CAPÍTULO 7: SORA : RECUERDOS
Después de todo no había sido un reencuentro tan desastroso. Eso sí, no se parecía en nada a los miles de ellos que había imaginado. Había sido... extraño. Sí, esa era la palabra adecuada. Aquella mañana no se habían dirigido la palabra y hace unos minutos parecía que el tiempo que había pasado desde que no se veían era un día en vez de cuatro años.
Con un suspiro se dejo caer en la cama. Lo que estaba claro es que él seguía siendo tan terriblemente encantador para engatusarla y ella tan terriblemente estúpida para dejarse engatusar. ¡Pero cómo la hacía reír! Eso era lo que le gustaba de él, no había cambiado nada en cuatro años. Bueno, quizás era aún más guapo de lo que era antes.
Quien le hubiera dicho hace tres años que volvería hablar con él como lo había hecho esta noche lo habría llamado mentiroso. Cuando él se fue, las cosas comenzaron a ir de mal en peor. Ya no sólo era el vacío que le había producido su partida, sino también el divorcio de sus padres y todos los problemas que ello acarreaba. Pero lo peor había sido aquella llamada. Todavía recordaba vividamente aquel día, aunque ahora le parecía que había sido bastante abstracto.
Aquella misma mañana sus padres habían obtenido el divorcio legalmente. Recordaba que en aquel momento le había parecido bastante frío echar por tierra varios años de matrimonio con una simple firma en un papel. Llevaba varios meses preparándose para aquel acontecimiento pero en cinco minutos todo su mundo pareció empezar a desmoronarse. Se prometió que no iba a llorar. Ella era fuerte, ella no lloraba. Pero aquella tarde fue lo único que pudo hacer mientras se escondía en su habitación. Varias veces había alargado la mano para coger el teléfono y llamarle, para contarle todo lo que llevaba dentro, pero ambos sabían que su relación ya no era la misma. Sus esporádicas conversaciones telefónicas, incluso el contenido de éstas, era como un diálogo de teatro previamente ensayado. Ella simplemente estaba esperando el golpe final, el golpe de gracia. Y llegó. Y más dolorosamente de lo que hubiera imaginado.
En una de las muchas veces que había alargado el brazo para tomar el teléfono, éste sonó. No supo decir de dónde le venía aquella intuición, pero sabía que era él y en cuanto descolgó el auricular y escuchó su voz, supo que la pequeña esperanza que había estado albergando en su interior se apagaba con un simple soplo. Le había contado lo que ocurrió en la fiesta a la que había asistido la noche anterior. Ella simplemente escuchaba en silencio sin llegar a creerse lo que había estado temiendo durante mucho tiempo, pero en cuanto el nombre de Mimi fue pronunciado, gruesas lágrimas comenzaron a caer de su rostro. ¡Su mejor amiga!
Todavía no sabía como había logrado sonar tan animada cuando le contestó. Simplemente le había dicho que tarde o temprano tendría que ocurrir y le hizo prometer dedicarla una canción en su próximo álbum. ¿Qué le dedicará una canción? ¿Para qué se lo había preguntado? ¿Para qué quería ella una canción? Pero lo que más le dolió es que él cumplió su promesa. Prefería que no lo hubiera hecho porque así tendría un motivo más para odiarle.
Hasta entonces no sabía que una sola persona pudiera albergar tantos sentimientos, la mayoría de ellos contradictorios.
No supo de dónde sacó la idea. Simplemente se encontró frente al espejo de su baño con una cuchilla temblando sobre su muñeca izquierda y cuando la hundió en la carne todo se empezó a llenar de color rojo, incluso su mente. En un alarde de lo que ella consideró en aquel momento valentía, repitió el proceso con su muñeca derecha y en apenas unos segundos lo que parecía al derechas se volvió del revés y viceversa. Oyó que alguien pronunciaba su nombre pero no se preocupó de comprobar quién era. Por fin estaba descansando.
Cuando despertó todo era blanco, ya no había nada rojo. Al girar la cabeza vio las caras preocupadas de sus padres que la miraban como si estuvieran viendo un fantasma. Cuando preguntó qué había pasado, su madre había salido de la habitación donde se encontraba llorando mientras que su padre se había acercado a la cabecera de la cama donde estaba y simplemente la había acariciado la frente, como tanto le gustaba a ella que hiciera cuando era pequeña, mientras le dedicaba una de sus características sonrisas.
Poco después un médico había entrado para preguntarle como se encontraba. Ella le había respondido que bien mientras el hombre examinaba algo que ella no alcanzaba a ver. A los pocos minutos apareció otra persona, esta vez era una mujer, que comenzó a hacerla una serie de preguntas. Al principio las había contestado amablemente pero después de la quinta pregunta sobre su vida privada empezó a fastidiarla.
Cuando el efecto de los analgésicos dejó de hacer efecto, empezó a sentir dolor. Bajó la vista hasta donde provenía y vio las vendas apretadas en sus antebrazos y manos. Sólo entonces empezó a recordar y tomar plena conciencia de lo que había ocurrido. No, de lo que había hecho. Un sentimiento que no supo identificar comenzó a recorrerle todo el cuerpo. ¿Cómo había sido capaz? Lo que hace unas horas le había parecido un acto de valentía ahora lo veía como lo que realmente era. ¡Qué cobarde! ¿Cómo había podido huir de esa manera?
Lo peor de todo fue cuando tuvo que enfrentarse a sus padres. Ahora ya había reconocido aquel sentimiento que la había recorrido, vergüenza. Pero sus padres no la reprocharon nada, no la preguntaron nada, simplemente la abrazaron.
La mujer que la había visitado y la había hecho las preguntas en realidad formaba parte de la plantilla de psicólogos que trabajaban en el hospital. Ésta considero oportuno que la muchacha se quedara ingresada, aún después de haberse recuperado de las heridas que se había infligido, en la zona de psiquiatría. ¡Genial! ¡Ahora resultaba que estaba loca! Bueno, tal vez lo estaba y ella no lo sabía. Hizo prometer a sus padres que no le dirían nada a nadie, ni siquiera a sus amigos. No creía poder soportar sus caras de lástima.
La primera noche que pasó en lo que durante los próximos meses se convertiría en su hogar fue extraña. Había esperado ver a gente hablando consigo misma o viendo algo que sólo ellos podían ver, pero en vez de eso se encontró con que todos los que allí residían eran jóvenes que como ella tenían problemas, si no iguales, muy parecidos a los suyos. Había un comedor común que se parecía mucho al que había en su escuela. ¡Dios! Incluso la comida se parecía a la de la escuela, lo cual no ayudaba absolutamente en nada.
Aquella noche había entrado, había cogido una bandeja y se había puesto a la cola esperando su turno. Sentía todas las miradas sobre ella. Bueno, era normal, era la nueva. Lo que la fastidiaba de verdad es que no hacían nada para disimularlo. La gente que estaba colocada delante de ella habían girado sus cabezas y se habían puesto a mirarla, como si de una nueva atracción se tratara. Cuando consiguió salir con su comida, se dirigió a una de las muchas mesas que había desperdigadas por la habitación y buscó un hueco vacío. Las mesas eran largas con bancos igual de largos. La gente estaba sentada en grupos y todos la miraban a ella, como si esperaran que tropezara y tirara toda su comida al suelo. De acuerdo, seguramente eso era lo que estaban esperando.
Caminó hasta una de las mesas del fondo de la habitación y se sentó en una mesa vacía dando la espalda a la mayoría de las personas que estaban allí. Porque ya era bastante malo saber que la estaban mirando para encima tener que devolver las miradas.
Pero su soledad duró unos simples segundos. Al instante una chica negra había posado su bandeja y la estaba mirando desde el otro lado de la mesa, y a su lado se había sentado un chico con el pelo verde... ¡que la estaba olisqueando el suyo!
- ¿Eres un poco borde no? – le preguntó la chica mientras tomaba un trozo de la ensalada que tenía delante.
- ¿Lo soy? – contestó sin haber hecho caso realmente a la pregunta. Lo que en realidad estaba intentando era apartar su pelo de la nariz de chico - ¿Acaso fuiste un perro en tu otra vida?
- ¿Ese color es natural? – dijo el chico recuperando el mechón de pelo que la chica le había quitado – Porque si no tienes que decirme qué tinte usas.
Sora lo miró mientras levantaba una ceja. ¿Cómo podía haber pensado que aquella gente no estaba loca?
- ¿Por qué estás aquí? – volvió a preguntar la chica. Desde luego el tacto estaba olvidado en aquel lugar.
- Intenté suicidarme – contestó simplemente. Bueno, si iba a estar en aquel lugar durante un tiempo lo mejor es que se fuera adaptándose lo más pronto posible.
- ¡Oh suicidas! ¡No sois de mis preferidos! Sois egoístas y egocéntricos – comentó la chica negrita mientras volvía a tomar otro bocado.
- ¿Ah si? – contestó Sora sin saber muy bien qué responder - ¿Y eso por qué?
- Pensáis que el mundo gira a vuestro alrededor, que sois los más desgraciados y que vuestros problemas son los más importantes.
- ¿Y tú por qué estás aquí? – le preguntó la pelirroja.
- Anorexia.
- ¿Y los anoréxicos no sois egoístas y egocéntricos también? – preguntó mientras comenzaba a probar su comida. Había logrado recuperar todo su pelo y el chico ahora sólo lo miraba por encima del hombro.
- Egocéntricos puede que sí, pero egoístas... Sabemos que existen más personas alrededor – contestó mientras fulminaba con la mirada a una serie de personas que pasaban cuchicheando a su lado.
- ¿Y a él? ¿Qué le ha pasado? – dijo apuntando con el tenedor al chico que estaba a su lado. Aunque dudada si quería saberlo.
- Es igual de egoísta que tú. También intentó suicidarse. Aunque sinceramente, con semejantes padres, yo también lo habría intentado.
El resto de la cena la pasaron en silencio, cada uno pensando en sus asuntos. Aunque Sora ya sabía en qué pensaba el chico por las furtivas miradas que le estaba echando a su pelo. Cuando terminaron, recogieron las bandejas y se dirigieron a la zona donde estaban las habitaciones. Cuando se iban a separar la chica negrita giró la cabeza y la miró.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó.
- Sora.
- Tana y Yûji – respondió la muchacha presentándose a ella misma y a su compañero. Sora simplemente asintió – Mañana te mostraremos todo lo que debes saber sobre este lugar.
- Estoy impaciente – contestó Sora sacando a relucir una de sus características sonrisas que desde hacía mucho tiempo no mostraba. Giró sobre sus talones y comenzó a andar hacia su habitación. De repente una voz la llamó.
- ¡Eh Sora! ¿Me dirás mañana qué tinte usas? – La muchacha miro a Yûji y con un meneo de la cabeza volvió a dirigirse hacia a su habitación. Acababa de conocer a los que con el tiempo se convertirían en unos de sus mejores amigos.
Tana era una mezcla de filósofa, psicóloga y feminista que todavía no sabía muy bien como había acabado siendo anoréxica. La música era una de sus pasiones, su voz era impresionante y, para desgracia de Sora, uno de sus grupos favoritos era el de Yamato.
Y en cuanto a Yûji... cualquier día esperaban que apareciera pidiéndolas que le llamaran Natasha o algo por el estilo.
Los días pasaban tranquilamente en aquel lugar. La hacía gracia ver a Tana discutir con cualquiera o a Yûji mirando revistas de moda. Ella simplemente leía o estudiaba los apuntes que su tutor había preparado amablemente para ella y que la había hecho llegar a través de sus padres.
Una tarde mientras paseaban por uno de los jardines del hospital mientras Yûji leía una revista y Tana se quejaba de que lo hiciese, pues gracias a revistas como esas se incitaba a las chicas a que les ocurriera lo mismo que a ella, una enfermera se acercó corriendo a ellos.
- ¿Sora Takenouchi? – preguntó mirando a los tres muchachos esperando una respuesta.
- Soy yo – respondió la muchacha adelantándose un paso.
- Rápido, acompáñame. Tienes una visita – Sora miro a sus dos amigos un poco contrariada. Generalmente sus padres la buscaban por su cuenta. Ya sabía donde solía estar – Rápido que no tengo todo el día.
La muchacha se despidió de sus amigos y acompañó a la enfermera que iba refunfuñando algo sobre ser la recadera de nadie. Le indicó con el dedo una sala de espera y se marchó enfadada. Sora la sacó la lengua y abrió la puerta de la sala. Realmente quien estaba allí era una de las personas que esperaba que nunca la hubieran visto en aquella situación.
- ¡T.k.! ¿Qué haces aquí? – dijo mirando al pequeño rubio. Cuando vio que él estaba observando sus muñecas con cara de horror cerró la puerta y cruzó los brazos sobre su pecho.
- Yo sólo... Es decir, yo... – dijo el pequeño muchacho. En seguida comenzó a llorar y fue a abrazar a la muchacha que había sido como su hermana desde que la había conocido – Desapareciste de repente y no sabíamos dónde estabas.
La muchacha simplemente abrazó al pequeño e intentó hacer que se calmara. Cuando lo consiguió hizo que se sentaran en un pequeño sofá que había en la sala y le empezó a acariciar el pelo.
- Lo siento mucho T.k. No fue mi intención marcharme sin decírtelo.
El muchacho simplemente cogió una de sus manos y pasó los dedos por la cicatriz de la muñeca. Todavía no sabía por qué, pero en aquel momento comenzó a contarle todo lo que había pasado desde hacía unos meses, omitiendo por supuesto la llamada de su hermano. Tal vez era una forma de justificarse ante él, no lo sabía. Sólo era consciente de que tenía que contárselo y que las palabras le salían como si lo que le estaba contando le hubiese sucedido a otra persona en vez de a ella.
Cuando terminó de contarlo, fue como si se hubiese deshecho de una pesada carga. Aunque temía imponérsela al pequeño rubio. Permanecieron varios minutos en silencio, disfrutando simplemente el uno con la compañía del otro.
- ¿Y cuándo puedes volver? – preguntó de repente el muchacho. Era la pregunta que quería hacer desde que la había visto entrar en aquella habitación.
Sora lo miró tristemente. Estaba segura de que lo que iba a contarle no le iba a gustar nada.
- T.k., no voy a volver.
- ¿Cómo? – la miró incrédulamente el rubio.
- Cuando salga de aquí me iré con mi madre. Su negocio se ha expandido lo suficiente por el extranjero. No voy a quedarme en Japón, lo siento.
El muchacho la miró con los ojos vidriosos. De repente se levantó de un salto y salió corriendo de la sala. Sora ni siquiera intentó alcanzarlo. Estaba en su derecho de estar enfadado y ella no se lo reprochaba. Su hermano se había ido apenas unos meses antes y ahora se iba ella.
Varias semanas después salió totalmente recuperada del hospital. Tana y Yûji comentaron lo mucho que la echarían de menos y bromeando la propusieron que volviera a intentar suicidarse. Esto no gusto nada a su madre y Sora tuvo que sacarla a rastras del hospital prometiéndoles a sus amigos que los escribiría siempre que pudiera. Y así lo hizo. En cada ciudad o país que estaba, siempre les enviaba una postal. Nunca había sido una gran escritora y era demasiado vaga para ponerse a escribir algo tan largo como una carta. Sus amigos respondían con cartas escritas conjuntamente. A veces era demasiado difícil leerlas porque en una misma línea se podían mezclar las apretadas letras de Tana y la tinta del bolígrafo rosa de Yûji.
En la primera ciudad que estuvo también escribió a T.k. Esta vez una carta. En ella le contaba lo mucho que sentía haberse ido y que le echaría de menos. También le pedía que la perdonara y le dejo una dirección para que la enviara sus cartas. Pero él nunca escribió.
Años después lo encontró en China, peleando a puñetazo limpio. Era increíble lo mucho que había cambiado. Era más alto y cada vez se parecía más a su hermano sin llegar a perder ese toque que le hacía... bueno, que le hacía ser T.k. El no parecía estar enfadado ya con ella y, exceptuando el día en que se habían vuelto a ver, no volvieron a hablar del tema. Sora estaba segura de que él era demasiado orgulloso como para mencionarlo.
Y aquí estaba otra vez, de vuelta a su país, a su ciudad, a su familia y a sus amigos. En realidad iba a ser un año interesante.
Notas de la autora: Sí, también a mí me parece increíble que haya actualizado. Muchas gracias por todos lo reviews del anterior capítulo y espero que éste, a pesar de la tardanza, no decepcione. Un saludo.
