DISCLAIMER: Nada de esto me pertenece. Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a EvieBaby. Yo solo me adjudico la traducción.
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Capítulo beteado por Yanina Barboza, beta de Élite Fanfiction (www facebook com/ groups/ elite .fanfiction)
Capítulo 9: Amanecer
—Luces más feliz —dijo Esme.
Mi mano pausó a la mitad del montón de mantas tejidas a mano que estaba viendo y mis ojos fueron al rostro de mi madre a mi lado.
—Lo estoy —admití.
Asentí, y sabía que estaba intentando no hacer más preguntas. De cualquier modo, podía ver en sus pensamientos que era muy mala en esconder lo mucho que últimamente se había preocupado por mí.
El metal sonó y rechinó mientras su mano se movía por un cajón de cosas de lata para muebles y armarios. Estaba buscando algo que quedara bien con un escritorio del periodo eduardiano que estaba restaurando. Esme se sentía en casa aquí. La tienda de antigüedades estaba lo suficientemente llena hoy como para que la amable pareja que la atendía tuviera más cosas que hacer que estar alrededor en caso de que una de sus mejores clientas necesitara algo.
—Bella parece más feliz, también.
Asentí en acuerdo. Lo esperaba, y parecía ser así, para mi enorme alivio.
Sonrió. Sus pensamientos fueron hacia las cosas de lata mientras recuerdos incompletos de una conversación que había tenido con Carlisle acerca de mí hacía unas cuantas semanas pasaban por su mente. A Esme no le gustaba lo poco que estaba sonriendo. Carlisle dijo que nunca había sido de los que sonríen mucho.
Hasta que llegó Bella, había añadido Esme como una advertencia.
Pero Carlisle señaló que aún era propenso a la melancolía, con o sin Bella.
Mi chico tan serio, me había llamado Esme.
¿Era serio? ¿Melancólico? Suponía que sí, pero Esme había tenido razón, Bella hizo una diferencia.
—Mi vida es buena, y soy feliz, Esme —le dije. Luego mis labios se alzaron—. Incluso si soy serio.
Golpeó juguetonamente mi brazo, pero sabía que no le molestaba que leyera sus pensamientos. Alzó una manija con incrustaciones de porcelana y la inspeccionó para sus propósitos. Al final la regresó al cajón y ella siguió buscando.
—Eres serio porque te preocupas. Siempre estás consciente de los otros a tu alrededor, cómo las palabras y las acciones los afectan. Es una de tus mejores cualidades.
Mi sonrisa se volvió sarcástica.
—Esa no es mi personalidad. Es mi don. —Señalé mi cabeza.
Pero Esme no iba a ceder.
—Si no fuera tu personalidad, no tendrías ese don en particular en primer lugar.
Miré hacia otro lado, moviéndome incómodo.
—Me da gusto —dijo—, que la chica que encontraste te haga feliz, e incluso más que ella te mire de la forma en la que sé que lo mereces.
No había forma de responder a eso. Esme tenía una visión de madre, pero sabía que no había justificación para la manera en la que Bella me miraba.
Incluso aunque no dije nada, ella sabía hacia donde se habían ido mis pensamientos.
—¿No estás de acuerdo?
Sacudí la cabeza.
—No dije eso.
Esme soltó una baja y musical risa.
—No tuviste que hacerlo. Pero estás equivocado, Bella te mira de la forma adecuada. No eres un villano, Edward.
—No soy un héroe, tampoco —dije, metiendo mis puños a los bolsillos de mi chaqueta.
Quería tocarme, pero se contuvo de hacerlo. Odiaba lo abatida que lucía mi postura en sus ojos, así que moví mis hombros para quitarles la tensión.
»He hecho muchas cosas malas —señalé.
Recuerdos de mí llegando a casa, a ella, con ojos rojos pasaron por su mente, incluyendo una noche particularmente espantosa en donde había derramado la sangre de mi víctima por todo el suelo de su cocina y había intentado lastimarme. Por supuesto, eso era imposible. La sed era demasiado fuerte después de vivir a base de sangre humana por años, y estaba comenzando a perder las esperanzas de lograrlo de nuevo. Carlisle se alejó, demasiado agobiado como para saber qué hacer, dejando la pequeña casa en el acantilado por varias horas. Pero Esme se había quedado. Me abrazó, sin rastro de reprobación o decepción en ella. La sed nunca había sido fácil para ella tampoco, y me amaba incondicionalmente.
—Lo recuerdo —dijo en voz baja—. Lo recuerdo todo. Desde la primera noche que te fuiste de casa.
El esposo humano de Esme, el que la había golpeado, acosado y aterrorizado, el que la hubiera matado si ella no se hubiera suicidado, él fue mi primer asesinato. Rasgué su garganta y bebí cada gota de su sangre llena de alcohol. Podía decir que fue para proteger a cualquier otra mujer con la que se involucrara en el futuro. Para ese punto Esme estaba más que lejos de él. Pero sabía que solo había sido venganza, un castigo por todo lo que él le había hecho a mi nueva madre.
Su brazo pasó alrededor de mis rígidos hombros cuando decidió que no podía contenerse.
—Sé que tú y Carlisle se apegan a una visión estrecha de la moralidad, pero nunca he visto las cosas de la forma en la que ustedes dos lo hacen. Estaba agradecida de saber que Charles ya no estaba allá afuera intentando encontrarme, de que no lastimaría a nadie más. Y estoy segura de que todas las personas vulnerables a las que protegiste se sintieron de la misma manera cuando los monstruos en sus vidas desaparecieron. —Besó mi mejilla y acarició mi cabello cuando no la miré—. No estoy diciendo que no estuvo mal. Solo estoy diciendo que veo una diferencia entre tu pasado sangriento y el de otros. Lo dejaré con eso.
Me quedé tenso y en silencio mientras Esme volvía a buscar por el cajón de lata. Más que nada, era para darme espacio emocional. Sabía lo sensibles que esos recuerdos eran para mí. Quería dejar el tema, pero sentí que le debía algo.
—Mamá.
Eso llamó su atención de inmediato. Usualmente la llamaba por su nombre, pero algunas veces no se sentía apropiado.
»Lo lamento. Y gracias. Ese fue un mal momento —con todas mis abstinencias y recaídas—, especialmente… especialmente esa noche. Te hice pasar por mucho, pero no sé qué habría hecho sin ti.
Sus ojos se suavizaron.
—Volviste a nosotros. Eso es todo lo que pedía.
—Solo digo… sé que fue demasiado para ti. Aún estabas acostumbrándote a tu nueva vida con Carlisle, y yo seguía haciendo las cosas difíciles.
Con eso ella me sonrió con afecto.
—Sabía en lo que me metía. Mi nueva vida no solo era con Carlisle.
Tragué.
»¿Qué? ¿Pensaste que solo me enamoré del apuesto doctor? ¿No del chico perdido, solitario y lleno de enojo que necesitaba una madre tanto como yo necesitaba ser madre? —Tocó mi mejilla—. Tú me salvaste, también.
La abracé, no había otra cosa por hacer.
Las cosas estuvieron sombrías después de eso, pero cómodas. Esme tenía una forma de hacer que todo yo, incluso las cosas que me avergonzaban, fueran visibles. Y me amaba de cualquier forma. Solo Bella podía hacerlo mejor. No merecía un amor tan ciego de ninguna de las dos, pero por lo menos daba mi mejor esfuerzo para no decepcionar a ninguna de las dos.
Por alguna razón, no me sentía tan tenso o taciturno como quizá lo había esperado. Pensar en los años en los que me rebelé contra Carlisle y fui asesinando de ciudad en ciudad, o el difícil periodo de reconciliación y rehabilitación cuando volví a casa, usualmente me ponía debajo de una nube negra que me seguía por días. Pero parecía ser que yo me sentía más resiliente.
—Es Bella —dijo Alice, su cabeza descansando en mi hombro.
Se había encontrado con nosotros en la tienda de antigüedades casi diez minutos atrás cargando cuatro enormes bolsas llenas de zapatos de diseñador y me encontró recargado contra la pared. Estaba esperando a que Esme decidiera comprar o no un armario español colonial con un poco de daño por agua en un lado. Viendo que estaríamos aquí por un rato, Alice se había sentado junto a mí. Había esperado una fascinante historia de cómo había arrasado con el distrito de la moda durante toda la tarde, pero parecía que Alice había estado monitoreándome a mí y mis decisiones mientras estaba lejos. Había estado haciendo eso últimamente, desde esa noche en Port Angeles.
Entonces, Alice había visto mi conversación con Esme.
—Bella te ha estado ayudando a de verdad lidiar con las cosas. Las mismas cosas aún te duelen, o te hacen entrar en pánico, o lo que sea, pero sales de eso más rápido. No pasas tanto tiempo perdido. Así es como se siente de verdad sanar, procesar los complejos, psicológicamente.
Bufé.
—No estoy seguro de que eso sea cierto.
—Por supuesto que es cierto —dijo Alice con ligereza—. Todo por lo que estás pasando con Bella está ayudando, y lo sabes.
Moviéndome un poco, dije:
—No tienes que seguir revisando mi futuro, ¿sabes? Bella y yo estamos bien.
—Por el momento.
Nos sentamos en silencio, escuchando a Esme regatear en el otro lado de la tienda.
—¿Fue tan malo? —pregunté—. ¿Lo que viste en tus visiones?
Había explicado, después de que comenzó a hablarme de nuevo, que no se había alejado porque estuviera molesta conmigo. O, no solo porque estaba molesta. Más que nada, se había preocupado acerca de cómo reaccionaría si veía las visiones que estaba teniendo. Hasta ahora había hecho un buen trabajo en no pensar en ellas conmigo alrededor.
Mucho después de que había asumido que no iba a contestar, dijo:
—Quizá no.
Eso me sorprendió.
—¿Qué?
—No eran apocalípticas o algo así —confesó—. Pero fueron lo suficiente como para asustarme, y definitivamente lo suficiente como para asustarte. Tú y Bella son mi familia, no quería correr el riesgo.
Comprendía eso.
—En ese caso —dije pesadamente—, estoy feliz de que Bella y yo estemos del otro lado.
—También yo. —Alice suspiró. Enderezándose y estirándose, inclinó la cabeza hacia la dirección en donde estaba Esme—. ¿Debería decirle que si compra esta cosa, Emmett la va a romper pensando que hay un compartimento secreto en uno de los cajones?
La risa salió de mí cuando vi la visión. Emmett solo rompería un pequeño pedazo primero, pero luego empeoraría la situación más y más al tratar de arreglarlo.
—Podrá repararlo, ¿no? —dije.
Obedientemente, Alice revisó. Todas sus visiones mostraban a Esme siendo capaz de finalizar la restauración sin importar lo que Emmett hiciera.
—En ese caso —dije—, ¿qué sería de la vida sin las sorpresas?
Alice sonrió, un brillo molesto de sabiduría en sus ojos.
—Estoy de acuerdo.
—¿Qué? —pregunté con cautela.
Sacudió la cabeza.
—Nada. Es solo que de verdad te va a gustar el regalo de cumpleaños que Bella te va a dar. —Algo acerca de la forma en la que dijo las palabras me hizo pensar que se refería a algo sexual.
—¡Alice! Deja de mirar nuestra vida amorosa.
Rodó los ojos.
—Mojigato.
Intenté sacarme de la cabeza las palabras de Alice tanto como fuera posible, pero no tuve mucho éxito. ¿Qué podría estar planeando Bella? ¿Quería saberlo? Un par de días después, obtuve mi respuesta.
—Tengo una propuesta —anunció Bella. El sol se había puesto, nuestra hija estaba dormida, y ella apenas se me había unido en la sala para nuestra cita nocturna de lectura usando una sencilla blusa y un par de shorts azules de seda.
—¿Qué tienes en mente? —Lo intenté, pero no pude alejar mis ojos de sus piernas desnudas y de los shorts que abrazaban sus caderas y muslos. De inmediato me invadió la sospecha de que estaba a punto de ser seducido. Después de que Bella lo hubiera señalado, no podía evitar notar que sí intentaba usar azul para mí, especialmente cuando estaba buscando ser llevada a la cama.
Sería lindo poder decir que esa táctica tan simple y obvia no funcionaba conmigo, pero por supuesto que lo hacía. Nunca había sido parcial hacia el color azul, por lo menos, no que hubiera notado, hasta que lo vi en Bella, complementando perfectamente su piel, sus ojos, su cabello. Estos días, era peor porque no era solamente que se veía bien. Lo estaba haciendo a propósito, enviándome una señal, un código secreto. Una invitación.
Mi necesitada polla se alzó, esclava de su condicionamiento Pavloviano.
—Un tipo diferente de juego. —Dio un paso hacia delante, directamente frente a mí, y confirmó mis sospechas al alzar su blusa por encima de su cabeza y dejarla caer al suelo. Sin sostén debajo, solo piel cremosa y pezones rosados. Observé las líneas de su elegante cuello y clavícula, la curva de su cintura, la forma en la que su cabello largo y sedoso caía por encima de sus hombros—. Dijiste que disfrutabas la idea de mí estando semidesnuda, que lo estuviera todo el tiempo.
En este punto no sabía si esa era una afirmación que requiriera una respuesta o no. De cualquier modo, no era capaz de formular una además de la mirada lujuriosa que le estaba dando.
»Entonces —continuó Bella—, estaba pensando que quizá podríamos intentar eso.
Después de un momento, fui capaz de procesar lo que estaba sugiriendo.
—¿Esta noche?
Se encogió de hombros.
—Estaba pensando por una semana, ¿tal vez? De aquí hasta tu cumpleaños. Ver qué nos parece.
Me quedé atónito.
—Bella, eso no es…
—No todo el día, por supuesto —interrumpió, tranquilizándome—. Solo cuando estemos solos. —Y luego me dio esa sonrisa que era mitad tímida, mitad sucia—. Siempre que estemos solos.
Mis pantalones estaban dolorosamente apretados, pero el resto de mí aún no estaba convencido.
—Nos atraparán.
Bella rodó los ojos.
—No lo harán. Me avisarás si alguien viene, y me cubriré. —Señaló hacia su exquisita desnudez—. De otro modo, estaré así, y eres libre de mirar, tocar, apretar, lamer, chupar, lo que sea que quieras.
Gemí. No sabía si era por exasperación o excitación.
—Bella…
Sonrió.
—Feliz cumpleaños, Edward.
Mi reacción disciplinada fue negarme. Esto era irresponsable. Todo en mi crianza decía que esto era impropio. Bella era una persona y sus pechos eran una parte natural y funcional de su cuerpo, no simples objetos de belleza o juguetes para mi beneficio. Ella era mi esposa, y como tal merecía mi respeto en todo momento; no debería tener que lidiar con mis miradas lujuriosas y manos exploradoras todo el tiempo. Pero, santo Dios, lo que estaba sugiriendo sonaba terriblemente sexy. Además, no lo estaba ofreciendo solo por mí. Podía ver en sus pupilas dilatadas y sus dedos temblorosos que este juego la excitaba también.
Así que, dije que sí.
Bella se unió a mí en el sillón con su libro para nuestra cita nocturna de lectura como cualquier otra noche, tan casual como siempre. No duré mucho antes de comenzar a tocarla, menos de dos minutos, si soy honesto. Ambos seguimos sujetando nuestros libros y mirando las páginas, pero en este punto solo eran de utilería. Estaba cien por ciento enfocado en los pechos de Bella. Lo lindos y sexys que eran, cómo se sentían en mis manos. ¿Y los pequeños ruidos que Bella seguía haciendo? ¿La forma en la que contenía el aliento y luego soltaba pequeños jadeos? ¿Sus gemidos y movimientos involuntarios? Enloquecedores. En veinte minutos, estaba sobre ella, dentro de ella.
Después, se mantuvo desnuda, pero acurrucada a mi lado, descansó su cabeza en mi hombro, y tomó su libro una vez más. Un par de minutos después, estaba tocándola de nuevo. Todo esto era tan caliente, no podía evitarlo. Después de venirme dentro de ella por segunda vez, dejé de fingir que de verdad iba a leer y amé su cuerpo en la alfombra hasta la mañana.
Tenía planes con Emmett al mediodía, pero el saber que si me quedaba en casa, Bella se pasearía sin sostén toda la tarde, fue suficiente para cancelarle. Me acusó de estar atado a ella y tenía razón. Atado y tan caliente que prácticamente estaba montando su pierna mientras ella intentaba lavar un poco de ropa. Sus pezones eran demasiado tentadores y descubrí que le gustaba cuando los mordisqueaba o tiraba de ellos con mis dientes, por supuesto, mientras más fuerte mejor para mi amada masoquista. Antes de saberlo, terminé poniéndola encima de la lavadora y chupando su clítoris por un ciclo de lavado entero.
Uno podría pensar que teniendo acceso casi constante a los pechos desnudos de Bella por una semana entera, sería mejor en controlarme o que la novedad se agotaría pronto. Pero no. De algún modo se volvió peor. No solo mis manos se iban directo a acariciar en cualquier momento que estuviéramos solos y ella estuviera semidesnuda, sino que comencé a hacerlo algunas veces cuando ella estaba vestida y otras personas estaban cerca. No mirándonos, por supuesto, nunca eso. Pero alrededor, en la otra habitación. Sin pensarlo, mis manos se deslizaban bajo su top y hacia arriba. Después de que me quejé una vez de que su sostén estaba en medio, ella dejó de molestarse por usarlos en lo absoluto. No hubo esperanza para mí después de eso. Intentó ocultar que no estaba usando uno al elegir cuidadosamente su ropa, supongo que por su propio sentido de modestia y en beneficio de otras personas. No tuve el corazón para decirle que esos pezones tentadores y un movimiento hipnótico aún eran ligeramente visibles para alguien que estuviera prestando la suficiente atención.
Y yo era extraordinariamente atento.
En mi defensa, no eran solamente sus pechos los que me atraían. Las curvas de todo su torso eran tan lindas, su piel tan suave. Obsesivamente trazaba y besaba sus hombros desnudos, su esternón, estudiaba la forma en la que su cabello caía y se deslizaba por su piel. Amaba la sensación de mi nariz trazando un camino hacia su columna, y luego mis labios, y luego mi lengua. Tenía cosquillas en el estómago, y los besos ahí siempre la hacían soltar unas risitas y gemir al mismo tiempo, incluso cuando iba a un ritmo deliberadamente sensual. Descubrí lo mucho que a Bella le gustaba que le acariciara las costillas y la cintura. La mitad del tiempo que subía su playera, mis manos ni siquiera llegaban a sus pezones. En su lugar, pasaba las puntas de mis dedos por los costados y la parte trasera de sus costillas, sin que el sostén me detuviera, y luego moldeaba mis manos a su forma, pasando lentamente de arriba abajo de los huesos de su cadera a los costados de sus pechos. Bella pronto se derretiría contra mí cada vez y descansaría su cabeza contra mi pecho.
Más de una vez, mis caricias la llevaban a pedir por un orgasmo.
—Pensé que más que nada esto sería para ti —confesó en el cuarto día, con un tono de irritación en su voz mientras jadeaba—. Pero, por supuesto, no puedes dejar de priorizar mi placer ni por cinco minutos. Eres ridículo y estás volviéndome loca. Esto es un juego previo sin parar, ¿sabes? Y destruiste casi todos mis sostenes, y ahora estás arruinando toda mi ropa interior.
Con sus palabras, mi erección saltó, atrapada en mis jeans.
La tenía acorralada en el sofá de la ventana que usaba para leer por las mañanas. "Villette" de Charlote Brontë se había caído entre unas almohadas y en el alfeizar hacía unos minutos cuando cerré de golpe las cortinas. No confiaba en mí como para monitorear si alguien se acercaba cuando estaba en este estado.
—Se suponía que este juego te convertiría a ti en un pervertido insaciable, ¡no a mí! —acusó Bella.
Me reí con incredulidad.
—¿Crees que no me estoy comportando como un pervertido insaciable? Porque estoy malditamente seguro de que sí.
Gimoteó cuando enterré mi rostro en su cuello y deslicé mis manos por sus muslos y debajo de su falda. Pasé mi dedo índice alrededor del par de bragas, sí, absolutamente empapadas y tiré de ellas. Tembló en mis brazos mientras el encaje francés se deslizaba por la piel de sus piernas.
Bella suspiró.
—Es solo que… se suponía que esto era para ti.
Separé sus rodillas con fuerza y me posicioné entre ellas. Una sonrisa se formó en mis labios mientras abría mis jeans. Me incliné y, frente a frente, la acorralé contra el sofá.
—Créeme, Bella, amor —gruñí mientras enterraba mi polla dentro de ella—, esto definitivamente es por mí.
¿Cómo era posible que no pudiera ver lo que estaba pasando aquí? Había estado constantemente sobre ella. Incluso la había sacado de una noche de juegos familiar en la casa grande y la había follado en el baño de invitados con mi mano por encima de su boca para evitar que sus gritos hicieran eco por la casa. Había pasado todo mi tiempo libre esta semana con ella, siguiéndola como un cachorro enamorado y saltando sobre ella cada segundo que estábamos solos. Apostaría que el niño promedio de trece años tenía más control sobre su cuerpo que yo en estos momentos.
Al contrario, comenzaba a preocuparme de que estuviera llevando demasiado lejos las cosas. Bella era, en sus propias palabras, "un demonio en celo", pero ciertamente debía estar poniendo a prueba los límites de su apetitito y durabilidad. Por supuesto. Así que, imagina mi sorpresa cuando, en la mañana de mi cumpleaños, la descubrí masturbándose. Los planes de cacería que tenía con Carlisle se interrumpieron cuando una emergencia médica lo llevó al hospital, así que llegué a casa horas antes de lo que ella esperaba.
El sol saliendo por el horizonte creaba rayos de luz que atravesaban las cortinas y la cama. Estaba reproduciendo la grabación que le había dado en su cumpleaños dieciocho de mis composiciones de piano y estaba desnuda en nuestra cama deshecha, justo como la había dejado hacía una hora. Sus ojos estaban cerrados y mordía su labio en concentración. Su mano derecha estaba acariciando su garganta y la izquierda no estaba a la vista por debajo de la sábana, pero por el movimiento de sus caderas, no había duda de lo que estaba haciendo. No escuchó que me acerqué, no al inicio, y quizá fue porque estaba justo al borde de un orgasmo. Había visto esa expresión en su rostro muchas veces. Estaba casi ahí y moviéndose con ferocidad para llegar a ese límite.
Parado en la puerta, mirándola, sufrí una gran cantidad de emociones. Mi primer pensamiento fue lo increíblemente sexy que era. Mi segundo fue consternación de que de algún modo, de algún modo, ella aún quería más después de todo lo que le había dado durante la última semana. Su apetito sexual era una locura. O quizá… quizá había una razón por la que tanto de mí aún la había dejado queriendo más. Quizá no era más lo que quería, sino algo diferente. Quizá estaba pensando en alguien más. Quiero decir, ya había indicado que no hacía eso, pero nunca lo había dicho al cien por ciento, y si… bueno, estaba perfectamente bien, por supuesto. Solo porque yo no quería a nadie más que a ella, eso no significaba que… era normal, la mayoría de las personas pensaba en alguien más que sus parejas de vez en cuando y no hacía ningún daño. Fantasear no era lo mismo que llevar a cabo esos deseos, y oh, Dios, ahora estaba dándome ánimos acerca de estas cosas.
En este punto, el sonido ahogado que hizo mi garganta alertó a Bella de mi presencia. Sus ojos se abrieron de golpe, luego se ensancharon. Se movió y apresuró a subir la sábana por su cuerpo, y sus ojos lucían, bueno, culpables.
Pero luego vi su cuello y todo cobró sentido. Por supuesto que no estaba pensando en alguien más, estaba siendo ridículo. Estaba escuchando mi música, por el amor de Dios. Del lado izquierdo de su cuello, cinco profundas huellas de uñas estaban en su piel. Una de ellas lucía lo suficientemente profunda como para haber perforado la piel, pero las marcas estaban desapareciendo, sanando ante mis ojos. No había estado acariciando su cuello, sino arañándolo. ¿Quizá para simular la sensación de los dientes…?
—Edward…
Me aclaré la garganta y entré a la habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Bella estaba aferrando la sábana contra su pecho, con las rodillas juntas, cuando me senté en la cama frente a ella. Podía olernos en las sábanas por nuestra noche de hacer el amor, y la dulzura fresca de su reciente excitación era una esencia tan fuerte que hizo que mi polla se removiera. Su cabello estaba más que desordenado y ahora solo estaba enredado y salvajemente despeinado alrededor de su hermoso rostro.
—Bella —dije, mi voz baja—. ¿Estabas pensando en mí mordiéndote?
Hizo una mueca y asintió.
No sabía que una media sonrisa iba a aparecer en mis labios hasta que ya estaba ahí.
»Tocándote mientras fantaseas que te muerdo. —Chasqueé los dientes hacia ella y se relajó visiblemente. La reacción que había esperado no era la que estaba teniendo—. Pensé que no hacías eso —dije ligeramente.
—No solía hacerlo. No cuando era humana —se defendió, y luego añadió entre dientes—: Por lo menos, no a propósito.
Mis cejas se alzaron.
»Hablamos de eso recientemente. Más de una vez, ya no es un secreto. Y sí, realmente me excita. —Se encogió de hombros, pero fue un movimiento tenso—. Entonces, algunas veces quizá fantaseo con eso.
Quería reconfortarla. En su lugar dije:
—Pensé que no tenías nuevas fantasías.
Gimió y exhaló con frustración.
—Dame un respiro, Edward. Técnicamente no es nueva, y ambos sabemos que este ha sido un tema sensible. Estás trabajando en cómo te sientes, y no quiero presionarte o que creas que espero algo de ti.
Estudiándola, tragué.
—No tienes que ocultarme cosas, Bella.
Su mirada fue a mi rostro y luego hacia abajo.
—¿Para que puedas convencerte de morderme sin importar si estás listo o de que siquiera lo deseas en primer lugar?
—Bella.
—Haces eso, Edward. Todo por mí. Todo por hacerme feliz. Especialmente ahora que renuncié a mi humanidad para estar contigo, ¿cierto?
Mi mandíbula se tensó.
Acarició su rostro, su anillo de boda brillando hacia mí con el movimiento.
—Lo lamento, Edward. Tienes razón. Debería hablar contigo acerca de estas cosas.
Elegí mis palabras con cuidado.
—Puedo ver por qué quizá sientes duda.
Bella me miró por un momento y luego una dudosa sonrisa apareció en su rostro.
—Estás intentando demasiado ser el maduro acerca de esto.
—Soy el maduro. —Estaba bromeando, y Bella bufó, pero había aprendido una dura lección acerca de sacar mis frustraciones con Bella. No iba a hacerla pasar por eso de nuevo—. Entonces —dije—, ¿demasiado?
—¿Demasiado qué?
—¿Fantaseas demasiado acerca de que te muerda el cuello?
Podía ver su batalla interna en sus ojos, pero finalmente admitió:
—Sí. Últimamente, sí. Y algunas veces pienso en ti mordiéndome en otros lugares, también.
Eso me sorprendió.
—¿En dónde? —pregunté antes de considerar si de verdad quería saberlo o no.
Ya no me estaba mirando.
—No lo sé, la parte interna de mis muslos, mis pechos, mis muñecas. Donde sea. Dejaría que me mordieras en cualquier lado.
Santa mierda.
Por un momento me congelé, completamente sorprendido, consciente solamente de la respuesta de mi cuerpo. Santa. Mierda.
Jugó con sus uñas, arruinando la manicura que Alice la había obligado a dejarse hacer el fin de semana.
—Sería más fácil decirte estas cosas si no lucieras tan escandalizado cada vez.
Parpadeé.
—Escandalizado no es la palabra que usaría.
Bufó.
—Bella —dije con calma y esperé a que me mirara—. No estoy escandalizado. No es lo que esto es.
—¿Entonces qué es? —Su tono era escéptico, pero luego notó el impacto de sus palabras en la parte frontal de mis pantalones y su mandíbula cayó.
Quizá me hubiera reído por su expresión si no hubiera estado tan incómodo. La reacción de mi cuerpo era fuerte y clara, pero aún lo encontraba inquietante.
—Quizá estoy un poco escandalizado.
Bella tragó, sus ojos fijos en mi erección.
—¿Por lo que estaba pensando o porque estaba tocándome mientras lo pensaba?
—Ambas —admití a regañadientes. Y luego solté sin pensar—: Pensé que te estaba dando suficiente.
La atención de Bella volvió a mi rostro.
—¡Por supuesto que sí lo hiciste! Lo haces. Edward, esta semana ha sido increíble. De verdad, quizá la mejor idea que haya tenido. Pero siempre me masturbo, sin importar cuánto sexo estemos teniendo.
Esto era una novedad.
»¿Tú no?
Las palabras se atoraron en mi garganta.
»No, no lo haces —concluyó Bella, sus ojos suavizándose.
Fingí despreocupación.
—No hay necesidad, de verdad.
—No es cosa de necesidad. —Bella sonrió, ligeramente tímida—. Es divertido.
Eso me hizo sonreír. La idea de ella haciendo esto solo porque era divertido era… placentero. Bella tenía un talento para tomar cosas que eran difíciles para mí y hacerlas ver ligeras.
—Y me ayuda a pensar en cosas. Procesar por lo que estoy pasando, esa clase de cosas. —Su voz de balbuceo estaba saliendo—. No dormimos o soñamos. No lloramos. No podemos embriagarnos. El sexo es una de las pocas maneras en las que deliberadamente podemos liberar la tensión acumulada. Cuando lo hago sola, puedo pensar en cosas que me preocupan o molestan, convertirlas en escenarios. Me ayuda a descubrir cómo me siento en verdad, y hace que sea más fácil soltar emociones que me están invadiendo. Me masturbo mucho más ahora de lo que lo hacía cuando era humana.
Lo que estaba diciendo tenía sentido, y no era sorprendente que se sintiera de esta forma dado lo que habíamos hablado el día que empacamos su vieja habitación. Aun así, honestamente, la idea nunca se me había ocurrido.
—Supongo que no lo hago con la frecuencia suficiente como para haberlo notado.
Bella mordió su labio.
—¿Qué tan frecuente? —preguntó en voz baja.
Dudé.
—¿Cuántas veces en…? —Pero Bella dejó de hablar de repente. Quizá era algo que finalmente vio en mi expresión.
Después de un incómodo silencio, finalmente musité una respuesta.
—Siete.
—¿Siete? —dijo—. ¿Veces a la semana? ¿En un mes?
No sé por qué me sentía inquieto y avergonzado.
—En total.
Bella jadeó y de algún modo lo melodramático de eso rompió la tensión y me hizo reír.
—Sabes, Bella, sería más fácil decirte estas cosas si no lucieras tan escandalizada.
Lucía avergonzada, pero se rio también. Decidida, presionó por una explicación.
—¿Siete veces en total? ¿Total, total?
Forcé una sonrisa.
—Desde que me convertí en vampiro, sí. Cuando era humano —me encogí de hombros—, quién sabe. No lo recuerdo.
—Siete veces en noventa años —susurró tanto para ella como para mí.
—No es la gran cosa.
Me miró con perspicacia.
—Por supuesto. Si no querías hacerlo, está perfectamente bien. Pero… si querías hacerlo, sabes que está bien, ¿cierto? No hay nada malo o equivocado acerca de tocarte.
—Sí, lo sé —dije con facilidad.
Ninguno de los dos lo creyó.
Me miró moverme por un momento, y luego señaló que me acercara con una sonrisa afectuosa. Me moví en la cama y me reacomodé de modo que estuviéramos sentados lado a lado. Estaba sorprendido y al mismo tiempo no cuando se estiró por la cremallera de mis pantalones. Besó mi mejilla mientras gentilmente sacaba mi polla. Estaba semidura de momento, pero se ponía más y más interesada en lo que estaba pasando con cada segundo.
Pero luego, la soltó.
El entendimiento llegó a mí cuando alzó mi mano de la cama, dejó un poco de lubricante en mi palma de la botella en el buró, y la puso en mi regazo.
—Bella…
—Estoy aquí —dijo—. ¿Realmente es masturbación si alguien más está contigo?
Bufé.
»Además —continuó—, sabes que me encanta mirar.
Mi polla saltó bajo mi mano. Estaba recordando su fantasía del baile de graduación.
Parecía que ella lo estaba haciendo, también.
—Ten. —Su sonrisa era malvada mientras levantaba las sábanas, revelando su cuerpo desnudo ante mí—. Algo para que mires, como la última vez.
Su belleza era tan maravillosa, por un momento solo la miré. Se estiró para mis ojos. La luz del sol creaba un cálido brillo por su piel. Su cabello salvaje y su usado coño, aún goteando con mi semilla de hacía un rato, solo la hacían más tentadora. Con un gemido, mis dedos se cerraron alrededor de mi longitud.
Cuando inicialmente no me moví, ofreció un poco de aliento. Así que me moví, de arriba abajo. A diferencia de la última vez, en el asiento trasero de mi auto, no estaba al límite explotar o más allá de la consciencia. Esto era diferente. Estaba excitado, pero ni cerca de perder la cabeza. Lo que significaba que mi mente divagaría, se concentraría en lo incómodo de la situación. Lo patético que era que mi esposa estuviera tomando mi mano, figurativamente, mientras acariciaba mi polla.
Me detuve.
—Bella, no creo que esto esté funcionando.
Alzó una ceja hacia mí.
—Y yo creo que estás pensado demasiado.
Probablemente. Suspiré.
—Preferiría hacerte el amor.
—Bueno, te estás masturbando, así que es una pena.
Me reí.
—Pensé que no era realmente una masturbación porque estás aquí conmigo.
—Los dos sabemos que esa era una mentira descarada para hacer que un roto chico católico se sintiera mejor.
Me reí más fuerte. Ella tenía un don para esto, tomar las cosas que me molestaban, que me llevaban por un camino de autodesprecio, y voltearlas, quitándoles su poder. Siempre me tomaba por sorpresa, lo repentino que podía hacerme olvidar que era un monstruo y hacerme sentir como una persona.
Bella arqueó sensualmente la espalda y volvió a centrar su atención en el tema.
—¿Qué es lo que quieres hacerme?
Mi sonrisa era tierna.
—Te lo dije. Quiero hacerte el amor.
—Bueno, no estoy aquí —dijo con firmeza—. Soy un recuerdo o una fotografía en una revista, y estás solo y caliente. Entonces, ¿qué es lo que quieres hacerme?
¿Para ser honesto?
—Más que nada, quiero besarte.
Bella cubrió sus ojos con sus manos en frustración, gimiendo y riendo.
—Deja de ser adorable y déjame ayudarte a que te masturbes.
Su alegría era contagiosa y la sonrisa en mi rostro no podía irse.
—Tú preguntaste y te respondí. Los besos son importantes. Necesito sentir que sabes que te amo y que cuidaré de ti. Sexual y emocionalmente. Besarte ayuda con eso. Y, bueno... quizá también lo necesito, saber que no solamente estás haciendo cosas conmigo porque se siente bien. Es… es más fácil para mí ponerme duro cuando… bueno… como ahora.
Me sentía cohibido al mencionar el hecho de que sentirme amado por ella era una de las maneras más rápidas y efectivas para excitarme, pero no tenía caso negarlo en este punto. Mis ojos fueron hacia mi regazo y ella vio lo que quería decir. Estaba completamente erecto.
Muchas emociones pasaron por su expresión, y lucía ligeramente abrumada.
—¿Qué estás pensando? —pregunté.
Sacudió la cabeza y me dio una suave sonrisa.
—Solo que soy muy afortunada, es todo.
Sus palabras me hicieron sentir una calidez.
—Entonces —susurró—, dime cómo me besarías.
Lo hice. Fue más un parloteo, saltando de una idea a la otra. La verdad era que quería besarla y tocarla en todos lados. Le hablé de eso, de anhelo en anhelo. Lentamente, mi mano comenzó a moverse de nuevo en mi polla.
—Bella, necesito besarte de verdad.
—Bueno, no estoy aquí. Solo estás pensando en mí.
Ignoró mi gruñido de frustración.
—¿Cómo se siente? —preguntó.
—¿Qué?
Bella asintió hacia mi mano.
—Dime cómo se siente. Descríbelo.
Por un momento, me quedé mudo. Parecía como una petición tan rara, pero mientras intenté contestarla, me di cuenta del porqué quizá la había hecho. Apenas había estado poniendo atención a lo que estaba haciendo porque estaba completamente enfocado en ella. Ahora era consciente de la tensión en mi mano, la fuerza de mi agarre, la fricción de piel contra piel. El movimiento avivó el placer, manteniéndolo mientras crecía. Era extraño estar pensando en esto, estar mirando los movimientos de mi mano y la cabeza de mi polla caer y moverse mientras me acariciaba.
—Usualmente voy tan rápido como puedo para terminar con esto.
—Eso es horrible —dijo Bella con desaprobación.
—Nunca antes he hecho esto. Es extraño estar mirando mientras yo…
—¿De verdad? —murmuró Bella—. Me encanta mirar tu polla, especialmente cuando están jugando con ella. Ver la forma en la que se tensa contra tu mano. Tan impaciente. ¿El músculo en la parte inferior tensándose de esa forma? Significa que tus bolas están apretándose y retorciéndose.
Tenía razón. Ninguno de los dos podía verlo porque mi polla apenas podía verse a través de mi bóxer y mis pantalones abiertos. Pero podía sentir que pasaba mientras ella hablaba. No era sorprendente, en verdad, que ella conociera tan bien mi cuerpo.
—No hay líquido pre-seminal aún —dijo—, pero estás casi ahí. Puedo escuchar el cambio en tu respiración y la piel en la cabeza está tan estirada.
Por un momento, ninguno de los dos habló mientras observábamos mi mano moverse hacia arriba. Y abajo. Y arriba.
—Jesús, esto es tan caliente —murmuró—. Tus manos son mucho más sexys que las mías.
Eso dependía de quien opinara.
»Mira lo grande que es tu mano, lo poderosa que es —suspiró con anhelo—. Pasa tu pulgar por la cabeza, justo por encima de la abertura.
Pausé.
»Confía en mí.
En mi siguiente movimiento, hice lo que sugirió, recordando la forma en la que su toque se sentía cuando hacía esto para mí. La sensación de mi pulgar por el agujero envió una ola de placer por toda mi longitud. Gemí. Gotas de líquido pre-seminal cayeron y se deslizaron hacia abajo, mojando mis dedos mientras se movían. Más le siguieron.
—Imagíname lamiendo eso —dijo Bella en mi oído—. Imagínalo. Sabes cómo se siente mi lengua.
Dudé, pero no pude evitar hacer justo lo que pidió. Gemí de nuevo.
»Ahora imagíname presionando mis pechos contra tu polla. Estoy tomando el izquierdo y pasando el duro pezón por la parte inferior de tu longitud y por encima de la cabeza.
Maldición, Bella era sexy.
Involuntariamente, mis ojos dejaron mi cuerpo y encontraron el suyo. Su maravilloso esplendor desnudo. Mierda, ella era perfecta. Me volvía loco.
—¿Qué es lo que quieres hacerme, Edward?
—Quiero follarte —gruñí.
Se le atoró el aliento. Luego vi sus muslos juntarse.
—No —ordené—. Sepáralos. Mantén tus piernas abiertas para mí.
Gimoteó mientras obedecía, sus caderas alzándose. Y ahí estaba, rosada y abierta y escurriendo con mi semilla. Mía.
—Eres mía, Bella.
—Sí —coincidió sin aliento—. Tuya.
Mis ojos pasaron hambrientos por su cuerpo, acariciándome con rudeza. Luego, mi mirada cayó en su cuello. Su hermoso, glorioso cuello. Las medias lunas de sus uñas ya no se veían, pero la que casi había atravesado su piel aún estaba sanando. Llevó mi mente a lugares muy oscuros.
Gemí. No debía pensar en eso.
—No debería.
Bella debió haberme estado observando de cerca para ver hacia dónde se había ido mi atención.
—Puedes, Edward. —Arqueó su cuello expuesto hacia mí—. Adelante. Puedes pensar en eso. Estamos en nuestra habitación, en nuestra cama. Nos amamos, nadie además de nosotros lo sabrá, y está bien, puedes hacerlo.
Un sonido bestial salió de mi garganta mientas colapsaba en ella, rompiendo las reglas del juego. Enterré mi rostro en su cuello y empujé mi cuerpo contra el de ella. Abrí mi boca y presioné mis dientes contra su garganta. Escuché su jadeo. Mi mano estaba en un frenesí, acariciando mi polla más duro de lo que lo hubiera hecho antes mientras mis caderas chocaban contra ella.
Era mía. Su garganta estaba abierta, su sangre corriendo hacia mí, llenándome, completándome. No estaba matándola, estaba tomándola. Marcándola, dejando mis dientes ahí, tatuados en su piel. Mía.
Me vine, gimiendo y gruñendo en sus brazos. Descarga tras descarga tras descarga salió de mí. Pareció ser eterno, hasta que no tuve más, y aun así mi polla siguió temblando en mi mano, un éxtasis eléctrico pasando por todo mi cuerpo. Mi visión se puso en blanco y mi piel vibraba con la intensidad de las sensaciones.
Los dedos de Bella estaban acariciando el cabello en mi sien. Cuando la vergüenza y el pánico llegaron por lo que acababa de hacer y por lo que me había imaginado mientras lo hacía, sintió mis músculos tensarse contra ella.
—Te tengo, Edward. Te tengo —susurró calmante—. Solo somos nosotros. Estás bien.
A pesar de mí mismo, algo de mi frialdad y desagrado salió de mí. Para evitar mirar sus ojos por otro poco, vi el desastre, y vaya que era un desastre. Había lanzado hilos de semen por su torso, pintando sus pechos, su estómago y coño con líneas blancas. No pude evitar pensar que era desagradable para ella, y aun así la imagen se grabó en mi cerebro como supremamente erótica.
—Lo sé —la escuché decir—. Tan caliente.
Estaba equivocado. Pero luego, recordé cómo había querido que me masturbara en su coño desnudo y su vestido de graduación arrugado. Tragué.
—Edward —dijo suavemente—, necesito… —Su mano se movió para tocarse.
Por supuesto. Se había estado masturbando, a punto del orgasmo, cuando entré. Y luego habíamos hecho un juego para mí. Había tenido demasiada estimulación y ni una liberación.
Atrapé su mano en la mía y la llevé a mis labios. Finalmente me encontré con sus ojos.
—No, me encargaré de ti, cariño. —Besé su muñeca y me puse de pie para quitarme la ropa.
Sonrió mientras veía.
—¿Puedo tener tu polla dentro de mí? —preguntó con timidez—. ¿O es demasiado pronto?
No necesitaba mucho en cuestión de un periodo refractario. Un orgasmo así de intenso solo limitaría mi habilidad de venirme por un rato, pero no lo necesitaba, solo necesitaba ponerme lo suficientemente duro para darle el clímax que desesperadamente necesitaba y absolutamente merecía. Podía hacer eso.
—Puedes tener mi polla —prometí mientras mis pantalones y mi bóxer golpeaban el suelo.
Se mordió el labio e hizo un pequeño ruido de placer.
—Abre tus piernas para mí, Bella.
Obedeció de inmediato. Incluso estiró los brazos por encima de su cabeza, completamente abierta y vulnerable y esperando por mí. Temblando con anticipación y ya marcada con mi semilla. Era la cosa más bella en el mundo.
Subí a la cama encima de ella, entre sus piernas. Su pelvis ya estaba yendo hacia arriba con impaciencia. No tenía sentido hacerla esperar. Miré su cuerpo temblar bajo el mío mientras empujaba mi erección dentro de ella. Gimió y se aferró a la cabecera por encima de ella.
—Sujétame —pidió, tan bajo que sabía que había sido difícil para ella pedirlo.
Mi expresión era dulce mientras juntaba sus muñecas y las sujetaba con fuerza contra la cama con una mano. Chilló y alzó las caderas. Mi otra mano viajó entre nuestros cuerpos mientras comenzaba a embestir. Mi pulgar pasaba por su piel y sabía que estaba frotando mi semen por su clítoris mientras hacía círculos, presionaba y retorcía. Mis embestidas eran controladas y suaves, pero sus movimientos eran frenéticos y violentos, sus gemidos demasiado altos para esta hora de la mañana. La besé para silenciarlos.
Mordió mi labio, fuerte. Gemí.
Bella estaba acelerando y escalando este encuentro, haciéndome repensar si podría o no venirme de nuevo tan pronto. Jesús, era un desastre lascivo. Por mí. Solo por mí.
—Edward —jadeó entre besos con la boca abierta—. Por favor.
Hubiera pedido por una aclaración, pero ladeó la cabeza y presentó su cuello hacia mí.
—Por favor.
Mi polla pulsó dentro de su húmedo y apretado calor e, imposiblemente, casi me vine. Mierda.
No sería justo negarle algo, no después de lo que yo había hecho por mi placer. Mis labios bajaron a su garganta expuesta. Besé sensualmente su piel, y luego abrí la boca. Tracé la curva de su cuello con mis dientes, pasando las afiladas puntas por su dulce piel, bajando hacia la unión de su cuello y su hombro. Ahí, presioné mi mordida en su suave piel, apenas evitando romper su piel.
Se volvió loca debajo de mí, moviéndose y jadeando con una ferocidad que me quitó el aliento. Sus gemidos se escucharon por las paredes. Su coño se convulsionó a mi alrededor, sacando un orgasmo de mi polla ya exhausta y sobreestimulada. Gruñí y gemí ante la eufórica agonía hasta que sus espasmos se calmaron.
Jadeó mientras se recuperaba.
—Oh por Dios… —Su voz se quebró—. Edward… eso fue…
Liberé sus muñecas y acaricié su mandíbula.
—Lo sé.
—Eso fue…
—Lo sé.
Sintió mi cuerpo moverse encima de ella y debió haber pensado que me quitaría de ella.
—No —aferró mi bíceps—. Quédate.
Por "quédate" sabía que se refería a que me quedara dentro de ella.
—Lo haré. —Acunándola en mis brazos, gentilmente nos giré de modo que estuviera acostado y ella encima de mí. Desde su transformación, sabía que mi peso no la lastimaría, y también sabía que no le molestaba, pero quería abrazarla.
Suspiró satisfecha contra mi pecho.
—Gracias, Edward. Eso significó mucho para mí.
Una cálida sonrisa se apoderó de mis labios y besé su cabeza.
—Gracias, Bella.
—¿Por el seminario de masturbación?
Reí.
—Y todo lo demás.
—No escucho a Nessie despierta. Está dormida aún, ¿verdad? Sus latidos son firmes y suena que está en su habitación.
Revisé.
—Sí, está dormida. Soñando incluso.
Bella se rio.
—¿Cómo? Fuimos muy ruidosos.
Mi respuesta fue un gruñido evasivo. No me importaba cómo. Solo estaba agradecido.
—¿Cómo estuvo tu excursión de caza con Carlisle? —preguntó, la respiración calmada ahora, relajada—. ¿Está todo bien? Regresaste temprano a casa.
—Lo llamaron al hospital. —Estaba pasando mis dedos por su espalda.
—Eso apesta.
Sonreí.
—No me molesta cómo terminaron las cosas.
Nos quedamos en silencio por varios largos minutos. Las sombras en la habitación se fueron mientras el sol salía por completo y abrazaba a mi esposa.
Cuando Bella finalmente habló, su voz era tentativa.
—Edward… probablemente deberíamos hablar acerca de lo que acaba de pasar.
Mis dedos apretaron su agarre contra su piel. Encontré el valor y solté mi respuesta.
—Lo sé, Bella. También lo quiero de verdad.
Estamos por llegar al final de esta historia, solo nos queda 1 capítulo y el epílogo :c
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