¿Natúreos?- preguntó Arturo, quien nunca había oído hablar de esa religión.

-Si, adoramos a la diosa Gea, espíritu y madre del mundo. No somos muchos, pero los que queremos por encima de todo es la libertad- dijo mirando fijamente a Arturo- Nuestro predecesores proceden de todo el mundo, de ahí nuestro mestizaje y que se nos reconozca por la calle: la mayoría tenemos la tez más oscura que los romanos.

"En Constantinopla- continuó- en un principio se permitieron otras religiones, incluso se nos preguntó si queríamos construir un templo para Gea… Sin embargo los gobernantes que se han ido sucediendo tenían maneras muy distintas de ver la existencia y la religión, hasta tal punto que un día íbamos a Constantinopla y nos recibían con los brazos abiertos y, al siguiente, teníamos que huir de sus flechas."

"Aprendimos a luchar al tener que defendernos de los ataques romanos y, como éramos muy pocos, permitimos, yendo en contra del resto del mundo, que las mujeres lucharan-el hombre miró a las cuatro mujeres que los acompañaban- Son excelentes guerreras ¿sabe?"

Todos los guerreros miraron a las mujeres y estas le devolvieron las miradas. Tristán miró a la mujer de lago y ésta se le quedó mirando.

Arturo también las miró y después volvió a observar al Kardan.

-¿Y cómo habéis acabado en Britannia?

-En los últimos años, ya cuando todos nosotros vivíamos y teníamos unos 8 o 9 años la represión por parte del Imperio Romano se hizo asfixiante, hasta tal punto que acabó estallando la guerra entre Roma y nuestro pueblo- al continuar, su voz sonó más triste- Un par de horas bastaron para dejarnos a todos huérfanos. Nos vimos obligados a exiliarnos o a servir a aquellos que habían matado a nuestra gente, así que los pocos que quedábamos nos dispersamos por el mundo. A Britannia llegamos unos 45, de los cuales solo quedamos 30.

-¿Y preparáis una revolución, como afirmaba el romano?- preguntó Arturo.

Kardan sacudió la cabeza.

-Los que quedamos nos reunimos en luna llena para celebrar que seguimos vivos y así llevar un "recuento" de los que quedamos con vida en esta isla.

-Por eso llamáis a la fiesta "Día de los hermanos" ¿no?- dijo Galahad- porque os reunís los pocos "hermanos" que quedáis.

-Así es, no somos hermanos de sangre pero como si lo fuéramos.

Tras la cena se fueron acostando poco a poco en sus improvisados jergones o fueron, en silencio, a hacer guardia. El ruido de la noche los rodeó: se oía a los búhos y demás animales nocturnos que hacían su vida bajo el refugio de la oscuridad y, además, también se escuchaba el chisporroteante fuego que se fue apagando poco a poco, llegando a alumbrar solo tenuemente el campamento.

De pronto un gemido de dolor rompió ese relativo silencio y después unos sollozos que intentaban ser ahogados.

Tristán intentó descubrir de quién provenía el gimoteo sin llegar a incorporarse. No tardó mucho en darse cuenta que era la mujer del lago la que sollozaba de dolor porque las heridas de su espalda se habían rozado con algo.

El guerrero iba a ponerse en pie e ir a ayudarla cuando una figura se levantó y se acercó a ella, arrodillándose a su lado.

¡Galahad!

Investigando, he descubierto que Constantinopla fue inaugurada en el 324 DC sobre la antigua Bizancio, que primero fue griega y después romana. Fue capital del Imperio Bizantino (Imperio Romano de Oriente, originalmente bajo el mando de Honorio) hasta que en 1453 fue invadida por los turcos, convirtiéndose en la actual Estambul (Turquía), pasando de ser cristiana a musulmana.

Constantinopla fue edificada a semejanza de Roma y recibe este nombre por su fundador, Constantino.

Durante los primeros años de la existencia de la ciudad, se respetó a los paganos, construyéndose templos tanto para cristianos como para paganos. Más tarde, sin embargo, se produjo un represión no constante en el tiempo (era muy intensa durante unos años para suavizarse más tarde y después volver a ser intensa)

Antes del 324 apenas si encuentro información sobre la religión/es que habían en esas tierras, por lo que me inventaré una religión y una historia para mi personaje.

Una pregunta ¿¿¿¿alguien me lee?