Milán, Italia.

La única vez que había sentido miedo en su vida no había sido en alguna situación relacionada al fútbol, si no todo lo contrario, pues aquella vez había abandonado momentáneamente su sueño del Mundial Juvenil solo por permanecer al lado de la mujer que amaba, quien lo necesitaba más de lo que él podría alguna vez necesitar un simple título mundial de un torneo Sub-19. Aquella vez se había sentido aterrado e inútil en partes iguales, pues había sido solo cuestión de suerte el que su querida novia Yoshiko lograra vencer el estado de coma luego de tal accidente. A decir verdad nunca lo dudó, ya que ella era una joven adulta y sabía la fortaleza que ella se cargaba en su lindo y dulce ser. Lo había demostrado con la perseverancia al superar el obstáculo de la distancia entre ambos, estando uno en Japón y la otra, en Estados Unidos.

Han pasado los años y ahora todos esos miedos han regresado, aunque multiplicados por mil. Hikaru amaba a Yoshiko y había sufrido demasiado con su accidente, pero aquel dolor no se comparaba en nada al dolor que ahora sentía al ver nuevamente a alguien que amaba luchando entre la vida y la muerte, contra ese maldito coma, y él simplemente sentado a su lado en la silla de hospital sin poder hacer absolutamente nada más que solo rezar por su recuperación, esperando que las divinidades no se hubieran olvidado de él. Pese a no ser tan creyente como Yoshiko, rezaría lo suficiente para que todos los dioses se hartaran de él y lo oyeran de una buena vez.

-Al menos te ha tocado una linda habitación, ¿eh, Haru?- Le dijo Matsuyama por lo bajo al pequeño niño de cuatro años que se encontraba en la cama, en aquel sueño que parecía interminable. En esos momentos de soledad que tenía junto a su pequeño Haruki, Hikaru podía observarlo dormitar con el pecho cálido de amor, tal como solía observarlo dormir cada vez que podía, manteniendo la idea de que simplemente era eso: el pequeño Haruki Matsuyama solo se encontraba durmiendo y pronto despertará.

Desde hacía una semana el niño se encontraba dormido, batallando contra una bacteria que lo había afectado más de lo que se hubiese querido, entre antibióticos y medicamentos, con el apoyo de los médicos, una mamá y un papá incansables y esperanzados, amigos cercanos y otros tan lejanos que estaban presentes a través de mensajes y llamadas constantes. Su papá, el famoso Águila de Hokkaido, jugador del reconocido club Milan italiano, era el indiscutible pilar de su pequeña familia, pues su pequeño necesitaba tanto el apoyo de su padre para su difícil lucha como su esposa lo necesitaba para mantenerle las esperanzas altas cuando sentía que la incertidumbre la tumbaba. Sin embargo había momentos en que él mismo necesitaba que alguien le diera un poquito de ánimos, pues en los breves momentos en que su mente se percataba de la horrible y delicada situación que estaba atravesando sentía como un gran agujero negro se abría bajo sus pies. Tal agujero se cerraba abruptamente con un acto tan simple como charlar con su inconsciente hijo, como si nada malo pasara en sus vidas, como si ese pequeño ser fuera el ángel que lo salvaría siempre de las penumbras.

-¿Sabes? Mamá te ha cuidado toda la noche y ahora está cansada. Ha ido a tomar una ducha y pronto volverá. No te dejaremos solo en ningún momento. Sé que te das cuenta de estas cosas y no quiero tener que escuchar tus quejas después.- Soltó una risita, acariciándole el pie por sobre la sábana, recordando aquellos gritos que solía soltar al despertar en casa y no tener ni a mamá ni a papá a su lado. Vaya niño malcriado.

En ese instante, Hikaru sintió un gran nudo en su garganta. Aquel nudo iba y venía, pero siempre había podido ser lo suficientemente fuerte como para tolerarlo. Haru lo necesitaba fuerte y Yoshi también. Tal como antes, tragó saliva, sonrió y continuó acariciando el pequeño pie de su hijo, preguntándose cómo podía lucir tan angelical y ser tal revoltoso al mismo tiempo. La puerta se abrió y él volteó, encontrando la respuesta a aquella cuestión en brazos de uno de sus compañeros de Selección, quien a su vez era su vérdugo en los clásicos milaneses.

-Hola, Hikaru. Lamento la hora, pero no hemos podido venir en horario de visitas. Ya sabes que debemos venir a escondidas de su madre. Te he dicho que dice que los hospitales no son lugar para una niña pequeña tan inquieta.- Se excusó apenas entró, mostrando ambos una sonrisa de complicidad que hizo sonreír a Matsuyama, tanto por la acción de amistad del padre hacia él, de la niña hacia quien es su mejor amigo del kinder, como por lo idénticos que ambos se veían en ocasiones y con ciertos gestos como esos. -Por suerte el seguridad es un fanático del Inter.- Se mofó.

-Shingo, Mizuki, me alegra verlos.- Saludó poniéndose de pie, sacudiéndole aquel flequillo desordenado que la niña llevaba, el cual también la hacía ver idéntica a su padre. Acto no buscado según ellos, pues juraban una y otra vez que pese a los cientos de intentos de cambiarle el peinado para evitar que pareciera una pequeña clon, el remolino heredado por los Aoi que se le formaba en el flequillo le hacía imposible que tal se mantuviera más de unos segundos. -Creo que a Haru le hará bien ver a su amiga.- Comentó Hikaru, tomando en brazos a la niña, quien ya había notado a Haruki en la cama y miraba hacia allí. El defensor del Milan la acercó y la sentó, junto a su hijo.

-Siempre que vengo a visitarlo está durmiendo su siesta.- Dijo la pequeña, haciendo un mohín. -¡Quiero jugar!

-Haru está cansado. De seguro pronto despertará.- Le sonrió Hikaru, apenado. Shingo le colocó la mano en el hombro.

-Pronto lo hará. Él es fuerte. Aunque no me agrade del todo que frecuente tanto a mi hija mayor.- A lo último lo dijo en baja voz, haciendo reír a Matsuyama por lo bajo.

-Espero que despiertes pronto, Haru. Extraño jugar contigo.- Le susurró Mizuki, antes de besar la punta de sus dedos y colocárselos en la mejilla.

Yoshiko ingresó a la habitación y se sorprendió por tales presencias, sonriendo al visualizar a la pequeña Aoi junto a su hijo.

-¡Yoshiko!- Exclamó ella, saltando de la cama para abrazar a la japonesa, quien la levantó en brazos. -¡Quiero jugar con Haru!- Comenzó a gritar y a patalear la niña, emberrinchada.

-Me encantaría que lo hicieras, Miz, pero...- La compostura de Yoshiko decayó al oír la petición de la niña, sintiendo sus ojos humedecerse con rapidez.

-Iremos por un momento afuera.- Dijo Aoi, tomando a su hija de los brazos de la japonesa y caminó a la puerta, dirigiéndole una mirada de reprimenda a su niña, quien le hizo un mohín. -¿Cómo es que saliste tan gritona y berrinchuda?

-Dicen que los niños son el castigo de Dios.- Le dijo Hikaru antes de que él se marchase.

-Nunca mejor dicho.- Rió él, por lo bajo, cerrando la puerta con lentitud.

-Hikaru, tu hijo está aquí, en este lugar, ¿y tú dices algo tan horrible? ¿Cómo pueden pensar eso?- Lo regañó Yoshiko. Él le sonrió.

-Shingo siempre ha sido un sujeto gritón y berrinchudo, tú lo has visto. Mizuki es idéntica a él en todo sentido, pero aquellos detalles al parecer los tiene potenciados, cosa que a veces lo supera. Y Stella tal parece que va por el mismo camino que su hermana mayor, ¡y ni siquiera tiene un año!- Sonrió divertido al recordar a su ahijada. -A eso nos referimos, Yoshi. Nunca nos arrepentiríamos de Haru, ni él de sus niñas.

-¿Crees que Haru sea el castigo para nosotros?- Preguntó ella luego de unos largos momentos, ambos mirando a su hijo. -Haru es idéntico a ti, Hikaru. Sin embargo, en personalidad es idéntico a mi. Es reservado y tranquilo.

-Hasta que llega Miz.- Le recordó, y ella sonrió y asintió.

-Pareciera que con nosotros trata de comportarse como un buen niño, y con Miz puede ser quien es. ¿Estaremos haciendo las cosas bien? ¿No estaremos presionándolo demasiado?- Preguntó, y a Matsuyama le llamó la atención oír una voz ahogada. La miró y simplemente se limitó a tomar la mano de Yoshiko y contemplar a Haru mientras ella liberaba su llanto. -No quiero que sea un niño bueno y educado, quiero que sea un niño feliz.

-Lo será.- Dijo, manteniendo una voz firme.

-Ha pasado una semana, Hikaru, y no ha habido signos de mejora.

-Tampoco ha empeorado.- Continuó en su plan de fortaleza mental, la cual se fué al demonio al Yoshiko romper en un llanto desesperado. -¡Por favor, Yoshiko! ¡No seas pesimista! ¡Se trata de nuestro hijo! ¡Estoy seguro de que lo logrará!- Exclamó, sintiéndose frustrado y totalmente sobrepasado por la situación.

-¡No puedo tolerarlo otra vez!- Negó una y otra vez, sollozando, cubriéndose la cara con ambas manos. -¡Hikaru! ¡No puedo! ¡No sé que haré si Haru no lo logra!

-Ni siquiera lo consideres, Yoshi.- Hikaru se tranquilizó, pues comprendió que si el único pilar se caía, todo se vendría abajo, incluso la lucha del pequeño Haruki. Al fin de cuentas desde el inicio pensaba en que su lucha para mantenerse firme ante la adversidad estaba de una u otra forma emparentada a la lucha que su hijo estaba llevando a cabo contra la maldita meningitis. Si Hikaru triunfaba, Haru también lo haría.

Por otro lado, estaba Yoshiko... Una Yoshiko aún devastada por la pérdida de un embarazo casi a término hace apenas año y medio. Una Yoshiko que nuevamente se enfrentaba a la posibilidad de volver a perder un hijo. Hikaru comprendía que ella, a pesar de ser fuerte, no tenía la fuerza de voluntad que él tenía, pues esta aún estaba resquebrajada por aquella tragedia y estaba lidiando con esta situación lo mejor que podía. Sin embargo, para eso estaba él, para sostenerla cuando ella no pudiese más, tal como la pequeña Miz se tragaba su miedo a los hospitales para venir a acompañar y darle apoyos a su amigo, tal como Shingo se arriesgaba a una fea pelea con su esposa por traer a su pequeña a un lugar inapropiado solo para apoyarlos. Todos ellos solo se movían por amistad y esperanza, la cual mantendrían firme hasta en las peores circunstancias.

-Calma, Yoshi, Haru lo logrará.- Le dijo, con la mayor dulzura de la que fué capaz, sentándola en el sillón de dos cuerpos de la habitación, junto a él, y acariciándole la cabeza. -Y verás que tendrás que tener ojos en la espalda por la energía se tendrá luego de tantos días de descanso.

-No me importaría que escribiera todas y cada una de las paredes de la casa.- Musitó Yoshiko, aún llorando, recordando el último regaño que le había dado el último día en que había visto lúcido a su pequeño, quien había dibujado toda la pared de la sala con un marcador indeleble. -Solo quiero que despierte.

-¿Mami?- Se oyó muy suavemente, casi un susurro, y el matrimonio Matsuyama sintió como una oleada de alivio y felicidad se llevaba todos sus temores muy lejos de allí.