Disclaimer: esto le pertenece a la llama asesina que ha destrozado mi corazón estos últimos días

Capítulo VI

Tensión

23 de diciembre, 2017

Ymir

Nunca me consideré cobarde. Pero juro que nunca en la puta vida quise huir tanto de algo como ahora.

Sentía ardor en la boca del estómago, como si me hubiera tomado un enorme vaso de tequila luego de mucho movimiento. Lo sabía porque lo hice hace un par de años, no sabría decir si me arrepiento de aquello.

Retrocedí de inmediato, en vano porque Krista avanzó. Pero lo hizo como un autómata, como en los videojuegos. Creo que debo lucir algo estúpida en este momento, mirándola como si fuera un fantasma a una enana que hasta ahora parecía una combinación entre caramelos y cachorros.

Ah, pero sí que era mi fantasma en realidad. Uno particularmente caprichoso al que yo no podía detener, que me seguía persiguiendo después de tantos años, el cual yo sabía que estaba allí, escondido detrás de las paredes o de un poste, al que yo no podía ver pero que me seguía, buscando algún consuelo. Aquel fantasma inocente, como alma en pena más bien, porque no me perjudicaba intencionalmente.

¿¡Y cómo rayos no quedarme así!? ¡Si la enana esta también me miraba como si fuera un fantasma! Ironía, dulce ironía del puto Karma.

Puta vida.

Ah no, puta no, porque como le escuché decir a Levi, si fuera puta, sería fácil. Y como Levi parecía saber de lo que hablaba...

Parecíamos un videojuego en bug; yo, con menos movimiento que un ciervo iluminado por los faros en una carretera solitaria, y ella, que me fijé que me miraba demasiado para mi gusto, de pies a cabeza, siempre me ponía nerviosa cuando la gente hacía eso. Finalmente me miró a los ojos.

¡Salvénme!

Justo cuando moví mi pie hacía atrás, dispuesta a girarme y largarme grosera y cobardemente hacia la calle y buscar un lugar para esconderme y beberme la cerveza; Krista, como en película romántica cliché se lanzó hacia mí, para abrazarme.

Bueno, no me culpen, eso pensé, y cualquiera lo pensaría viendo como es Krista.

Porqué me equivoqué.

—¡Mierda!— exclamé cuando sentí un dolor agudo en el pie. Pensé al principio, que ella me pisó sin querer, como para cagarlo todo como en comedia romántica. No fue tan así.

—¡Perdón!— masculló Krista ¿Para qué carajos se disculpaba? parecía como si hubiese sido sin intención pero aún así estaba satisfecha con aquello.

¿¡Para qué carajos se disculpaba, si después me pegó en el estómago!?

En otra ocasión, con mis cinco sentidos bien colocados, hubiese podido determinar si aplicó fuerza para lastimarme o no, dado el tamaño de Krista y mi constitución actual. Un poco de ambos quizá, porque cuando se apartó vi en sus ojos bastante abiertos que esperaba que me retorciera, pero como si ese no fuera realmente el efecto que quería. Se arrepentía de ello.

Y hubiese preferido y jurado de esto sobre tres biblias, que me pegara, que me golpee, que me gritara y me mandara al cuerno, antes de que me abrazara con la fuerza con que lo hizo, como si me necesitara, como si esperaba que alguna vez nos veamos de nuevo, como si nada. Como en la época de colegio, cuando no éramos más que un par de adolescentes relativamente despreocupadas.

Se había lanzado sobre mí; años atrás, con tanta fuerza pudo habernos dejado en el suelo. No fue así, yo ya no era la chica débil de esa época.

No hice nada. No la rodee con los brazos, no bajé la mirada. Creo que mi respiración era bastante lenta. No sentía su cabeza rozando mi barbilla como antes.

Yo miraba la pared, que tenía un afiche anunciando una fiesta por Navidad en el barrio y a la que por supuesto, sólo Connie asistiría. Sentía que mi respiración se hacía más que lenta, dificultosa. Hasta que parpadeé, no había notado que era por culpa de Krista. Pero porque se parecía al condenado gato de Annie aferrándose a una rama, joder, que me va a volver a hacer plana.

Sentí algo ligero caerse en mi cabeza, igual me dolió.

—Ejem

Nunca pensé que fuera cierto eso de olvidar por completo a una persona acompañandote cuando sientes que alguien arrojó tus sentimientos a una mezcladora con grava y cemento. Pasaba en las novelas que ve mamá y que yo tuve que ver mi infancia. En otra ocasión me hubiera reído. Justo por eso creo que ahora el puto destino y Annie se ríen de mí, si Annie expresara sus sentimientos, claro.

Una vez más, la jodida existencia me estaba abofeteando, recordándome que la realidad es peor que la ficción, mediante la argentina esa. Había tomado un poco de la nieve y arrojado sobre nosotras, justo en el adorno navideño ese. Por su acción, la nieve junto con una bola navideña me cayó en la cabeza. Más nieve se quedó ahí arriba, sin caer.

No supe si darle las gracias a Annie por hacerme reaccionar o mandarla a la puta, porque cuando levantamos la cabeza notamos un muérdago. Un condenado muérdago.

Me mordí los labios sintiendo un latigazo en mi interior, porque mi mente navegaba por distintos pensamientos bonitos, dolorosos, sarcásticos, y deseosos de risa histérica, atentos al significado del muérdago. Un muérdago, aquí, con ella. Joder.

—Eh... ¿planean besarse o algo así?— preguntó Annie con voz monótona apuntando hacia arriba. Krista recién cayó en cuenta, y antes de que sutilmente se apartara de mí, el adorno completo terminó por caerse, nos movimos rápido antes de que cayera sobre nuestras cabezas, antes también de que yo misma me alejara de Krista con riesgo de parecer grosera.

—H-hola Annie

—Ha pasado un tiempo, Lenz. Ymir, me congelo, y empezó a nevar otra vez

Me sentía intoxicada, cuando puse en su lugar uno de los mechones de mi cabello, rozando también mi mejilla, noté que mis dedos temblaban y se sentían muy fríos aún a través del guante. Nada de eso era por el clima. Cuando Annie se nos acercó, por fin noté que era varios centímetros más alta que Krista. Ella casi dio un respingo y se me acercó demasiado de vuelta, aumentando mi malestar en el estómago.

Recuerdo que si bien se llevaba de la mar de bien con Connie, uno de mis mejores amigos, no era lo mismo con Annie. La intimidaba demasiado ¿y a quien no? Aún ahora, hacía que Connie se sintiera algo cohibido.

Quise agarrar a la narizona y tirarla de cabeza en ese montículo de nieve de allá afuera, para que con la nueva capa de nieve se quede un año allí dentro. ¿¡Cómo coño se le ocurría invitar a pasar a nuestro departamento a Krista!? Sentía tantas náuseas que casi quería arrojar la cerveza por ahí. Casi. Annie me conocía muy bien para saber qué sentía ahora, que no salía corriendo nada más porque ahora tenía algo de la cordura que me faltó años atrás.

Le hizo un comentario a Krista, tan indiferente como cuando la saludó y la indicó a subir a la escalera. Tragué saliva dolorosamente a causa de la sequedad de mi garganta. Tenía ganas de agarrar el adorno en el piso y tirárselo. Luego noté que estaba roto. Recién ahora me di cuenta de porque Annie invitaba a pasar a Krista, si el encargado se daba cuenta de que rompimos su condenado adorno aún sin instalarnos del todo, ya podíamos empezar a largarnos si es que avisaba a su jefe

Exagero, pero el sujeto no se veía muy paciente ni amigable y su jefe menos, y bueno, hemos pasado por esta clase de situaciones tan seguido en los últimos años, que había aprendido a intuir quiénes eran lo suficientemente dramáticos como para echarte a patadas por ese tipo de nimiedades.

Me incliné para tomarlo, y me encontré con la pequeña mano de Krista cubierta por un bonito guante bordo. Agarré el adorno rápidamente y me erguí como si apretaran un botón, Annie nos dijo que nos apresuráramos.

Krista dio una mirada al adorno y luego una larga a mí. Nunca sus ojos se clavaron tanto en los míos. El vapor formado por el clima frío evidenció cuán profundo fue su suspiro. Un dolor me recorrió como un relámpago. Hace muchos años que no sentía nada similar, ni remotamente. Quizá, se podría decir que era incluso peor, o eso pensaba por el pesado nudo que se me formó en el estómago.

Fuimos subiendo las escaleras, yo llevaba el adorno navideño. Krista no me miró demasiado después, y Annie estaba como si nada. No era la persona ni el momento indicado para ser cordial (nótese la temporada de Navidad), aún si era la primera muestra de cortesía de parte de Annie en años.

Nunca se me había olvidado como hubiese querido la belleza de Krista, pero ahora hacía trizas el recuerdo nuboso que tenía de ella. Realmente, nunca había recordado bien la cara de las personas después de cierto tiempo, pero con esta chica rubia, su cara era como un archivo en la papelera de reciclaje, olvidada normalmente, pero que sabes que está ahí pese a que no la encuentras más entre el resto de tus carpetas.

No la recordaba tan pequeña, su cabello rubio perfectamente peinado, con la misma apariencia suave, seguía aún ese mechón que caía sobre su frente, de una manera tan elegante que los simples mortales, en especial yo, jamás podríamos lograr mantener. Su piel, algo pálida como siempre se la dejaba el invierno como todavía recuerdo, recobraría ese tono sonrosado apenas la temperatura subiera un poco más. Su figura curvilínea más definida que años atrás, era perfectamente adivinada aún con todo ese abrigo. Su rostro, de facciones delicadas, suavemente más afiladas que la última vez que la vi, hace mucho tiempo.

Todo en ella concordaba a la perfección, no podía procesar que fuera todavía más hermosa que antes.

Joder, joder, joder. Toda mi resolución de años se fue casi totalmente al carajo.

—Disculpa tanto desorden—dije, y realmente era mucho. El sofá estaba desarmado, Connie nos ayudaría luego con eso. Krista le dio un vistazo rápido a todo, no es como si los departamentos fuesen muy diferentes entre sí y más aún uno como el nuestro que aún no tenía nada. Annie se desvió a la cocina, sin pelarnos, genial. Que bonitas amistades me cargo.

La chica pequeña no le apartaba la mirada a la bolsa plástica con cuatro latas de Miller, disimulaba bien, pero yo ya la conocía. O sea, no se ni porqué, ya en la época del colegio sabía que solía beber cerveza... no más que unos pocos sorbos cada muerte de obispo en algún acontecimiento especial. Sólo por eso no me decía nada, pero sabía que no le agradaba en lo absoluto.

Igualmente en aquel entonces no era muy fanática de la bebida, de cualquier forma, Krista hacía que con más razón no bebiera. Posiblemente su pensamiento no hubiese cambiado, sin embargo, yo ya no tenía diecisiete años.

Mis náuseas se intensificaron, igual dejé las cervezas sin la bolsa sobre la mesa y Annie me pasó el helado para guardarlo. Me giré luego de ponerlo en su sitio, para notar que no apartó su vista de mí. No puedo simplemente describirlo bien, pero se siente raro. Bueno, su expresión era rara, contradictoria.

Y con justa razón. Sentía que no podía seguir mirándola, que me quemaba el estómago, pero no podía dejar de hacerlo. Por suerte apareció Annie, le ofreció una taza que humeaba, olía sumamente delicioso.

Krista y Annie bebían submarino, haciendo comentarios vagos sobre la época escolar, por primera vez en todo este tiempo vi como soltaba pequeñas sonrisas, más por su amabilidad natural que por estar a gusto con esta compañía, y yo sólo estaba ahí, sentada en la mesa con ellas. La leche con chocolate olía muy bien, pero no quería arriesgar mi estómago. Lo último que necesitaba era vomitar.

Llegar al extremo de las náuseas por tener a tu lado luego de siglos a la chica a la que querías durante el bachiller, era muy patético para mí. Trataba de meterme en la cabeza que fueron cosas de adolescentes, cosas sin relevancia como para que me afecte después de tanto tiempo, y cualquiera pensaría lo mismo. Pero no era así y lo sabía bien, tenía motivos para pensarlo, uno de ellos era que no fue una simple atracción que terminaría luego de un noviazgo de dos meses.

El otro motivo que había que sumar era el hecho de que si bien ya no era una adolescente, nadie se considera realmente un adulto a los veintidós años. Todos mis compañeros de trabajo de edad similar seguían con las mismas andadas nada diferentes a las que tuvieron en su época de colegio. Todo esto tenía mucha lógica, suficiente para que fuera más imposible de lo que normalmente era mentirme a mi misma.

Bajo la mesa, Annie me pisó en el mismo pie que Krista me había pisado. Annie no fue tan gentil como Krista obviamente, tuve que ahogar un gemido de dolor mordiéndome los labios, hasta el hormigueo de los brazos se me fue. Argentina de mierda. Eso dejaría marca.

Krista me miró, extrañada por mis gestos y yo miraba feo a Annie.

Lo que es una amistad de años, porque por la forma en que Annie me miró ya supe que quería que hiciera. Todo eso en segundos.

Pero yo no tomé la iniciativa para comenzarlo.

—¿Qué estudias, Ymir?— me preguntó Krista. Su voz era una combinación de calidez con una duda casi melancólica.

Carraspeé —Estudié periodismo en Eldia, con Annie.

—¿Ya tienen un título?— parpadeó, ligeramente asombrada.

—Ya trabajamos— contestó Annie —nos graduamos hace seis meses

Yo asentí —No trabajamos en el mejor periódico local, pero nos pagan bien, y podemos decir que es casi un buen ambiente— la boca se me quería curvar en una sonrisa sarcástica.

—Nos dejaron día libre en plena Nochebuena, no volveremos al trabajo hasta dentro de dos días. Levi Ackermann es un buen sujeto, pese a ser un enano amargado.

—Tú no eres la más indicada para hablar de enanos amargados, Leonhardt— solté burlona. Ahora fue Annie quien me miró mal, y Krista contuvo una risita.

—¿Levi Ackermann? Lo conozco, es el primo de Mikasa, nuestra excompañera— dijo Krista.

¡Mikasa! Vaya, no solía pensar en nuestra promo 012, pero aún la recordaba. Lo último que supe de ella fue que seguía en la Facultad de Deporte en la Universidad de Reconocimiento. Eso fue allá por 2014.

—¿Porqué no me sorprende?— dijo Annie, la verdad es que pienso igual. No lo imaginaba pero no me asombraba, recuerdo el apellido de Mikasa, solo que obviamente nadie lo relacionaría con el de Levi. Annie solía tener una rivalidad amistosa con ella.

Por fin esto se estaba animando, las tres aquí casi dábamos pena. Lo digo porque en el pasado, cuando Krista y yo nos juntábamos, enseguida empezábamos a conversar sobre todo, incluso cualquier tontería. Y siempre quedábamos con la sensación de no habernos dicho lo suficiente. Por eso, ninguno de nuestros compañeros de colegio que nos viera ahora mismo, creería que somos esas mismas personas. Es que en parte yo no me sentía así.

Hasta ahora, recién expresábamos nuestra característica. Era como la impulsividad de Eren, la cara de caballo de Jean y la glotonería de Sasha.

—Jamás imaginé que trabajaran en La Ciudad Subterránea— comentó Krista, con una sonrisa más parecida a la que recordaba. Yo me encogí de hombros.

—A Annie no le queda, ya sabemos

—¿Y tú en que estás, Lenz?— le pregunto Annie de una forma calmada pero demasiado directa.

Krista sonrió, por primera vez, tan dulce, como solía ser la «Diosa de la 1.04».

—Estoy en mi cuarto año de medicina— contestó, muy satisfecha de sí misma.

Puedo decir que nunca me sentí tan feliz por otra persona desde hace milenios. Krista siempre quiso estudiar medicina, me sentí muy mal cuando no pudo ingresar en la universidad. Bueno, sentía que una parte ya olvidada de mi alma podía relajarse.

Luego caí en cuenta de lo bien que me sentí sabiendo esto. Y me asusté por eso.

—Estoy en la Universidad de Reconocimiento, hay varios de nuestros excompañeros que están ahí. El cursillo me tomó tres meses y fue costoso, pero finalmente ingresé— luego me miró —es raro que no supieras esto de mí, Annie. Ni yo esto de ustedes ¿no, Ymir?

Carajo.

El buen momento terminó por aguarse, como algo espeso derritiéndose. Soy una estúpida, una gran estúpida. Estaba tan concentrada en mi pensamiento de huida que no me paré a pensar a dónde iría todo esto. Quería reír dolorosamente, estaba tan metida pensado en huir, pero olvidé de qué quería huir. El karma otra vez vino a cobrárselas conmigo, por estaba vez no se lo recriminaría, por que tenía que pagar. Todo era mi culpa.

Y a la vez no lo era.

Antes de esto, tenia una idea de cómo reaccionaría Krista. En su actuar no estaría pegarme o gritarme. Sin embargo, hasta al más santo se le acababa la paciencia y tendría motivos de recriminar lo que le habían hecho. Así que dudaba, y opté por el hecho de que me daría algún pequeño escarmiento y así fue.

Lo prefería mil veces antes que tenerla aquí al lado. También pensé en que si me vería de vuelta, se alegraría aunque sea un poco. Y ahí no sabría decir qué haría, o darse la vuelta e irse, o invitarme un café y luego seguir con nuestras vidas. Aunque también me sonaba ilógico tomando en cuenta su carácter.

Pero ¡no puedo predecir nada de ella incluso conociéndola! ¿¡cómo alguien sabría como reaccionar a un reencuentro como este!?

Se suponía que fui su mejor amiga, una que velaba por ella a su manera un tanto brusca. Krista me adoraba, no como hubiese querido por desgracia.

Lo sé, le duele, a mi me duele quizá más. Después de todo, las peores despedidas son las que no son anunciadas.

Me rasqué la nuca nerviosamente, incapaz de verla a los ojos, sabía que me estaba mirando, quizá con algo de rabia. El hormigueo de los brazos, uno que ahora que recuerdo, sentí allá casi por mediados de 2012. Exhalé.

—Al menos sé qué pasó de tu vida, Ymir— su tono triste me hizo mirarla preguntándome porqué no había rastros de la más mínima ira. Y me arrepentí de haberlo hecho.

Sus ojos, azules, increíblemente hermosos, se clavaron en los míos. Me deslumbraron. Tan hermosos, que con su mirada dirigida a mí, me dolían más.

Escuchamos el sonido de una lata abriéndose, vimos a Annie, que se acabó el submarino y procedía a beber una cerveza. Casi solté una carcajada histérica, Krista la miraba como a un titán de dos cabezas. No sabía del estómago de hierro de Leonhardt.

Por inercia, rápidamente agarré una de las latas y bebí un sorbo, valiéndome madres las náuseas que sentía antes. Luego el estomago se encargaría de pasarme factura.

—Ymir, creo que no estaría bien que tomes eso. Digo, no te veías muy bien...

Jooooder, olvidé que Krista siempre se daba cuenta de todo lo que me pasaba.

Lo peor, es que siempre tenía razón, así que no tenía sentido negarle nada. Y si, ya por la mirada que le dio a las cervezas antes, ya me imaginaba que diría algo así. Creo que tenía más que que ver con mi apariencia que tenía esa expresión de recelo.

—No me pasa nada

—Te veías como si te doliera el estómago— bingo. Pero que rayos, se supone que estudia medicina, obvio que ve caras como la mía todo el tiempo. Bueno tanto así no, si no, no me estaría viendo como analizando los cambios de mi rostro. Nah, no quiero saber que es lo que ve. Bueno, ya lo sé.— Ymir...

Y mierda, de vuelta me miraba así, como queriendo penetrarme y saber qué era lo que yo pensaba desde aquella última vez que nos hablamos, hace mil siglos ¿Veía aún a la chica de diecisiete años que caminaba más cuadras de las necesarias porque quería seguir hablando con ella?

Abrió la boca para decir o preguntar algo que yo ya temía y por un momento mi corazón se contrajo, esperando la sentencia. Pero sonó su celular.

Ella sacó un Samsung de último modelo que por poco me dio envidia. Y yo aquí, con mi Huawei, yo, una persona que debe estar constantemente actualizada por trabajar en esta prensa fastidiosa.

—¿Frieda? ¡Hola! ¿cómo estás?

Ah, su hermana Frieda. Hablo animadamente con ella unos instantes, lo que escuchaba me dio a entender que Krista debía irse. Finalmente, la llamada se cortó.

—Lo siento, Ymir. debo irme, Frieda mandó algo para mi desde el extranjero y uno de mis hermanos lo trae, así que debo esperarlo— dijo levantándose, parecía ligeramente frustrada pese a haber hablado con la hermana que tanto quería.

Por un momento, lo lamenté (y lamenté más haberlo lamentado). Luego sentí algo parecido al alivio. Me levanté deprisa, luego de que ella se despidiera de Annie y le agradeciera la taza de submarino, y cuando estábamos frente a la puerta, me volvió a hablar:

—Me enfada esto Ymir, aunque siento haberte pegado. De todas formas, me alegro de volverte a ver, de saber qué paso contigo...

Me cayó como una roca al estómago, uno pensaría que luego de decir esto solo se iría y volvemos después todos a nuestras vidas. Pero en mi maldito caso no sería, como siempre, se complicaba porque en una amistad como la que teníamos, una de las dos no puede abrir una brecha sin dar explicaciones. Krista las buscarías.

Antes de que fuera peor para mí y se le antojara abrazarme o algo así, porque sabía cómo era, rodeé el picaporte con mi mano. Apenas lo moví, enseguida lo solté con un gruñido de dolor.

Maldije a la puerta y al árbol que había sido antes mientras sacudía mi mano derecha.

—¡Puerta del orto!

El encargado nos había avisado que uno de los metales del picaporte estaba roto y que tuviéramos cuidado al abrirlo, que mañana vendrían a cambiarlo.

—¡Déjame ver, Ymir!

Tomó mi mano derecha, la sostuvo con sus dos manos pequeñas, con tanta suavidad, que no me acuerdo que alguien lo haya hecho antes, quizá mi hermano cuando yo era pequeña. Observaba el profundo corte en los dedos medio y anular, todavía no empezaba a sangrar.

Alzó la cabeza para mirarme bien, estábamos justo una al lado de otra, me miraba con suma tranquilidad. Y por esta vez, no me sentí mal en lo absoluto por aquello. Sólo, me contagió su calma. Sentí que podía quedarme mucho tiempo así.

—No es nada, pero ya está empezando a sangrar, encárgate de lavar la herida y...

—Como tu dijiste no es nada— la interrumpí —si te deja tranquila esto, yo sé primeros auxilios

—Lo sé, lo sé. Esperaba que eso se te olvidara, pero ya veo que no...

Simplemente, terminamos por despedirnos luego. Ella se fue, y me dejé caer en cuclillas, frente a la puerta cerrada, mirando al suelo. Le dije a Krista que le prestaría atención a los cortes, pero ahora me valía verga, no me sorprendería tener los dedos llenos de sangre.

—Ymir

Suspiré, y volteé la cabeza para ver a Annie.

—Annie, voy a matarte

Ni se inmutó.

—Ymir ¿qué hacemos con esto?— dijo sosteniendo el condenado adorno navideño roto.

—¡Mierda! ¡Se me olvidó! Pero, espera... ¡FUISTE TÚ QUIEN LO ROMPIÓ! ¿¡PORQUÉ VIENES Y ME PREGUNTAS «¿QUÉ VAMOS A HACER?»!?— creo que hasta Krista llegó a escuchar mi grito.

—¿Crees que nos la dejará pasar por Navidad?

—Ehhh... no, pos, yo creo que sí...

La verdad no. Así que creo que los tres, sí, los tres, Annie, Connie y yo, vamos a tener que colaborar para comprar otro sin que el encargado se entere.

Bonita forma de empezar a gastar nuestro aguinaldo.

...

—Compadre, si que tuviste suerte esta vez— dijo Sasha a Connie a través del micrófono del auricular del celular mientras jugaba AoT en la PC —¿sabes? quizá vaya a hacer lo mismo, no sé si pedirle a alguien compartir piso, así mis gastos se dividirían a la mitad

—Para así seguir tragando

—¡Connie!— protestó mientras le volaba la nuca a un titán —Bueno, para que te digo que no, si sí

Sasha se había comido dos paquetes de galletas de chocolate con crema de vainilla, sus favoritas, junto con un envase entero de leche chocolatada esa tarde. Debería agradecer no tener diabéticos ni obesos en su familia.

—En fin, lo que quería decirte es que, Connie— terminó su partida, tomándose una pausa —te mudaste con Annie... e Ymir. En el mismo edificio dónde vive Krista— Oyó el suspiro pesado de su mejor amigo a través del teléfono.

—Ah, no veo problemático eso, bueno, no demasiado. Pero, joder, que incómodo

—Connie, ojalá sea sólo eso, si se encuentran... por una parte me interesa saber que pasará. Sé de qué hablo

—Pues hablas como si se fuera a iniciar la Tercera Guerra Mundial

La chica suspiró. Los años en la Universidad habían terminado por afinar su natural perspicacia, buena, pero poco desarrollada hasta antes de terminar el colegio. Perspicacia de la que Connie carecía totalmente. Ella sabía todo acerca de Ymir, de parte de Connie, y le hacia darse cuenta que cargaba con algo desde aquel invierno de hace mucho.

Sintió una llamada entrante, y vio el contacto: Krista Lenz

—Bueno, tengo el presentimiento de que fue más rápido delo que imaginé

Oh rayos, creo que no tengo perdón esta vez. Pero al menos esto ya está hecho. ¿Alguien leyó el manga de este mes? Rayos, hasta ahora me duele y eso que no me considero realmente su fan -llora-

Nos vemos