«El ángel arranca un gran puñado de flores y las llevan con ellas hasta Dios, donde las flores florecen más que nunca en la tierra»
40 Días.
—¿Qué pasa? Parece que viste un fantasma.
Genma no se da cuenta de lo extremadamente acertada que es su broma. Kakashi se fue a dormir, bajo los efectos del alcohol — nada novedoso en las últimas dos semanas—, envuelto en sus lamentos y se despierta con una enorme resaca y con la fina creencia de qué anoche le ha visto otra vez. Ahí de pie, junto a su propia lápida, con las ropas con las que ha muerto, pero integra, aun como el ángel que era en vida y no como el cadáver destazado en que se convirtió su cuerpo.
—Tal vez, quien sabe—responde, jugando con él, porque no conoce a nadie más creyente de esas cosas que el mismo Shiranui Genma sea cual sea la religión que profesa.
El del senbon le da una mirada severa, y luego se vuelve al papeleo en la mesa, ignorándolo con la esperanza de que Kakashi continue en lo suyo, el informe no se va a redactar solo, pero la hoja en blanco permanece así desde que se sentó y aunque le ha dicho a todos que necesita un golpe de inspiración, en realidad lo que necesita es un golpe de lucidez, uno que le haga poner los pies en la tierra de nuevo y sentirse fuerte como se supone que es y transmitir la confianza ante la vida, la muerte, el duelo, la reencarnación, lo que sea que profesen los que lo miran y buscan consuelo en él.
Porque Kakashi ha enterrado a más personas de las que realmente ha llegado a conocer y sin embargo, es la primera vez en mucho tiempo que se siente liviano, sin peso de deber un duelo, sin ceremonias quejumbrosas o funerales tediosos a los que ir.
Es un hipócrita, se reconoce así mismo. Porque Sakura era su alumna, y su colega, luego su subordinada, pero fue su médico, y el único apoyo que sintió durante la guerra. La única que pudo poner una mano en su hombro mientras veía venir a su mejor amigo como el despilfarro de persona que alguna vez fue, y ella lo calmó y sin palabras le hizo saber que estaba ahí. Es un hipócrita, porque ahora ella no está, y se siente aliviado de que la cercanía —no tan cercana— de ambos, le haya permitido saltarse el tedioso rito funerario. Bañar sus calas blancas en alcohol barato, y partir tazas sobre su nombre en la lápida de granito. Es un hipócrita, vuelve a reconocer, pero en vida nunca le ha gritado, y ahora que está muerta, quiere odiarla, gritarle que ha sido una tonta, que le dijo —y se lo ha dicho a todos sus alumnos— que no hagan nada estúpido mientras ellos corren y hacen algo completamente estúpido.
Es porque su muerte me importa una mierda, miente. Si se convence, tal vez si lo cree, y empuja hasta el fondo de su mente y corazón aquella voz que grita, y clama a Sakura, que la imagina de pie al lado de la lápida de granito, entonces quizás pueda aceptar que se ha ido para siempre.
—Si te sientes tan mal—dice Genma—. Vamos al templo un rato.
—También podríamos buscar prostitutas —responde como siempre, tiende a esconder su humor tras respuestas vacías y sarcásticas—. Digo, ya que te sientes tan dispuesto a compartir conmigo tus costumbres.
Genma sonríe, risueño, y vuelve la vista al informe sobre la mesa, acostumbrado a que Kakashi le ataque de ese modo. Debe pensar —y así lo supone Kakashi— que es el mismo de siempre, ese es el objetivo, actuar tan normal y despreocupado como siempre ha sido, convencerse de que no le debe luto a nadie. Que la vida ninja es eso, vivir muy rápido, morir muy joven, y que él está viviendo sobretiempo, porque los de su clase mueren antes de ser adultos, y casarse, y conseguir una familia, y jubilarse.
Mueren como Sakura apenas llego a cumplir los 18 años.
—Te hará bien—insiste Genma—. Podríamos poner incienso para ella, hablar con el monje, no puedes guardarlo todo para ti.
Kakashi siente que la migraña de su resaca se intensifica cuando se percata que nunca supo qué religión profesaba Sakura. No sabe si debe honrarla —no es como si realmente quiere— en una iglesia, o en un templo, o en una maldita cueva. Ella se fue muy pronto para que alguna vez llegase a enterarse de eso.
—¿No es eso lo mismo que puedo hacer con una prostituta?
—No te gustan las prostitutas.
—Tampoco me gusta la religión, pero pareces empeñado en querer metérmela por los ojos.
Le da una mirada enojada y Kakashi se encoje de hombros para lucir natural.
—Actúas como si no te importara—dice el castaño. Balancea los dedos sobre la mesa y quita la hoja en blanco de sus dedos—. Pero si así fuese, no te habrías saltado su funeral.
—¿Se supone que debí asistir a su funeral para demostrar que su muerte me importa una mierda como me importa la de cualquier otro ninja?
—No, pero tu cerebro funciona de un modo un poco más extraño, querido Kakashi—juega con un bolígrafo en sus manos y cando está a punto de hablar, se levanta y cierra la puerta de la oficina, se para junto al picaporte, como si temiese que en cualquier momento el peliplata escapase.
Y es lo que quiere hacer, quiere escapar de las conversaciones filosóficas que planean llevarlo a aceptar la muerte digna que tuvo, a normalizar que una niña de 18 años está muerta porque ha pasado toda su vida sacrificándose por otros. Lo enferma pensarlo.
—Te saltas el funeral en la piedra, la ceremonia que se supone la honra por ser una heroína de la aldea, pero luego te cuelas y apareces borracho en su lapida, el lugar de descanso físico de su cuerpo, como si te negases aceptar que está muerta, y tuvieses que ver el lugar, saber que existe, que es tan físico y terrenal como tú y yo. Y eso, mi estimado, me parece que es el acto de preocupación más profunda que puedes dar a la partida de un ser querido—cuando la mandíbula de Kakashi se tensa tanto que está seguro que su amigo puede escuchar sus molares crujir, sonríe un poco y continua: —Quiero decir, no es como si tú y yo no hubiésemos ido a suficientes funerales como para saber que luego de una semana, todos olvidaran su persona como mujer, idolatraran el nombre en la piedra, y su lápida se perderá entre la maleza del cementerio ¿No es así?
Su estómago se retuerce y sus entrañas llegan a su boca con sabor a la muerte que se ha llevado a Sakura tocando a la puerta. Un toque a la vez, y su cabeza punza, y el vómito se empuja más arriba y sus pulmones se contraen un poco más. Y lo siguiente que sabe es que ha salido por su propio pie del edificio Jounin mientras carga un informe vacío en el bolsillo y el cerebro está a punto de salírsele por los oídos.
Vaga durante un rato, con miedo de pasarse por los lugares que ella solía frecuentar, donde la observaba de lejos, como un simple espectador de su ágil silueta y su sonrisa de dientes blancos. Kakashi teme que, si vaga por ahí, y entrecierra los ojos, verá su figura inalcanzable pasear por cada uno de los rincones, teme ver el rastro de sangre y el olor a muerte y podredumbre que desprenderá su cadáver.
Caminando muy rápido a la siguiente esquina, el peliplata nota que parece que la florería ha trasladado sus artículos fuera, a una pequeña mesa recostada contra la pared, pero cuando se acerca lo suficiente, puede ver la foto de Sakura rodeada de flores y un par de inciensos y sabe que ha sido obra de Ino. Porque cuando se detiene a admirar el pequeño altar, la ve tras el mostrador, coqueta con un cliente, sonríe igual. Y Kakashi se pregunta cómo puede seguir con su vida luego de haber llenado de ofrendas florales a esquina de su casa. Como si no estuviese feliz de no ser ella la que se esta pudriendo dos metros bajo tierra. Y seguirá su vida, se casará con Sai, tendrán adorables mocosos rubios y pálidos. Pero en algún momento se detendrá a decir: Vaya, Sakura debería estar aquí. Y llenara algún rincón de su casa con flores de nuevo que se marchitaran tan rápido como un alma humana, fugaces, hermosas de lejos, pero sobre todo, frágiles. Las flores del cerezo no viven mucho. Son flores para la princesa muerta, para la reina que perdió su reino, la marioneta que perdió su única cuerda.
Me importa un carajo.
Sigue su camino, tratando de descifrar el modo en que la gente lidia con eso, porque Genma va al templo y le cuenta a un monje sobre su alma dolida, e Ino llena un altar para Sakura con todas las flores que no podrá poner sobre su cabeza como cuando eran niñas, pero ambos siguen con su vida, atienden el negocio, llenan sus informes. Kakashi no entiende por qué si a él le importa una mierda su muerte, siente que no puede respirar cada vez que piensa en ella.
-o-
En su casa —la que fue en vida—, Sakura observa como su madre hace las maletas, es tan apresurado y descuidado, que la ropa cuelga por los lados y ella lucha en su vano intento de guardar algo que parece un sosten en el bolsillo de su chaqueta. Su padre aparece en la puerta, con círculos negros bajo los ojos y el cabello sin brillo, y solo la mira, sin palabras, mientras la mujer enfurecida arrasa con todo lo que puede llevarse.
—Mamá, papá, ¿Qué pasa? —lloriquea pero nadie responde, y por más que se desespera y llama y grita, no es hasta un rato que su madre baja las escaleras a toda prisa y tropieza una de sus fotos familiares esparciendo el cristal por todo el piso, cuando se detiene en la sala y suelta un sollozo.
Sakura la acerca lentamente, y trata de poner una mano en su hombro, aunque sabe que no va a sentir nada.
—Te dije que debíamos separarnos—dice cuando el hombre se acerca por su espalda para recoger el marco quebrado—. Y es justo ahora. Te estoy dejando.
—¿No podrías esperar un poco más? ella se fue apenas un par de días, aún hay que arreglar su liquidación post morten, conseguir todos los certificados de defunción, cerrar su cuenta de banco-
—¡Entiende que no quiero estar más aquí! —estalla—No contigo, ni en esta asquerosa casa. ¡Siempre le dije que ese trabajo la mataría!.
La foto de Sakura justo antes de su primera misión se estrella con fuerza contra la madera del piso y esta vez es con intención, pues Sakura ha visto como su propia madre toma el marco y lo bate con fuerza contra el piso. Había tenido que morir para ver el desastre que era su propia familia, no solo su vida adulta era una ruina, sino que su vida familiar y aquella infancia feliz que se jactó de tener, fueron esa clase de mentira de la que los niños nunca se enterarían.
Su muerto corazón se estruja, como si las lágrimas no fueran suficiente.
—¡Era lo que ella quería! —dice Kizashi. Y baja la mirada porque tal vez él fue el único entusiasmado en eso.—Somos sus padres teníamos que apoyarla, es nuestra obligación.
Mebuki aprieta la boca para evitar llorar o talvez despotricar, pero se da la vuelta bloqueando la vista del hombre y después de unos largos tres segundos, cuando es capaz de abrir la puerta, dice: —Y mira lo que ha pasado. Ahora ya no somos padres de nadie.
Solo cuando su madre se va, pisando fuerte, tropezando la maleta con las platas del pórtico, y su papá de encierra en su cuarto y se sienta en la cama con la vista perdida en la foto familiar quebrada, es cuando Sakura se percata de que su madre tiene razón. Ya no serán padres, ella y su deseo altruista le han arrebatado eso de las manos.
Se sienta en la cama, y recuesta la cabeza junto al hombro de su padre agradecida de que no pueda verla llorar. Los sedantes que su madre pidió a Tsunade durante su funeral eran de verdad muy necesarios.
-o-
Un tirón de todo su cuerpo, la precipita con fuerza por un vórtice brumoso y distorsionado, y cuanto su alrededor se torna nítido, Sakura se percata que ya no está en su casa, porque los sollozos de su padre ya no llenan el vacío y este es un lugar más impersonal de que alguna vez llegaría ser una casa familiar.
Ella supone que así funciona, que alguien la nombre, que alguien la piensa con fuerza, y las leyes de la espiritualidad o quienes sean que manejen el limbo, la llevan directo a esa persona. Pero esta es una casa que no conoce, y Sakura vaga por la sala intentando buscar algo para entender. Decide subir por la escalera hasta un pasillo corto con apenas tres habitaciones, una frente a otra y al final, pero solo una está ocupada porque puede escuchar voces apagadas bajo el sonido de la ducha.
Entonces la puerta se abre y Kakashi aparece en una nube de vapor, con solo una toalla colgando muy baja de sus caderas. Sakura gira la cara, en un intento de conservar algo de su pudor, aunque sabe que él no puede verla. Le pasa al lado, sin molestarse en cerrar la puerta de la habitación a donde entra y ella se siente tentada a mirar. Kakashi sin mascara siempre fue un placer culposo que disfrutó a medias, siempre y cuando quedara en el anonimato, sin embargo, Kakashi sin mascara y en su esplendor físico masculino era más que tentador.
Pero ella se detiene fuera del cuatro, porque no entiende por qué ha sido llamada ahí. Cuando Kakashi está bien, y está tranquilo y sigue repitiéndose que su muerte no le interesa, como si supiera que ella está ahí para escucharlo. Como si no doliese menos.
—Me voy a volver loco—dice para sí mismo—¿Estas contenta de verme así?
Sakura echa un vistazo rápido y lo mira sentado en la cama, con la toalla y secando su cabello con una camiseta.
—Ya estás loco—responde ella —porque estás hablando conmigo, y estoy muerta.—no se acostumbra a decirlo, pero sospecha que necesitara usarlo más porque es una realidad inevitable, le quedan poco más de 40 días para acostumbrarse.
—¿No puedes dejar mis pensamientos por 30 minutos? Solo necesito eso. Treinta minutos para dedicarle a una mujer que no seas tu.
Sakura da un paso a la habitación realmente intrigada por lo que sea que tenga que decir, pero entonces Kakashi se queda callado, viéndose observado, y Sakura se percata que no está solo en la casa: una mujer de larga cabellera purpura entra al cuarto, envuelta en una toalla tan diminuta que puede ver todo debajo de ella.
Yugao.
—¿Listo para el siguiente Round?—sonríe picara.
Sakura sabe que es un fantasma intruso, no puede creer que terminara convocada ahí, no entiende razones, entonces piensa que tal vez hay algo que está haciendo mal. Ser un ninja le costó muchos años de arduo trabajo, no le sorprendería que aprender a ser un fantasma le tomara más de los 49 días que quien sea le estuviese dando.
Sale del cuarto a las carreras porque no quiere ver lo que sea que va a pasar ahí. Se le estruja el corazón, siente la bilis subir a la garganta y se siente bastante segura ahora, de que los fantasmas realmente pueden asquearse y vomitar, porque lo hará en cualquier momento, y por algún motivo no puede abandonar la casa.
No quiero, no quiero.
No quiere ver a Kakashi ligarse a Yugao, ni escuchar sus conversaciones sexys. Le lastima de un modo extraño tener que estar ahí presente, le da asco, y quiere gritarle que se vaya al infierno sin razón aparente. Porque ahora, invisible e intangible, lo único en lo que encuentra consuelo parece ser la ira y el dolor, así que se queda en silencio, tratando de mantenerlos en equilibrio en el vacío de su pecho y se abraza a sí misma en la esquina del sofá.
Un día menos, un día menos.
—Escucha, Yugao…
—¡Déjalo así! ¿Está bien? —la mujer pasa a las carreras hacia la puerta principal y Kakashi la sigue de cerca aun a medio vestir—Simplemente esperé, porque sabía que podía llegar a gustarte y me tratabas bien, y el sexo es fantástico, ¡Pero no seré la segunda de nadie!
Kakashi se pasa una mano por el pelo tratando de reclamar algún tipo de paciencia que sabe que no tiene: —Eso no es lo que dije.
—No es lo que dices—reclama ella con los dientes apretados—, es lo que no dices. Solo estas aquí, tratando de buscar algún consuelo morboso en mí, y tienes la mente en ella, y quien sea que sea esa perra no te deja mirarme a mi ¿Y me pides un tiempo? ¡Vete al demonio, tu, tu tiempo y ella!
La puerta se cierra con tanta fuerza que las paredes tiemblan. Pasan un par de minutos para que Kakashi pueda dejar de mirar el lugar por donde la mujer ha salido, y Sakura pasea nerviosa por la habitación cual animal enjaulado es, comiéndose sus uñas, incapaz de modular algo lo bastante coherente para ponerle un nombre a lo que siente.
—¿Ya estas contenta? —se lleva una mano a la cara, los músculos de su bíceps de contraen exquisitamente en su piel de marfil.
—¿Me veo contenta? —devuelve.
—Sé por qué lo haces—camina hasta el sofá y se lanza como peso muerto—. Es porque nunca vi por ti, nunca te di la suficiente atención, la que merecías. Y ahora vuelves y reclamas de mí, el tiempo que deje correr cuando decidiste ir con Tsunade.
Sakura se muerde el labio mientras los sentimientos difusos de disuelven como bruma: —Eso no es solo tu culpa, Kakashi, tú me dejaste ir porque yo nunca te busqué, no confiaba lo suficiente. Solo fui a ti cuando supe que podías ofrecerme poder durante la guerra, y subir en las filas de anbu. Soy egoísta, ya ves.
Ella se sienta a su lado, ignorando el arrebato de Yugao, la sensación de prisión que siente en esas cuatro paredes, y la vista maravillosa que otorgan sus abdominales al aire libre y el pantalón más debajo de lo apropiado.
—Pero ahora tu eres quien me está trayendo aquí—dice—. Y te quejas, y me insultas y me recuerdas que estoy muerta.
Ojalá Kakashi pudiera escucharla, porque siente que talvez ese seria un cierre adecuado para algo que nunca empezó, así que puede comenzar a ver la razón del por qué la vida cíclica le ha puesto a vagar durante 49 días. Porque ella necesita esto con todo, algo que le acostumbre a la muerte y le enseñe todo lo que dejo atrás.
De todas las personas en las que pensó al morir, nunca creyó que él también podía sentir que se quedaba atrás, es un recuerdo del maestro que fue, o de la amistad que nunca llegaron a tener.
Pero entonces, él continua:
—Tal vez ese fue mi error, te subestime. No estabas tan jodida como todos nosotros, entonces deje de verte. Pero cuando puse mis ojos de nuevo en ti, no lo hice con los pensamientos más puros. Y ustedes lo espíritus lo saben todo ¿no? Así que ahora vuelves para atormentarme, en cada trago que me bebo o cada informe que escribo y en cada pensamiento sucio que tengo con la mujer que me estoy follando. No es divertido, Sakura.
Su boca se afloja de la sorpresa, entre halagada y avergonzada. Y hay una vocecita al fondo de su mente que le dice que él dirá algo y arruinara esta franca indiferencia que siempre existió entre ambos, pero que ahora mas que nunca no debía ser perturbada. Entonces no puede evitar mirarlo, hundido en los cojines, es mortal, peligroso, decadente, y hay algo hermoso en todo eso.
—Kakashi no lo digas, por favor, no lo digas.
Su tono es tortuoso, iracundo, acabando de tragarse su orgullo cuando dice:—Tu muerte me sigue importando una mierda, Sakura Haruno, pero no puedo dejar de pensar en ti. Te quiero aquí.
¡Muchas gracias por leer!
