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Ensoñaciones
-Adragaín¿Por qué no me has avisado de cómo están los caminos¿Y cómo has regresado tan pronto?- preguntó Arturo a su subordinado.
El sol acababa de asomar por encima de la montaña y lo más normal era que el guerrero hubiera usado las primeras luces del amanecer para asegurarse de que camino estaba despejado. En condiciones normales no hubiera vuelto tan pronto.
-No he salido esta mañana- declaró el sármata, y al ver la expresión interrogante de su líder, se apresuró a continuar- Tristán me abordó ayer por la noche cuando iba a acostarme y me dijo que de hoy en adelante él se ocupaba d todas la exploraciones, avanzadillas y rastreos. Pero si no quieres, volvemos a establecer los turnos- afirmó Adragaín, dispuesto a obedecer a su comandante.
-No, no hace falta. Si Tristán se quiere ocupar él solo de la exploración, que así sea. ¿Pero sabes porqué ha decidido hacerlo?
Adragaín negó con la cabeza. Lo cierto era que tampoco se había parado mucho a pensarlo, pues lo de explorar y la soledad que comportaba, no le gustaban demasiado, pese a que se le daba bastante bien y había agradecido a Tristán de puro corazón que le quitara de hacer dicho trabajo.
-No lo sé.
-De acuerdo.
Arturo se alejó Adragaín sumido en sus pensamientos. Sus pisadas hacían más ruido del habitual al estar aplastando la escarcha surgida al amanecer, pero era consciente de que el ruido era suyo y lo ignoraba, permaneciendo, mientras recapacitaba, alerta a cualquier sonido externo preocupante.
¿Por qué habría querido Tristán tan solitario puesto, se preguntó. Hasta ahora él y Adragaín se habían ido turnando para hacer más ligera la caga, pero ahora Tristán había decidido por voluntad propia separarse con más frecuencia del resto, mantenerse más alejado del grupo que los demás… ¿Habría de qué inquietarse? Quizá Tristán prefiriese simplemente estar solo más tiempo… o quizá, y esto era lo que inquietaba a Arturo, hubiera tenido algún tipo de encontronazo con un miembro del grupo y deseara distanciarse. Si así era¿podría la lealtad del guerrero disminuir por odio a algún compañero?
Las pisadas aceleradas de un caballo lo hicieron abandonar sus pensamientos por un momento. Tristán acababa de llegar y, al entrar en el campamento, fue sofrenando a su caballo hasta pararse junto a Arturo. El britano romano cogió las riendas del animal.
-El camino está totalmente despeado. Tan solo nos encontraremos nieve una vez salgamos de este bosque- informó subido a su blanco caballo- y una vez allí, aun es escasa.
Arturo no soltó las riendas.
-Quiero hablar contigo.
Tristán, sin decir nada, se ajó del caballo con destreza mientras el paladín seguía sujetando la brida, como asegurando el descenso de Tristán, cosa que era totalmente innecesaria pues el caballo estaba bien adiestrado.
Se alejaron un poco del resto del grupo, aun sin pronunciar palabra.
-Adragaín me ha dicho que te vas a hacer cargo de la exploración tú sólo- dijo Arturo, no andándose ni un instante por las ramas.
-Así es.
-¿Por qué?- inquirió el britano romano.
-¿Cómo que por qué?- Tristán permaneció inmutable, y Arturo supo que no le diría la verdad, y si lo hacía, no se lo diría del todo.
-¿Has tenido algún problema con un compañero?- le preguntó, creyendo que Tristán hablaría más fácilmente si él lo ayuda.
Sin embargo, Tristán parecía empeñado en no desvelar, ni aunque fuera un poco, sus motivos.
-¿Te molesta algo de los demás?
-Bors ronca, y Gawain hace sonar los huesos, si a eso te refieres.
Arturo exhaló por la nariz, cansado del juego. Sabía que Tristán ocultaba algo, y a cada palabra, se convencía más de que no se lo diría.
-Tristán, lo cierto es que me da igual lo que haya pasado- dijo seriamente, arrojando a un lado su faceta de preocupación amistosa y mostrándose, en cambio, como el comandante que era- lo que quiero saber es si defenderías con tu vida a los demás miembros del grupo. Todos somos uno, así que o te preocupas por todos o mejor no te preocupes por nadie.
El sármata se tomo su tiempo para contestar.
-No me puedo ir de esta isla aún, pero cuando lo haga, me gustaría hacerlo vivo, aunque solo sea para contemplar guerras en otros países y decidir en que bando me favorece más estar. En muchas ocasiones, mi vida ha estado en manos de uno de mis compañeros, así como las suyas han estado en las mías. No daría mi vida a cambio de la de la de ellos, pero si puedo evitar que mueran, lo haré, aunque no a costa de mi pellejo- repitió, como queriendo matizar ese punto.
Arturo contempló a Tristán. Sabía que había sido honesto, pues sus palabras estaban teñidas de un gris que solo podía tener la verdad. Si le hubiera mentido, quizá hubiera dicho que daría su vida por cualquiera de ellos, sin embargo, había dicho que haría todo lo que estuviera en sus manos para evitar que murieran, dejando muy claro que no hasta el punto de hacer un trueque con la muerte.
-Con eso m sobra- dijo finalmente Arturo- Nos pondremos en marcha dentro de poco. Si quieres desayunar, hay comida junto al fuego.
Como cada vez que llegaban a la Ciudad del Muro, la gente abrió camino frente a ellos. Algunos niños corrían tras ellos, interrumpiendo por un momento sus juegos. Nos sentían afecto por los imponentes guerreros, sino más bien respeto y admiración. Habían oido a sus mayores hablar sobre las emocionantes misiones que los guerreros llevaban a cabo y les fascinaban. Sus padres, por su parte, no admiraban a los guerreros, cuya vida errante y peligrosa los asustaba, sin embargo, si que, al igual que sus hijos, los respetaban. Esos guerreros arriesgaban su vida para mantener su cómoda y reconfortante seguridad. Por todos era sabido que sin los sármatas, los pictos invadirían la zona sur del muro, pues los romanos no tenían tanta habilidad luchando con los britanos rebeldes, así que le debían mucho a esos guerreros.
Las únicas personas que esperaban a los sármatas en la Ciudad del Muro con auténtico afecto (o no tanto) eran las amantes de los guerreros y sus hijos (en el caso de Bors) y Jons, el hombre que se ocupaba del cuidado de la casa-cuartel de Arturo, las armas y los caballos, y que apreciaba mucho a los guerreros, en el especial a Arturo y Lancelot.
Para Galahad, que alguien lo esperara a su llegada, era totalmente nuevo. No se le había ocurrido en todo el viaje la posibilidad de que Mahira pudiera estar aguardándolo a su llegada, pero la idea le cruzó la mente al traspasar las murallas de la ciudad, haciéndole sentir una gran excitación.
¿Lo estaría esperando la mujer?
Al pasar junto a la verja que daba a la casa cuartel de Arturo, buscó a Vanora con la mirada, esperando ver las hermosas y delicadas facciones de Mahira junto a ella. Teniendo en cuenta que no conocía a nadie más en la ciudad, supuso que buscaría la compañía de la mujer. Sin embargo, con Vanora, solo estaban sus ocho hijos.
Se sintió inquieto ante la ausencia de Mahira. ¿Le habría pasado algo?
-Galahad- lo llamó Gawain.
El moreno bajó la vista hasta su amigo y sintió que se sonrojaba. Todos los demás guerreros se había apeado ya de sus caballos y todo el mundo lo miraba, pues permanecía erguido sobre su corcel, sin intención aparente de descabalgar.
Descendió con rapidez de su caballo y se sacudió las ropas como si llevara polvo, esperando que cuando la volviera a levanta, la mirada de los demás no estuviera fija en él.
Sin ceremonia alguna los guerreros salieron del embarrado patio y se separaron, dirigiéndose a sus casas. Galahad acompañó a Bors hasta donde Vanora lo esperaba.
Ambos amantes se dieron un apasionado beso que perturbó a Galahad. Miró a su alrededor, pero no había ni rastro de Mahira cerca de allí.
Bors y Vanora se separaron con la respiración entrecortada. La lujuria corría por sus venas.
-Vanora¿has visto a Mahira?- preguntó el guerrero con una sonrisa a la mujer. Era guapa, había que reconocerlo, sin embargo, Galahad la veía más como una amiga, casi como una tía o una prima, que como la guapa y sexy mujer que era.
-Galahad- dijo la mujer lentamente y con cierta tristeza, como si lo que fuera a decir no le gustara y pensara en las palabras adecuadas para decírselo- Hace que no veo a Mahira desde…
-Mírala, ahí viene- interrumpió Bors a su amante, a la que sujetaba por los hombros.
El moreno se giró y vio a la mujer que presidía sus sueños ir hacia ellos. Volvía a llevar el vestido rojo que Vanora le había prestado y caminaba levantándose los bajos para no mancharlos. Calzaba las botas que usaba para montar, que estaban sucias y embarradas. El pelo lo llevaba extrañamente sucio con ramitas e hijas, y su cara estaba levemente teñida de cansancio pese a que tan solo era medio día.
Galahad no se percató de estos pequeños y raros detalles y, si lo hizo, no les dio importancia. Solo se fijó en lo hermosa que era Mahira y en como sus ojos verdes lo miraban, alegres de volver a verlo.
Avanzó también en su dirección y cuando estuvo frente a ella, le pasó la mano por la cintura y la atrajo hacia sí, besándola con una pasión que no pudo contener. Metió la lengua en su boca, buscando como desesperado el húmedo contacto de Mahira y la apretó contra sí hasta sentir sus sugerentes curvas.
La mujer separó su cara un poco de la él y le acarició la faz tranquilizadora. Espero un instante, a ver si Galahad aflojaba su agarre, pero este no lo hizo, reteniéndole apretada contra su cuerpo.
-Me alegro de que estés bien- afirmó la mujer.
-He deseado tanto volver a verte…- el hombre se inclinó para besarla, pero sutilmente Mahira lo impidió, acariciándole la cara con sus manos, manteniéndolo así lo suficientemente lejos de sus labios.
Sus besos eran inquietantes, pues despertaban profundos deseos en ella… pero con un cuerpo distinto apretado contra el suyo, con los labios de hombre saboreando los suyos… no podía hacerle eso a Galahad. Era tan buena persona que besarlo mientras pensaba en otro le parecía ruin y cruel por su parte.
-Querrás descansar- dijo Mahira- y quizá tengas hambre. Vamos a tu casa, he llevado comida y allí podrás dormir.
Galahad se dejó llevar por la mujer. No tenía sueño, pero no contradijo a Mahira, pues lo que quería era estar a solas con ella y no con una multitud rodeándole.
Llegaron a su casa y, abriendo la puerta con una alargada llave, entraron. En la planta baja estaban la cocina, el salón, que hacía las veces de comedor, y la letrina. En la segunda planta había dos habitaciones y una especie de desván donde guardaba lo que no necesitaba. Era muy grande para un solo hombre pero desde hacía varias generaciones, pertenecía a los guerreros sármatas que protegían el muro y puesto que no había que pagarla, no protestó cuando se la asignaron.
-Busca en la cocina, hay comida- le indicó Mahira- yo voy un momento arriba.
-De acuerdo.
Mahira subió por las crujientes escaleras rápidamente y fue hasta su habitación. Sentándose sobre la cama, se levantó las faldas y tiró de las botas. Las llevaba sucias de la cabalgada frenética que había realizado ese día. Le había costado más tiempo del que había calculado localizar a sus compatriotas, y creyó que llegaría después que los guerreros a la Ciudad del Muro. Suerte que estos también se habían retrasado.
Se calzó unos botines de cuero y se miró al espejo un omento, percatándose de las hojas enredadas en su pelo. Se las estaba quitando cuando Galahad apareció en la puerta.
-¿Por qué has dormido en esta habitación?- preguntó sin enfado- Te dije que podías dormir en mi cama, mucho más cómoda que esta…
-Galahad, yo…- Mahira se puso en pie y lo miró a la cara.
-No digas nada, ven conmigo- Galahad le tendió una mano y la mujer la miró dudosa.
No había sido buena idea ir a su casa, se dijo.
Extendiendo una trémula mano, cogió la de Galahad y este la llevó con delicadeza hasta su dormitorio. Mahira sabía que debía parar eso, que tenía que detener al moreno antes de que nada malo sucediera, sin embargo, no sabía como hacerlo sin herir al joven. Además, y aunque no quisiera confesarlo, los profundos deseos que había despertado el apasionado beso de Galahad, seguían latiendo con fuerza dentro de ella.
El guerrero se situó detrás de ella y, apartándole el pelo, acercó su cara al cuello de la mujer. Hizo una profunda inhalación y quedó impregnado de su olor, extasiado con él.
-¿Cómo puedes oler a jazmín?- le preguntó Galahad a la oreja en un susurro- ¿Eres acaso una flor vestida de diosa?
Los fuertes brazos del guerrero rodearon su cintura y sus labios rozaron su oreja para ir bajando a lo largo del cuello hasta el hombro.
Mahira cerró los ojos y ladeó la cabeza. El deseo se agitaba en ella, cada vez más fuerte acuciante. Alzó su brazo por encima de su hombre y acarició la cabeza de Galahad, enredando sus dedos con su pelo e incitándolo a seguir. Guió su cara hasta la suya y lo besó, entrecortadas ya sus respiraciones por la pasión y el deseo.
Se acercaron lentamente hasta la cama mientras se acariciaban. Mahira se acostó en ella, echándose el guerrero encima suyo. La mujer seguía con los ojos cerrados, arrastrando sus manos por el cuerpo del guerrero, besando su cuello, sus labios…
Galahad comenzó a besarle el inicio de los senos a la vez que su mano ascendía por su muslo, desnudándola. Dejó caer la cabeza por fuera de la cama, mordiéndose el labio.
Mahira abrió los ojos y se encontró con ellos mismo en el reflejo del espejo. El había perdido su camisa y su fuerte espalda se veía reflejada en el cristal, con las manos de ella acariciándola. El moreno volvió a besar el cuello de Mahira y su cara quedó parcialmente a la vista.
Galahad…
Había estado fantaseando otra vez con otro guerrero, alguien que no la quería. Se odió a sí misma. ¿Por qué no le gustaría Galahad como amante?
El moreno, sintiendo que Mahira se quedaba quieta bajo él, la miró.
-¿Qué pasa?- le preguntó con voz entrecortada, excitada.
"¿Cómo puedo no estar enamorada de él?"Se preguntó Mahira mientras los ojos de Galahad estaban fijos en los suyos. Sentía rabia, frustración y odio hacia sí misma por ser tan tonta, por no controlarse, por no poder amar a Galahad, un hombre que se preocupaba antes por ella que por él. Las lágrimas afloraron a sus ojos y se le hizo un nudo en la garganta a la vez que lloraba.
-Lo siento…- Mahira apartó al hombre de encima suyo y, bajándose de la cama, salió corriendo escaleras abajo.
Galahad la siguió.
-¡Mahira, yo no…!- no sabía que decir pues no sabía que error había cometido, pero se sentía culpable, seguro de que el llanto de la mujer era por su culpa- Mahira, siento lo que haya hecho. ¡Lo siento de verdad!
Cuando llegó a la puerta de su casa y se asomó a la calle, solo pudo ver el revoloteo de un vestido rojo oscuro dando una esquina. Golpeó el marco de su puerta con violencia y después, viendo que la gente lo miraba curiosa al verlo en invierno, sin camisa y plantado en la puerta de su casa, volvió a entrar y cerró la puerta tras de sí.
Debía recordar cada uno de sus actos, cada una de sus palabras… debía encontrar su error.
Mahira miró a su alrededor. Sus acelerados y no recapacitados pasos la habían llevado hasta los establos de Arturo. Un rápido vistazo le sirvió para localizar su blanco animal, que se acercó a la puerta de su cuadra al verla. La mujer fue hasta él y entró.
Hacía muy poco que había vuelto de viaje y, aunque le habían dado de comer y de beber, aun no la habían cepillado, así que Mahira se puso a ello.
-Las cosas van de mal en peor, Airlín- le dijo a su briosa yegua- teo que irme de aquí cuanto antes.
Los natúreos estaban acostumbrados a hablarle los animales e incluso a las plantas, pues teniendo como Diosa a Gea, espíritu de la Tierra, estimaban todo lo que su seno daba, creyendo que a todas las seres los había dotado de inteligencia, además de a posibilidad de que fuera un reencarnado. Así pues, Mahira no hablaba inconscientemente, le hablaba a su yegua.
-Galahad es el mejor hombre que conozco, pero no puedo corresponderle, y eso no sería justo. Tristán me gusta hasta el punto de atormenta mi mente, pero yo en él no despierto ningún sentimiento, así que no tengo nada que hacer. He de alejarme de aquí para no hacer daño a nadie. No me perdonaría hacer daño a Galahad, y si sigo aquí, sé que se lo haré. Hemos de irnos- dijo con convicción- Buscaremos a Katsán, él si me quiere, y yo también a él, me ayudará a olvidar. Los natúreos se juntan dentro de una semana, espero encontrarlo allí.
Katsán era el único familiar que le quedaba con vida, o al menos eso pensaba. Era su primo hermano y de pequeños eran compañeros de juegos. Sus padres había muertos juntos en la batalla que los expulsó de sus tierras y ambos habían realizado el viaje de exiliación juntos. En muchas ocasiones se hicieron pasar por marido y mujer, ya que en la sociedad romana y cristina a las mujeres no se las tenía en consideración, y el hecho de que una pareja viajase junta, haciendo sabe que cosas sin estar casada, era prácticamente una blasfemia para los puritanos.
Llegaron a Britania a través de un puesto como guardia personal de un patricio que se le había ofrecido a Katsán. Mahira pensaba vivir y trabajar con él, sin embargo, el patricio bajo cuyas órdenes estaba Katsán, quedó horrorizado al ver a Mahira cabalgar a horcajadas sobre su caballo y blandir armas. Si deseaba quedarse, debía convertirse en una esposa sumisa y disciplinada.
¿Esposa obediente y manejable¿Cómo iba a convertirse en la mujer mansa y dócil de su primo, que nunca la había tocado? No era tan solo por el hecho de que no se atrajeran pasionalmente, sino que eso iría incluso en contra de su religión. Si somos iguales ¿por qué he de obedecerle, se preguntaba Mahira.
Mahira se negó y Katsán, intentando permanecer a su lado, dijo que dejaría el puesto, pero ella se lo prohibió.
-Es hora de que cada uno vaya por su camino, Katsán- le había dicho- Los natúreos se juntan cada luna llena, allí nos veremos.
Y así habían estado haciendo hasta la luna pasada. Cada uno llevaba su vida de forma independiente al otro y se volvían a encontrar cada luna llena… o al menos, así había sido hasta hacia dos lunas, pues en la última fiesta, Katsán no se presentó. Nadie tenía noticias de él, ni buenas ni malas, y esto hacía que Mahira conservara las esperanzas de que su último familiar simplemente se hubiera retrasado y que, a la siguiente fiesta, se presentaría.
Mahira pasó la tarde en los establos, hablando con Airlín. Solo en una ocasión alguien entró para asegurarse de que los caballos tenían suficiente comida y bebida. La mujer se escondió entre la paja y el mozo pasó de largo.
Estaba comenzando a anochecer cuando los ojos de Mahira, que se había sentado en el suelo recostando su espalda en la paja, se cerraron sin que ella llegara a darse cuenta.
Cuando despertó horas más tarde, lo hizo sobresaltada por la oscuridad que la rodeaba. Para ella solo había pasado un instante desde que cerró los ojos hasta que los volvió a abrir. ¿Cómo había podido oscurecer tan pronto?
Vio y oyó a su caballo cerca de ella y comprendió que había demasiada luz en los establos: debía haber alguna tea o vela encendida en la cuadra pues, aunque era tenue donde ella se encontraba, una luz dorada proyectaba sombras en el establo.
Se irguió de torso para arriba en su improvisado lecho de paja y sintió que algo caía de su pecho. Lo cogió y tras palparlo un momento y mirarlo, se dio cuenta de que era una capa que la cubría hasta los pies… pero no era suya.
Se puso en pie con lentitud, segura de que había alguien en la cuadra con ella pero que no se trataba de nadie amenazador.
Tristán…
El caballero sármata estaba a dos o tres cuarteles de distancia. Cepillaba a su caballo con parsimonia, como si eso le relajara.
Mahira salió de la cuadra de su caballo y Tristán se giró hacia ella al oir chirriar la puerta. Sin embargo, sin pronunciar palabra, se volvió de nuevo. La natúrea fue hasta él y le tendió la capa con la que la había cubierto.
-¿Esto es tuyo?
-Si- Tristán se giró y cogió la capa para dejarla después caer sobre la paja. Se volvió a cepillar de nuevo a su caballo sin añadir nada más.
Mahira comenzó a andar hacia la puerta creyendo que Tristán no quería hablar y sintiendo, además, que su presencia la perturbaba al hacerle recordar sus ensoñaciones con Galahad.
Era curioso. Cuando estaba con Galahad, pensaba en Tristán pasionalmente, y cuando estaba con Tristán, pensaba en el moreno sentimentalmente. No podía acostarse con el silencioso guerrero (si se hubiese dejado arrastrar por sus sentimientos lo habría hecho) a sabiendas de que si Galahad se enteraba, quedaría destrozado.
¿Cómo podía desear a Tristán y querer a Galahad?
-Tu novio de estuvo buscando toda la tarde y toda la noche. Preguntó a todo el mundo. Fue humillante hasta un extremo que no te puedes ni imaginar- dijo el sármata con sorna en su voz, como si disfrutase al recordarlo.
La voz de Tristán burlándose de Galahad la sacó de sus pensamientos y le hizo bullir la sangre.
-¡Por qué te ríes de él? Él es mucho más hombres que tú¿sabes?
-Si, ya, y por eso tú duermes con los caballos- dijo el sármata, mirando a Mahira socarrón- Si él es más hombre que yo¿yo dónde llevo a mis amantes¿ A las porquerizas?
-¡Eres un estúpido arrogante¡Un insensible que disfruta matando!- Mahira se había encarado con él, acercándose hasta la cuadra del sármata, no dispuesta a que humillara a Galahad y queriendo dar voz a sus pensamientos- ¡Eres un sádico que más allá de la guerra no sabe nada!
-¿Y Galahad sabe algo más¡Él ha llevado la misma vida que yo!
-¡El siente, tú pareces un cascarón vacío¿Has sentido algo profundo alguna vez más allá del placer que sientes al matar?
¿Tan animal y brutal lo veía, se preguntó Tristán mientras intentaba no dar rienda suelta a su ira. A nadie le habría permitido llegar tan lejos.
-¿Y por qué no te vas con tu amado Galahad?- preguntó centelleando su rabia en sus ojos- Porque no sé si te has dado cuenta, pero estás aquí, en las caballerizas, no en casa de Galahad¿a qué se debe eso? Pues a que hay algo que te desagrada de él¿cierto? No es el ser perfecto al que pintas con tus palabras- se detuvo un momento para tomar aire y antes de que Mahira pudiera decir nada, volvió a escupir palabras envenenadas- Si Galahad es el santo y buen hombre del que hablas¿qué haces aquí, discutiendo conmigo en vez de estar en sus brazos? Hay algo que no te gusta de él¿quizá es que es demasiado blando, que es un necio que creen en un futuro imposible o simplemente que es un tonto?
Mahira le arreó una bofetada.
-¡No hables así de él!
-¡Yo no so así, Mahira! Yo no soy tan enclenque como Galahad y con una bofetada no me callo. ¡Habrás de pegarme cien si quieres silenciarme!
La natúrea fue a darle otro bofetón, pero Tristán interceptó su brazo y el golpe no se produjo. Le pegó un tirón hacia sí y la besó con la intención de que ella se diera cuenta de que si sentía, que tenía corazón y que este se moría por ella, pero la mujer se retorció como si de un gato se tratara y el sármata se vio obligado a soltarla.
-¡NUNCA ME VUELVAS A BESAR ASÍ! – gritó Mahira, sacando de entre los pliegues de su vestido un afilado puñal con el que apuntó a Tristán.
Estaba fuera de sí, la ira la corroía. ¿Cómo se había atrevido a besarla en ese momento? En cualquier otro momento, a Mahira le hubiera encantado ese beso, pero no ahora, no cuando el hombre estaba despotricando contra una de las personas que ella más quería.
-¿Y si te beso de otra forma?- le preguntó el sármata, preparándose para una estocada de la mujer pero sin poder parar de temblar por un tumulto de sentimientos compartidos.
-AGGGG- Mahira dio unos pasos y lanzó un tajo que solo partió el aire. Dio otro y este alcanzó su destino, abriendo un surco en la ropa de Tristán que dejó al descubierto su torneado torso. El cuchillo volvió a descender, pero esta vez el guerrero reaccionó con rapidez y cogió el brazo de Mahira en el que llevaba el puñal. Se lo retorció y se lo colocó por detrás de la espaldas hasta que la mujer soltó el cuchillo, acompañando su acción con un gemido de dolor.
La retuvo inmovilizada un momento hasta que la mujer respiró más tranquila aun haciéndolo con demasiada frecuencia.
-¿Cómo te has acabado enamorando de Galahad?- le preguntó él, también más sosegado, reteniéndola todavía.
Tristán hubiese esperado que la mujer se retorciera en sus brazos intentando librarse, o que le hubiese espetado algo ofensivo, sin embargo, lo que hizo lo dejó pasmado, no sabiendo como reaccionar: Mahira comenzó a llorar.
El sármata la soltó y la mujer, sin volverse hacia él, se cubrió la cara con sus manos. Su llanto arreció.
-Mahira…- la culpabilidad se abrió paso en él al igual que las lagrimas lo hacían en el rostro de ella. Se había sobrepasado con ella. La había besado a la fuerza, le había retorcido el brazo, la había inmovilizado a espaldas de él… En condiciones normales nunca habría hecho eso, sin embargo, sus sentimientos mal controlados lo estaban perdiendo.
En contra de lo que ella había dicho, sentía algo profundo por esa mujer y, derivado de ello, una rabia y unos celos que nunca antes había sentido hacia Galahad. No era un monstruo, sentía.
-Mahira, lo siento, de verdad. Si quieres irte, hazlo, no me interpondré.
La mujer se giró lentamente hacia él, con sus hermosos ojos verdes brillando húmedos a la luz de la antorcha y varias lágrimas rodando por su rostro, lanzando destellos como si fueran perlas. Lo miró por unos instantes y después se acercó en un solo paso hasta él y poniéndose de puntillas, lo besó mientras más lágrimas brotaban de sus ojos.
Bueno, aquí está el octavo capítulo. Hacía un tiempo que lo tenía escrito, pero como estamos de vacaciones y no he pasado por mi casa pues... ya sabeis. Espero que os haya gustado, yo disfruté mucho escribiéndolo, tanto, tanto que perdí la noción de las hojas y me han salido ocho folios por ordenador, je je je.
Espero oir pronto de vosotrs.
Adew
