No son nada

Un murmullo recorría los pasillos.

La dulce voz que no es escuchada.

El tarareo de una calmada melodía, la acompañaba en su soledad. Sus largos cabellos brillaban con la luz de un sol que se perdía en los edificios lejanos. Una sonrisa de añoranza estaba estampada en su fino rostro. Sus ojos entreabiertos, cansados, batallaban consigo mismos en la decisión de cerrarse o permanecerse abiertos.

Una canción que no se atrevía a entonar por más sola que estuviera.

En su mano, un abanico cumplía su función. Refrescaba el juvenil rostro ahí posado contra una viga de madera. Sus pies se balanceaban en el vacío que había entre ella y el piso, a tan pocos centímetros de una fresca hierva. Los largos cabellos caían sin orden por su espalda y pecho.

¡Qué fresco! ¡Qué tarde tan hermosa!

No veía un punto específico. O quizá, soñaba despierta. Eso sabía hacer muy bien.

La familia Asakura no había llegado todavía de su paseo por la tarde. Con melancolía aparente, se da cuenta lo bien que se había complementado el niño con sus recién llegados padres. Tamao Tamamura, la madre sustituta de Hannah Asakura… extrañaba el sólo echo de aquel infante la llamase "madre".

Porque debía de recordar eso ahora. Quizá era eso, añoranza a esos tiempos que ya no volverán. Esos momentos en los cuales ella, tenía toda la atención del niño de dorados cabellos. Lo suave de sus palmas, rozarlas al tomar su mano e, ir con él. Aunque tuviese que cumplir un papel encargado, no podía evitar la ternura y amabilidad que emanaban tan natural de él. Era tan parecido a Yoh, por supuesto.

Más, que rápido pasan las cosas, tenía que acostumbrarse a la idea de que ya no lo tendría cerca. Al menos no tanto como antes.

Siguió ventilando su rostro, refrescando parte de su cuello.

El hombre que por varios años había amado en secreto…

La mujer a la cual respetaba y admiraba en casi secreto…

El hijo de ambos, que ganó un corazón…el suyo.

Todos esos miembros; enlazados; formaban parte de su vida. No podría vivir sin uno de ellos. Cada persona, por más mínima que sea, había sido incluida como parte de sus recuerdos. Unos más fervientes que otros pero, ahí estaban, haciéndose presente.

Y había una persona que se obligaba a permanecer constante en su memoria. Un ente que no quería desaparecer como fugaz estrella. Que quería por sobre todas las cosas que ella, pasado los años, lo recordase.

Un hombre que ahora se hacía figurar, no sólo con memorias. Acciones que dejaban huella en ella.

Tamao apretó suavemente una mano pegada a su regazo. La camiseta blanca tenía tonos naranjas, anunciando la puesta última del sol. Más la brisa no desaparecía, ni lo abrigador del ambiente.

O era ella, quien sonrojada evitaba pensar en detalles que la avergonzasen mas y colocasen más acalorada.

¿Por qué era costumbre en ella? Timidez, nerviosismo…sonrojos repentinos que decían mil palabras. Sean de disculpas o las frases que nunca se atrevería a enunciar a un muy particular hombre. ¿Qué hacer con un sentimiento que quedó estancado en su pecho hace ya varios años y que se resigna a ser olvidado?

-Joven Yoh….- la dulce voz paró en su canto, dejando que unas palabras bailasen en el viento.

La persona importante que invadió hace ya varios años su corazón. Apoderándose de sus sentimientos de niña y formándolos en una fantasía de jovencita… Todo tan rápido, todo tan pronto….

El amor…engaño de sus ojos, velo de su alma…El encanto fugaz, así como vino…se fue. El viento llevó unos cuantos cabellos lacios brillantes al rostro femenino, una mano vacilante los apartó con embelesadora quietud… Cuanta calma, una tarde que pasa…Pronto anochecería…

Una manta rojiza cubrió sus mejillas. Los reflejos dorados del sol le recordaban tanto a él…a sus ojos. Intensos, brillantes…Tan de él.

La noche le guardaría muchos secretos que, pronto, no lo serían más.

En su mente diversas preguntas rondaban.

¿Qué sería lo que el joven de cabellos violetas quería decirle, para que ello signifique verla tan pronto y en extrañas circunstancias?

¿Porqué llevarla a un lugar apartado…el cementerio…porque?

Acaso…no, era imposible.

¿Por qué pedirle a ella…verla, en privado…?

El joven Tao está lleno de misterios. Esa fue su resolución.

Una extraña pero comprensible inquietud se formó en su pecho mientras que, su respiración se hacía más constante. Sus labios temblaron ligeramente con una repentina brisa. Labios que le hicieron recordar una vez más que fueron profanados.

Pero cómo le había agradado que fuese así.

Se sonrojó.

¿Se repetiría acaso…?

¿Se atrevería…?

¿Cómo ella reaccionaría?

Su mente no dejaba de invadirse con preguntas, las cuales sólo el tiempo se encargará de dar respuesta. Bueno, el tiempo y algo de suerte.

Cerró sus ojos dando un último vistazo a la puesta del sol y suspiró la mucha confusión que guardaba dentro. Mientras, su rostro se cubría con una suave tonalidad rosada. Pensar en aquel hombre siempre la ponía de ese modo. Y aquello, le estaba gustando.

Casi de un salto se colocó de pie y se limpió con ligereza sus vestiduras.

-Debo hacer la cena.

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-Demonios…porque tengo que ser tan….- con la cara pegada a la almohada, Ren Tao maldecía su incapacidad de quedarse callado. Mascullaba malhumorado, sintiendo la cara hervir y recordando sus acciones con la muchacha. Sentía lo poco de brisa, refrescar su temple, entrar desde una ventana.

Le había prometido encontrarla. Se había comprometido…, le había pedido verla!

Debía estar demente.

Se preguntaba constantemente que ser se había apoderado de su cuerpo sin que él lo notase, que espíritu rebelde se empecinaba en hacerlo pasar vergüenzas tras vergüenzas. Porque debía él mismo pisotear su orgullo y hacer cosas que jamás en su vida hubiese echo…

Actuaba sin pensar, se deja llevar.

Se estaba comportando como el idiota rey shaman.

Levantó su rostro un poco y un brillo receloso se reflejó en sus ojos. Que tenía que estar pensado en aquel sujeto. Sabía muy bien los sentimientos de la pelirosa por su…amigo. La había besado aún siendo consiente de ello. Ella no se había negado a él, bueno, tampoco tuvo tiempo de oír lo que ella podía decirle. No quería…

No quería que le desmintieran. Preferiría la muerte antes de verse derrotado. En este caso era igual, perder las atenciones de la muchacha, ahogar aquel sentimiento… no quería, se negaba.

Volvió a cerrar sus ojos, esta vez con cansancio.

Su mente se nublaba cuando pensaba en ella y en su presunto rival. Sonrió irónicamente pegado a la almohada. Ren Tao no tenía rivales…ni los tuvo ni los tendrá. Su instinto de superioridad se hizo presente, aterrándolo sólo un poco,…que podría suceder si aquel orgullo se hacía presente hoy en su charla con la de ojos rosa. Podría arruinar lo poco que había logrado.

-Estupideces…

Giró sobre sí mismo hasta colocarse boca a arriba. De reojo examinó su habitación, silenciosa y sombría, un haz de luz iluminaba una mesa cercana. Viró su vista a la ventana, dándose cuenta que había anochecido. El pasar del tiempo parecía haberse detenido en su cuarto, él ni lo percató.

Se reincorporó, dejando caer hasta sus codos la camisa abierta de mangas cortas que traía puesto. La brisa refrescante chocó contra su pecho desnudo apaciguándolo un poco. Sus cabellos de violeta color estaban desordenados, cubriendo levemente el oscuro dorado de sus ojos. No estaba de buen ánimo. Desganado, se levantó y sin importarle su estado, salió de la habitación.

Esperaba sin mucho esfuerzo, que hubiese más personas en la pensión.

Ahora, último que deseaba, era cruzarse con ella.

Porque no estaba seguro, que otra idiotez le podría decir…

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Sus largos cabellos rubios se confundían con los de su hijo. Lo sujetaba fuertemente de la mano a medida que caminaban. El rostro indiferente no transmitía la felicidad que nacía en su pecho al estar tan cerca de este pequeño.

El otro hombre en su vida.

-Annita.- dijo un sonriente shaman.- Veo que te agrada llevar a Hannah.- señalando al niño igual de sonriente.

No hubo ningún cambio en la sacerdotisa. Talvez un pestañeo.

-¿Por qué no ha de agradarme? – preguntó con frialdad a su esposo.

Este sonrió con dulzura para aplacar el rostro tenso que la mujer había tomado al verse descubierta en su disfrute.

-No entiendo porque no sólo puedes decirlo.- habló de frente a la rubia.

Le devolvió el ver con intensidad en sus negros ojos.

-¿Es necesario?

-La verdad…no- señaló el rey shaman. – Nunca lo fue con nosotros, al menos.- terminó diciendo con su sonrisa más grande.

Esta vez una leve sombra carmesí se notó, cosa que no pudo evitar por más que quisiera la itako.

- Las palabras contigo y conmigo, no son nada, Ana.- mirando esta vez al rubio que los observaba desde su lugar. Apartado e indiferente a lo que conversan. La esposa Asakura dejó que sus labios se formaran en una diminuta curva.

A su mente como una especie de visión, la imagen de la pelirosa junto al hombre de violáceos cabellos, le vino de repente.

Las palabras entre nosotros, no son nada.

-Al igual que a ellos, no te parece…Yoh? – preguntó al viento mas siendo escuchada.

Una ventisca jugó con los largos cabellos oscuros del hombre, descolocando los conocidos audífonos naranjas que luego arregló con una de sus manos.

-Es cuestión de tiempo.- soltó de repente.

-Tiempo? – la sacerdotisa dudó del comentario del shaman.

-Ren sabe lo que hace, sólo necesita tiempo.- agregó sonriendo, acercándose a su esposa y tomando una mano libre. – Hay que seguir, se hace tarde.

Ella lo miró como sólo ella tenía el lujo de hacerlo.

Dejó que, de la mano, la guiara en su camino a la pensión.

Asakura Hannah sonreía divertido.

-Cosas de grandes.- murmuró para sí.

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Bajo las escaleras con divina paciencia.

Malhumorado, eso estaba. Agudizó sus oídos en señal de algún ruido sea o no familiar.

Silencio.

Extrañado se dirigió a la cocina, preguntándose mentalmente el lugar en el cual estaría la muchacha. No la encontró allí. Revisó la estufa. Fría, no estaba cocinando. Sonrió para sí mismo y lo machista que podría llegar a ser. Pensar que siempre la encontraría en un lugar como ese, debía expandir sus horizontes.

Abrió la nevera en busca de un frasco de leche.

Al menos pudo hallar eso.

Sin caber como, se encontraba en el pasillo que daba al jardín trasero de la casa. La botella estaba a la mitad de su contenido, aún fría. Doblando la esquina, divisó una figura sentada. Casi deja la botella caer al darse cuenta de quien era.

Pero pronto su sorpresa pasó a deleite.

Estaba tarareando una canción.

No se escondió, pero estuvo lo suficientemente cerca como para no dejarse ver y seguir escuchando aquella armoniosa melodía. Cerró sus ojos para degustarla. Un fugaz pensamiento inundó su mente.

-"Su voz es bella cuando habla… cuando canta, no hay límites… Si tan sólo su voz tuviera poder, ya estaría vencido."

Siguió oyendo, no quería que parara.

Su mente dibujaba la silueta, el rostro, cada hebra de cabello… la imaginaba hermosa, casi un ángel. Porque para él, ella, debía ser un objeto sagrado. Bello, puro, que no debe ser molestado. Los sentimientos hacia pelirosa eran un secreto y él celaba sus secretos.

Pero dejó de serlo cuando abrió la boca y juntó la de ella con la suya.

Una sonrisa adornaba el rostro de semejante criatura. Molestarla, no podría. No se atrevía a más. Quedó quieto en su lugar hasta que el sonido cesó. Abrió sus ojos para verla levantarse. Oyó unas pequeñas palabras que salían de su boca y la vio correr en la dirección contraria a la de él.

Ya estaba anocheciendo para entonces.

Acomodó sus cabellos y metió ambas mano en los bolsillos de su oscuro pantalón. La camisa seguía abierta y en su pecho desnudo, su corazón palpitaba velozmente. Trató de calmarlo, respirar hondo, pero nada parecía apaciguarlo.

El tiempo se acortaba, pronto la luna yacerá en lo alto…, pronto las estrellas saldrán…

Apretó un puño a la vez que miraba hacia la dirección por la cual se había ido la jovencita.

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Llegó a la cocina con paso apurado, no había preparado aún la cena y pronto llegarían los demás habitantes de la pensión. Cogió un delantal, lo amarró a su estrecha cintura y se dispuso a preparar los alimentos.

La sonrisa no abandonaba su rostro, linda casi infantil.

Una especie de cosquilleo se había apoderado de su garganta y pecho, dejándola escapar risitas. Poco a poco esas risitas acompañadas de un buen humor, la hicieron tararear. Nuevamente, ahí estaba, cantando sin usar palabras. Nuevamente, entonando la calmada melodía.

Que bien la ponía, estar pensando en él.

Paró.

Alzó su rostro sonriente y se vio reflejarse con el vidrio de la ventana frente a ella. Sus rosas ojos estaban brillando. Una pizca de felicidad se notaba.

La ponía feliz…estar pensando en él.

Se dio cuenta.

¿Cómo sucedió?

Movió hacia ambos lados su cabeza, despejando un poco su rubor. Volvió a mirarse. Seguía sonriendo.

Seguía pensando en él.

Estaba feliz.

-¿Qué haces? – una voz la distrajo. Ella giró su rostro hacia la persona que le hablaba.

Sus ojos se encontraron directamente. Dorados con rosas, como si una fuerza desconocida los atrajese. Estaba parado a pocos metros de ella. La mirada siempre fija en los ojos, nunca en otro lado. Serio, un poco desaliñado y ahora, apoyándose contra el marco de puerta.

Levantó una ceja inquisidora al no tener respuesta.

Ella sólo pudo quedársele viendo con la sonrisa que desde hace rato manifestaba. No podía evitarlo y él lo notó, se sonrojó cuando no vio cambio en ella. Sólo esa maldita sonrisa. Desvió su rostro ocultándolo de la muchacha. Un pequeño ataque de frustración interna se hacía presente en él.

-Todavía no regresan.- habló Tamamura desde su distancia, al ver que joven se acomodaba en una silla, para no quedar en silencio.

-Ah…

-Ya no deben tardar…jeje.- volvió a abrir la boca esta vez dejando escapar una risita nerviosa.

El hombre acomodó su mentón, en su mano apoyada en la superficie de la mesa, lo dejó descansar ahí y cerró los ojos colocando una expresión de aburrimiento en su rostro. Mente fría, eso pensaba. Pero le era inútil. Quería actuar indiferente, pero no servía. Ella ya lo había descubierto, tal y como era.

Le aterró.

Más al final, lo aceptó.

Quiso mantener su frialdad y mantenerse distante, lo logró. Consiguió que ella, con preocupación, se acercara a él cuando él, más que nada, quería alejarla. Ya no había marcha atrás. Lo había dicho. Todo depende de una respuesta como si su vida dependiese de eso.

-Tonterías…desde cuando pienso así…- pensó con amargura. La miró de reojo, la encontró de espaldas a él y muy ocupada al parecer. Notó que su cabello estaba sujeto de una forma muy parecida a la que lo suele llevar su hermana.

Llevó su otra mano al bolsillo de su pantalón y apretó la pequeña caja que contenía. La llevaba a todos lados, no quería desprenderse de ella.

Depende de su respuesta vería si la destruirla hasta que no quede ni el polvo o… Depende de lo que ella diga… de todas formas ganas no le faltaban al chino de deshacerse de ese paquete. Pero regresar a China y que su hermana se diese cuenta que no había cumplido su cometido…

Suspiró al imaginar la cara de decepción/burla que llegaría a tener la mayor de los Tao si lo viese volver con lo que ella le había regalado.

-Jeje

Escuchó a la muchacha reír por lo bajo.

-¿Pasa algo? – con tono indiferente en su voz.

Ella volteó con un tono carmesí en sus mejillas.- Estaba pensando…jejeje… para que el jo…Ren…me llevará al cementerio…- su nerviosismo había ido aumentando con cada palabras pero pudo terminar lo que quería decir.

No titiló.

Se mantuvo firme y con la misma expresión en su rostro mas sentía el corazón golpearle en el pecho.

-Lo sabrás…pronto…- finalmente habló.

La jovencita abrió la boca para continuar charlando pero cayó al escuchar el abrir de una puerta. Analizó la energía espiritual de la persona que había entrado. El de ojos dorados notó eso también. Alguien los visitaba y no era ninguno de la pensión.

-Esta aura…-susurró la pelirosa.- Podría ser…- dejó lo que estaba haciendo y se apresuró en ir al recibidor. Ren la siguió con la mirada para luego seguirla.

Se detuvo en el pasadizo.

Una mujer de cabellos largos y azulinos le saludó. Tamao volteó hacia el violáceo.

-Hola, que tal Ren… está mi hermano?

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Un frío familiar recorrió la espina de cierto joven de cabellos azulados. Un mal presentimiento se apoderó de él. A su lado, Oyamada notó el cambio en la expresión de su amigo.

-Algo terrible va a pasar.- dijo de corrido el ainu.

El detective y el rubio cruzaron miradas confundidas, se limitaron a asentir y continuar caminando.

Habían estado charlando de todo un poco, evitando el tema del ambarino y su relación con el prospecto del de Hokkaido. Tanto Manta como Lyserg, sabían el conflicto que ello había generado hace unos días. Era imposible no saberlo dado a la tensión que se había vivido en la pensión.

-Nunca he ido por allá. No creo que el clima me siente bien…-comentó el peliverde.

-Jejeje- rió Oyamada.- Pero, en Inglaterra acaso no hace un crudo invierno?

-Así es.

-Entonces……

-En Hokkaido hace más frío.- habló con emoción el ainu de su lugar de origen.- Pero aún así deberías visitarlo.

-Quién dijo que era por el frío…- agregó el detective con suave sonrisa.

Sus dos acompañantes le miraron extrañados y cambiaron el tema de conversación.

-Por cuánto tiempo se quedarán en Funbari.- preguntó de repente el rubio.

-Creo que por unas semanas más, tengo trabajo pendiente.- dijo Diethel meditativo.

-Ya veo, es una lástima.- comentó sincero. Miro al peliazul.- Y tú, Horo?

El muchacho permanecía en silencio y con una expresión no usual en su rostro.

-Un mes…máximo…- soltó con seriedad.

-Vaya, también es poco tiempo.- habló Manta apenado de que sus amigos tuvieran que irse tan pronto.

-Te pasó algo Horo Horo, porque pusiste ese rostro tan serio? – preguntó extrañado el de ojos verdes.

Usui lo miró.

-Nada, no pasa nada. Volvamos ya. Tamao debe estar esperándonos.- una leve sombra cubrió sus ojos y se adelantó a sus compañeros.

Diethel observó de reojo al rubio, este suspiró y movió a ambos lados su cabeza.

-Algo tiene.

-Por la señorita Tamao?

Oyamada asintió.- Algo más…

-Se quedó pensativo cuando mencionaste lo de su estadía en la pensión.- habló el inglés.

-Un mes dijo…es raro, ya que él se ha quedado más tiempo que eso.- continúo el muchacho de ojos negros.

-Creo que será mejor apresurarnos, no vaya a ser que cometa alguna tontería si encuentra a la señorita con Ren…- aunque le costó formular la oración, Lyserg prefirió el bien de su amigo y convenció a Manta de apurar el paso.

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Fue el primero en divisar la pensión.

Un mes. Ella solamente le había dado un mes para definirse.

Sacudió su cabeza, no quería pensar en eso en ese momento. Lo único que quería era ver aquel rostro por el que había soñado por meses. Acomodó su chaqueta negra, había ido a paso rápido; y arregló sus cabellos azulinos.

Ya era de noche cuando cruzó el portón de la casa. A pocos metros de él; Oyamada, Diethel y la familia Asakura lo seguían.

Abrió la puerta y se detuvo, congelado.

Risas que provenían del interior lo alertaron de una persona más en la casa. Una muy familiar que lo aterraba desde su infancia. Quiso escapar, pero era muy tarde…

Escuchó los pasos de alguien, Tamao se había acercado a averiguar quien había entrado a la pensión. Con su típica sonrisa, ella divisó a Usui estático en la entrada, solo.

-Joven Horo Horo, ya volvió.- alegremente Tamamura lo saludó. Los ojos contraídos del shaman del hielo volvieron a su estado original y se posaron en la pelirosa.

-Tamao…dime que ella no está aquí…- tartamudeó. El miedo presente.

-Ella…Se refiere a-

-SI !- la cortó el muchacho dando pasos hacia atrás. Su tono alto de voz alertó al visitante, que rápidamente se colocó de pie.

-Her-ma-no.- gritó la voz femenina desde otra habitación, la misma en donde había salido la de ojos rosa.

-No…Pilika…-un sudor frío recorrió su rostro al ver la figura de su hermana doblar la esquina del pasillo.

-Hermano…-dijo con sutileza.- No te alegras de verme, que cruel eres.- terminó haciendo un puchero.

-Pi-Pilika.- habló nervioso.- Qué haces acá, aún no se cumple el mes.- habló con algo de molestia el ainu.

La jovencita sonrió.

No tardaron en ingresar a la casa el resto de los habitantes, que al igual que el primero, se quedaron sorprendidos de encontrar a semejante visitante.

-Aún…aún tengo tiempo, Pilika.- molesto, continuó hablando el muchacho.

-Lo sé…pero, hermano.- la ainu relajó su rostro y observó con seriedad que asombró aún más al resto.- Ella no te va a esperar para siempre.- concluyó con solemnidad.

Tamao no entendía lo que pasaba, observó que Usui callaba y las facciones de su rostro decaían. Tristeza mezclada con resignación.

De la esquina por donde habían aparecido las dos mujeres, sin dejarse ver, el de ojos ámbar escuchaba atento la conversación de los hermanos.

¿Quién está esperando al Hoto Hoto?

Continuará…

Hola!

Ok, me demoré harto en actualizar jejeje ojalá les guste lo que he escrito, procuraré, ahora sí, el no demorarme tanto tiempo. Sólo discúlpenme que he estado un poco atareada estos últimos meses y no he podido dedicarme a esto jejeje

En fin, espero les agrade y no me odien xD nos vemos pronto (lo prometo!) chaufisss n.n