Disclaimer: Harry Potter y sus personajes son propiedad de J. K. Rowling. Esta historia está escrita sin ánimo de lucro.

A REFUGIO EN LA OSCURIDAD

Capítulo 22

El pequeño pueblo nevado a los pies de su colina, con las chimeneas de las casas echando humo, parecía una postal de ésas que los muggles utilizaban para felicitarse entre ellos en Navidad. El cielo estaba de un color gris plomizo y hacía viento. Una lechuza volaba en contra del viento a trompicones intentando llegar a su destino.

Esperaba que ésa fuera la lechuza que estaba esperando.

Y lo era. El ave, con serias dificultades debido al viento, consiguió llegar hasta la ventana en donde estaba su destinatario. Lord Voldemort no tardó en abrir la ventana para que la lechuza entrara. La carta amarrada eficazmente a una de la patas del animal fue desatada con rapidez y leída con impaciencia.

La pulcra y ordenada letra de su vasallo no le informaba de nada demasiado trascendental, pero al menos no eran malas noticias, no del todo. Una docena más o menos de aurores no le importaba demasiado, a no ser que estuvieran buscando a Harry Potter. Sabía con bastante seguridad que no le encontrarían, pero no había que confiarse. Había aprendido esa lección de la peor manera posible quince años atrás.

Caminó hacia su escritorio y escribió una sencilla nota de respuesta, indicándole de que había leído la carta. Se la ató a la lechuza y le ordenó que volviera con su dueño. Algo que el animal se apresuró a hacer; aquel humano no le gustaba nada y le daba la sensación de que era peligroso.

Voldemort, unos minutos después, se encaminó hacia el salón más grande de la mansión, donde había ordenador a los mortífagos que se reunieran con él a esa hora. Los vasallos que había rescatado de Azkaban aún no estarían recuperados, lo sabía, pero con aquella reunión y su, por lo tanto, esfuerzo por acudir sabría quién estaba aún a su entera disposición como mortífagos leales y quiénes estaban allí por obligación más que por propia decisión.

También la reunión serviría para marcar a los nuevos mortífagos, para avisar de lo que pasaría si las personas intocables, como los Weasley o Lupin entre otros, eran torturados o asesinados y para castigar a aquellos mortífagos que habían fallado su misión en junio del año anterior.

Se colocó con elegancia la túnica verde oscuro, casi negro, que vestía y entró con grandeza y seguridad en el salón. Todos los mortífagos que se encontraban dentro se apresuraron a arrodillarse en señal de sumisión. Los nuevos vacilaron antes de hacerlo. Con un brillo malvado en sus ojos rojos vio como Malfoy, Lestrange y otros se estremecían ante lo que sabían iba a ser su próximo castigo.

Que comience la diversión.


Observó con atención las plantas que había alrededor. Buscaba una cuyas hojas fueran largas y flexibles y no fueran venenosas. La encontró no muy lejos de la roca donde había dejado a la chica.

Al final había llegado a su cabeza la idea de quitarse él mismo su túnica y dársela a la chica, y al no haber una propuesta mejor, la había ejecutado. Él llevaba el taparrabos debajo, y aunque le daba mucha vergüenza quedarse medio desnudo y más medio desnudo en sus particulares condiciones, lo prefería a seguir viendo a la chica desnuda tan cerca de él y agravar su situación.

Así que allí estaba ella, sentada frente a él, con su túnica demasiado grande para ella y mirándole con sus ojos color chocolate brillando con curiosidad y diversión. Uno de sus hombros se salía de su túnica por el agujero del cuello, dándola un aspecto de inocencia y fragilidad que le habían obligado a apartarse de ella para poder relajarse y retornar su sangre fría.

Intentando ignorar el par de ojos que le observaban con atención, consiguió arrancar unas cuantas hojas y volvió con la chica. Se sentó a su lado en la roca y, bastante cohibido, cogió con cuidado la pierna herida de ella y se la puso sobre las suyas. El fino arañazo se había abierto, y aunque ya no sangraba, se podía observar que estaba infectado.

.-¿Se puede saber con qué te hiciste esto? –le preguntó Harry, levantando la mirada hasta mirar a los ojos de la chica, esperando una respuesta. Pero esa respuesta no llegó. La miró con indignación y enfado-. ¿Qué pasa, es que no piensas hablarme o qué?

Él volvió a esperar una contestación durante unos segundos más, pero al final terminó arrugando el ceño.

.-¿No me vas a contestar? Necesito saber cómo te hiciste el arañazo. No es normal que se haya abierto.

La chica al final reaccionó y aprovechando que aún tenía toda la atención del chico sobre ella se señaló la garganta y negó con la cabeza.

Harry frunció aún más el ceño, interpretando bien la señal.

.-¿Eres muda? –la chica afirmó repetidamente con la cabeza, contenta de que Harry lo hubiera entendido rápidamente-. Oh… vaya… -Harry se pasó una mano por el pelo. Aquello dificultaba la cosa-. Pero necesito saber con qué te hiciste la herida.

La chica apartó la mirada de Harry y la posó en el suelo, se cruzó de brazos y arrugó el entrecejo, pensativa. Harry no pudo evitar al mirarla pensar que se veía preciosa en aquella postura, aunque rápidamente apartó aquellos pensamientos de su cabeza.

Después de unos segundos, ella se giró a mirar a Harry y posó su mirada sobre las cicatrices que adornaban el antebrazo del Harry. Teniendo una idea ya de cómo hacerse entender, sujetó el brazo del chico y le señaló las cicatrices.

Harry tardó unos momentos en comprenderlo.

.-¿Te lo hizo el licántropo? –ella asintió-. ¿Te mordió? –la chica esta vez negó con la cabeza-. Entonces¿cómo te lo hizo?

Ella se señaló una mano y flexionó los dedos, dándoles un aspecto de garra, e hizo un movimiento repentino en el aire, imitando a un zarpazo.

.-¿Te lo hizo con las garras? –le volvió a preguntar Harry, esperando haber entendido bien. Ella asintió-. ¿Estás segura de que no te mordió? –ella volvió a asentir.

Un suspiro de alivio salió de sus labios. Al menos ella se había librado y no había sido contagiada por la enfermedad. Pero aún así no dejó de preocuparse. Al parecer las garras del hombre lobo estaban infectadas con alguna bacteria o algo que impedía que la herida se pudiera cerrar. Esperaba que con el ungüento que había llevado fuera suficiente.

Aprovechando que la herida aún estaba húmeda, volvió a colocarse la pierna de la chica sobre las suyas casi sin mirarla y procedió a extender la crema sobre el corte. La chica formó en su cara un gesto de dolor ante el escozor que sintió en la herida. Harry lo vio, pero, por desgracia, no podía hacer nada. Si escocía significaba que la crema estaba haciendo efecto y aunque doliera, aquello era una buena señal.

Durante los siguientes minutos siguió esparciendo bien el ungüento, masajeando con suavidad los alrededores del corte y asegurándose bien de que no dejaba ni un solo trozo de herida sin cubrir. Luego, cuando creyó que era suficiente, cogió las hojas que había arrancado y le vendó la pierna con ellas, asegurándolas con un hechizo para que no se movieran.

La vuelta a la choza no tuvo dificultades. Harry había llevado a la chica sobre su espalda todo el camino, intentando olvidar las imágenes de lo que había visto en el lago y que aún se deslizaban por su mente. Pero claro, el saber que la única barrera que separaba el cuerpo de ella del de él era una sencilla y fina túnica no ayudaba demasiado.

A si que el resto del día lo había pasado lo más lejos posible de ella, sentado fuera de la cabaña reemplazando la lanza que había perdido en el ataque del licántropo. La chica estaba dentro de la cabaña, seguramente tumbada en la cama sin hacer nada. Harry no sabía como tratarla. Ni comprendía tampoco lo que estaba pasando con ella.

Apenas la conocía de un día, no mucho más; no sabía su nombre, ni cuantos años tenía, ni siquiera si ella ya era considerada como una adulta o aún como una niña. Lo único que sabía de ella era que era muda, nada más.

Bueno, también sabía que con su sola presencia conseguía que sus hormonas se revolucionasen como nunca lo habían hecho. Y eso era lo que tanto le perturbaba. Con Cho nunca se había sentido así, ni mucho menos.

Dejó la lanza a medio hacer a un lado y se secó el sudor de su frente. No valía la pena preocuparse por eso. Tenía dieciséis años y estaba en plena adolescencia, era normal que las hormonas se le disparasen, y mucho más cuando sabía que tenía a una chica preciosa y desnuda detrás de él.

Apartando con cuidado la vieja tela que cubría el hueco de la choza y servía como puerta, observó con atención a la chica que dormía plácidamente sobre su cama.

Sí, preciosa era un término que la describía perfectamente. No podía negarlo. La chica era una preciosidad, se mirase por donde se mirase. Tenía unas cejas finas y bien delineadas, una nariz pequeña y algo achatada y unos labios carnosos. Sus rasgos no eran tan duros como era lo típico entre su pueblo, sino que eran más suaves y redondeados. Sus ojos, en esos momentos ocultos tras sus párpados, eran de un brillante color chocolate. Para ser sinceros, aquellos ojos le habían encandilado desde el primer momento en que se fijó en ellos. Y eso sin contar con las curvas que componían su cuerpo. Cintura estrecha, caderas anchas, piernas y brazos fuertes y bien moldeados… sí, no se podía negar que era preciosa.

Al ser consciente de lo que había pensado, su cara se tornó de un profundo color rojo y volvió a colocar la cortina en su lugar. Cierto que él ya se había fijado antes en chicas, pero nunca se había detenido a analizarlas como lo había hecho con ella. No podía fijarse en ella, no debía hacerlo. Ella no era para él; él era un licántropo y podría ponerla en peligro.

Ahora podía comprender mejor a Lupin. Ahora entendía cómo se sentía ser un monstruo, y no era una sensación gratificante precisamente.

Y además, lo más seguro era que Tom no le iba a permitir tener algo con ella. Él se iría de allí después de unos cuantos meses, eso si los del poblado le permitían quedarse con ellos y no lo abandonaban a su suerte en la selva.

Suspiró con fuerza y se dispuso a terminar la lanza sujetando la punta de piedra al mango, aprovechando los últimos minutos antes de que la luna apareciera.

Unos leves ruidos en el interior de la choza le indicaron que la chica se había despertado. Se apresuró a terminar y entró en la cabaña. La chica estaba sentada en la cama mirándose con atención la herida que empezaba a cicatrizar con normalidad. Harry dejó la lanza al lado de la puerta y se acercó a la chica. Apartó con delicadeza las hojas que aún cubrían parte de la pierna y miró con atención la herida. Como bien se había imaginado, las hojas habían mantenido fresca la herida y junto con la crema que le había untado en el arañazo, éste estaba limpio y se veía bastante bien.

Después y sin mirar a la chica, se acercó hasta la alacena donde guardaba la carne seca y cogió varias tiras y una cantimplora con agua fresca. Luego volvió junto a la chica y se sentó en la cama, repartiendo la carne entre los dos.

Y fue justo en ese momento cuando la luna se alzó sobre la copa de los árboles, iluminando la cabaña donde estaban los dos.

No bien la luna había aparecido cuando Harry empezó a sentir un fuerte dolor en su brazo izquierdo, justo en las recientes cicatrices. Sin poder evitarlo tuvo que soltar la carne y agarrarse el brazo con fuerza intentando no gritar.

El luminoso satélite bañaba con su luz el interior de la choza a través de la pequeña ventana, dando de lleno sobre Harry, que intentaba por todos los medios levantarse pero sin conseguir que las piernas le respondieran.

La chica, completamente asustada, se había alejado lo más posible de Harry y se había hecho un ovillo, sin poder apartar sus ojos chocolate de la temblorosa figura que era Potter.

Y éste, ajeno al miedo que estaba infundiendo a la chica, empezó a sentir cómo el dolor sobre las cicatrices remitía pero uno nuevo nacía en sus encías, sintiendo como sus colmillos, sobretodo los superiores, empezaban a crecer de una forma inhumana.

Pero no fue lo único que creció. Su sentido del olfato se incrementó hasta límites muy superiores a los de una persona normal junto con un ansia nueva, un ansia que no había sentido nunca antes.

Quería comer carne… carne cruda.

La parte de su cerebro, la mayor parte, intentaba imponerse e intentar controlar esa ansia. Pero esa pequeña parte que se había transformado en un lobo se rebelaba, instigándole a que buscara una presa, viva si era posible.

Pero su sentido del olfato le indicaba que había carne cerca de él, no era fresca, pero era carne, al fin y al cabo. Las tiras de carne seca que había en el suelo desaparecieron rápidamente y fue cuando Harry se dio cuenta de los inmensos colmillos que le habían crecido, unos colmillos largos y afilados, unos colmillos de licántropo.

No pudo evitarlo; se aterrorizó. Se levantó de un salto y se encogió en el rincón más lejano de la ventana, escondiendo su cabeza entre sus piernas y abrazándose a sí mismo mientras temblaba sin control.

Él no quería ser licántropo. No quería ser un monstruo, no querías ser un lobo sanguinario sin conciencia ni razón.

¿Qué había hecho él para que la vida le tratara tan mal¿Qué había hecho para que mataran a sus padres cuando apenas era un bebé¿Y qué había hecho ahora para que el destino le hiciera transformarse en un monstruo ávido de sangre y carne?

Pero entonces le llegó a la cabeza la imagen de Remus Lupin, su ex profesor licántropo. Nunca había pensado que Lupin fuera un monstruo ni mucho menos. Todo lo contrario, había pensado de él que era un hombre, un hombre fuerte e inteligente, no un monstruo. Nunca un monstruo.

¿Entonces eso significaba que él tampoco lo era?

Aunque no sabía la respuesta sintió cómo esa simple pregunta le aliviaba un poco el peso que había aumentado sobre sus hombros desde había un par de noches.

Sí, era verdad que era un licántropo, y también era verdad que se transformaría en un lobo sanguinario, pero sería sólo durante una noche al mes. Una noche en la que debería asegurarse de no morder a nadie para no contagiarle la enfermedad, porque eso era: una enfermedad, algo de lo que él no tenía la culpa.

Y aquella afirmación, junto con la súbita aparición del espíritu rodeándole y formando algo parecido a una barrera de protección, consiguió que dejara de temblar y se relajara, quedándose profundamente dormido varios minutos después.

La chica, aún sobre la cama, le miraba con preocupación y culpabilidad brillando en sus ojos color chocolate. Era su culpa que él estuviera sufriendo aquello, y no podía soportarlo. Él se preocupaba por ella, la había salvado, la había curado lo mejor que había podido y se había asegurado de que estuviera cómoda y de que no pasara hambre. Y ella lo único que había hecho había sido darle problemas y quedarse tumbada en la cama de él sin hacer nada.

Eso debía cambiar.

De ahora en adelante se comportaría como la mujer que era y como lo mandaban sus tradiciones. Se aseguraría de que a Harry no le faltara de nada y le ayudaría en todo lo que pudiese. Sabía que él estaba pasando la prueba del paso del niño a adulto y también sabía que esa prueba debía pasarla en soledad, pero al parecer a los espíritus no les importaba que ella estuviera allí, así que supuso que tampoco les importaría que ella le echara una mano.

Sí, ella le ayudaría a que él pasara la prueba y se convirtiera en adulto. Harry era un buen chico y sería un buen hombre. Ella estaría allí para él.

Y mirando por última vez a la forma dormida del chico acurrucada en el rincón, se recostó en la cama, se relajó y se quedó profundamente dormida.

Afuera de las barreras, lo suficientemente lejos como para que no los detectara, una enorme figura felina aguardaba pacientemente a que amaneciera, cobijando entre sus grandes patas delanteras un pequeño y tembloroso cuerpecito.


Una delgada y alta figura encapuchada se movía con sigilo, camuflándose entre las sombras para no ser vista. A pesar de que eran altas horas en la madrugada, era el mejor momento del día para llevar a cabo negocios que no serían bien vistos a la luz del sol. ¿Y qué mejor lugar que el Callejón Knockturn? Un callejón dedicado enteramente a las Artes Oscuras era el mejor lugar para hacer esas y otras muchas más cosas fuera de la ley. Como, por ejemplo, lo que ella debía hacer.

Las personas pasaban por su lado sin verla, o, al menos, sin querer verla. Arpías, brujas demacradas y de aspecto terrorífico, brujos jorobados y tuertos… sí, definitivamente allí se concentraba lo mejor de la sociedad.

Una sonrisa torcida y sarcástica cruzó por sus finos labios y sus ojos grises brillaron con demencia. Su amo la había dado una última oportunidad, si no tenía éxito en su misión… bueno, no quería ni pensar en esa posibilidad. Ella iba a conseguir su propósito sin que nadie pudiera evitarlo, iba a demostrarle a su Señor que le sería fiel hasta el final e iba a demostrarles a todos los demás inútiles que ella era la mejor. Además, tenía que devolverle el favor a su amo por haberla salvado de caer de nuevo en las manos de los aurores y por lo tanto en Azkaban. Su Señor había sido muy bueno con ella, no debía olvidarlo, incluso después de haber fallado en conseguir la profecía.

Siguió caminando lo más rápidamente posible intentando pasar desapercibida ayudándose de las sombras durante varios minutos más hasta que su meta estuvo antes sus ojos: una pequeña librería oscura, llena de polvo y destartalada. Se colocó mejor la capucha ocultando aún más sus demacrados rasgos y entró en la tienda.

Rápidamente el tendero se levantó de la silla en donde descansaba y se colocó detrás del mostrador, mirando con clara desconfianza a la persona que entraba por la puerta, pero con una inmensa sonrisa falsa en sus labios viejos y resecos.

Pero en cuanto aquella encapuchada persona se puso delante de él, con su porte altivo y orgulloso, supo que no se trataba del típico mago tenebroso aficionado. No, éste era uno de verdad, uno peligroso con el que tendría que andarse con cuidado para no acabar mal.

Ni siquiera tuvo que preguntarle algo, la persona, porque con esa inmensa capa con capucha era imposible saber si era un hombre o una mujer, le entregó un trozo de pergamino con mano enguantada de negro. Él, con desconfianza, cogió el pergamino y lo desdobló. En el interior sólo estaba escrito el título de un libro, pero sólo necesitó saber eso para tener una idea de a qué grupo pertenecía esa persona.

Pero no llegaba a imaginarse ni por asomo de lo importante que era, y con la arrogancia que caracterizaba a la gente como él, negó tener ese libro en su librería.

Por eso no tuvo tiempo para apartarse antes de que el rayo verde de la maldición imperdonable le diera de lleno en el pecho y se llevara su vida.

Y ella, sin inmutarse, rodeó el mostrador y pasó al almacén por la pequeña puerta que había detrás. El cadáver del viejo hombre quedó olvidado allí donde cayó. Ella ni siquiera se molestó en ocultarlo, simplemente pasó por encima y entró por la puerta, observando con fascinación la inmensa librería que se alzaba ante ella. Cientos y cientos de libros sobre multitud de temas oscuros al alcance de su mano era una tentación demasiado grande como para no tomar provecho. Pero lo primero que hizo fue buscar el libro que su amo quería, ya luego saciaría sus caprichos.

Tardó bastante más de lo que había pensado en encontrarlo y estaba demasiado bien protegido para su gusto. El viejo se había tomado demasiadas molestias para que el libro estuviera a buen resguardo y que no cayera en malas manos. Pero para satisfacción de ella, el viejo no había sido demasiado poderoso, pues aunque había demasiadas maldiciones y barreras protectoras en torno al libro, la mayoría carecían de poder y eran demasiado débiles para ella.

Pero en cuanto tuvo el libro en sus manos se decepcionó un poco. El libro en sí mismo no era nada impresionante, apenas tenía unas cien páginas amarillentas y las cubiertas eran viejas y ni siquiera estaban forradas en piel o cuero, como era lo normal. En la portada sólo llegaba a distinguirse el título, la imagen que parecía que en mejores tiempos fue rica en detalles y colorido, ahora estaba casi borrosa. Pero al parecer ese libro era el que buscaba su Señor, no se dejaría engañar por esa cubierta. Pocas veces las cosas eran como parecían.

A si que, guardando con cuidado el libro en uno de los múltiples bolsillos de su túnica, paseó por los estantes cogiendo tomos que le llamaron más la atención y salió de la tienda minutos después, desapareciendo de nuevo entre las sombras.

El viejo vendedor fue encontrado días después cuando un grupo de aurores entró en la tienda liderado por Kingsley Shacklebolt. No consiguieron descubrir el móvil del asesinato.


Wenas! Vale, sí, tardé mucho en actualizar, perdonadme TT Apenas he tenido tiempo para ponerme a escribir con las clases y los deberes, y encima el muso, que aún no ha aparecido… pues imaginaos el resto.

Pero bueno, el cap ya está subido y espero que os haya gustado.

Cap dedicado a EugeBlack y norixblack (muchísimos ánimos, wapa!), como siempre.

Muchísimas gracias por los comentarios! xD Veis como no cuesta tanto hacer feliz a una persona? Pues venga, repetid!

Besotes

Aykasha-peke
Miembro de muchas Órdenes