XII
Del dragón cobarde
Unos diez minutos después, Voldemort junto con otros tres mortífagos, irrumpió en el mismo lugar desde el cual se había desaparecido Chris, volviendo a romper la calma de la noche. Haciendo una seña, dos de los mortífagos se alejaron mostrando un andar torpe y al cabo de unos pasos se esfumaron.
- ¿Puedo retirarme ya, mi señor? – preguntó el mortífago restante, que arrastraba las palabras, haciendo una especie de reverencia al señor Oscuro.
- Draco, Draco… con el paso de los años, me recuerdas cada vez a tu padre. Espero que la traición no vaya en tu sangre, o habrá que tomar medidas correctivas… - susurró Voldemort, divirtiéndose con la expresión que Draco hacía cada vez que alguien mencionaba a su padre.
- Mi señor. Yo no sería capaz, jamás lo traicionaría… - dijo con voz entre asustada y sorprendida. – Creo que ya he probado, de la forma más dura, mi lealtad – continuó Draco, sólo que esta vez en el fondo de sus palabras, se podría sentir el orgullo que siempre había caracterizado a Malfoy; como si tanta obediencia fuera sólo dicha y no sentida.
Por supuesto Voldemort, advirtió ese súbito brote de rebeldía. Como si Draco quisiera insinuar que era una tontería dudar de él; como si le estuviera reprochando el que le hubiera obligado asesinar a Lucius. Extrañado y con mucha curiosidad, los ojos rojizos de serpiente fijaron su mirada en los de Draco e indagaron en su mente.
Draco tardó un segundo en comprender lo que Voldemort estaba haciendo, y en cuanto reaccionó cerró su mente, pero sabía que había sido demasiado lento.
- ¿Quién es esa mujer¿Por qué sueñas con ella? – inquirió Voldemort a Draco, a la vez que sus dedos se presionaban contra su frente, como si quisiera exprimir sus pensamientos.
Un escalofrío causado por el temor recorrió el cuerpo de Draco, al sentir el contacto de los fríos dedos del Señor Oscuro; acentuado por el hecho de que había podido ver su sueño. El sueño que desde hacía unos meses le atormentaba cada vez más a menudo y lo hacía andar irritado e irascible durante el día; tanto que ni siquiera el día que se había tomado para recorrer, junto con Crabbe y Goyle, las aldeas que se encontraban al otro lado del mundo, torturando y cazando muggles, le había divertido como siempre.
Era un sueño, del cual sólo podía recordar fragmentos difusos, pero siempre podía recordar un rostro y una voz gritándole que nunca sería tan buen mago como Harry Potter. No sabía porque pero ahora el sueño se repetía cada noche, con lo que no podía descansar tranquilo. Y no sólo se aparecía esa idiota, también en el sueño recordaba al centauro y al niño que habían escapado esa noche; y si el Señor Tenebroso se enteraba de que le había ocultado la existencia de ambos, podía esperar que le torturara y perdiera su favor, o incluso peor, que lo asesinara.
- Es una estúpida muggle, que asesiné hace tiempo. Con gran satisfacción, debo decir. No tiene importancia… - dijo Draco, aparentando una serenidad que no sentía.
- Una muggle, que te reconoció… Mmm, espero que no me mientas, ya deberías saber que hay alguien que estaría encantada de que cometieras un error, para reemplazarte. Estoy seguro de que se arrastraría ante mí, suplicando perdón para ella y castigo para ti… - dijo Voldemort.
- Mi señor, yo soy su mortífago más fiel, Lestrange no es más sino una loca y además inepta. Acaso, mi señor no recuerda que ella dejó escapar a Lupin, mientras yo fui el que finalmente lo mató y destruí lo que quedaba de la Orden del Fénix. –
- Eso es cierto, pero ningún mortífago me es indispensable. Ni siquiera tú, no olvides tu lugar aquí y todo irá bien. Es más, he pensado que un premio a tu lealtad, podría ser que al fin te nos unieras. Sí, tus conocimientos sobre Pociones sería útil en el proyecto en el que Potter trabaja para mí – siseó Voldemort a la vez, que con una seña indicaba a Malfoy que caminaran hacia la casa.
- Sería un honor, mi señor – dijo Malfoy, que aún que no estaba nada contento ante la perspectiva de trabajar con Potter, estaba intrigado en conocer sobre ese proyecto. De entre los mortífagos, sólo Bellatrix tenía una idea de la razón por la cual el Señor Oscuro pasaba tiempo con Potter; con lo que si lograba enterarse le confirmaría aún más en su posición como mano derecha de su amo.
Draco acompañó al Señor Oscuro hasta los límites del hechizo anti-desaparición y haciendo una reverencia profunda, desapareció en las sombras, para luego aparecer en la antigua mansión de los Malfoy.
En cuanto se apareció en la sala, que estaba ricamente decorada con escudos, trofeos y retratos de los más ilustres hijos de la familia, un elfo de apariencia miserable, que estaba deformado y presentaba cicatrices de heridas en casi todo su cuerpo, le hizo una reverencia y recogió en silencio la capa y la máscara de Malfoy.
- Su cena le aguarda, amo. ¿Comerá en el comedor o en el estudio? – dijo en un susurro, sin atreverse a alzar la vista.
- Tráeme sólo una jarra de hidromiel y un vaso. Me serviré yo mismo, porque tú no eres capaz – dijo con un aire de superioridad y orgullo enormes. – Además no creo que quieras perder otra mano¿o sí? - dijo con voz burlona, apuntando con su varita al sitio donde debería de estar la mano izquierda del elfo.
En vez de su mano, el elfo tenía un muñón de aspecto ennegrecido y en cierto modo asqueroso; y ante la mirada malvada de su amo, procedió a cogerlo con su mano derecha, en un acto reflejo que le había quedado desde que su amo le había cercenado la mano, como castigo por derramar unas gotas de hidromiel al servirle un vaso.
- No, amo. En seguida le traigo la jarra - dijo el elfo, quien no podía ocultar el temblor en su voz y en su mano, y con una rapidez mayor a la que se podría esperar en un ser con su aspecto, fue a la cocina para cumplir la orden de su amo.
Malfoy sonrió divertido al ver el temor que lograba inspirar en su sirviente, para él no era más que un juguete. Al igual que todos los anteriores, los cuales le entretenían por algunos meses, pero luego, cuando ya estaban demasiado echados a perder por las heridas y torturas, le proporcionaban el último entretenimiento al matarlos personalmente y de la forma más lenta.
Se dirigió a un sofá de aspecto antiguo, que se encontraba enfrente de la chimenea, que en su parte superior tenía un escudo de plata, en cuya superficie estaba grabado su emblema personal, una serpiente se encontraba en el extremo inferior, enroscada y su cabeza apuntando en dirección al dragón que se encontraba en la parte superior, la serpiente en la tierra y el dragón en el aire, ambos mostrando una expresión malvada en sus rostros.
Sobre la repisa de la chimenea, se encontraba una foto en la cual se observaba al padre de Draco, su madre y él, cuando era un niño. La foto se había tomado justo antes de que ingresara a Hogwarts, y en ella todavía su expresión no era del todo malvada, aunque sí orgullosa, como si quisiera imitar a su padre.
Draco alargó la mano en dirección a la bandeja que el elfo depositó en una mesita enfrente del sofá y se sirvió un trago de hidromiel, a la vez que contemplaba el fulgor de las llamas en la chimenea, pensando nuevamente en el sueño que lo estaba atormentando.
De repente, las llamas de la chimenea se hicieron más grandes y un papel surgió de entre ellas, a gran velocidad y cayó a los pies de Malfoy. Este lo recogió sorprendido por la interrupción y con premura lo desdobló y leyó. Por unos cuantos segundos, Draco quedó paralizado con una expresión de absoluto asombro impresa en el rostro. Sacudiendo firmemente la cabeza, salió de su sorpresa y rápidamente tomó una bolsita pequeña de la repisa de la chimenea, tomó un puñado de polvos y los echó al fuego, para luego desaparecer en él.
En poco tiempo, llegó a la mansión Riddle y precisamente era por eso que había quedado tan sorprendido. No hacía ni un cuarto de hora, que se había separado de su señor y una llamada para que acudiera usando Polvos Flu era inconcebible. Usualmente utilizaba solamente la marca tenebrosa para convocar a los mortífagos o incluso en raras ocasiones, utilizaba lechuzas.
No había terminado de sacudirse el polvo de la túnica, cuando al ver que el Señor Oscuro se encontraba enfrente de él, sin querer dio un salto hacia atrás.
- No hay tiempo que perder. Sígueme. - dijo con un tono de voz que no admitía réplicas y que hacía suponer lo peor.
Tratando de contener a duras penas los latidos de su corazón, Draco lo siguió mientras que se hacía miles de interrogantes sobre el objeto de su visita. Cada vez se sentía más confuso, hasta que súbitamente una idea estalló en su cabeza. Fue tal el impacto de la revelación y la reacción de terror, que retrocedió un escalón que recién había empezado a recorrer.
- Ahora no, idiota. ¡Obedece! – dijo elevando peligrosamente la voz.
El odio y poder contenidos en esa frase hizo que recompusiera su rostro y prontamente alcanzara a su amo, que ya se encontraba en el final de las escaleras, pero con gesto automático. Ya que en su mente, se estaba convenciendo de que lo más probable es que finalmente Bellatrix hubiera convencido al Señor Oscuro de que el que mentía era él, y de que él se había enterado de su vergonzosa derrota a manos de un centauro. Su cuerpo se estremecía imaginando los diferentes castigos que él podría aplicarle, claro, antes de que lo matara de una forma horripilante.
Por lo tanto, no se fijó en el trayecto que recorrieron y antes de que lo notara, se encontraba en una habitación en la cual no recordaba haber visto antes. En ella una alacena se encontraba destrozada y se veían signos de lucha. Asombrado, Draco fijó su mirada en el rostro de lord Voldemort, tratando de medir sus emociones.
- Alguien entró y se fue. Se llevó un… recuerdo, por así decirlo. – dijo con voz siniestra a la vez que con un hechizo hacía que la alacena volviera a su puesto. - Quiero saber quién es y lo quiero ante mí, desde ahora no volverás a estar en mi presencia hasta que no cumplas con mi orden, no descansarás ni dormirás hasta que me cumplas. ¿Entendido? – amenazó con un movimiento de varita apuntando al corazón de Draco.
Este no pudo evitar estremecerse por la amenaza contenida en las palabras de su señor. Muy lentamente, hizo una reverencia con la cabeza intentando controlar sus emociones y vaciar su mente.
- Debes saber que sospecho que la mano de Dumbledore está detrás de todo esto, y aquí está la prueba – dijo a la vez que caminaba hacia una esquina de la habitación.
Draco no se había dado cuenta de la persona que se encontraba sentada en el piso, hecha un ovillo y que al parecer murmuraba en voz baja. Con sigilo, se acercó más a tiempo para ver como el Señor Oscuro se paraba frente a ella y con un gesto de desprecio agarraba su barbilla fuertemente para que le viera a los ojos.
A duras penas, fue capaz de reconocer que era Bellatrix, ya que su aspecto era algo repulsivo. Sus cabellos colgaban desordenados y no permitían distinguir sus ojos, sus ropas estaban sucias como si se hubiera revolcado en el piso y su boca se movía rápidamente, emitiendo sonidos incomprensibles.
- No puedo leer su mente, está destrozada y confusa. Sólo un mago bastante poderoso sería capaz de hacer un hechizo como este y sólo uno muy tonto, sería capaz de hacer esta especie de broma. – dijo Voldemort a la vez que escudriñaba el rostro de Bellatrix con total indiferencia. - Lo quiero vivo ya que tengo muchas preguntas que hacerle y espero que por tu propio bien, sea pronto – le dijo a Draco a la vez que se incorporaba. - Por cierto, puedes hacer lo que quieras con ella, pero no quiero volverla a ver – dijo por último antes de salir de la habitación.
Se quedó un momento escuchando los pasos de su señor, y ahora con un interés creciente se acercó a la mortífaga. Por un momento creyó sentir compasión por ella, pero ese sentimiento no prosperó y se impuso una cruel indiferencia. ¿Qué haría con ella? Simplemente no le apetecía matarla, le parecía una pérdida de tiempo, más aún teniendo en cuenta la nueva misión que tenía.
Con ese pensamiento en mente, le dio la espalda a Bellatrix y examinó con profunda atención el resto de la habitación, buscando un indicio por donde empezar. No demoró mucho su recorrido, ya que encontró un pedazo de tela pequeño, pero por su color y textura, él lo reconoció de inmediato como la tela que se empleaba para las túnicas de Hogwarts.
Un alarido lo puso en guardia, y rápidamente volteo a observar a Bellatrix. Ésta se había incorporado y miraba con fijeza el pedazo de tela que Draco sostenía en una mano, a la vez que su rostro adoptaba una expresión de odio terrible.
- Fue él, el niño… Ese estúpido que salvó al lobo… Me las pagará ¡Lo juro! – dijo a la vez que avanzaba con gran determinación hacia Malfoy.
Éste retrocedió unos pasos, asombrado por el cambio de actitud en ella, e instintivamente deslizó su mano en dirección a su varita.
- Pero, mi señor, perdóneme. Lo único que he hecho es amarlo…- dijo a la vez, que su expresión cambiaba y se volvía hacía el otro lado. - Pero, no, él no me escuchará. Nunca lo hace, sólo lo que él piensa… - divagaba Bellatrix, pasado ya el momento de furia y de cordura, sólo quedaba su mente aislada en el hechizo de Chris.
Aunque supo que se proponía hacer, no lo impidió, sino que por lo contrario sintió alivio al no tener que mancharse las manos; y con una mezcla de fascinación y terror observó como Bellatrix tomaba impulso y pegando un salto, rompía los cristales de la ventana y su cuerpo se extendía hacia el vacío
- ¡MI SEÑOR! – alcanzó a gritar Bellatrix en el segundo antes de que su cuerpo tocara el piso y su mente encontrara el fin a su tormento.
- ¡Reparo! – dijo Draco apuntando a la ventana, con lo que está quedo como nueva.
Se asomó a la ventana y vio el cuerpo inerte de Bellatrix, que tenía una pose extraña. Pero su mente, no se encontraba ahí, en ese momento recordaba su sueño, con lo que apretando con fuerza la tela que todavía sostenía en la mano, supo en que lugar comenzaría su búsqueda.
