V

El Señor Oscuro

- Esperen aquí fuera, no quiero interferencias – dijo con voz que parecía de serpiente y con un gran desprecio.

Lord Voldemort sacó su varita y tocó la puerta, a la vez que murmuró un hechizo. Las puertas, viejas y pesadas, se abrieron por sí solas, graznando un ruido espantoso, y una vez él las traspasó se cerraron con un golpe seco y violento, tapando a los mortífagos que seguían a su amo con la mirada.

Con paso lento y expresión indefinida, se encaminó a las escaleras y empezó a subirlas; sin dirigir siquiera una mirada de reojo al elfo que se había aparecido al mismo tiempo que hacía una reverencia muy exagerada, casi tocando el piso con su nariz; para él todos los que no fueran magos no merecían ni un poco de atención. Peor era el caso de las personas que no pertenecían al mundo mágico, ya que todas le recordaban a su odioso padre y una de sus grandes obsesiones que le atormentaban: el ser un sangre sucia; al principio cometió un montón de matanzas de muggles, por lo que aún no le gustaba la idea de haber dejado aldeas donde vivieran muggles para disponer de víctimas frescas para hombres lobo, vampiros y hasta gigantes, pero si algo sabía por experiencia propia era la ambición que traía consigo el poder y prefería entretener a criaturas y mortífagos, para que no volvieran a intentar lo que el rastrero de Snape ya había tratado de hacer.

Voldemort sonrió con satisfacción al recordar los gritos de dolor que arrancó del traidor Snape, confesando los nombres de los otros mortífagos y criaturas que le habían ayudado en un intento por asesinarle. Y fue aún mayor la diversión cuando obligó a Draco a matar a Lucius, en parte para probar la verdadera lealtad de Draco y para castigar al padre por apoyar a Snape. En esa limpieza murieron casi la mitad de sus mortífagos más cercanos y fue cuando tuvo que empezar a reclutar hijos de muggles que tuvieran magia, con el fin de reemplazar los que lo habían traicionado.

Necesitaba mortífagos en razón de que aunque no quisiera reconocerlo, su victoria no era completa, ya que aunque la mayor parte de los magos que se oponían a él estaban muertos (y en eso le fue muy útil Potter los primeros años), y que los muggles se habían rendido después de haber destruido la cuarta parte del planeta con sus patéticos intentos de detenerlo; en todas partes surgía resistencia de muggles y los miembros sobrevivientes de la Orden del Fénix seguían librando una guerra de guerrillas contra los mortífagos.

Con estos pensamientos en su mente, llegó hasta la puerta de la habitación más alta y con un hechizo la abrió de par en par; allí sentado y absorto en la lectura de un pergamino se encontraba Harry Potter.

- ¡Ja! ¡El niño que vivió! – pensó regocijado para sus adentros. - ¡Cómo me hubiera gustado que Dumbledore hubiera vivido para ver a su chico favorito como mortífago!-.

Harry levantó la mirada y sus ojos se posaron en Voldemort, y por un momento su expresión fue de completa ausencia, como si estuviera viendo la puerta detrás del Señor Oscuro; pero luego su cara cambió mostrando un terror absoluto. Precipitadamente se levantó y trastabilló con la silla, cayendo al suelo e incorporándose lo más rápido que pudo, hasta que caminó frente a Voldemort y le hizo una profunda reverencia.

- Está bien Potter. Dejemos las formalidades a un lado – siseó Voldemort.

Harry incorporó su cabeza, y nuevamente se sentó apoyando sus codos en el escritorio a la vez que esperaba que Voldemort hablara.

Voldemort dio una vuelta alrededor de la habitación viendo con sumo desagrado el desorden que imperaba en la habitación, al mismo tiempo que recogía unos cuantos pergaminos llenos con la caligrafía de Harry.

- Vaya, vaya. Parece que tenemos algunos progresos aquí. Con que ya funciona en animales pequeños, esas son noticias… ¿cómo decirlo? Halagadoras – dijo al mismo tiempo que siguió su recorrido hasta estar donde momentos antes Dobby había estado.

- ¡Sí! Debo decir que su idea de reemplazar la raíz de belladona por sangre de serpiente ayudó mucho, pero… Pero todavía sólo funciona en las 8 horas después de la muerte, y hay algunos efectos secundarios – dijo atropelladamente Harry, al mismo tiempo que sacaba una caja de cartón de un cajón del escritorio y se lo daba a Voldemort.

Levantó la tapa y miró el interior, en el cual una rata se movía, aunque muy lentamente. Su apariencia era de cadáver ya que la piel en muchos lados dejaba ver los músculos, y en otros colgaba en jirones, junto con heridas que se veían sanguinolentas y repulsivas. El Señor Oscuro movió su varita y una especie de fulgor inundó la caja, pero la rata no se conmocionó, siguió su lento movimiento como si nada hubiera ocurrido, y su mirada seguía fija como si no estuviera viva.

- Entonces todavía falta el alma… Pero es un gran avance, muy pronto la forma de resucitar a los muertos será mía. – exclamó con una sonrisa maligna en la cara.

Era en verdad impresionante que una sabandija, amante de sangre sucia, lograra tales avances, pensó para sí Voldemort. Sí tan sólo hubiera mostrado ese interés y dedicación para ser un mortífago; no tendría que usar al idiota de Malfoy como mano derecha. Y es que Potter había sido un buen mortífago al principio, cruel y despiadado, que disfrutaba torturar a sus víctimas; pero nunca había usado el Avada Kevrada. Por más diversos métodos que Voldemort usó, nunca logró que lo usara. Y era justo en esos momentos, que sospechaba que dentro de Harry aún se escondían las enseñanzas de Dumbledore, esos estúpidos ideales de amor y confianza; eran justo esos ideales lo que harían a Harry peligroso, si lo que quedaba de la Orden del Fénix llegaba a atraparlo.

Con lo que habría sido mucho más fácil matarlo, entonces, ¿Por qué no lo había hecho? Esa pregunta acosó por mucho tiempo su mente y la principal razón era que le había cogido cariño. Pero no uno real, (Voldemort no es capaz de sentir amor), sino un sentimiento retorcido, que era la satisfacción de tener a su lado al niño que vivió, de haber pasado a su lado el símbolo de la esperanza de todos los magos. Y es que al principio, esa había sido su principal arma, ya que en cuanto se supo que Harry se había convertido en mortífago, el temor y el caos corrieron por la comunidad mágica, y eso le facilitó enormemente, pudiendo tomar el Ministerio de Magia enfrentando una resistencia mínima, a la vez que su legión de mortífagos creció en número.

Y era por eso que había preferido encerrarlo en el castillo, para que siguiera en su trabajo sobre la forma de resucitar a las personas. Durante los últimos seis años había visitado a Potter cada seis meses, viendo como progresaba lentamente. Pero esta visita tenía de fondo algo diferente; era la duda sobre si podía hacerse viejo, ya que aunque estaba seguro de que era inmortal, le aterraba la posibilidad de morir por causas naturales, le asustaba todo lo que representaba la vejez, y a pesar de que había hecho muchos hechizos y pociones, aún no estaba seguro de que pudiera burlar a la muerte.

Era por eso que era tan importante el trabajo de Potter, y no podía ser interrumpido; ya que si éste lograba la poción, la iba a usar sólo para él. Tenía la idea de ser un fénix, de resucitar eternamente de sus cenizas; con lo que en cuanto Harry terminara la poción y funcionara, lo mataría y el secreto quedaría sólo con él, sólo él tendría poder sobre este y el otro mundo.

- ¡Tú! ¿Qué haces aquí? ¡ASESINA!– gritó Harry, al mismo tiempo que apuntaba con la varita a la forma que acababa de emerger de entre las escaleras.

El grito de Harry, arrancó de sus pensamientos al Señor Oscuro, que se giró justo a tiempo para apreciar como Bellatrix Lestrange le hacía una reverencia profunda, hincando una rodilla en tierra.

- Dije que no quería interrupciones. ¿O es que acaso osas desobedecerme? – exclamó con una voz fría, al mismo tiempo que le hacía un gesto a Harry para que bajara la varita.

- Pero mi señor, usted sabe que soy su mortífago más fiel. Simplemente me preocupa que ande mucho tiempo con magos débiles y basuras como Potter. De verdad, señor, no veo porque tiene que venir acá… ¡Ahhh! – exclamó asustada y retrocediendo, a la vez que fijaba la vista en la varita que ahora apuntaba hacia ella.

- Mis asuntos con Potter no son de tu incumbencia, Bellatrix. Más te vale que haya una buena razón para tu interrupción o lo lamentarás – escupió con una voz venenosa.

Con algo de temor, y viendo a Harry con una expresión de asco, que a su vez se encontraba ahora con una expresión de embotado, la bruja se acercó a Voldemort y le habló al oído en un susurro, del cual sólo se tres palabras: "Lunático", "camino" y "emboscada", llegaron a oídos de Harry.

Al parecer habían sido buenas noticias para Voldemort, que devolvió la caja a Harry y salió a grandes zancadas de la habitación seguido por Bellatrix, que se movía como un perro siguiendo a su dueño.

- Hablaremos luego, Potter – alcanzó a exclamar Voldemort, antes de desaparecer por las escaleras.

Pero Harry no contestó, ni hizo seña de que se había enterado de que algo pasaba a su alrededor, ya que una sola imagen llenaba por completo su mente, la imagen de una mujer de pelo castaño, desangrándose en el suelo de una casa de aspecto miserable.