Al fin, después de cerca de tres años uno nuevo cap. Gracias por la paciencia y sabran perdonar algunos errores.

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11. Bajo La Mirada de las Estrellas

- Mas eso no nos incumbe – se apresuró a decir la Noldo – Soy Miluinel y ellos son Naira y Mahtan – dos elfos se adelantaron con la cabeza inclinada. –Hemos de llevarlos ahora mismo a la casa de Elrond-.

La noldo se dio la vuelta adentrándose entre las espesas ramas mientras era seguida por los otros dos elfos. Legolas se encontraba atónito, en tan sólo unas semanas su vida había tomado un giro inesperado y de pronto, ya se encontraba en Imladris. Sacudió la cabeza y siguió en pos de Odín y Darón quienes llevaban en sus brazos a Anariel. El camino que tomaron no les llevó mucho tiempo, era liso y en algunos lugares eran circundados por rocas pequeñas y pedregosas, los elfos caminaban silenciosamente, sumidos cada uno en su propio pensamiento mientras que el viento rozaba y animaba los corazones, pero nadie habló hasta que toparon con el último roble que tenía algunas ramas bajas apretándose para impedir el paso. La noldo apartó las ramas, y ante ellos se abrió el hermoso valle.

-Bienvenidos al valle escondido- dijo Miluinel mirándolos orgullosamente, en sus ojos reflejaba tantos años que, tal vez, podían ser incontables.

Legolas se quedó de pie, absorto por los rayos que eran producidos por el reflejo de los riachuelos que caían estrepitosamente entre las piedras abriéndose camino para llegar finalmente a un lago puro que parecía como si el cielo fuera el mismo reflejo del lago. Esos mismos riachuelos pasaban cerca de una hermosa casa tallada de madera, era alta y bella tal como lo había imaginado Darón en cada uno de sus sueños.

Miluinel hizo una seña y la siguieron por un puente tallado en madera, cada punta adornada por una estatua esculpida en mármol, un hombre y en la siguiente una mujer con algunas insignias en Quenya donde se podía leer: "Por el amor eterno que juntos ganaron, Beren y Luthien".

Así fue, que a medida que avanzaban la melodía de las voces de los habitantes de Imladris se levantaban sobre las ramas y el cantar de los pájaros. Sin embargo, cuando llegó la pequeña misiva hasta la casa todos callaron, el arpa dejo de silbar y la voz se silenció, todos tenían la mirada fija en los recién llegados.

-Dejadme pasar – dijo una voz alegre que provenía de los elfos presentes –Miluinel-. La Noldo se adelantó y frente a ella, un elfo de rubios cabellos era quien estaba hablando.-Con que ellos son los mensajeros de Bosque Negro, ¿no es así?-

Los elfos asintieron. El alto elfo se acercó e hizo una reverencia.

-Soy Glorfindel a vuestro servicio- Luego se incorporó y dijo a todos los elfos que estaban alrededor –Dadle vosotros también la bienvenida, pues he aquí Legolas, hijo de Thranduil y por tanto, príncipe del Bosque Negro-. Todos los presentes se miraron, el rostro ahora rebosaba alegría así que todos en una misma voz gritaron con voces de alegría y bienvenida. No eran muchos los viajeros que se atrevían a cruzar las montañas nubladas y menos en los años en que se estaban viviendo. Legolas contempló confundido todo el lugar mientras que varias doncellas élficas llegaban a despojarlos de sus equipajes para conducirlos a sus correspondientes habitaciones. Miluinel, Mahtan y Naira los miraron y luego con un gesto se despidieron mientras que sus siluetas se perdían en un recodo del pasillo.

-Dejaos atender- dijo alegre Glorfindel.

-No, no por ahora – dijo entonces Legolas –antes que nada he de entregar el mensaje a Elrond y pedir por cierto vuestra ayuda, pues uno de nosotros ha sufrido un grave daño. No ha despertado desde hace días y tememos por su vida- Se detuvo y tomó en brazos a Anariel quien estaba sostenida por Odín –Miradla-.

Glorfindel se detuvo también y contempló el rostro pálido de la Sinda.

-Una doncella elfo…- dijo tristemente –no sabía que las damas de vuestro reino se atrevieran a venir con vosotros ¿Cómo lo habéis permitido?-

-Tal vez esté confundido, pues nosotros partimos de Amon Thranduil creyendo que era Athrod nuestro guía. Hasta que nos atacaron unos Trasgos nos dimos cuenta de lo contrario, no por cierto algo bueno, pero pienso que no es una historia que se deba contar ahora, pues tanto yo como mis amigos estamos cansados. Sin embargo, llevadme cuanto antes hacia Elrond- Se dio la vuelta y miró a Odín y a Darón – Vosotros no os preocupéis, ir a descansad que yo me ocupare por ahora del resto-.

Odín y Darón hicieron una reverencia y luego fueron conducidos por los múltiples pasillos del lugar mientras que Legolas caminaba rápidamente en pos de Glorfindel.

Legolas no dejaba de maravillarse con la belleza del valle de imladris, parecía muy lejano el día en que salieron de bosque negro para llevar el mensaje a Elrond, habían pasado por grandes dificultades para ser en realidad solo una pequeña misiva de mensajeros y ahora solo estaba a unos cuantos minutos de que su misión fuera cumplida. Glorfindel lo llevaba por largos y cortos pasillos que se extendían bajo sus pies, las paredes estaban decoradas con pequeñas piezas de madera al igual que las puertas de las habitaciones.

- Hacia tu derecha Legolas, encontraréis la sala de fuego –

Y Legolas pudo percibir el dulce aroma de las flores y la calidez que provenían de la habitación, además se escuchaban hermosas melodías, Legolas se detuvo por un momento silencioso para escuchar las hermosas voces pero Glorfindel le jaló gentilmente del brazo y señaló con el dedo hacia una puerta.

Era sin duda la puerta que mas había conmovido a Legolas en toda la vida, aunque suene extraño, porque la puerta estaba tallada con las mas grandes y tristes historias de amor que el pueblo elfico conocía, con cada imagen que Legolas veía, a su mente, llegaba los poemas de grandes historias quedando absorto en aquel instante, divagando entre sus propias visones que se aparecían en su pensamiento. Glorfindel golpeó la puerta tres veces y ésta se abrió pesadamente ante los dos elfos, cada costado de la puerta estaba vigilado por dos elfos, ataviados con bellas vestiduras, un fino arco y una temible espada que Legolas pudo entrever al pasar cerca de ellos. Lo que Legolas vio lo deslumbró aun mas por que, aunque su morada en Bosque Negro era igual de hermosa nunca había conocido con anterioridad unos aposentos a su vez bellos, a su vez imponentes y grandioso y a cualquier lugar al que mirase Legolas, todos eso pequeños detalles le deleitaban y le hacían olvidar sus propios pensamientos.

Todos observaron al príncipe elfo, no cabía duda de que era bello como en los poemas se cantaba, como se decía boca a boca, y para los elfos ver al príncipe era una maravilla pues parecía ser un joven inquieto e inocente que miraba hacia todos lados maravillándose, moviendo los ojos y girando la cabeza, nadie lo interrumpía porque a ellos les gustaba ver como Legolas se deleitaba tan fácilmente con pequeñas maravillas. Elrond se encontraba en la misma estancia, sentado con gran solemnidad observando al elfo que se acercaba lentamente, no le disgustaba su interés y de algún modo lo llenaba de gracia pero finalmente decidió que era hora de interrumpirlo, levantó la mano y todos los murmullos de aquel aposento se acallaron. Legolas se percató de la expectación que había surgido alrededor de él, levantó los ojos y allí estaba Elrond sentado, se apresuró y finalmente se hincó a pies de Elrond.

-Levántate – dijo Elrond y Legolas obedeció, levantó la mirada y se encontró con esos profundos e infinitos ojos del medio elfo. Elrond se puso de pie e hizo que Legolas y Glorfindel lo siguieran a una habitación contigua, allí entraron y cuando estuvieron cerradas las puertas, Elrond abrazó a Legolas.

-Me alegra que hallas llegado a salvo, aun te recuerdo cuando habíais sido tan solo un bebé –

-Gracias – contestó Legolas un poco aturdido pero agradecido con Elrond – Mi padre, el Rey Thranduil me ha enviado para traer a salvo esta carta – Sacó un pergamino debidamente sellado de uno de sus bolsillos y lo entregó a manos de Elrond – Lamento la tardanza-.

- No os preocupéis por pequeñeces, estáis a salvo y es lo importante.- miró la carta y luego la guardó –Cuéntame por favor, ¿como has estado tu y tus compañeros?-.

-Señor- dijo Legolas – Perdonarás que no traiga conmigo buenas noticias sobre ese asunto porque he de decirte que fuimos atacados en varias ocasiones, más por negligencia que por otra causa- y fue en ese momento cuando recordó a Anariel – y uno de nosotros, es decir una compañera ha sido herida, o… en realidad no sabemos que es lo que ocurre con ella – y Legolas escondió su rostro entre las blancas manos.

Elrond arrugó la nariz. –Eso no puede ser posible, ¿porque una misiva en tiempos tan peligrosos trae consigo a una doncella? ¿No ves acaso las consecuencias de vuestro mal obrar?-. Legolas bajó la mirada y asintió. – Señor, a ti es al único al que puedo acudir y suplico que puedas ayudar a nuestra compañera-.

-Glorfindel llévame e ella-

Glorfindel abrió la puerta y caminó rápidamente por el pasillo, en la retaguardia se abría paso Elrond junto a Legolas siguiendole, de pronto llegaron a una casa que parecía ser las casas de curación de Imladris. Anariel estaba acostada en uno de los lechos, las doncellas elfo de aquel lugar había dispuesto agua, víveres y le habían cambiado el ropaje masculino por uno femenino y Legolas la vio como la había conocido en Bosque Negro y añoró esos momentos con su amiga, no quería que nada malo le pudiera ocurrir.

Elrond se arrodilló cerca del lecho y revisó su temperatura, tomó la presión de una de sus muñecas y pidió algunas hierbas, las doncellas se apuraron por complacer sus ordenes y por ver a la doncella guerrero despierta. Legolas entre todo el alboroto pasó desapercibido, escondido bajo las sombras que se proyectaban en un rincón de la habitación, y allí estaba ella aun dormía mientras a Legolas el cansancio, el hambre y el sueño lo iban dominando, lentamente hasta que cayó en un profundo sueño.

Legolas caminaba por un sendero, era demasiado oscuro y demasiado angosto y sentía que no podía respirar bien, jadeó un poco y luego se arrepintió porque sentía que en aquel funesto silencio, cualquier minúscula imprudencia podría cobrarle la muerte, así que siguió caminando sigilosamente, sus ojos ahora se adaptaban a la oscuridad y pudo divisar todo lo que tenía enfrente y descubrió que no caminaba solo, otras figuras abrazadas por la sombra caminaban delante de él, parecía que caminaban junto a él algunos adultos y otros al parecer unos niños, nadie hablaba y el silencio era demasiado incomodo, hasta que algo lo irrumpió.

-¡orcos!- gritó una de las sombras de adelante. Y Señaló a un lugar al que parecía ser un agujero entre la piedra. Legolas miró hacia abajo, era un precipicio, se asustó un poco y solo hasta entonces se dio cuenta que caminaba por un puente casi sin fin, de aquel agujero empezaron a brotar flechas y cada una de ellas parecía traspasar el cuerpo de Legolas. Entonces, de un momento a otro el fuego apareció, abrazando el cuerpo de Legolas.

- ¡Fuego! ¡Fuego! – gritó despertándose. Abrió los ojos y sentado cerca de él estaba Odín y Darón. Se incorporó y miró hacia alrededor.

- Amigo, susto el que nos has hecho pasar, caíste en la fiebre y desmejoraste mucho a mediados de la noche pero Elrond te atendió después de cuidar a Anariel y ahora los dos están, podría decir bien- dijo Odín.

- Anariel ¿Qué pasó con ella? Estaba sentado esperando a su recuperación y caí dormido –

- Así es – aseguró Darón – Pero ella, ella no está del todo bien, aunque tal vez si te ve recuerde algo-

- ¿Qué quieres decir?-

- Ven conmigo-. Odín le tomó del brazo al todavía aturdido elfo y lo condujo por los hermosos pasillos de madera hasta que se encontraron en las habitaciones de las casas de curación.

- Allí está-. Le señaló.

El se acercó, la contempló un instante, estaba dormida y aun a pesar de romper con el sueño de la doncella, Legolas no se pudo contener y la abrazó fuertemente y unas lágrimas se resbalaron por sus mejillas. Entonces la separó y la miró profundamente a los ojos, pero entonces le pareció que sus ojos lucían vacíos y distantes y se preguntó la causa de ello. Entonces ella lo miró, pero fue una mirada gélida que él no podría olvidar hasta que pasará mucho tiempo.

-¿Quién eres?- Dijo ella finalmente.

Legolas aun no lo podía creer, habían pasado tres días y el estado de Anariel no mejoraba, había despertado pero algo habían hecho los orcos de tal forma que ella no recordaba ni quien era. Ella mientras tanto seguía siendo atendida por las doncellas de las casas de curación y habían decidido llamarla la doncella guerrero, muchas veces Odín intentó explicarles que su verdadero nombre era Anariel pero al parecer a ellas no les importó demasiado y la siguieron llamando como hasta ahora lo habían hecho.

Odín no se encontraba en la estancia, estaba tan maravillado con aquel lugar que decidió explorarlo en compañía de los elfos de Imladris, Darón en cambio desaparecía largos ratos sin que Legolas supiera exactamente que era lo que sucedía, así que Legolas pasaba largas horas mirando desconsolado el horizonte y otras tantas junto con Anariel, en ocasiones él la hacía reír y ella a él, aunque en el fondo se seguía sintiendo triste pues lo único que ella recordaba hasta entonces era su broche.

-¿Quien eres?-

-Soy Legolas, tu amigo, ¿no lo recuerdas?-

-No, pero quiero saber donde está mi broche que imita a una mariposa en vuelo, estoy segura que me lo obsequió alguien muy querido y no quisiera perderlo-

Era lo único que recordaba y todos se alegraron por un momento, pero inmediatamente la tristeza los invadió ya que las esperanzas se esfumaron al observar que después de ello no hubo ningún avance. Legolas tenía el broche en la mano, tomó el cabello gentilmente, lo entrelazó y allí le apuntó el broche, entonces ella le agradeció y siguió durmiendo apaciblemente.

Legolas recordó ese instante al mirar meditativo hacia el horizonte, bajó la mirada y en el jardín vio que Darón se escabullía por detrás de unos frondosos arbustos, pero también vio cerca de él a Elrond, hacía cuatro días que no hablaba con él, la última vez que lo hicieron hablaron de Anariel, de su estancia en Imladris y de la carta que él mismo había entregado.

La carta susurró Legolas y las imágenes volvieron a su mente.

-Legolas, siéntate por favor – le pidió ELrond con gentileza. –Sé que eres joven pero en este momento estás a cargo de tu pequeña misiva y aunque lograron la entrega de la carta de tu padre sucedió algo muy grave como bien sabes- Legolas asintió. –Ya escuché todos los detalles del viaje y me doy cuenta de las terribles fallas que cometieron, entre ellas y la mas grave fue traer con ustedes a una doncella que pudo haber muerto durante el viaje…-

-Pero, ella nos engañó – protestó Legolas.

-Ya lo sé- y suavizando el rostro y buscando las palabras adecuadas prosiguió –No obstante, ustedes debieron haberse dado cuenta del engaño, se suponía que el combatiente que los acompañaría era un guía, conocía el camino, en cambio Anariel no, solo había estado en imladris en dos ocasiones y tuvieron suerte que hallan podido llegar sin perderse y sin tener mas percances-. Legolas asintió. –Además, olvidaron instalar guardias en las noches, Gandalf me lo comentó, llegó esta mañana y me confesó que ustedes descansaron durante la noche sin dejar a alguien en vigilancia-

Legolas se sintió un poco ofendido pero Elrond tenía la razón, habían cometido aquel grave error y hubiera sido fatal para la pequeña compañía sin experiencia.

-Aun así – Siguió hablando Elrond – demostraron su valentía y eso lo hicieron al llegar a este sitio. Anariel – Elrond meditó un poco y prosiguió – Ella se encuentra bien, pero tardará mucho tiempo antes de que recuerde quien es realmente, tal vez años, no lo puedo saber pero la maldad de los orcos no lo puedo combatir yo Legolas, por más que lo intente, pero estará en buenas manos en Imladris, no te preocupes-

Legolas lo interrumpió - ¿Qué queréis decir? – preguntó apremiante Legolas – digo, ¿Qué queréis decir al referirte que estará en buenas manos durante unos días en imladris? ¿quizá meses?...-

-Quizá mas – apremió Elrond.

Legolas parecía indignado pero decidió no seguir preguntando, Elrond prosiguió: - Legolas, en estos momentos es por lo que menos deberíais preocuparte… - se inclinó hacía delante y prosiguió: - estamos ante un evento importante, la cosas van a dejar de ser lo que no conocemos, las cosas no volverán a ser las mismas.. la carta que me escribió tu padre es importante, mas de lo que tu mismo creéis, por esa razón fue tan importante que alguien de la confianza del rey decidiera traerla, por eso tu habías sido elegido, sin embargo, tienes que regresar una carta de mi parte al rey Thranduil, descansa unos días y luego partiréis – cuando Legolas se disponía a salir de la habitación Elrond dijo: - Y Anariel tendrá que pasar algún tiempo en Imladris así que no podrás partir con ustedes -.

Legolas había estado pensando en aquellas palabras que le resultaron tan amargas, el siguiente día partirían a Amon Thranduil nuevamente, Legolas debía recordar que seguía siendo soldado del reino del Bosque Verde y no debía desobedecer ordenes, mañana partirían si eso era necesario.

Ya había pasado tanto tiempo observando los jardines de Imladris que decidió pasar nuevamente por la habitación de Anariel, hablar un rato con ella podría tanto animarle el corazón a él como a ella.

Legolas entró a la habitación donde vio a Anariel sentada contemplando la ventana que miraba hacia los jardines, parecía triste, al parecer, la perdida de memoria había hecho que su animo decayera de tal forma que no parecía ser la misma, los pensamientos le turbaban la mente al igual de la inquietud acerca de su propia identidad. Legolas se acercó, se sentó junto a ella tomándole una mano le dijo:

-¿Porque te ves tan triste? Si Eru nos ha obsequiado un día tan bello como este, hace mucho que no veíamos un día como este en el Bosque Verde-.

-Por favor no me habléis de lugares que no conozco – luego agregó – Entiende por favor, que para mí ha sido imposible recordar de los lugares que piden que recuerde y el día parece no animarme, pues no encuentro esa luz de la que tanto me habláis, solo encuentro en mi camino oscuridad, no solo en mi mente sino también en los días que han transcurrido mientras sigo sola entre estas monótonas cuatro paredes-.

-¿Acaso estás aburrida? – preguntó con gentileza. Ella no dijo nada mientras bajaba la mirada. – Entonces ven conmigo, vayámonos de esta habitación por algunas horas, en este lugar no recordaras nada ni crearas nuevos recuerdos, y además esta actividad tan inoficiosa pueda que te haga daño -.

- Pero Elrond.. – protestó ella. Legolas la miró por un instante y la jaló al umbral de la puerta, se asomó despacio y vio que una cabeza rubia se escondía después de doblar uno de los pasillos. Tomó con fuerza la mano de Anariel y la llevó por los distintos pasillos de la casa de Elrond, salieron por una de las puertas traseras que estaban astutamente escondidas y dieron con el pico de una montaña, allí se sentaron sobre la hierba mientras observaban poco a poco la caída del sol.

- Yo te quiero decir algo especial – dijo Legolas en un momento.

- No lo digáis ahora por favor, puede que esto te suene ingrato, pero pienso y quiero que lo que me tengáis que decir dilo cuando yo haya recuperado la memoria, si deseas, espérame hasta entonces-

Legolas calló, se dio cuenta de que tan sabias eran esas palabras en ese momento y decidió hacer lo que ella pedía mientras contemplaba el hermoso atardecer. Después bajo la custodia de las estrellas, Legolas le relató a Anariel de todas las cosas que hacían cuando estaban en el Bosque Verde, lo que era la vida allí y además relató con cada detalle muchas de las historias antiguas que Legolas se sabía bien haciendo además una actuación de cada escena con gran credibilidad y logró arrancar una que otra sonrisa de la boca de Anariel. Allí pasaron largas horas hablando hasta que decidieron que ya era hora de volver antes de que Elrond llegara a darse cuenta.

Cuando volvieron de su expedición de la montaña, Legolas le explicó con breves palabras el dialogo que había sostenido con Elrond hacía ya cuatro días, y también le revelo que al día siguiente él, Odín y Darón debían volver al Bosque Verde para llevar la nueva carta que era de gran importancia.

- No quiero que te vayas – le confesó Anariel – sin ti los días me parecerán eternos sin alguien que pueda acompañarme – y en sus ojos se pudo ver gran tristeza.

- No te preocupéis por mí y mucho menos por ti, verás que la vida en Imladris puede llegar a ser tan hermosa como en el bosque verde, pero he de confesarte que el Bosque me llama y tengo que cumplir con mi deber ante mi padre -.

Anariel no dijo mas, se acostó en la cama mirando hacia el techo, Legolas empezó a cantar una canción con la que Anariel se fue durmiendo poco a poco, la melodía parecía triste sin embargo se quedó dormida antes de saber cual era el final.

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Bajo la mirada de las estrellas…

Te conocí por primera vez

Te vi cantar y bailar,

Y bajo su custodio te amé

Para jamás olvidar

Por que tu piel era tan pálida como la hiel

Tan dulce como el aroma de la flor

Y tus cabellos como el dorado del sol

Heme aquí, otra vez, bajo la mirada de las estrellas

Son las mimas estrellas que asisten a la tristeza de mi corazón.

La melodiosa arpa dejó de cantar al igual que su autor permanecía en silencio en la pequeña butaca tallada en madera y recamada en oro. Una lágrima saltó de los ojos verdes de Darón y una ráfaga de viento agitó su corazón. Se encontraba en un pequeño círculo bordeado por flores silvestres y briznas de plata mientras que la luz pálida vagaba por su antojo en el lugar donde los pequeños que flotaban en el aire besaban su cabello y su piel. Una mano tocó suavemente su hombro, Darón contempló hacía atrás, con incredibilidad descubrió que se trataba precisamente de Amarië.

Darón trató de hablar, expresar con palabras todas sus emociones exaltadas por ese momento, pero Amarië le hizo callar gentilmente con un gesto, su rostro se acercó lentamente hacia los ojos de esmeralda, una respiración vaporea envolvió el rostro y los rozados labios se posaron sobre el Laquendi perturbado, sellando una promesa de perpetuo amor, sus manos rodearon el rostro de Darón mientras que él la tomaba con dulzura entre sus brazos y la recostaba sobre un mullido sillón que tenía cerca repisado en seda. Entonces Amerië se deslizó hacia los brazos de Darón.