Hola!

Ahh, sí, como sabéis todos que algo pasará... antes o después xD

superjunior15: Yo adoro la Navidad, supongo que me dejé llevar un poco jajaja, en alguno de los otros fics he emparejado a Theo y Luna sip, a mi también me gustan!

Caro2728: Gracias!

mariapotter2002:Creo que habría ganado Ron... hay que ser consecuente jajajaja quizás es un capítulo meloso, pero me hacía falta!

Vic Black:A mi también me gusta! Además no sé, ¿Qué es una historia sin meter a los Weasley? ^^

Wendy:Pues fueron unas navidades preciosas entonces!

espiroket: Yo misma jajajaj

Besos y abrazos

AJ

Viejos y nuevos recuerdos

El día de Navidad amaneció nevando.

Hermione y Draco habían dejado los regalos en La Madriguera para que los abrieran por la mañana y ellos volvieron a casa a dormir.

Pansy y Blaise también se habían ido, para alivio de la morena, quien parecía haber tenido suficiente porción de Weasley para dos vidas.

—¡Es Navidad!

Hermione saltó en la cama y Draco se despertó con cara de abyecto horror agarrando su varita.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

Se levantó en posición de defensa y miró a su alrededor.

Ella rió y él la miró con ojos llenos de furia asesina.

—¿Quieres matarme de un infarto?

Tiró la varita a la mesilla y se metió de nuevo en la cama murmurando en voz baja.

—Oh vamos, Draco. Es Navidad, vamos a abrir los regalos.

—Ni siquiera es de día —masculló él metiéndose debajo del edredón para no oírla.

—Ah no, no me asusta tu mala leche, Draco Malfoy. Estoy curada de espanto en cuanto a tu mal genio.

Reptó por la cama hasta meterse bajo las sábanas a su lado y pasó las uñas por su estómago, sonriendo cuando los músculos de su abdomen temblaron y se endurecieron.

Draco gruñó desde lo más profundo de su garganta y rápido, tan rápido que no se lo vio venir, rodó con ella entre sus brazos y la tumbó en la cama, mirándola con una sonrisa perversa.

Introduciendo sus manos bajo la camiseta del pijama tiró hacia arriba hasta que ella levantó los brazos para que le quitar la prenda.

—El único regalo que quiero por Navidad está justamente aquí.

Sus dedos largos y juguetones acariciaron su estómago plano, delineando las costillas hasta que llegó a su pecho y lo ciñó con la mano. Ella gimió y Draco sonrió al sentir el erecto pezón apretarse contra su palma.

—¿Qué te parece? —susurró agachándose para besarla mientras sus dedos buscaban esa sonrosada punta y lo hacían rodar entre ellos —¿Quieres ser mi regalo, Hermione?

Ella se arqueó, empujándose contra aquella mano que le prodigaba caricias y jadeó.

—Sí —murmuró buscando de nuevo la boca de él.

—¿Si qué? —pellizcó con suavidad el pezón y ella dejó caer la cabeza hacia atrás, gimiendo completamente vencida.

—Quiero ser tu regalo —respondió con la respiración entrecortada.

—Bien —la pellizcó de nuevo lamiendo su garganta y mordisqueando el costado de su cuello —entonces déjame disfrutar de ti

—Draco —gimió de nuevo cuando tiró del pezón a la vez que mordía el punto exacto en que se unían su cuello y su hombro.

—Shhh —sujetó ambos pechos, masajeándolos entre sus manos, golpeando con los pulgares las puntas enhiestas —eres mi regalo ¿Recuerdas?

Ella enredó los dedos en sus cabellos rubios mientras Draco continuaba dejando una estela de húmedos besos a lo largo de su clavícula y su pecho. Rodeó uno de sus pezones con su legua, mordisqueándolo, tironeando de el con los labios antes de absorberos y chuparlo con fruicción.
Hermione gritó y se arqueó contra su boca, buscando más, exigiendo más.

Draco buscó sus piernas y metió la mano entre sus muslos, acariciando los bordes empapados de sus labios.

—Me vuelves completamente loco —susurró buscando su otro pezón, enfebrecido mientras su dedo pulgar dibujaba círculos sobre el mojado capuchón de su clítoris —siempre lista para mi —abarcó su sexo con la palma de la mano gruñendo cuando goteó sobre él —necesito desayunar —susurró entre sus pechos.

Hermione gimió de nuevo mientras Draco dejaba pequeños besos en su estómago y su ombligo. Sujetándola por los tobillos se arrodilló delante de ella y abrió sus muslos, admirando el triángulo de vello recortado, los mojados pliegues de su coño que brillaban con pequeñas gotas que resbalaban hacia sus nalgas.

Inhalando tragó saliva y dobló una de las femeninas piernas para dejarla aún más expuesta, se agachó y recogió la humedad con la punta de la lengua, gruñendo cuando la probó.

Ella gritó su nombre y tironeó de su pelo entre quejidos.

—Shhh —murmuró de nuevo Draco deslizando uno de sus dedos dentro de ella estremecido cuando la sintió apretarse alrededor de la intrusión, sus músculos ciñéndole, exprimiéndole —este es el regalo que quiero —susurró pasando la punta de la lengua por el clítoris, dibujando círculos a su alrededor mientras introducía otro dedo en aquel apretado canal.

—Draco —gimió sin fuerzas Hermione cuando sintió la forma en la que la boca de Draco la devoraba, absorbiendo, mordiendo, chupando —por favor.

Él siguió follándola lentamente mientras lamía sus labios y continuaba estimulando su clítoris una y otra vez. Sacó los dedos, sustituyéndolos por la lengua y gruñó, paladeando su sabor adictivo, hundiéndose en en ella, aferrándola de las caderas para empujarla contra su boca en un loco intento de poseerla por completo.

—¡Draco! —ella volvió a tirarle del pelo — por favor, por favor —se removió bajo su boca.

Él únicamente agarró su trasero, sus pulgares abriendo sus nalgas, obligándola a a abrir los muslos ofreciéndose por completo.

Chilló, su cuerpo temblando descontroladamente. Draco volvió a hundir dos dedos profundamente en ella y Hermione levantó las caderas, empujando al ritmo que marcaba su mano mientras su lengua acariciaba su clítoris sin piedad, rápido y fuerte, con pequeños golpecitos hasta que la mujer se rompió en mil pedazos, retorciéndose sobre la cama, jadeando, temblando y apretando las sábanas entre sus manos. El orgasmo la recorrió por completo mientras Draco continuaba bebiendo de ella, tragando cada gota de placer de su cuerpo.

—Por favor —repitió Hermione —por favor.

Puede que ni siquiera supiera por qué suplicaba pero Draco sí pareció comprender. Se levantó quitándose la ropa a patadas y gateó por la cama hacia ella que seguía completamente desmadejada sobre las sábanas arrugadas, con las piernas aún abiertas, mostrándose completamente a él, húmeda y desinhibida.

Se colocó de rodillas entre sus muslos, sujetando la base de su polla con una mano, apoyándose en el colchón con la otra para quedar sobre ella.

—Te necesito —susurró él buscando su boca en un beso suave que lejos de hablar de lascivia, era erótico y lleno de sentimientos —Ahora.

—Ahora —repitió Hermione rodeando su cintura con las piernas y aferrando su cuello.

Draco colocó la cabeza de su miembro entre los pliegues y empujó, despacio, disfrutando de la entrega de ella, de la posesión de él, del momento compartido. Se apartó lo justo para mirarla a los ojos y se perdió en ellos mientras su cuerpo le aceptaba, apretándose a su alrededor como un puño de seda empapada.

—Te quiero —susurró ella sin dejar de mirarle

Y el mundo de Draco giró sobre su propio eje. En ese instante, en ese infinitesimal segundo todo cambió. Su vida entera pasó ante sus ojos, se dio cuenta que había sido monocromática, árida, baldía. Su corazón se saltó un latido antes de volver a latir golpeando contra su caja torácica con brusquedad.

Se agachó, doblando los codos para besarla con delicadeza, casi como si tuviera miedo de romperla.

—Lo tienes todo de mi, Hermione —susurró sobre sus labios —todo.

Buscó su mano, entrelazando los dedos con los de ella y se empujó contra su receptivo cuerpo, la besó una y otra vez, gimiendo cuando sus músculos internos se estiraban para recibirlo, apretándose para retenerlo cuando salía de nuevo.

Le hizo el amor dándole todo, sin reservas, sin miedos. La penetró con movimientos lánguidos, deleitándose en cada roce, en cada fricción, en cada gemido, en cada suspiro.

Hasta que se corrieron juntos, de forma apacible y tranquila, sin el salvajismo animal de otras veces, sin el ansia, sin la necesidad. Fue como el cenit de algo nuevo y diferente, de algo que nunca antes habían sentido.

Y cuando terminaron, derrumbándose uno al lado de otro en una amalgama de extenuadas extremidades, se besaron, exhaustos y sonrientes.

Se miraron, muy juntos, con los alientos entremezclados, aun jadeantes.

—Repítelo —ordenó él.

—Te quiero —repitió ella besándole una vez más.

Se quedaron en silencio, disfrutando del calor de sus cuerpos, de su cercanía, del momento de placidez calmada que sucede al sexo.
No hablaron, no dieron nada porque no había nada que decir. Hermione no esperaba una respuesta por parte de Draco pero que no hubiera salido huyendo cuando le confesó que le quería era más que suficiente, por el momento.

Además, la forma en la que le exigió que lo repitiera, con esa necesidad en la mirada, con esa tensión en su cuello y sus hombros, como si no pudiera creer, como si deseara hacerlo.

Sí, quizás no era una declaración de amor, pero ese hombre era Draco Malfoy y Roma no se construyó en dos días. Posiblemente si hubiera sido una adolescente enamorada habría podido llorar o sentirse desdichada, pero era una mujer, una mujer que conocía al hombre del que se había enamorado y conocía al niño que había sido.

Sonrió cuando él le acarició el pelo, hociqueando en su cuello, besándola en el borde de la mandíbula.

Ese Draco cariñoso, dócil y tierno le decía todo lo que necesitaba saber con sus caricias. Eventualmente necesitaría las palabras pero ¿Acaso no era la bruja más inteligente de su generación? Era normal que él tardara un poco más en darse cuenta de que realmente un Malfoy se había enamorado de una impura.

Cuando consiguieron salir de la cama ya hacía tiempo que había amanecido. Con el pelo húmedo de la ducha y un albornoz, Hermione preparó un poco de café y se sentó delante del árbol y los regalos.

—¿Más? —preguntó Draco con una socarrona sonrisa —pensé que después de todos los regalos que me has dado esta mañana no podrías caminar en una semana.

Ella le tiró un paquete a la cabeza que él cogió al vuelo.

—No seas idiota. ¿Has visto todo esto?

—Lo veo —se apoyo contra el pilar de la puerta dando un sorbo a su café y la observó abrir sus regalos.

Era como una niña pequeña, sonreía extasiada, apretando contra su cuerpo el regalo si le había gustado mucho, abría los paquetes sin delicadeza, rasgando el papel con ansia y alegría.

Recibió un jersey blanco con una enorme H roja en el centro que, según le dijo, era la prenda tradicional de la señora Weasley, un nuevo set de escritura de Potter, un vestido de Ginny, un maletín bastante bonito de Ronald. Y siguió abriendo regalos, libros, un gorro, un abrigo, algo muggle que no sabía qué podía ser…

—Esto es para ti —dijo de pronto.

—¿Para mi?

Miró el enorme paquete blandito y la miró con una ceja arqueada.

—Es de la señora Weasley —añadió ella aguantando una sonrisa.

La mueca de abyecto terror que se dibujó en su rostro la hizo romper a reir en carcajadas. Draco abrió el paquete, con miedo, casi como si fuera un vociferador y temiera que en cualquier momento comenzara a gritar.

Sacó un jersey de lana negro, con una D en verde y la miró sintiendo que, una vez más, su mundo daba un giro de ciento ochenta grados.

¿Alguien había hecho algo así por él antes? Había recibido muchos regalos a lo largo de su vida, incluso el más cutre de todos ellos seguramente valdría el diez veces más que ese jersey, pero, tragando saliva, se lo puso en silencio y miró a Hermione retándola a decir nada.

Pero ella solo sonreía extrañamente complacidad.

—Hay más.

Sorprendido, Draco vio que él también tenía varios regalos. Parky le había enviado unos bonitos guantes, Blaise un par de botellas de su mejor vino, Potter le envió una snitch que, al cogerla con la mano se puso a cantar el himno nacional con voz chillona, Weasley un adorno con forma de caballo de ajedrez con una nota que decía quiero terminar esa partida. Nunca me habrías comido el caballo.

Pero cuando abrió los regalos de Hermione no pudo evitar sonreír como un auténtico idiota. El juego de matraces era espectacular, perfecto para pociones especiales, con posibilidad de etiquetado en el mismo cristal, lo último en ese tipo de objetos. Pero el libro… el libro era un tesoro.

—¿Cómo lo has encontrado? —preguntó mirándolo con adoración —¿Dónde?

—Una mujer tiene sus secretos —sonrió dándole un beso en la mejilla.

—No has abierto mi regalo —respondió él señalando el último paquete que quedaba bajo el árbol

—Lo mejor para el final —le guiñó un ojo y lo abrió con la misma alegría que el resto —Oh Draco…

Cuando abrió la caja y vio el brazalete no pudo evitar suspirar.

Era hermoso, elegante y delicado.

—¿Una serpiente? —le preguntó arqueando una ceja.

Él soltó una risita y le cogió la mano para ponerle la joya. La serpiente de oro blanco, con pequeños diamantes incrustados por toda la longitud, se estiró y serpenteó por la muñeca de Hermione hasta que se acomodó en su antebrazo y se quedó quieta.

Ella la miró, absolutamente atónita por la belleza de la pieza.

—Es tuya —la cortó él antes de que pudiera decir cualquier cosa.

Ya la conocía lo suficiente como para comprender cada una de sus expresiones faciales. Adoraba el brazalete pero era una joya muy cara y exclusiva, por eso estaba a punto de decirle que no la podía aceptar.

Si ella supiera que era una joya familiar que había sacado de Gringotts seguramente se quejaría aún con más fuerza.

Puso su dedo índice sobre sus labios y negó con la cabeza.

—Es tuya —repitió

La vio debatirse entre lo que quería y lo que creía que era correcto, pero, por una vez, ganó el deseo de quedarse con algo tan hermoso que le recordaba a él. Finalmente, con un suspiro, Hermione le miró y sonrió colgándose de su cuello.

—Gracias Draco.

Una hora después estaban en San Mungo.

Al parecer no eran los únicos que habían decidido que visitar a Theo en Navidad era una buena idea.

Pansy y Blaise se aparecieron casi al mismo tiempo y Harry, Ginny y Ron ya estaban en la recepción preguntando por él a la enfermera.

—¿Qué te han dicho? —preguntó Hermione a Harry en cuanto llegaron a su lado.

—No ha despertado. Sigue en un… en un… —resopló, incapaz de recordar lo que le había dicho la mujer —algo así como un coma inducido.

—Suspensión cognitiva —dijo Draco

—Eso —replicó Harry —No le reanimarán hasta que no mejore. La buena noticia es que lo está haciendo. Son muy optimistas, es posible que en un par de días pueda despertar.

—Eso es genial —dijo Hermione con una radiante sonrisa.

—Estará en casa para la fiesta de Año Nuevo —sentenció Blaise.

—¿Qué planes tenéis para la comida de hoy? —preguntó Ginny con una sonrisa angelical.

Antes de poder decir nada, Harry y ella les habían aparecido en La Madriguera una vez más.

—¿Sabes? —Dijo Draco a Blaise cuando ambos se quedaron algo retrasados del grupo —estos Weasley son un grupo organizado mucho peor que el BR. Secuestro, extorsión, rapto…

—Son divertidos —respondió Blaise saludando alegremente a George Weasley que salía con una escoba en la mano.

—Zabini conmigo —le lanzó una escoba y señaló hacia los terrenos —Malfoy tú Ginny y Charlie ¡Es hora de quidditch!

Un montón de pelirrojos salieron en desbandada y Draco se vio arrastrado por la comadreja menor que tiraba de él entre carcajadas

—Más te vale hacer un buen partido porque mi prometido —fulminó a Harry con ojos furiosos —me ha abandonado por mi hermano.

—Hermanita hay que dividirse —George le dio un golpecito en la nariz.

—¿Y por qué Angelina va contigo?

—Es mi esposa —sentenció con una risa burlona —cuando te cases ya veremos.

—¡Vamos a daros una paliza! —gritó a la espalda de su hermano que se alejaba con Harry riendo a carcajadas.

—¿Listo Malfoy? —Ron Weasley le golpeó el hombro con camaradería —¿Quién te hubiera dicho que terminarias jugando en mi mismo equipo eh? —sonrió algo vacilón y se colocó las protecciones —tenemos a la única jugadora profesional de la familia, esto es pan comido.

Malfoy arqueó una ceja y se acercó a Hermione que caminaba con Pansy y algunos de los niños.

—¿Y tu qué Granger? ¿Vas a animarme? En Francia fui a un partido de fulbot muggle y tenían unas chicas—hizo un gesto con las manos como si modelara una figura femenina — con faldas cortas y unos enormes pompones que se agitaban y gritaban animando a su equipo.

Pansy bufó. Hermione, por el contrario se acercó a él, le llamó con el dedo para que se agachara y susurró en su oreja

—Si hiciera eso no mirarías la snitch y perderías el partido —le dio un mordisco en el lóbulo y sonrió cuando le oyó sisear —pero si te portas bien igual algún día puedo ponerme uno de esos solo para ti.

Draco tragó saliva y la miró con intensidad.

—No voy a olvidar eso, Granger.

Corrió hacia el campo y miró a sus compañeros, no eran suficientes jugadores pero se apañaban. Ron Weasley era el guardián, Ginny y Audrey las cazadoras y Charlie y Bill golpeadores. Draco era el buscador.

El equipo contrario tenía a Percy como guardan, Angelina y Fleur eran las cazadoras, George y Zabini los golpeadores y Potter el buscador.

Su tía Andrómeda cogió un silbato, les miró a todos y sentenció.

—Nada de juego sucio, nada de trampas y nada de abusos. La comida es en una hora, no quiero terminar con ninguno de vosotros en San Mungo. ¿Preparados?

Todos gritaron a la vez

—¡Sí!

—¿Listos?

Volvieron a gritar.

—¡Sí!

Ella utilizó el silbato y tras el pitido, el partido dio comienzo.

…..

Morgan se recostó en su sillón orejero y contempló las llamas de la chimenea que danzaban sinuosas, crepitando y calentando la estancia.

Había pasado allí los últimos dos días. Odiaba las vacaciones porque normalmente significaban tiempo en soledad, tiempo para que los fantasmas le visitaran, tiempo para que los recuerdos le asfixiaran hasta hacerle enloquecer un poco más.

Dio un sorbo al vaso de whisky que tenía en la mano y lo dejó de nuevo en la mesita auxiliar al lado de unos guantes de piel de dragón.

Pasó la punta del dedo índice por una de las costuras, acariciándola pensativo.

Ella le había mandado un regalo de Navidad.

Pese a todo, después de todo, Hermione Granger le envió unos guantes de dragón y una nota que decía La Navidad es tiempo de perdón. No sé si te he perdonado, pero todos debemos tener un regalo debajo del árbol.

Él no tenía ningún árbol, ningún adorno decorando las paredes, ni guirnaldas, ni muérdago ni objetos que le recordaran aquella época del año.

Pero tenía esos guantes y esa carta.

Se levantó y guardó el trozo de pergamino dentro de un libro desgastado por el uso, cogió los guantes y se dirigió a su habitación en la planta de arriba.

Vivía en una casa pequeña, hacía mucho tiempo que había decidido que prefería los espacios reducidos en los que poder moverse sí, pero también en los que poder protegerlo todo con facilidad.

Su familia había tenido lujos y dinero, pero eso hacía tiempo que había desaparecido. No es que a Morgan le importara demasiado, con su trabajo en el Ministerio tenía más que suficiente y no es que necesitara mucho más con una vida social tan inexistente como la suya. Tenía un techo sobre su cabeza, comida en el estómago y algo de dinero en Gringotts para las posibles eventualidades. No. Morgan no era rico como una vez lo había sido su familia, pero no le importaba lo más mínimo.

Miró los guantes una última vez, acariciándolos de nuevo y los guardó con cuidado en el cajón de su cómoda. Cogió el marco de fotos que había sobre el mueble con mano trémula y contempló la sonriente imagen que le devolvía la mirada con unos ojos castaños enormes e inteligentes.

El bucle temporal mostraba a una joven de rebeldes rizos castaños que sacaba la lengua a la cámara, se cruzaba de brazos y sonreía con auténtica alegría.

Tabitha.

Ella había sido, al igual que Hermione, una bruja despierta y curiosa, inteligente, divertida, marisabidilla y preciosa. Y Morgan había estado enamorado de ella desde que se conocieron en el tren a Hogwarts cuando solo tenía doce años.

Tabi se chocó con él frente a uno de los compartimentos, era su segundo año en el colegio pero para ella era el primero. Estaba nerviosa y asustada así que Morgan, con su habitual paciencia y voz pausada, había entrado con ella en el cubículo y la escuchó el resto del camino, explicándole cosas de Hogwarts y de las distintas casas.

Cuando llegaron a Hogsmeade y la dejó para que subiera a las barcas con el resto de compañeros de su edad, se despidió de ella con una sonrisa y deseó que el Sombrero Seleccionador la mandara con el a Slytherin.

Obviamente ella era demasiado cándida e inocente para la casa de las serpientes.

Tabi fue una alegre y trabajadora Hufflepuff pero, pese a las diferencias entre sus casas, su amistad se fue forjando con los años, duradera, sencilla y fuerte.

En su sexto curso no lo resistió más y se declaró, sorprendido al verse correspondido. A partir de ese día la vida fue perfecta.

Morgan finalizó Hogwarts y entró al Departamento de aurores mientras Tabi cursaba su último año. Más tarde también accedió a un puesto en el Ministerio, en el Departamento de Misterios.

Un par de años de años después él le pidió matrimonio y ella aceptó, se fueron a vivir juntos y unos meses antes de la boda enviaron a Morgan a Estados Unidos en una misión especial que no podía rechazar.

Comprensiva como era, Tabi no se enfadó, le dijo que lo bueno siempre se hacía esperar, le dio un beso y le despidió al lado de su traslador internacional.

Aquella fue la última vez que la vio.

Mientras él perseguía a Chadburn la guerra se desató en Inglaterra y Tabitha fue sorprendida en medio del fuego cruzado. Cuando los espías de Voldemort se hicieron con el Ministerio reclutaron a todos cuanto pudieron, Tabi les plantó cara y terminó atravesando el velo en la Cámara de Muerte al ser alcanzada por un depulso.

El día en que Minerva le envió la carta con la noticia Morgan Atwater murió.

Había seguido viviendo, día tras día, misión tras misión. Dedicando su vida a su trabajo, porque nada más que eso tenía sentido en su existencia.

Su madre se había marchado de Inglaterra y había fallecido poco después en un accidente que implicaba a un mago, una escoba y un edificio de veinte plantas.

Únicamente tenía a Minerva.

Poca gente, o nadie en realidad, sabía que su madre, Isobel Atwater, había sido de soltera Urquart y su hermano mayor Elphinstone durante un breve tiempo, el esposo de Minerva MacGonagall hasta que una tentácula venenosa se cruzó en su camino y falleció.

Morgan no había conocido a su tío quien se llevaba muchos años con su hermana pequeña, pero Minerva siempre fue una parte de su vida, la única familia decente que había conocido jamás.

Suspiró y dejó de nuevo el retrato de Tabitha sobre la cómoda intentando sacudirse los recuerdos.

Hermione le recordaba mucho a Tabi y no podía evitar sentirse atraído hacia ella como una polilla hacia la luz. No de un modo sexual o físico, no sabía si sería capaz de volver a sentirse de nuevo así algún día, mucho se temía que no. Era una atracción casi mística, como si se sintiera fascinado por su mismísima alma.

Ella pensaba realmente que la había dejado sola en aquella cabaña, pero nunca estuvo sola porque él nunca se marchó de allí.

Sabía que la habían dejado en el sótano, de modo que, utilizando una capa de invisibilidad, se quedó junto a la casa, al lado del respiradero que daba al piso inferior, esperando, vigilando, protegiéndola.

Jamás la habría expuesto a aquello si hubiese habido el más mínimo riesgo. Pero eso no se lo iba a decir porque ¿Qué importancia tenía?

Aún así Hermione la había enviado un regalo.

Tabi y ella habrían sido grandes amigas.

Cansado miró la hora en su reloj y se dio cuenta que apenas era la hora de comer. Abrió el armario, sacó su túnica y bajó hasta la chimenea de nuevo.
Puede que fuera un ermitaño la mayor parte del tiempo, pero aquel pequeño regalo le había recordado algo, le había recordado que no estaba tan solo.

Cogió un puñado de polvos flú y activo la red.

—Colegio Hogwarts

Sabía que desde el día anterior, Minerva había abierto la red flú para él esperando que fuera en algún momento.

Las llamas verdes se lo tragaron y su salón quedó sumido en la más absoluta oscuridad.