FUTURO EN EL PASADO
VI.
Kagome platicaba con Sango acerca de los rumores que existían en la aldea alrededor de las visitas de Sesshomaru a Rin, y de aquellos obsequios que le enviaba. Sango comentaba que en su aldea de exterminadores era bien sabido que existían demonios que raptaban mujeres para hacerlas parte de su concubinato, sin embargo, dudaba mucho que ese fuera el caso, ya que Sesshomaru no hubiese esperado a que Rin creciera para hacerla parte de sus concubinas, si es que tenía concubinas, ni hablar de dejarla vivir en una aldea de humanos, desde aquel momento en que aquella niña se había cruzado en su camino la hubiera hecho suya, por mal que se hubiera visto, pero nada de eso había sucedido. Además de todo, él de entre todos los demonios que habían llegado a conocer no parecía del tipo que le gustara tener pareja, ni hablar de varias.
Aquel lazo que existía entre el demonio y la niña era otra cosa diferente, y quizá la misma gente de la aldea ya lo sospechara, pero aún conociéndolo, se negaban a creer que tuviese un sentimiento así de puro para con aquella niña huérfana.
— Quizá el destino puso a Rin en su vida para... no sé, para que sanara alguna herida de su alma, no sé... —meditaba Kagome—¸ se supone que desde joven odia a los humanos, aunque la verdad, nunca lo creí del todo, tantas ocasiones en las que tuvo oportunidad de matar a Inuyasha y no lo hizo.
— Cierto... a ti también te pudo haber matado unas cuantas veces —rio Sango por las vueltas de la vida—; pues no parece del tipo que quisiera aprovecharse de Rin, pero bueno... los youkais aún conservan tradiciones muy raras supongo -Sango no descartaba del todo la idea, pero también estaba contrariada, no lo creía capaz, pero nunca se podía estar seguro de nada realmente.
Así continuaron charlando hasta que finalmente Inuyasha entró exhausto de andar detrás de las pequeñas, quienes al fin habían cedido ante el cansancio y se habían quedado dormidas. Inuyasha las traía cargando, en los brazos de él se veían realmente pequeñas, Kagome sonrió ante la escena, no podía esperar para que Inuyasha trajera en brazos a su pequeño o pequeña.
— Inuyasha —saludó Sango sorprendida de ver dormidas a las pequeñas—, serás un gran padre -sonrió viendo el sonrojo evidente en el rostro de su amigo.
— Feh! —fue lo único que atinó a contestar ante tal cumplido, efectivamente, estaba preparado para ser padre y no podía contener las ansias.
Kagome rio junto a Sango ante la actitud engreída de Inuyasha, Sango se acomodó a las gemelas, una en la espalda bien sujeta y la otra amarrada por enfrente y salió de la casa, se notaba exhausta pero su mirada irradiaba felicidad a pesar de todo.
Inuyasha se recostó, estaba cansando de andar corriendo para todos lados encorvado intentando atrapar a esas pequeñas. Kagome comenzó a preparar la comida, aún se le dificultaban un poco las responsabilidades de ama de casa; se dio cuenta hasta que ya tenía el fuego prendido que le faltaba lo más importante, la comida, había olvidado comprarla, todo por andar pensando en asuntos que no le concernían, o no del todo al menos. Dirigió la mirada hacia donde se encontraba Inuyasha, para su infortunio estaba dormido, tendría que ir ella misma a buscar sus alimentos, se levantó y tomó el dinero, salió de la casa esperando a ver si Inuyasha se levantaba, pero no ocurrió, se fue directo al pequeño mercado que había en la aldea, compró un poco de pescado y algunas verduras, pronto tendrían que encontrar una mejor forma de hacer dinero.
Traía ya el mandando en su canasto cuando en su camino se encontró a Rin, aquel era tan buen momento como cualquier otro para preguntarle cómo se encontraba.
— Rin —se acercó a ella— ¿cómo te encuentras? —quizá había sonado demasiado directa.
— Señorita Kagome —negó con la cabeza—, quiero decir, sacerdotisa Kagome —sonrió cabizbaja—, no, eh, estoy bien.
— ¿Estás segura...? —le sonrió, podía ver la tristeza en su mirada—... quizá nunca te lo he dicho, pero puedes contar conmigo siempre, para lo que sea, no dudes en acudir a mí, tal vez no lo parezca, pero te aseguro que soy confiable —ladeó la cabeza viendo a la pequeña muchacha frente a ella, era varios centímetros más bajita que ella.
— ... —Rin la volteó a ver y pese a todas las dudas que sentía decidió en aquel momento en que volteó a ver a Kagome que podía confiar en ella—, sabe... sabe... ha escuchado los rumores que, que hay, que las personas de la aldea comentan —Rin jugaba con sus dedos con la cabeza gacha nuevamente.
— Sí, los he escuchado —contestó con tranquilidad, Rin se encogió de hombros, aliviada de no tener que contar esa parte.
— No lo sé, es que... yo... —la voz de la pequeña se quebró y en ese instante, Kagome supo que sí que había ocurrido algo—, yo yo, pensé que él me, yo le dije —negó con la cabeza— sé que él sabe lo que la gente comenta, y entonces yo pensé que —tragó—. Lo conozco desde hace mucho y algunas cosas de las que escuché me parecieron que serían cosas que él diría —¿qué cosas? Pensó Kagome, pero no le preguntó—. Me parecía tan natural, normal quizá, pero cuando se lo dije me dijo que estaba confundida, que él no me... le dije que yo lo amaba —Kagome se quedó atónita ante la confesión, Rin agachó más la cabeza, parecía que quería enterrarla en la tierra.
