Disclaimer: esto le pertenece a la llama del mal

Capítulo XIV

Intentar, una vez

Junio, 2010

»Allí hay manzanas con caramelo ¿No quieres?

»¡Sí, papá!

»Oye, no te enojes, podemos ganar el próximo…

»¡No me jodas, no me voy hasta ganar ese maldito peluche!

»Mejor vamos por algodón de azúcar

El ánimo exaltado de la gente pocas veces le resultaba chocante, en realidad, por muy hosca que aparentaba a simple vista. Con que no se metieran con ella estaba muy bien. Pero no era el caso aquella tarde.

¿En serio no quieres nada Ymir? Bueno, te lo pierdes— dijo su amigo al ver su cara de humor de perros—¡Conseguí el dulce que querías Sunny, ten!

¡Gracias Connie! ¡Martin, no te alejes mucho!

Harto de verla lamentándose en lo profundo de su habitación sin más compañía que la de sus libros y su videojuego, prácticamente la agarró y se la llevó a rastras a la feria con él y sus hermanos menores. No pudo correr la suerte de Annie, quien se escabulló. Seguro la narizona estaba de lo más relajada en su casa viendo algo en la PC. En realidad una parte de ella se lo agradecía por preocuparse, pero prefería que la dejaran en paz.

Así que ahí estaba Ymir, lamentándose allí, en lugar de lamentarse en su cuarto con toda la privacidad del mundo, porque por lo menos, estaba tranquila en su zona. Envidiaba a Connie y sus hermanos por primera vez, mientras Eskol si no estaba en el hospital, estaba con su familia, que se había agrandado con la llegada de su sobrino. Aunque para qué, no quería hablar de como el chico que le gustaba y con el que tenían algo parecido a un noviazgo la engañó.

Lo consideraba… tan patético.

Estaba ahí con una simple musculosa negra y apenas se había peinado, aunque su cabello tan lacio hacía menos evidente su desorden. Antes de llegar había visto ese reflejo en un escaparate; delgada, llevaba pantalones cortos y unos viejos calzados de lona. No le gustó, no le gustaba su reflejo desgarbado y poco voluptuoso, en pantalones cortos al menos. Si bien no tenía ánimos de arreglarse porque no quería salir, quería al menos tener un aspecto más decente, pero su desgraciado amigo cayó en su casa abruptamente.

Connie

¿Sí?

Dame dinero

El pequeño chico se le quedó viendo con una expresión extraña, sacado de onda.

Preguntaste si no quería nada

Se le quedó viendo fijamente, hasta que pareció que algo hizo un clic en su cabeza, y para su sorpresa, le dio un par de billetes.

Atáscate

Ymir levantó las cejas, pero sonrió petulante para que Connie no notara su asombro. Tomó el dinero y fue hacia uno de los puestos alejados a su derecha. El muchacho temió el infierno cuando un niño chocó contra ella, pero sólo se ganó un sonoro gruñido y siguió su camino.

Connie ¿por qué le diste dinero?— preguntó su hermana.

Iba a gastar si le compraba algo de todas formas— se encogió de hombros.

¿En serio está así por un chico?

Eh, sí

Qué animada es la vida adolescente…

Eh, sí…

Ymir dijo lo del dinero en broma y jamás imaginó que se lo daría, así que para estar sola por lo menos un rato y no ser una imbécil para su amigo aún más después de que le dio los billetes, por lo menos iba a aprovechar, aunque odiara el bullicio, sobre todo el buen humor veraniego de la gente. Así que se alejó bastante.

Tuvo suerte de que el vendedor de hotdogs fuera tan amable; mejoró aunque sea un poco su humor. Decía que le recordaba a su hija. Compró un delicioso par de ellos, con salsa picante que la hizo lagrimear(pero estaba malditamente rico) y consiguió dos paletas de helado de chocolate. Cuando consideró no ser tan imbécil en una feria y regresar con Connie luego de veinte minutos, se encontró a Sunny furiosa regañando a su hermano y a él, algo asustado.

¿Qué carajo pasó?— preguntó con molestia, justo ahora que había encontrado por lo menos algo con qué entretenerse en esa jodida noche.

¡Este idiota perdió a Martin!— dijo con exasperación.

Connor…— dijo Ymir.

¡Volteé un segundo y ya no estaba, chicas, por favor!

¡Mamá dijo que lo cuidaras!

Ymir pegó un gruñido lo suficientemente alto para que la escucharan, y volteó alejándose de ellos a grandes zancadas —¡Te haré el gran favor de buscar a tu hermanito, Connor!

Sólo le decían Connor cuando la situación estaba jodida y la chica estaba especialmente furiosa. Si había algo bueno en esa feria se había esfumado. Los dos chicos se dividieron para buscar al pequeño Martin. No entendía cómo se perdió tan fácilmente en una feria que ni siquiera era muy grande.

Aunque claro, Ymir ignoraba que no debía sentirse nada pequeña para un niño de su edad. Debía encontrarlo rápido, o su helado se derretiría.

Después de andar recorriendo el lugar, llamándolo, ya no sentía la feria tan pequeña como lo pensaba. El niño no estaba en ningún lado, y por primera vez empezó a preocuparse. El helado ya no le importó.

Como si Dios la hubiera iluminado, escuchó lloriqueos apagados por el ruido de la gente. Fue directo a ellos. Martin estaba ahí con una pequeña chica rubia que estaba agachada a su altura diciéndole algo. Se veía amable.

¡Por fin! ¡Martin!— lo llamó fuerte con cansancio, disimulando su alivio. Ambos se giraron a verla.

Si le preguntaran si alguna vez había admirado a una chica, ella hubiese hecho una cara rara y dicho "¿admirar qué?", le daban igual las ropas bonitas, femeninas, las siluetas y especialmente los rostros, algo impensable para otras chicas y su tendencia a decir a otras lo guapas que se veían. Y tal vez esa apatía hacia la apariencia de sus cóngeneres era palpable.

Ella siempre fue así.

Hasta esa noche.

12 de enero, 2018

Ymir despertó de un sueño raro de hace mil años, y sintió sus sienes retumbando como fiesta de sábado por la noche. Se puso boca arriba en su cama con pesadez.

Habían pasado dos días. Y con su malestar, supuso que sentirse como la mierda era su cosecha por ser una mierda. Se había escapado en medio de la fiesta con no recordaba cuántos Smirnoff encima. Tenía motivos de sobra para arrepentirse por haberlo hecho, no sólo porque al haber huido, había caído bajo hasta para ser ella.

Supuso que era justo sentirse de esa forma.

O quizá era lo mínimo que merecía. Bueno, esa pequeña voz en el fondo de su cerebro llamada consciencia gritaba aquello.

No habían pasado ni veinte minutos de haber llegado a la casa; estaba tan ebria que se durmió en el mismo lugar donde se dejó, literalmente, caer: el sofá. No recordaba en que momento se durmió, pero si se acordaba casi inmediatamente después de unas horribles náuseas con un dolor de cabeza que se precipitaron sobre ella y salió corriendo al baño donde casi arrojó hasta el estómago.

Fueron síntomas particularmente fuertes para una resaca, intuyó que quizá fuera porque no se emborrachaba hace mucho. Solamente por eso no se ganó un regaño monumental de Connie. Que su amigo no fuera alguien muy perceptivo ayudó por esa vez, porque creyó que había salido corriendo porque se sentía mal y no quiso arruinar el humor de esa noche.

Pero Annie, despiadada como era, si la regañó. Si la rubia la regañaba, era porque la había cagado de verdad. Fingió que no le importaba, dándose vuelta contra la pared de la habitación para no ver su cara, aunque creía que lo merecía. Tal vez pensaba que se lo merecía porque no sabía si arrepentirse o no de lo que había hecho. Bueno, ni ella se entendía.

—Le dije a Krista que te sentiste mal y por eso te fuiste

—Bueno, no es tan mentira

—Le dije que tuviste diarrea

—Puta madre Annie

—En vez de agradecer que mentí por ti— dijo lanzándole una almohada —o por ella…—terminó con un susurro que creyó que Ymir no escuchó.

Al día siguiente, un viernes, decidió que la resaca era muy fuerte para ir a trabajar.

—Hola jefe, discúlpeme, me sopló viento y no puedo mover mi columna

—¿Qué clase de excusa de mierda es esa, Fritz?— gruñó Levi al teléfono.

Las náuseas la acompañaron todo el día, casi hasta que sus amigos llegaron de trabajar. Annie casi creyó que su escape de anoche tuvo justa razón. El dolor de cabeza iba y venía. Y si, también volvió a vomitar. Pensar que antes iba a la universidad después de fiestas, fiestas que incomodaban, habiendo dormido cinco horas.

Esa noche las náuseas la abandonaron, pero no así la jaqueca.

Y esa mañana cuando despertó seguía ahí. Esperaba no haberse intoxicado; una vez comió una marca de salsa picante como si se tratara de mayonesa hasta que se intoxicó. Nada notable, lo único fue un dolor de cabeza, y ese dolor estuvo con ella una semana entera.

Aquel sábado desayunó ligero, decidió que si seguía así compraría medicación. Unas tres horas después, más o menos la jaqueca finalmente se fue.

—Te ves bien— fue todo lo que su amiga dijo al verla salir a la tienda. Por si era bastante malo sentirse mierda con Krista, Annie estaba… enfadada no era la palabra. En realidad si sentía algún tipo de preocupación hacia ella no iba más allá de la empatía que sentía por cualquier ser humano; su amiga no se había olvidado de lo que Krista accidentalmente le provocó. Lo más probable fuera que estuviese decepcionada pero de su cobardía y falta de responsabilidad. No resentía a Lenz, sólo vigilaba la tensa relación de las dos, que no la cagaran si era posible.

E Ymir dio muchos pasos para cagarla.

Le pareció escuchar un suspiro antes de cerrar la puerta. No quería regresar tan rápido al ambiente incómodo de la casa.

Vigiló bien toda el área de las escaleras. Debía andarse así por el edificio luego de saber quién vivía allí también.

No quería encuentros accidentales.

14 de enero, 2018

¿Y si los amigos de Lenz le habían echado alguna mala vibra por haberse escapado? Esa era la clase de tontería que Connie diría, pero no, no Ymir Fritz.

Unas náuseas leves aparecieron nuevamente en la noche del domingo. No cenó nada grasiento aunque su post resaca se lo pidiera a gritos, pero sí fideos con ajo y perejil. El ajo nunca le hizo nada. Con enfado, finalmente tomó medicación.

Al día siguiente las náuseas se volvieron dolor abdominal.

En efecto ya dio por sentado intoxicación. Debió haber sido aquella pizza, con aquel repartidor que no le daba mucha confianza. Ya no recordó cómo tratar una.

El trabajo estuvo tranquilo a pesar de aguantarse las feas miradas del jefe por faltar y Annie, coño, Annie que seguía con su actitud. Aunque la chica la miró raro al verla comer nuevamente algo liviano.

El leve dolor era suficientemente molesto y persistente como Krista en sus pensamientos.

Cuando acabó su turno, salió sin esperar a su amiga, diciendo que visitaría a su hermano y su familia pero era una gran mentira. Se despidió de ella con una frialdad apenas más acusada que la que tenía con Connie en la casa.

Ya tenía suficiente con su maldita consciencia como para soportarlos a ellos también.

«Pero te lo mereces» pensó algo en lo profundo de su mente.

Camino hasta el parque, sin importarle lo lejos que estaba y que el frío no le ayudaba al dolor ¿O tal vez si era mejor visitar a su hermano?

Estuvo por ahí unos minutos, se aburrió rápido de los niños riendo y jugando en el lugar. Su madre; que al igual que su padre venía del mismo país subtropical, el frío siempre le había parecido abominable y no le gustaba que sus hijos jugaran fuera de casa. Pero cuando Ymir tuvo alrededor de diez años, se dio por vencida. Por una vez, ella había conseguido de su madre algo que Eskol no.

El celular sonó estridentemente. Connie.

—¿Qué quieres?

—Hola Ymir ¿cómo estás?

—¿Qué quieres?

—¿No podrías por una vez en tu vida ser más cortés?

—Connie ¿qué quieres?

—Uff, contigo no puedo, bueno, creo que rompí algo… de Annie

Connie se leía como un libro abierto. Había estado algo seco con ella desde el cumpleaños y ahora era toda amabilidad. Su amigo seguía siendo sumamente predecible.

En otro momento, hubiera sonreído cruelmente: ver a Connie huir de la furia de Annie hubiera sido divertido, aún si tuviera que socorrerlo de algún modo para evitarla.

—Mierda ¿qué hiciste?

Resultó que Connie tiró el espejo de Annie accidentalmente. Echarle la culpa al gato no era factible, Annie lo colocó contra la pared lejos de cualquier lugar donde pudiera subir o saltar.

—No sé porqué te ayudo

Connie le rogó que comprara otro espejo y se rebuscara por uno lo más parecido posible. Empezó a llenarle el chat de fotos del espejo roto.

Lo de reponer lo roto no iba con Annie. Era muy posesiva con sus cosas. No le importaría el dinero, querría su mismo espejo de vuelta. Debía de tenerle miedo: le transfirió más dinero del que necesitaba. Con un bufido de pura molestia, se dirigió otra vez al centro de la ciudad. Debía ser rápida, su amiga no estaba en la casa.

No sabía si considerarlo un sobreesfuerzo tomando en cuenta su condición, había caminado mucho en el frío, que al igual que el dolor en el centro de su abdomen, se acrecentó. Ya Connie se lo resarciría. Había notado que caminar empezaba a ser molesto.

Y más molesto, y sentía más frío. No había tomado el medicamento, se olvidó.

Después de subir los escalones, Ymir se paralizó en medio de las escaleras del edificio. Dolía. Bastante. Se apoyó en la baranda unos segundos, y prosiguió.

Tragó saliva y quiso escabullirse, pero era tarde. Krista y Connie estaban conversando fuera de la casa, él estaba sudando y golpeando ligeramente el suelo con el pie nerviosamente, mirando fijamente las escaleras esperando su llegada. Por eso la visualizó enseguida, antes que la rubia, de no ser así, Ymir hubiera ido de vuelta a la parte baja del edificio a esperar que se fuera. Pero de todas forma el dolor no era un gran incentivo para quedarse esperando, sólo quería tomar el analgésico tirada en el sofá.

—Ymir ¡Me salvaste la vida!— exclamó Connie con tanto alivio como si fuera un náufrago encontrado por un barco. La joven arqueó una ceja.

—Bueno, no lo agradezcas

Al contrario que su amigo, ella se veía tan perfecta como siempre. Se había peinado con el cabello divido en la mitad, pareciéndose demasiado a su hermana. Dios tenía sus favoritos en definitiva.

—¡Hola Ymir!

—H-Hola, Krista— la mirada de la pecosa se apartó rápidamente, como siempre, parecía escaneándola. Pensó que su mirada parecía más fija desde el cumpleaños. Era o eso porque se daba cuenta que no se sentía bien.

Pero Connie aún no era consciente de eso último.

—¡Perfecto Ymir! ¡Se ve igual!— dijo sosteniendo el espejo como a un salvavidas en medio de una piscina profunda.

—Emm... ¿cómo estás?— preguntó —Annie me había dicho que…

Connie soltó un pequeño ruido, tratando de contener la risa, e Ymir de mirarlo con ojos como puñales. Recordó rapidísimo que acababa de salvarlo y no le convenía enojar a su salvadora, echó aire por la nariz poniendo la cara más profesional que pudo.

La chica evitó mirar a la rubia a la cara.

«No te rías, no te rías, no te rías, no te rías, no te rías»

—Estoybien— dijo demasiado rápido, sus dedos jugando con la hilacha de su manga como algo sumamente interesante.

«¿Qué es eso? Fritz por Dios, das pena» En serio ¿qué fue eso? Se suponía que Ymir tenía una buena capacidad para incomodar a la gente, no para incomodarse ella. Por primera vez desde que se encontraron, se sintió frente a Krista como un perro apaleado deseoso de esconderse y si ella se reía sería demasiado humillante. La tensión hizo que olvidara el dolor… un par de segundos. Maldita seas, Annie, pensó. Lo que sentía normalmente cerca de Krista era una mezcla de resentimiento, tristeza, cautela, y el cargo de consciencia de que ella no merecía que Ymir le tenga tanta negatividad; no la sensación de ser vil y cobarde.

—Te fuiste tan abruptamente que…

—Sí, sí, no quería incomodarte, sabes, no iría a tu… bueno, no es mi casa.

—No escribiste

Si no oyó mal, había cierto reproche apenas perceptible en su voz. Y sabía muy que ese reproche era muy, muy profundo. Tragó saliva y esperaba que no se percatara de eso.

Seguro que lo haría; no le quitaba la aguda mirada de encima. Casi esperaba gritos de su parte, aunque sabía que ella no lo haría, pero se lo merecía, se lo merecía tanto. Era un perro apaleado. Tenía el estómago revuelto.

Comenzó a sudar, sentía mucho frío.

—Medabavergüenza— «Se supone que eres una perra Ymir, siempre te lo dijeron, y lo tomaste porque te gustaba ¿la perra donde está ahora?» Al menos no mentía, sentía de verdad vergüenza de haberse ido, y de todas formas era una excusa válida: si eso realmente hubiera ocurrido estaba segura de que no querer mostrar la cara ni a sus malditos amigos. Era como se comportaría una persona orgullosa.

Tomando en cuenta esto, esperaba que la excusa funcionara.

El dolor empeoró. Sonrió como si alguien le estirara los labios.

—Y no tengo tu número de todas formas— se encogió de hombros.

—Eh— dijo Connie, casi olvidaron que estaba allí —Voy a guardar el espejo, ya vuelvo

La rubia dio un suspiro casi tembloroso que le hizo levantar las cejas.

—Y estaba borracha, demasiado borracha— por lo menos eso tampoco era una mentira. De repente, se sintió estúpida. Bueno desde ese día vivía maldiciéndose por haberlo sido, pero lo de ahora era bien diferente, tan refrescante como una revelación: recordó que estaba ebria. Y los ebrios eran estúpidos. Y susceptibles. Tan susceptible al bajonazo de la situación y huyó.

Se embriagó sin darse cuenta ¿o no? Pero sobria no se hubiera ido. Aún así no quería pensar en qué hubiera hecho; ya que siempre lo arruinaba todo.

El dolor casi le hizo dar una mueca, llevó una mano al dolor que se estaba moviendo en su abdomen como si estuviera palpándolo tranquilamente.

—Bueno— parecía que quería decir tantas cosas pero a juzgar por su expresión que hizo sentir a Ymir como una cucaracha, no lo hizo porque sería sacar problemas a la situación. No le resultó a Fritz mucho consuelo —¿cómo que te daba vergüenza?

—Soy una estúpida… digo ¿a ti no?

—Ymir…

—Bebí tanto que la resaca casi me mató, oye…

—Se nota, te ves terrible— le dijo con una condescencia cuestionable.

—¿Sí, verdad?— Annie hizo acto de presencia sobresaltándolas, miró a una y luego a la otra en dos segundos sin que nadie supiera qué estaba pensando —los tipos con diarrea durante días siempre se ven horribles, pero ahora te ves espectacularmente horrible, no estabas así en el trabajo

Si no hubiera tenido que soportar la tensión con ella en la casa y el trabajo hubiera agradecido que apareciera, sin embargo la irritación de su presencia se le atoró en la garganta. No quería saber nada de las dos.

—Ya déjame— sonó más brusca de lo que hubiera querido. Tenía suficiente sintiéndose tan baja por sí misma sumado al dolor que tenía para que alguien le recordara esa bajeza. Fue rápidamente a abrir la puerta de la casa para alejarse de ellas.

Pero de repente se detuvo frente a ella.

Recordó que su conducta, el escabullirse, su hostilidad, le había llevado a ese gran dilema hasta con sus amigos. Con su amiga. Soltó aire por la nariz, abrió la puerta. No la quería cagar al menos en ese instante. Se dio la vuelta hacia ambas chicas.

—Ah, bien, no quiero que se enfríen. Entren— les dio la espalda para abrir la puerta.

—Se veía verde… — escuchó a Annie susurrar. Al parecer a Krista. Levantó una ceja.

Nuestra chica, Ymir, es complicada. Está abrumada y es inmadura, como veremos intentará no dejarse llevar tanto por sus emociones y su dolor, y tratar de no darle dolores en la cabeza a sus seres queridos o de la posibilidad de herirlos, como con Krista. No lo dejará totalmente de hacer de la noche a la mañana, por razones que aún no eché por acá, es simplemente una muestra, pequeña pero significativa.

Hasta acá. Chicos, yo los amo muchísimo. En serio. Muy en serio. No los merezco. Si se habían olvidado del fic, pues, sería justo, los abandoné demasiado tiempo. Será difícil compensarles todos estos dos años, pero lo intentaré, porque son demasiado geniales. Les agradezco demasiado por los reviews y que el fic les guste tanto.

Cuídense y no dejen de usar mascarillas, que los quiero vivos. Nos vemos