Potter.

De todos los magos tenían que mandarle a él. El señor "se me perdona todo por ser quién soy".

Regresó a la habitación en la que estaba y miró por la ventana. Todavía el niño que vivió se entretuvo en olisquear en el jardín, pero se marchaba cabizbajo, con el rabo entre las piernas. No entendía aún por qué le había permitido pasar cuando le vió, Sus conclusiones habían sido exactas (sí, usó legeremens con él; practicar la oclumancia, al parecer, no le había parecido oportuno a pesar del trabajo que desarrollaba) pero cualquiera con dos dedos de frente hubiera averiguado eso.

Su puesto, como le había segurado Kingsley, de mejor auror del departamento, se debía con toda seguridad, no a sus propios méritos, sino a la mediocridad del resto y por supuesto, a su apellido. Potter. Presumido y presuntuoso, creyéndose mejor que los demás, asumiendo que los demás debían pagar por él... "Vamos, no puede ser taaan malo" le había dicho Paula alguna vez. Sí que lo era, era igual que su padre, James.

James.

Mi James, no tu James.

Snape miró alrededor y se sintió vacío.

Se sentó en la butaca que había sido el lugar favorito de Demons recordando vívidamente la imagen de su mujer, porque era su mujer aunque ella aún no hubiera accedido a casarse con él, acunando a su hijo en brazos, arropándole, alimentándole, cantándole. Muchas madrugadas había ido a buscarla allí para encontrarla dormida en esa butaca con el niño enganchado del pecho, mamando aún en sueños, derramando la riqueza que le proporcionaba su madre, inagotable y generosa.

Muchas noches había acurrucado al bebé en su cuna y tomado a la madre en brazos, llevándola a la cama mientras ella enlazaba sus manos detrás de su cuello y preguntaba somnolienta qué hora era y después murmuraba que lo amaba con el mismo tono, como si el transcurrir del tiempo y el amor que le ofrecía deviniera por el mismo insondable y misterioso camino.

Ella, tan dura, tan valiente.

Podía haber huído con el niño. El pequeño James llegó a salvo a la casa de su abuelo. Alarmado, pero no asustado. Su madre le había dicho que avisaran a papá y eso habían hecho, y él se había desaparecido al instante en las instalaciones de su laboratorio y regresado a casa con la celeridad de un rayo tan sólo para no encontrarla.

¿Por qué no había huído con el niño?

Se aseguró de que no pudieran seguirle, cubrió su pista y entretuvo a los atacantes. Pero evidentemente, no le querían a él, el pequeño estaba a salvo de sus intenciones, fueran cuales fueran. La querían a ella. La persiguieron a ella.

Se la llevaron.

Su chica lista se encerró en el laboratorio, la única puerta de la casa junto con la entrada protegida por poderosos hechizos (no podían arriesgarse a que James entrara y accidentalmente ingiriera alguna poción o manipulara los peligrosos ingredientes), se acuarteló allí, esperándole. Aún no se explicaba cómo habían logrado derribarla tan rápido.

Lo que pasó después, era un misterio. Si en el salón se había defendido arrojándoles cualquier objeto a su alcance, ¿cómo, en nombre de Dios, no lo había hecho allí lanzándoles los tóxicos que almacenaban...?

Él había llegado tarde, tarde, tarde... Viejas heridas se reabrieron, heridas que consideraba cerradas desde hacía años.

¿Quién? ¿Quienes?

Si eran magos (y eran magos, no podían ser muggles), sólo podían ser mortífagos.

Depredadores viles ansiosos de venganza, pero ¿por qué? ¿por qué ahora? Habían pasado casi cinco años desde la cruenta pelea con Yaxley y los Lestrange, entre otros. ¿Quiénes atacaron allí?¿quienes se salvaron? Había volado al Jarro Ajado, había interrogado a todo el mundo armando tal escándalo que incluso en aquel antro del diablo alguien avisó a los aurores y tuvo que desvanecerse, convertirse en humo y salir de allí, dejando varios heridos. Buscó a Mundungus que había prosperado, convirtiéndose en perista. Ya no robaba él, ahora robaban para él. Rescató el antiguo Imperium, le interrogó a conciencia. Le mandó a investigar.

Nada, nada, nada por ninguna parte.

Los mortífagos o estaban muertos o en Azkaban. Tal vez, tal vez... alguien, alguno de ellos siguiera dando guerra por ahí. Pero ¿quién tenía los redaños suficentes para enfrentarse con él?¿quién había reclutado más gente para atacar a su familia?

Iba a volverse loco de tanto pensarlo cuando Kingsley llegó a su casa.

Recordó que pensó en largarse. Había sido poco precavido. Seguramente, había llamado mucho la atención con tanto movimiento y al final, habían acabado encontrando al causante del alboroto. Sí, pensó en largarse, pero la desesperación le hizo quedarse y abrir la puerta, (ellos tenían recursos, deberían tener vigilados a los mortífagos que quedaran o... o... ¿o venían a traer noticias de Demons?, Rogó a Diosque no fuera por eso) Lo que fuera, necesitaba saberlo.

Estaba cansado, desquiciado y abrió la puerta, sin esconder su identidad.

_El mismísimo ministro de magia en mi casa, cuánto honor.

Kingsley se quedó lívido, despidió a sus acompañantes y entró en la casa (la escena del crimen) con cautela.

_ ¡Snape!_ casi tuvo que tocarlo para creerlo_ ¿Cómo es que estás vivo?¿Desde cuándo...?

_ Como sabe, nací en 1960..._ dijo con fría cortesía, pero el antiguo integrante de la Orden le interrumpió.

_ Te creímos muerto.

Snape pronunció lentamente con una expresión indescifrable.

_ Estuve muerto, unos minutos. Sin embargo, no ha venido aquí por eso, ¿verdad? Perdone que no le ofrezca un té.

Severus señaló el revuelto salón.

_¿Qué ha ocurrido?

Realmente parecía preocupado.

_ Han asaltado mi casa, se han llevado..._ le costaba decirlo, le costaba mucho decirlo, como si pronunciar las palabras lo hiciera más real; como si, de no decirlo, ella fuera a entrar por la puerta, sonriendo_ Se han llevado a mi mujer.

Sonrió de medio lado al ver la cara de consternación de Kingsley, le había parecido más increible que tuviera mujer que... que estuviera vivo. Snape, resopló.

Le brindó su ayuda, la del ministerio, la de los aurores...

_ ¿Y, a qué debo agradecer esa generosidad?

_Severus, te lo debemos. Sin ti, no se habría podido...

_Bla... bla... bla. Dime la verdad, Kingsley, como camaradas que fuimos. ¿Por qué has venido aquí?

Snape reconoció en su discurso el estilo de Dumbledore, dicendo mucho sin decir nada. Desde luego, no le habían encontrado por su actividad de la última noche (panda de ineptos). De alguna manera se habían enterado del ataque. De alguna extraña manera. Y se habían presentado allí sin tener ni idea de quién les abriría la puerta. ¡Je!, ¡sorpresa!.

Le había citado en su despacho, le había prometido ayuda.

Potter.

Menuda ayuda. Ni siquiera tuvo la educación de no interrumpir la conversación de los mayores.

¡Y luego se había presentado en su casa!. Y él... le había dejado entrar... porque estaba desesperado.

Frotó su frente cerrando los ojos. Estaba cansado, llevaba dos días sin dormir, luego tomaría una poción pero antes, necesitaba hacer algo.

Necesitaba abrazar a su hijo.

Negó con un gesto rápido a su abuelo cuando este le abrió la puerta al llegar a la casa cubierta de hiedra: no hay noticias. Ambos se miraron seriamente sin atreverse a decir nada. Luego, Severus recompuso el rostro porque un chiquillo moreno corría hacia él.

_¡Papiiii!

Eso es, le tenía entre sus brazos. Su cuerpecillo cálido y nervioso era lo que necesitaba para calmarse un poco, para no ceder a la desesperanza. Olía a césped y a leche con galletas.

_Mi valiente James, ¿te estás portando bien?

El chiquillo de casi cinco años miró de soslayo a su abuelo antes de asentir vivamente. Volvió a abrazar a su padre.

_¿Se han ido ya los hombres malos, papi?¿Podemos volver a casa?

_ Sí, se han ido. Pero aún no podemos volver.

Besó la frente del niño, ¿cómo explicarle...?¿cómo decirle...?

_¿Y mami?

Severus le acarició el pelo. No consideraba contarle sus temores, por supuesto, pero tampoco quería mentirle.

_ Se la han llevado, ¿verdad? Ellos lo dijeron...

_¿Lo dijeron?

Su papá parecía sorprendido, pero no enfadado. Nunca se enfadaba con él.

_Dijeron... " ¿crees que nos importa tu hijo, estúpida?, venimos a por ti. Entrégate y no os haremos daño". Mamá se enfadó mucho, como cuando yo le dije idiota a mi amigo Thomas, y me metió en la chimenea. ¿Crees que les ha castigado a ellos también?¿crees que les ha lavado la boca con jabón o le han pedido perdón antes?

_Creo,_ dijo cogiéndole en brazos_ que tu madre es terrible cuando se enfada y que esos "hombres malos" harían bien en no hacerla enfadar de nuevo.

Subió con él las escaleras y le acostó en su cama. Le arropó. Eso solía hacerlo Paula mientras él miraba desde la puerta.

_Te he traído esto.

A James se le iluminó la carita cuando vió su peluche favorito, abrazándolo cariñoso como si le hubiera echado mucho de menos.

_ Ahora dame un beso y a dormir.

_ Este para ti _ dijo posando sus húmedos labios infantiles en la rasposa mejilla del mago_ y este para mamá.

"Para cuando la encuentres" añadió en un bostezo. Severus aún le acarició un poco la cabeza aunque el sueño le había rendido. La voz de su abuelo resonó detrás de él.

_ Es un chico muy valiente, no tiene nada de miedo.

_ Se parece a su madre.

Ambos hombres pasaron al salón.

_¿Nada aún?_preguntó el anciano ofreciéndole una copa.

Severus negó con la cabeza mirando el fuego con fijeza, apretando el vaso hasta que los nudillos se pusieron blancos.

_ Tu hijo te ha hecho esto.

El mago le tendió un folio, un dibujo. Al chico le gustaba dibujar. Severus sonrió tristemente. Le había dibujado a él, varita en mano, lanzando rayos hacia un par de hombres que se interponían entre él y Paula. Su héroe. Rescatando a su madre.

_ No te quedes en el salón, duerme en una cama. Un par de horas,_ pidió el anciano subiendo las escaleras_ antes de tomar algún veneno de los tuyos para mantenerte despierto. Si no, la próxima vez tu hijo te dibujará tan pálido y con tantas ojeras como a los "hombres malos".

Severus asintió cerrando los ojos, tocando la efigie de Paula en el dibujo de su hijo.

Y se quedó dormido.