A veces no viene mal un poquito de dramione suave, un regalo para los que creen que la Navidad es mágica.
Gracias por todos vuestros comentarios, vuestros likes, por seguir la historia. Cuando decidí seguir el OS inicial nunca pensé que llegaría hasta aquí, porque no tenía muy claro adónde me llevaban los personajes. Aunque sigo sin tenerlo claro del todo, aquí estamos así que gracias por estar conmigo capítulo a capítulo.
Besos y abrazos
Aj
Feliz Navidad
Cuando Hermione consiguió despertarse eran las cuatro de la tarde.
Abriendo los ojos como platos, saltó de la cama ignorando los gruñidos de Draco, que estaba profundamente dormido y se vistió con lo primero que encontró, saliendo apresuradamente del dormitorio.
¡Era Nochebuena! Y no había hecho absolutamente nada.
Cogió su varita y bajó corriendo a las cocinas para pedir ayuda a lo elfos quienes, pese a estar liberados, seguían trabajando todos los días del año. Algunos sí querían sus momentos libres e incluso el salario que venía con el puesto, pero por ahora, la gran mayoría ni siquiera pensaba en alejarse a dos metros de la casa en la que servían.
Felices de tener algo que hacer, ellos se apresuraron a preparar la cena y ella los dejó trajinando en las cocinas con la seguridad de que encontraría todo un buffet en el pasillo a la hora prevista.
Regresó al Lugar Seguro y escribió cartas a todos sus amigos antes de sentarse frente al televisor que no habían podido activar el día anterior y pelearse con distintos conjuros y hechizos hasta que, frustrada, decidió pedir ayuda al señor Weasley.
Garabateó una nota a Draco por si se despertaba, se puso unos vaqueros y un jersey de cuello vuelto y bajó hasta la chimenea para utilizar la red flú.
Apenas unos segundos después aparecía en La Madriguera.
Sonrió con cariño.
Era un caos tan fantástico como siempre.
Molly, Andrómeda, Fleur, Angelina y Charlie estaban en la cocina, éste último trataba de quitarle un par de canapés a su cuñada quien maldijo bruscamente en francés y le dio en la cabeza con una espátula.
George acunaba a la pequeña Molly, mientras Fred II, Victoire y Dominique correteaban persiguiendo a Teddy por el salón.
—¡Niños! — chilló Ginny cuando Victoire la golpeó en las rodillas casi haciéndola caer.
—Chicos por aquí —Bill les abrió la puerta del jardín y todos salieron por allí haciendo que la estancia quedara mucho más confortable sin aquellos gritos infantiles.
—¿Dónde está Ron?
Harry entró por la misma puerta por la que habían salido los pequeños, besó a Ginny en la mejilla y ella dio un respingo porque seguramente sus labios estaban congelados.
—Arriba —respondió Percy que bajaba en ese momento las escaleras.
—¡Hermione! —Ginny la vio y corrió a abrazarla — ¿Has cambiado de idea? ¿Te vas a quedar? Oh di que sí, mamá estará feliz. Además hoy va a ser un día especial —dijo con un brillo en los ojos.
—¿Vais a dar la noticia?
—Las noticias —susurró su amiga.
—¿Dos? —Hermione la miró parpadeando confundida.
Ginny le enseñó la mano en la que un anillo de pedida brillaba orgulloso en su dedo anular.
—¡Ginny!
La abrazó con verdadera alegría.
—Ya era hora —dijo con una risita.
—Bueno, ahora dejaré el equipo —respondió tocándose la tripa —así que va a ser algo rápido. ¿Cuento contigo verdad?
—Para todo —respondió con una sonrisa.
—¿Entonces te quedarás? ¿Y Malfoy?
—No puedo quedarme — El rostro de Ginny se desinfló un poco —pero quería saludar, además me gustaría hablar con tu padre.
—¿Papá? Creo que está fuera en su garaje.
—Perfecto. No tardaré.
Saludó a los Weasley que fue encontrando en su camino y buscó a Arthur.
Una hora después había conseguido toda la información que necesitaba para poner en marcha la televisión sin infringir las leyes del Departamento del Uso Indebido de la Magia.
—¿Dónde crees que vas, señorita?
Hermione cerró los ojos y pensó que si utilizara un deprimo en la alfombra sobre la que se encontraba quizás apareciera en Colombia y de ese modo no tendría que enfrentarse a la señora Weasley quien, con las manos en las caderas, la mira con cara de pocos amigos.
—Hola Molly —probó con su sonrisa más angelical.
—¿Hola Molly? ¡Hermione! —Abrió los brazos y la estrujó apretándola contra su mullido torso — ¿Acaso piensas irte? No lo puedo permitir, trae a ese novio Malfoy que te has echado y pasar con nosotros la noche ¿Cómo vais a estar solos? No no, es tiempo de estar en familia, tiempo de estar todos juntos ¿Verdad Andrómeda?
La mujer, elegante y tan hermosa como Narcisa, aunque mucho menos altiva, asintió con una sonrisa algo más reservada.
—Sí, creo que va siendo hora de que conozca a mi sobrino —alzó una perfecta ceja castaña.
—Yo… —Hermione se vio de pronto rodeada por todo aquel enorme clan de pelirrojos y allegados — no lo sé… quizás… podría ir y hablar con él.
Tenía que conseguir salir de allí, si lograba irse y volver al Lugar Seguro podría mandar una lechuza con una disculpa después.
—De eso nada —replicó Ginny alegremente —de aquí no te vas.
—Pero ¿Cómo voy a traer a Draco si no me marcho, Ginny? —preguntó ella con paciencia.
—Le escribes —dijo Ron que bajaba con Harry —¿Qué es lo peor que puede pasar? —preguntó sonriendo — ¿Qué no venga? —se encogió de hombros dando un golpe en el brazo a Harry.
—Chicos —dijo mirándoles, esperando que le echaran una mano.
Ron siguió sonriendo con aquella cara de bobalicón y Harry le regaló una sonrisa fugaz antes de hacer un gesto de rendición con las manos.
—Ellos son mucho más numerosos, Hermione
—Además, Ginny entrelazó el brazo con el de ella — hemos invitado a Pansy y a Blaise… después de todo no es momento para estar solos ¿No crees? Tal vez si le dices eso a Malfoy se sentirá menos incómodo.
Hermione resopló y decidió que lo único que podía hacer era escribir la maldita carta y esperar el mejor momento para huir de allí porque, algo le decía que Draco no iría por su propio pie.
Cuando Draco se levantó Hermione no estaba. Leyó el pergamino que le había dejado sobre la mesa y se comió una tostada mientras echaba un vistazo al pensadero muggle que Hermione había estado colocando. Lo cierto es que por más vueltas a su alrededor que dio y por más cosas que apretó, eso no hizo absolutamente nada.
Un poco decepcionado se dio una ducha y buscó algo que ponerse. Pensó en ir a San Mungo pero quizás no era el mejor momento porque, mucho se temía, si llegaba tarde a Nochebuena, Hermione le mataría.
Estaba eligiendo una túnica para la ocasión cuando llegó la carta.
Los Weasley me han secuestrado. Por favor Draco, tienes que venir. Quieren que pasemos aquí la Nochebuena, también Pansy y Blaise.
Sé que no era el plan que más te apetecía pero te necesito.
Harry dice que a las seis te espera en la puerta de la mansión. ¿Puedes traer los regalos? ¿Y el vestido verde que me regaló Pansy? No me dejan salir de aquí.
Hermione.
Draco puso los ojos en blanco y gruñó con molestia.
Malditas comadrejas. ¿Por qué se le había ocurrido ir a la comadrejera justamente ese día?
Él no quería ir.
No, no iría. Pasaría la noche allí en casa él solo. ¿A quién le importaba?
Se acercó a la mesa con paso firme, cogió un trozo de pergamino y apoyó en él la pluma.
Volvió a leer la carta de reojo.
Tienes que venir.
Te necesito.
Maldita fuera una y mil veces.
Te necesito.
Tragando con fuerza guardó de nuevo la pluma, arrugó el papel y se levantó con brusquedad maldiciendo en voz alta.
Realmente estaba jodido. Estaba muy jodido en realidad.
Suspirando fue hacia la habitación, buscó los regalos utilizando un hechizo porque sabía que ella los había escondido, sacó el vestido y metió todo lo que pensó que podría necesitar en una bolsa.
Después, viendo que faltaban cuatro minutos para que llegara Potter, garabateó una colorida amenaza a Blaise, exigiéndole que movieran sus culos a la casa de Weasley y que no le dejaran pasar por aquello solo y se apareció en la entrada dónde el auror ya estaba esperándole con una sonrisa burlona.
—¿Sabes Malfoy? —dijo sujetándole por la manga de la túnica —si no fuera porque el desiluminador me dijo todo lo que necesitaba saber… esto habría sido prueba suficiente.
—¿A qué te refieres? —preguntó con incomodidad.
—Nada… quizás algún día te lo cuente.
Cuando aparecieron en aquella extraña casa inclinada y construida a trozos que parecía una tarta mal hecha y a punto de desmoronarse, Draco pensó que había llegado al infierno.
Nada más poner un pie en el jardín… si es que aquello podía llamarse jardín ya que, en su opinión era más bien un trozo de campo lleno de hierbajos cerrado con una verja, lo primero que vio o, más bien sintió, fue la cabeza de un niño hundida contra su estómago.
—¿Qué demonios? —gimió dolorido sujetando aquellos pequeños hombros con ambas manos.
—¡Que me pillan! ¡Que me pillan! ¡Suéltame!
Se retorció de su agarre y, sacándole la lengua su pelo cambió de castaño a rubio albino y volvió a echar a correr. Sorprendido, Draco le siguió con la mirada dando la espalda a la caterva de críos que pasó tras él, todos empujándole y golpeándole sin piedad.
—¿Qué son? —preguntó
Harry rió y le golpeó el hombro con camaradería.
—Niños, Malfoy. Parece que nunca hubieras visto niños.
—No así —dijo horrorizado — parecen gnomos de jardín enrabietados.
Potter solo se encogió de hombros y abrió camino hasta la puerta de la cocina.
Si los niños le habían parecido a Draco gnomos con mala leche, lo que había dentro de aquella casa era algo salido de sus más íntimas pesadillas.
Si entrar en Sortilegios Weasley era acceder a un mundo de gritos, gente, murmullo, ruido y risas, entran en la casa de los Weasley no era muy diferente.
Todos hablaban y se respondían a la vez, gritaban, silbaban, reían… Un asalto a los sentidos en toda regla.
En la cocina, una señora pelirroja que sin lugar a dudas era la madre de aquella tribu, daba órdenes con un cucharón en la mano a una rubia que Draco recordaba del Torneo de los Tres Magos, a otra mujer que no había visto en su vida y a la esposa de George Weasley contra la que había jugado al quidditch en Hogwarts. Un par de pelirrojos estaban de espaldas y parecían estar comiéndose algo que no debían porque otro de ellos, el estirado del Ministerio, les reñía con la nariz en alto y mirada crítica.
Pansy, bendita fuera por no dejarle solo, estaba muy quieta, al lado de la señora Weasley, como si tratara de mimetizarse con la pared en un vano intento de que olvidaran su presencia, algo imposible teniendo en cuenta que la comadreja menor ya se acercaba con una enorme bandeja en la mano para pedir ayuda con la mesa.
Potter pasó a su lado, zigzagueó en medio de aquel caos como si lo hubiera hecho cientos de veces y desapareció por la puerta de la derecha.
Bien, no parecía tan difícil ¿Verdad? Él podía hacer lo mismo, había sido buscador durante sus años de escuela, rápido, ligero, hábil… dio un paso que fue rápidamente interceptado por George Weasley.
—Mira nada más lo que ha traído la Nochebuena —dio un mordisco a una zanahoria y le guiñó un ojo divertido —¿Qué te trae por aquí, Malfoy? ¿Buscas a alguien? —elevó y bajó las cejas sin perder la sonrisa burlona que adornaba su cara.
—¿Así que tú eres el hurón botador?
Un pelirrojo grande como un armario de cuatro puertas se acercó a él con los brazos cruzados y una ceja arqueada.
—Ehhh —se preguntó si sería poco educado mandarle a la mierda sin saber si quiera su nombre.
—Bienvenido, Malfoy —dijo el Weasley repelente con aire petulante
—Ehh… gracias — su locuacidad iba de mal en peor.
—¡Por fin! —unos brazos mullidos le rodearon y Draco se vio engullido en un maternal abrazo —¿Por qué no querías venir? —La señora Weasley le zarandeó con una beatífica sonrisa —menos mal que has cambiado de idea —continuó feliz, como si no hubieran secuestrado a Hermione para chantajearle hasta que hiciera lo que ellos querían.
La miró con verdadero asombro. Aquella mujer podría haber dado clases al mismísimo Lord Tenebroso, realmente le había coaccionado para que hiciera lo que quería, había raptado a Hermione para extorsionarle y todo con una sonrisa y sudando corazones por cada poro.
—Pero ven por aquí, querido —seguía diciendo la buena mujer tirando de él hacia el otro lado de la cocina —ahora te llevaré con Hermione, está entretenida con la pequeña Molly, es la última bebé de la familia ¿Sabes? La hija de Percy y Audrey. Por aquí, sígueme —esquivaron un sofá sobre el que unas agujas estaban tricotando, una estantería en la dos libros parecían estar teniendo una lucha a vida o muerte y una silla con algún tipo de encantamiento que estaba dando pequeños botes alrededor de una mesa de café —un momento, querido —¡George Weasley trae tu trasero aquí ahora mismo! —perdona —le sonrió con bondad — ¡George! ¿Qué es lo que pasa contigo? ¡Eres un adulto! ¡Merlín eres padre! ¡Cualquier esperaría que hubieras empezado a comportarte!
—Sí mamá —respondió el pelirrojo agachando la mirada con fingido arrepentimiento.
Hizo que la silla dejara de saltar, guiñó un ojo a Malfoy y se marchó, mirando hacia atrás por encima del hombro y encantando el mueblo de nuevo cuando su madre se giró.
—Creo que no os conocéis —La señor Weasley le señaló a una mujer que estaba poniendo la mesa con elegantes movimientos de varita —tu tía, Andrómeda Tonks.
Draco se quedó congelado.
Sabía quién era, obviamente había oído hablar de su tía. En murmullos bajos o discretos susurros y en fieros insultos sobre su traición. Conocía su nombre, los motivos que la llevaron a dejar la familia y las razones de que su cara fuera quemada del árbol genealógico de los Black, igual que su primo, igual que lo sería él si la guerra no hubiera terminado con todo aquello.
Pero nunca la había visto. Jamás.
Y verla fue como si alguien le hubiera dado un puñetazo en pleno plexo solar.
Era como si alguien hubiera devuelto a la vida a su difunta y demente tía.
Aquella mujer que le miraba sin parpadear, tenía el rostro de Bellatrix Lestrange, pero le miraba con los ojos de Narcisa.
—De modo que tú eres Draco —dijo ella con la pronunciación clara y educada de la alta sociedad pero sin el desdén o la altivez propias de ellos —el hijo de Cissy.
Draco asintió porque era incapaz de encontrar la voz.
Odió a su tía Bella con toda su alma, tanto como había odiado a Voldemort, pero amaba a su madre con todo su corazón, su madre, que continuaba entre la vida y la muerte en un limbo desconocido mientras él seguía sin encontrar la cura a su estado.
Y ahora aparecía ella, con esos ojos que tanto amaba, una parte de Narcisa y otra parte de Bellatrix ¿Quién era Andrómeda Tonks?¿Qué podía decirle a una desconocida con los ojos de su madre a la que nunca antes había visto?
Hablar de la mancha familiar que ambos habían resultado ser no parecía muy propio ¿Verdad?
—Te pareces mucho a tu padre —volvió a hablar ella cuando terminó de poner la mesa.
—Y tú a tu hermana —dijo con más brusquedad de la que pretendía sin poder ocultar del todo un estremecimiento.
La mujer solamente sonrió.
—Por tu tono supongo que te refieres a mi hermana mayor —con elegancia hizo volar las copas y las fue colocando suavemente en cada puesto de la enorme mesa —sí, Bella y yo nos parecíamos mucho… al menos físicamente, me alegra no haber compartido otras cosas con ella.
—¿Como la demencia? —masculló Draco entre dientes.
La bruja rió y esa risa alegre y cristalina le hizo soltar el aire que no sabía que había estado conteniendo.
No, no era Bella. Bella nunca se había reído así, con esa suavidad, con esas carcajadas limpias y sinceras.
—Oh querido. La demencia, por desgracia, era algo demasiado común en la familia Black —encogió un hombro y empezó a colocar unas guirnaldas y algo de muérdago —fue una suerte conocer a Ted —su sonrisa se hizo triste pero el amor en sus ojos era casi palpable —un hijo de muggles, como bien sabes.
—Parece que ya hemos encontrado algo en lo que nos parecemos —espetó él con ironía.
Su tía volvió a reír.
—Sí… eso he leído. Dime, Draco Malfoy ¿Es cierto lo que dice El Profeta? ¿Ha elegido el hijo de mi hermana pequeña a una hija de muggles por encima de todas esas sangre pura que quería tu padre para ti?
Él la miró con una ceja arqueada ¿Por qué iba a tener que darle explicaciones a aquella señora a la que no había visto en toda su puta vida? Estuvo a punto de mandarla al cuerno e irse a buscar a Hermione pero algo en sus ojos le hizo detenerse, un reto, una provocación, como si le desafiara a hablar, a decir la verdad.
—¿De verdad crees que estaría aquí si no fuera cierto?
La bruja rió de nuevo y Draco sintió que había pasado una prueba, aunque no tenía claro qué clase de prueba había sido.
—¡Abuela! ¡Abuela!
El niño que había chocado contra él cuando llegó entró a la sala a la carrera, aún con el pelo del mismo color que el de Draco.
—Hola mi amor —se agachó un poco para recibirlo en sus brazos y le besó la coronilla —vaya, por el color de tu pelo, querido, veo que has conocido a mi sobrino.
—¿Tu sobrino?
El niño le miró con repentino interés y algo de vergüenza al reconocerlo.
—Hola —dijo con timidez medio escondido tras las faldas de su abuela.
—Hola —respondió Draco con rigidez, demasiado poco habituado a tratar con niños.
—¿Eres su sobrino? —preguntó asomando la cabeza rubia. Al verle asentir arrugó el ceño, pensativo —¿Eres mi familia entonces?
Draco miró aquellos ojos ávidos de afecto y algo se quebró dentro de él. Una extraña y desconocida calidez se derramó por su pecho y al escuchar la necesidad en la voz de aquel pequeño no puedo evitar recordarse a sí mismo jugando solo en la habitación de los niños en la mansión, creciendo solo, sin entender realmente por qué nunca había habido nadie más con él. Jamás lo reconocería, ni bajo mil cruciatus, pero siempre deseó tener un hermano para que la soledad hubiese sido menos terrible.
—Sí —respondió sin más.
El niño sonrió y se aferró a la mano de su abuela mirándola contento.
—Ellos son mi familia también ¿Sabes? —dijo seguramente refiriéndose a los Weasley —y el tío Harry, él es mi padrino —su desdentada sonrisa volvió a aparecer —pero no tenía a nadie ya sabes, de sangre, solo a la abuela. ¿Conociste a mis papás?
—Tu padre fue mi profesor —dijo con la voz enronquecida.
—¡Y del tío Harry!
—¡Teddy! —una niña rubia muy bonita llegó corriendo y le tomó de la mano —¡Vamos, que nos tenemos que esconder!
Él se marchó sin mirar atrás.
—Quizás te pareces más a mi de lo que ellos pensaron nunca —dijo su tía sonriendo con cariño —Hermione está por allí —señaló una puerta al final de la habitación —no hagas ruido, esta con la bebé de Audrey.
Sabiéndose despedido, Draco se apresuró a buscar a Hermione con los sentimientos a flor de piel, sentimientos que, al verla, se desbordaron por completo.
Estaba sentada en una ancha mecedora llena de mullidos cojines y se mecía suavemente, tarareando una melodía con voz baja y acariciadora. Miraba al bebé que tenía entre sus manos con ojos amorosos, acariciando de vez en cuando su regordeta mejilla y sonriendo cuando hacía ruiditos y gorgojeos.
—Shhh —le dio un beso en la coronilla y volvió a mecerse lentamente —es hora de dormir Molly —susurró tarareando de nuevo —los niños pequeños tienen que dormir para encontrar los regalos al amanecer.
—No creo que te entienda ¿Sabes? —le dijo Draco en voz baja acercándose a ella por la espalda.
—¡Draco! —le sonrió ladeando el cuello cuando él se agachó para besarla en la sien —que bien que hayas venido.
—¿Qué otra cosa podía hacer? Vine a rescatarte de un secuestro y te encuentro haciendo carantoñas a un bebé.
—¿Quieres cogerla? —preguntó en un murmullo
—Ni de coña—respondió él dando un paso atrás.
Ella contuvo una risita y se levantó para dejar a la niña en una cuna portatil que tenía al lado. La hechizó para que el ruido no la molestara y se giró para abrazarle
—Menos mal que viniste ¿Has visto a Blaise?
—No, solo a Pansy, no parecía muy cómoda
Hermione rió
—No lo estaba —le tomó de la mano y tiró de él —vamos a buscarlos. Blaise y Ron estaban jugando al ajedrez mágico.
—Querrás decir que Weasley le está dando una paliza porque Blaise es terrible al ajedrez.
—¡Por fin! —Blaise se levantó cuando vio aparecer a su amigo —relévame. Este cabrón es peor que Theo.
Draco rió y se sentó delante del tablero mirando la sonrisa lobuna del pelirrojo.
Veinte minutos después ninguno de los dos estaba muy contento. Movían las piezas por el tablero en concienzudos movimientos, estudiando cada paso, intentando adivinar el próximo desplazamiento de su rival.
La partida se tensó, se convirtió en una lucha encarnizada por la victoria, incluso algunos de los Weasley se sentaron a mirar hasta que George, incapaz de dejar de ser quien era, empezó a recoger apuestas a escondidas de su madre.
Hermione sin poder contenerse apostó por Draco mientras Blaise lo hacía por Ron.
Nunca supieron cómo habría terminado la partida porque, antes de que ninguno de ellos pudiera prever lo que ocurriría, una pequeña cajita que parecía un cofre que guardara un anillo de pedida, cayó sobre el tablero de ajedrez y explotó. Cientos de guirnaldas, confetis, ranas y grageas saltarinas salieron despedidos por los aires dejándolo todo hecho un asco.
La voz de Angelina Weasley se escuchó en toda la casa como si hubiera usado un sonorus.
—¡Fred Weasley!
Su padre, aún cubierto de confeti hasta las orejas no pudo hacer más que reír.
Dos horas después todos habían conseguido sentarse a la mesa y comenzar a cenar después de limpiar y recoger el estropicio.
—Te habría ganado, Malfoy —dijo Ron comiendo un pedazo de pan —y lo fabef.
—Ronald cierra la boca —siseó Hermione dándole un pisotón por debajo de la mesa.
—Yo creo que te habría ganado Ron —espetó su hermana pasando la bandeja de canapés hacia Harry.
—Hmmmm —el pelirrojo la miró, fulminándola —a veces creo que en realidad eres adoptada. Le habría ganado ¿A que sí Harry?
—No lo sé Ron, la verdad es que estaba muy reñido —respondió sin pensar disfrutando del sabroso canapé de paté con queso.
—¡Pero fi eftaba a dof movimientof de hundirle en la miferia!
Draco rió
—Sigue soñando Weasley. En dos movimientos te habría comido el caballo
—Todo está muy rico, Molly —dijo Hermione volviendo a patear a su amigo para que cerrara la boca.
—Gracias querida. Drómeda ¿Me pasas unos rollitos de patata? —los cogió y se los dio a Pansy —pruébalos, te gustarán. Tienes que poner algo más de carne sobre esos huesos.
La pobre Pansy comió sin rechistar y Blaise, que estaba a su lado, le acarició la mejilla disimuladamente.
—¡Esas manitas Zabini! —le gritó George haciendo que Pansy se sonrojara.
El moreno, por el contrario solo le tiró una patata al pelirrojo a la cabeza.
La cena continuó hasta altas horas de la noche y Draco se sorprendió de la cómoda familiaridad en la que habían estado. Aquellos Weasley, a los que siempre había insultado, denigrado y humillado, le habían hecho un hueco en su mesa en Navidad, le habían alimentado y aceptado como a uno más, sin rencores ni odios. Incluso Ron le había recibido en su casa, entre mofas divertidas e insultos masculinos, pero allí estaban, bromeando, dejando el pasado atrás.
Cuando el reloj dio las doce Hermione le tomó de la mano por debajo de la mesa y le apretó los dedos inclinándose hacía él con una sonrisa.
—Feliz Navidad, Draco —susurró
—Feliz Navidad, Hermione.
