I
El viejo castillo
-¡Mira! ¡El depósito de chatarra más grande del mundo! – exclamó John mientras señalaba justo delante de él.
- Qué buena broma. ¿Quieres hacerme pensar que estoy loco? Nunca en mi vida he visto un castillo tan hermoso, aunque algo viejo. Pero, ¿cómo se sostiene? Parece cosa de m…-
- ¡CALLA! ¿Quieres que ellos vengan? Tan sólo con que descubran que estamos más allá de la aldea, tendríamos un buen castigo. Está prohibido y lo sabes tan bien como yo. Además tan sólo a ti se te ocurre ver un castillo en un montón de chatarra vieja como éste – dijo John al mismo tiempo que miraba a su amigo, como esperando que la locura de él no fuera más sino una broma pesada.
Por un momento Chris se quedó admirando el hermoso terreno que se extendía ante sus ojos; un viejo castillo algo descuidado, junto a un lago, que, aunque muerto, reflejaba todavía cierta grandeza. Una sensación extraña, de alegría, pero también de respeto emanaba de aquel lugar, era algo fuerte que lo retenía allí y que al mismo tiempo lo invitaba a entrar.
Volteó su rostro y contempló a John, y vio en sus ojos una expresión que nunca antes le había visto en diez años de inseparable amistad, una mezcla entre temor y miedo, que lo hizo sentir diferente. ¿Por qué sólo él veía el castillo? ¿Estaba John mintiéndole? No, no era posible, el miedo reflejado en sus ojos, era auténtico, como el miedo de todos los humanos a lo inexplicable, el miedo a que cualquier cosa fuera de lo normal los hiciera aparecer. Y ellos podían saberlo casi instantáneamente, aunque no habían vuelto por lo menos en un año, sus visitas eran inolvidables y en sus pesadillas, podía oír la voz de la madre de Henry, implorando que no se llevaran a su hijo.
- ¿Estás bien? ¿Estás seguro de que ves lo que dices ver? Es sólo que suena muy extraño y…- John no terminó la frase, sabiendo que su amigo leería entre líneas.
- Sí, sólo era una broma. Una broma algo pesada. Mejor salgamos de aquí antes de que anochezca y se den cuenta de nuestra ausencia – exclamó Chris, sabiendo que esas eran justo las palabras que John quería oír.
John, se dio la vuelta rápidamente y se internó en el sendero dentro del bosque. Chris le dió la espalda al castillo o depósito de chatarra, y antes de dar un paso, se encontró a sí mismo devolviéndose y acercándose a la reja que guardaba aquel lugar. No podía irse, no debía irse, algo mucho más fuerte que él lo retenía allí, algo dentro de sí le decía que tenía que entrar, que tenía descubrir los secretos que el castillo atesoraba.
- ¡Chris! ¿Qué haces? Debemos apresurarnos. Parece que fue una mala idea traerte acá, ahora me arrepiento. Pero por el amor de Dios, ¡apresúrate!- gritó John, que ya estaba muy adelantado en el camino.
La voz de su amigo, lo sacó de la especie de trance en que se hallaba, y con un profundo pesar en su corazón se alejó del lugar, al mismo tiempo que se prometía a sí mismo volver y entrar en el castillo.
Chris siguió a John a través del camino que pasaba por lo más profundo del bosque. Hubiera dado todo por seguir atrás y explorar, pero sabía que no podía exponerse a que su ausencia se notara y el camino a casa era largo.
Inmerso en sus pensamientos, no vio a John detenerse, y por lo tanto tropezó con él.
- ¡Silencio! ¿Oyes algo?- le susurró John con una voz algo preocupada.
Ambos miraron alrededor en todas direcciones pero al comprobar que nada extraño estaba a la vista, continuaron su camino. Al poco tiempo John olvidó lo que lo había hecho detener y caminó sin preocupaciones, pero en cambio Chris andaba más despacio con todos sus sentidos alerta.
Fuera lo que hubiera sentido John, Chris lo sentía mucho más fuerte. Unos metros más adelante, lo sintió con toda claridad; los estaban siguiendo, pero lo que los seguía no podía ser humano, ninguno podía ser tan rápido y a la vez tan silencioso. Aunque Chris no podía verlo, sabía que lo que los estaba siguiendo caminando en círculos. Entonces ¿qué podría ser? La imagen de unos colmillos inundó su mente, pero, no podía ser, no era luna llena, es más, todavía era de noche. Por un momento pensó en gigantes, pero esto era aún más improbable; por lo que había oído, éstos no eran conocidos por su inteligencia, ni por su agilidad.
Por quince largos minutos, Chris siguió caminando detrás de John con el corazón en la garganta, esperando a que la criatura los atacara. Pero, por alguna extraña razón que no comprendía, lo que fuera eso, se limitaba a rodearlos y avanzar con ellos, más no parecía tener la intención de ser visto u oído.
El fin del sendero se veía cada vez más cerca, y la luz de la luna, empezaba a filtrase por entre el follaje y aunque Chris no podía dejar de sentirse preocupado, la perspectiva de estar pronto en casa aliviaba un poco la zozobra, además que algo en su corazón le decía que aquello era amistoso y que en cuando dejaran atrás el bosque, lo que fuera eso se quedaría también allí.
De repente, un grito desolado desgarró la calma de la noche, y desencadenó una serie de eventos simultáneos: Chris sintió como la presencia que los había seguido desapareció, una ramita se quebró, una lechuza ululó y sus ojos se encontraron con los de John, que al igual que los suyos, sólo expresaban un pensamiento, la certeza de que ellos estaban en la aldea y que era por culpa de su pequeña aventura.
