Disclaimer: Los personajes de CANDY CANDY no me pertenecen.

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El amor vuelve lentamente.

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Albert observaba fascinado el apacible vaivén de las olas del mar, prestando con sumo interés el sonido que producían al chocar con el agua, eso sin mencionar el mágico y bello atardecer frente a sus ojos. El sol iluminaba sus dorados cabellos, la suave brisa acariciaba su piel mientras contemplaba el astro rey ocultarse lentamente, todo aquello le produjo una inmensa satisfacción en todo su ser.

La calidez de una mano lo sacaron de su ensoñación, ladeó el rostro visualizando a la mujer a su lado, quien también se hallaba absorta admirando el magnifico espectáculo. Entrelazó ligeramente sus dedos con los de ella queriendo llamar su atención y no tardó en apreciar esas resplandecientes esmeraldas y su hermosa sonrisa que podía iluminar hasta el más oscuro de sus días.

Eso era todo lo que necesitaba en su vida; paz, tranquilidad y sobre todo a la mujer indicada con quien disfrutar el camino de su existencia, con quien compartir, con quien reír, con quien bromear, con quien llorar, con quien amar... Un amor sincero, desinteresado, un amor verdadero, aquel sentimiento del cual siempre quiso rehuir y que jamas imaginó encontrarlo en la enfermedad de sus memorias perdidas.

Cerró los ojos cuando Candy rozó su frente para acomodar un par de mechones rebeldes; él, simplemente se regocijó con aquel inocente gesto. Su tacto tímido pero con un toque de amor delineaban su perfil. Miró sus labios, anhelaba besarlos y perderse en el sabor de su boca; sin esperar, poco a poco se fue acercando hasta que sus alientos chocaron.

Inesperadamente, un rayo resonó sobresaltándolo, el cielo se oscureció, toda luz se esfumó y un viento fuerte se presentó. Quiso proteger a Candy pero ella ya no se encontraba junto a él. Desamparado y sin nadie a quien recurrir, se hincó agarrando su cabeza negando una y otra vez su infortunada soledad, murmurando un sin fin de cosas incoherentes.


– ¿¡Que crees que haces!?

Una voz lo despertó desconcertado, su corazón palpitaba acelerado. Un sueño... todo había sido un bendito sueño, producto de sus mas recónditos secretos y anhelados deseos. Lo primero que enfocaron sus ojos fue la silueta de una rubia frente a él, se hallaba de espaldas y solo podía apreciar su cabello ensortijado, atado a un casi perfecto moño.

Candy se levantó lentamente con aparente calma; aunque por dentro estuviese con el corazón a punto de salir de su pecho ¿En que estaba pensando? ¿Porque de repente se perdió en ese semblante masculino?

Un ambiente de tensión se respiraba en el aire, la anciana Elroy miraba con desmedida desaprobación e ira acumuladas a la joven rubia. Chiquilla descarada

– ¿Se puede saber que pretendías hacer, muchacha?

Candy no pudo pronunciar palabra, la figura intimidante de esa mujer le impedía hablar; sin embargo, el hecho de que la mirase de esa forma tan despreciable fue suficiente para que sacara el valor de lo mas profundo de sus entrañas.

– No se que esté pasando por su mente pero yo no estaba haciendo nada malo, solamente acomodaba al señor William.

– ¿Crees que soy ciega? ¿Crees que no conozco a las mujeres como tu? Escúchame bien, mujerzuela...

– ¡Le pido de favor no se dirija a Candy de esa manera! – interrumpió Albert furioso.

¿Quien se creía para hablarle tan despectivamente? Sobre todo con ese apelativo tan desagradable, abrase visto. No iba a permitir semejante desplante.

– ¡William! – la anciana se llevó una mano al pecho – Más te vale andar con cuidado con esa enfermera. Es más, ya va siendo hora de que la despidas.

– ¿De que esta hablando?

– ¡Es el colmo que quiera aprovecharse de ti! ¿Que no te das cuenta?

Tanto Albert como Candy negaron con la cabeza, incrédulos.

– Se equivoca señora, usted no tiene derecho a juzgarme, ni siquiera me conoce.

– ¡Mide tus palabras, niña! Te recuerdo que solo eres una simple empleada.

Anthony llegó seguido de Stear y Archie al escuchar el fuerte escándalo en la biblioteca.

– ¿Que sucede?

– Sucede que esta insulsa quiso pasarse de lista con William. Deben ponerle un alto, no voy a tolerar esta clase de comportamiento en mi casa... ¿Donde está tu madre?

– Ella... ella y Emma están cambiando a Richard en su habitación – vaciló el rubio.

La tía, erguida y con gracia se dio media vuelta dejando a todos estupefactos.

Los tres hombres voltearon a donde los rubios, no tenían ni idea de lo acontecido y esperaban recibir una respuesta por parte de ellos.

– Si me disculpan – dijo Candy con la mirada en el suelo, no quería que nadie viera sus lágrimas de impotencia.

Albert negó con la cabeza, tampoco entendía nada.

– Stear, ayúdame con la silla por favor.

– Si... claro...

Una vez en su sitio, el rubio salió sin emitir palabra más que un simple gracias al inventor. El silencio se apoderó de la habitación hasta que Stear se animó a hablar.

– ¿Que habrá ocurrido? – se preguntó confundido.

– No tengo ni la menor idea, algo habrá visto la tía abuela para que se ponga así. Ya saben como es de exagerada.

Archie se mantenía al margen, no sabía a ciencia cierta o a lo mejor eran imaginaciones suyas pero ya adivinaba lo que pudo haber sucedido entre esos dos. No quería imaginarse lo que la tía abuela estuviese maquinando ahora. Suspiró cansado y siguió a su hermano y a su primo saliendo de aquel cuarto.


Elroy Andrew murmuraba en voz alta cosas como la fidelidad, el honor de la familia, la falta de respeto y educación de esa enfermera... Daba vueltas y vueltas por todo el estudio alegando y alzando sus manos dramáticamente por la recién bochornosa escena.

Rose Mary tomaba el té tranquilamente, ya conocía a su tía y esperaría hasta que se calmara para hablar debidamente con ella.

– Necesito escribir una carta de carácter urgente a los Evans... Sobre todo a Theodore, el padre de Amelia – dijo abruptamente encaminándose al escritorio buscando papel y pluma para la misiva.

– ¿Porque quiere hacer tal cosa?

– Ya es hora de concretar una fecha de matrimonio, William y Amelia deben casarse inmediatamente.

– Tía, trate de calmarse, por favor. No le hará bien alterarse – suplicó Rose Mary – Explíqueme de una vez cual es la razón de su enojo y el repentino interés de centrarse en una boda que ahora no le veo el caso. Tampoco le encuentro sentido que yo este aquí presente sin consultarme nada.

Elroy suspiró y procedió a relatar con lujo de detalles lo que sus cansados ojos presenciaron en la biblioteca. Rose Mary escuchaba atenta sin interrumpir a la mujer mayor quien de vez en en vez ocultaba su rostro con sus manos disque llorando amargamente.

– Entiendo.

– ¿Ves porque te sugerí que no era buena idea contratar a otra enfermera?

Rose, con su característica serenidad, dejó la taza a un lado y se dirigió al enorme ventanal. El antiquísimo jarrón de porcelana a un lado de ella contenía preciosas rosas blancas que armonizaban y aromatizaban el ambiente, pese a estar en invierno. Rozó con cuidado los pétalos blancos, intentando encontrar una solución a todo ese embrollo sin afectar a la joven White y convencerla que aquel enlace matrimonial forzado entre su hermano y la señorita Amelia Evans no debía llevarse a cabo.

– Usted a visto el excelente trabajo que ha hecho Candy junto con el doctor Palmer, no me lo puede negar – Elroy carraspeó disimuladamente ocultando su boca con el pañuelo en su mano – Ella ha tenido que soportar todas la rabietas de mi hermano con infinita paciencia y aun así lo trata como el ser humano que es, no como las otras enfermeras que usted misma se atrevió a contratar... Dígame querida tía ¿Donde ha estado Amelia todo este tiempo? – Elroy desvió la mirada, no sabía que decir al respecto – Déjeme adivinar; tomando el té con las damas de sociedad, o tal vez comprando cuanto lujo en las exclusivas boutiques del país, o mejor dicho, asistiendo a bailes de caridad acompañada de otros hombres acaudalados que le puedan ofrecer lo que Albert no puede ahora. Ni siquiera le importa su futuro esposo, su dinero tal vez pero a mi hermano inválido lo abandonó a su suerte ¿Eso es lo que quiere? ¿Un matrimonio sin amor que a la primera oportunidad se deshaga por cualquier pretexto?

Elroy apretó el pañuelo con fuerzas ante las palabras de su sobrina, ella siempre tenía un as bajo la manga que la doblegaba, como sucedió cuando se enamoró, se comprometió y se casó con Vincent Brown pero esta vez no lograría su cometido.

– Escucha Rose, tu sabes que el deber del patriarca es indiscutible, contigo fue muy diferente pero William es otra cosa.

– Albert no es un objeto tía ¿Porque no lo puede comprender?... Por lo que me dijo, ni siquiera pudo darse cuenta si la señorita White lo iba a besar, por dios, que ocurrencias. Candy no es de esas mujeres aprovechadas.

– ¿Y tu como lo sabes? ¿Porque la defiendes con tanto ahínco?

La mirada inquisidora de su tía hizo que su temple tambaleara un poco ¿Sería prudente contarle la historia de Candy?... No, se mantendría en absoluta reserva, respetaría la privacidad de la rubia, aunque tampoco quería que la reputación de la dulce enfermera quedara en entredicho, sobre todo con su tía.

– La conozco muy bien, es una muchacha honesta, con excelentes referencias y eso es suficiente para mi. Se lo que le digo. Por favor, no haga nada de lo que se pueda arrepentir.

– Yo no me arrepiento de nada, querida Rose Mary. Es un hecho que el matrimonio entre William y su prometida se llevara a acabo.

Rose Mary no hizo más que suspirar derrotada, a veces era inútil dialogar con su tía.

– Tan lo menos no se amedrente con Candy, ella seguirá cuidando de Albert hasta que él esté completamente recuperado.

– Está bien, esa mujer seguirá trabajando para los Andrew, solo porque en verdad he visto una gran mejoría en William.

– Gracias, tía – susurró saliendo del estudio.

Elroy simplemente la siguió con la mirada hasta que desapareció de su vista.


Candy lloraba silenciosamente en su habitación ¿Con que clase de familia estaba tratando? Esa mujer resultó ser una víbora, prácticamente le dijo que era una cualquiera en su cara. No, no... ella no lo era. Ella era una mujer respetable, viuda de un doctor respetable, sin nadie mas en el mundo que sus queridas madres y su trabajo de enfermera. Sus pacientes siempre han sido su prioridad. Se abrazó a si misma sentándose en la cama, tal ves tenía razón, ya era hora de marcharse. Albert... el señor Andrew mejoraba día tras día, su presencia sobraba, ya no era indispensable.

Secó sus lagrimas extrayendo del cajón de su cómoda aquella fotografía que guardaba celosamente, la contempló unos segundos acariciando la imagen de él.

– Que hago, Michael. Me tachan de mujerzuela cuando eso no es cierto, tu bien lo sabes. Si me despiden, mi reputación como enfermera profesional quedará en duda – su cara se ensombreció al recordar el poder de esa familia – ¿Y si en consecuencia a esto ya no me aceptan en el hospital?... Soy una tonta, me dejé llevar, perdóname... perdóname.

Volvió a llorar pensando que estaba traicionando a Michael.

– No llores, Candy...

La rubia se sobresaltó escondiendo de inmediato aquella fotografía debajo de su almohada.

– ¡Albert! Quiero decir, señor William.

– Oh, vamos ¿Otra vez volvemos como al principio?

– Yo... ¿Que haces aquí?

– Vine a ver como estabas. Toqué pero no recibí respuesta, discúlpame por entrar así, no debí...

– No te preocupes... – Candy miró a su alrededor notando que se hallaban en su habitación... solos – Creo que es mejor que salgamos.

Albert entendió y asintió encaminándose junto con ella al pasillo.

La quietud en esa casa le transmitía un sentimiento de soledad, guiaba a Albert como autómata perdida en su mundo. No sabía como explicarle si llegase a preguntar.

Sin darse cuenta llegaron a una salita donde los últimos rayos del sol se filtraban por la ventana. Albert con cuidado se pasó al sofá sin decir palabra.

– ¿Estas cómodo?

– Si, gracias.

– ¿Quieres algo de comer? seguramente con tanto ajetreo has de tener hambre. Le diré a Dorothy que prepare algo sencillo, o más bien creo que yo lo haré.

– Espera Candy... – la frenó el rubio al verla incorporarse como un resorte – no fui a verte solo para comer. Yo... quiero pedirte perdón.

– ¿Que?... ¿Porque?

– Mi tía te acusó sin sentido, ha sido muy injusta.

Candy agachó la mirada, si tan solo supiera el porque de su escándalo. Se armó de valor, ella no era una mentirosa, tampoco una arribista.

– Se molestó porque me descubrió acomodando tu cabello, eso es todo.

Albert quedó mudo, no daba crédito a la sinceridad en sus palabras. Por unos breves segundos se sintió dichoso, enseguida se recompuso agregando seriamente.

– No hagas caso, ella es muy melodramática. Me he dado cuenta que se altera por cualquier cosa.

– No se, Albert. Ella tiene razón, solo soy una empleada a tu cuidado, no debería tomarme confianzas contigo ni con nadie.

– Tu no eres solo una empleada, Candy. Aunque no lo creas te has ganado el cariño y el respeto de esta familia, eres alguien muy importante para nosotros, para mi hermana, para Anthony, para Emma, que decir de Stear y Archie. Incluso el pequeño Richard te adora.

Candy suavizó sus facciones, el hijo de Anthony y Emma se le iluminaban sus ojitos al verla, ternura de niño.

– ¿Sabes que también eres muy importante para mi? – Candy respingó levemente cuando las manos de Albert tomaron las suyas.

– Albert...

– Me has hecho ver la vida de otra manera. Te estoy tan agradecido, no se como pagártelo. Te debo tanto, Candy.

– No me debes nada, fueron tus deseos y ganas de vivir.

– Con tu ayuda extra. Si no fuera por ti yo tal vez seguiría hundido en mi depresión, buscando la manera de como acabar con este sufrimiento.

Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar los intentos suicidas del rubio, Candy fue testigo de su comportamiento agresivo y pesimista, detestando en palabras de él su miserable vida. Observó sus grandes manos, temblaban ligeramente sosteniendo delicadamente las suyas, tan pequeñas.

– Me alegro que no llegaras a tal extremo – dijo con absoluta sinceridad y alivio – De todas formas es un hecho que mi estadía en esta casa ha llegado a su fin. Me despedirán.

– No si yo puedo evitarlo.

– Harás enojar más a tu tía y no quiero generar más disgustos. Me sentiré culpable si ustedes están peleados y distanciados.

– Que patalee si quiere, soy el patriarca de esta familia, ella insiste tanto con esa cantaleta... – la rubia quiso deshacer el agarre de sus manos, Albert al ver sus intenciones agregó sin miramientos – Candy... No te vayas por favor.

Ella sintió el suave apretón y aquella petición le conmovieron hasta el alma. Ahora fue su turno en tomar sus manos y con los ojos humedecidos asintió.

– No lo haré... tenlo por seguro.

Ningún sonido se percibía, salvo el tic tac de un reloj al fondo de la habitación, los dos se miraban sin romper contacto, no queriendo romper el encanto irreal de aquella situación. No obstante; ambos no tardaron en reír al escuchar el gruñir en el estomago de Candy y sin más se encaminaron al comedor.

– Gracias, Dorothy.

– De nada, un placer servirles. Bueno, si ya no me necesitan, me retiro. La señora Elroy me pidió llevarle su cena a su habitación.

– No te preocupes Dorothy, estamos bien.

Dorothy se retiró dejando a los rubios degustar sus alimentos, no tardó en unirse Rose Mary.

– ¿Porque tan misteriosos y contentos?

– Candy ha decidido quedarse, Rose.

– Oh...

– ¿Algún problema? ¿Acaso la tía ya tomó una decisión? Si se atreve a echar a Candy voy a hablar muy seriamente con ella...

– Cálmate Albert, aun no he dicho nada... Candy, tu no te preocupes, seguirás como enfermera de este joven solo si tu estás de acuerdo.

– ¿En serio no me despedirán?

– Dalo por seguro.

– Muchas gracias, Rose Mary.

– No tienes que darlas, querida.

Albert alcanzó la mano de su hermana dándole un ligero apretón en forma de agradecimiento, la rubia le correspondió igualmente.

– Conque ya están cenando y sin nosotros – dijo con fingida indignación Archie ingresando el comedor, Stear Anthony y Emma le seguían.

– Dorothy ha dejado la cena de cada quien dispuestas en la mesa, la tía no bajara así que pueden estar tranquilos y ser ustedes mismos.

– ¡Que bien!... Candy ¿Te quedarás? – preguntó un tanto preocupado el inventor.

– Claro, Stear.

– ¡Eso es estupendo! ¡Celebremos! – mencionó Archie alegre.

– Recuerden que hay un bebé presente. Iré por el ponche, nada de licor.

– Te ayudo, amor.

– Gracias, querido.

Las risas no se hicieron esperar, sin la presencia de Elroy todos disfrutaron de una cena familiar y acogedora.


Albert con una sonrisa de oreja a oreja se hallaba con los brazos cruzados debajo de su cabeza envuelto entre las suaves cobijas. En su mente retumbaba una y otra vez la melodiosa voz de la rubia, debía confesar que se había vuelto muy dependiente de Candy y se alegraba sobremanera que ella eligiera quedarse por más tiempo.

Estaba feliz, inmensamente feliz, era un hecho que le gustaba mucho y a decir verdad, se estaba enamorando de ella poco a poco. No dejaba de pensar en su dorado y largo cabello rizado, en esos luceros resplandecientes, en su rostro salpicado de pecas que la hacían lucir adorable, tan bella, tan mujer. Se estremeció al imaginar recorrer con sus manos y con sus labios esa suave y nívea piel... Desde la cena de año nuevo la imaginaba mil y una veces en sus brazos, adorándola, amándola sin reservas y que ella le correspondiera.

"¿Que pensará de mi?" "¿Me verá como hombre o como otro de sus tantos pacientes?" Pensaba el rubio cubriéndose los ojos con su brazo, fantasear no tenía nada de malo, aunque se sentiría el hombre más dichoso y afortunado del mundo si aquellas fantasías se hiciesen realidad. Escondió un suspiro cerrando los ojos para volver a soñar con ella.


Los días transcurrieron en completa calma, la tía abuela decidió regresar a Chicago dejando aquel incidente de la biblioteca en el olvido. La primavera ya estaba en su apogeo, la rehabilitación seguía en pie y para fortuna del doctor Palmer y de la misma Candy, Albert mostraba un gran progreso, todo iba viento en popa.

Anthony y Emma regresaron también a Chicago por cuestiones de trabajo, igual Stear y Archie se habían ido. Solo quedaban Rose Mary y Dorothy, más un sirviente en la mansión, de vez en cuando George las acompañaba, él tenía que viajar seguido debido a los negocios de la familia.

Tomándose un día de descanso, Candy y Albert se hallaban sentados en el césped junto a la orilla de un pequeño lago, observando las nubes transitar por el cielo azul.

– Un león.

– Yo no le veo forma de león.

– Obsérvala bien y usa un poco de imaginación extra y veras que un león ruge con fuerza – Albert acentuó la palabra fuerza imitando el rugido de dicho animal.

– Ja ja ja, está bien.

Candy quedó mirando aquella nube esponjosa, por más que quiso darle alguna forma, nada salió de su mente.

– Lo único que veo son un par de algodones de azúcar.

El rubio no pudo evitar reír ante la ocurrencia de Candy con los dulces, sin duda ella era una joven especial.

– No te burles, Albert.

– No me burlo, Candy, nunca lo haría. Es que tu forma de ser tan espontanea, tan natural, eso... eso me cautiva, me hace sentir vivo... bien.

A Candy se le colorearon las mejillas sin saber porque ¿Acaso eso fue un cumplido? Se levantó alejándose cierta distancia de él, no quería que se diera cuenta del ardor en su cara. Albert se reprendió pensando que sus palabras la habían ofendido. Ya que más daba, era ahora o nunca.

– Mira que hermoso está el lago – mencionó como si nada pero en el fondo estaba apenada – ganas de meterse a nadar ¿no crees, Albert? aunque el agua debe todavía estar un tanto fría.

– Candy...

La rubia volteó observando a Albert de pie. Quiso acercarse para ayudarle pero al verlo caminar tambaleante pero decidido hacia ella, se quedo de piedra ¡No lo podía creer! Albert... Albert caminaba por su propia cuenta.

Un nudo en la garganta se instaló impidiéndole hablar, cuando un paciente se recuperaba al cien por ciento le daba una dicha enorme y no podía evitar derramar lagrimas de felicidad.

Ella titubeante se fue acercando a él, le daba su tiempo, quería ir a socorrerlo cuando trompicaba pero se contuvo al darse cuenta de su determinación.

Con mucho esfuerzo, Albert llegó hasta donde se encontraba Candy para enseguida abrazarla con fuerza y sostenerse sobre su menudo cuerpo al sentir sus fuerzas caer.

– ¡Oh, Albert!... – se despegó un poco para verlo a la cara – ¡Caminaste por ti mismo! ¡Eso es fantástico!

Ella lo volvió a abrazar y Albert encantado se apretó mas a su cuerpo.

– ¡Estoy tan feliz por ti! ¡Un milagro! ¡Esto es un milagro! – Candy no dejaba de llorar emocionada – Cuando se entere Rose Mary... Todos los demás.

No supo si fue por la emoción del momento, la adrenalina obtenida al caminar un corto tramo o su interés por esa encantadora joven que lo impulsaron a darle un fugaz beso en los labios.

Candy no supo como reaccionar.

Continuará...


Albert se nos está enamorando muy rápido ¡Oh si!

Bueno, en primer lugar y como ya se pudieron dar cuenta han pasado unos cuantos meses desde que Candy está al cuidado de William, y en todo ese tiempo Albert a quedado impresionado y muy prendado a la rubia, no olvidemos que está amnésico y como la mayoría de las veces suele suceder que el paciente se enamora de su enfermera. Justo como lo vimos en el anime o el manga y es un hecho que Albert se enamoró de Candy en su tiempo en el magnolia, así también aquí.

Candy obviamente va ir un poco lento, digo, no olvidemos que estuvo casada y que para ella su gran amor fue Michael (en este fic) así que poquito a poquito la rubia se dará cuenta del gran hombre que es Albert y eso que él aun no recupera la memoria, imagínense cuando la recupere. Uffff... Será impactante :P

Muchísimas gracias por sus amables comentarios, en verdad los aprecio mucho y me motivan a escribir, se me hace difícil, hablando del tiempo y armar la trama pero... creo que vamos bien ¿verdad?... yo digo que si :)

Un saludo especial a: Mia8111, CCarolaragon, Cla1969, Rosario Barra, AnohitoAlbert, Valymiller, Blanca67, Gia, Lucia, Maribel, Estela, Elizabeth, Eydie Chong, chidamami, Ana C Bustincio Grefa, marysela rg

también a todos los que leen en silencio. Nos vemos.