Hace unos seis años...(se explicaba a sí mismo mientras esperaba)...no le fue difícil encontrar aquel claro del bosque. Aunque hiciera mucho tiempo que no pisaba ese lugar. Hay lugares que se graban a hierro en la cabeza, en la mente, en el corazón... si tuviera corazón. Hay sitios que se te marcan a hierro (un hierro candente siseante aplicado en la memoria) y que jamás podrán ser olvidados.
Ni aunque se intente cien años.
Aquel bosque de Albania era uno de ellos.
Avanzó reconociendo los árboles, la colina, la suave cuesta que ascendía cubierta de densa vegetación y que descendía limpia como un cráter, cubierta por un fragante césped. El acogedor calvero en el que el tiempo parecía no correr según las leyes de la física. Sus pies tropezaron con algo, algo blando muy distinto de las ramas o las hojas o las piedras que tapizaban el suelo.
Sus ojos claros, tan prístinos que podrían competir con un cielo en primavera, captaron la escasa luz para reconocer un cuerpo que yacía bocabajo en una poco natural postura.
Empujó varias veces con la punta de su bota. No tuvo respuesta. Tampoco lo esperaba. Todo estaba muerto allí.
Siguió avanzando. El lugar estaba destruído. Una mancha negra ocupaba el círculo donde antes se asentaba la cabaña.
Alrededor de la tierra calcinada, cerca y no tan cerca, la claridad recortaba cuerpos retorcidos por el fuego. Montones de volátil ceniza, que antes fue carne, amontonada en macabros bultos aún con forma humana.
Caminó lentamente hollando la fragante hierba sin que su paso dejara ni un rastro. Ni una rama quebrada, ni un tallo aplastado, ni un signo de su presencia. La hierba huía de él. Se aplastaba contra el suelo, se sumergía incluso en busca de sus propias raíces, para alzarse ilesa tras evitar su contacto. Podía incluso sentir los pasos de miles de queratinosas patas insectiles apartándose de su presencia.
Era ley.
La vida huye de la muerte.
Otro cuerpo interrumpió su camino, uno con el torso lleno de agujeros de los que aún manaba la sangre lentamente, manchando la tierra a su alrededor.
Pasó por encima de ese cadáver, que aún conservaba en su rostro una expresión de sorpresa, sin importarle si el bajo de su pantalón se manchaba, si sus botas aplataban las costillas acelerando el ritmo de esa lenta fuente o si el inerte cuerpo exhalaba el fondo de sus pulmones en un burbujeante estertor.
La luz de la luna arrancaba brillos rojizos a los restos carbonizados de la cabaña creando la ilusión de que aún ardía. El calor aún se transmitía del suelo a la planta de sus pies, atravesando la suela de su calzado.
Calor.
Aún.
Había sido obra de un mago. El aire aún estaba electrizado creando un etéreo velo que alzaba el escaso vello de su cuerpo aún a pesar de estar envuelto en una ceñida camisa y una levita de cuero negro, tan gastada, que se movía con suavidad sobre su cuerpo como una segunda piel. Poderosos hechizos se habían lanzado allí. Aún podía... olerlo.
El aire hedía a carbón y a miedo. Sus ollares se abrían como los de una bestia captando el sudor, distinguiendo presencias. Magos, de fétida reconocible fragancia con el halo viscoso de la negra parca, mortífagos, sorprendentemente, de nuevo cuando su presencia parecía extinta. Y había más. Un jóven, un anciano, una... humana.
El olor de la mujer le evocó otro que no percibía salvo escondido en el acre efluvio del suelo incinerado.
Con cuidado, casi con cariño, sacó de su bolsillo un pergamino cuidadosamente doblado. Sus pupilas dilatadas capturaron la claridad de la noche despejada para arrancar las palabras al papel.
Lo he conseguido.
Era como supusimos_ las runas, los símbolos, la daga, la sangre_
Estoy preparando el ritual: un ser acabando con la vida de un ser amado.
En cuanto te escriba esto, declamaré los hechizos, y les haré entrar.
Aunque ha pasado mucho tiempo, no te guardo rencor.
Ven a verme y compartiremos los siglos.
Tal vez, mientras lees esto, estoy alcanzando el sueño
que una vez acariciamos juntos.
_ Parece que no.
Su voz sonaba decepcionada. Musical y armoniosa, como un fagot; vibrante y profunda, como un violonchelo. Totalmente incongruente en aquel lugar.
Entonces lo decidió.
Si había una manera y ella la había encontrado, él también sería capaz.
Él llegaría donde ella no llegó.
Volvió a aspirar las esencias que apresaba el aire.
Dobló de nuevo el pergamino y confinó en la seguridad de su bolsillo el crujiente papel.
Tenía más en su casa. Cientos de pergaminos que había ojeado sin interés, sin dolor, sin ganas... ahora los leería todos.
Seguiría sus pasos.
Sacó los legajos enrollados del vetusto mueble donde los guardaba cuando sus botas pisaron el húmedo suelo de piedra.
Revivió sus cartas.
La ilusión al encontrar un nuevo compañero de viaje, un ser ambicioso que experimentó con ella la división de su alma, y que luego la dejó a medio camino mientras él buscaba su propia gloria.
La llegada de una acólita con su misma pasión por las artes oscuras... Y su incomprensible traición. Leyó la frustración y el odio que marcaba la pluma arañando el papel.
Húmedas manchas saladas salpicaban la descripción de su soledad y el miedo a su decrepitud.
Describió ansiosa el regreso del ser oscuro, esperanzada en su renacimiento, ligando el suyo propio al loco deseo de venganza de un resto frágil pegado a la vida por medio de un conjuro.
La decepción de nuevo ante la victoria de la luz. Del amor, amor, escrito con trazos que se superponían una y otra vez, no conforme con la forma de sus letras llegando casi a emborronarla, a borrarla, a tacharla...
Sintió su obsesión en ese nombre que se repetía: el mestizo de los Prince, el mestizo de los Prince... La frustración que casi le hacía rasgar el papel con la punta de su pluma escribiendo que no encontraban el libro. Su ira pulsando en la tinta roja mientras le contaba que el libro había sido destruído y con el su Horrocrux.
La desesperación.
La esperanza.
La llegada del Prince buscando la magia que le había sido robada acompañado por su amante, una muggle.
Su máximo sueño en esta última que sostenía en las manos. "Lo he conseguido"
_No, no lo lograste.
El aire vibró sin nadie que le escuchara.
Nada. No tenía nada.
Sólo tiempo.
Tiempo callado como la pausa de un latido, un año tras otro, hasta casi seis, hasta que sus ojos azul claro, casi blancos, se abrieron de repente en medio de la noche y pudo contestarse a sí mismo:
_Pero yo sí lo haré.
