Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen.
.
El amor vuelve lentamente
.
Los copos de nieve caían interminables así como silenciosos cubriendo en gran parte los alrededores de la mansión; el escaso follaje de los árboles, el extenso jardín, las antiguas estatuas... nada ni nadie escapaba de los diminutos cristales de hielo, formando a su vez un hermoso y místico manto blanco sobre toda superficie.
El aire gélido se sentía con fuerza, augurando un nuevo año lleno de retos, sorpresas y demás para una joven rubia de ojos verdes quien se hallaba observando absorta la nieve desde la comodidad de su habitación.
Candy nunca imaginó que su estadía en la mansión de Lakewood beneficiaría en extremo a su paciente. Dos meses transcurrieron desde que comenzó su ardua labor al cuidado William Andrew como su enfermera particular. A decir verdad, fueron días con altos y bajos, armándose de paciencia ante la actitud del señor Andrew... de William... ¿O como debería llamarlo de ahora en adelante?... en fin, los múltiples esfuerzos de él en volver a caminar estaban valiendo la pena, sus piernas respondían, aunque lento pero ya lograba ponerse ligeramente de pie. Eso era un logro, tomando en cuenta que estuvo mucho tiempo reacio sin moverse.
La tenue luz de los faroles en el jardín titilaron silentes en la penumbra, se ajustó la bata de dormir meditando aquel día en particular, el ultimo día del año. No sabía a ciencia cierta como describirlo, si ese acontecimiento sería para bien o para mal en su vida. Cerró los ojos suspirando hondo ¿Porque se martirizaba tanto? Lo hecho hecho está, ya no había rencores, ella no era así, su alma generosa no le permitía odiar a nadie y él no lo merecía, no tuvo la culpa de nada.
Se llevó un dedo a la mejilla, analizando que después de todo, aquel suceso ocurrido en el balcón luego del brindis de año nuevo no era tan malo como pensaba.
También rememoró a los dos chicos Andrew, con quienes tuvo el privilegio de conocer y convivir en la pequeña cena de fin de año que se llevó acabo.
Flash back
Cobijados por el agradable calor de la chimenea, Candy charlaba con Anthony y Emma quienes veían sonrientes a la rubia jugar divertida con el hijo de ambos. Rose Mary leía uno de sus tantos libros preferidos sin dejar de escuchar las risas del joven trío; mientras que Albert, cerca de la ventana, apreciaba las extensiones blancas expandiéndose a lo lejos hasta desaparecer en el horizonte. De vez en vez miraba de reojo a la rubia pecosa sin dejar de acariciar a Poupee, la muy perezosa se hallaba dormida en su regazo.
– Se te dan muy bien los niños, Candy – mencionó alegre la esposa de Anthony.
– ¿Tu crees, Emma?
La joven señora Brown asintió.
– Cuando te cases y tengas hijos ten por seguro que serás una gran mamá.
Candy se tensó ante ese inocente y sincero comentario por parte de Emma. Rose Mary alzó la vista viendo de soslayo a la chica, nadie sabía nada de su pasado, a excepción de ella, su esposo Vincent y George por supuesto. Advirtió a la joven sonreír forzadamente acariciando el cabello del bebé Richard.
– En el hospital se me asignaba seguido el cuidado de los niños, casi la mayoría de mis pacientes eran menores de edad... Además, este pequeñín no es nada huraño ¿verdad, Richard? – la rubia alzó al bebé a la altura de su rostro haciendo muecas graciosas, provocando una ola de interminables risas infantiles – Y como no, si sus padres son encantadores.
– Oh, Candy. Me haces sonrojar y harás que el ego de este apuesto caballero a mi lado se acreciente.
Los tres jóvenes estallaron en carcajadas, Anthony abrazó a su esposa al observarla con ese sonrojo en sus mejillas que él tanto adoraba.
Pese a conocerse en tan corto tiempo, Emma y Anthony congeniaron de maravilla con Candy y le instaron a llamarlos por su nombre. Un hecho que la rubia no se pudo negar, no así con el señor Andrew, con él se portaba muy reservada, aunque convivían juntos la mayoría del tiempo, todavía no era fácil lidiar con él y su cambiante personalidad. Con Rose Mary sucedió todo lo contrario, sentía un profundo respeto hacia ella y las dos empatizaron sin reservas. De todas maneras ya estaba acostumbrada a llamarla por su nombre, como se lo pidió desde un principio.
Una peculiar familia si lo analizaba debidamente, los Andrew provenían de un antiguo clan, sangre escocesa corría por sus venas; asimismo, poseían una considerable fortuna. Su alma altruista y generosa los caracterizaban; aún así, la humildad, la sencillez, el amor, la amabilidad, eran cualidades tan normales en sus vidas y que no pasaban inadvertidos para Candy, ya que no se comportaban como otras familias de abolengo en la alta sociedad.
– Aprovechando que estamos todos reunidos – el joven Brown habló interrumpiendo los pensamientos de Candy – Queremos invitarte a la cena de fin de año que mi adorada esposa está organizando. Obviamente no será grande, sino intima, entre familia. Sabemos que te tomarás libre la semana de navidad y quisiéramos que nos des el gusto de convivir con nosotros en fin de año.
Albert ladeó la cabeza, prestando atención a las palabras de Anthony ¿Acaso la señorita White no estaría con ellos en navidad? Extrañamente su corazón se entristeció, no la vería unos días. Que más daba, él no podía retenerla, bastante duro ella se las veía con él y su mal genio que a veces sacaba a relucir.
– ¿Lo dicen en serio? No se si sea correcto.
– Que cosas dices, Candy. Será un privilegio tenerte entre nosotros.
– Concuerdo con mi querida señora Brown. Aquí entre nos, no creo que a mi tío Albert le importe, es más, él estaría encantado de que tu estés presente.
Todos los ahí reunidos voltearon a ver al susodicho, Albert se sonrojó como remolacha para enseguida rodar los ojos ¿Quien se creía Anthony hablando tonterías? Los ignoró y continuó prestando atención al exterior sin nada interesante que hacer, más que seguir acariciando a Poupee.
– Con la tía abuela en otro continente podemos estar tranquilos que la celebración de fin de año sea muy divertida sin la vigilancia estricta de ella...
Emma le dio un ligero golpe a su esposo como queriendo reprocharle en broma su comentario, Anthony se hizo el desentendido encogiendo los hombros inocente.
Oh no, Candy se olvidó por completo de la famosa señora Elroy Andrew, a quien no conocía aun y daba gracias por ello. Con lo que le contaba Dorothy, era mas que suficiente que esa señora no sería de su completo agrado.
– Esta bien, me han convencido. No duden que estaré con ustedes – aceptó. No quería ser maleducada y rechazar su invitación.
Por alguna extraña razón, Albert respiró aliviado ante su respuesta.
Diciembre se fue volando, Candy estuvo unos días con sus madres en el hogar de Pony ayudando en lo que pudiera. Ya necesitaba otros aires después de estar tanto tiempo a cargo del señor William. A veces, solía perderse en sus pensamientos en la cima del padre árbol y dejar que sus tristezas se las llevara el viento.
Por otro lado, Albert se mostraba un tanto desanimado ante la ausencia de la rubia enfermera; sin embargo, ante lo prometido de hacer sus ejercicios, no se daba por vencido ni decaía cuando algún movimiento se le dificultaba. Quería demostrarle, no solo a ella, sino a todos y sobre todo a si mismo, que él lograría su cometido, volver a caminar.
La semana pasó sin que se dieran cuenta y el día de la tan ansiada reunión llegó al fin. Albert luchaba desesperadamente con su corbatín, odiaba esos benditos accesorios que en lugar de ayudarle, lo asfixiaban y lo frustraban sobremanera.
– No se si sea buena idea – habló tratando de ajustar esa endemoniada cosa en su camisa.
– Tío, solo será una cena entre familia, nadie mas que no te conozca estará allí, incluida Candy.
Al escuchar aquel dulce nombre de los labios de sus sobrino, a Albert le surgió una inusitada pizca de celos ¿Porque todos la llamaban por su nombre y él no? Hasta George y Dorothy lo hacían. Anthony vio la lucha interna de su tío y decidió aconsejarlo.
– Ya deja de batallar con esto, te sugiero no te lo pongas. Sabes que será una cena informal ¿verdad? – al no recibir respuesta, se aventuró a molestarlo un poquito – Si quieres impresionar a cierta joven, es mejor que lleves la camisa con estos dos primeros botones abiertos, probablemente si Archie estuviera aquí escogería este saco. Agradece que la tía abuela no estará, sino sería todo lo contrario.
Albert lo miró con los ojos entrecerrados ¿Que insinuaba su sobrino? Bah, lo mejor era no hacerle caso. Él y sus ideas raras.
– Por favor, acércame la silla de ruedas.
Anthony se apresuró a su pedido. Albert se enderezó temblando levemente en su lugar, todavía se sentía torpe pero tan lo menos su cuerpo respondía positivamente.
– Recuerda que el doctor Palmer te aconsejó ejercitar tus piernas todos los días.
– Lo se, créeme que lo hago, solo que aun no me siento seguro de caminar.
El joven rubio ya no lo contradijo. No quería hacerlo enfadar.
Candy se acomodaba el cabello observando su reflejo en el espejo ¿Cuanto tiempo tenía de no arreglarse con esmero para una ocasión especial? Se incorporó contemplando su imagen, un precioso vestido en color verde con mangas transparentes de tres cuartos y ligeros holanes en los codos, más los hombros ligeramente descubiertos, ataviaba su delgada figura.
Lastima que Dorothy no estaba para asesorar su imagen, ella se había ido junto con George a pasar las fiestas con su familia en Minessota. La extrañaba demasiado, con ella platicaba de muchas cosas, incluso se sintió con la entera confianza de contarle en parte su matrimonio. No dijo ni el nombre ni a que se dedicaba, solo mencionó que su esposo murió repentinamente en un accidente.
Retocó su ligero maquillaje e inmediatamente escuchó tocar a alguien en la puerta.
– Adelante.
Emma apareció ataviada con un vestido color crema que acentuaba su piel de porcelana, cara de muñeca y su cabellera castaña.
– Te ves preciosa, Candy – le halagó risueña.
– Muchas gracias Emma, tu también luces radiante.
– Exageras... – era curioso como aquella joven se sonrojaba por todo sin dejar de mostrar esa chispa deslumbrante que la caracterizaba – ¿Sabes? – Emma guió a Candy al sofá para enseguida tomar sus manos y confesar sincera – Quiero agradecerte por aceptar acompañarnos, quise junto con Anthony hacer una pequeña celebración no solo por el nuevo año que comenzamos, sino porque William ha empezado a convivir más con su familia. En parte celebramos el gran avance en su recuperación y que gracias a ti lo está logrando. Te lo debemos tanto, en especial mi suegra y tu bien lo sabes. No será una fiesta ostentosa pero pondré todo de mi parte para que disfrutemos un rato agradable.
Candy se conmovió por sus palabras.
– Gracias por considerarme, Emma. Será una velada inolvidable – dijo Candy sin saber que para ella si lo sería.
Las dos descendieron del segundo piso bromeando como si fueran eternas amigas confidentes, encontrándose al final de las escaleras a dos hombres jóvenes sumamente apuestos platicando animadamente con Anthony. Junto a ellos también los acompañaba el señor Andrew.
Todos los caballeros voltearon al notar a las dos mujeres acercarse, Anthony ofreció el brazo a su esposa y en cuanto Albert vio a la rubia, su corazón dio un saltó anonadado ante ese sutil cambio en su imagen. Sabía que Candy contaba con una belleza tanto interior como exterior pero ahora simplemente irradiaba una luz etérea. Traía el cabello suelto sostenido unicamente por un par de diminutas y coquetas peinetas, nunca había visto esos rizos libres de su tradicional chongo, que ganas de enredar sus dedos en esos bucles de oro. Que decir del vestido, nada pomposo, sencillo, ideal para la ocasión, sus ojos verde esmeralda resaltaban brillantes con ese atuendo. Cuanta belleza, una extraña pero a la vez placentera sensación en su pecho recorrió todo su ser por completo.
Candy sonreía tímidamente, no podía negar que la familia Andrew la trataba con respeto y una amabilidad espontanea. En un acto reflejo, su mirada se desvió en el señor Andrew, aquel traje negro le sentaba de maravilla, contrastaba con ese largo cabello rubio. Admitía que todos los hombres ahí presentes se les veía regios, jóvenes tan bien parecidos, imponentes; no obstante, el señor Andrew atraía miradas con su sola presencia, no importaba que estuviera en silla de ruedas. Esos ojos azules como el cielo hipnotizarían a cualquier mujer. Bajó la mirada un momento, apenada ante el escrutinio de todos, sobre todo de él.
– Hola Candy – saludó Anthony rompiendo el encanto – Quiero presentarte a mis primos Alistair y Archibald Cornwell, mejor conocidos como Stear y Archie. Chicos, ella es Candy White.
– Así que usted es la chica de la que tanto hablan Anthony y Emma, que suerte tiene el tío Albert de tenerla como su enfermera – comentó coqueto el muchacho – Un gusto conocerle, llámeme Archie – le besó la mano con elegancia y galantería. Candy sonrió divertida.
– El gusto es mio.
– Archie, tu si que no sabes perder el tiempo – se adelantó Stear sosteniendo su otra mano – Mucho gusto, señorita White, llámeme Stear – otro delicado beso en el dorso de su mano la sorprendió.
– Un placer... – dijo un tanto sonrojada por las atenciones de aquellos dos atractivos jóvenes.
Candy estaba dispuesta a llevar la silla del señor Andrew pero Archie se adelantó guiñándole el ojo. Siguió su camino escoltada por los dos caballeros, seguidos de unos divertidos Emma y Anthony.
Las risas no faltaron en aquella cena, el pequeño Richard se convirtió en el centro de atención, siendo consentido por los jóvenes mayores. También tuvo la oportunidad de ver nuevamente después de mucho tiempo al señor Vincent Brown, esposo de Rose Mary.
Stear y Archie enseguida simpatizaron con Candy y también le pidieron tutearla, ella ni tarda ni perezosa aceptó, aquellos jóvenes hermanos le cayeron de maravilla. Se enteró que Archie; por el momento, llevaba las riendas de la familia, asesorado por su tía abuela y George, el hombre de entera confianza del señor William. Stear, un chico muy inteligente y espontaneo, estaba comprometido con una joven londinense llamada Patricia O' Brien, se le notaba tan feliz, soñador y muy enamorado, por un segundo ella envidió aquel hermoso sentimiento que muy a su pesar ya no compartía con nadie.
Los hermanos Cornwell acapararon toda la atención de la rubia y esto de alguna forma molestó a Albert, notaba como ella les sonreía, esa sonrisa que él estaba empezando a ¿adorar? Sacudió la cabeza confundido y se alejó silencioso.
Rose Mary no perdía de vista la actitud de su hermano, admitía que la rubia se había ganado su cariño y no negaba que aquellos dos formaban una bonita pareja. Si tan solo se hubieran conocido en otras circunstancias, todo sería diferente. Siendo honesta, temía que Albert estuviera albergando tibios sentimientos hacia Candy, ya que no olvidaba que su hermano aun se encontraba comprometido con otra mujer.
La noche siguió su curso, no faltaron las risas, los recuerdos, las bromas, algunos juegos de la época y más que nada los abrazos al empezar otro nuevo año. Anthony y Emma decidieron retirarse después del brindis, su bebé dormía como lirón y ellos ya se encontraban cansados.
Los demás decidieron quedarse un rato más, charlando y disfrutando de la velada. Candy se excusó un momento, el champagne le provocó un ligero ataque de hipo, no estaba acostumbrada a este tipo de bebidas. Michael nunca fue muy asiduo a beber y por ende ella tampoco lo fue.
Albert contemplaba la esplendorosa luna llena que brillaba con intensidad, afuera ya no nevaba, todo era total calma, aún así, el aire frio no dejaba de soplar. Ese detalle no le impidió salir a refrescar sus pensamientos ¿Que le estaba pasando? ¿Porque sentía unos celos cada que Stear y Archie bromeaban con ella? ¿Porque no dejaba de pensar en esa dulce enfermera? ¿Será que se estaba enamorando? No, imposible, inaudito. Él no podía enamorarse, no debía; aunque, dos meses fueron más que suficientes para sentir una poderosa atracción hacia ella.
Unos pasos le alertaron, alguien se estaba acercando. Contuvo la respiración, un delicioso aroma penetró en sus fosas nasales, ya conocía ese suave perfume que desconcertó en más de una ocasión todos sus sentidos allá adentro.
– ¿Señor Andrew? – escuchó la suave voz de ella – ¿Que hace afuera? Puede enfermar.
– Lo mismo digo, no trae más que un chal puesto – dijo Albert volteando la silla y viéndola emerger entre la oscuridad.
– Necesitaba salir un momento, creo que el champagne se me subió a la cabeza – mencionó abochornada, el leve tinte rojo en sus mejillas la delataban.
Albert la observaba detenidamente, ella mantenía los ojos cerrados sonriendo sutilmente. El aire ondeaba algunos rizos de su cabello y la luna bañaba resplandeciente en su blanca piel.
– ¿Le molesto?
– No, para nada – Albert agachó la cabeza al ser descubierto.
Candy se acercó a él y se situó a su lado.
– ¿Se encuentra bien?
– Si, es solo que tanta efusividad me ofusca un poco, ya estoy acostumbrado a estar solo.
– No debería. Es su familia, señor William ¿No le causa alegría convivir con ellos? Su hermana, sus sobrinos, incluso su sobrino nieto... tío abuelo – bromeó.
Albert escuchó y grabó en su memoria esa melodiosa risa cantarina que fue música para sus oídos.
– Oiga, no soy tan viejo – calló un momento viéndola a los ojos – ¿O si lo aparento?
– Pues déjeme decirle que si sigue con esa actitud de querer estar solo y actuar como un viejo cascarrabias, envejecerá antes de tiempo.
Albert no se enojó; al contrario, rio junto con ella abiertamente. En más de una ocasión bromeaban entre las sesiones de rehabilitación y eso lo relajaba y lo hacían sentir vivo de alguna manera. La sola presencia de ella lo rejuvenecía.
De repente se puso serio, desde hacía tiempo quería preguntarle algo que lo inquietaba y aprovechando que estaban a solas, no quiso perder esa oportunidad.
– Señorita White, quiero preguntarle algo y quisiera que sea completamente honesta conmigo.
Candy, curiosa por naturaleza asintió.
– ¿Hice algo mal para que usted se comporte distante conmigo?
– ¿Que dice? No le entiendo ¿En que momento me he comportado distante con usted?
– No estoy ciego, ni tampoco soy tonto. Me he dado cuenta que actúa de una forma tan cordial con mi hermana, con Anthony y su esposa. Sin mencionar a Stear y Archie, a ellos dos apenas los conoció pero conmigo...
– No se confunda señor Andrew.
– ¿Lo ve? Hasta le es imposible llamarme por mi nombre.
– No tengo idea a donde quiere llegar pero será mejor que me vaya.
– ¡No he terminado de hablar!
Ella paró en seco ante su orden y furiosa lo enfrentó.
– ¡Usted no tiene derecho a gritarme! ¿Quien se cree?... – Candy se dio cuenta de su actuar y prosiguió – Debe tranquilizarse, no le hará bien alterarse – pidió ya más calmada.
Albert respiró hondo contando hasta diez, tenía razón. Que estúpido comportarse así, no quería echar a perder este único momento.
– Disculpe, no fue mi intención levantar la voz. Por favor, perdóneme.
– Descuide... – la rubia posó su mano en el hombro masculino tratando de reconfortarlo – ¿Ya se siente mejor? – preguntó luego de un interminable silencio.
El asintió, si supiera los estragos que su delicada mano le causaba en su cuerpo, sin saber exactamente que significaba aquello. Carraspeó disimulando su turbamiento.
– Lo que quiero decir... usted ha estado encerrada dos meses con nosotros, bueno, conmigo más que nada. Yo creo... yo quisiera... yo... – Albert intentó serenarse, era el colmo que se comportara como un tonto adolescente – No se si sonará muy atrevido de mi parte pero me gustaría me llamase por mi nombre.
Candy en ipso facto sintió un deja vu de hace mucho tiempo, cuando Michael de igual manera le pidió llamarlo por su nombre.
– No creo que sea correcto señor An...
– Odio que me digan señor ¿Acaso tengo cara de señor? – intentó bromear con una sonrisa triste.
– No... Bueno, yo... – Candy jugaba con sus manos, levantó la vista mirando esos suplicantes ojos azules, por un momento se perdió en ellos tratando de descifrar esa mirada.
– Está bien... usted gana, William.
– No me gusta tampoco el nombre de William.
Candy alzó una ceja confundida.
– ¿Entonces como quiere que lo llame?
– Albert estaría bien para mi.
– ¿Albert? – si no mal recordaba, Rose Mary y Anthony lo llamaban por ese nombre.
– Me siento bien cuando me llaman así, William se escucha serio, demasiado formal. En cambio Albert...
Candy no pudo evitar enternecerse, se le notaba tan adorable, como un niño chiquito y ese pequeño gesto sacudió levemente su corazón.
– Es usted un chantajista ¿lo sabía? – el rubio encogió los hombros fingiendo demencia.
– Si así puedo convencerla...
– Albert será entonces, tiene razón, me gusta Albert. Supongo que querrá llamarme por mi nombre también ¿verdad?
Albert se sonrojó hasta la raíz, dios ¿era tan obvio? Candy nuevamente sonrió y eso también hizo palpitar el corazón del rubio.
– Por mi no hay problema, puede llamarme Candy... Albert.
– Gracias... Candy.
La luna iluminaba a ambos rubios, como si algo nuevo y sorprendente fuera a ocurrir en sus vidas, como si una luz los guiara a ese destino que cada quien estaba intentado volver a forjar ante la pérdida de un ser amado y la pérdida de uno mismo.
Lo que ninguno de los dos se percató al estar sumergidos en la belleza de la naturaleza y en ellos mismos, fue la silueta que se encontraba escondida entre los pilares y que lenta y sigilosamente se alejó sin que ellos se diesen cuenta.
fin del flash back.
Candy cerró la cortina adentrándose a la cama donde Poupee dormía acurrucada cerca de su almohada, últimamente, ella era muy apegada a su presencia. Se sumergió entre el acolchado y caliente edredón cerrando los ojos con una sonrisa en los labios, esa noche conoció a casi toda la familia, menos a la señora Elroy, esa mujer altiva y elegante de la que todos hablaban y a la vez temían.
Las luces de un automóvil se asomaron en la oscuridad de la noche, nadie en la mansión esperaba a la persona en el interior, a excepción de un sirviente y Rose Mary, por supuesto. El elegante coche se estacionó en la entrada de la residencia, el mayordomo bien abrigado y con sombrilla en mano recibió a la sofisticada mujer ataviada con un grueso abrigo que la protegía del intenso frio.
– Bienvenida madame – dijo solemne el hombre.
Elroy Andrew solo un hizo un gesto con las manos indicándole que la escoltara hacia el interior. En cuanto estuvo en la cálida y acogedora sala de estar, Rose Mary ya la esperaba con una sonrisa en el rostro.
– Tía, es bueno volver a verla ¿como estuvo su viaje?
– Rose Mary, querida. Ya ansiaba regresar, tampoco me puedo quejar, afortunadamente mis aposentos en el Mauretania siempre son de los mejores ¿Como la pasaron?
– Extrañándola.
Elroy negó con la cabeza divertida, rara vez reía ante las ocurrencias de su querida sobrina.
– Tuvimos una cena agradable y muy sencilla de navidad y fin de año.
– Una lastima que no estuve con ustedes. Mi estancia en Escocia se alargó por más tiempo, la hermana de mi padre convalecía y no podía dejarla en sus últimos momentos de vida.
– Lo lamento tanto, tía.
– Aunque no convivimos lo suficiente, era mi tía... ¿Invitaron a los Evans? – preguntó cambiando de tema inmediatamente.
– Como le dije, fue algo intimo entre familia, con el asunto de Albert y la situación de nuestra tía abuela, no quisimos hacer algo extravagante.
– ¿Como está William?
– Mucho mejor.
– ¿En serio?
– Si tía, se lo dije, Candy está haciendo un milagro.
– ¿Candy?
– Así se llama la joven enfermera de la que le hablé la otra vez.
– Debido a mi repentino viaje, no me di la oportunidad de conocerla. Tengo tanto que agradecerle. En tus cartas comentas que William tiene buen semblante y ya logra ponerse de pie.
– Totalmente. Si lo viera, ha recuperado el color, las ganas de vivir... Tengo fe que muy pronto camine libre y sin restricciones y su memoria vuelva poco a poco...
Rose Mary vio el rostro arrugado y preocupado de la inquebrantable Elroy Andrew, se acercó a ella tomándola del brazo.
– Es tarde ya, Albert está dormido, igual que todos los demás. Usted también debería descansar.
– Tienes razón – palmeó la mano de ella – gracias Rose por todo lo que haces. Descansa, querida.
– Igualmente.
A la mañana siguiente...
La tía aunque ocupada no perdía detalle alguno de aquella enfermera, su facciones, sus movimientos, toda ella... No podía creer que esa chiquilla sin gracia lograse lo que muchos no consiguieron, apaciguar a su sobrino William. Los observaba desde su habitación como águila acechando a su presa; a pesar de que la noche anterior nevó, ellos ni se inmutaban y salían como si nada hacia el exterior. ¿No sabía esa muchachita que el aire gélido podía afectar a su sobrino? Tal parecía que él le tenía sin cuidado, era increíble la expresión relajada en su rostro, nunca lo había visto así, ni siquiera antes del accidente mostraba tanto entusiasmo, incluso cuando compartía momentos con su prometida en el jardín.
– Hace mucho frio afuera, no entiendo porque esa mujer saca a William con este clima.
– No veo que Albert ponga objeción y al parecer lo disfruta, recuerde que él adora la naturaleza. Por cierto, esa mujer tiene nombre tía, se llama Candy, se la presentaré en la tarde.
Rose Mary dispuso una taza de té en la mesita instándole a su tía acercarse.
Y cuanta razón tenía, cuando niño William solía corretear en la nieve, reír, bromear. Al crecer, las responsabilidades cayeron sobre sus hombros hundiéndolo en la rutina y el desgaste de ser el patriarca de la familia. Ni siquiera el hecho de unir su vida a una mujer y dar un heredero lo sacaron de ese mutismo.
– Me alegra saber que estás agarrando color muchacho. Candy ha hecho milagros en esta casa – dijo George una vez hubo terminado de bañarse el rubio. Afortunadamente, ya no dependía como antes de la servidumbre para su aseo personal y eso Albert agradecía enormemente.
– Es una joven excepcional – fue todo lo que dijo.
George siendo un hombre demasiado observador, no tuvo que sumar dos mas dos, la joven Candy lo traía encandilado. Y no sabía si eso sería bueno o malo a largo plazo.
– Recuerda que la señora Elroy desea hablar contigo.
– Eso puede esperar, Candy y yo iremos a recorrer la mansión. Me dijo que es algo que siempre quiso hacer desde que llegó y aunque no recuerde absolutamente nada de esta casa, los dos iremos descubriendo que esconde esta enorme mansión.
George alzó una ceja sorprendido.
– ¿De que me perdí?
– De nada, George. Si me disculpas.
Albert se abrió paso con la silla dejando al pelinegro mudo en su habitación.
Candy detuvo su lectura al observar al rubio dormir en el cómodo sillón, cerró el libro y con cuidado lo colocó en el estante. Los dos se hallaban en la biblioteca ha pedido de él, después de caminar un buen rato en los jardines y deambular por los pasillos; últimamente Albert disfrutaba sumergirse en los libros donde halló grandes autores y que sin saberlo eran sus preferidos.
Aprovechando ese momento, Candy se aventuró a recorrer aquella extensa habitación. Libros de diferentes tamaños enriquecían la biblioteca, algunos de pasta dura, otros tan delgados pero que contenían valiosas letras. Poemas, versos, historias de amor, suspenso, drama, aventuras y demás narraban muchos escritos; así como enormes libros de historia, astronomía, ciencias, literatura, no podían faltar.
Su paseo la llevó a un lugar totalmente diferente, un pequeño rincón adornado de algunas fotografías. Tomó una de ellas, pese a estar en blanco y negro reconocía el dorado de la cabellera de ese hombre, el parecido con Albert era sorprendente. Seguramente su padre. En otra posaban una familia conformada por el padre, la madre, una simpática señorita y un niño con una sonrisa grande y chispeante. En otra, el retrato de una joven mujer seria y con un vestido totalmente diferente a los que solían usar ahora y muy elegante se reflejaba a través del vidrio. Lo que más llamó su atención fue una pintura sin enmarcar, se notaba que alguien venía a sacudir este lugar, ya que ni una partícula de polvo yacía en los bordes. Acarició delicadamente la textura del óleo en diferentes colores, el pintor hizo un excelente trabajo al captar aquellos deslumbrantes ojos azules y esa sonrisa contagiosa. El dueño de aquel retrato; un jovencito de unos catorce o quince años, llevaba puesto un pulcro traje escocés. No tardó en adivinar de quien se trataba.
Se sobresaltó al escuchar un ruido, dejó la pintura en su lugar y enseguida se dirigió a donde Albert, encontrándolo en la misma posición todavía dormido. Candy se fue acercando lentamente al rubio como si una fuerza invisible la llamara, inmediatamente evocó las rasgos de aquel jovencito, comparándolos con Albert, obviamente aquel niño ya había crecido y por cosas del destino se encontraba frente suyo. Alargó su mano, con la intención de acomodar algunos mechones rubios que cubrían su rostro. Abstraída en ese varonil hombre envuelto en el mundo de los sueños, no pudo evitar delinear su perfil, sus facciones perfectas, cuan relajado y tranquilo se le veía... Bajó la vista a esa nariz y a esa boca entreabierta. Su mano quedó suspendida en el aire y justo cuando sus dedos querían rozar su mejilla, una voz resonó iracunda.
– ¿¡Que crees que haces!?
Candy se paralizó al instante...
Continuará...
Mil gracias a las que leen y me dejan un comentario: Mia8111, Sincity12345, Mercedes, Elizabeth, CandyAlbertLove, AnohitoAlbert, Valymiller, Gia, Rosario Barra, Kristie, chidamami, victoragusvargas, Eydie Chong, fabaguirre167, Maribel.
Disculpen la demora pero me llevó tiempo escribir este capítulo, ufff...
