Disclaimer: Los personajes de CANDY CANDY no me pertenecen.
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El amor vuelve lentamente
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Sus manos rozaban delicadamente los pétalos en colores blancos de aquellas largas flores que la rodeaban y se expandían por todo el verde campo hasta llegar a una colina en donde se ubicaba un gran árbol. Caminaba sin prisa, observando algunas mariposas revolotear cerca de ella, el viento soplaba ligeramente acariciando su rostro e inútilmente luchaba con algunos mechones rebeldes ondeando sobre sus ojos. De igual manera, el aire mecía suavemente los largos tallos provocando cosquillas en sus piernas.
Respiró el delicioso aroma sin dejar de caminar por el estrecho sendero, no sabía porque pero una extraña y a la vez cálida sensación en su pecho invadía todo su cuerpo y le instaba a querer acercarse. Poco a poco fue llegando a lo alto de la colina, en la cual, una densa neblina la sorprendió cubriendo en parte los alrededores.
"¿Que raro?" pensó abrazándose a si misma. A lo lejos no distinguió nada de esa masa blanquecina.
Buscó y buscó con la mirada algo que pudiera ayudarle para guiarse, tanteando con las manos a la nada. Jadeó sobresaltada al vislumbrar la silueta de una persona, estaba de espaldas a ella con una mano recargada en el grueso tronco, sin siquiera percatarse de su presencia. Intuyó que se trataba de un hombre, tal vez alto, de ancha espalda... ¿Michael? Negó con la cabeza, debido a la neblina, ya no pudo apreciar más. Mencionó un par de palabras pero ningún sonido salió de su boca, estiró su mano con la esperanza de captar su atención y justo cuando sus dedos alcanzaron su hombro, inesperadamente él desapareció y ella despertó.
Candy fue abriendo los ojos lentamente percibiendo unas leves cosquillas en su cara, sonrió dando media vuelta en el lecho enfocando la vista en un extraña bola de pelos que no paraba de mirarla y olfatearla. Apenas reaccionó, pegó un grito ahogado provocando que el animal se asustara y diera un brinco hasta el borde la cama; curioso, asomó su cabeza por entre las sábanas, observando a la asustada mujer. Candy inmediatamente se recompuso al percatarse de que se trataba de una mofeta y saludándola, alargó su mano.
– Hola... No temas ¿De donde saliste?
La mofeta se fue acercando cautelosa a la extraña joven, quien le sonreía como lo hacía cierto hombre rubio y enseguida agarró confianza olisqueando la mano femenina, dejándose mimar al instante.
La rubia acariciaba el pelaje del animal, se le hacía raro encontrar una mofeta en su habitación ¿De donde se habría metido? Por la ventana seguramente. La noche anterior cayó rendida, llegó pasadas las ocho a Lakewood, lugar donde se establecería permanentemente y no dudó en retirarse a su habitación a descansar, no sin antes abrir la ventana, manía recurrente en ella. Nunca le gustaron los espacios cerrados, le encantaba sentir la suave brisa del viento.
Se recostó nuevamente en la gran cama de dosel cobijándose con la suave colcha recordando aquel sueño extraño.
– ¿Quien eres? – susurró por lo bajo intentando visualizar a la persona en su sueño aunque sus intentos fueron en vano.
Bostezó adormilada sin dejar de rozar al pequeño animal. Por mucho que deseaba dormir todo el día, no podía, tenía obligaciones que cumplir. Con eso en mente se levantó rápidamente siendo seguida por su curiosa inquilina, yendo directo a la ventana, abrió las pesadas cortinas y apenas el alba se vislumbraba. Los tonos amarillos del amanecer aunado al bello paisaje le sacaron una sonrisa.
Ahora que lo recordaba, el señor Andrew debía recuperarse en un lugar tranquilo y tal parecía que Lakewood era una buena opción según la señora Brown. No estaba para nada equivocada, ese lugar a leguas se notaba mágico, ya tendría tiempo de conocer a fondo la residencia. Ya estaba enterada que el hermano de Rose Mary Andrew Brown se había adelantado y ella los alcanzaría después con su hijo y su familia, así que Candy optó por tomar el tren de la tarde alegando que no debía perder el tiempo. A su llegada, él único que la recibió fue el señor George Jonhson, un hombre de porte distinguido, sereno, cabellera negra, ojos oscuros como la noche y de mirada amable e impenetrable.
Unos suaves toques en la puerta la obligaron a desviar la mirada.
– Adelante.
– Con permiso – habló la mucama en la puerta – Veo que ya se levantó y conoció a Poupee – mencionó entre alegre y sorprendida cuando vio al zorrillo en brazos de la chica.
– ¿Poupee?
– Si, es la peculiar amiguita del señor William. Ellos son inseparables, me extraña que haya agarrado confianza rápidamente con una desconocida, normalmente Poupee no se deja agarrar a menos que ella se acerque – la mencionada se escabulló inesperadamente por la ventana ante los ojos de las dos mujeres – Le ayudaré a desvestirse, enseguida le preparo su baño.
Candy se quedó de pie observando a la mujer pelirroja sin saber que hacer o decir, la chica se dio cuenta de inmediato.
– Disculpe mi atrevimiento, creo no está acostumbrada a este trato, señorita.
La rubia reaccionó ante dicha palabra.
– No... yo no... – se detuvo. Ella ya no se consideraba una señorita, tampoco señora. Su condición de viuda nadie lo sabía, exceptuando unos pocos – Llámame Candy, por favor.
– Oh, no podría.
– Por favor – insistió la rubia.
– En verdad ¿no le molesta?
– En lo absoluto.
– Si usted lo dispone así, solo será cuando estemos a solas. Yo soy Dorothy y estaré a sus servicios.
– Mucho gusto, Dorothy.
– El gusto es mio, Candy ¿Sabe? es agradable tener a alguien con quien conversar, las demás enfermeras eran un tanto toscas y serias.
Dorothy hablaba desde el baño mientras Candy se quitaba el camisón quedándose solo en ropa interior, una camisola y calzoncillos largos hasta la rodilla.
– El señor ya se levantó, ahora mismo un sirviente le ayuda con su baño a renuencia de él. Antes solía ser un hombre bondadoso, amable y madrugador pero desde su accidente todo cambió, ahora es gruñón y un poco perezoso.
– Lo conoces muy bien.
– Mi esposo es quien lo conoce mejor que nadie, a parte de la hermana del señor claro está. La señora Rose Mary.
– ¿Eres casada, Dorothy?
– Si, aunque no lo parezca – un ligero rubor coloreó las mejillas de la muchacha – George es la mano derecha del señor William y por el momento él, el joven Archie y madame Elroy se encargan de todos los asuntos financieros del emporio Andrew.
– ¿El señor Jonhson es tu esposo? – Candy no pudo evitar asombrarse.
– Todo el mundo se sorprende debido a la diferencia de edad, él ronda los cuarenta mientras yo soy una chica del servicio apenas de veintiséis años pero el amor es así, no sabes cuando te sorprenderá.
– Discúlpame, no quise...
– Oh, no te disculpes Candy. Ven, será mejor que entres a bañarte antes de que se haga tarde.
Candy asintió.
– La señora Rose Mary llegará en la tarde junto con su hijo Anthony y su familia. Madame Elroy vendrá la próxima semana.
– Si, me lo dijeron antes de partir.
– No tienes que preocuparte, todos aquí son buenas personas, excepto Madame Elroy, ella es demasiado estricta y muy formal. Bien Candy, te dejo. Iré a ver si el desayuno ya está listo ¿puedes arreglártelas sin mi, verdad?
– No te preocupes Dorothy, estoy acostumbrada a hacer las cosas por mi misma.
Dorothy sonrió abandonando el cuarto de baño no sin antes decirle.
– He dejado tu ropa sobre la cama, son ordenes de Madame.
– Gracias.
Dorothy salió a prisa encontrándose en el camino a su esposo.
– ¿Esta todo bien? ¿Ya se ha instalado?
– Si querido, todo bien - Dorothy le terminó por acomodar la corbata - Relájate George, se ve que es una chica fuerte. No se equivocó la señora en elegirla como enfermera del patrón.
– William cada día se comportaba peor pero desde que llegamos de Chicago lo he visto sonreír y eso me alivia de alguna manera, aunque déjame decirte que no tomó muy bien que se le haya asignado otra enfermera.
Dorothy delineó el rostro de su marido, se le notaba cansado, preocupado...
– Se cuanto estimas al señor William y lo mucho que te duele verlo sufrir. Ten por seguro que muy pronto se recuperará, él volverá a caminar y recordará a todos los que lo queremos. Ya verás que todo saldrá bien, amor. Ten fe.
George la abrazó besando levemente sus labios.
– Tengo a mi lado a una mujer increíble, bien sabes como subirme los ánimos.
– Por eso me casé contigo, para hacerte feliz – la chica rio ante los mimos de su esposo – George nos pueden ver.
El moreno recargó la frente con la de su esposa, sintiéndose el hombre más dichoso del mundo. Otro corto beso le regaló para enseguida juntos encaminarse a sus actividades.
Albert contemplaba aburrido el desayuno frente a él, por muy apetecible que se viera no tenía ganas de comer. De nueva cuenta le habían asignado una enfermera ante la clara negativa de ya no querer lidiar con otra ¿Porque no podían dejarlo en paz? ¿No entendían que ya no soportaba tanto sufrimiento físico? dejó las terapias porque las consideraba un martirio y nuevamente decidían por él en contra de su voluntad. Simplemente le dijeron que una muchacha llegaría como su enfermera personal, nada más. Molesto, llegó a Lakewood junto con George y el día anterior cuando la dichosa enfermera hizo acto de presencia, mandó que lo llevasen a su habitación ante el disgusto del bigotón. La verdad estaba muy cansado para recibirla ordenando no ser molestado en lo que restaba de la noche.
– Buenos días, señor Jonhson.
– Buenos días, señorita.
Ante el incomodo gesto de la muchacha, George se corrigió enseguida.
– Disculpe, señora.
– No por favor, llámeme solo Candy.
El hombre no sabía que decir pero recordando lo que su esposa le advirtió, asintió.
– Está bien, Candy.
Para George no era ningún secreto que aquella joven estuvo casada con el doctor Michael Lanusse, un amigo muy querido de William y que lamentablemente falleció en ese terrible accidente afectando en demasía al rubio.
– El señor William la espera en el comedor.
Ella asintió agradeciéndole y siguiéndolo en silencio, en su camino apreciaba la bella y elegante decoración de esa casa. Las paredes, los retratos, los pilares, los candelabros, el piso... sin mencionar el hermoso jardín ¿Cuanto dinero tendría esta familia tomando en cuenta que esa mansión solo era una de tantas? No le tomó demasiada importancia. Familia rica o pobre tenía que cumplir con su labor de enfermera.
Una vez llegaron, el señor Jonhson se despidió con una leve reverencia dejándola sola. Contuvo la respiración, siendo honesta se encontraba nerviosa. Entonces, lo vio, sentado sin mucho que hacer, picando con el tenedor la fruta dispuesta en la mesa. Dio un gran suspiro armándose de valor yendo a su encuentro.
– Buenos días, señor Andrew.
Albert se sobresaltó soltando el cubierto entre sus dedos. Esa voz, reconocía y recordaba perfectamente esa voz.
"Permitame ayudarle"
Esas simples dos palabras quedaron grabadas en su mente resonando una y otra vez...
Alzó la vista de su plato encontrándose con la figura de la misma joven que conoció aquel día. No podía creerlo ¿Que hacía ella en Lakewood? No negaba que su sola presencia le ponía nervioso y ese atuendo de enfermera le daba un aire celestial, como si un ángel fuera a socorrerlo ¿Acaso ella...?
Candy carraspeó ante la evidente sorpresa del hombre.
– Me han asignado a su cuidado, soy su nueva enfermera. Mi nombre es Candy Lanu... White, me llamó Candy Withe – se corrigió.
– Yo soy... yo me llamo... – el rubio no dejaba de tartamudear.
– William Andew – completó la joven.
– En realidad...
– Bien señor Andrew – le cortó ella – después de desayunar lo llevaré un rato a pasear a los alrededores. A las doce vendrá el doctor para empezar sus terapias.
Albert respiró hondo tratando de controlar su enojo, olvidando por completo las sensaciones de hace unos minutos.
– Supongo que ya le habrán advertido de mi comportamiento con anterioridad; sino, no hubiera aceptado el trabajo, señorita.
– Supone bien pero ya estoy aquí y no voy a dar marcha atrás, señor – dijo férrea ignorando otra vez esa palabra, señorita.
– Y si le digo que no tengo ánimos de asistir a terapia ¿que haría?
– Bueno señor Andrew, yo no puedo obligarlo. Cada quien es libre de hacer lo que le conviene ¿Pero sabe? usted es un hombre joven, con mucho futuro por delante y no creo que postrado en esa silla de ruedas logre hacer mucho. Inténtelo ¿quiere? nada cuesta hacerlo.
Albert se removió incomodo ladeando su cabeza ¿que hacer ante ese pequeño ruego?
– Bien, pero no prometo mucho. Ya me he resignado a ser un inválido de por vida.
Candy suspiró empezando a degustar su desayuno y a fuerzas hizo comer al rubio.
Mas tarde...
– Muy bien enfermera White, ayúdeme a colocarlo boca abajo, empezaremos con un buen masaje por toda la espalda, cintura y piernas. Afortunadamente, la operación que se realizó fue un éxito, todos los esfuerzos del doctor Lanusse en cuanto a cirugías de columna valieron la pena y el cirujano que operó al señor William hizo un buen trabajo.
– Tiene razón – fue la escueta respuesta de Candy, sabía que todo lo relacionado a William Andrew le harían recordar a su marido, aunque por dentro, su pecho se hinchó de orgullo, Michael dejó un gran legado en el mundo de la medicina.
El masaje ayudó al rubio a relajarse, eso era lo único que valía la pena.
– Señor Andrew, ahora procederemos a mover sus piernas poco a poco. Tanta rigidez no ayudará a que vuelva a caminar. Empezaremos con pequeños movimientos para que se vaya acostumbrando.
Albert observó de reojo a Candy, ella se dio cuenta de la lucha interna del rubio y alcanzó su hombro tratando de darle apoyo.
Al primer movimiento Albert gritó de dolor.
– ¡Basta, por favor!
– Aguante señor Andrew, esto apenas es el inicio.
Albert cerró los ojos conteniendo otro grito.
– Doctor ¿es normal?
– Enfermera, usted ya debe saber los efectos de una operación de esta magnitud. El señor Andrew ha reanudado su rehabilitación después de meses en estado sedentario y no olvide el año que pasó en coma. Es muy normal que sienta dolor, ademas es una muy buena señal, malo sería si no sintiera nada... Sosténgalo, por favor.
Candy actuó enseguida, a pesar de la discapacidad del joven, él oponía resistencia fuertemente.
– ¡Basta!
– Señor Andrew, trate de aguantar un poco más.
–¡No puedo!
– Usted puede señor William, no se rinda – habló Candy decidida.
Albert respiraba con dificultad, esta vez asintió y no renegó, hasta que al fin esa tortura terminó.
Una vez dejaron a Albert con el sirviente que ayudaba en su aseo personal, Candy y George despidieron al galeno.
– Es todo por hoy, mañana vendré de nueva cuenta, no olvide los masajes, sobretodo en las áreas afectadas – dijo el quiropráctico en la entrada de la mansión – Tenga paciencia con el señor Andrew, suele ser muy agresivo pero hoy sorpresivamente cooperó y mostró algo de valentía. Creo que su presencia le ayuda.
Candy obvió el comentario del médico.
– Gracias doctor, haré lo que usted dice.
– Con permiso, enfermera, señor Jonhson.
Candy y George se dirigían a la habitación de Albert quien ya presentable esperaba otra ronda de masajes que no podía negar.
– ¿Quiere que la ayudemos con el señor William?
– Si no es molestia, se los agradecería bastante.
Con ayuda de Goerge y Dorothy, Candy procedió a realizar la tarea de dar masajes en cada parte del cuerpo del rubio. Estaba sorprendida ante su fuerza de voluntad, tomando en cuenta que en la mañana se mostraba reticente en siquiera moverse. Llegó un momento en que se quedó sola con él, ya que Rose Mary había llegado con su familia. No pudo evitar que su corazón se encogiera al distinguir el centenar de cicatrices en varias partes de su cuerpo, producto de la fierros retorcidos en el accidente. Contuvo las ganas de llorar al imaginar a Michael en esas condiciones yaciendo muerto en el lugar de los hechos. Agitó la cabeza sacando esos dolorosos pensamientos.
Escuchó que tocaban a la puerta, secó sus lagrimas y rápidamente fue a abrir. La grácil figura de Rose Mary apareció ante ella.
– Hola, Candy.
– Hola ¿Como está?
– Un poco cansada por el viaje... ¿tu como estás?
– Descuide, estoy bien.
– ¿Albert?
– Se ha dormido.
– Debió ser duro.
– Demasiado pero lo soportó.
– ¿En serio?
Candy asintió continuando con su labor.
– Gracias.
– No tiene que agradecer señora, solo hago mi trabajo.
Rose guardó silencio unos segundos observando a su hermano dormir sin darse cuenta de su llegada.
– Dime Rose Mary, por favor. No me gustan las formalidades y tomando en cuenta que estarás un tiempo en esta casa, preferiría que me llamaras por mi nombre si no es molestia.
– Yo... – Candy no tuvo más remedio que aceptar al ver una sincera y cálida sonrisa en su rostro.
– Candy, ¿tu crees que sea conveniente que mi hijo y su esposa hayan venido, incluso el que yo este aquí?
– Seño... Rose Mary, entre más interactúe con su familia es muy probable que recupere la memoria prontamente, en algunos pacientes suele durar años, en otros no tanto. Todo depende de él mismo... Creo es suficiente por hoy.
– Llamaré a George o a Anthony.
– No se preocupe, iré yo. Con permiso.
Rose Mary asintió sentándose al lado de su hermano, observándolo dormir cual niño después de jugar o estudiar arduamente.
Al siguiente día fue la misma rutina, solo que esta vez Albert se mostró mas agresivo.
– ¡He dicho basta! – el rubio hizo a un lado al médico, estaba harto.
– Bien, como usted diga – dichas estas palabras el doctor se dio la vuelta alejándose malhumorado.
– Doctor, espere – Candy fue tras él – ¿Lo va a dejar así como así?
– Si él no quiere cooperar no lo voy a obligar. Está muy tenso, un mal movimiento puede tener consecuencias y sería peor para él. No puedo hacer mucho, hoy está muy irritable, hay que dejarlo un rato asimilar las cosas, más tarde procederemos a continuar. No importa que hora sea, lo importante es que no pierda ninguna terapia. El tiempo es oro en su situación.
– ¿Albert no quiere continuar?
– No, tal parece que el doctor Palmer decidió retirarse, regresará en la tarde una vez que tío Albert este más calmado para continuar con la rehabilitación.
– Ya veo – Rose Mary dejó de jugar con su nieto quien ajeno a las preocupaciones de los adultos observaba fascinado las cortinas de seda moverse debido al viento.
Candy regresaba cabizbaja pensando que tal vez estaba haciendo un mal trabajo con su paciente.
– ¿Donde está el señor Andrew? – preguntó al no verlo en su habitación y solo encontrar a Dorothy limpiando el desastre de su joven amo.
– George lo ha llevado al rosedal.
– No puedo creerlo – fue todo lo que dijo y salió corriendo de ahí.
– ¿A donde vas? el señor quiere estar solo... ¡Candy!
Candy no la escuchó, estaba furiosa. Si mal no recordaba, el rosedal se encontraba en la parte trasera. En cuanto lo vio frunció el ceño.
– ¡Señor William!
Albert volteó a verla con los ojos centelleantes.
– ¡¿No he sido claro que quiero estar solo?!
– Vaya, a pesar de haber perdido la memoria bien que sabe dar ordenes injustificadas.
– La señora Elroy me ha dicho miles de veces cual es mi lugar en la familia, así que, abusando de esa autoridad, ya no quiero seguir estas malditas terapias.
– ¿Lo dice en serio? piense bien antes de claudicar señor Andrew.
Albert chasqueó los labios.
– Me da lo mismo – él miraba sus piernas con impotencia – Ya nada importa, la vida no tiene sentido, le pido de favor no se meta en lo que no le incumbe. Váyase, le vuelvo a reiterar que quiero estar solo.
– Entiendo...
– ¿Entenderme? – Albert se giró torpe y bruscamente con la silla desafiándola con la mirada – ¡Usted no entiende nada!– Candy dio un paso hacia atrás ante la fiereza de su voz – ¿Acaso usted está postrada en una maldita silla de ruedas? ¿Depende todo el maldito día de la gente? ¡No sabe lo doloroso y humillante que es esto! ¡Soy un inútil! ¿Que no lo ve? ¡Un bueno para nada! ¡Hubiera preferido morir! ¡¿Porque demonios no estoy muerto?! ¡Explíqueme!
– ¡Basta!... ¡Ya basta! ¡No siga, por favor! – Candy se tapó los oídos no queriendo seguir escuchándolo – ¡El que no entiende es usted! ¿Es que acaso se ha puesto pensar en lo que dice?... Yo... Yo no puedo dar crédito a su forma de pensar. Y si, tiene razón, no entiendo como se siente pero si se lo que es perder a un ser querido de esa manera – Albert se dio cuenta de la fuerza con que apretaba sus puños y también de las gruesas lágrimas recorrer sus mejillas – ¿No sabe el terrible dolor que le puede provocar a su familia si usted muere?... No ¿verdad?... Es horrible, como no tiene idea, imagínese no ver nunca más a esa persona, que ya nunca podrá sentir el calor de su abrazo, que ya nunca le dirá cuanto lo quiere... o lo ama... Ni siquiera una despedida – susurró para si limpiando torpemente el torrente de lágrimas – Considérese afortunado que logró sobrevivir ante fatal accidente, por algo, dios le otorgó una segunda oportunidad, mucha gente no tuvo esa suerte, varios murieron y es algo que no se puede remediar ¡Así que deje de hacerse la víctima!
Candy se giró y salió corriendo dejando mudo al rubio, Anthony iba llegando cuando a su lado paso la joven enfermera echa un mar de lagrimas. Observó a su tío quien agachaba la cabeza sosteniéndola fuertemente, fue a su encuentro rogando con que no tuviera otro ataque como el que le había contado su madre.
Rose Mary no pudo evitar escuchar desde su habitación, la puerta de la terraza estaba abierta y daba directo al rosedal que tanto se esmeraba en cuidar. Agachó la mirada dando un fuerte suspiro.
Candy llegó a la fuente de la entrada, recargándose en la dura piedra, asustando con su presencia a los pájaros que tomaban su baño de agua. Llevó su mano a la boca llorando irremediablemente.
– No puedo, no puedo seguir con esto... – lloró y lloró con impotencia – Es un terco, un bruto, un tonto ¿Quien se cree que es para decir tal cosa?
De su boca salían toda clase de impropios hacia ese hombre. De repente, guardó silencio, los minutos pasaban y ya más calmada observaba los lirios en el agua.
– Una flor por tus pensamientos
Candy salió de su ensimismamiento al distinguir una bonita rosa frente a sus ojos.
– Michael... – la joven a duras penas hizo una mueca simulando una sonrisa.
– ¿Que tienes, Candy? Has estado callada todo el día y eso no es normal en ti.
– No es nada, es solo que...
– Es por el diagnóstico de la señora con neumonía ¿verdad?
La rubia solamente asintió. Michael se sentó al lado de su novia, abrazándola por los hombros, sabía que ella era una mujer sensible y fácilmente se perdía en su mundo al no hallar una solución.
– Es normal sentir pesar, Candy. Está demás decirte que nosotros estamos tan acostumbrados a esconder nuestras emociones ante este tipo de situaciones... es difícil, lo admito. Normalmente los atendemos, les decimos que hacer y esperar a que el medicamento surta su efecto, si todo sale bien, perfecto pero si ya no se tiene solución, seguimos sin importar nada, así de simple. No podemos dejar que nos afecte, tenemos en juego demasiadas vidas que salvar a cada minuto. Aunque ya sabes que soy un rebelde, me gusta interactuar con los pacientes, saber sus necesidades, saber como se sienten. Ellos ponen su confianza en nosotros que no me queda mas que retribuirles algo para ayudarles, incluso cuando la muerte es inevitable, nos convertimos en un ancla de alivio en sus últimos días y eso es algo que admiro de ti ¿Sabes? no cualquiera lo hace. Tu y yo somo iguales en ese aspecto... Toma, dale esta flor, seguro no ayudará mucho pero ten por seguro le sacaras una sonrisa.
– Gracias, Michael.
– No tienes que darlas, anda no te desanimes – él tomó su mentón guiñándole el ojo y le sonrió besando su mano a lo que ella le correspondió besando sus labios.
– Candy... – ella ladeó el rostro en dirección al hombre que la llamaba – perdón, quiero decir, enfermera White, he venido a disculparme.
– No tiene que hacerlo, es comprensible su comportamiento. Lamento haberle hablado de esa manera.
– No, yo lamento mi forma de actuar. He sido un grosero desde su llegada, he sido un grosero con todos, incluso con mi propia hermana. No la recuerdo, a nadie, eso lo tengo claro, pero me siento mal, aquí – dijo señalando su pecho, justo donde su corazón – Me siento mal por todos los que han tratado de ayudarme, he sido un terco. Le he mentido... yo realmente deseo volver a caminar... yo... también trato de recordar, en verdad intento hacerlo pero no puedo, no puedo.
Candy se acercó al hombre olvidando todo el enojo acumulado, se le notaba indefenso.
– No se esfuerce, cuando mejore su salud, irá recuperando la memoria y entonces recordará todo. Aunque no lo parezca yo soy una buena enfermera – bromeó por primera vez con él y en consecuencia Albert mostró una ligera sonrisa.
– Olvide que tuvo un accidente y trate de vivir el presente. Volverá a caminar y su memoria la recuperara poco a poco, tenga fe y dios añadirá.
Candy le obsequió la flor que cortó delicadamente del rosedal, él asintió mirando el pequeño pero a la vez significativo detalle.
"Que dulce enfermera" pensaba siendo empujado por ella hacia el interior de la mansión "nada que ver con las anteriores". "Apenas y la conozco pero hasta cuando me quiero morir por mi inseguridad ella me trae calma"
Continuará...
Por si se dieron cuenta, tomé prestados algunos diálogos del anime.
Un agradecimiento especial a Mia8111, Carol Aragon, Rosario Barra, Cla1969, Elizabeth, Paola Palma, chidamami, fabaguirre167, Sincity12345, Maribel, CandyAlbertLove, AnohitoAlbert, Gia por pasarse a leer y comentar. También a todos los que leen de forma anónima. Espero les haya gustado el capítulo, no desesperen que esto apenas comienza.
Saludos.
