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Cabalgando a la ciudad
Los sollozos llamaron la atención de Galahad que, sentado a los pies de un árbol, estaba haciendo guardia.
Buscó tanto con la mirada como con el oído la procedencia del gimoteo y pronto comprendió que venía de la mujer que había sido flagelada.
Galahad la había estado observando durante todo el viaje ya que su aire de tristeza lo intrigaba y el hecho de que cabalgara erguida pese a las herida causadas por el látigo, mostraba una fuerza por su parte que asombraba al guerrero.
Se puso en pie y se acercó a la mujer que, al verlo, dejó de sollozar mordiéndose la mano. Galahad llegó a su lado y se acuclilló junto a ella.
-Has de curarte las heridas, si no, puede se que te de fiebre muy alta. Déjame que te las limpie con agua ya que tú no llegar a la espalda. Prometo no hacerte nada más.
La muchacha lo miró. Estaban cerca del fuego por lo que Galahad pudo ver con total perfección sus acuosos ojos y su expresión de dolor. La mujer vació un instante para acabar aceptando la proposición debido a que su sufrimiento era mayor que su desconfianza.
-Ahora mismo vuelvo- el guerrero se puso en pie y fue a buscar un cuenco con agua y varios trapos.
Cuando volvió, la muchacha se había quitado la parte de arriba y, aferrando con fuerza su ropa sobre su pecho, estaba tumbada boca abajo.
Galahad se arrodilló junto a ella y mojando uno de los paños le limpió las heridas que, grabadas a fuerza de látigo en su espalda, abrían tres surcos en su piel. Pese a que ya se le había formado costra, al verter sobre los cortes agua, ésta se tiñó de rojo.
Una vez las hubo limpiado, empapó los trapos y, enrollándolos, se los colocó sobre las heridas de tal forma que su frescor mitigara el dolor.
-Ya está- le comunicó a la mujer- pero será mejor que no te muevas en un rato- Galahad le tapó su desnuda espalda con su capa.
Ya se había puesto en pie y se disponía a marcharse cuando la mujer habló con su suave y musical tono.
-Muchas gracias- en su voz se leía su sincera gratitud.
-De nada.
A la mañana siguiente, habiendo salido el sol varias horas antes, reemprendieron la cabalgata.
Arturo iba a la cabeza del grupo y marcaba el ritmo de avance, un ritmo lento comparado con el que acostumbraban a llevar los guerreros sármatas.
Kardan se dio cuenta de ello y, cuando pararon a comer, se acercó a Arturo, que en ese momento desensillaba a su caballo para que este descansara.
-Arturo- lo llamó.
-¿Si?
-¿Puedo hablar contigo un momento?
-Por supuesto.
Kardan se acercó al semental de Arturo y le acarició el cuello.
-Tenéis magníficos caballos; parecen muy rápidos- comentó.
-Están acostumbrados a duras marchas, si- contestó Arturo orgulloso de su blanco caballo- Pero ¿por qué me dices esto?
-Me he fijado de que avanzamos lentamente y me preguntaba si…- Kardan trataba de ser educado, intentando no ofender a quien le había librado de una buena opaliza- si no lo hacéis por nosotros, porque si es así, he de decir que podemos ser veloces como el mismo viento.
El britano-romano miró a su alrededor, deteniendo sus ojos en las mujeres. Kardan se dio cuenta de ello y, suspirando, volvió a hablar.
-¿Por qué las ves inferiores a nosotros?- le preguntó.
-No las veo inferiores, es tan solo que…
-Crees que son más débiles, que no deben luchar si no ser protegidas. Toda la gente parece pensar eso en este loco mundo. ¡Ellas son las que dan vida¿Cómo vana ser inferiores a nosotros? Tú eres cristiano ¿verdad? Pues explícame como pudo un "hombre" crear la vida- pidió Kardan desafiante.
-Dios es omnipotente.
-¡Vida, Arturo¡Vida! Tú, yo, tus hombres¿de dónde venimos¡De mujeres!
-Mi fe en Dios es fuerte, Kardan, te pido que desistas en tu intento de hacerme creen en Gea- dijo Arturo seria pero cortésmente.
-Me has malinterpretado, Arturo. Sé que es prácticamente imposible convertirte en natúreo- por un momento en su mirada se pudo leer pena, pero no por lo que sucedía en el presente, sino por algún mal recuerdo- lo que intento es que comprendas que ellas no son débiles. Si bien es cierto que hay que tratarlas con mayor dulzura pues parecen albergar en su corazón más sentimientos que nosotros, no hay que meterlas en una urna de cristal y se han de respetar sus deseos como respetarías los de un hombre. Si ellas desean luchar, déjalas luchar.
Arturo miró a Kardan y este pudo leer en sus ojos que estaba meditando lo que le había dicho.
Inclinando la cabeza complacido, Kardan se alejó del adalid britano-romano. Normalmente, cuando en el pasado había hablado con otras personas sobre sus creencias, estas se habían reído de él, burlándose cruelmente. ¡Adorador de mujeres! Para la mayoría de hombres, creyentes de que los músculos y la espada lo eran todo y que las mujeres estaban allí para complacerles y darles hijos además de para acortarles las largas noches de invierno, esa era una idea ridícula.
Arturo se había comportado de otra forma. No se había mofado de él (cosa que Kardan agradecía) y era más, meditaba en las palabras que Kardan le había dicho.
Al reemprender la marcha, fueron un poco más rápido, pero tampoco demasiado. Cuando el natúreo miró a Arturo interrogante este le dijo:
-Aun nos queda camino por recorrer, no quiero que los caballos se cansen.
Kardan asintió y volvió a colocarse por detrás de Arturo.
La velocidad que llevaban les permitía hablar entre ellos y Galahad, colándose hábilmente entre sus compañeros y por entre los demás jinetes, acabó situado al lado ed la mujer flagelada.
-¿Qué tal tu espalda?- le preguntó.
-Mejor, gracias. ¿Te llamas Galahad, verdad?
-Si, así es ¿cómo…?- el guerrero estaba sorprendido.
-Oí a un amigo tuyo llamarte, al rubio.
-Ah, Gawain.
-Tenéis nombres extraños- afirmó la mujer- ¿no sois cristianos, cierto?
-Así es; venimos de Sarmatia, fuera de la influencia cristiana. Pero nuestros nombres tampoco son tan raros: Bors, Dagonet, Adragaín, Tristán…
-¿Tristán?- se interesó la mujer- ¿Y dices que no tenéis nombres raros¿Quién en un sano juicio le pondría a su hijo algo referente a la tristeza? Los nombres han de ser alegres, no lúgubres.
Galahad no contestó.
-¿Y quién es Tristán?- preguntó la mujer.
-Aquel de pelo oscuro- indicó Galahad señalando con la cabeza a su amigo, que iba por detrás de ellos.
La mujer se giró hacia él y se encontró, para su sorpresa, con la penetrante y oscura mirada del hombre del lago. Tristán… el nombre dejó, sin motivo aparente, de parecerle tan triste.
-¿Y tú como te llamas?- le preguntó Galahad y la muchacha desvió la mirada de los ojos de Tristán para mirarlo a él.
-¿Qué?
-¿Cuál es tu nombre?
-Mahira ((la h se pronuncia como una j suave))- dijo la chica sonriendo.
-Bonito nombre- Galahad contestó a su sonrisa.
-Gracias.
-¿Y significa algo?
-Si, rosa del desierto- Mahira se sonrojó levemente.
Galahad sonrió más ampliamente ante el enrojecimiento de Mahira. No tenía por qué sonrojarse pues quizá no fuese una rosa, pero si una flor inusitada y muy hermosa.
Aun podía sentir la cálida y suave piel de su espalda bajo sus manos, que se le antojaron las de una bestia, asperas y callosas por el manejo de la espada. Aterciopelada como ninguna otra, su piel tostada excitaba al guerrero que, contemplando sus carnosos labios no podía evitar imaginarse a sí mismo saboreando su suavidad. Además, sus ojos claros llamaban la atención de quien los mirase y Galahad, por su parte, se quedaba atrapado en ellos.
Era una flor, de eso no había duda, y además era la más hermosa que había visto en su vida.
El siguiente día de cabalgata fueron dos jinetes menos, pues dos de los natúreos (un hombre y una mujer) se fueron del grupo tras darle las gracias a Arturo. Al siguiente día se separaron tres más con lo que ya solo quedaban dos natúreos (Kardan y Mahira) en el grupo para cuando llegaron a la Ciudad del Muro.
Los romanos no habían tenido muchos problemas para defender el muro, salvo que una tropa de pictos, envalentonados por la ausencia de los aguerridos sármatas se había colado silenciosamente en la zona sur del muro y para cuando los romanos se fueron a dar cuenta de la invasión, los britanos se habían apropiado de una aldea. Estuvieron dos días y dos noches guerreando con los nativos para conseguir liberar la aldea.
-¡Estos romanos! Inútiles hasta para matar- dijo Bors- Invaden esos demonios azules una aldea con nosotros aquí y no empleamos ni una mañana para echarlos a patadas de nuestra zona- el guerrero parecía excitarse al oír hablar de la lucha que los romanos habían llevado a cabo contra los pictos, sin embargo, cuando se enteró de que ya no quedaba ni un britano peligroso en su zona de la muralla la excitación disminuyó notablemente para después volver a subir hasta puntos incontrolados cuando vio a Vanora, su amante.
Sus ocho hijos correteaban detrás de ella como un rebaño seguiría a su pastor, sin embargo, tras haber saludado a su padre entre gran alboroto, se fueron dispersando por la ciudad hasta que no hubo rastro de ellos cuando cayó la noche y todos los guerreros se reunieron en la taberna donde trabajaba Vanora.
Gawain y Tristán hablaban en una solitaria mesa que estaba metida en las sombras de la taberna. Bors, Dagonet y los demás relataban la historia, con algún que otro detalle inventado para darle más emoción, como los romanos habían atacado el campamento de natúreos y como ellos los habían hecho volver sobre sus pasos.
También estaba allí Kandar y Mahira. El primero bebía y reía junto a los sármatas, mientras que Mahira, sentada en una mesa, charlaba con Galahad.
La mujer ofrecía un aspecto muy inusual en ella al llevar puesto un vestido rojo oscuro que Vanora le había prestado.
-Chica, cógelo. A mi ya no me viene después de ocho partos- dijo entre la risa y la nostalgia mirando el vestido- Además, así quizá seduzcas a algún hombre esta noche- comentó con picardía- Vamos, pruébatela.
Mahira obedeció más para no quedar mal con Varona que porque le entusiasmara la idea de llevar vestido. Se quitó las holgadas y, para ella, cómodas ropas de hombre y se puso en su lugar el vestido que, en contraposición, se ceñía a su cuerpo como si estuviese vivo y no quisiera caerse de ella.
-¡Oh¡Que bien te queda!- exclamó Vanora al regresar a la habitación con un cepillo en la mano.
-Lo veo muy… provocativo- contestó Mahira dudosa al ver que el vestido insinuaba su escote.
-¡Que va! Si te tapas más parecerás una monja. ¿Cómo te sueles peinar?- Vanora parecía emocionada ante el hecho de poder hablar con una mujer de los trucos de belleza que hicieron que Bors cayera rendido a sus pies. Sus hijas eran aún demasiado jóvenes.
-Suelo hacerme algunas trenzas para que no me caiga el pelo a la cara…
-Pues hoy te vamos a peinar.
Eso había pasado hacia una hora, por lo que ahora, mientras hablaba con Galahadicimrna. .
fueron dispersando por la ciudad hasta que, se sentía un poco más cómoda con su ropa, aunque seguía pasándose la mano por el pecho para asegurarse de que sus senos siguieran a buen recaudo.
-Voy a por vino¿quieres que te traiga algo?
-No, gracias.
Galahad se puso en pie y fue hasta la barra para pedir el vino. Le habían dado ya su copa cuando se fijo en que sus dos amigos, Gawain y Tristán, hablaban en solitario en una de las esquinas de la taberna. Se acercó a ellos.
-¿Qué hacéis aquí escondidos con la buena noche que hace?
Tristán y Gawain lo miraron.
-Charlábamos.
-Si, aunque ya hemos terminado. Voy a tomar el aire- Tristán, diciendo esto, se alejó rápidamente de sus dos compañeros.
Galahad lo miró cabreado.
-¿Qué diablos le pasa a ese? Parece que me huyera desde hace ya varios días.
-Nada, no le pasa nada. Vamos a divertirnos, anda.
-Estaba charlando con Mahira…- se disculpó Galahad y, como si la hubiera invocado, la mujer apareció a su lado.
-Galahad, estoy cansada, me voy.
-¿Ya¿Dónde vas a dormir¿Te acompañó?- preguntó el guerrero atropelladamente dejando la copa de vino en una mesa dispuesto a irse con ella.
-No, no, no hace falta. Buenas noches a ambos- deseó Mahira.
-¿De verdad no quieres que te acompañe?- preguntó Gawain deseoso de hacerlo.
-No, de verdad. Buenas noches- repitió la mujer.
-Buenas noches.
-Buenas noches.
La mujer salió de la taberna y, tras asegurarse de que Galahad no la seguía, se perdió en las sombras de la calle. Sin embargo, no fue hacia la casa de Bors, si no que siguió los pasos de otra persona.
Vale, entendido, mi fic ha tenido aceptación nula. ¿Pues sabéis? Me da exactamente igual pues me lo paso genial escribiendo esta historia.
