Disclaimer: Los personajes de CANDY CANDY no me pertenecen.
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El amor vuelve lentamente.
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Un cegador rayo iluminó el cielo de Winsconsin a las afueras de la ciudad de Milwaukee, el firmamento totalmente oscurecido auguraba una fuerte lluvia que amenazaba azotar el lugar; más sin embargo, los ensordecedores y poderosos truenos fueron opacados por los quejidos lastimeros de una joven mujer en plena labor de parto.
En la habitación principal, la futura madre se localizaba en la amplia cama, ligeramente recostada sobre varios almohadones, la expresión en su rostro denotaba dolor, angustia e incertidumbre al no percibir señales del alumbramiento de su bebé. Ya tenía una hora y media por ratos pujando, respirando dificultosamente, gritando a más no poder sin obtener algún indicio de vida y ella desesperada y sin fuerzas estaba al borde del desmayo.
Como se esperaba, la lluvia inició torrencialmente sin dar tregua alguna; no obstante, la servidumbre se hallaba ocupada y muy preocupada por el estado de salud de su joven señora a quien le habían tomado demasiado cariño desde que ella y su marido, el doctor Lanusse llegaron a vivir a la pequeña villa como recién casados.
– Mi esposo... ¿donde... está? – a duras penas preguntó cuando otra dolorosa y fuerte contracción se hizo presente.
La afable ama de llaves limpiaba el sudor de la compungida joven mientras era asistida por otra sirvienta que no dejaba de colaborar ayudando ya sea a la enfermera o al doctor, actuando con rapidez y destreza en el nacimiento del primer hijo de su patrona quien contaba escasamente con diecinueve años.
– Agnes...
– Señora, debe tranquilizarse y enfocarse en dar a luz a su hijo – comentó rápidamente.
– Necesito verlo... Michael... Michael... – repetía el nombre de su amado muy afligida.
Las dos mujeres se miraron a los ojos sin saber que decir, su señora alucinaba pensando que el señor se encontraba en la mansión.
Al tanto de lo sucedido con el doctor Lanusse que además fue su colega, el medico de cabecera no se despegaba ni un segundo de su labor. Ordenaba a la enfermera no descuidarse y que se moviera con premura disponiendole los instrumentos necesarios para traer a la vida a ese bebé. Honestamente, el panorama no era nada alentador, para ninguno de los dos, haría lo que pudiera por salvarlos, lo que estuviera en sus manos; aunque estaba seguro que ya sea ella o el hijo en su vientre no lo lograrían.
– Señora Lanusse. Se que está fatigada, le pido de favor trate de pujar nuevamente, tal parece que veo la cabeza.
Escucharon la voz un tanto alentadora del galeno, la susodicha asintió y acató las ordenes. De ella dependía la vida de su hijo o hija, no se daría por vencida, con tal de ver a esa pequeña personita que junto con Michael concibieron, el fruto de su amor. Solo que no entendía porque su querido esposo no se encontraba a su lado, aunque muy en el fondo lo comprendía, simplemente no quería darse la idea de que él se fue para siempre.
Un ultimo grito resonó por toda la mansión y luego... silencio, ningún ruido se escuchó más, exceptuando las recias gotas de lluvia caer sin piedad sobre la casona.
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Yo los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
Michael alzó el delicado velo encontrándose con el brillo de esos hermosos ojos verde esmeralda y aquella deslumbrante sonrisa. No cabía de felicidad al unir su vida con la mujer de la que se enamoró y conquistó su corazón, la amaba y la haría muy feliz a su lado. Sin esperar un segundo mas, acortó la corta distancia que lo separaban de su ahora esposa y la besó fervientemente.
El vitoreo de los ahí presentes no se hizo esperar, los recién casados se encaminaron al centro del jardín recibiendo felicitaciones de sus familiares y amigos.
– ¡Felicidades a los dos! – exclamó contenta la madre de Michael besando y abrazando a su hijo y nuera – Les deseo toda la felicidad del mundo y espero que muy pronto nos den la noticia de un bebé en camino – comentó muy entusiasmada y era de esperarse, ya que su único hijo al fin se casaba con la mujer de su vida.
– Tenlo por seguro, mamá.
La rubia se ruborizó enterneciendo a sus suegros.
– Felicidades chicos. Michael, hijo, estoy orgulloso del hombre en que te has convertido. Se feliz hoy y siempre.
– Gracias, papá.
Los dos hombres se fundieron en un fuerte abrazo, la joven veía esa conmovedora escena entre padre e hijo. Al contrario de ella que no tuvo la oportunidad de conocer a sus padres, Michael creció en el seno de una familia que aunque no era muy acaudalada, el amor y los buenos valores regían en el hogar Lanusse. Su esposo, reconocido por ser un prestigioso medico cirujano gozaba ahora de un buen estatus; aunque ella no se enamoró de él por su dinero, sino más bien por esas cualidades que lo caracterizaban; un hombre servicial, alegre, tenía un sentido del deber único y más que nada un corazón noble y sincero.
– Bailamos, mi señora Lanusse – le dijo besando su mano y sacándola de sus cavilaciones.
– Será todo un placer, mi señor Lanusse.
Los novios iniciaron el vals ante la mirada de muchos quienes se mostraban felices porque en esa unión el amor se respiraba en el aire y las conveniencias no existían.
La fiesta siguió su curso hasta que finalmente la pareja se despidió iniciando así su nueva aventura matrimonial.
– Candy ¿eres feliz?
– Totalmente, mi amor – dijo ella extasiada, recostada sobre su duro pecho.
Después de una entrega que disfrutó al máximo y donde descubrió los placeres conyugales, ella y su esposo se hallaban recostados en el lecho donde habían consumado su amor tierna y apasionadamente.
– ¿Sabes? – habló él luego de un agradable silencio, acariciando el hombro desnudo de su esposa – estaba pensando que cuando acabe la guerra, nos vayamos a vivir a Francia. Tengo tantos sueños que quiero compartir contigo, uno de ellos es abrir una clínica para la gente de escasos recursos y aparte quiero que nuestros hijos nazcan y crezcan en la tierra de sus antepasados. Claro, si tu estás de acuerdo, amor.
– ¡Michael, eso sería estupendo! Tu sabes que yo iré a donde tu vayas, mi hogar será donde tu estés, me agrada la idea de ayudar a la gente que no tiene posibilidad de pagar siquiera una consulta. Además, estoy segura que nuestros hijos amarán la tierra de su padre... Tu... ¿Tu quieres tener bebés pronto? – preguntó con las mejillas arreboladas.
Michael sonrió ante el adorable sonrojo de su mujer.
– Te confieso que por el momento quiero disfrutar solo de ti mi hermosa dama – le habló seductor a la vez que besaba su delicada mano – Aunque... no está demás comenzar a practicar todos los días, a todas horas... - ronroneó haciéndole cosquillas con su nariz en el cuello – Lo que más anhelo es llenar la casa de niños rubios pecosos.
Candy sonrió coqueta cuando su marido alcanzó sus labios besándola pausadamente y su mano grande empezó a recorrer su cuerpo suavemente.
– Me parece perfecto... – susurró amoldándose a él reaccionando a sus caricias.
Fue así que de nueva cuenta, el joven matrimonio se perdió en el placer de ser uno solo.
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La rubia yacía inmóvil en el lecho, con una expresión vacía en el rostro. En su regazo, reposaba el pequeño cuerpecito sin vida de su hija recién nacida. La lluvia había mermado mostrando a su vez un cielo gris, lúgubre y frio, tal como su corazón se sentía en ese momento.
Todos los sueños e ilusiones que junto a su marido habían construido, se vinieron abajo dejándola sumida en la mas infinita tristeza. Ya ni siquiera podía tener un pedacito de su querido Michael con ella.
– Al final de cuentas decidiste tu también dejarme y estar al lado de tu padre.
Candy observó el cuerpo inerte de su bebé, totalmente pálido y su tacto se percibía ya frío. Esto ocasionó que sus ojos se empañaran nuevamente, lo sostuvo entre sus brazos acercándolo a su pecho tratando en vano de darle algo de calor y meciéndolo con una canción de cuna que aprendió desde niña en el hogar de Pony.
Con el paso de los minutos, su voz comenzó a quebrarse y su frágil cuerpo empezó a sacudirse hasta que llantos de lamento e impotencia no dejaban de salir de su boca.
– Dejemos que la señora se desahogue, por el momento no hay nada que hacer.
– ¿Usted cree que sea buena idea? ella se ve muy mal.
– Y como no estarlo, primero perdió a su esposo en un terrible accidente y luego cuatro meses después su bebé nace muerto. Que traumatizante ha de ser perder a lo que uno ama de esa manera y en tan corto tiempo... Si tan solo el señor no hubiese tomado ese tren, él estaría con vida compartiendo la dicha de ver nacer a su primer hijo. Murió tan joven dejando a la señora desolada, debido a eso, la criatura nació muerta. Los últimos meses de su embarazo fueron muy difíciles de sobrellevar.
Las criadas guardaron silencio agachando la cabeza, no era correcto estar hablando de esa manera, sobre todo por el respeto y cariño que le tenían a sus patrones. Mientras, esperarían en el pasillo el momento oportuno para entrar y ayudar a su señora a alistarse y preparar otro servicio fúnebre. Tal parecía que en esa casa, la desgracia nunca desaparecería.
Tres meses después...
Una joven rubia colocaba un ramo de flores en cada tumba, al de su esposo y su hija.
– Vengo a despedirme, voy a regresar al hogar de Pony y empezar de cero – Candy no dejaba de apretar su mano izquierda y rozar la brillante alianza de matrimonio que adornaba su dedo – Tus padres me han apoyado en demasía y se han portado tan atentos y comprensivos conmigo, pero no puedo permanecer un segundo más en esa casa, me trae dolorosos recuerdos – una lagrima recorrió traicionera su mejilla, seguida de otras más que se unieron a la tristeza que le provocaba la muerte y la ausencia de su esposo, sobre todo la de su bebé – Me prometí no volver a llorar pero es inevitable, te extraño tanto... siento que en cualquier momento aparecerás frente a mi regalándome tu encantadora sonrisa y dirás que todo fue una horrible pesadilla – Candy esbozó una ligera sonrisa decaída sin dejar de sollozar – sin embargo, no es así, cada día que pasa despierto sola y desconsolada porque tu y nuestro bebé ya no están conmigo. De nada sirve estar ahí y no hacer nada, quiero de nueva cuenta ejercer la enfermería y que mejor ayudando en el hogar. Yo se que me comprendes Michael, estoy segura que apoyarías mi decisión... – la rubia guardó silencio por unos segundos, eligiendo con sumo cuidado las palabras que le diría a continuación – No sabes cuanto agradezco a dios haberte conocido, amor mío, el que te hayas fijado en mi y me eligieras como tu compañera de vida, aunque fuera por tan poco tiempo. Fui muy feliz... Descansa, Michael, por favor, cuida de nuestra hija que ahora está en tu brazos, no te preocupes por mi, yo... yo seguiré adelante. Los amo.
Con un nudo en la garganta, Candy besó sus dedos guiándolos a las frías lapidas de quienes fueron las personas mas importantes de su vida. Poco a poco se fue alejando de aquel lugar, a ratos mirando hacia atrás. Michael, su adorado esposo nunca lo olvidaría, ni a él ni a su bebita, ese pequeño ser que no tuvo oportunidad de siquiera ver la luz del día. Los atesoraría por siempre en su corazón, en su memoria. Ahora a ella le tocaba sobresalir en ese mundo sola, seguir adelante y ayudando a sus semejantes en lo que pudiera. Así lo habría querido él.
Continuará...
