Milán, Italia.
Perspectiva de Ishizaki.
Resulta que siempre, desde que tengo memoria, me he jactado de dos cosas, las cuales dependían del momento en el que me encontraba: o era un sujeto demasiado suertudo, o era un sujeto a la que la vida le retribuía la gran cantidad de pesares y esfuerzos que he tenido que atravesar y realizar para hacerme valer en este mundo.
Hay tres personas a las que les debo el que yo sea hoy lo que he tenido la suerte de ser: un jugador de fútbol profesional fichado por uno de los grandes de Europa. ¿Quién lo diría?
La primer persona, por supuesto, es mi mamá. Mi mayor fan, la más leal del mundo, la que aún me trata como un bebé, también como si verdaderamente me creyera el mejor jugador de fútbol del mundo. No hubiese logrado llegar hasta aquí sin esa escándalosa mujer animándome desde que era un pequeño en un equipo de cuarta.
La segunda persona, es él. Por supuesto. Ese niño que había llegado a mi ciudad y a mi escuela para salvarnos de una (otra) humillante derrota a manos del Shutetsu del, en ese entonces, atemorizante Genzo Wakabayashi. Aunque aún continúa siéndolo, a decir verdad. Ese niño que no solo había logrado cambiar al equipo de fútbol de la escuela Nankatsu, también había logrado cambiar la historia de la ciudad, incluso del país, pues a través de él nació una gran generación dorada que hoy estaba dando de qué hablar. No por nada hay dos japoneses juntos en uno de los mejores equipos de Italia, cinco japoneses en total en el Calcio italiano, otro japonés en un grande de España, otro japonés en Alemania, otro japonés en Francia, otro en Inglaterra, y así. Los que parecían no saber nada de fútbol, estaban ahora en los mejores equipos del mundo. Creo que no hace falta nombrar al sujeto al que me refiero, je.
La tercer persona, es ella. Mi vérdugo en los tiempos de la secundaria, la que siempre se ha preocupado por mi, la que alguna vez califiqué como la chica más linda del colegio Nankatsu y por ello Izawa se rió de mi y me llamó cobarde. Aunque realmente no me creo así, pues ella es mi prometida, le he pedido matrimonio y ahora ella está conviviendo conmigo aquí, en Italia, alegrándome la existencia y siendo el pilar que necesito para poder triunfar ante esta gran oportunidad. Tan cobarde no creo ser. Aunque...
El pensar en ella, mi Yukari, me ha llevado inmediatamente al momento en que la he conocido. ¡Vaya chica difícil de tratar que había resultado!
-Buenos días, mi nombre es Yukari Nishimoto y soy nueva en la escuela.- Sonrió aquella vez, apareciéndose de sorpresa en el entrenamiento en el segundo año de la secundaria junto con la ya conocida Kumi Sugimoto y la aún más conocida Anego, Sanae Nakazawa.
-Oh, tú debes ser también la nueva mánager, ¿cierto?- Izawa se le acercó con su aire de conquistador, lo cual, por algún motivo, me fastidió. -¿Qué?- Me dijo, quizás percatándose de mi reacción.
-Ya suficiente tiene con tener que ser la niñera de todos nosotros. No la molestes.- Bufé.
-Agradezco tu ayuda, pero yo puedo lidiar por mi misma con todos ustedes.- Sonrió y, pese a su sonrisa, sentí aquellas palabras como un ataque directo a mi orgullo.
-Claro, porque somos todos unos niños tontos y tú pareces ser taaan madura.- Respondí con una ironía, ganándome la primer mirada horrible que Yukari me ha dirigido e iniciando así nuestra curiosa amistad-odio.
-Corrección. Ellos no parecen niños...- Señaló a Tsubasa y a Taki. -...pero tú sí. O al menos te comportas como uno.
-¿Lo descifraste con apenas dos minutos de conocerme? ¡Qué lista!- Continué ironizando.
-Solo me tomó algunos segundos.- Sonrió, altanera.
-Y a mi me tomó segundos darme cuenta de que serás una molestia en mi trasero.- Respondí, intentando no dejarme vencer.
-Tarea cumplida, entonces.- Sonrió y sí, con eso me venció, porque hizo que me quedara mudo. -Ahora regresa a tu entrenamiento. Tus compañeros no pueden hacer todo.- Dijo además, con una puñalada a mi orgullo de jugador como bono extra. Fruncí el ceño y regresé al campo.
-Quizás debas aprender a convivir con ella.- Me sugirió Tsubasa, un tanto divertido por aquella pequeña disputa.
-Cállate.
Es curioso cómo una relación entre personas que parecen odiarse puede cambiar tan repentinamente de un momento a otro. Así pasó durante un entrenamiento en plena lucha por la obtención de la tercer victoria consecutiva del Nankatsu, en donde, posiblemente por sobreexigencia a mi pobre cuerpo, acabé con un duro pico de fiebre que provocó que tuviese que abandonar el campo de entrenamiento e ir directo a la enfermería. ¿Por qué tanta sobreexigencia? Los duros entrenamientos y la mala situación económica de mi familia, la cual causaba que deba trabajar arduamente en los baños públicos también.
De tanta fatiga había tenido que dormirme un buen rato. Buena falta me había hecho, o eso me había indicado mi cuerpo. Sin embargo, al despertarme en la habitación de la enfermería, una imagen causó que me sorprendiera a tal punto de comenzar a pellizcarme.
-Oh, ya despertaste.- Dijo Yukari, sentada en una silla cercana mientras ojeaba un libro. Apenas y me miró. -¿Cómo te sientes? Te dije que descansaras.
-Me hubiese gustado descansar, pero tuve muchas cosas que hacer en casa.- Bufé.
-Sí, tu madre me comentó algo de eso.- Cerró su libro con brusquedad y al fin, me miró. Se levantó y se sentó a mi lado, colocando su mano en mi frente y la otra en la suya para comparar temperaturas.
-¿Mi madre estuvo aquí?- Pregunté, intentando no sonrojarme, cosa que sabía no estaba logrando. Por suerte podía culpar a la fiebre.
-Sí. He hablado con ella. Puedes ocuparte de lleno en el torneo, Ishizaki. Yo ayudaré a tu madre en su trabajo.- Comentó, con una sonrisa apenada.
-¿Eh?- Enarqué una ceja. ¿Por qué aquello se me hacía sospechoso?
-Eso.
-Pero ¿por qué?
-Simple: no quiero volver a tener que cargarte hasta la enfermería. ¡Pesas demasiado! Estás algo gordito.
-¡Yo no estoy gordito!- Refunfuñó.
-Pues esto dice lo contrario.- Se rió y comenzó a pellizcarme las carnitas del vientre, cosa que me hizo reír y fastidiar al mismo tiempo.
-¡Ya! ¡Déjame!
-Pues mi idea era asegurarme de que te mantuvieras vivo, pero ahora que veo que lo estás iré con el resto del equipo.- Dijo, levantándose. -Descansa, Ryo. El equipo te necesita al cien para lograr la tercera.
Aquellas palabras que me dedicó antes de salir causaron que mi corazón se acelerase como loco, por dos razones: la primera, era la primera vez que Yukari me llamaba por mi nombre. Y segundo, el que crea que soy indispensable para el equipo.
-"¿Por qué se comporta tan rara conmigo?"- Me pregunté, aún debatiendo internamente mis propias cuestiones. Una vaga idea pasó por mi cabeza, pero la deseché inmediatamente. Yukari no. Ella es igual con todo el mundo. Incluso es más gentil con Izawa que conmigo. Sé que ella no piensa algo así de mi, pero ¿y yo?
Ella es linda, es lista, es protectora, gruñona, es divertida. Creo que soy el único que conoce todas sus facetas y le agrada cada una de ellas. Al darme cuenta de que, al pensar en ella, estaba sonriendo como bobo, caí en la cuenta de algo muy importante. Sonreí.
Regresando al presente, logré darme cuenta de lo afortunado que fuí, especialmente al verla acomodar el último mueble de nuestro nuevo hogar.
-¿Vas a quedarte ahí parado o vas a ayudarme?- Exigió, con ese tonito maloso que tanto me agradaba. Reí por lo bajo.
-Ya voy, ya voy.- Me acerqué y tomé aquel mueble destinado a la televisión de la sala, colocándolo en su posición. -¿Aquí?
-Perfecto.- Sonrió con satisfacción. Luego contempló el lugar. -Es un lindo departamento. ¿Quién lo diría, Ryo Ishizaki? ¿Tú en Milán?
-Milagro.- Reí, sabiendo que no era lo que pensaba en realidad y ella tampoco, pues todo esto era compensación a mucho, mucho esfuerzo.
-¿Deberé empezar a usar ropa Gucci?- Se mofó.
-¿Para qué? Eres linda así de simple. Además no te va el estilo niña rica.- Reí.
-De todos modos, todos mis atuendos elegantes son de la novia de Tomeya, ya lo sabes. Las chicas y yo le damos una mano para que sus diseños sean conocidos y su emprendimiento retome vuelo. No solo ustedes se apoyan entre sí.
-Todas ustedes son geniales, pero ¿han ganado una medalla de oro por eso?- Pregunté, burlón.
-¿Quién te ha dicho que no?
Reímos, como muchas de las veces desde que pisamos este nuevo lugar, sintiéndonos felices, seguros y a gusto, tanto con nuestro hogar como con la persona que teníamos al lado.
Quizás nuestro inicio turbulento había marcado lo que sería nuestro destino, después de todo muchas veces me he preguntado "¿qué sería si no hubiésemos iniciado así?", si no hubiese conocido a la mejor Yukari desde el inicio. En fin, agradezco a todos los dioses por ello.
