7
Las figuras entre la niebla
La travesía hacia la pequeña aldea "liberada" por los romanos fue lenta y desmoralizante. Durante toda la marcha, no dejó de llover, por lo que los caminos pronto se convirtieron en barrizales. Los guerreros no podían hablar entre ellos, y si lo hacían, debían gritar tan alto para superar el ruido de la incesante lluvia, que sus gargantas pronto se vieron doloridas.
Tardaron un día entero en llegar y, cuando lo hicieron, fueron recibidos con miradas recelosas y hurañas. Nadie pareció alegrarse al ver aparecer, empapados y con cara de pocos amigos, a los sármatas.
-Algo anda mal…- comentó Dagonet cuando, parados en una arboleda a menos de diez metros de la aldea, ataban a sus caballos a las ramas bajas de unos árboles- es como si… nos tuvieran miedo.
-No miedo exactamente- dijo Tristán mirando a los escasos aldeanos que permanecían fuera de sus casas- Mirad como nos miran. Cuando ves alguien a quien temes, intentas desviar la mirada. Yo diría que les incomoda que estemos aquí, que quieren que nos vallamos, pero no por miedo.
-Dividiros en parejas, rastrearemos la zona en busca de pictos- ordenó Arturo tras pensar por un instante en lo que Tristán había dicho.
Arturo fue con Lancelot, Galahad con Gawain, Bors con Dagonet y Tristán con Adragaín.
-La niebla está creciendo- comentó el robusto guerrero de pelo negro mientras avanzaban por el bosque- Dentro de poco no veremos nada.
Como bien había dicho Adragaín, las nubes bajas, que en un principio habían ocultado las copas de los árboles, seguían descendiendo hacia la tierra, extendiendo hacia ellos lo que parecían blanquecinos dedos.
-¡Sch!- dijo Tristán levantando la mano entre la cada vez más densa niebla.
Adragaín, callado y procurando que su respiración fuese lo más silenciosa posible, se acercó lentamente a su compañero.
-¿Qué sucede?- le preguntó al oído.
Sin hablar, Tristán le señaló un punto frente a ellos. Mirándolo detenidamente, Adragaín se dio cuenta de que allí donde le indicaba su compañero, la niebla adquiría una tonalidad gris ¡y se movía!
-¿Personas?
Tristán asintió y, cautelosamente, comenzó a avanzar.
Guareciéndose tras los árboles y sirviéndose de la blanquecina niebla para ocultar en gran parte sus movimientos cuando no había vegetación, el guerrero consiguió colocarse a la distancia de un salto de la figura que caminaba entre la niebla. Adragaín, viéndolo desde unos metros por detrás, vio a Tristán como si se tratase de un animal del bosque, un lobo quizá, que elegante y alerta, avanzaba sigiloso con la niebla dispuesto a atacar en cualquier momento.
Apenas si podía ver a sus adversarios, así como ellos no lo veían a él, pero le bastó con escuchar por un momento su conversación para saber que eran pictos. Levantando la mano por encima de su hombro, le indicó a Adragaín que eran dos y que él se encargaba de ellos.
Saltando sobre el más cercano de los britanos, Tristán lo derribo y, manteniendo al forcejeante picto bajo su peso, le asestó una mortífera puñalada en el pecho que detuvo sus movimientos bruscamente.
Poniéndose rápidamente en pie, desenfundó su espada curva y la sostuvo con destreza delante suyo mientras examinaba con ojo avizor a su rival. Por como aferraba su tosca espada con mano trémula, supo que no encontraría mucha oposición en él. Una lástima.
El picto solo pudo parar una lenta estocada, lanzada más como distracción que como intento de acabar con su vida. El siguiente golpe fue fatal. Afianzando sus pies firmemente en el suelo, dio un giro a su espada por encima de su cabeza y, balanceándose de atrás a delante con la espada, hizo caer la espada de forma diagonal y con una fuerza increíble sobre el pecho de britano, que se desplomó en el suelo muerto.
-¿Adragaín?
-Aquí estoy- el sármata apareció, siendo tan solo una forma borrosa, a unos dos metros de él. Había permanecido escondido, respetando así la decisión de Tristán de ocuparse él solo de los pictos, pero estando lo suficientemente cerca por si las cosas se hubieran puesto feas.
Mientras Tristán arrancaba el puñal del pecho del britano, lo limpiaba y lo guardaba para después hacer lo mismo con su cimitarra, Adragaín inspeccionó a los dos cadáveres.
-No parecen guerreros- comentó- Además de porque no van marcados por el tinte azul porque solo llevaban dos armas… Parecen mercaderes. Vamos, estoy seguro de que esto interesará a Arturo- dijo Adragaín, que tras haber inspeccionado a los cadáveres, lo había vuelto a dejar todo en su sitio. No eran ladrones, y no cogían nada que no fuera suyo, aun estando el propietario muerto.
-¿Comerciantes?- repitió el britano romano, creyendo haber oído mal a su subordinado.
-Eso parece. Nadie lleva tantas hierbas medicinales encima en un ataque a una aldea, a no ser que sea un curandero, y no lo parecía¿verdad, Tristán?
-¿Cómo se supone que han de ser los curanderos britanos?- pregunto el sármata indiferente. ¿Qué más daba si eran guerreros, comerciantes o curanderos? Eran pictos, enemigos, y a la larga, podían llegar a ser una amenaza. Mejor muertos que vivos.
Lanzándole una mirada reprobadora, Adragaín siguió hablando.
-En mi opinión, Arturo, los aldeanos comercian con los pictos. Hiervas medicinales que solo crecen en lo profundo del bosque a cambio ed carne, huevos y leche, muy difíciles de encontrar en invierno en el monte.
-Eso explicaría- intervino Dagonet- el hecho de que los aldeanos no nos temen si no que les incomodamos: no nos pueden echar porque venimos en nombre de Roma, pero quieren que nos vallamos para poder seguir con sus vidas y sus negocios.
Arturo no dijo nada. Sus hombres estaban transformando en palabras sus propios pensamientos.
-Los romanos se equivocaron al creer que los pictos habían invadido esta aldea- dijo Lancelot, convencido de sus palabras- Lo que vieron debió ser un "encuentro" de comerciantes, una especie de reunión para decidir los intercambios de las próximas estaciones…
Guardaron silencio, mirándose unos a otros para después fijar su vista en Arturo, esperando ordenes.
-Vamos a solucionar el problema- dijo y, en vez de dar otra orden más especificativa, fue hasta su blanco caballo y montó en él, seguro de que los demás le imitarían.
Todos montados sobre sus espléndidos animales y exhibiendo un aspecto de autoridad que llegaba a ser amedrantador, se plantaron en medio de la pequeña aldea.
-¡ALDEANOS!- gritó Arturo. Tras esperar un momento y ver que muy pocos se asomaban a las puertas de sus casas, volvió a elevar la voz- ALDEANOS, ESCUCHADME.
Unas pocas personas más salieron a la calle y el resto de vecinos, viendo a sus amigos y familiares fuera de sus casas, los imitaron, sintiéndose más seguros en cuanto más eran.
-Aldeanos, me he enterado de vuestro comercio con los pictos- dijo ya sin gritar el paladín y, al ver que la inquietud crecía en su ahora expectante audiencia, se apresuró a continuar- Tranquilos, nada se sabrá en Roma de vuestro comercio con el enemigo, sin embargo, debéis dejar de hacerlo para que yo me asegura de que este incidente quede enterrado.
Los aldeanos se agitaron, desconcertados y descontentos. Un hombre grueso de pelo oscuro muy sucio y enorme nariz, se adelantó un paso con respecto a sus vecinos.
-¿Y quien comprará lo que nos sobra? Este año ha sido bueno y los pictos nos ofrecían lujos que…
-¿Llamáis lujos a hierbas medicinales?
-No todas eran hiervas curativas- replicó el narigudo con voz chillona- Además ¿Qué nos ofreces tú¿Dejar de comerciar a cambio de nada¡Ja!
-¿A quien consideráis líder de la aldea?- preguntó Arturo desviando la mirada del hombre, en cuyos ojos había visto un atisbo de locura.
Tras un instante de vacilación, un hombre alto esbelto y de pelo blanco fue llevado casi a empujones hasta delante del resto de aldeanos.
Pese a que no se había esperado la reacción de sus vecinos y estaba sorprendido, el hombre adoptó al mirar a Arturo un gesto serio y se irguió todo lo que pudo. El britano romano, considerando que el hombre era digno del rango que sus vecinos le habían dado, desmontó de su caballo y se irguió frente a él.
-¿Cómo te llamas?
-Héctor- contestó el canoso.
-Yo soy Arturo, general de los caballeros sármatas del Gran Muro y os doy a ti y a tu gente mi palabra de que, si dejáis de comerciar con los pictos, la Ciudad del Muro os comprará lo que os sobre siempre y cuando esté en buen estado, dándoos a cambio dinero, que podréis utilizar para comprar todos los lujos que queráis en cualquier ciudad romana.
Héctor miró a sus amigos y vecinos preguntándoles con la mirada que les parecía el trato. El cabeceo afirmativo fue casi unánime.
Girándose de nuevo hacia Arturo, el canoso asintió.
-Aceptamos el trato.
-De acuerdo- el general extendió la mano para que Héctor se la estrechara.
-De acuerdo- repitió el canoso apretando la fuerte y callosa mano del guerrero.
-Cuando valláis a la Ciudad, preguntad primero por mi, yo me aseguraré de que os compren las cosas… Tengo tu palabra ¿verdad?- preguntó Arturo, bajando la voz en sus últimas palabras, dirigiéndolas solo a Héctor.
Sin lugar a dudas, muchos de los aldeanos tenían en gran estima al esbelto y ya entrado en años hombre, así que si tenía su palabra, tenía la de los demás.
-La tienes- Héctor apretó aun más la mano de Arturo y sonrió.
Las carcajadas resonaron en el campamento de los sármatas. Bors se había vuelto a burlar de los romanos y por su torpeza al resolver el "problema" de la aldea, y sus bromas habían causado el desternillamiento de sus amigos.
Cuando por fin pararon de reírse, con las mandíbulas doloridas, guardaron silencio, saboreando el momento. Había dejado de llover cuando aun era de día y la noche había traído consigo un frío helado de invierno. Sin embargo, el calor que emanaba del fuego, los calentaba reconfortantemente.
-Mirad el enamorado que cara de tonto que tiene- dijo Bors de pronto tras haber estado mirando a Galahad un momento.
El moreno se sonrojó y sonrió a Bors un tanto avergonzado. Todos dirigieron sus miradas al más joven de los guerreros con una sonrisa bailándoles en la cara. Lancelot le lanzó una de sus perturbadoras sonrisas que siempre hacían salir a flote los pensamientos más morbosos de la gente; Gawain sonrió benévolamente a su amigo; Bors lo miró comprensivamente… solo Tristán le lanzó una penetrante mirada de odio que Galahad no llegó a ver.
Tristán sintió que el corazón se le retorcía y se paraba en una dolorosa mueca que oprimía su pecho. La garganta se le contrajo y le costó respirar. Quería levantarse e irse de allí, alejarse de todas aquellas personas que se consideraban sus amigos pero que a la hora de la verdad, no lo comprendían… sin embargo se quedó donde estaba, fijo en una posición de la que le parecía imposible moverse.
-Es muy guapa- afirmó Bors- casi, casi la pondría a la par de Vanora…
-Es la más hermosa de todas las mujeres que he conocido...- dijo Galahad con la vista desenfocada, sin duda, dibujando a Mahira en su mente- Es tan dulce, alegre, cariñosa…
"También es valiente, atrevida, no le da miedo enfrentarse a un desconocido (aun cuando ella esté desnuda en el agua, se recordó, sonriendo para si con el recuerdo de su primer encuentro), parece pasional, pero sabe controlar sus instintos…" les dijo Tristán sin abrir la boca. Su gesto era duro. Esos estúpidos sin sesos con los que compartía patria solo veían en las mujeres lo que querían ver, pensó Tristán y, lanzando una mirada de enojo a Galahad, le espetó mentalmente "Como intentes hacerte con el corazón de Mahira sin llegar a comprender su lado más salvaje, prepárate, estúpido."
Mientras, la conversación acerca de Mahira y Galahad seguía desarrollándose a su alrededor.
-No me la puedo quitar de la cabeza…- decía el enamorado.
-Llega a atormentarte ¿eh?
-¿Atormentarte?- Galahad miró sorprendido a Bors- Sus recuerdos son los más dulces que tengo en mi memoria… ¿Sabéis cuan suave es su piel bajo mis manos?- preguntó entrecerrando los ojos y evocando el recuerdo de su aterciopelada espalda.
Tristán respiró profundamente, intentando que la opresión de su pecho desapareciera, pero incluso respirar le costaba.
-Vanora huele a vela, humo y vino de la taberna. Es su olor, solo suyo. ¿A qué huele Mahira?
Galahad abrió los ojos con brusquedad, fijando rápidamente su mirada en Bors. No sabía a que olía Mahira, no se había fijado.
-Pues ya tienes algo que hacer en cuanto llegues- dijo Lancelot al ver la perturbación de Galahad. Sonreía, dando a entender más cosas de las que dijo.
Todos rieron.
Tristán se puso en pie y, temblando de furia, se alejó del grupo. Nadie pareció darse cuenta de que se iba, y eso lo irritó aun más.
-¡Atajo de asnos!- dijo por fin en voz alta- ¡Amigos traicioneros! Todo el mundo pendiente de Galahad¿nadie se fija en mi¿A nadie le preocupo?- le preguntó casi gritando a las sombras- ¡Ella huele a jazmín, maldita sea, a jazmín!
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Bueno, con este tardé un poco más, pero es que he estado ocupadilla y además, alejada de un ordenador, así que... pero estuve pensando bastante en este capi antes de escribirlo y creo que me ha salido bien. A ver que pensáis (mejor dicho a ver que piensas, Annoha, porque no sé si alguien más me lee, pero reviuws lo que se dicen reviuws solo me dejas tú, cariño mio :) . En este capitulo se produce el distanciamiento emocional entre Tristán y sus compañeros¿fuerte, eh? ((Os lo digo por si no he llegado aresaltarlo lo suficiente en la historia))
Dew y muxos bsks.
