14
¡ARTURO!
La caravana avanzaba con una lentitud que destrozaba los nervios de Mahira. Su caballo debía haberse empapado de su nerviosismo, pues se movía inquieto sin que la natúrea pudiera evitarlo.
-Tristán, no es normal que vayamos tan lentos…
El guerrero, con la capucha echada sobre su cara, al igual que Mahira, no dijo nada, ni siquiera se giró hacia ella.
-¡Tristán¡Esto no es normal! Esta lentitud…
Mas el guerrero no contestó.
-Nos van a pillar…
Sin respuesta de nuevo.
-¡Tristán!- exclamó con rabia quitándose la capucha de un tirón y obligando a su caballo a acercarse al de su compañero- ¡No me estás escuchando!
-¡Claro que te estoy escuchando¡Yo y todos los que nos rodean!- le espetó el guerrero en voz baja girándose hacia ella amenazador- ¡Ponte el capuchón de nuevo o seguro nos pillarán!
Visiblemente consternada, Mahira apretó los labios y se echó la caperuza sobre la cabeza.
-Lo siento, Mahira, he sido muy brusco- dijo en un susurro- Necesito tu apoyo ahora…- alargó el brazo y asió la mano de la natúrea, que lentamente giró la cabeza y apretó la mano de Tristán.
-Estoy aquí… te sostendré… incluso aunque yo no me tenga en pie.
-¿Por qué dices eso, Mahira?- preguntó Tristán, pero la mujer no contestó- Últimamente estás muy extraña, Mahira, apenas si duermes…
-¿Yo? Yo si…
-No, Mahira, no trates de mentirme, no duermes. A veces me despierto y no estás, he de esperar horas para que regreses ¡y en medio de la noche!
-Nunca te he visto despierto cuando regreso- negó Mahira, que con la cabeza vuelta, trataba de no mirar a Tristán aun a través del capucho.
-Porque finjo estar dormido…
-¿Por qué?
-Porque si necesitas ayuda quiero que me la pidas, no deseo obligarte a recibirla...
Con la cabeza girada hacia otro lado, Mahira comenzó a llorar. Tristán, que aun le agarraba la mano, sintió el estremecimiento que la recorrió e intuyó que algo no iba bien.
-Mahira, mírame…- le pidió- Mahira, por favor…
La chica giró su cabeza hacia él y la capucha cayó dejando al descubierto sus llorosos ojos y su nariz congestionada. La lluvia, que había estado amenazándolos desde el día anterior, comenzó a caer sobre ellos.
-No puedes ayudarme en esto Tristán- negó la natúrea atragantadamente- En esto no…
-¿Por qué…?- preguntó él sin entender.
-¡EH¡VOSOTROS¡AVANZAD!
Tristán se giró molesto hacia el hombre que, por encima de la lluvia, les gritaba.
-¡AVANZAD!- exigió con cara de pocos amigos y con un látigo en la mano.
Como de forma casual, el guerrero dejó a la vista su espada, y ante su mirada de asesino, el envalentonado mercader pareció perder su valentía, sentándose en su carro sin increparlos más.
-Vamos- le dijo a Mahira haciendo que su caballo redujera distancias con el carro que tenían delante.
-Parece que la lluvia está haciendo que el registro sea menos intensivo- supuso la natúrea- Quizá aun tengamos suerte…
Mas no la tuvieron.
En los días de mercado, muchos comerciantes pasaban por Ciudad del Muro; puesto que debían pagar tributo por poner allí sus puestos, los días de comercio la entrada a la ciudad era muy lenta… pero esta vez lo era mucho más, pues registraban a los mercaderes.
-Quitaros la capucha- les ordenó un soldado a Mahira y a Tristán.
-No somos comerciantes, solo estamos de paso…- se resistió la natúrea.
-Mejor me lo pones. Quítate la capucha.
La mujer se echó atrás la caperuza, dejando a la vista su empapado rostro.
-La última vez que estuve aquí, no era necesario descubrirse para pasar.
-Los tiempos cambian- contestó el romano hoscamente.- ¿Y tú compañero no se quita el capucho?
-Tuvo un accidente; su rostro está desfigurado- replicó la mujer fingiendo pesadumbre- Le horroriza que la gente lo vea… ¿Podemos pasar, por favor? Hemos de ver a la curandera.
-Que se quite primero la caperuza.
-¿Y por qué toda esta seguridad?- insistió Mahira, preguntando una y otra vez a fin de que al romano se le olvidara que no había visto el rostro de Tristán.
-¡Quítate la caperuza u os arresto a los dos por insumisión!- exigió el soldados desenfundando su arma.
La alzada voz del romano había hecho que un grupo de curiosos los cercara, agrupándose también en torno a ellos otros soldados. La situación era realmente peligrosa, pues estaban en un punto sin retorno, en un callejón sin salida.
-Vengo a ver a Arturo, cabecilla de las fuerzas sármatas. ¡Me proclamo bajo su protección!
-¿Y por qué no me enseñas tu cara, pollito? Que has ido a refugiarte bajo un ala muy grande.
Con gran solemnidad y con una tranquilidad que Mahira no podía entender, Tristán descubrió su rostro. Una exclamación de sorpresa se alzó entre los que les rodeaban: todo el mundo reconocía al desertor que tanto revuelo había armado al fugarse.
-¡Tú¡Ja!- exclamó burlón el guardián de la puerta- Sueñas al clamarte bajo la protección del general Arturo¡lo que él desea es verte muerto¡Eres una deshonra para todo su grupo!
En tan solo cinco segundos, el panorama de Tristán y Mahira cambió por completo: tanto los soldados que les habían cortado el paso como los que en un principio habían estado curioseando, desenfundaron sus espadas, y los ciudadanos, asustados, retrocedieron, quedando la pareja rodeada por completo de guerreros romanos.
-No busco pelea- negó el sármata.
-Nosotros tampoco, solo pensamos cogerte, desarmarte y meterte en prisión hasta que tu sentencia de muerte salgo, lo que tú hagas, desertor, es cosa tuya- aseguró el romano aunque con un tono guasón que hizo a todos dudar de sus palabras.
Le iban a propinar una buena paliza.
-Mahira- llamó el guerrero en un susurro apenas audible- Cuando puedas, corre a buscar ayuda.
-Descabalgar- les ordenó el soldado.
-Me quedaré contigo- contestó la natúrea a Tristán ignorando por completo al romano.
-Busca ayuda; cualquier sármata valdrá- insistió, terco, el guerrero, a la vez que se apeaba del caballo.
Tristán y Mahira se miraron por unos segundos a los ojos, hablándose sin mover los labios, discutiendo su plan sin alzar la voz.
Finalmente, la natúrea se bajo del caballo, desenfundando su corta espada con un disimulo y habilidad pasmoso. Al parecer, ninguno de sus enemigos se dio cuenta de su maniobra. Mirando una última vez a Tristán, Mahira caminó con el corazón palpitante hacía el cerco de los romanos, que le impidieron el paso.
-Dejadme pasad- exigió.
-Tú, preciosidad, te quedas aquí- replicó el guardián de la puerta.
-He de hacer cosas.
-Pues esos asuntos tuyos habrán de esperar- contestó el romano.
-No pueden.
Y dicho esto, golpeó al soldado que tenía más cerca en la entrepierna, arreándole un rodillazo que lo hizo encogerse de dolor. Al agacharse, el romano dejó vía libre para que Mahira hiciese un arco con su mano en el aire y atizase a otro soldado un golpetazo en la cara con la empuñadura de su espada.
Aprovechando el espacio libre que el soldado dejó al caer, Mahira salió a toda prisa del cerco y empujando a todo el se encontraba a su paso, consiguió salir de entre el gentío. No permitiéndose mirar atrás, echó a correr hacia la casa-fortaleza de Arturo.
¡Necesitaba ayuda!
No acostumbrada a correr largas distancias y a tanta velocidad, el corazón se le disparó, la cara comenzó a arderle y las piernas comenzaron a clamar sosiego.
Apenas si podía respirar cuando divisó a no mucha distancia, a Galahad. Sintió un arrebato de alegría que la impulsó hacia delante.
-¡Galahad¡Galahad¡Necesito ayuda¡Galahad!
El moreno se giró al oír su nombre, y durante un fugaz instante, el regocijo se pudo leer en sus ojos, mas luego, se oscurecieron con crueldad, al igual que su semblante.
-¿Qué haces aquí?- preguntó.
-Galahad…- dijo Mahira con la voz entrecortada. Todavía no respiraba bien, se ahogaba entre palabras- Los soldados de la puerta… van a linchar a… Tristán… ayuda…
El sármata se la quedó mirando sin moverse ni un ápice.
Mahira se quedó extrañada¿no la había entendido¿Tan mal hablaba?
-Galahad… necesito tu ayuda… a Tristán lo van a…- mientras decía esto, dio un paso hacia el guerrero, mas este retrocedió, como huyendo de su contacto; entonces lo comprendió- Galahad…- suplicó una última vez, pero en la cara del hombre no hubo cambio: no quería ayudar al amigo que lo había traicionado, no quería ni hablar con ella.
Sintiéndose de pronto desvalida, Mahira tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para poder poner de nuevo sus piernas en movimiento. La zurra de Tristán ya debía haber comenzado, necesitaba ayuda ¡YA!
Al fin llegó a la casa-fortaleza de Arturo, y situándose en medio del patio, comenzó a gritar el nombre del general romano.
-!ARTURO¡¡¡¡ARTURO¡¡¡ARTURO¡¡¡ARTURO¡¡¡¡ARTURO!
Ante sus berridos, uno de los vasallos de Arturo acudió a su encuentro.
-¡Estáis loca¿Qué hacéis¡Callad, callad!
Mas no había quien la silenciara.
-¡ARTURO¡¡¡ARTURO¡¡¡ARTURO!
-¿Qué sucede?- preguntó de pronto el general romano abriendo con obvia inquietud la puerta principal de su morada. Se quedó asombrado al ver a la natúrea allí- Mahira… ¿qué haces aquí?
-¡Arturo¡Van a matar a Tristán¡Los soldados de la puerta lo van a linchar! Veníamos a…- la mujer comenzó a darle las razones de su viaje a fin de que Arturo volviera a considerar a Tristán como hombre suyo, pero no necesito darle las excusas, pues Arturo salió corriendo a toda velocidad hacia la puerta de acceso a la ciudad.
Corriendo detrás de Arturo, Mahira quedó sorprendida al llegar junto al portón de entrada, pues el circulo de romanos se había deshecho en parte. ¿Habría presentado Tristán pelea? Habían quedado de acuerdo en no hacerlo…
-¿Qué pasa aquí? Guardián¿qué sucede?- Arturo, con voz autoritaria, pedía explicaciones al romano encargado de vigilar la puerta.
-Es el desertor, lo hemos encontrado intentando entrar en la ciudad- indicó el hombre señalando a Tristán, que sentado en el suelo, sangraba por varias heridas que tenía en la cara.
-Este hombre es soldado mío, yo me ocupo de todos los asuntos concernientes a él; debisteis haberme informado de su llegada en vez de golpearlo de tan salvaje modo a fin de detenerlo…
Mahira, arrodillándose junto a Tristán, dejó de escuchar lo que Arturo decía.
-¿Tristán, estás bien?
-Galahad…
-¿Qué?- la natúrea no comprendió por qué el sármata preguntaba por su compañero.
-¿Dónde está Galahad?- insistió Tristán a la vez que parpadeaba para quitarse de algún modo la sangre que manaba de su ceja e iba a caerle al ojo.
-No lo sé, pero no ha estado aquí.
-Si, si ha estado… él me ha ayudado…
Pese a creer que el sármata se encontraba aturdido por la zurra, Mahira alzó la vista y buscó a Galahad entre la gente que los rodeaba; para su sorpresa, vio, ya lejos de ellos, al moreno, que caminando con parsimonia, enfundaba su espada tras haberla usado en defender a aquel que lo había traicionado.
¡Feliz 2006! Espero (si es que alguien lee esto) quehayais empezado con buen pie el año y... teniendo en cuenta que me cuesta hablar para nadie en particular, me despido ya.
Arrivederci!
PD. A ver si alguien da señales de vida.
