IV

El elfo fiel

El sol se asomaba tímidamente entre las nubes que se posaban sobre la isla McLahan, al norte de Escocia, una que nunca podría haber estado localizada en ningún mapa muggle. La luz empezaba a filtrarse por las cortinas puestas en la única ventana de la habitación que se encontraba en el último piso de la torre más alta, del antiguo castillo que dominaba toda la isla.

En una sencilla cama, un hombre de pelo negro desordenado con algunos indicios de canas prematuras, empezaba a despertarse al sentir la luz en el rostro. Suspirando, se frotó los ojos y al abrirlos reveló unos ojos de un verde algo pálido aunque se veía que en algún tiempo pasado esos ojos, habían estado llenos de vida; ahora, sólo mostraban tristeza y frustación. El hombre miró alrededor de la habitación, la cual estaba llena de papeles, libros y viejos documentos; pero lo extraño era que lo veía todo con una expresión sobre la cual no se podía decidir si era de interés o de profundo asco.

Se incorporó y se puso unas gafas, empezó a caminar de lado a lado, entre los espacios libres que quedaban entre los libros. Súbitamente, cambió de dirección y apartando unos libros polvorientos se sentó frente a un sencillo escritorio de madera, donde entintó una pluma y empezó a escribir algo en un pedazo de pergamino bastante rayado. En muy poco tiempo levantó su cabeza, y aunque seguía escribiendo, pareciera que para nada estuviera pendiente de lo que escribía.

De repente, el frasco de tinta se hizo añicos contra la pared, y en el rostro del hombre se dio una transformación abrupta; donde antes había tristeza, ahora se sentía odio, donde había frustración ahora sólo se veía rabia. Casi al mismo tiempo en que se oyó el ruido del vidrio al romperse, un chasquido se sintió y detrás de la silla donde se hallaba sentado, se apareció un elfo.

- ¡Señor! ¿Qué le sucede? – exclamó el elfo, con una voz entre respetuosa y temerosa.

- Es ella. Me engañaron, todo este tiempo…cuando yo creía que ella ya no estaba… y fue él. Oh! Sí, fue él; todo era parte de un plan y no me di cuenta – gritaba el hombre, aunque por como lo decía no iba dirigido al elfo, cómo si sólo estuviera pensando en voz alta.

- Diez años, diez años. Yo la ví en mis sueños, era ella, sólo podía ser ella. Ella estaba, estaba en… y de pronto llegaron ellos, gritos, confusión,… -

- ¿Y bien, señor? – exclamó el elfo más interesado en la historia que en el ataque de furia que había mostrado el hombre.

Él volteó lentamente, dándose cuenta por vez primera de la presencia del elfo en la habitación y le miró con una expresión maligna.

- Y tú, inmunde traidor. Apuesto a que le ayudaste, por eso te tiene aquí, para espiarme, para recompensarte -.

Mientras decía todo esto, su voz se hacía más fuerte y sus ojos brillaban con un fulgor inquietante.

- No, señor. Le juro que no, yo sólo le sirvo. Yo sería incapaz… ahhh! –

- Crucio – exclamó mostrando una cruel satisfacción, mientras observaba como el elfo se retorcía de dolor, sufriendo en forma agónica.

La tortura duró unos cinco minutos, que se hicieron eternos para el elfo, ya que sentía como las fuerzas empezaban a írsele del cuerpo. Hace unos años, su cuerpo era capaz de soportar mejor las torturas ocasionales del amo, pero ahora, con tanto sufrimiento y penas encima, su resistencia era cada vez menor. Un deseo de desaparecer, de esfumarse, se apoderó del elfo, pero luchó contra él, ya que había jurado pertenecer junto al amo, pasara lo que pasara, tenía que cuidarlo, obedecer fielmente, esperando que el amo saliera de esa especie de locura, estando cerca, vigilando que el Señor Oscuro no le hiciera nada, sufriendo y llorando en silencio. Pero hoy, hoy era diferente, podía sentir una desesperación profunda en el alma del amo, en vez del rencor y la miseria habitual. ¿Qué era lo que soñaba, ¿por qué lo había atormentado tanto? Eran las preguntas que rondaban en la cabeza del elfo, en la pequeña parte que no estaba inundada por las sensaciones de dolor, que le transmitía todo su cuerpo.

De repente, todo cesó. El cuerpo del elfo, cayó agotado sobre el piso en medio de un ruido seco. Él bajó la varita, y por un instante fue como si dudara, como si sintiera que lo acababa de hacer había estado mal y el pensamiento de que tenía que disculparse con el elfo se insinuó por su mente; o al menos sería lo que ella esperaría de él.

- ¡Ella, me la han quitado. Me han engañado, nada queda sin ella. Tanto tiempo perdida y la he encontrado, en mis sueños, pero muy tarde. Y todos tienen la culpa y tú, monstruosa aberración, fiel lamebotas, elfo idiota… - gritó con gran ira, desterrando de su mente el pequeño impulso que por un momento casi lo lleva a hacer el bien.

El elfo se incorporó alertado por los gritos de su amo, sabiendo que sólo eran el preludio de otra sesión infernal, y con un hilillo de voz habló en una voz terriblemente dolida

- Señor, Harry Potter, por favor no me torture más, señor –

El escuchar su nombre, causó una gran conmoción en él. Sus ojos se apagaron, y volvieron a estar apagados; la rabia se esfumó y dio paso a una enorme tristeza. Sus hombros se cayeron y su postura erguida se perdió, de repente, fue como si veinte años le llegaran de un solo golpe y sin avisar.

- Dobby, ¿qué haces aquí? ¿Por qué estas sangrando? Oh, no… - su voz se entrecortó al notar lo que había hecho.

- No, no es nada señor. Es sólo que usted tuvo un sueño, y al despertabar gritaba algo acerca de… - el elfo interrumpió sus palabras, pensando sabiamente que si le contaba a su amo la causa de su arrebato, lo más probable era que se repitiera la escena anterior.

- De, de, de sus amigos. Sí, sus amigos, eso es - dijo el elfo, felicitándose a sí mismo por su rápida invención.

- ¿Ron? ¿Hermione? ¿vinieron a visitarme?. ¿Pero qué esperas? ¡Hazlos pasar! – dijo Harry, olvidándose por completo del estado de Dobby.

El elfo pasó saliva y buscó una salida al atolladero en que se había metido, una mala respuesta y ese ser maligno, esa parte oscura de Harry volvería a manifestarse.

- Señor, ellos están muertos. Desde hace diez años – exclamó pausada y suavemente.

- Sí, tienes razón, ellos están muertos, todos están muertos. Y por mi culpa. –

Una enorme tristeza acompaño esas últimas palabras de Harry, que arrastrando los pies, se dirigió al escritorio y con gesto ausente, se sentaba, abría el cajón y sacaba una nueva botella de tinta y un rollo nuevo de pergamino; al tiempo que recogía un libro del piso y se absorbía en su estudio.

Dobby permaneció un rato más contemplando con una gran ternura a Harry. ¿Estaría ya calmado? ¿Recordaría lo sucedido? El elfo no sabía la respuesta a esa última pregunta, puesto que a pesar de lo que no gustaba, mucho de Harry estaba presente en sus ataques de maldad, era en parte él y eso le asustaba. Más tarde descansaría, pero por ahora tenía que vigilarlo.

Con gran esfuerzo y sin quitar la mirada de Harry, que seguía enfrascado en la lectura del libro, se sentó en el rellano de la ventana. Pero entonces algo le hizo mirar hacia fuera y al fijar los ojos hacia la entrada del castillo, vio como tres figuras con capuchas y capas negras se materializaban ahí. La figura más alta, se quitó la capucha y con unos afilados ojos rojos miró en dirección hacia Dobby.

Dobby tembló de pies a cabeza, no se esperaba esta visita, al menos, no hasta el próximo mes y justo en el peor momento. Afanosamente se levantó y empezó a planificar lo que tenía que hacer, puesto que el Señor Oscuro había llegado.