Hola! Siento que hoy no haya dramione en el capítulo, pero es necesario para la historia.
Mañana paso el día fuera así que es muy posible que no publique, os aviso para que no os asuste!
Mil gracias por vuestros comentarios, es una alegría leeros y saber que estáis aquí. Espero que os siga gustando la historia.
Besos
AJ
Alea iacta est
Morgan y Harry fueron de nuevo al número cuatro de Privet Drive.
El Inefable había pedido a Potter que le acompañara puesto que era el auror a cargo de la investigación y, pese a su condición de Inefable, el caso era técnicamente del Departamento de Seguridad Mágica y no del Departamento de Misterios por lo que, si querían seguir los protocolos establecidos y lo procesos internos específicos, Potter tenía que ser notificado y puesto en conocimiento de cada paso que se diera en la investigación.
Cuando Morgan le dijo lo que pensaba hacer, el moreno no se lo pensó dos veces y regresó con él a la casa en la que había crecido.
Entrar, al igual que la última vez, no fue tan traumático como él habría creído tiempo atrás. Era curioso como estar allí no le producía absolutamente nada, ni dolor, ni añoranza, ni rabia, ni tristeza. El número cuatro de Privet Drive era, simple y llanamente, un lugar en el que había sobrevivido, un lugar en el que había sido la pieza discordante de un rompecabezas que no había encontrado su lugar hasta que recibió la carta de Hogwarts que cambió su mundo.
Estar en aquella casa únicamente le hacía recordar quién fue en una vida anterior y, si ese fuera el precio a pagar por la vida que tenía en el presente, lo pagaría las veces que hicieran falta.
Siguió a Morgan por las escaleras hasta la habitación que había ocupado su primo.
—Creevey es demasiado joven y, por lo que he podido averiguar ni siquiera tiene la licencia de aparición activa—dijo el Inefable haciendo unos desconocidos movimientos con la varita y murmurando entre dientes — su aparición conjunta ha dejado un rastro mágico demasiado visible.
—¿Qué es eso? —preguntó Harry al ver que el mago sacaba de su túnica un trozo de lo que parecía pizarra pulida.
—Un seguidor de rastros —dijo el Inefable —algo muy útil cuando quieres encontrar a magos con rastreador o a jovencitos alocados que deciden saltarse las reglas —
—¿Por qué demonios no tenemos eso en el Departamento de aurores? —preguntó Harry repentinamente molesto.
—Mi liga es más grande, Potter —murmuró Morgan con una sonrisa sin humor — apoyando la punta de la varita sobre aquella extraña y brillante plancha de piedra — revelio locus —susurró.
Sobre el seguidor de rastros se fue escribiendo un nombre lentamente hasta que las palabras fueron legibles.
—12, Burnet Grove, Epsom —leyó Harry.
Ambos hombres se miraron.
—¿Conoces la zona? —preguntó Morgan a Harry.
—He estado cerca, no la domino demasiado bien, pero he ido con anterioridad y sé dónde hay que ir, puedo aparecerme —respondió.
—Bien —Morgan se acercó a él y le sujetó por el hombro —cuando quieras, Potter.
Antes de que el Inefable terminara la frase, Harry los había aparecido.
— Es allí.
Solo tuvieron que caminar unos cinco minutos del punto de aparición que el auror había utilizado.
La casa que había señalado Potter era una casa muggle de dos plantas cuya puerta de acceso daba a la misma carretera pese a que tenía una vaya de madera y una puerta por la que se accedía a un pequeño jardín.
Las ventanas estaban cerradas y los setos y plantas que rodeaban el muro no parecían en exceso cuidados y Harry se preguntó si les habría pasado algo a los muggles que habían vivido allí o si simplemente se habrían marchado dando vía libre a Colin y a su protegida, fuera quien fuese.
—Yo iré por detrás —dijo Morgan saltando la vaya de madera sigilosamente como si fuera un ninja.
—Esta bien —susurró Harry al verse solo —pues yo entraré por la puerta principal ¿Por qué no? no es como si no hubiera enfrentado la muerte con anterioridad —rió entre dientes y apuntó la puerta —Alohomora. Realmente espero que no chirríes, amiga.
Entró sin hacer un solo ruido, agradeciendo a los muggles que vivieran allí lo bien cuidado que tenían todo y entró al pequeño y alargado recibidor, intentando escuchar en el silencio reinante. se pegó a la pared al ver una sombra que se acercaba pero reconoció el perfil de Morgan y se acercó a él, negando con la cabeza para que su compañero supiera que no había dado con nadie.
Morgan señaló la parte de arriba con el dedo índice y Harry asintió, siguiéndole.
Pertrechados con sus varitas, los dos magos subieron las escaleras listos para entrar en acción en el momento en que fuera necesario, pero cuando llegaron al piso superior se dieron cuenta de que no habían sido tan silenciosos como habían pensado.
—¡Desmaius!
Morgan empujó a Harry justo a tiempo de evitar que el hechizo impactara en mitad de su pecho y rodó hacia delante tirando a Creevey al suelo. Mientras Harry iba hacia el hermano de Colin invocando un incarcerous, seguido de un silencius para que no pudiera dar la voz de alarma, Morgan ya corría por el pasillo hacia la única habitación en la que titilaban las luces de las velas y en la que se escuchaba ruido.
Cuando abrió la puerta de golpe vio, justo a tiempo, como una silueta femenina se descolgaba por la ventana y casi voló hacia allí a tiempo para descubrir a una mujer que caía sobre la hierva, en cuclillas.
—¡Hey! —gritó apuntando con la varita —¡Alto ahí!
Ella se paralizó un segundo y, finalmente, levantó la vista a la ventana y le miró.
El mundo de Morgan estalló en miles de millones de pedazos cuando aquellos ojos castaños se clavaron en los suyos y ese rostro que tan bien conocía y que jamás había conseguido olvidar se tatuó en sus retinas haciendo que su mente vacilara durante un instante entre la cordura y la locura más violenta.
—Tabi —susurró petrificado, sin apenas mover los labios y mucho menos la mano con la que sostenía la varita.
La mujer no respondió, simplemente bajó la mirada una vez más y salió corriendo por el jardín, saltando la verja del lateral que daba a la casa del vecino de al lado.
—Mierda —masculló descolgándose tras ella y corriendo hacia donde la había visto irse.
¿Qué cojones había sido eso?
—¡Tabitha! —en aquella ocasión el nombre no fue un susurro si no un grito y su carrera se hizo frenética y desaforada.
Fue en vano, porque una vez la perdió de vista tras la vaya vecinal no fue capaz de volver a localizarla. Podía haber ido a cualquier sitio y supo que sería absurdo dar palos de ciego sin saber, a ciencia cierta, dónde o hacia qué lado se había marchado.
Cuando regresó a la casa, jadeando y aún incapaz de asumir lo que había visto, observó cómo Potter leía los derechos de Dennis Creevey y le miraba con ojos interrogantes.
—Escapó —murmuró.
—¿Qué pasa, Morgan? —preguntó Harry dándose cuenta de que el rostro del Inefable estaba repentinamente pálido y demacrado.
—Ahora no, Potter, necesito gestionar esto, necesito… necesito un tiempo a solas. Si te parece bien, hablaremos mañana en tu casa, te dejé un memorandum con la información que le pasé a Hermione.
Harry quiso indagar un poco más pero consiguió controlar sus impulsos y decidió que lo dejaría estar porque Morgan parecía verdaderamente descompuesto.
Mandó un patronus a Higgs para que trajera un escuadrón a la casa y, cuando llegaron, se marchó con el detenido al Ministerio.
—¿Por qué, Dennis? —preguntó Harry al pequeño de los Creevey en cuanto entró a la sala de interrogatorios.
Él estaba sentado de forma altiva, recostado sobre la silla de un modo que a Harry le recordó a Draco Malfoy cuando estaban en tercer año. Le miró arqueando una ceja y sonrió, ladino.
—Porque alguien tenía que hacerlo, Potter —escupió con lo que a Harry le pareció auténtico fanatismo en la mirada —Alguien tenía que hacerles pagar.
—¿Hacerles pagar? —el moreno se sentó frente al acusado con tranquilidad, acercó la silla a la mesa y apoyó en ella los brazos — ¿A quienes, Dennis?
—A todos —siseó el chico con los ojos entrecerrados —a todos los puristas, se merecen todo lo que les ocurra.
—¿Te refieres a los hijos de los mortífagos? —preguntó Harry ladeando la cabeza —¿Ellos se merecen pagar por los pecados de sus padres? ¿Se merecen morir? ¿Qué te diferencia a ti de los asesinos de tu hermano, Dennis? ¿Por qué te crees mejor que ellos?
—Porque lo soy. Lucho por liberar a la sociedad mágica del lastre que suponen todos esos puristas que no son nada, no son nadie, se creen que lo tienen todo, que el dinero y el estatus es lo único que necesitan para estar aquí ¿Por qué forman parte de la sociedad? ¿Por qué el Ministerio no los encerró? ¿Por qué siguen libres?
—¿Por qué luchas exactamente, Dennis? ¿Quieres vengar a Colin? ¿Es eso? ¿Venganza personal?
—Colin solo fue uno de tantos. Quiero vengar su muerte, sí y quiero limpiar la sociedad de la escoria mágica.
—Vaya ¿Sabes? —Harry alzó las cejas con sorpresa — no es la primera vez que escucho ese cuento… curiosamente Voldemort también quería limpiar el mundo mágico ¿No crees que es curioso? Los extremistas de uno y otro bando suelen convertirse en lo mismo.
El chico no respondió pero respiraba agitadamente.
—¿Quién es la mujer con la que estabas? ¿Tu novia?
Él rió.
—Demasiado mayor para mí.
—¿Es Maggie Rymer?
Dennis resopló.
—Maggie Rymer no existe.
—¿Quién es? ¿Es Tabitha? ¿Tabitha Wright?
Dennis perdió la pose relajada y se envaró, confundido.
—¿Cómo sabes sobre Tabitha? —preguntó antes de recordar que debía morderse la lengua.
—¿Es ella? ¿Ese es el nombre real de Maggie Rymer?
Dennis rió, una risa salvaje y desagradable que heló la sangre de Harry.
—No pienso decirte nada Potter, has pasado de ser el héroe salvador al protector de los despojos —escupió con odio.
—¿Sabes qué veo yo cuando te miro aquí, al otro lado de esta mesa? —dijo Harry con repentino desagrado — A un asesino. Curiosamente vi lo mismo a mirar a Voldemort a los ojos, vi lo mismo en Bellatrix Lestrange, en Dolohov, en Greyback, vi lo mismo en Yaxley y en cada uno de los carroñeros. Asesinos. Te has convertido en un asesino, exactamente igual a los que mataron a Colin.
—¡No hables de mi hermano!
—Oh pero sí que lo haré, Dennis —dijo Harry cruzándose de brazos con una sonrisa beatífica —porque Colin era mi amigo y no voy a dejar que la gente como tú —hizo una mueca tan Malfoy que si el rubio hubiera estado allí hubiese tenido que aplaudirle —viole el recuerdo de los que dieron su vida por la paz. Lo que tú y esa panda de psicóticos fanáticos queréis no es mejor que lo que querían los mortífagos.
—¡Eso es….
—¡Silencius! —la boca del detenido se selló y comenzó a ponerse rojo de la ira y de la necesidad de escupir su mitin extremista e intransigente —no tengo ganas de escuchar las divagaciones de un loco, gracias —se puso en pie —ya tuve bastante de eso en su día como para dos vidas. Volveré con veritaserum —se giró para sonreírle al llegar a la puerta —entonces sí me contarás todo lo que quiero saber. Hasta entonces, disfruta de la detención en el Ministerio, por lo que sé, Azkaban está lleno de todos esos ¿Como los llamaste? Ah sí… despojos. Serán tus nuevos compañeros, irónico ¿No crees?
Salió cerrando delicadamente tras él cuando lo que en realidad quería era da un portazo y gritar de pura frustración.
Inspiró hondo y reguló su respiración como tantas veces lo había hecho. Harry no se dejaba llevar por la rabia, él era capaz de mantener la calma hasta en los momentos más terribles y eso no iba a cambiar por un niñato estúpido que había dejado que le sorbieran los sesos con ideas radicales y sectarias.
Se dirigió a su despacho, sacó un formulario para la petición del uso del veritaserum en un detenido y cogió pluma y tinta para comenzar a rellenarlo. Estaba empezando a hartarse de todo aquello, de tanto papeleo y tanta estupidez. Era mucho más fácil cuando simplemente te dedicabas a hacer tu trabajo sin tanto protocolo de mierda.
Suspiró y, con un toque de varita, el formulario se convirtió en un pequeño avión de papel y salió de allí mientras Harry tomaba un pergamino para redactar una nueva carta a Hermione. Sabía que cuanto más informada estuviera menos riesgo correrían de que saliera de Malfoy Manor, aunque esperaba que Malfoy hiciera gala de su despotismo y la mantuviera en su Lugar Seguro el tiempo suficiente para que todo aquello terminara. Ya lidiaría después con el cabreo de su mejor amiga.
Inquieto y sin poder sacar de su mente el recuerdo de la palidez de Morgan, Harry decidió bajar a Registros y recabar la información que pudiera sobre Tabitha Wrigth, no era mucho lo que sabía de ella y quizás sería importante cualquier tipo de conocimiento llegado el momento.
….
Morgan llegó a su casa y cerró la puerta, añadiendo nuevas protecciones a las que ya había establecido e incluyendo alguna defensa de sangre que rozaba la línea de la ilegalidad. En ese momento no le importaba ni un knut.
Tabitha estaba viva.
No quería creerlo, no quería siquiera pensar en ello ¿Era posible que Maggie Rymer estuviera bebiendo poción multijugos para convertirse en Tabi. Si eso era así ¿De dónde había sacado las muestras de su antigua prometida muerta? ¿Y si era Tabitha quien estaba haciéndose pasar por Maggie Rymer?
Se frotó la cara con las manos y se dejó caer en el sillón frente a la chimenea. La encendió con un movimiento de su varita y suspiró, relajándose ligeramente frente a la calidez del fuego.
Necesitaba saber quién era Maggie Rymer, si Tabi estaba utilizando el rostro de una mujer para caminar por Londres lo mínimo que necesitaba Morgan era averiguar quién se escondía bajo esa piel.
Barajaba tantas posibilidades que tenía la cabeza convertida en un caos, ninguna de ellas le gustaba en absoluto.
Lo más lógico era pensar que la zorra de Rymer estaba usando el rostro de Tabitha para llevar a cabo los planes que tuviera con su revolución, independientemente de las preguntas que generaba aquella eventualidad acerca de cómo y por qué, esa sería la posibilidad más razonable para Morgan.
Pero no había llegado a ser un Inefable por su cara bonita, él era capaz de diseccionar cada una de las opciones y valorar cada minúscula pizca de información tanto de forma individual como en su conjunto.
Sabía que no podía desestimar la probabilidad de que Tabi estuviera viva, no cuando él mismo había visto, no solo su rostro sino ese brillo de reconocimiento en sus ojos castaños.
Por mucho que le doliera, por mucho que estuviera oprimiendo su alma, a cada minuto que pasaba estaba más y más convencido de que aquella mujer que se había descolgado del primer piso de la casa de Epsom era Tabitah Wright.
¿Por qué le había hecho creer que estaba muerta? ¿Por qué le había hecho pasar por ese jodido infierno durante los últimos once años?
Se levantó y caminó hacia el pequeño estudio en el que tenía algunas reservas de whisky. Su casa no era cómo Grinmauld Place y estaba muy lejos de ser Malfoy Manor. Casi rió ante la comparativa, probablemente la planta baja entera fuera del tamaño del recibidor de la mansión. Nunca le había importado porque tras la muerte de Tabi ni siquiera veía su casa como un hogar.
Escribió una carta, mandó a su lechuza, que estaba junto a la ventana con ella y echó unos buenos cuatro dedos de whisky de fuego en una copa, apurándola de un solo trago.
Su hogar siempre había sido ella.
Rellenó de nuevo el vaso e inspiró hondo.
Y ahora estaba allí, de vuelta de entre los muertos y, no como una inferi.
Cerró los ojos con fuerza intentando recordar su olor, su sabor, el tacto de su piel y cómo se sentían sus besos. Era cada vez más difícil para él y, de cuando en cuanto recurría a un pensadero para que todo fuera más nítido en su mente, para no olvidar ni una sola de sus pecas, ni un solo de sus gestos o sus sonrisas.
¿Qué se le había escapado? ¿Qué había pasado durante el tiempo que estuvo en Estados Unidos? ¿Qué cambió para que Tabi decidiera no solo abandonarle si no destrozarle con una muerte fingida?
Se pasó las manos por el rostro y miró la forma en la que sus dedos temblaban.
No supo cuánto tiempo pasó así, contemplando las palmas de sus manos hasta que su lechuza regresó con una nota.
La desplegó y no pudo evitar que el aire escapara de entre sus labios en un suspiro al leer la respuesta.
Las Tres Escobas en quince minutos. Rosmerta tendrá preparada la habitación.
Antes incluso de terminar de leer el pergamino, Morgan se apareció en Hogsmeade. No fue hasta que puso un pie en el pequeño pueblo mágico que se dio cuenta de que ni siquiera había cogido la túnica de abrigo. Congelado hasta los huesos prácticamente corrió hasta el bar, gimiendo al abrir la puerta y ser recibido por el calor del interior del establecimiento.
Nada más verle entrar, Madame Rosmerta le indicó el piso superior con un suave gesto de la cabeza y Morgan asintió subiendo las escaleras.
Ella ya estaba allí, siempre extremadamente puntual.
La vio sonreír sobre su taza de té y pese a todo, no pudo evitar devolverle la sonrisa.
—Acompáñame —le indicó el hueco vacío a su lado y la humeante taza de café que estaba esperándole.
Dejando salir el aire entre los dientes Morgan se sentó a su lado, inspirando su familiar aroma y la observó, sintiendo, como siempre que estaba cerca de ella, aquel intenso sentimiento de pertenencia y amor.
Sus arrugas se acentuaron cuando ella arqueó las cejas, expectante.
—Soy toda oídos, Morgan —dijo con ese tono algo estirado pero con los ojos brillantes de cariño.
—Ella está viva —soltó él a bocajarro.
No hacía falta que dijera de quién estaba hablando, Minerva MacGonagall le conocía desde que era un crío y era la única que le había consolado mientras lloraba la pérdida de Tabitha.
—Imposible — la bruja dejó la taza sobre la mesa y le miró horrorizada — atravesó el velo.
—Al parecer no.
—Cuéntamelo todo —replicó con celeridad.
Morgan lo hizo.
Le contó todo lo que había ocurrido desde que desapareció Hermione hasta que siguieron el rastro de Dennis Creevey.
—Por el amor de Godric —susurró la directora — Creevey… no puedo creerlo ¿Cómo es posible que después de todo lo que hemos vivido esté ocurriendo esto?
Pese a la postura rígida de su cuerpo y la impasividad de su rostro, Morgan pudo ver el dolor que recorría las viejas facciones de su tía.
Ella había estado allí, en cada paso de esa cruenta guerra, en cada movimiento de Dumbledore. Porque desde que comenzó la Primera Guerra Mágica, Inglaterra había sido el tablero de ajedrez de su grandísimo amigo Albus y en esa partida en la que había vencido a Voldemort incluso después de muerto, ella fue una de sus piezas clave.
¿Cómo, en nombre de lo más sagrado, había quién quería continuar esa terrible guerra?
No comprendía cómo ese niño, ese pequeño que adoraba a su hermano, ese Gryffindor alegre y parlanchín, se había convertido en un asesino sin piedad y en un demente.
No después de todo lo que habían pasado, no después de haber dejado atrás una era de terror y oscuridad que pudo haberse convertido en un infierno.
—¿Está bien la señorita Granger? —preguntó con preocupación.
—Perfectamente —sonrió con cariño sin poder evitarlo y Minerva levantó una ceja, sorprendida.
—Vaya —dijo colocándose el sombrero —pensé que tal vez podrías encontrarla interesante, me alegra ver que no he perdido el ojo —sonrió con humor y Morgan rió entre dientes.
—Me temo, tía, que ella está con sus miras puestas en otro lado.
—Oh —la bruja frunció el ceño —pensé que no creías todo eso que publicaba El Profeta
—Al parecer me equivoqué —dijo con una carcajada — Malfoy sigue siendo un gilipollas, pero al parecer Hermione ha conseguido lo imposible.
—Un Malfoy con una hija de muggles —ella rió encantada —Albus encontraría esto sumamente fantástico —se dio un golpe en la rodilla —estoy deseando llegar a Hogwarts para hablar de esto con los retratos de Severus y de él —dijo de buen humor —sería maravilloso que estuvieran aquí, tendríamos una conversación francamente memorable.
Por un instante una sombra de melancolía atravesó los ojos de la bruja que se recompuso con rapidez.
—Está bien. Hablemos de lo importante —volvió sobre el tema cuando se dio cuenta de que su sobrino parecía algo menos tenso — así que viste a la señorita Wright.
—Sí.
—¿Estás completamente seguro de que era ella, Morgan?
—¿Al cien por cien? No, pero apostaría una de mis manos a que era ella. La forma en la que me miró, la forma en la que me reconoció… no quería creer que fuera posible. Incluso cuando Potter me habló de la mujer que había visto en Privet Drive quise creer que probablemente Maggie Rymer estuviera usando el rostro de Tabi para huir, pero una parte de mi —se tocó el pecho con desasosiego —algo aquí —dijo golpeando uno de sus pectorales con brusquedad —me decía que algo no estaba bien… No podía imaginar… ni siquiera se me pasó por la cabeza… —se pasó las manos por el pelo y se levantó, paseando por la estancia de lado a lado como un león enjaulado —La creí muerta. Enterré su varita —gruñó con rabia — la he estado llorando durante diez malditos años —su voz ronca era un susurro de ira apenas contenida —¿Qué ocurrió mientras yo no estaba en Inglaterra? ¿Cuánto tiempo estuvo mintiéndome? Me dijo que me amaba, que construiríamos una familia juntos… —se paró en seco con los puños apretados y la mirada perdida en algún punto en la pared —podría haber aceptado la ruptura si hubiera querido dejarme, seguramente no la habría entendido —se tironeó del pelo —¡Merlín! Estoy convencido de que habría podido dejarle espacio o tiempo incluso si eso me hubiera destrozado. Pero ¿Fingir sus propia muerte? ¿Qué clase de ser vil y despreciable hace algo así a alguien que lo ama?
Minerva se levantó con aquellos ademanes perfectos y elegantes, acercándose a él con la confianza que dan los años de cercanía.
—Querido —dijo poniendo su mano sobre uno de los enormes hombros del hombre —no te hagas esto a ti mismo —su voz era firme pese a su suavidad — no tienes las respuestas y pensar en ello una y otra vez no te las dará. Sé fuerte —apretó su brazo mirándole con intensidad —busca la verdad. Haz lo que tan bien sabes hacer, Morgan. Investiga, piensa, lucha. Encuéntrala a Tabitha y tendrás todas las respuestas que necesitas sin necesidad de imaginarlas. Tendrás tiempo de llorar después, hijo. Ahora tienes que buscarla.
Él se quedó allí, rígido, con las mandíbulas y los puños apretados, contemplando con intensidad a aquella anciana que era todo lo que quedaba de su familia.
Se fue relajando, lentamente, dejando salir el aire que había estado conteniendo y poco a poco fue sintiendo como sus músculos cedían y la tensión le iba abandonando, dando paso a un extraño sentimiento de vacío y desconcierto.
—La amaba —dijo en el silencio que siguió a las palabras de Minerva — habría dado mi vida por ella.
—Lo sé, querido. Créeme que lo sé, estaba en Hogwarts cuando te enamoraste de ella —sonrió con cierta melancolía, recordando el pasado. Creo recordar que estabas en sexto año, antes Navidad, te fuiste solo a una de las salidas del Hogsmeade y regresaste con ella, ibais cogidos de la mano y la mirabas como si no hubiera nadie más en el mundo.
—No hubo nadie más en mi mundo desde que se chocó conmigo en el tren a Hogwarts durante mi segundo curso.
—Te cerraste al amor, querido, eres demasiado joven. Cuando mandé a la señorita Granger a buscarte pensé que quizás….
Morgan suspiró aunque sonrió con algo de resignación.
—Nadie que te conozca creería lo entrometida que puedes llegar a ser.
Ella sonrió con algo de picardía y se mesó el moño colocándoselo con cuidado.
—Hermione es maravillosa —dijo
—Lo es —coincidió él —y es posible que, en algún momento, me sintiera atraído por ella —dijo sincerándose con ella —pero ni yo estaba preparado, ni ella se interesó en mí —rió entre dientes recordando el beso.
—Eso es porque no lo intentaste con ahínco, muchacho —replicó MacGonagall estirándose y levantando la nariz en un gesto altivo.
—Es posible —concedió Morgan. Y porque está totalmente enamorada de Draco Malfoy, pensó para sí mismo.
—Bien —Minerva se sentó de nuevo y, con un elegante ademán, le invitó a tomar asiento a su lado una vez más —acompáñame con el té, querido, y cuéntame que tal es eso de trabajar con el señor Potter.
Morgan resopló y su tía frunció el ceño y le dio un golpe en el brazo, reprendiéndole como a un niño.
—Harry es alguien muy querido para mí, Morgan —dijo con un gruñido.
Él puso los ojos en blanco pero sonrió, contándole algunas anécdotas de la investigación junto al auror. Lo cierto era que, aunque no pensaba decirlo en voz alta, Harry Potter era el mejor Jefe de Aurores que el Ministerio había tenido en muchos, muchos años.
