_¿Qué es ésto?_ preguntó Demons mientras sotenía por un tirante el provocativo atuendo que Snape le había regalado.

_La mayoría de los mortales lo llaman "regalo", tú, tal vez quieras llamarlo tributo, mi dueña y señora.

Snape se empleó a fondo para conseguir modular su voz hasta hacer que sonara tremendamente seductora. Pero qué extraño... no parecía surtir el efecto habitual en Demons.

_ ¿Esto es una burda forma de intentar ponerle chispa a nuestra vida sexual?

_ Intentar ponerle "chispa" a nuetra vida sexual sería una grave irresponsabilidad, querida, podríamos provocar una explosión que acabara con el hemisferio norte.

Paula chasqueó la lengua, como molesta mientras dejaba la prenda arrugada a un lado de la mesa y apuró su copa de champagne. Severus pensó que no era justo. Se había esforzado. La cena, traída del restaurante que más le gustó de París; las velas, la casa decorada suavemente con globos de luz rojiza y violeta flotando sobre la sala; el calor sugerente de la chimenea; el aire perfumado con sándalo y James, a salvo y dormido en casa de su abuelo.

_Pensé que te gustaría_ dijo lacónico y serio, volviendo a llenar ambas copas.

_Sí me gusta... _pues no lo aparenta, contestaba Snape mentalmente_ pero es... raro.

_¿Raro?

_ Que me agasajes así.

_Antes lo hacíamos mucho _ antes de James, quería decir_, ¿ya no recuerdas cuando celebraste tu falso cumpleaños en Hogwarts?

_ ¡Oh sí!_ dijo irónicamente_ ¡Una vez! Eso no es "hacerlo mucho"

Snape se demoró todo lo posible en beber de su copa. No sabía qué responder a eso. La noche no iba por el camino que él esperaba.

_¿No te ha gustado la cena? Le Meurice, aquel restaurante que te encantó en París, no suele prepara su carta para llevar. El chef Alléno, casi se muere de un infarto. La tarta ópera del postre es de Londres... de esa cafetería donde casi no te dejan entrar... Casi he tenido que usar un cruccio con el maître para que me la dejaran sacar del local...

_Podíamos haber comido esto en París, eso sí hubiera sido un regalo sorprendente.

Severus se sintió incómodo.

_Pensé que no querías separarte tanto de James...

_Y no quiero...

_¿Entonces por qué me dices que te hubiese gustado ir a París? Podemos terminarnos el champagne en la Torre Eiffel, si quieres.

_No quiero ir a París ahora, no digas tonterías.

Demons se levantó haciendo un ruido innecesario con su silla y comenzó a recoger la mesa. Snape alzó una ceja, definitivamente, la noche no iba como esperaba.

_ Deja eso, sabes que no hace falta.

_No lo haría si tuviéramos un elfo doméstico para hacer estas cosas... pero al señor no le gustaría tener una de esas criaturillas rondando por aquí por miedo a que revele su identidad en el mundo mágico... ¡Los elfos son discretos y fieles y...!

_ Sí, claro_ ahora el tono irónico lo usaba él_, pregúntaselo a Dobby...

_¡Dobby le fue fiel a Potter, hasta la muerte!

_¡Dobby traicionó a sus verdaderos amos, los Malfoy!

Snape hizo un movimiento con su varita y los platos comenzaron a recogerse solos, mientras él se levantaba y rodeaba a Demons con sus brazos desde detrás, pegando la espalda de ella a su pecho, hablando..., no, susurrando, en su oído.

_ Tal vez pueda hacer algo para acabar con esa tensión tuya...

_¿Yo?¿Tensa?

_Más que un gato acorralado...

Paula sacudió sus hombros y se desprendió del abrazo de Snape, cogiendo de nuevo la copa y sentándose frente a la chimenea.

_¿Qué pasa, Paula?_ la voz de Snape ya no era profunda ni sensual, sino dura, impaciente _. Y no me digas que nada, porque no te creeré.

_¿Y qué vas a hacer?_preguntó Paula_¿Torturarme hasta que hable?

La suya se clavaba como rocas afiladas. Cuánto daño sabes hacer, maldita. Si su tono hubiera sido otro ya estaría aplastando su cuerpo en el sofá.

_No lo descarto.

Paula se encogió ligeramente de hombros. Uuuuh, sí, ¿huelo el miedo, señorita Demons...?

Se sentó junto a ella silencioso, contemplando el fuego.

Tal vez era el trabajo. El laboratorio no avanzaba todo lo rápido que quería. Las pruebas que le exigían hacer para los "medicamentos" que elaboraban juntos retrasarían en un par de años su salida al mercado. Pero habían contado con ello en sus cuentas, no sería problema aguantar un par de años.
A lo mejor el problema estaba en su reciente investigación, hace un par de noches se quedó dormida encima de una montaña de papeles, se había quedado atascada y no se le ocurría por dónde continuar, no obtenía resultados concluyentes y se le cumplía el plazo de financiación.
Y estaba James, claro. El niño que ya iba a cumplir cinco años empezaría pronto a ir al colegio y ella estaba aterrada por lo que pudiera pasar allí con su magia.

James era una preocupación constante para ella. No para Severus, él estaba habituado a tratar con pequeños magos, bueno, no tan pequeños, pero podía controlar sus efusiones involuntarias de magia... y ella no. Una vez, Paula tuvo que comprar un peluche gigantesco (un oso panda de dos veces el tamaño de James) porque no conseguía que se le despegara de las manos antes de salir de la tienda. Ella no podía hacer que dejara de nevar en el jardín en agosto porque a él se le había antojado jugar con la nieve, justo el día que tenían que venir el jardinero a arreglarlo.

Sí, sería eso.

_Y querrías que me lo pusiera hoy y todo...

Era Paula hablando de su regalo. Se abstuvo de contestarle. Sí, esperaba que se lo pusiera hoy. La atrajo sobre sí y besó con delicadeza sus hombros. Esta vez, no le rechazó.
Menos mal.

La echaba de menos. Echaba de menos su... urgencia. Su... deseo.

_Es bonito...

Seguía hablando sola. ¿Bonito? ¿Estamos hablando de un picardías o de una mascota?

_Sería más bonito sobre tu piel.

Paula se echó sobre él apoyando la cabeza en su pecho. Bien hecho, Severus, se animó a sí mismo. Aprovechó su aparente rendición para atraerla por la mejilla y robarle un beso. Ella se recosto mejor sobre su pecho. El peso de ella sobre su cuerpo, el roce de su espalda, le excito inmediatamente. Envalentonado, bajó la mano de su mejilla acariciando su cuello y su escote. Luego, su otra mano se unió a la tarea abarcando ambos pechos, no tan menudos después de su embarazo, ejerciendo presión en toda su redondez.

_¿Qué haces, Severus?

El ridículo, parece.

_ ¿Que qué hago?_ dominar las ganas de mandarla a la porra, señorita Demons, e irme a la cama... solo.

Pero, en cambio, la besó por debajo de su oreja y habló con una voz retumbante, grave y escabrosa.

_ Trato de ganarme el sueldo, señorita Demons _ ni recurrir a su antiguo pacto parecía dar resultado. Severus hubiera querido volver a aquel día, con Paula bajo su cuerpo con la piel dolorida tras la tortura de Voldemort, ardiendo al recibir su aliento. Sí, con la vida pendiente de un hilo y su promesa de llorarle ríos, mares... Aquella Demons, no esta criatura enervada y huidiza._ Trato de mantenerla satisfecha.

Paula se levantó.

_ Estoy satisfecha, Severus.

Su ego no pudo más. Era la segunda vez que le rechazaba.

_¿Sí?¿Y a quién debo el honor?

Paula le miró ofendida. Sus ojos miraban peligrosos. Por fin una respuesta, se alegró de su reacción. Llevaba tanto tiempo esperando ver llamear sus ojos que no pensó en el motivo... ni en las consecuencias.

_ Severus... no estás hablando en serio.

_ Por supuesto que sí. Dime, ¿contra quién tengo que competir por tu atención? ¿Harry, tal vez?

_ No digas tonterías...

_ Estoy hablando en serio, te lo he dicho.

_ Yo también.

No percibió el peligro. Idiota. Pensaba entonces que despertando los celos la haría fijarse en él. Forzarla a convencerle de lo contrario. Craso error.

_ La semana pasada fuiste dos veces a su casa...

_ ¿Ahora me espías?

Ella estaba indignada. Si fuera de cristal, podría haber visto la decepción, el dolor y la furia bullendo dentro de ella. Pero no lo vió. Sólo veía sus ojos ardiendo y sus músculos tensos y pensó, pensó.. que... Bueno, fue evidente que se equivocó.

_ Ojalá tus palabras fueran sólidas, Severus. Te las haría tragar.

No. Definitivamente, la noche no estaba saliendo como esperaba.

Paula se dirigió hacia la puerta. Cogió el bolso.

_ Paula...

Tenía que haber llegado hasta ella, agarrarla por la cintura, besarla, arrojarse a sus pies... cualquier cosa con tal de que no se fuera. Intentó continuar con dignidad.

_ No hablaba...

_ ¿ No hablabas en serio?¿Cuándo?¿Ahora o antes? No te creía un mentiroso ni un manipulador.. No conmigo.

Su voz sonaba rota, dolida.

_ ¿Dónde vas?_ Frase equivocada, debía haber dicho "no te vayas".

Quiso acercarse, retenerla, pedirle perdón. De veras que quiso. ¿Por qué no fue? Ella se había detenido, le esperaba, le estaba esperando, ¿verdad?

_ A cualquier sitio, a uno donde no se cuestione mi lealtad.

Creyó leer en sus ojos un momento una invitación, pero no respondió a ella. ¡Él también estaba dolido, qué demonios! ¡Era ella la que le negaba su deseo, la que se escabullía de sus atenciones!

Una palabra. Habría bastado una maldita palabra, "aquí", y ella sabría que realmente no pensaba lo que había dicho. Una palabra y no hubieran hecho falta las disculpas. Dos silabas, y Paula se quedaría. Tal vez hubieran acabado haciendo el amor frente a la chimenea y luego (o mientras) él le hubiera podido arrancar del alma qué le preocupaba.

Pero calló.

Quiso rendirla, pero ella no es de las que se rinden, ya debería haberlo sabido. Ya debería saber cómo era: injusta, egoísta, exigente. Ella era incondicional. Lo daba todo, pero lo quería todo. Nunca le soportaría celoso o controlador. Ya debería saber que ella no quería humillarlo, solo que fuera franco. Que no intentara usar sus sentimientos en contra de ella, el día que empuñes el látigo de Dumbledore, el día que intentes usar todo lo que te quiero para dominarme, me voy por esa puerta, le había dicho alguna vez.
Sabía todo eso.
Lo sabia... y con todo, la dejó ir.

Ella sabía que él era orgulloso y que esta noche no le había dado opciones. Esperó en la puerta, hubiera bastado con que él hubiera alzado la mano. No se disculparía ella primero, no después de lo que la había acusado y él la conocía lo suficiente como para saberlo, igual que ella le conocía a él y estaba segura que en este momento no le pediría que se quedara.

Ambos se sentían errados pero ninguno de ellos quería admitirlo.

Atravesó la puerta.

El Escorpión le dijo a la Rana: « dejame cruzar el río montado en tu espalda». « No», contestó esta, «si lo hago me clavarás tu aguijón y moriré».«Eso es imposible, porque entonces yo caería al agua y moriría también». Convencida, la Rana le dejó subirse y cuando estaban en medio del río, el Escorpión le picó. La Rana, protestó moribunda, «¿ por qué has hecho eso?. Ahora tú también morirás» Y el Escorpión respondió:«no he podido evitarlo, es mi naturaleza».

Los dos eran ranas.

Los dos eran escorpiones.

El sonido de la puerta al cerrarse sonó como un punto final.