XI
La asesina y el león
La noche caía lentamente en la vieja casa, y la mujer que se encontraba reclinada en un viejo sillón mostraba una expresión de indiferencia y de aburrimiento. Su rostro era el de una mujer ya algo anciana, y su cabello empezaba a blanquear, las arrugas ya se mostraban prominentes, pero lo que interrumpía la belleza que todavía conservaba era la horrible cicatriz que tenía en la mejilla izquierda. Había sido tan profundo el corte y tan grande el dolor, que había desarrollado el hábito de frotársela cuando se sentía confundida o deprimida, estado en que últimamente recaía bastante.
Y es que la cicatriz la atormentaba, puesto que era el precio que había tenido que pagar por sus errores, la prueba exigida por él para que sirviera de ejemplo a los demás. Él, su gran obsesión, el hombre por el cual no había perdido la esperanza de volverlo a ver en toda su gloria; todo pensamiento, todo acto que realizaba era por él, por las ganas infinitas de volver a ser su amante, su compañera, por ser su reina de la oscuridad; y ya no podía recuperarlo porque nunca fue capaz de perdonarla, y para colmo esa sucia serpiente se había tomado todo el crédito, cuando tanto la sabandija como ella sabían que no había podido matar al hombre lobo de no haber sido por la herida que ella le había causado.
Era tan retorcida la serpiente que no había mencionado ante él al niño, y para cuando ella quiso delatarlo, su señor no había querido escucharla. Ella ya había tenido varios años, para investigar, preguntar y concluir que en la extraña desaparición del niño se encontraba la mano oculta de magia poderosa, algo que le había llenado de preocupación.
Un crujido llamó su atención, con lo que se incorporó y observó las sombras que proyectaban los muebles de la habitación. Por un instante tuvo una sensación extraña, como si estuviera siendo observada, pero pronto la descartó porque nadie se encontraba en la habitación, con lo que nuevamente se sentó en el sillón que era el favorito de su señor. Largas noches se había quedado allí, mientras su señor pasaba cada vez más tiempo con la inmundicia de Potter, y eso también la preocupaba. Ella, que era la que conocía mejor al Señor Oscuro, veía que dentro de su fría expresión, algo le inquietaba y con el correr de los años, cuando regresaba de sus encuentros con Potter, veía que la inquietud crecía dentro de él… ¡Ah, cuanto la necesitaba su señor, y por culpa de Draco, ya ni siquiera contaba con su compañía. Un día de estos lo pagaría y lo haría con creces, por atreverse a separarla de su señor, tan sólo estaba a la espera de un error, de un desliz, para poner en descubierto su secreta ambición de ser el próximo Señor Tenebroso.
El causante del crujido que Bellatrix Lestrange había escuchado se encontraba en la habitación que quedaba inmediatamente encima de donde se encontraba la mortífaga, y se encontraba revisando un montón de documentos y pergaminos amontonados en un escritorio de aspecto antiguo. La tenue luz que se desprendía de la punta de la varita dejaba ver que se trataba de un muchacho de unos quince años, con un cuerpo que empezaba a dejar de ser desgarbado para volverse el de un hombre, su cabello lucía algo desordenado y con un color que dependiendo del observador y la iluminación estaba entre un negro y un rojo algo encendido, sus ojos castaños mostraban una determinación y coraje difíciles de encontrar en una persona tan joven, y vaya que debía tener coraje para irrumpir en la vieja mansión de los Ryddle, que se había convertido en la residencia favorita de lord Voldemort.
Afanosamente revisaba entre los papeles, echando una que otra mirada encima del hombro para verificar que todo estaba en orden.
- Ministerio de Magia… mmm, no. Vampiros, Gigantes, Registro de aldeas… puede ser interesante – decía en una voz muy baja, guardando en un bolsillo de la túnica un pergamino algo viejo. - Tiene que estar en algún lado, por acá, una nota, un indicio… Esto podría ser… - dijo con una nota de profundo interés, y acercándose a una ventana para examinar mejor el contenido del pergamino que recién había encontrado.
Al parecer encontró lo que estaba buscando, puesto que una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, aunque también era de alivio, porque a pesar de su coraje y valentía, había algo que lo tenía nervioso. Tal vez era el ambiente siniestro de la casa, o la maldad que casi se podía sentir en el ambiente, como si las paredes repitieran gritos de torturas, o por el techo anduvieran espíritus de muertos llorando sus desgracias.
Dio una mirada en todas direcciones, a la vez que guardaba el pergamino junto al registro de aldeas, dispuesto a salir al exterior, para luego desaparecerse; hasta que una idea cruzó por su mente.
Al fin y al cabo¿por qué no? Lo más seguro es que él los guardaba en algún lugar, y que ahora que estaban destruidos, no sería peligroso llevarse al menos uno de recuerdo. Uno que le demostrara a ese cuadro parlante, que a pesar de lo que pensara, él ya no era un niño y estaba listo para enfrentarse a los mortífagos.
Porque a su juicio, mucho tiempo había pasado desde que esperanzado, se había puesto el viejo Sombrero Seleccionador encima y éste lo había destinado a Gryffindor, no sin antes hablar un montón de cosas sin sentido…
- Interesante cabecita tienes. Coraje y valor, pero también grandes deseos de aprender, además de que lo haces muy rápido… Estarías bien en Ravenclaw, Rowena siempre apreciaba la rapidez de pensamiento, pero Gryffindor de sangre eres… ¿qué debo hacer? – había recitado el sombrero, mientras que Chris no había entendido muy bien su retahíla.
- Conocimiento aprecias, pero es valor y justicia lo que quieres, con lo que de la casa del noble león eres. ¡Gryffindor! – había gritado con voz jubilosa. Grito que había respondido el retrato dando un aplauso y esbozando una amplia sonrisa.
- Bienvenido a Hogwarts, Chris Weasley – había dicho con gran ceremonia el retrato, y a pesar de lo extremadamente nervioso que se sentía por lo que le esperaba más adelante, Chris se sintió feliz, aterrado pero feliz…
Recordando esa escena, Chris sintió como aumentaba su resolución y su determinación. No importaba, que en parte pensaba igual que el retrato de Dumbledore, él no estaba listo para enfrentarse a Voldemort. Pero era muy diferente hacerle una pequeña broma, con lo que resuelto a hacer lo que se había propuesto tocó con su varita su frente, y por un momento cualquiera que hubiera estado ahí hubiera jurado que se había vuelto invisible, pero en realidad no lo era, lo que pasaba era que se había desilusionado, con lo que su cuerpo tomaba los colores y texturas de su entorno. Una vez adquirió su nueva apariencia, salió de la habitación, cerrándola con mucho cuidado, para luego encaminarse a examinar las demás habitaciones de ese piso.
Estuvo en varias con apariencia sombría, pero que aparte de muebles y algunos artefactos extraños, nada extraño tenían. Hasta que llegó a una habitación que se encontraba iluminado por dos antorchas, que parecía no ser utilizada por nadie, ya que los muebles se encontraban cubiertos con sábanas y el polvo los cubría a excepción de uno que estaba en el centro de la habitación. Era una especie de alacena, en cuyas repisas se encontraban diversos objetos que se veían bastante antiguos; un relicario, un libro que tenía manchas de sangre, una piel de serpiente, una diadema de plata muy hermosa… pero lo que llamó su atención fue un anillo grande, que parecía ser de oro, con una piedra negra en el centro.
Por un momento no supo porque le había llamado tanto la atención, pero luego recordó que lo había visto en el pensadero. Era uno de los recuerdos del último año de vida de Dumbledore, de cómo había encontrado ese Horcrux y lo había destruido, y ahora después de tantos años se encontraba ahí, como un trofeo de Voldemort. El recordatorio de que había vencido a Dumbledore y unido a su bando al mago en el que este había depositado su confianza.
Con manos algo temblorosas, alargó la izquierda y contempló fijamente el anillo entre sus dedos, y con mucho cuidado se lo ajustó sobre el dedo anular de la mano derecha. Era tal su concentración que lo único que pudo sentir de la maldición fue el resplandor que inundó la superficie de la piedra.
- ¡Impedimenta! – había dicho con voz potente Bellatrix Lestrange, quien se había escabullido silenciosamente en la habitación.
Con una velocidad increíble, Chris se volteó y haciendo un movimiento con su varita, logró desviar el hechizo, que hizo impacto en la alacena, la cual se movió por la fuerza del golpe y cayó al suelo, levantando una nube de polvo.
El ruido del golpe, desconcentró por un momento a Bellatrix, lo suficiente como para que cuando volvió a fijar su atención en Chris, este no se encontrara allí. Inquieta, repasó con su mirada, la habitación tratando de encontrar algo extraño, pero pareciera como si nadie estuviera ahí, pero tenía que ser. Dentro de la casa, nadie podía aparecerse y la puerta seguía cerrada, por lo tanto el muchacho que ella había visto, debía de estar aún ahí.
- ¡Expeliarmus! – dijo Chris, quien se encontraba unos metros detrás de la mortífaga.
Repitiendo la maniobra que había usado con Lupin, Bellatrix se tiró al piso y con gran rapidez apuntó a Chris, lanzando un hechizo que él nunca había oído y sólo tuvo tiempo para intentar moverse hacia un lado. De repente, Chris sintió un gran dolor arriba del tobillo de su pie izquierdo, fue como si le hubieran desgarrado la piel, con lo que perdió el equilibrio y cayó a la vez que observaba como gotas de sangre caían al piso.
Bellatrix se incorporó y lanzó un Expelliarmus a Chris, pero no con mucha potencia, sólo con el fin de que soltara su varita, que cayó con un golpe seco unos metros adelante. Poco a poco se fue acercando, contemplado satisfecha el resultado de su maldición.
Chris por su parte, fijó sus ojos en la mortífaga, tratando de separar de su mente los profundos mensajes de dolor que le enviaba su pie. Un sentimiento de rabia y las imágenes de John cayendo muerto cruzaron por su cabeza, con lo que intentó pararse de pie.
- No, me temo que no será necesario. Mejor quédate quieto. – dijo Bellatrix con un tono muy amenazador a la vez que apuntaba con su varita al corazón de Chris - Necesito información. ¿Tú eras el que estaba con Lupin esa noche?
Chris negó con la cabeza y con los ojos buscó el lugar donde había caído su varita, a la vez que empezaba a maquinar un plan.
- ¡Mírame cuando te hable! – gritó Bellatrix a la vez que con su varita hacía que Chris volteara la cabeza hacia ella. - Mira, hay dos formas de sacarte la información, una implica mucho dolor y la otra… - sonrió Bellatrix con una expresión maligna – implica aún más dolor. Así que sé niño bueno y cuéntame dónde has estado todos estos años, y algo aún más importante quiero saber quien te ha enseñado magia, porque puedo ver que has mejorado bastante – dijo a la vez que ponía su mano sobre el rostro de Chris.
Desafortunadamente para ella, haber tocado a Chris fue un lamentable error. En cuanto tocó la piel de Chris, sintió una especie de corriente por todo su cuerpo. Intentó separar su mano del rostro de Chris, pero no podía, era como si su mano se hubiera pegado a la piel del muchacho. Trató de hacer algún hechizo con la mano con que sostenía la varita, pero no siquiera pudo moverla un centímetro.
- Suél… Suéltame – dijo con un hilillo de voz muy asustada a Chris.
Este tenía su mirada fija en Bellatrix, con una expresión de concentración total. Poco a poco se estaba sintiendo cada vez más agotado, pero sabía que sería cuestión de tiempo para que la mortífaga cediera. Pero en ese momento deseó haber puesto más atención a la lección del retrato, pero no lo había hecho mucho; en ese momento le habían parecido mucho más interesantes los hechizos no verbales, que los hechizos sin varita. En parte, porque la cantidad de hechizos que se podían realizar sin varita era muy limitados, y porque para que realmente fueran efectivos se debía estar muy cerca del objetivo y requerían bastante poder.
Por consiguiente, Chris entusiasmado más por encantamientos protectores, no había asimilado muy bien la enseñanza que había recibido tan sólo la semana pasada; y esa había sido una causa de discusión con el cuadro. Porque entre más pasaban los años, Chris se impacientaba más y más, quería enfrentarse con los mortífagos y Dumbledore ni siquiera le permitía salir del castillo, y no hacía sino repetirle que más adelante podría hacerlo. Chris empezaba a inquietarse, hasta que rebuscando en los libros de la biblioteca, encontró una forma para romper el encantamiento que Dumbledore había puesto sobre Hogwarts y salir, impacientado tan sólo le tomó unos dos días averiguar donde habitualmente residía el Señor Oscuro y pacientemente espero un día más, a que éste se alejara de allí.
Con lo que el esfuerzo mental que debía hacer Chris por mantener quieta a Bellatrix lo estaba agotando, ya que debía hacer el doble del que sería necesario si hubiera puesto cuidado a la lección. Finalmente con un gran tirón logró quitarle la varita que ella aferraba con gran fuerza. Cuando lo logró terminó el hechizo y esta vez paralizó a Bellatrix.
- ¡Petrificus Totalus! - dijo Chris, para luego recuperar el aliento poco a poco.
Para cuando se sintió descansado, examinó su herida y aunque no sangraba copiosamente como al principio, le producía un dolor intenso y estaba seguro de que no le dejaría incorporarse. De mala gana, y recordando que la magia curativa no estaba dentro de su fuerte, pasó la varita de Bellatrix por encima de la herida, con lo que está se cerró. Finalmente, se levantó, aunque con algo de cojera, porque sólo había cerrado la piel, pero no había logrado quitarse el dolor.
Con pasos medidos, caminó hasta la varita de su madre y con gran alivio arrojó lejos la de Bellatrix. Con la varita en su mano derecha volvió a ver a la mortífaga, y nuevamente empezó a sentir el odio circular por sus venas, recordando como había asesinado a John.
Justo cuando el sentimiento de odio llegó a su punto culminante y pensando nada más que en venganza y apuntaba a Bellatrix, a la vez que sentía las palabras formándose en su mente… No pudo, simplemente no pudo, había estado a un segundo de matarla, cuando las imágenes de un recuerdo que había visto en el pensadero llegaron a su mente. En ese recuerdo había visto el enfrentamiento entre Voldemort y Dumbledore, en el Ministerio de Magia, luego que algunos mortífagos habían fallado en el intento de obtener la profecía para el Señor Oscuro. En ese duelo, Dumbledore le había dicho a Voldemort que había cosas peores que la muerte, y Voldemort no le había creído como Chris tampoco. Pero ahora, unos dos años después de haber visto ese recuerdo y haber aprendido tantas cosas, sabía que Dumbledore tenía razón, con lo que desterrando el odio de su corazón bajó su varita y se arrodilló frente a Bellatrix.
Con gran concentración, indagó en la mente de ella, y le pareció que con lo que había visto sería suficiente, con lo que a continuación la liberó del hechizo paralizante. Bellatrix tardó unos instantes en reaccionar, ya que nunca había pensado que Chris fuera a liberarla, pero en cuanto se recuperó de la sorpresa trató de moverse hacia su varita, que momentos antes Chris había arrojado al piso.
Chris hizo un movimiento extraño con la varita y lanzó un hechizo a la mujer, quién nuevamente se quedó inmóvil. Pero no es que estuviera paralizada, simplemente se quedó quieta con la mirada fija hacia delante, pero con una expresión de embotamiento. Sus ojos habían perdido ese brillo que hacían pensar en una asesina o una demente, para simplemente quedarse vacíos y sin expresión, sus brazos colgaban inertes y su boca estaba entreabierta.
En su mente, empezaron a pasar más y más recuerdos, imágenes se sucedían unas a otras, unos recuerdos malos y otros pocos, muy buenos. Se visualizó a sí misma en el tren camino a Hogwarts en su primer año, la vez que gracias a su cuñado Lucius, conoció y pudo unirse a Voldemort y a partir de ese momento la angustia empezó a oprimirla, ya que desde que conoció a Voldemort su vida había cambiado y para mal. Pronto, Bellatrix empezó a gesticular en voz alta, y sin observar a Chris ni nada del mundo exterior empezó a deambular por la habitación.
- Pero, mi señor, no fue mi culpa. Fue culpa de Potter… Mi señor, perdóneme por favor, fue el niño, él me desarmó mientras me entretenía con Lupin… - decía en voz alta a la vez que gesticulaba con las manos.
Chris se incorporó y viendo a Bellatrix, sintió compasión por ella, y le extrañó bastante ya que hace tan sólo un momento había estado a punto de matarla. Pero el odio se había extinguido de su corazón, por más que una parte de él le gritaba que ella había sido la culpable de la muerte de John, al verla y saber por lo que estaba pasando, sentía que ya había quedado a mano. Sabía que todo ahora era cuestión de tiempo; el hechizo que le había aplicado a la mortífaga, hacía que la persona empezara a rememorar los episodios más importantes de su vida; si la persona tenía un corazón puro y alegre, pasaría algunas horas muy placenteras, pero sí poseía una mente malvada y fría, los resultados podían variar de acuerdo a la maldad que tuviera. En el caso de ella, bueno, no esperaba que le sucediera nada agradable, pero al menos su destino estaría en sus propias manos y él no sería el ejecutor de la sentencia.
Sí algo le había demostrado lo que había pasado con la mortífaga, era que debía de comerse sus palabras y nuevamente presentarse en Hogwarts, para seguir con su instrucción mágica. Ya que aunque era muchísimo lo que había progresado, el que casi le atrapara, le hizo caer en cuenta, de que si realmente quería enfrentar al Señor Oscuro, mucho trecho quedaba por recorrer, pero de todas maneras quería que éste se cuestionara sobre quien se habría osado a robar sus pertenencias, con lo que en un último gesto de broma hacia Voldemort, Chris tomó la diadema de plata del piso y con mucho sigilo, se acercó a Bellatrix y se la colocó sobre la cabeza. Esta no se dio por enterada y siguió gesticulando y hablando consigo misma, cada vez en un tono más alto, con lo que Chris decidió irse de la casa, ya que su misión había terminado.
Con premura, bajó las escaleras y en el más corto tiempo que le permitió su pie herido, llegó hasta el cementerio, donde se detuvo para contemplar a la luz de la luna, el anillo en su dedo y con una sonrisa en su rostro, desapareció haciendo un sonoro sonido.
N.A: Estuve peleando bastante tiempo con el computador para que me dejara subir el capítulo, hasta que al fin me dejó en formato .txt. Saludo a una nueva persona, Sara Morgan Black, y a los que fielmente me han seguido: Ginebra, Eternal Wing y Anyeli Cetra (que está perdida). A Hermionita, quien ha regresado, que te vaya muy bien en tu inspección... A todos gracias por sus comentarios, y a los demás que siguen la historia sin comentar, también gracias... Como ven, me he pasado olímpicamente varios años de entrenamiento de Chris, pero en capítulos posteriores habrán flashbacks hacia ese período, aunque me están entrando ganas de escribir un capítulo sobre estos años, así que no se sorprendan si de pronto aparece intercalado uno más adelante.
Eternal Wing: Me temo que no se aclaran mucho las cosas que querías, pero al menos espero que te guste el capítulo. Gracias por tu constancia y nos vemos en la próxima ocasion.
