«¿Pero no deberíamos todos nosotros en la tierra dar lo mejor que tenemos a los demás y ofrecer lo que esté en nuestro poder?»


El aire es limpio y frutal, pero la casa huele a incienso, a sándalo y a algo que no puede identificar. Así es la casa de su abuela, siempre ha olido así. Es una agradable cabaña donde apenas puede vivir cómodamente una persona y aun así Sakura se las arregló para pasar cada verano de su infancia allí con ella.

La abuela está afuera, arranca hierbas del pequeño jardín mientras su gato gordo se arrastra tras una mariposa. Sakura ha evitado buscarla, porque han pasado casi veinte días y no se atreve a ir, pero la abuela tampoco la invoca.

Ella es una chaman —o eso dice— y sabe que Sakura ha de estar vagando por días, no debe querer pensarla, ni evocarla. La abuela siempre decía que podía verlos cruzar, y ahora Sakura no quiere acercarse, porque teme que sea verdad, no quiere que la abuela vea su cuerpo delgado, consumido por la muerte, ni los ropajes ensangrentados con los que ha muerto.

Sakura ha visto su propio reflejo, tiene la palidez mortal que acusa su estado, y las mejillas hundidas consumidas por el sobreuso de su técnica, y donde solían haber un par de ojos verde esmeralda brillante, hay un verde apagado, hundido en las cuencas, hematomas en todo su rostro y una herida sangrante en su pecho que no duele, pero nunca sanara.

No ha muerto como una princesa.

La abuela estira sus huesos y Sakura escucha todas sus vertebras alinearse. Trata de dar un paso atrás y fundirse en las sombras del bosque que se abre en su espalda, pero le pican las manos por quedarse, y sus pies se clavan sobrenaturalmente en el piso, porque alguien está pensando en ella. Así que no puede moverse, y se queda estática, mirando a la anciana ver algo tras ella y llamar al pequeño gato que juega aun con la mariposa.

—¿Mamá? —Mebuki aparece en la puerta de la cabaña—¿Por qué tardas tanto?

La anciana mira a su hija, suspira, y hace contacto visual con Sakura.

—Hablo con el bosque, muchacha maleducada.

—¿Necesitas hablar con el bosque para conseguir algunas hierbas?

La voz de su madre es rustica, acaba de llorar mucho, esta quebrada y Sakura casi puede sentir el dolor rasgándose como una nota demasiado alta en el aire.

—Las plantas son del bosque y el bosque es de los que ya no están. A los espíritus no les gusta que le quiten lo suyo.

—¿Ni siquiera las de tu huerto?

—Ni siquiera eso. ¿Qué tienes en la cara? ¿Por qué estas llorando así de nuevo?

Como la abuela aparentemente no puede verla —no ha demostrado que pueda— Sakura se acerca a ellas, tentada a tomar el hombro de su madre una vez que la ve estremecerse.

—Mi hija murió ¿Esperabas que lo celebrara?

La abuela suspira, ata las hierbas en el bolso de tela de su cintura y se mueve dentro de la casa como si nada hubiera pasado.

Es increíble, piensa Sakura, durante cada verano de su infancia siempre tuvo el miedo latente de despertar una mañana y encontrar el cadáver arrugado y frio de su abuela, como una pasa olvidada en el refrigerador. Pero hoy, que la mira desde el limbo, puede ver la vitalidad en la abuela más que nunca. La forma firme y segura por las que se mueve en toda la cocina, como su cara se endurece cuando Mebuki la gira bruscamente y arrebata las plantas de su mano temblorosa.

—Es tu nieta, ¿No vas a derramar una lágrima? —la voz consumida por el dolor se precipita como un hacha filosa entre ambas, y Sakura se interpone porque puede oler el ocre de la sangre de una pelea.

—Es mi nieta—concede—. No voy a llorar porque por fin ha descansado. No voy a pensarla, ni llamarla a un lugar donde no quiere estar para que vea el mundo que está dejando atrás o se revuelque en tu dolor.

Su mano arrugada se extiende, y por un momento Sakura cree que va a tocarle la mejilla y darle palmaditas como acostumbraba cuando era niña, pero en cambio, la mano se posa con demasiada suavidad en el hombro de Mebuki, y todas las arrugas de su cara se suavizan como nunca. Es una escena anticlimática, no es lo que acostumbra a ver cada vez que ambas mujeres chocan sus fuerzas. No hay gritos de por medio, ni insultos ni burlas.

Hay mucho silencio, hay notas de llanto contenido en el pecho de su madre, hay un vínculo madre e hija que se une como lazos en una corona fúnebre, su corona.

—Abuela—le llama—. Quiero creer que puedes escucharme o verme, o sentirme. Solo... Estoy bien, dile que estoy bien, no pasa nada.

Mebuki se tambalea, sus piernas son débiles fideos y la abuela la arrastra hasta la pequeña mecedora donde suelta su cuerpo que convulsiona entre el llanto.

—Mamá—Sakura se para a su lado, intenta acariciar su cabeza y aunque sus dedos tocan las hebras, no hay nada más allí, ella no siente nada—. Estaré bien, pero tienes que dejar de llorar, ¡Tu hija es una heroína! —las palabras saben agrias y le parten las comisuras de la boca. Casi puede saborear el cobre de su propia sangre en su boca—. No puedes llorar así, yo... Pronto estaré en un mejor lugar. ¡Abuela dile que estoy bien!

Siente el mar derramarse por su cara, y la saliva espesa y salada bloquea su boca incapaz de contener el gemido que aun así se escapa. Pero mamá llora, y la abuela solo la mira, en silencio.

Sakura se sacude, su paso danza por toda la habitación mientras el vacío de su pecho se abre y los gritos salen impotentes de su pecho. ¿Valia la pena decirle que estuviera bien? Se había ido, y mamá llora porque le han arrancado a su hija, y su papá no habla, solo se sienta a mirar a la nada. Y Kakashi se enfurece y la maldice y todos sufren un duelo que no les corresponde. Porque el limbo la tortura y el mundo de los vivos se cae a pedazos.

—¡Basta! —grita y se acurruca en la esquina de la mecedora, su mente empieza a ser invadida por lamentos que no sabe de dónde vienen, son tantas voces, hay gritos y suplicas de ayuda y maldiciones, y Sakura teme que cruzar sea eso, que su ser eterno sea profanado por los lamentos de quienes anhela volver a la vida—¡Cállense! —Y es asaltada por calor, y fuego, y aire y dolor mucho dolor.

No hay paz tras la muerte.

—¡Abuela! —suplica—¡Has que paren! ¡Por favor!

Su cuerpo convulsiona, los gritos le hacen sangrar ojos y oídos, y cuando paran —ya ha pasado un rato suficiente—, Sakura aun yace en el piso, asfixiada, pero su madre ha dejado de llorar, y la abuela sostiene un cuenco con algún brebaje frente a la mujer que gimotea.

—Mebuki, escucha, la estas lastimando, hija. Tu hija debe estar ahí, vagando, no puedes llorar así, abres el camino equivocado, su alma es muy pura y los torturados podrían tocarla. No puedes llorar así.

—¿Cómo lo sabes? Sakura fue un ninja, mató, torturó, ¿Cómo sabes que ya no esta siendo condenada?

—Simplemente lo sé. Y no puedes pensar en ella así, su alma se mantiene con nuestras emociones y vibras, no puedes derrumbarte y dejarla caer. No puedes drenarla.

Aunque la abuela no puede verla, Sakura sabe que ella tiene razón, porque aún siente el rastro de las manos viscosas arrastrarse en ella y los ecos gritos desgarradores en los oídos. Se siente drenada, su fuerza se ha ido, y se pregunta si verdaderamente es así como debe sentirse un muerto. Como ella que ha torturado y asesinado más de la cuenta no debería estar ahí, ella debería ser parte del lamento.

—¿Crees que ella está bien?

La duda cruza la cara de la anciana.

—Creo que ahora está mejor.

Mebuki asiente, pero no parece convencida. Sakura se arrastra hasta recostarse contra las piernas de su madre y en un corto silencio que compartan las tres mujeres, casi se siente normal. Como aquellos recuerdos de su infancia lejana donde no podía encontrar nada más reconfortante que el regazo de su madre o algo mas interesante que las anécdotas de la abuela.

Es entonces cuando se percata de lo mucho que extraña eso, aquellos años los dejo atrás, incluso antes de su muerte. El arrepentimiento es tan peligroso como el anhelo, se percata desgraciadamente mientras los sufre a los dos.

Mientras el dolor aun se escurre de sus huesos, Sakura no puede evitar derramar un par de lágrimas. Ha perdido la cuenta de cuanto ha llorado desde que nadie puede verla, lágrimas de sangre que no derramaba desde la guerra. Y vuelve a sentirse pequeña e insignificante ante la bastedad del mundo.

Cuando desaparezca, no habrá mas mamá ni papá ni abuela. Cuando desaparezca se acabarán los olores florales de Ino, o la risa de Naruto. No habrá más Kakashi ni Tsunade.

La muerte solo es olvido.

—Mamá—la voz de Mebuki es suave y cautelosa. Y la abuela, con un brebaje en las manos, se tensa como si supiese lo que está por venir.

—Hija. No—hay reproche, advertencia silenciosa.

—Yo se que tú puedes hacerlo. Tiene que haber una manera-

El cuenco de cristal cae de las manos de la anciana y un liquido verde y pegajoso se extiende por todo el piso de madera colándose entre las rendijas. Hay silencio entre ambas, y el llanto de Sakura cesa porque no puede tolerar la tensión que se acumula rápidamente en el aire como una bomba a punto de estallar. La pelirosa ha vivido lo suficiente como para reconocer el clima antes de una tragedia o el augurio de una mala decisión.

Huele a pecado y castigo, a miedo y dolor.

—No las hay. No.

Las lagrimas en Mebuki se detienen y su boca tiembla, pero en su mirada brilla algo más, que Sakura no puede adivinar sin asustarse y pensar lo peor.

—Por favor, es mi hija. Por favor, mamá, te lo suplico. Tráela de vuelta.

—No sabes lo que me estas pidiendo. No se puede engañar a la naturaleza.

—¡Eres un chaman! ¡Una bruja! Lo que sea que eres, puedes hacerlo, madre. ¡No me quites a mi hija!

Sakura se estremece cuanto empieza a tener idea de la macabra petición que insinúa su madre, pero la cara de la abuela no se inmuta. Es plana, inexpresiva, incluso sus arrugas son pétreas. Y sus ojos verdes carecen de brillo y calidez. Algo dentro de la anciana se ha apretado.

—Dame una buena razón para hacerlo.

Su madre grita con rabia: — ¡Porque es mi hija, la amo!

La abuela de agacha, ignorando el repentino arrebato de su madre mientras recoge los pedazos de porcelana.

—No es suficiente—dice—. Vete, Mebuki. Vete y no vuelvas más.

—¡No, mamá! Abuela no hagas esto. ¡Ella te necesita! —pero es demasiado tarde, su madre arranca el abrigo del perchero y sale como alma que lleva al diablo sin mirar atrás—¿Por qué lo haces? Ella te necesita ahora mas que nunca y la estas dejando de lado.

La mujer toma un par de trapos y empieza a secar el piso, su cara no demuestra arrepentimiento, como siempre, no hay dolor que expresar. No hay perdida.

—¡Eres una vieja malvada y egoísta! Es como si no te importara nadie más que tus tontos espíritus.

—Cuida lo que dices, Sakura, tu estado es frágil y volátil. No convoques ira que no podrás manejar.

La alusión a su persona la estremece en su lugar. Sakura esta segura que la ha escuchado, aunque la anciana sigue en su labor. No la mira, no demuestra nada más para dar a entender su presencia y durante segundos, mientras lo único que llena el vacío es el rumor del viento contra los cristales de la ventana, su muerto corazón salta.

—Puedes oírme.

—Por supuesto que puedo verte y oírte. Pero tampoco es como si pudiera evitarlo.

—Entonces no estabas mintiendo—la voz se le quiebra a la mitad y debe tomarse unos segundos para tratar de organizar sus pensamientos, pero la abuela termina de limpiar el piso y se detiene en el fregadero de espaldas a ella.

Sakura da un par de pasos, ahora cree que tal vez pueda tocarla, pero la anciana vuelve a hablar.

—Lo que tu madre quiere, es imposible. Los muertos deben permanecer muertos, no podemos violar eso por algún deseo egoísta. No funciona así.

Su pecho se aprieta sobre si mismo y es difícil volver a hablar, pero cuando lo hace, las palabras son amargas y dolorosas, y, sin embargo, la conciencia no le quema cuando salen de su boca.

—Abuela, lamento mucho haber muerto. Voy a extrañarte. Dile a mi madre que lo siento... Yo quiero—¿Por qué las despedidas o las disculpas tenían que saber tan acidas? ¿Por qué el dolor tenia que ser tan incoherente?

Entonces extrañas las pequeñas cosas, los agujeros vacíos que se llenaban con charlas inútiles, clases sin sentido, el ronroneo del gato de la abuela, el olor de la comida de su padre, las patitas de Ton Ton. A Sakura le es difícil controlarse cuando la epifanía de su mala decisión la sacude en medio de la descuidada cocina.

—No. No le digas nada. Solo cuida de ella...Pero hay algo que quiero que le des al alguien, es importante para mí, porque no puedo- —su voz se quiebra. —Ojala pudiera despedirme de todos, lo siento mucho.

—Sakura, tratamos de hacer lo mejor que podemos con lo que tenemos. No te disculpes.

—Abuela te amo. ¡Y realmente voy a extrañarte!

Ella se da la vuelta, en su rostro baja una sola lagrima silenciosa. Y eso es suficiente para ambas.

—Yo también te amo, pequeña.

-O-

Para la tarde, Sakura está en la residencia Uzumaki.

Cuando el vínculo con su abuela se rompe, ella decide volver caminando a la aldea. No es incómodo, y no siente miedo. Solo quiere alejarse lo más posible, quiere ir a encerrase en una cueva hasta que los días pasen, pero es arrastrada de nuevo, y el vórtice proyecta su cuerpo en el crepúsculo que apunta el patio trasero de los Uzumaki.

La escena que tiene delante es conmovedora. Boruto duerme y sus padres lo miran, y la dulzura en el aire es sofocante, se cuela a través de la puerta de cristal y llega al patio con tanta fuerza que pica en su nariz y se filtra bajo sus ojos hasta que las lágrimas empiezan a acumularse en el borde de sus ojos sin ser capaces de volcarse.

—Valió la pena—dice—. Valió cada maldita tortura.

Sakura considera que ha vivido lo suficiente, ha visto y hecho cosas con la que un joven cualquiera de su edad ni siquiera podría conciliar el sueño, y sabe que su vida se ha apagado por bien. Porque está bien que Naruto viva un poco más, y que Boruto duerma en los brazos de su madre y que la aldea este bien. ¿ese era su objetivo no?

—No me duele morir por alguien más.

Pero aunque sabe que es lo correcto, aun puede sentir el tinte amargo al final de sus lágrimas, es algo parecido a la envidia, al anhelo que siente cuando no puede abrazar a Kizashi o consolar a su madre, es la punzada de culpa que se vuelve contra sus entrañas cuando recuerda que le ha salvado a la familia Uzumaki y a cambio a destruido a la suya.

Voy a estar bien, trata de convencerse, pero es inútil cuando el vacío en su pecho crece y el sol se apaga en una perpetua oscuridad.

Puede leer los labios de Naruto articular: Gracias, Sakura-chan. Y aun así no logran despertar más que tristeza.

Siente el vínculo disolverse sutilmente, dándole a entender que la familia Uzumaki ya no está evocándola. Y se siente nuevamente libre de vagar, pero entonces, al otro lado de la casa, puede ver una sombra fundirse en la oscuridad y siente el miedo viene por ella en la forma de un hombre que escapa.

Sakura lo sigue, es fácil hacerlo porque él no la ve —nadie puede hacerlo— y salta por los tejados con la gracilidad que siempre estuvo en ella y trata de distinguir la sombra más allá de una figura desconocida.

Es un hombre alto y corpulento, demasiado para ser un ninja, pero se mueve con la agilidad de uno y aun siendo un ser etéreo, a Sakura le cuesta seguirlo. Se imagina que, siendo un fantasma, debería poder moverse sin menos limites, aparecer y desaparecer como le plazca y poder materializarse como un ser sombrío en alguna esquina. Pero las cosas no funcionan asi, Sakura es un espíritu atado a la consciencia de sus seres queridos y en cualquier momento puede ser movida en contra de su voluntad.

Ruega porque no sea ahora.

Porque este hombre le transmite miedo, y culpa, y hay algo en él que siente que no debería estar ahí. Empezando porque no debería estar mirando místicamente hasta la casa Uzumaki y tampoco debería actuar como un ninja si no tiene nada que lo identifique como tal.

Es el aura que despide, y Sakura se lo atribuye a su nueva entidad espiritual, que la hace sentir un aire pesado, y sus pulmones se contraen cuando se aproxima a él. Mas aun, cuando en la zona Sur de la aldea, se escabulle dentro de un edificio a medio demoler y la pelirosa siente la extensión de chakra oscuro a su alrededor mientras otro hombre se acerca en las sombras.

—¿Los viste? —pregunta. La luz de la luna se filtra en los orificios de la pared y ventanas abiertas mientras ambos hombres se detienen en la habitación vacía.

Sakura quiere acercarse, sabe que no pasara nada si lo hace, pero aun así siente el cuerpo pesado para moverse.

Hay algo familiar en la sensación, que se aproxima cálidamente desde su pecho.

—La perra rosada logro salvarlos. ¡Están más vivos y coleando que nunca!

Las manos de Sakura empiezan a desvanecerse, y Sakura lucha contra la sensación, sabe que es hora de irse, algo está tirando lejos de ahí, clamando por ella.

—Con el papá cerca nunca podremos hacer un ataque con chakra, nos sentiría al instante.

—Ya hablé con los demás, es precisamente lo que evitaremos. El chakra no es la única manera de matar a alguien.

—¡Ja! Ese mocoso no puede vivir, no sabrán ni de donde vino.

—¡No! ¡Un poco más! —y el vórtice tira de ella con tanta fuerza que sus ojos giran hacia atrás de su cabeza y sus manos se deshacen mientras que el vórtice la absorbe y las entrañas se le mezclan, apenas puede oír un:

—Esto es lo que haremos...

Es arrojada con más velocidad que fuerza, y su cuerpo rueda contra la grama fría hasta que un árbol la detiene. Hay mucha oscuridad, pero mientras su vista vuelve a estabilizarse, puede ver sobre su cabeza un par de luces asomarse.

Le toma uno o dos minutos volver a pensar algo coherente, dejar de escuchar los pitidos en los oídos y el cambio de presión volver a poner sus entrañas al lugar donde pertenece.

Se sienta, se agarra la cabeza de los lados.

—¿Dónde estoy?

A tres metros esta la puerta de una casa entreabierta y una figura que conoce muy bien de pie en el umbral.

—¡Kakashi! —grita—¡Algo va a pasar!

El continua sin escucharla, discutiendo con la mujer que tiene en frente.

Y Sakura se desgarra la garganta gritando, pero el sonido del viento en los árboles es más tangible que ella, y sus pasos en la grama son más ligeros que una hormiga, y la voz de Yugao se superpone por encima de ella.

—¡Escúchenme! ¡Hay terroristas en la aldea! —trata de tirar del brazo del hombre, casi sintiendo la piel cálida expuesta—¡Kakashi, quieren matar a Boruto, ¡Ayuda!

—No puedes negarlo ¿verdad?

—Yugao, no. Por favor, no hablemos de eso.

—¡Hablemos de eso, Kakashi! ¡Estabas enamorado de ella!

Sakura se interpone entre ambos cuerpos, como si Kakashi pudiera verla, pone las manos en su pecho, sintiendo la frustración fluir a través de ella. La desesperación es palpable, cree que puede sentirla en la boca, o tal vez sean lágrimas, o tal vez sea el amargo sabor de la vida que no tiene.

—Si. ¿Y qué? Ella está muerta ahora. Yo debería estar contigo, quiero intentarlo.

Yugao luce sorprendida, da un paso atrás, y Sakura quiere que la conversación continue, pero hay algo más importante, y la mandíbula de Kakashi se aprieta tan duro que escucha todos sus dientes crujir al tiempo que la vena de su cuello se alza.

—Kakashi...—Sakura vuelve a tocar su brazo—. Por favor, tienes que escucharme, por favor.

Cierra los ojos, algo le dice que debe concentrase, que si lo hace tal vez pueda conectar con él, tal vez cierre la puerta, o levante un objeto, o algo, la vida espiritual es tan inerte, impotente estar del otro lado sin poder actuar. Entonces Sakura se concentra en sentir en viento, en sentirlo a él como hace días cuando palpo su piel caliente, y olio su esencia.

Y cuando los abre y está a punto de abrir la boca, lo siente. Su alma fundiéndose con algo más, un cuerpo físico distorsionando su etérea figura, ondulando en ella, absorbiendo su espíritu a un lugar que se siente demasiado vivo para ser cierto. Es el chakra fluyendo de nuevo, el frio erizándole la nuca, y las mariposas revoloteando en su estómago mientras físicamente puede ver sus largas pestañas plateadas demasiado cerca y sus labios saborean los de Kakashi.

-o-