Disclaimer: Los personjes de CANDY CANDY no me pertenecen.

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El amor vuelve lentamente

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En la soledad de su habitación y rodeado de completa oscuridad; a excepción de los pocos rayos de luz que se filtraban por la ventana, un hombre rubio contemplaba el atardecer totalmente ensimismado con la belleza majestuosa del sol ocultándose lentamente detrás de las lejanas montañas, admirando a su vez el contraste de los colores rojizos y anaranjados que adornaban el firmamento, dándole un espectáculo perfecto a su monótona vida. A decir verdad, la naturaleza era lo único que lo llenaba de gozo, acompañado de una inmensa paz que se adentraba en su interior, no sabía porque pero eso lo hacía sentirse bien en el suplicio de su amarga existencia. Sus ojos azules destellaban admiración y respeto ante tan bellos paisajes que nunca se cansaba de apreciar ya sea en sus días buenos o malos.

Desvió la mirada un momento, oteando los frondosos árboles donde divisó a un par de pájaros revoloteando de arriba a abajo, libres, vivaces, listos para adentrarse a sus nidos a descansar y volver de nueva cuenta con su alegre trinar en las mañanas.

La minúscula satisfacción a duras penas conseguida, se esfumó y enseguida su mirada se oscureció de tristeza e impotencia, la envidia le carcomió hasta los huesos por aquellos indefensos seres que nada tenían la culpa de su condición. Afligido, se cubrió el rostro con sus grandes manos, sintiéndose ruin, poca cosa, un prisionero en su propia casa atado a esa silla de ruedas sin un rumbo en específico y perdido entre las oscuras olas de la vida que lo azotaban y sumergían hasta el fondo sin compasión. Él anhelaba ser libre, volar como aquellas aves, ansiaba buscar la calma y felicidad que tanto requería su atribulado espíritu.

Pero... ¿Como hacerlo? ¿Como recordar? Si sus memorias las tenía confusas, cubiertas por una densa neblina sin permitirle ver más allá, ni despertar de esa oscura pesadilla que le invadía cada día desde el momento en que volvió en si. Toda esta situación le frustraba terriblemente, sin mencionar su actitud pesimista y su forma de ser tan arisca hacia la servidumbre, las enfermeras, los doctores, incluso hacia su propia familia. La mayoría del tiempo se mostraba enfadado por el simple hecho de tener que depender de alguien para realizar actividades tan sencillas como vestirse o bañarse.

Apretó las manos en puños, un ligero dolor amenazó en molestarle la sien pero lo ignoró tratando de regular su respiración. Se recargó en el respaldo recordando; para colmo de males, las palabras de la elegante y altiva mujer que insistía ser su tía.

"Debes recuperarte pronto, William. Tu deber como patriarca es contraer nupcias con Amelia Evans, tu prometida, además de dar un heredero para continuar con nuestro linaje"

Casi se cae de bruces al suelo por aquella expresión carente de toda lógica y sensibilidad, sino fuera por la bendita silla que le servía de soporte... ¿Quien se creía ella? ¿De que rayos hablaba? ¿No se daba cuenta que estaba convaleciente? Esa vez por poco y pierde los estribos, si no fuera por... Hubiera deseado mil veces haber muerto en ese accidente, no entendía porque seguía con vida. No tenía ni tres meses de haber despertado del coma que lo mantuvo inconsciente durante casi un año a causa del desafortunado percance ¿Porque entonces la mujer que tanto le pregonaba velar por el bienestar de su familia y precisamente de él, salía con semejante barbaridad? En su estado no podía desposar a ninguna dama, ni mucho menos tener hijos ¿Que podía ofrecerle él a la mujer que sería su esposa? Nada, para ser sinceros casarse no le interesaba en absoluto. Es mas ¿Donde carambas estaba esa supuesta prometida? ¿No tenía que estar ahí a su lado brindándole su apoyo moral, físico y ser de ayuda en su recuperación?

Suspiró hondo. Se sentía tan solo, a pesar de contar con el apoyo de los demás integrantes de su familia, familia que él no lograba recordar, a nadie, ni siquiera una escena que los ligara a ellos. Agradecía el hecho de sus múltiples esfuerzos por ayudarle a recuperar la memoria pero todo era en vano y ya estaba cansado, por no decir fastidiado.

Súbitamente, tuvo que agarrase la cabeza fuertemente, ese dolor en su sien se intensificó al vislumbrar una locomotora acercándose a una velocidad aterradora hacia él.

– No... No otra vez... – tartamudeó asustado y sudando frio.

Un fuerte choque retumbó en su mente taladrando todos sus sentidos, a la vez que cientos de fierros se retorcían alrededor de su cuerpo como dagas afiladas ocasionándole un inmenso tormento. Apretó el borde de la silla y un grito desgarrador salió de lo más profundo de sus entrañas por aquella punzante tortura. No aguantó más y se dejó caer al suelo con todo y silla de ruedas llevándose consigo un florero a su lado rompiéndolo en mil pedazos.

– ¡Albert!

Fue lo único que oyó antes de caer en los brazos de la inconsciencia.

OoOoOoOoOoOoOoOoO

– Muy bien Timy, abre la boca grande, así...

Candy hizo el ademán de abrir los labios y cerrar los ojos haciendo una mueca graciosa. El niño la miró divertido y obedeció sin chistar, ella entonces pudo darle su medicamento sin contratiempo.

– Muchas gracias, señorita.

– No hay de que, el doctor Sanders los verá en unos minutos... – Candy se agachó a la altura del infante – pórtate bien y no hagas renegar más a tu mamá, ya verás que dentro de poco mejorarás – le dijo con dulzura.

El niño asintió tímido y ella solo le sonrió revolviendo su cabello, se despidió y siguió su camino.

Después de entregarle el expediente al doctor en turno y verificar en la tablilla que no hubiese ningún paciente sin revisar, Candy se aventuró ir a dar una vuelta al parque y almorzar algo sencillo. Rutina que adoptó al empezar a trabajar, ya no comía en la cafetería del hospital; a menos que una emergencia se presentase, ya que le hacía recordar a su esposo cuando juntos almorzaban en sus tiempos libres.

A veces sus días estaban atestados de pacientes delicados, había otros que transcurrían en completa calma, inyecciones por aquí, una curación por allá, como ese día en particular y era inevitable sumergirse en la tristeza que todavía inundaba su corazón. Siete meses habían transcurrido desde que abandonó su hogar en Milwaukee, con ello dejó atrás el doloroso recuerdo de su fallecido esposo e hija, aun la herida seguía abierta, no era fácil recuperarse de tan grande pérdida.

Sus queridas madres fueron un apoyo constante en esos meses de duelo en el hogar y fue gracias a la señorita Pony que pudo conseguir trabajo en el hospital de Chicago quien la recomendó con su amiga Mary Jane. Nadie sabia su historia, el hermoso anillo de matrimonio ahora colgaba de una cadena en su cuello.

Respiró hondo el aire frío de la mañana, ajustándose la bufanda miró el cielo azul poniendo su brazo de escudo ante el brillante sol, recordando el día que conoció a Michael, siendo ella una estudiante de enfermería, sin saber que en ese lugar encontraría el amor y a su vez lo perdería de una manera cruel.

Flash Back

El continuo chismorreo en los pasillos hicieron que Candy dejara de acomodar los medicamentos y se asomara a ver que sucedía, tomando en cuenta que algunos pacientes requerían absoluto silencio para su descanso y pronta recuperación.

– ¿Porque tanto alborto, Emily? – preguntó a una de las enfermeras que pasaban a paso raudo.

– ¿No te has enterado, Candy? El doctor Morris requiere nuestra presencia en su oficina.

La chica se alejó inmediatamente dejando a Candy sin tiempo de contestar. Sin demorar, cerró con llave el pequeño cuarto y se dirigió presurosa a donde el doctor Morris las esperaba. En el camino no pudo dejar de escuchar las palabras buen mozo, francés, joven cirujano, una eminencia en cirugía moderna y toda clase de apelativos halagadores.

Nada cambió cuando llegó a su destino, pues el cuchicheo de las enfermeras seguía en pie sin dejar de mirar al hombre junto al doctor Morris, ambos charlaban amenamente.

– Si me permiten su atención, por favor – los murmullos cesaron prestando atención al director del hospital – Es un enorme privilegio presentarles al doctor Michael Lanusse, médico cirujano proveniente de Francia, uno de los mejores y mas jóvenes en el rubro con quien tendremos el honor de trabajar y de tenerlo a cargo en el área de cirugía de este hospital.

Todas las enfermeras ahí presentes no pudieron evitar suspirar ante la presencia de ese guapo doctor francés... Candy ni se inmutó. Como bien lo comentaban, el tipo se veía apuesto, joven, alto, serio, tan normal como cualquier otro médico. La único que llamaba su atención era su mirada, tenía marcada un ligero toque de indiferencia.

Michael solo asintió en forma de saludo y se dirigió al grupo de enfermeras y otros cuantos doctores.

– Muchas gracias, doctor Morris. Un placer conocerlos, no quiero ser grosero pero como verán estoy corto de tiempo, tengo cirugía en media hora y los pacientes no pueden esperar. Enfermera...

La rubia respingó cuando el hombre se dirigió hacia ella y todos los pares de ojos no dejaban de observarla.

– Candy White, doctor.

– Enfermera White, tengo entendido que usted es estudiante de enfermería y está a punto de graduarse. Estoy seguro que ha aprendido lo suficiente para poner en práctica sus conocimientos y habilidades. En pocas palabras usted me asistirá durante la operación – ella solamente asintió – Bien, la quiero puntual y sin contratiempos. La veo luego.

Sin más, el joven Lanusse se despidió abriéndose paso a quirófano junto al doctor Morris y todo el mundo se fue dispersando a seguir con sus labores.

– Que frio es – musitó un tanto exasperada por esa actitud tan impersonal.

– Que suertuda Candy, te tocó asistir a la primera con ese bombón.

Candy solo se encogió de hombros ante el comentario de su compañera y mejor decidió irse a preparar, no quería dejar mala impresión a sus superiores. Les demostraría a todos que ella como estudiante de enfermería, sería capaz de realizar cualquier cosa y obtener su título.

Con el pasar de los días, se dio cuenta que el doctor Lanusse además de ser un hombre muy profesional y dedicarse enteramente a su trabajo, era reservado y demasiado distante con el personal médico, sobre todo con las mujeres; sin embargo, con los pacientes se mostraba de forma diferente.

Varias veces lo descubrió entablando conversación con la gente de la tercera edad y los niños, su voz sonaba distinta, suave y tenía un tono alentador sin llegar a ser optimista en extremo, nada que ver con esa actitud impasible que sacaba a relucir ante los demás. Su mirada brillaba cuando hablaba de lo maravilloso de vivir y ayudar a los demás, su sonrisa fresca y contagiosa al momento de bromear con los niños, incluso se ponía a jugar con ellos. Extrañamente, Candy se sentía feliz oyendo una que otra historia a escondidas, siempre cerraba los ojos e imaginaba esa voz susurrándole al oído en otro sentido.

Un momento... Candy sacudió la cabeza saliendo de sus fantasías. ¿Que rayos estaba pensando? Bueno, siendo honesta, el doctor Lanusse le atraía mucho, ya llevaba tiempo trabajando a su lado y varias veces se reprendió por pensar demasiado en él y de una forma un tanto indecorosa. Por más que actuaba normal siendo ella misma sin la intención de impresionarlo ni nada por el estilo, él seguía con esa actitud distante e indiferente.

"¿Será que le gustan los hombres?" Pensaba confundida y un tanto escandalizada, bueno cada quien sus gustos, ella no se metería en asuntos personales que no le incumbían.


– ¡Enfermera! ¡¿Donde tienen la morfina?! ¡Esta maldita herida me duele mucho!

– Señor, primero lo primero. El doctor Lanusse tiene que auscultarlo y él decidirá que se debe hacer, mientras tanto yo desinfectaré su herida.

– ¡Pues no está haciendo un buen trabajo, muchacha! ¡Dígale al doctor que se apure! ¡Este dolor es insoportable!

– En primer lugar, ya soy una enfermera recién titulada y hago muy bien mi trabajo – Candy le guiñó el ojo con la intención de calmarlo – En segundo lugar, usted no es el único que requiere atención médica. Hoy tenemos muchos pacientes como podrá darse cuenta y el doctor Lanusse anda muy ocupado. Tendrá que esperar, por favor.

El hombre farfulló entre dientes sin dejar de observar el instrumento quirúrgico que utilizarían para su pequeña operación ambulatoria.

– Que tenemos.

– ¡Al fin!

– Hombre con herida punzo cortante en el muslo derecho, sangrado extremo pero sin hemorragia.

– Bien, señor Bryant – revisó la tablilla en el expediente que la rubia le alcanzó – No me explico como se llegó a hacer esa herida, no es muy profunda pero si requiere de puntos, varios analgésicos y descanso obligatorio durante una semana... Enfermera White.

– Si, doctor.

– Ya era hora, quiero mi morfina.

– Solo le aplicaremos la necesaria para anestesiarlo. No se mueva.

– Usted solo aplique y haga su trabajo.

– Cálmese señor, en unas horas saldrá de aquí y ya podrá descansar en casa. Además, la enfermera White está lo suficientemente capacitada para atenderlo. Créame, se encuentra en muy buenas manos.

El hombre, cansado de tanta charla se enfureció estallando contra los dos.

– ¡Cállese y aplique más morfina! – gritó agarrando el pequeño bisturí tomando a la rubia violentamente del brazo con la intención de herirla en serio.

– ¡Candy!

Michael, sin saber porque, pronunció el nombre de la muchacha asustado y siendo mucho mas rápido, hizo a un lado a la rubia evitando así que la lastimara pero no contó con que el sujeto aun tuviera la fuerza suficiente para enterrarle el cuchillo en el brazo. Furioso y sin remordimiento, Michael le propinó un fuerte golpe que lo dejó inconsciente. Con un gesto de dolor, se agarró el brazo herido comprobando para su fortuna que el tipo no logró hundir el filoso bisturí, lo quitó con cuidado y verificó que no hubiese hemorragia alguna.

– ¡Doctor Lanusse! – gritó Candy nerviosa y entre asustada – ¡Está sangrando!

– Maldición... no lo vi venir – susurró para él mismo – Estoy bien, no es nada.

– Si que lo es, déjeme revisarlo.

– Primero llame a alguien para que avise a seguridad y se encarguen de este tipo.

Candy asintió e hizo lo pedido, una vez se hicieron todas las diligencias, la pecosa guió a Michael a un cuarto privado para encargarse de curar esa herida. El joven se deshizo de su bata tratando inútilmente de arremangar la manga de su camisa.

– Disculpe doctor pero voy a tener que cortar esto.

– No importa – respondió sin emoción alguna.

Mientras la rubia desinfectaba y procedía a suturarlo, Michael no dejaba de verla y apreciar sus bellas facciones, se le notaba tensa y se sintió culpable por su actitud que siempre se cargaba. Para romper el incomodo silencio trató de entablar conversación con ella.

– Que susto le ha dado aquel sujeto ¿no enfermera White?

– Doctor Lanusse, no debió hacer eso.

– ¿El que?

– Pues salvarme, pudo salir herido de gravedad.

– No pensaba quedarme parado con los brazos cruzados viendo como la lastima... – el galeno estaba a punto de decirle algo, cuando notó el tremendo moretón en su muñeca y un hilillo de sangre correr desde su antebrazo. Su mirada se oscureció.

– La lastimó.

– Solo es un rasguño, nada grave – Candy se estremeció cuando él la tomó delicadamente inspeccionando su brazo.

– Déjeme aplicarle un calmante, también tengo que limpiarle esa cortada.

– Pero doctor, la suya es mucho mas grave.

El joven negó con la cabeza, iba a incorporarse pero Candy se lo impidió.

– No, no. Siéntese y compórtese como es debido. Sea buen paciente y déjeme terminar mi trabajo.

– Es usted una terca.

– Me lo han dicho varias veces pero no puedo permitir que algo le suceda por mi descuido. Ande, luego puede tomarse el día libre si quiere.

Michael se congeló al verla sonreír de esa manera. Estos meses trabajando junto a ella hicieron que todas las barreras de indiferencia autoimpuestas, poco a poco se derrumbaran, no lo negaba, le gustaba mucho Candy y realmente quería conocerla a fondo. Sin embargo, no quería atarla a una vida tan agitada como la suya, sin dedicarle el tiempo suficiente debido a su demandante profesión. Aún así se arriesgaría, era ahora nunca

– ¿Sabe? Por muy desagradable que sea, creo que compartimos una experiencia que nos une de una u otra manera. Si no es mucho atrevimiento de mi parte; por favor, quisiera que me llame Michael.

La rubia se quedó de piedra ¿acaso escuchó bien? ¿El doctor más asediado por las mujeres en todo el hospital le pedía llamarlo por su nombre? Un leve sonrojo adornó sus mejillas para enseguida agregar cantarina.

– Solo si usted me llama Candy

– Muy bien... Candy

Ella solo sonrió muy feliz y sin mas procedió a terminar de curarle.

Fin del flash back.

Una lágrima rodó sobre su mejilla a la vez que tocaba el colgante en su pecho.

– Michael... no sabes cuanto te extraño, mi amor susurró intensificando su llanto.

Se recargó en el tronco de un árbol al rememorar ese pequeño incidente. Gracias a ello fue que se empezaron a tutear y por ende a conocerse a profundidad. Desde aquella vez, las miradas se volvieron intensas, las sonrisas chispeantes, los guiños traviesos, buscaban cualquier pretexto para verse o saludarse. Cuanto extrañaba su calidez, sus besos, sus abrazos, su voz...

– No llores por favor, pequeña.

Candy pegó un saltito de sorpresa al escuchar una gruesa y varonil voz pero a la vez profunda y aterciopelada. Se talló los ojos buscando al dueño de ese acento.

– Discúlpeme si la asusté, no debí...

De detrás de un árbol, salió un hombre rubio tirando con algo de dificultad la silla de ruedas donde se hallaba sentado.

El tiempo se detuvo para los dos, un viento suave meció las ramas de los arboles junto con las hebras doradas de ambos, sin dejar de sostenerse las miradas, él con algo de curiosidad, ella con extrema sorpresa.

La rubia, con las manos en el pecho no dejaba de ver al hombre de atractivo inimaginable y esos ojos azules como el cielo que reflejaban una inmensa tristeza y soledad, tal y justo como ella se sentía.

Continuará...


Hola hola, primero que nada muchas gracias a las que han leído y comentado el primer capítulo de esta historia, la verdad estaba muy indecisa en subirla pero me arriesgue y creo que ya no hay vuelta atrás xD

Me presento, me llamo Amy, Albertfan de corazón y aunque he estado alejada por mucho tiempo del fandom ya que con anterioridad era una lectora ávida, estoy aquí de nueva cuenta compartiendo este fic que nació simplemente con ver la imagen de Michael y Candy cuando él la ayuda a bajar de la torre.

Esta historia será cien por ciento Albert y Candy, con algunos recuerdos de Candy y su relación con Michael. Yo se que el inicio es muy dramático y triste al igual que este pero más adelante la fuerza del amor entre los rubios será tan palpable que los suspiros no faltaran, bueno eso pienso yo.

Contestando al comentario de Guest, si, Candy estuvo casada con Michael. Albert y Candy nunca se conocieron, ya que Albert no visitó el hogar, en el siguiente capítulo sabrán porque. Candy al igual que en el manga o el anime, es huérfana y fue abandonada en el hogar de Pony y no fue adoptada por los Legan, por ende no conoce a nadie de la familia Andrew, a excepción de alguien, pero eso será sorpresa.

Conforme avance el fic, se estarán armado algunos hilos, quise hacer algo diferente agregando uno que otro aspecto de la historia original. Estaré actualizando cada semana si me es posible, no se, no prometo nada, el trabajo y la inspiración depende mucho.

Un agradecimiento especial a:

Mia8111 - Gracias

jimenezmary1976

Sincity12345

AnohitoAlbert

Monica - No estés triste, ya veras que mas adelante todo en la vida de Candy mejorará.

Rosario Barra - Gracias

Elizabeth - Tienes mucha razón ;)

Guest

Guest - Ay, que linda, gracias. Michael es muy lindo y a pesar de que solo hace su aparición en un capítulo no dudo que tenga fans. Gracias a ti por leer y comentar.

CandyAlbertLove

Gia - Mil gracias. Saludos.

chidamami

Maribel - Pues aquí está el segundo capítulo, espero te guste. Gracias por tu bonito comentario.

TETE - Completamente de acuerdo contigo. Gracias por comentar. Saludos.

A las chicas que tienen cuenta, les envié mensaje privado. De nuevo mil gracias.