Disclaimer: Shingeki no Kyojin le pertenece a la llama que me hizo sufrir y elevarme el hype esta semana... que bonita forma de despedir el año...
Capítulo IV
Interior 104
23 de diciembre, 2017
"Despacito, déjame respirar tu cuello despacito, deja que tediga cosas al oído, para que te acuerdes si no estás conmi..."
Ymir apagó bruscamente la radio del auto de su amigo.
—¡Con un demonio, Connie! ¡Estoy hasta la madre de Despacito!— rugió Ymir.
No tenía nada en contra de la canción, tenía buen ritmo y todo para bailar. Pero hace unos meses atrás tenía que aguantarse el que sonara en todos lados; si no era en la oficina, era en la casa de su vecino o en el supermercado. Ni hablar del bar al donde iba de vez en cuando. O cuando sus primos iban a su casa y ponían la radio o el televisor en ese canal de vídeoclips musicales. También casualmente olvidaban ponerle auriculares a sus teléfonos.
—¡Hey, tampoco para que te pongas así!— protestó su mejor amigo —¡ya la cambio, ya la cambio!
Y volvió a encender la radio, pero cambió de emisora, y se encontraron escuchando a Maroon 5. Ymir no era muy fanática de la banda, pero sí gustaba de algunas canciones. La otra vez Connie y ella coincidieron en algo: iban a casarse solo para que Maroon 5 aparezca cantando Sugar.
Connie, que se había conseguido un económico pero perfectamente funcional auto, esa mañana decidió llevarla a su trabajo, el suyo no quedaba muy lejos del de la chica pecosa. Luego, cuando terminaran sus turnos, la iba a ayudar a establecerse en el departamento que había logrado conseguir. Sí, por fin Ymir sentiría la inmensa sensación de libertad de la independencia, tal como la sentirían igual de pronto Springer y Annie Leondhardt
Lo malo es que el hogar familiar del chico quedaba a dos cuadras del departamento, y no sólo se vería obligado a llevar a Ymir, sino también a la rubia mal encarada.
Y eso, era solo el principio.
Hasta recordaba suplicarle a Ymir compartir el departamento. Ella y Annie habían decidido por lo sano compartir un departamento y dividir los gastos. Los motivos de distanciarse de la vida que tenían con sus familias era perfectamente justificable para Connie Springer. La independencia era algo que querían desde hacía años, y como tenían el mismo objetivo, habían terminado por escoger ese lugar en Karanese, no muy lejos de la ciudad María.
Por el lado de Connie, simplemente quería demostrar a sus padres podía estar bien por su cuenta, con un trabajo estable y su propia vivienda; disfrazaba esto bajo un intento de presunción hacia el resto de sus familiares y los conocidos de su pueblo.
Sus objetivos siempre fueron distintos a los de las chicas.
Sin embargo, Ymir, después de la vida que habían llevado en los últimos años, dudaba de su sentido de responsabilidad. Eso fue una cosa. La otra cosa era: ¿un hombre, compartiendo departamento con dos mujeres? Tanto la chica pecosa como la rubia sabían que no pasaría nada, absolutamente nada, por difícil que fuera creerlo. Connie e Ymir era como hermanos.
El asunto era Annie Leondhardt.
Tampoco pasaría nada con ella. Lo que pasaba era que Annie le inspiraba cierto temor, a pesar de que se volvieron bastante unidos los tres desde hace un buen tiempo, Ymir fue el medio que los unió, porque las personalidades de Springer y Leondhardt más opuestas no podían ser. Pero Ymir se complementaba perfectamente con los dos. Y ahí terminaron como los tres mosqueteros. Un trío bastante particular, diría quien los viera.
Y si vivían los tres en dicho lugar, pensarían mal.
A Connie le convendría, por su vida de eterno forever alone... si sus familiares no pensaran que Sasha era su novia. Su mamá lo pensaba, pese a que su hijo lo negaba a muerte. Y si descubría que le estaba siendo "infiel", no con una, sino con dos chicas y que encima vivía con ellas ...
Sería el inicio del desastre.
Que a Ymir le valía verga y más que nada a Annie también.
Bueno, Ymir le dijo que era culpa de su madre por pensar cosas que no son con la chica de las patatas, pero sabía cómo era Connie, nunca la iba a contradecir.
Recordaba la vez en que apareció en el parque cerca del trabajo donde solían ir con Annie y les suplicó que las dejaran vivir con ellas. Vez en que terminó con un golpe en la cabeza de Ymir Fritz y una llave que lo estaba poniendo morado cortesía de Annie Leondhardt. Hasta que mencionó la economía de los tres si compartían el departamento. No sería mitad y mitad, entraría la parte del chico también. Eso las dejó pensando unos cuantos minutos, luego conversaron entre sí. Y segundos después, las convenció por completo.
Ymir se mudaría esa misma tarde, Annie al día siguiente y Connie, reacio a no pasar la Navidad en familia, sería el último en instalarse.
Después de una canción de Fall Out Boys, se encontraron de vuelta con el indeseable: Despacito.
—Connie ...
—¡Por esta vez déjalo, sólo por esta vez, te lo juro!
Ymir dio un suspiro —Ni siquiera entiendes bien lo que dice
—Oh vamos Ymir, suena excelente
—No dice gran cosa— dijo indiferente, pero Connie sabía que estaba molesta. Había olvidado que Ymir entendía perfectamente el español. —Está bien, déjalo, pero sólo esta vez ¿ok?
—Ok— dijo complacido, pero con cierta resignación. Joder, esa Ymir se comportaba como si fuera la dueña del auto.
Minutos después ...
—"¡Des-pa-cito!¡Vamos a hacerlo en una playa en Puerto Rico!¡Hasta que las olas griten «¡Ay Bendito!» ¡Para que mi sello se quede contigo!"— Los dos terminaron cantando a un buen volumen, Connie tenía cierta dificultad para pronunciar ciertas palabras, sin embargo Ymir cantaba con mucha fluidez. Tenía buena voz, a pesar de que nunca cantaba en público.
—¿No que no te gustaba?— inquirió con una sonrisa burlesca al notar como el cuerpo de Ymir parecía estar al ritmo de la canción, cuando le echó una leve ojeada. Inmediatamente después volvió a enfocar su vista en el tránsito congestionado de las 7:33 de la mañana.
—Y no me gusta, Springer— corroboró, deteniendo el ligero movimiento de su cuerpo. Ahora solo movía los dedos sobre la cartera de cuero negro que se había visto obligada a usar en el trabajo. No era su estilo para nada, pero a estas alturas de su vida supuestamente adulta, sabía que la imagen contaba mucho, más que nada en los medios de comunicación, aún si nadie tenía que fotografiarla (al contrario, era ella la fotógrafa cuando Bertholdt no estaba disponible) y solo escribía artículos. Vaya que extrañaba ese aspecto de su vida adolescente y universitaria, donde no importaba como carajo se vistiera.
—No parece— mencionó Springer, girando en una esquina.
—Culpa al maldito ritmo— masculló —Igual, ya pasó de moda, así que ya no es tan irritante, ya no lo oigo en todos lados
Era gracioso como se terminaba cantando algo detestado, para su desgracia, pero prefería mil veces Despacito a las canciones románticas o las típicas de las épocas navideñas. Al revés de la mayoría, Ymir agradecía trabajar hasta el medio día del veinticuatro. Así no tenía que soportar toda esa gente y su animosidad.
No le gustaba la Navidad.
A ver, posiblemente en Nochebuena, felicitaría más que nada por obligación a sus padres, y con sinceridad a la familia de su hermano. Era un día en que no quería verle la cara a nadie, y cuando Ymir Fritz decía nadie, era nadie. Ni siquiera tenía ánimos para ir junto a su hermano ese día, lo que ella quería era quedarse encerrada en su habitación con una confortable calefacción, chocolate y comida chatarra, viendo películas, apartada de toda vida social. Lejos del celular y la PC que usaba obligatoriamente debido al trabajo.
Y posiblemente eso haría, tenía que ordenar el departamento de todas formas, era esa precisamente su excusa para no ver a sus familiares. Debía reconsiderar un detalle: el frío, saldría por ahí si no hacía tanto frío. Hace tiempo tenía ganas de salir de fiesta, nunca lo había hecho en Navidad por respeto a la fecha. Pero si esta no le gustaba y sus conocidos también lo hacían ¿que problema habría en que ella también lo hiciera? Nadie le reclamaría.
Ymir bajó del auto de su amigo. Su respiración generaba un conocido vapor que le divertía en su infancia, observó la nieve acumulada a un lado de la entrada. Ese año nevó antes de lo que normalmente tenía habituados a los ciudadanos; cerca de tres semanas antes, pues las primeras nevadas llegaban con el Año Nuevo, y por lo general se iban rápido, para febrero las nevadas eran casi inexistentes. Para mediados de marzo; ni en sueños.
Al llegar a su cubículo se quitó el abrigo, dejó a un costado del escritorio su darks bolso, se sentó frente a la computadora redactando un par de artículos referentes a la farándula local, tomó un poco de su café, y siguió escribiendo. Una supuesta "modelo" metida en líos con un futbolista, otra pelea de actrices por malos comentarios de una hacia la otra, que un cantante fue descubierto con drogas, que fulanita contra menganita, etc, etc. Saludó a Petra, su amable compañera de trabajo, le hizo una mueca amistosa a Auruo (que fue devuelta). Y de nuevo a los fastidiosos artículos. Joder.
La entrada era a las ocho, faltaban quince minutos. Ni rastro de Annie. Seguro su amado gato volvió a escapar y tendría a la rubia con el corazón en la boca. Esa bolita de pelos era lo único que hacía que Annie se preocupara innecesariamente. Suspiró con pesadez, ese gato pronto estaría recorriendo el departamento; Annie no se mudaría sin él.
Ymir amaba a los animales, pero ese gato... como que ella y él no congeniaban. Ya se imaginaba sacándole pelos blancos y anaranjados a su ropa.
¿Y dónde quedaría Wilson, su hámster en esto? Porque Ymir Fritz tampoco se iría a ningún lado sin él.
Hablando de la reina de Roma, Annie apareció, con aspecto ligeramente agitado.
—¿Tu bola de pelos volvió a escapar, no? Narizona enana
Annie se acomodó un largo mechón rubio detrás de la oreja, mientras exhalaba con cansancio.
—Sí
Ymir rodó sus ojos café claro —Me lo suponía
—Estaba en la casa de Mina, en el árbol, huía de su enorme perro— Annie se permitía ser algo dramática con su gato. Ni Ymir era así con Wilson. Y eso que Wilson sólo era un animalito pequeño con menos defensa que ese miserable gato(Ella jamás se atrevería a llamarlo así frente a la chica rubia). Annie colocaba su abrigo azul marino junto al de Ymir.
«¿Y esto es lo que tendré que soportar cuando me mude?»
Ah, y ese perro enorme al que se refería Annie no era más que un beagle que no mataba ni a una mosca.
La mañana había empezado a transcurrir rápido, revisó un par de artículos para su jefe, ese desgraciado de pelo negro, ese que también era un maldito enano y mal encarado como su amiga. Y lo gracioso es que resultaba más enano en comparación a otros hombres que Annie en comparación a otras mujeres. El sujeto no medía más allá de metro sesenta, y Annie había crecido hasta el metro cincuenta y siete.
Era obsesivo por la limpieza y la ortografía. Ah, y por la puntualidad. Ymir cumplía a la perfección con todo eso. Y era tan poco simpático que seguía dándole gracia por lo mismo. Bien, Ymir no le iba a hacer bullying por ello, le pagaba bien después de todo.
¿Quién diría que el director de aquél diario amarillista donde trabajaba sería Levi Ackermann?
Se decía que era porque lo había heredado; que él era el hijo ilegítimo de cierto hombre que había fallecido, y que ahora el que tenía que hacerse cargo era el hijo de puta(los rumores decían que lo era, literalmente) de Ackermann. A regañadientes, por supuesto.
No le simpatizaba, pero tenía cierta comprensión hacia él, porque se podría decir que estaban en las mismas. Al menos así ella lo sentía.
No es que su trabajo le desagradara, lo que le desagradaba era esa clase de periodismo chabacano. No era lo suyo, pero a veces le divertía lo patética que se veía esa gente a la que debía entrevistar ¿No se daban cuenta, en serio? Sí, cierto, todo sea por la fama. Quizá porque a Ymir no le calentaba tres ovarios toda esa basura mediática.
Y justo por eso Ackerman la dejó en ese puesto, sabía lo apática que era, y no cometería la estupidez de enrollarse con alguno de los que entrevistaba. Sin mencionar el excelente tono sardónico que le ponía a las notas. Total, Ymir aceptó el trabajo por el dinero. De algo tenía que sostenerse apenas terminara la universidad, y gracias a sus notas, logró asegurar un puesto.
Luego se buscaría otro trabajo. Lo que quizá extrañaría serían sus compañeros de trabajo. Y hasta a Ackermann, el bastardo malhumorado no era un mal jefe después de todo.
Ymir se comió una pizza de borde relleno llegado el almuerzo, mientras Annie no veía. No quería que la regañara por su acostumbrado gusto a la comida chatarra. O peor, que le pidiera. Bertholdt había llegado con las nuevas fotografías para el calendario picante del próximo año, con un rostro tan sonrojado como un tomate, evitaba todo contacto visual con Annie por lo mismo. Y luego volvió a su labor.
Bertholdt anunció su salida para ir a tomar las fotos para el nuevo calendario picante, pero para mujeres, con una expresión de cura resignado. Ese recientemente innovado calendario para el público femenino(y gay) subía bastante los ingresos, lastimosamente Bertholdt era el encargado de las fotos, su naturaleza tímida no le permitía disfrutar al sacar fotos de chicas en paños menores, e Ymir sospechaba que se le habían insinuado también.
—Hey, larguirucho— llamó a Bertholdt, él la miró con atención —¿podrías cambiar conmigo? Sabes, tú te quedas aquí con este aburrido trabajo, y yo voy y te ahorro la salud mental por la sesión de fotos ¿qué dices?— le preguntó burlona. Uff, ya quisiera.
Bertholdt soltó una pequeña risa, aligerando su aspecto nervioso, ése que siempre traía cerca de Annie. Por cómo iba, Ymir pensaba que se moriría con esa expresión en el rostro.
De todas formas, Ymir le pediría una copia de ese calendario a Hoover como regalo de Navidad.
El humor de Ymir cayó cuando Levi, menos malhumorado que de costumbre, dijo, imponente aún para su minúsculo tamaño, frente a todos en la oficina, a la salida a las cuatro de la tarde:
—Manga de insoportables— dijo con su monótono tonito de voz, se preguntaba hasta el día de hoy que le veían las pendejas de atractivo —tsk, creo que amanecí de buenas hoy, y no pregunten el porqué, pero mañana tienen el día libre para visitar a sus familias, parejitas, beberse hasta el agua del florero y demás asquerosas cursilerías de Navidad.
Los empleados lo miraban sin poder creerlo, un par murmuraba, y otro se tallaba los ojos y trataba de enfocar la mirada en el jefe.
Levi los miró con cierta molestia, a lo que volvieron a ponerse firmes como soldados(Cabe destacar que Ymir y Annie no lo hicieron). Annie lo miraba con aburrimiento e Ymir con el ceño ligeramente fruncido.
Suspiró con pesadez —Largo de mi vista... y feliz Navidad— terminó de decir mientras se alejaba hasta su escritorio y empezaba a ordenarlo. Los empleados murmuraron otra vez, mientras salían.
—Ymir, no te pongas así— le dijo Bertholdt con amabilidad, cuando ella terminó de llamar a Connie para ir hasta su casa y dejar sus cosas en el apartamento. Ymir exhaló, y miró hacia arriba, hacia la cara de alargados razgos ahora adultos. Por mucho tiempo pensó que él parecía no terminar de crecer. Se había detenido finalmente a los veinte años en el metro noventa y siete.
Bertholdt era la única persona que la hacía sentirse realmente enana, que mierda.
Uy, y cómo se sentiría Leonhartd.
Irónicamente, se encogía ante su jefe, ante el minion de su jefe al que le sacaba la mitad de su tamaño. Y se encogía aún más ante Annie.
—No me gusta la fecha, Bertolto— dijo con cierta frustración y cansancio, «Bertolto» venía de parte de su sobrino. Fue hace unos años, cuando tuvieron que ir de la universidad a su casa por un trabajo, y justo estaba él. Empezaron a estudiar, se rindieron y terminaron jugando Attack on Titan, hasta que llegó el pequeño, de tres años en ese entonces. A su amigo y antiguo crush le encantaban los niños, y lo instó a decir su nombre. No podía pronunciar «Bertholdt», y quedó en «Bertolto».
El joven se rascó el mentón, que tenía una pequeña barba.
—A Ymir no le gusta ir con su familia, Bertholdt— casi dio un respingo al escuchar a Annie decir su nombre, detrás de él. Se había puesto su abrigo, como todos. Se veía tan bonita así; Bertholdt volvió a esquivar la mirada. Ymir rodó los ojos, ya no era un adolescente ignorante de las relaciones de pareja para reaccionar así frente a la chica que conocía hacía años.
Pero seguía igual...
Un momento, sí era un ignorante de relaciones afectivas.
«Bertolto, vas a morir virgen»
—Lo había olvidado, lo siento
—No importa— dijo Ymir rápidamente —además a mi tía no le agrado desde hace tres años— sonrió con burla.
24 de diciembre, 2014
"Llega Navidad, y yo, sin ti, en esta soledad, recuerdo el día en que te perdí.
No sé dónde estés, pero en verdad, brindo por tu felicidad
Hoy brindo en esta Navidad"
Por Dios Santo que no nace hasta media noche. Esa canción siempre resultó para Ymir aún cuando era una niña ajena a temas románticos, un tentativo al suicidio y deleite al masoquismo.
Eso era nada más antes.
Ahora era echarle sal, limón, ajíes, así como en combo de McDonald o Burger King, a la herida.
Ymir estaba sentada en el patio de su casa en el país de su abuelo esperando la cena, con un vestido de esos que tanto odiaba, deseando que llegaran las doce de una vez y ahogarse en clericó*. Despertaría con una resaca de aquellas, pero valdría la pena. Estaba pendejeando con su teléfono, se había visto obligada a traicionar a su Nokia el año pasado debido a la comodidad de esa aplicación, WhatsApp. Ya las redes sociales habían pasado a ser una necesidad absoluta.
Estaba descargando la nueva versión de Attack on Titan, que ese año había inaugurado su versión móvil después de haberlo jugado en la computadora los últimos dos años.
Se había obsesionado.
Su tía Cristina de 400 kilos, había cambiado a Solís por un vallenato cortavenas. Su otra tía le reprochaba al marido:
—Y es lo mismo cada año Luis, siempre terminás borracho...
—Yo no estoy borracho, mirame bien— discutió siendo que aún se tambaleaba.
Luego vino la cena, y estaban todos allí. Discutiendo, los niños replicando para ir a explotar pirotecnia, y...
Las preguntas incómodas.
—Ymir ¿cómo van los estudios, mi hija?
—Ymir ¿y el novio?
—Ymir ¿cómo lo que seguís tan delgada?
—¡Jorgito, cuidado el mango no se vaya a caer por tu cabeza!
—¿Y el novio, prima?
—¿Qué tal la facu, sobrina?
—¡Rossana, dejá ya esa bombita!
—Ymir ¿y tu chico'i*?
—¡Luis, dejá ya el clericó!
—¿Y el novio, sobrina? Ya llevás tiempo soltera
«¿Qué no saben preguntar otra cosa?» pensaba con un tic en una de sus finas cejas ¿No se daban cuenta de la cantidad de sal, limón y demás condimentos picantes que le estaban echando a la herida, verdad? Lloraba internamente.
—¿Y la dieta, tía? Ya llevas cinco platos— soltó como quien no quiere la cosa.
Ah, Ymir recordaba cómo toda la mesa quedó en silencio esa noche.
—No debías decirle eso— dijo indiferente su amiga rubia. La pecosa se encogió de hombros, con simpleza.
—Me estaba tocando los cojones que no tengo, entiende, Eskol me defendió, y su palabra es ley— Bertholtd estaba enterado de eso también, y la miraba con pena ajena. —ya encontraré la forma de evitar a mis parientes
—Y hablando de tu hermano ¿irás con él? Tengo entendido que no siempre está con ustedes en Navidad— preguntó Hoover, mientras caminaban hacia el estacionamiento, allí estaría Connie. Ymir asintió.
—A veces viene en Navidad, a veces no. A veces viene en Año Nuevo, y otras veces no. Pero es distinto, Bertl, Eskol es doctor, y sabes la cantidad de borrachos accidentados que hay en esas dos fechas, es perfectamente entendible.
—Y también tiene su propia familia y vive lejos— mencionó Annie.
—Exacto
—Ah, entiendo
—Además,— prosiguió la pecosa —se me ocurrió algo, inventaré que debo hacer un encargo para Levi, y todo resuelto.
Levi tenía una fama de estricto perfectamente conocida por todo el mundo, y más si se trataba de periodismo. Era un excusa perfecta, pues los periodistas estaban hasta el cuello de trabajo en diciembre; y por la fama de Levi... Lo que si que, contradictoriamente, Levi era uno de los poquísimos sujetos que se preocupaba por su personal, a su manera seca, pero lo hacía. Uno entre un millón que les daría el día libre por Nochebuena.
Era bastante considerado.
Bertholdt se despidió de las chicas, les deseó una feliz Navidad pese a que las felicitaría por WhatsApp, y subió a su Mercedes. Tal vez sería porque iría a ver a sus padres al otro extremo de la ciudad María, cerca de las montañas, estaría bastante lejos de sus amigas. Iría hasta su hogar, haría un equipaje para dos días y se marcharía. Aunque sabía que posiblemente no lo vería hasta la mañana del 27 de diciembre, directamente al trabajo desde la ciudad.
Le preocupaba mucho su padre, que estaba enfermo desde hace bastante tiempo. Annie venía de la misma zona, aunque su familia estaba asentada en Trost. Conocía muy bien la situación del amable señor Bernard Hoover. Bertholdt era su copia, por cierto.
Connie vino unos minutos después de que se fuera el alto muchacho. Estaba de buen humor a pesar de que le molestó un poco que Ymir y Annie tuvieran el día libre mañana. Y se molestó más porque Ymir no lo agradecía. Estuvieron yendo hacia el barrio de Trost, en un recorrido de poco tiempo; Rose no era una ciudad muy grande después de todo, al contrario de María.
Los tres bajaron del auto frente a la casa, enrejada como era común en esas ciudades, dos árboles estaban llenos de las lucecitas de colores con el sonidito ése de los villancicos que se volvía insoportable después, la vereda y el camino hacia el interior de la casa perfectamente despejados de la nieve; bajo el techo estaba un pesebre hecho de una manera distinta a los que habían en la ciudad. Era grande y colorido, de muchas figuras.
Edmund Fritz los recibió, con un semblante relajado, y parecía satisfecho de algo en particular, su hija no sabía si era por su independencia futura o porque su equipo local de fútbol había ganado.
No estaba su madre, detalle que agradecía. No se quejaría frente a sus amigos, sino en privado después con ella.
La joven había guardado en cajas todas sus pertenencias con ayuda de su madre, y sacado de la habitación con su padre. Dos afuera y la más liviana adentro. Los muebles ya estaban en el departamento.
Como su madre fanática del orden y la limpieza, a la que sólo su jefe ganaba, había ordenado algunas de sus cosas mientras trabajaba, estaba segura que no sabría que clase de objetos que había olvidado encontraría en la caja liviana. Porque había vaciado todos los muebles.
Metieron las dos cajas grandes en el auto, la pequeña iría en el asiento trasero. Luego, Ymir se plantó frente a su padre, viendo la expresión con la que la miraba. Para su sorpresa, le hizo la bendición, murmurando en español:
—Que Dios y la Virgen te cuiden mi hija...
Durante el trayecto Annie miró de reojo a su mejor amiga, parecía algo afectada, en el buen sentido de la palabra, por lo que hizo su padre. En el momento, no se había reprimido una sonrisa ligera, esa sonrisa que pocas veces vio y que en los últimos años vio aún menos.
Ymir era su hija menor después de todo.
Llegaron al apartamento, otro sitio lleno de adornos navideños hasta más no poder, había un muñeco de nieve cerca de la entrada. Suspiró con pesadez. No notó el muérdago en la fachada al pasar por debajo suyo, y los demás tampoco.
Subieron hasta el cuarto piso, Dios sabe cómo. Todo porque Ymir no quería gastar en equipos de mudanza. Connie estaba sudoroso bajo su ropa de invierno, preguntándose porque rayos Ymir no llevaba más que la caja pequeña, Annie de dónde. Al menos quedaron en que ellas dos iban a subir juntas la caja que faltaba.
—Aquí es, Connie— dijo Annie inexpresivamente. El muchacho bajó la caja al suelo y dio un respiro. Observó bien el número.
—Número 104...
Annie notó eso. Departamento 104, miró a Ymir. Ella miraba fijamente la puerta como quien encuentra a su rival de la infancia, reprimiendo un sonrisa que tampoco le era común, pero que lo era un poco más que la que tenía anteriormente. Era una sonrisa seca, y sus ojos mostraban frialdad.
Departamento 104... Clase 1.04
Leondhartd siguió mirándola, conociendo de sobra sus pensamientos. La chica pecosa se mordió los labios por un instante, y dijo con la misma sequedad
—Entremos...
Era más espacioso de lo que parecía, de color crema e iluminado, de tres habitaciones y una vista excelente desde las ventanas.
Movieron las cosas hasta la habitación que había elegido Ymir y empezaron a abrir las cajas. Connie, cansado, aliviado y molesto porque le hicieron llevar lo más pesado a él, pese a la fuerza conocida de la rubia y que Ymir dejó de ser esa adolescente que se quejaba de su condición física, suspiró. Miró la hora en su reloj de muñeca, eran las siete y afuera ya estaba oscuro.
Ya no tenía nada que hacer allí, dejaría a las chicas con sus cosas de mujeres y se iría a su casa a comer algo, tal vez se compraría un pack de cervezas y jugaría Attack on Titan en la PC, como mejor se le acomodaba. Pronto recordó lo que su madre le dijo que iban a cenar.
Más razones para alejarse de ese par de brujas.
Annie observó las variadas cosas que la madre de su amiga empaquetó, los cómics y mangas de su hija, un par de figuras de acción de Pokemón, un juego de cartas de Yu-gi-oh, y demás artículos frikis.
—No puedo creer que aún tengas esto— dijo sosteniendo la figura del pokemón que inspiró al meme de «Vamo'a calmarno".
—Mi pieza siempre fue Narnia, Annie, y sólo las madres tienen el don de aparecer las cosas en su lugar, mira —le enseñó su póster de Linkin Park— daba esto por perdido hace seis años y... ¡mira, mi Nokia!
Ahí estaba el viejo celular, que se negó a vender o regalar. Recién en estos momentos se dio cuenta de lo obsoleto que resultaba en pleno 2017, y ella, que se negaba a cambiarlo.
—¿Aún funcionará?— Annie parpadeó.
—A puesto a que sí, hay que fijarnos en las cajas, debe estar algún cargador fino por ahí— estaban sentadas en el piso, con la calefacción encendida, Ymir tomó una de las cajas y se inclinó a observar.
—Tu mamá guardó hasta lo inútil
—¡Hey, no le digas inútil a Kurama!— protestó y le arrebató de las manos el peluche del Zorro de Nueve Colas de Naruto, lo estaba agarrando posesivamente. Annie la miró con cara de pokér.
—Se supone que tienes veintidós años
—A ti nadie te dice nada con tu peluche de Happy
—Touché
—Y sobre mi mamá, mejor que lo haya guardado todo, hasta lo innecesario. Antes tiraba mis cosas sin decirme nada.
Sacó su ropa y la guardó en el armario su ropa, colocó la lámpara de mesa y las cositas frikis en el escritorio, los mangas y cómics en el pequeño estante. Ahora estaba sacando los libros, tenía toda la colección de Harry Potter y la trilogía de los Juegos del Hambre. Por allí se asomaba Juego de Tronos.
Estaba inclinada sobre la última caja y se volvió a sentar, con las piernas cruzadas, viendo con curiosidad su vieja, bueno siempre la llamó vieja, PSP. Recordaba muy bien que su hermano se la regaló, jugaban juntos muy seguido hace muchos años atrás, hasta que la vida profesional suya la impidió. Un suspiro pesado se le salió, Annie no lo notó, ella curioseaba a su vez un manga de Berserk que resultó que tenía.
Seguía metida en sus pensamientos nostálgicos, distraídamente metió el brazo en la caja y sacó un libro pequeño, que estaba al lado de un álbum de fotos familiares también pequeño. Observó la portada.
Un malestar le cayó al estómago.
Las penas del joven Werther.
Se llevó una mano a la frente, y sintió su corazón intranquilo. Ese libro en que el protagonista sufría en lo que años más tarde se llamaría «friendzone», viendo a su amada con otro hombre, y al final, no soportando la pena, se pega un tiro.
Ese condenado libro lo terminó en abril, un mes antes... y volvió a leerlo las noches en que quería despejar su mente del estudio allá por septiembre... en el año 2012.
Ese libro se lo regaló Krista en su cumpleaños, y ella lo leyó antes de que Reiner empezara a hablar con ella. Y justo pensaba en leerlo por tercera vez, hasta que descubrió que ella y él...
Ese libro; ese libro que tanto apreciaba por ser un regalo de la rubia; ese libro que irónicamente se lo regaló ella; la chica que terminaría por destrozar su corazón; como un cruel aviso, como un cruel e inocente anticipo de lo que vendría.
Ella escondió el libro en algún rincón tan bien, que olvidó siquiera que existía. Su corazón caía hasta su estómago cada que veía la portada, con el recordatorio de la trama picándole en el cerebro. No era tan masoquista como para soportar verlo después de todo lo sucedido.
Frunció las cejas y se mordió el labio, arrojó el librito sobre la cama. Bastó para que Annie levantara la vista del manga.
—¿Ymir?
...
Allá, un piso abajo, una chica rubia, cerraba la puerta de su departamento.
—No pensé que nevaría tan rápido
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*Clericó: es ensalada de frutas con vino, se consume en Navidad.
*Chico'i: es una manera vulgar de llamar al novio, así como «chica'i» a la novia. Se usa generalmente para llamar a la pareja, pero más que nada, a la pareja de una relación no seria.
Tomen esto como mi regalo de Navidad atrasado. Espero que la hayan pasado bien.
Yo tenía que subir este capítulo sí o sí, antes de que se acabe este año, creo que es obvio el porqué.
Ah, seguro muchos entenderán a Ymir con las preguntas incómodas de la familia cada vez que todos se reúnen en estas fechas XD Yo no las sufro, mis familiares están en el exterior y eso me salva.
¿Leen el manga? Este Isayama cada vez tiene menos compasión, por un momento pensé que los spoilers que encontré a la mañana en mi Facebook era lo que quedó del mame del día de los inocentes XD
Gente, les deseo un muy Feliz Año 2018, que cumplan todos sus sueños y metas, y que la pasen bien con los que quieren ¡Nos vemos!
