VERLOREN

(Perdido)

Rating: de momento, PG-13

Pairing: Hyde. Aka, HeixEd. Con implicaciones de Elricest y Altercest.

Advertencias: Angst, para variar. No sé hacer otra cosa. Shonen-ai que espera convertirse en yaoi. Uso de alcohol. Obsesiones, culpa, traumas. Lo usual, coño. Realismo.

Spoilers: Final de la serie y trailer de la película.

Timeline: 1923. Desde que Ed se encuentra con Alfons Heiderich en adelante.

Advertencias del capítulo: Está algo lento, pero sopórtenme que tuve que rehacer todo de nuevo...

Disclaimer: Me ven cara de japonesa? no. Estoy nadando en dinero? Obvio que tampoco. Si Hagaren fuese mío, el elricest sería aún más explícito. Lamentablemente, pertenece a Hiromu Arakawa.


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Capítulo Cuatro

Weiβlugen (Mentiras Blancas)

Antes, de pequeño, le gustaba dormir. Soñar, por sobre todas las cosas. Había perdido el placer de visualizar cosas sin sentido, como ahora.

Un viaje a través del desierto, interminable. El tedio se le metía en el cuerpo como la arena que el viento levantaba pero, cosa curiosa, no sentía cansancio o calor. Le hablaba a alguien a quien no podía ver, en un idioma que no conocía. Era reconfortante llegar a terrenos habitados. Una ciudad. Una ciudad de cuyas fuentes manaba vino.

Que patético, despertar con tan extraña sensación de pérdida, preguntándose si su subconsciente se resistía aún a dejar la religión. Todo aquello… el viaje, el desierto, la rica ciudad, sonaba demasiado parecido a una descripción del camino a Sion. Desechó la idea, molesto consigo mismo. No quería sentirse propenso a creer en cosas imposibles, y sin embargo… el monumento a las cosas imposibles aún dormitaba en la habitación, a menos de tres metros de él.

La incomodidad a la que voluntariamente se había sometido no era lo más importante. Ni siquiera por el lugar en que había despertado. El sillón no era el mejor sitio para dormir, estaba claro, pero compartir una cama hubiese sido casi un suicidio emocional y ya no estaba para esos trotes.

Satisfecho al ver que todavía eran apenas las diez, se incorporó apoyando los pies en el suelo. El frío del embaldosado se colaba hasta su piel a pesar de las calcetas gruesas con que se había acostado la noche anterior. Encaminándose al baño, desabotonó los puños de la camisa que había usado de pijama, y que estaban estrangulándole las muñecas. Dirigió su vista a la calle por la ventana del pasillo, constatando la blancura nevada de las aceras.

Echó otra mirada, esta vez al pasar frente a su ex – dormitorio. La puerta estaba cerrada, pero no escuchó movimiento al interior. Cosa que resultaba lógica, pues había sentido a su huésped dar vueltas adentro hasta tarde. Hacerlo dormir en la cama había resultado agotador, una larga discusión cuyos niveles bajaron sólo cuando acaparó el sofá, acurrucado en una manta, y que finalizó cuando logró convencer a Edward que dormir al lado suyo en el piso resultaba helado como el metal en aquella época. Nunca hubiese creído tanta capacidad generadora de culpa en una sola persona.

Era curioso como el presenciar aquel odio autoinflingido, silencioso y punzante, podía inducirlo a sentir culpa por obligar al pobre niño a dormir en el único lecho disponible. Aún más raro había sido el no ceder a la presión.

Lavándose los dientes, meditaba sobre el recién llegado. No quería más decepciones, pero si resultaba no ser su hermano… era un desconocido dispuesto a jugar ese papel.

Había dicho su nombre… cuando lo despertó ese día, él lo había llamado por su nombre.

Negando con la cabeza, se enjuagó la boca y al secarse, detuvo el roce de sus dedos sobre los labios. Cerró los ojos unos segundos, recordando el tacto. La caricia compartida se había sentido familiar, más allá del sabor del alcohol aún remanente. Si tan sólo los ojos…

Se dirigió a la cocina. Necesitaba distraerse. Recogió los zapatos de su sitio junto a la salamandra, aliviado de ver que estaban secos, y se los puso para proteger sus pies de la baldosa congelada. Desatrancó los seguros de la hielera, y el mirar en su interior le inspiró algo parecido al fastidio; contemplando los restos de medio tomate sano, otro entero que se veía un poco echado a perder, las salchichas cocidas del viernes, y dos o tres huevos de dudosa frescura. Sacó todo, disponiéndose a preparar el desayuno como pudiera. Maldito desabastecimiento.

-Buenos días- ahí estaba, recién levantado y vestido con ropa suya. No le tomó de sorpresa su llegada, lo había escuchado acercarse con aquella leve cojera que le desbalanceaba los pasos. Reprimió los ambivalentes impulsos de mirarlo a la cara para sonreír o llorar. Respondió sin levantar la vista del tomate al que estaba quitándole lo podrido.

-Buenos días, hermano- A pesar de la menta de la pasta dental, la boca le supo amarga al decir aquella palabra. No se animó a preguntarle cómo había dormido, recordando la pelea por el sofá de la noche anterior.

Edward tomó un cuchillo del aparador, disponiéndose a ayudar picando el otro tomate. Alfons se fijó en que lo hacía con la mano izquierda. Su hermano no era zurdo, pero aquello se explicaba con facilidad si se consideraba el estado del brazo derecho.

Que horrible. Todo suscitaba su desconfianza, igual que antes de encontrarlo. Se suponía que esas cosas cambiarían cuando se reunieran.

Encendió la cocinilla, colocando la sartén con un poco de manteca encima. El sonido chisporrotenate y el aroma de la grasa derretida llenaron los espacios que el silencio iba dejando.

-¿Qué harás hoy?- preguntó Edward, echando los trozos de verdura a freír. La pregunta quedó descolgada unos instantes, hasta que Alfons respondió:

-A las cuatro tengo que ir a trabajar. Luego pasaré por casa de un compañero a recoger unos papeles.

-Ya veo…- no se animó a preguntar en que trabajaba, ni menos la naturaleza de aquellos papeles.

-¿Y tú, que harás?- no era cosa fácil mantener vivo aquel intento de conversación.

-No lo sé. Sospecho que tengo que ir a buscar mis cosas a la pensión, antes que se me presuma muerto y las roben. Además, no puedo seguir abusando con el asunto de la cama… aunque seamos hermanos.

Al oír la última parte de la frase, Alfons dejó caer el cuchillo, como si el conjunto particular de palabras hubiese activado algún botón de sentido común.

No.

Que poco natural. Tan incómodo que resultaba incorrecto. La escena era forzada, y ellos dos sólo eran un par de mimos callejeros de pronto obligados a actuar en la gran ópera de Berlin.

Todo estaba mal. Quiso huir…. Y por una vez no contuvo sus deseos.

Lo siguiente que Edward escuchó fue la percha de la entrada cayendo por inercia, de súbito despojada del abrigo de Alfons, seguido de un portazo. No quiso entender que había ido mal. Recogió el cuchillo y desquitó su repentina desazón rebanando las salchichas con particular saña.

Heiderich comenzó a sentirse estúpido más o menos cuando ya terminaba de bajar la escalera. De todos modos, peor hubiera sido regresar arriba a dar explicaciones, por lo que traspuso el zaguán de la calle, constatando de inmediato la ineficacia del abrigo sobre la delgada camisa que había usado para dormir. Se sentó en el primer escalón a meditar. El frío le adormeció las piernas, enviándole puntadas al cuerpo que le devolvieron un poco la cordura.

Esas eran cosas que tendrían que haber cambiado. Necesitaba volver a su rol. Los accesos de rabia súbita y las ganas de mandar todo al carajo no eran parte de su personalidad. Eran de Edward. Procuró calmarse, mal que mal tendría que volver al departamento tarde o temprano. Más tarde tendría trabajo que hacer, y había dejado sus cosas en el estudio.

Trabajo. En realidad, era afortunado de decir que tenía trabajo con semejante recesión. Y bastante más sencillo que el anterior, había que agregar, aunque la paga fuera menos, y se devaluara día a día. Pero tenía buenos recuerdos de su anterior empleo.

Revolvió en sus bolsillos buscando algo con que comprar comida, fracasando al ritmo del ruido apremiante de sus tripas.

Bastantes compañeros de universidad se habían reído de su labor en esa fábrica helándose en el turno de noche al terminar las clases, recordó, aduciendo que resultaba indigna para un futuro ingeniero. Él se había limitado a dedicarles una mirada de desprecio. Aquellos malditos pedantes se creían tan superiores al resto... y sin embargo los "ignorantes obreros" se comportaron mucho más humanos que ellos en más de una ocasión, cuando conseguir una beca se hizo quimérico, y pasaba varios días sin comer.

"Solidaridad de pueblo, supongo"- pensó, recordando la nacionalidad judía de muchos de ellos. Se levantó para caminar un poco y entrar en calor.

La crisis económica se había tragado esa fábrica, como a tantas otras. Recomendado por uno de sus profesores, ahora daba clases particulares de matemáticas a quienes aún podían pagarlas, y entre eso y las ayudantías en la universidad sacaba para sobrevivir.

Se preguntó si Edward trabajaría en algo. Siendo prácticos, alimentar dos bocas con tan poco dinero...

Vagó un rato más por las calles sin una ruta en especial, tratando de pensar. Al torcer una esquina se encontró a si mismo caminando por el mercado de Munich, entre un grupo de gitanos. No se divisaban alemanes cerca, salvo los vendedores.

-Es lógico¿no?- comentó alguien cerca suyo- a nosotros nos queda aún algo de oro... Ustedes sólo tienen papel.

-Buenos días, Noah.- saludó sin voltear. No se sentía muy feliz de hablar con la sibila, menos aún después de esos remedos de profecía que se habían cumplido con tanta maldita exactitud. Ni siquiera se cuestionó el origen parapsicológico del saludo de la mujer, que había sabido en qué estaba pensando al encontrarlo.

-Ven a verme en un rato. Creo que tienes cosas que contarme.- Invitó ella, y se alejó con su gente.

Lo fastidió un poco la actitud sabelotodo de Noah. Molesto, sin saber con quién, dio un par de vueltas más por el mercado decidido a no ir. Luego consideró su necesidad de quejarse con alguien y acabó por parecerle una buena idea. Se encaminó al campamento gitano, y sólo frente a la apartada carpa le volvieron los remordimientos. ¿Qué clase de científico era ese que buscaba predicciones para hallar la ruta?

-Pasa, Alfons. - Escuchó la voz de ella llamándolo desde el interior. Mala forma de claudicar con los principios, pensó, pero ya estaba ahí.

-Ehm... hola.- se asomó, dubitativo como toda esa mañana. Fue bienvenido con el aroma de la cebolla frita, y sintió su boca inundándose de saliva al instante. No sabía si tomar asiento o no, y se quedó en la entrada.- ¿Cómo estás?

Noah se limitó a sonreír, revolviendo un grueso sartén de peltre con una cuchara de madera. Inclinó la cabeza a modo de saludo y alimentó la fogata con un par de palos de la ruma de leña que tenía a un costado.

-Sírvete. Apuesto a que tienes hambre.- Ofreció una gruesa hogaza de pan negro, un trozo de queso y un cuchillo.- El queso queda bueno con cebolla.

Heiderich se sentó de inmediato en uno de los cojines, aceptando las viandas. Las tripas venían doliéndole de hambre incluso desde antes de la caminata, y el paseo sólo había agravado su condición vacía. El pan negro le supo a gloria y le devolvió un poco de confianza en si mismo. Desechó entonces la idea de contarle a la gitana lo que había pasado. ¿Por qué demonios tendía que saber esta pobre muchacha de su hermano¿Si era real o no, qué le importaba a ella? Negó con la cabeza. De todas formas, le agradecía muchísimo el desayuno.

Se preguntó quién habría inventado aquella tontería de las "espirales de humo" mientras observaba la fumarola caracoleando hacia arriba para escapar por el agujero en el techo de la tienda.

-Noah- llamó una gitana joven asomando su cabeza entre los toldos de la entrada. Alfons volvió la cabeza, encontrando sus ojos con los de ella y hallando algo que se parecía al miedo.

-¿Qué haces tú aquí?- por primera vez, Heiderich vio alterarse por algo las facciones plácidas de Noah. Hostilidad. Desconfianza. Un asomo de amargura. Se levantó de su cojín, y caminó hasta la puerta, haciendo sonar sus pulseras.

-Un alemán afuera te buscaba.- habló la chica, sin establecer contacto visual. Miraba hacia un costado, como avergonzada por algo. Alfons recordó las palabras de su anfitriona la primera vez que se encontraron: "Me repudian, es todo".

-Pues hazlo pasar.

-Ya se fue. Me pidió que te pasara esto.- le alcanzó un pequeño rectángulo de cartulina que ella tomó con desinterés rayano en maleducada frialdad.

-Gracias.- Repuso, y la palabra le era molesta de pronunciar. La muchacha inclinó la cabeza y se marchó. Noah se quedó unos instantes en la puerta y ocultó la cara entre las manos.

-¿Estás bien?- preguntó Alfons, acercándose.

-Bien... – respiró hondo ella, pero no se veía sincera.

-Nunca te vi tan enojada. – murmuró él. Luego se dio cuenta de lo impertinente que había sonado.- ¡Perdón! Quiero decir...

-Está bien... pregunta lo que quieras.- concedió ella con gesto cansado.- Después de todo, tú también has venido a contarme algo importante.

-No debería preguntar, en realidad.- intentó ocultar su curiosidad sintiendo algo de remordimiento, pues tampoco quería contar sus asuntos con el hermano que tenía en casa.

Noah no se veía molesta por la indiscreción de su visitante. Se acomodó en los cojines con una expresión que estaba a medio camino entre el agotamiento y la comprensión.

-Bien... tú viste entrar a esa mujer. Es la mujer del hijo del jefe, como sabrás, gallé. – Y ahí, de nuevo, la muletilla que se le escapaba cada vez que se refería a su pueblo.- Yo traté de impedir ese matrimonio. Me deshonré en el intento. Esa mujer no puede mirarme a la cara ahora, luego de lo que hice. –fijó los ojos negros en el techo de su carpa unos segundos.- Y hace bien.

El relato había sido breve y críptico, comprensible en alguien que no está acostumbrado a hablar de si mismo. Alfons se abrazó a uno de los cojines, intentando sentirse menos incómodo en el que tenía debajo, y sabiendo que el precio a su fisgoneo sería un interrogatorio. Dejó que su mente divagara unos momentos, trazando en la imaginación la figura de Edward. No estaba dispuesto a que la ilusión acabara. No tan rápido, por lo menos, pensó, decidido a que ninguna predicción que Noah pudiera hacerle le quitaría esa oportunidad… aunque no durase.

-Se te cumplió lo que dije. – Enunció ella. No era una pregunta. Notando la visible turbación de su invitado, sonrió y trató de tranquilizarlo.- Simple lógica. Si no fuera así, no hubieras venido.

Heiderich asintió, tratando de pensar en algo que retrasara su turno de responder. Se fijó en el cartoncillo ahora arrugado que la gitana conservaba en la mano, dándole vueltas con parsimonioso nerviosismo.

-Ehm, por cierto… ¿qué decía la tarjeta?- Ella se llevó el objeto frente a los ojos, escrutándolo los símbolos con cuidado.

-No sé leer.- se excusó ella, y se la alcanzó.- Dímelo tú.

-Veamos. – Se trataba de una tarjeta de visita común, aunque escueta en datos y adornos, de cartulina satinada. El único diseño que saltaba a la vista era una espada sobrepuesta a un sol de rayos torcidos, en la esquina superior derecha, que parecía ser un escudo de armas. Lamentó no saber más de heráldica, pero la historia había sido el hobbie de Edward, no el suyo. – Dietrich Eckhart. Que extraño, la dirección que da es la de la Universidad de Munich. – Volteó la tarjeta para mirar el revés. Con letra apurada, alguien (el propio Eckhart, en teoría) había anotado un inquietante y breve "volveré".

Horas más tarde, salía del departamento de su alumno de matemáticas con tremendas preocupaciones rondándole la cabeza. La verdad es que las visitas a ese muchacho siempre lo dejaban apesadumbrado. Había tenido una vida muy triste, y sin embargo se las arreglaba para continuar. Aunque el hermano mayor estaba desacreditado de por vida, por trabajar en un burdel berlinés, venía de visita cada fin de semana y traía suficiente dinero para comprar lo necesario.

Se lo había topado al entrar al salón del pequeño piso, conversando con el pequeño. Quizás eso era lo que animaba al chico a seguir esforzándose, sacando recursos de la nada para continuar sus estudios.

No era tan distinto de su propia vida, pensó, haciendo crujir la nieve bajo su paso.

Luego estaba el asunto de Edward. Como a mediodía, había vuelto al departamento para buscar sus libros y ropa más gruesa, y no lo había encontrado ahí. Temía no volver a verlo, que se desvaneciese como una alucinación nocturna. Si llegaba a casa y no estaba… no quería pensar en ello. Sintió escalofríos, a pesar de ir abrigado.

El resto de sus preocupaciones iba a buen recaudo en su portafolios, y provenían de la visita a su compañero de universidad. "Quiero que repartas estos entre gente a la que consideres de confianza", había dicho, añadiendo que tenía buena fe en su experiencia, al haber sido obrero en una fábrica. Se trataba de llamar al paro general, en protesta por el desabastecimiento. El asunto no dejaba de gustarle, pero en el fondo le daba mala espina.

Edward le estaba esperando en las escaleras del edificio, sentado sobre una maleta. Le dedicó una sonrisa trizada al verlo aparecer, haciendo un vago gesto de saludo con una mano sin levantarse.

Sólo el verlo le quitaba un peso de encima. No había sido un sueño, exclamó para sí, acelerando el paso, queriendo gritar de alivio. Tenía que admitirse cuánto lo había extrañado durante el día.

Al irlo a abrazar, Alfons pudo percibir el aroma del alcohol que brotaba de su aliento.


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La primera vez que había sucedido, no tenía más de doce años, y ningún conocimiento sobre Alquimia podría haberlo preparado para la textura de los bóxers empapados contra su piel.

Sintió un golpe de excitación bajándole por el cuerpo con sólo recordar aquello. La textura gruesa, áspera, de las manos que habían alzado la temperatura de su cuerpo, sumiéndole en la incoherencia a base de caricias. La frialdad del metal contra su pecho, contra sus piernas, contra el automail. Todo aquello transformándose luego en carne y hueso, en cabellos miel, ojos pardos y erección firme en el momento de la penetración. Su hermano, primero armadura y cuerpo ardiente después, invadiéndole, colmándole.

Sollozó.

-¿Estabas teniendo pesadillas, Nii-san? – Y la voz suave, vacía, recordándole lo impuro que era, lo enfermo que estaba.- Me llamaste varias veces en sueños. Sonabas… desesperado.

Imposible que el dulce Alphonse comprendiera. No cuando era su culpa que ni siquiera tuviese un cuerpo cuya líbido pudiera calmarse. Los remordimientos, extendiéndose por cada una de sus terminales nerviosas, le hacían bien. Lo traían de vuelta a la tierra.

-Nii-san, al menos contesta.- Preocupación fraternal. Sonrió con sarcasmo para si mismo. No merecía tanto.

-Si, Al. Eran pesadillas.- Y ahí estaba la mentira, deslizándose agridulce en sus labios. Para proteger a su hermano.

No. Para protegerse a sí mismo. Que egoísta era. Pero no permitiría que un sueño como aquel se repitiera. Cargaba demasiados crímenes en su conciencia para aceptar semejante quimera.

A fin de cuentas, era sólo una mentira blanca… no tendría que repetirla.


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Fortgefahren werden

Continuará.

Reitero que no he visto la película. Soy perfectamente consciente de que en ella hay una mujer que se llama Dietlinde Eckhart, pero me da igual porque no sé quien es ni que monos pinta en el argumento. De modo que usaré a Dietrich Eckhart, quien por otro lado, es un personaje histórico real XD

Y como Conqueror of Shambala aún no ha sido exhibida ante mis miopes ojos, cualquier parecido con su argumento es accidental y no plagio. Mis únicos conocimientos sobre ella se limitan a hechos que salen en todas partes, como que Alfons tose, y que la sociedad de Thule (que también fue real) aparece por ahí. Y espoilers clásicos, como lo que sucede con nuestro adorable clon, y cómo termina la película.

Parece que no tenemos mayores aclaraciones O.oU este capítulo salió bastante limpio… a ver…

-La frase de Noah: "a nosotros aún nos queda algo de oro…" Refiere a que cuando la crisis económica de Alemania mandó al país al carajo, el gobierno hizo el dinero inconvertible de marcos a oro. La economía alemana antes se había basado en billetes apoyados en las reservas de oro que antes había en los bancos, pero por pagar las deudas de guerra se quedaron sin, y ahí si que quedó la escoba. Los billetes no tenían más valor que para papel higiénico.

Me parece que eso es todo. Siiiguiente!