Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen.

.


El amor vuelve lentamente

.


El estrepitoso sonido de un inmenso transatlántico seguido de una que otra gaviota a su alrededor, se escuchó a lo lejos en el puerto de Southampton, anunciando su pronta llegada rayando el alba.

A varios kilómetros de ahí, en las afueras de Winchester, la neblina cubría en gran parte los extensos y verdes campos donde algunos pastores ya dirigían sus rebaños listos para pastar y comenzar un nuevo día.

Alguna que otra villa se asomaba ilustre entre la niebla, irguiéndose cual castillos medievales. Una de ellas sobresaltaba por su finísima arquitectura y a la cual pertenecía exclusivamente a una familia acomodada. En una de sus tantas espaciosas habitaciones, una pareja dormía profundamente luego de la apasionada noche que mantuvieron, la mullida cama de dosel albergaba los cuerpos desnudos de ellos, totalmente agotados pero satisfechos de sus actividades nocturnas. Todo era quietud, salvo sus respiraciones acompasadas y el canto de los pájaros en el exterior.

La mujer de largo cabello negro como la noche y piel tan blanca como la leche, fue despertando lentamente estirándose cual felino. Se dio media vuelta rozando la tela de las blancas sábanas y topándose de lleno con la ancha espalda de su amante, sonrió pícara mientras se acercaba a ese cuerpo masculino que la tomó no una, sino varias veces la noche anterior. Con parsimonia y un toque de sensualidad, su delicada mano rodeó y palpó el tonificado torso regocijándose en sentir esos fuertes músculos bajo su tacto. No tardó en llegar a su duro abdomen y empezar a rozar el inicio de aquella parte masculina que ella tanto deseaba en volver a estimular y despertar.

El guapo hombre abrió los ojos sonriendo al instante, dejándose mimar por aquella mujer que lo traía loco desde hace un buen tiempo ya. Dejó que acariciara su ya erguido miembro a la vez que un gemido brotaba de su boca, el cual se intensifico cuando ella mordisqueó el lóbulo de su oreja.

No queriendo alargar ese ansiado momento, se giró capturando esos femeninos y deliciosos labios rojos al mismo tiempo que la penetraba y la hacía suya una vez mas. Ella, ni tarda ni perezosa se amoldó a su varonil cuerpo, recibiendo gozosa las potentes embestidas que la llevaron al cielo, jadeando posesa hasta llegar a la cúspide del placer junto con él.

– Te he extrañado como un loco – susurró el joven una vez que terminaron el acto y sus respiraciones regresaron a la normalidad, no dejando de acariciar el brazo de la mujer, besando pausadamente su hombro, cuello y mejilla.

Ella se mordió el labio ahogando un suspiro. Le fascinaba saber que sus encantos no eran para nada indiferentes, sobre todo con ese apuesto hombre de la que, secretamente estaba enamorada y la enloquecía en la cama.

El rubio la rodeó con su brazos abrazándola por detrás, ya estaba acostumbrado a ese mutismo de ella ¿Como es que se terminó encaprichando y luego enamorando de esta increíble mujer? Al principio, le pareció simplemente mera atracción, una dama de alcurnia, sofisticada y tan hermosa como ella no pasaba desapercibida para los caballeros y mucho menos para él que bien sabía apreciar la belleza femenina. Luego, se convirtió en una aventura; la veía a diario en la mansión, compartían los mismos gustos, coincidían en los mismos lugares de ocio, entretenimiento o de moda. Después, con el paso del tiempo cuando decidieron acercarse y romper toda clase de pudor compartiendo más que simples besos, se fue dando cuenta que no solo era deseo lo que sentía, sino amor, un amor verdadero, un amor prohibido porque ella ya pertenecía a otro, tal vez no en cuerpo pero su vida estaba ligada a ese hombre desde el momento de su nacimiento.

– Te amo, Amelia – dijo de repente él aspirando su suave fragancia.

Ella sostenía levemente su mano, observando desde su posición algunos rayos del sol filtrarse a través de las gruesas cortinas. No contestó, se dio media vuelta, lo besó y enseguida se levantó yendo directamente al cuarto de baño.

Archie suspiró quedándose un rato en el lecho, no servía de nada entristecerse. Era consciente de lo que conllevaba su relación, enseguida hizo lo mismo que ella. Los padres de Amelia ya estarían levantados y pronto vendrían a ver a su hija, encima no quería que lo descubrieran en la habitación de la chica en esas instancias. Se vistió como pudo y se marchó como siempre había sido desde que iniciaron su clandestino romance.

En Chicago...

Candy observaba los diminutos pimpollos que florecían de los arboles mientras caminaba a su destino. Estaba de vuelta en Chicago, al igual que todos los demás. Dejó atrás Lakewood para volver a retomar su vida, ahora solo iba una vez a la semana a la mansión a verificar que Albert concluyera lo que quedaba de su rehabilitación, o tal vez solo era un pretexto para pasar un rato con él... Ya ni siquiera ella sabía.

Apretó el asa de su bolso con fuerzas, todavía recordaba lo sucedido hace unas semanas atrás cuando ocurrió aquel inesperado... ¿accidente? Desde esa vez, no lo podía sacar de su mente, todos los días pensaba en ese apuesto hombre, en los ratos agradables que compartían, escuchado su voz y admirando aquel perfil tan varonil... Sacudió la cabeza efusivamente, la culpa la tenía Dorothy por meterle esas ideas. Tomó un carruaje y mientras el suave vaivén la mecían, rememoró con lujo de detalles lo que sucedió después del "beso".

Flash back

Candy quedó en shock abriendo desmesuradamente los ojos cuando el rubio la besó, quizá no fue un beso en toda la extensión de la palabra, sino mas bien un minúsculo gesto que estaba segura fue sentido, de agradecimiento, debido a la emoción del momento; aún así, no sabía como reaccionar o que decir.

Albert se dio cuenta de su error e inmediatamente se disculpó.

– Perdona... yo...

– No... no... está bien. No pasa nada.

Agachó la cabeza avergonzada, no se enojó, ni lo cacheteó, ni mucho menos salió corriendo de ahí. Ninguno de los dos tampoco soltó los brazos del otro.

– Estoy feliz, Candy... Gracias por esto – dijo refiriéndose a su hazaña de caminar unos cuantos metros.

– Yo también estoy muy feliz por ti, no tienes idea cuanto.

Ambos se sostenían mutuamente como queriendo aferrarse a la sinceridad de sus palabras.

– Te parece si...

Los dos hablaron al mismo tiempo, ligeramente sonrojados y un tanto nerviosos. Rieron sin poder evitarlo.

– Que te parece si regresamos a darles la buena nueva a Rose Mary, a Dorothy y a George – concluyó Candy.

El rubio asintió sin siquiera mover músculo alguno, Candy se dio cuenta para enseguida preguntar.

– ¿Quieres que te alcance la silla?

– Preferiría caminar.

– ¿Estás seguro? ¿No te sientes cansado? Nos tomará mucho tiempo llegar.

– Déjame sentir la tierra debajo de mis pies ¿Quieres, Candy? Por favor.

Ella no objetó, más bien asintió sonriendo enternecida por aquella petición. Sin prisas se dirigieron a la mansión, sin emitir palabra, disfrutando del sol y el aire soplar y acariciar su piel. Para Albert, sentir los cálidos brazos de la rubia alrededor de su cintura se convirtió en una deliciosa tortura. Fue entonces que se atrevió a hablar no solo para distraer sus pensamientos, sino para aclarar lo recién acontecido.

– Candy... lo de hace rato... Solo quiero decir que fue un impulso.

– Te entiendo, no te preocupes. Es natural, te mostrabas muy extasiado.

Y era la pura verdad, actuó sin pensar, dejando que sus instintos sobresalieran a flote. Lo que daría por confesar sus sentimientos pero aun era demasiado pronto. Además, estaba todavía el otro asunto que ya le venía dando vueltas en la cabeza.

Cuando Rose Mary distinguió a su hermano caminando apoyado de la rubia, ahogó un grito de asombro. No lo podía creer, estaba pasando, era real. A toda prisa, se encaminó a donde ellos y abrazó a Albert con todas sus fuerzas. George y Dorothy igual se mostraban felices y muy agradecidos hacia la joven rubia quien veía la escena sin dejar de llorar de alegría.

Las misivas debieron esperar, los cinco celebraron una sencilla cena hasta que cada quien se dispersó a hacer sus actividades.

Ninguno de los dos ya mencionó nada, actuaron de los mas normal; sin embargo, cada uno en su habitación se confesó con quienes los acompañaban.

– George, desde que desperté del coma me has acompañado en todo momento y no sabes cuan agradecido estoy por ello. Te estimo sobremanera además de ser el único hombre de esta casa a quien le tengo la suficiente confianza, no me preguntes porque pero... necesito contarle a alguien toda esta maraña de sentimientos.

– Tu dirás.

– Besé a Candy.

– Interesante – Albert alzó una ceja confundido por la actitud serena del pelinegro.

– ¿Acaso tu ya sabías?

– Muchacho, te conozco desde que eras un niño y déjame decirte que llevas un tiempo suspirando por ella.

– ¿Tan obvio soy?

George palmeó el hombro del rubio.

– ¿Que hiciste?

– Simplemente me disculpé ¿Que esperabas? Me puse nervioso, no supe explicarle. Fue un impulso demasiado precipitado.

– Si, claro... Entiendo que Candy es una joven muy bella.

– No solo es eso, George. Yo... En verdad Candy me gusta mucho, ella me está enamorando de una manera natural ¿entiendes? Sin impresionarme, simplemente sus actos, su forma de ser tan espontanea. Siento algo por ella... una fuerte conexión que ni yo mismo puedo entender. No solo es su belleza, sus cualidades me tienen enganchado, es una mujer única y muy especial para mi y no porque sea mi enfermera y me haya ayudado tanto a salir de este hoyo – la mirada de Albert brilló al visualizarla en sus pensamientos, miró sus piernas sentado en la orilla de la cama evocando una leve sonrisa de tristeza – Aunque te confieso que también me siento culpable.

– Te refieres a la señorita Amelia – no fue una pregunta sino una afirmación.

– Tanto me ha insistido la tía sobre ese maldito compromiso con ella ¡Ni siquiera se quien es! Es una perfecta desconocida para mi ¿Como puede llamarse mi prometida si ni se ha dignado a venir a verme?... Tan lo menos hubiese mandado una misera nota... ¡Pero nada! – Albert masajeó el tabique de su nariz – Créeme que no había reparado en ello hasta que de repente me acordé de su nombre sino fuese por la tía... No se que hacer, George, yo... de alguna manera siento que le he traicionado al gustarme otra mujer.

– Tu no la has traicionado, William. Ella misma se traicionó al no querer visitarte. Con respecto a la señorita... a Candy – se corrigió inmediatamente – No creo que sea prudente que tu inicies algo con ella.

Albert se le quedó viendo como si fuera un demente ¿Porque le decía eso?

– ¿Sabes? Presiento que hay algo que no me han dicho o no me quieren decir... no se, algo sobre el pasado de Candy. Me he dado cuenta que a veces se pierde en su mundo pensando en alguien... alguien muy importante para ella, lo percibo en sus ojos, se notan nostálgicos. Le he querido preguntar pero tampoco deseo ser imprudente. Lo más curioso es que he tenido sueños raros donde estoy con ella y una voz masculina pronuncia su nombre y no soy yo.

George carraspeó incomodo, intuía que hablaba de Michael, su amigo. El esposo fallecido de la mujer por la que suspiraba. Caray, estaba entre la espada y la pared.

En la habitación de la rubia...

– ¿Te besó?

– En si no fue un beso real, solo... una muestra de agradecimiento.

– Aja... Que casualidad que haya sido en la boca.

La rubia no supo que decir y se dedicó a jugar con el colgante en su cuello, su anillo de matrimonio.

– Candy, no le habrás contado de tu matrimonio ¿o si?

– No ¿como crees? – guardó silencio un segundo observándola suspicaz – ¿Piensas que debería? Que tal si él en verdad siente algo por mi, no quiero darle falsas esperanzas.

La pelirroja suspiró, ya era tiempo de hablar con ella de algo que le venía dando vueltas en la cabeza.

– No me lo tomes a mal ni creas que soy un metiche metiendo mis narices en algo que no me incumbe. Si me permites decirlo, creo que haces mal.

– ¿Disculpa? ¿Que quieres decir con eso?

– Voy a ser sincera contigo, Candy y no quiero que me interrumpas ¿Está bien? – la rubia asintió, curiosa por saber que le diría Dorothy - Ya llevas mas de un año de duelo por la muerte de tu esposo y es muy comprensible pero... ¿No crees que va siendo hora de rehacer tu vida? – Candy abrió excesivamente los ojos, jamas se le hubiera cruzado esa idea en la cabeza – No me mires así que no es tan descabellado como parece. Mírate, eres joven, apenas vas a cumplir veintiuno años, también eres una mujer muy bonita, eso sin mencionar tu belleza interior, cuentas con muchas cualidades y virtudes, seguramente atraes la mirada de muchos caballeros y estoy segura que de entre ellos se encuentra el señor William ¿O me equivoco? – la pecosa parpadeó los ojos incrédula – Dime ¿Te gusta el señor Andrew?

– ¡¿Que?!... ¿Gustarme?... no se, no lo creo – titubeó.

– Oh, vamos ¿Me vas a decir que el hombre no es guapísimo? Bueno... no más que mi George.

– Es muy buen mozo, no lo puedo negar pero jamas lo he visto de esa manera.

– ¿Y el escándalo que armó madame Elroy?

Candy calló analizando aquel acontecimiento.

– Ni yo misma se que me pasó, el solo dormía y bueno... yo... – la rubia disimuló el leve sonrojo tocándose la mejilla al rememorar el bello rostro durmiente de Albert.

– ¿Porque no te das una oportunidad en conocerlo?

– Créeme Dorothy, lo conozco lo suficiente.

– No me refiero a ese señor William frio, pesimista o mandón que conociste, sino a este otro William que estas conociendo. Si supieras como es él en realidad; altruista, atento, un encanto de persona, todo un caballero.

– Que cosas dices, Dorothy. Si George te escuchara – dijo en tono de broma – Te recuerdo que Albert tiene responsabilidades, una vez que recupere la memoria, tomará las riendas de su familia y se casará con alguien de su mismo nivel social.

– Es cierto que el señor tiene una prometida...

– Lo vez.

– Aunque vaya a saber donde ha estado todo este tiempo de su convalecencia, que yo sepa esa mujer no ha puesto un solo pie en esta casa desde el accidente.

– No puedo creerlo – Candy negó con la cabeza – Que cruel abandonar a tu prometido así como así ¿Te imaginas? Se supone que es el hombre que amas y con con el que pasarás el resto de su vida.

– Se supone... Aquí entre nos, yo creo que el señor William no estaba enamorado de ella, ni que decir de la señorita Amelia.

– Matrimonios arreglados, que injusticia no poder elegir.

– Así son los ricos, Candy. Tan lo menos tu te casaste enamorada de tu esposo.

– Totalmente, era un hombre único, si lo hubieras conocido.

– Todavía lo amas ¿verdad?

Candy suspiró nostálgica levantándose del sofá yendo directo a la ventana.

– He de confesarte que poco a poco lo estoy olvidando. Me refiero... – volvió nuevamente a suspirar apretando el anillo que colgaba en su pecho – Me siento culpable porque ya no logro recordar muy bien todos esos detalles que me sabía de memoria. Su risa, el brillo de sus ojos, el sonido de su voz, incluso su olor. No se como amar a alguien que ya no habita en este mundo.

Dorothy se acercó a su amiga tomando sus manos en señal de apoyo.

– Recordándolo, Candy, los buenos y los malos momentos que pasaron juntos... Justo aquí – Dorothy señaló donde se encontraba su corazón y luego la observó con los ojos humedecidos – Perdóname, no quise ser imprudente.

– No te preocupes. Como bien dices, él habita en mi corazón, su memoria la tengo conmigo y eso es algo que nadie me lo va a quitar... Dorothy, tu también te casaste enamorada de George, ¿verdad? – dijo cambiando de tema rápidamente.

– ¡Por supuesto! Lo amo mas que a nadie ¿Y sabes? Tengo que contarte.

– ¿Que cosa?

– ¡Estoy embarazada!

– ¡Dorothy felicidades! – exclamó la rubia abrazando fuerte a su amiga.

– Gracias... No le he dicho nada todavía, quiero sorprenderlo.

– ¿Quieres un consejo? – la pelirroja asintió un tanto confundida olvidando por un momento el asunto del "beso".

Fin del flash back.

Candy llegó a la mansión en Chicago como ya era costumbre, bajó del carruaje y aunque nadie sabía de su visita, ya el guardia la conocía y la dejó entrar. El gran portón se abrió lentamente dándole la bienvenida, la verdad no dejaba de sorprenderse por tan elegante belleza de lugar, sobre todo el vasto jardín y flores que la adornaban.

Anunció su llegada y el primero en recibirla fue un rubio un tanto parecido a Albert.

– ¿Candy?

– ¡Anthony! Tanto tiempo sin verte ¿Como estás?

– Muy bien ¿Y tu?

– Bien bien, gracias ¿Como está Emma y el bebé?

– Ella y Richard están perfectamente, se encuentran en Massachusetts visitando a mis suegros. Yo tomaré el tren de la tarde para alcanzarlos, tu sabes que no puedo estar tanto tiempo separado de ellos.

Candy sonrió tiernamente. Anthony era un hombre dulce y maravilloso padre de familia.

– Y dime ¿Que te trae por aquí? Sabes que eres bienvenida y puedes venir cuando quieras pero que yo sepa te toca venir en unos días – dijo haciéndose el desentendido.

– Ante cualquier cosa hay que estar prevenidos. Recuerda que soy una enfermera eficiente y profesional.

– Y no lo dudo... Una visita sorpresa entonces – al ver la expresión de duda de la rubia, se limitó a sonreír – No me hagas caso. Has tenido suerte que mi tía abuela no esté, se fue a visitar a algunas amistades. Así que de una vez te adelanto que Albert anda merodeando en el jardín, leyendo, conviviendo con la naturaleza o posiblemente ya esté montando a caballo.

Candy rio ante la broma del rubio y le siguió la corriente.

– Entonces tendré que ir a detenerlo antes que cometa una locura – le guiñó el ojo sin evitar reír contagiando al joven – Gracias, Anthony.

– No tienes que darlas. Bueno, me tengo que ir, debo ir a arreglar unos asuntos antes de marcharme. Fue bueno verte.

– Igualmente, que tengas buen viaje. Con cuidado.

– Gracias, te quedas en tu casa. Hasta luego.

Los dos se despidieron y Candy se encaminó al exterior. Como era de esperarse, la naturaleza en aquel lugar predominaba en cada rincón. Los arbustos bien podados y cuidados, las rosas embellecían con sus diferentes colores perfumando el ambiente, el canto de las aves alegraba el hermoso día conformado por el cielo azul y un brillante sol de primavera.

– ¡Poupee! – gritó al ver a la mofeta correr hacia ella yendo directo a su brazos – ¿Como estás, chiquita?

Caminó cargándola y acariciando su pelaje contando sus anécdotas de la semana. Avanzaba por inercia, adentrándose a un pequeño grupo de árboles más por intuición que otra cosa. Llegó a una especie de claro, donde un kiosco adornaba el centro del mismo y algunos rayos del sol iluminaban la fachada dándole un aire salido de algún cuento de hadas.

Entonces, lo vio. Parado de espaldas a ella, arreglando un pequeño comedero para un grupo de ardillas que se paseaban entre los pilares y las ramas de los árboles que colgaban cerca del kiosco. Portaba una camisa blanca arremangada hasta los codos, unos pantalones beige que acentuaban sus piernas, su cabello lo llevaba recogido en una coleta baja.

Inesperadamente su corazón dio un salto y trató de controlarlo pensando que aquellos latidos podrían escucharse a cientos de kilómetros, quiso darse media vuelta y salir corriendo de allí, más el chillido de Poupee arruinó cualquier intento de escape. El volteó sonriente; sin embargó, su expresión se convirtió en una maravillosa sorpresa genuina al verla.

– ¡Candy! – feliz ensanchó su sonrisa al mirar a aquella chica que robaba y rondaba sus pensamientos y sus sueños.

– Hola Albert.

Poupee saltó de lo brazos de Candy corriendo hacia el rubio rodeando su cuerpo y terminar posándose en su hombro derecho.

– Poupee, pequeña traviesa ¿Donde te habías metido? – dijo Albert a la vez que Poupee restregaba su cabeza en la mejilla de su amigo humano.

Candy observaba de reojo aquel porte de hombre, su increíble altura y esa gallarda figura que poco a poco iba tomando musculatura. Se sonrojó hasta la médula y de inmediato se cacheteó internamente. Para que no descubriera su turbación, carraspeó y le preguntó.

– ¿Como estás?

– Ahora que te veo, bien. Me da tanto gusto verte, ya tenía rato que no venías.

– Oh vamos, solo fue una semana, no es para tanto.

Albert se permitió observarla, vestía un coqueto y sencillo vestido blanco con holanes y algunas cintillas azules de adorno, su cabello lo traía trenzado hacia un lado. Una visión encantadora ante sus ojos. Verla sin su típico uniforme de enfermera acrecentaba los latidos de su corazón.

– Luces muy linda, Candy.

– Gracias – dijo tímida y para dispersar aquel tono carmín mencionó distraída – Te gusta mucho la naturaleza ¿verdad?

– La naturaleza me trae una completa calma y armonía. Ademas me distrae un poco después de una aburrida sesión de negocios.

– Adivino. Tu tía está detrás de esto.

– Ella y sus ideas absurdas. No entiendo porque me trata como un niño. Si supiera que yo no quiero esto.

– Entonces ¿porque lo haces?

– No se, aunque no lo creas estoy impresionado por lo fácil que me desenvuelvo en esos asuntos. Igual es un poco tedioso.

Candy notó un poco de tensión en sus ojos.

– ¿Y a ti te gusta lo que haces?

– Honestamente no, prefiero seguir una vida tranquila, sin la presión que mi tía me impone. No recuerdo nada, aun así me obliga a estudiar la genealogía de la familia y demás cosas del mundo de los negocios. Cree que con eso recuperaré la memoria y estaré al mando de este emporio en poco tiempo.

– ¿Y Archie?

– El se encuentra en Londres, finiquitando un asunto de negocios.

– Ya veo... ¿Y tu como te sientes?... Me refiero a tu estado de animo.

– No sabes lo feliz y aliviado que estoy de no usar esa silla.

– Me imagino... – para Candy era difícil despegar la vista de su cuerpo recuperado – La verdad es que luces bien... perfectamente – se recriminó inmediatamente por decir aquello. Albert no pudo evitar disimular una sonrisa traviesa.

– Candy... ¿Quieres salir a pasear?

– ¿Eh?

– Si no estas muy ocupada, me gustaría caminar y conversar un rato contigo.

– Sería estupendo – ni como negarse, admitía que conversar con Albert le agradaba y no era para nada aburrido.

En Inglaterra...

Una joven pareja platicaba mientras degustaban de un rico almuerzo en la terraza de una muy conocida cafetería donde vendían unos deliciosos pasteles y preparaban un exquisito té. Hacía un buen clima y no querían desperdiciarlo estando en la villa Andrew encerrados ya sea inventando o estudiando un libro o tocando algún instrumento. Actividades que disfrutaban pero hoy querían salir a pasear y gozar de las callejuelas que Londres les regalaba.

– Es una verdadera alegría que tu tío ya pueda caminar, Stear.

– Un milagro totalmente mi querida Paty, todo fue gracias a Candy.

– ¿La enfermera de la que me hablaste?

– Si, es una joven muy dulce y simpática... me cayó muy bien y congeniamos de maravilla.

– Quiero conocerla, por lo que me has contado de ella, ha de ser un encanto de muchacha.

– Cuando vayamos a América te la presentaré, si es que todavía está al cuidado de mi tío y no la han despedido. Conociendo a la tía abuela.

– Por cierto ¿Como se encuentra ella? ¿Y la madre de Anthony, Rose Mary?

– La tía abuela como siempre, ya sabes, los buenos valores, el prestigio, el honor y el deber de la familia Andrew son lo primordial en su vida. Rose Mary, la ultima vez que la vi, se veía radiante, me imagino ahora que Albert casi está completamente recuperado no cabe de la emoción. Solo falta que su memoria regrese.

– Esperemos que muy pronto suceda.

– Y lo hará, linda – Stear besó la mano de su prometida pensando en lo afortunado que era de conocerla.

– Stear hermano, Paty.

– ¡Archie!... ¿Amelia?

– Buenas tardes Alistear, Patricia...

– Buenas tardes – dijo Paty con educación.

Un incomodo silencio se apoderó de los cuatro, sobre todo con Stear, quien miraba a Amelia con recelo.

– ¿Que haces aquí, Archie?

– Sabes que estoy terminando un cierre de negocios con el padre de Amelia, algo que George me encomendó y la señorita aquí presente quería salir un momento, obviamente lo hicimos con el consentimiento de su padre, claro está. Así que no me mires de esa forma que no estamos haciendo nada malo, más que una salida social, de amigos.

– Bien – dijo Stear – Si nos disculpan, ya terminamos, llevaré a esta hermosa señorita a su casa y luego iré a atender unos asuntos. Con permiso... Paty – ofreció el brazo a su novia y ella un tanto confundida lo aceptó, se inclinó en forma de despedida y los dos se encaminaron en silencio hasta dejar solos a la otra pareja.

– ¿Sucede algo? – preguntó Archie ofreciéndole la silla una vez que su hermano y su novia se retiraron.

– Tu hermano me odia, Archie.

– Stear es incapaz de odiar a alguien.

– ¿No te das cuenta del como me mira?

– Tu sabrás porque, querida Amelia.

– ¿Me estas reprochando?

– Tan lo menos hubieras ido un par de veces a visitarlo, por dios, Albert es tu prometido.

– Dime una cosa ¿Tu hermano sabe de lo nuestro? ¿Le has contado algo?

– No pero a veces suele ser muy observador. Además, está molesto porque no tuviste siquiera una mínima pizca de consideración con Albert, el lo estima mucho ¿sabes?

– Archibald, yo no podía imaginar una vida al lado de un inválido.

– Mide tus palabras, estás hablando de alguien muy querido para mi.

– ¿Te preocupas por él después de lo que le hemos hecho?... Archie, yo ya me acostaba contigo incluso antes de su accidente. Está demás decir que sigo comprometida con él por si no te has dado cuenta.

– Un compromiso que tu no quieres ¿Porque no hablas con Theodore?

– Hablar con mi padre no tiene caso, él espera consolidar una alianza no solo entre nuestras familias, sino también de negocios.

– Por eso estoy aquí, cerrando este importantísimo contrato con los Evans.

– Mi padre tiene bien claro que tu no eres el patriarca, sino William. Él es su objetivo unicamente.

– Que forma de ver a una persona, como si fuéramos un trofeo ¿También lo es para ti?... Amelia, para empezar tu no amas a mi mi tío.

– ¿Y piensas que te amo a ti?

Archie se acomodó de tal modo que su silla y su cuerpo estuviera en contacto con el de ella. Alzó su mentón y no importando que estuvieran en público le susurró.

– Lo percibo en tus caricias, lo saboreo en tu besos, lo siento en tu cuerpo cuando somos uno. Cuando te hago el amor desenfrenadamente y tu me correspondes ardiente ¿Que mas quieres?

Amelia cerró los ojos temblando de placer, el cálido aliento en su piel la encendían deliberadamente; no obstante, estaban en un lugar público. Como pudo, alejó la mano de él de su rostro.

– Compórtate ¿quieres? no armes un escándalo, por favor – Archie carraspeó suavemente acomodándose en su lugar – Tienes razón, no lo amo, nunca lo hice ni sentí nada por él más que una simple amistad pero tengo responsabilidades con mi padre, con mi familia ¿entiendes?... Seré su esposa, quieras o no.

A Archie le invadieron los celos, nunca fue un hombre posesivo empero se trataba de Amelia, su mujer y de nadie más.

– Lamento tener que decirte, querida. Mi tío está enamorado y la chica en cuestión no le es indiferente.

– ¿De que estás hablando?

– Lo días que estuve en Lakewood en año nuevo, me di cuenta de ello. Los vi juntos y muy cómodos hablando como grandes confidentes.

– ¿Estás queriendo decir que los sorprendiste en la cama? No te creo, William es un caballero, jamas me faltó al respeto, al contrario de ti, tan apasionado...

Archie la miró intensamente, estaba jugando con fuego.

– No me refiero a ese tipo de encuentro, se notaba a leguas la atracción y camadería entre ellos dos.

– Dime quien es.

– Solo te puedo decir que es una mujer dulce, carismática y muy hermosa por cierto.

– Así que a ti también te gusta ¿eh?

– ¿Acaso noto celos? – Amelia ladeó la cabeza esquivando su mirada – Es una joven sumamente encantadora pero a pesar de todo yo te pertenezco y solo te amo a ti.

– Archie querido, soy una enamorada del amor al igual que tu. Bien sabes que soy una mujer libre, sin ataduras, viviendo el momento como me plazca. No necesito depender de un hombre a mi lado ¿Aún así me amas?

– Como no tienes idea. Todo lo demás lo dices porque no quieres aceptar lo nuestro, piensas que solo es una aventura, cosa que acordamos desde el principio pero algo ya ha cambiado Amelia y tu bien sabes que es. Está claro que ya no eres la misma de antes, metiéndote con cuanto hombre se te cruzase.

Amelia contempló sus ojos, la mirada de Archie era serena pero siempre vislumbraba un toque de pasión al igual que en sus palabras. Le sonrió a duras penas y lo mejor decidió pedir su orden.

El día se fue volando, Archie dejó a Amelia en su casa, hoy no pasaría la noche con ella, debía hablar de un asunto urgente con su hermano, se despidió de ella cerciorándose que nadie los viera besarse dentro de su automóvil.

La joven entró saludando a su madre, su padre no se encontraba debido a sus tantas ocupaciones.

– ¿Sucede algo, querida? Te noto algo agitada y un tanto ruborizada.

– No es nada, madre. Hoy hizo bastante calor. Estoy cansada, eso es todo, me retiro a descansar.

– Hija, llegó una carta para ti. Es de Elroy Andrew, la tía de William – su cuerpo se tensó tan solo escuchar esos nombres.

– Gracias, iré a leerla a mi habitación con calma.

– No te desveles, querida. Que tengas buenas noches.

– Igual, madre.

Amelia se despidió con un beso en la mejilla y se encaminó a su habitación ante la atenta mirada de su madre.


La pelinegra se miraba al espejo admirando su perfil y todo lo que aquel pedazo de cristal reflejaba detrás de ella. Sus padres siempre estuvieron atentos en su cuidado, nunca escatimaron en gastos, la consentían desde niña con cuanto capricho ella exigía. Su educación fue desde tocar el piano, clases de etiqueta, protocolo, bordado, todo lo que una dama de sociedad requería. Al crecer, su belleza comenzó a opacar a otras señoritas casaderas quienes la veían con envidia; su cabello bien cuidado, largo, negro, suave. Sus ojos color verde aceituna hipnotizaban a cualquiera, su piel tan blanca incitaban a los hombres a querer recorrerla, su esplendida figura era una tentación a la vista masculina.

Aprovechando todos esos encantos, se dio a la tarea de coquetear, seducir y acostarse con quienes eligiera como posibles candidatos a amantes. Algunos caían y después de un rato de lujuria, los despachaba. Estaba al tanto de su compromiso con un tal William Andrew; sin embargo, deseaba disfrutar su soltería antes de casarse y dedicarse enteramente a su marido. Cuando lo conoció, quedó sorprendida por su increíble atractivo y porte pero ningún sentimiento de atracción o amor nació en su ser. Compartían besos, abrazos, caricias pero nada sentía por ese gran hombre, que aunque caballeroso igual intuía que él se encontraba en las mismas. Fue entonces que conoció a Archibald Cornwell, un caballero que la deslumbró e impactó por completo, un hombre seductor, apasionado, increíble, fantástico. Nada que ver con el poderoso William Andrew pero que a ella le atraía sobremanera.

Después de haber leído aquella carta y despedido a su doncella luego que la ayudase a cambiarse, no dejaba de pensar en su futuro. En sus manos aun sostenía la misiva con la perfecta caligrafía de la señora Elroy. No dejaba de meditar una y otra vez en su contenido, ni dejaba de apretar el papel que poco a poco se iba arrugando entre sus dedos. Volvió nuevamente su mirada en el espejo, no amaba a William pero debía admitir que el hombre era todo un adonis, ademas le maravillaba ser el centro de atención y envidia de muchas mujeres al ser la prometida de uno de los hombres mas ricos de la alta sociedad no solo de Chicago sino de todo el país y que decir de Europa, sobre todo en Escocia, ya que el clan Andrew era uno de los clanes más antiguos y reconocidos del lugar.

Asintió decidida, debía cumplir con sus obligaciones; convertirse en la esposa de William Albert Andrew aunque su corazón y su cuerpo perteneciesen a Archibald Cornwell.

– Lo lamento, Archie.

Susurró triste tomando ya una decisión.

Continuará...


Primeramente ¡Feliz Navidad!

Disculpen la tardanza, a veces la inspiración y ganas de escribir se van hasta que quieren regresar cuando se les pega la gana. También disculpen las pocas escenas entre los rubios, quise escribir este capítulo para Amelia y la conozcan un poco. Albert y Candy tendrán más acción en los siguientes capítulos :3

Como siempre, agradezco a todas las que leen y escriben un comentario.

Mia8111: Gracias.

CCarolaragon: ¿A quien no le cae mal la tía abuela cuando actúa de esa manera? Ya veremos que le deparará el futuro por su actitud.

Rosario Barra: ¿Verdad que si? Ya habrá mucho amor por parte de ellos más adelante.

Ana C Bustincio Grefa: Concuerdo completamente contigo, hay que darle sus buenos cates a la anciana para que aprenda xD Ya verás más adelante como se pondrá la cosa entre los rubios.

Guest: Muchas gracias por leer. Aquí ya está la actualización.

Gabriela: ¿Pues que crees? Si lo hizo... Jajajajaja... bueno todavía no se casa pero anda de amante con Archie, descarada la Amelia ¿como ves?

Mercedes: Muchas gracias, espero este te haya gustado.

marysela rg: Que linda, gracias.

Guest: Es lo que trato de transmitir al escribir, gracias.

Eydie Chong: Mil gracias a ti por leer.

Sincity12345: Si resultó ser la tía ¿Quien más sino? jeje. Obvio Candy es muy noble y nunca albergaría sentimientos de resentimiento hacia alguien que nada tiene la culpa de lo que le pasó a su esposo Michael. De una vez te digo que no soy muy fan del drama, así que no quise hacer una escena donde Candy se exaltara tanto por un gesto como ese beso, al contrario le servirá mucho y si lees este capítulo te darás cuenta que ella ya lo está viendo de otra manera. See, ya estoy maquinando para que esos dos estén juntos. Muchas gracias por tus lindos comentarios, me animan tanto.

CandyAlbertLove: ¡Exacto! Definitivamente la tía está mal, al ser una mujer criada en esa estricta sociedad y con esas ideas arcaicas actúa así. Tal parece que su plan le está saliendo como ella quiere ¿Que pasará? Ni yo misma lo se; bueno, si se pero shhhhh es sorpresa. No te preocupes que Candy ya se está dando cuenta del maravilloso ser humano que es Albert, el está saliendo poco a poco de ese hoyo que lo mantuvo con esa actitud y Candy conocerá al verdadero Albert. Mil gracias por comentar.

Gia: Yeiiii, gracias por seguirla.

Kristie: ¡Ainks!... Que lindo tu comentario, se me suben los colores al rostro ¡Uy! yo soy bien rosa y busco la manera fácil para que ellos se enamoren y vivan felices pero si, tienes razón, aun falta para que ese sentimiento crezca y se fortalezca como hierro fundido porque hay cositas que se deben resolver todavía... Ya verás que si.

Elizabeth: Una buena sacudida merece la tía, espero sigas por aquí para ver que acontece.

chidamami: La tía abuela se mete en todo y quiere controlarlo todo, por eso cuando ella no está los demás son felices, la quieren pero no la soportan. Sin duda alguna y ya verás los siguientes capítulos que tal les va a mis rubios queridos, obviamente habrá una que otra traba pero nada de que preocuparse. Awww, mil gracias, espero seguir así, con ese ritmo de inspiración.

Valymiller: jajaja totalmente, da miedo esa mujer.

Nos estamos leyendo. Hasta luego.