VERLOREN
(Perdido)
Rating: de momento, PG-13
Pairing: Hyde. Aka, HeixEd. Con implicaciones de Elricest y Altercest.
Advertencias: Angst, para variar. No sé hacer otra cosa. Shonen-ai que espera convertirse en yaoi. Uso de alcohol. Obsesiones, culpa, traumas. Lo usual, coño. Realismo.
Spoilers: Final de la serie y trailer de la película.
Timeline: 1923. Desde que Ed se encuentra con Alfons Heiderich en adelante.
Advertencias del capítulo: El POV con Edward me agota XD
Disclaimer: Me ven cara de japonesa? no. Estoy nadando en dinero? Obvio que tampoco. Si Hagaren fuese mío, el elricest sería aún más explícito. Lamentablemente, pertenece a Hiromu Arakawa.
O8o8o8o8o8o8o8o8o8O
.
Capítulo Cinco
Doppelzüngigkeit (Duplicidad)
-Estuviste bebiendo.
¿Era necesario todo aquello¿La pregunta retórica de Heiderich escociéndole los oídos, la escasez de equilibrio apoderada de su cuerpo mientras subían las escaleras? Agitó la cabeza en negación, intentando restarle importancia al asunto.
-Solo un poco… lo siento.- le ofreció una sonrisita de niño pillado en falta. El maletín que arrastraba daba golpes que no sonaban secos del todo en cada peldaño, casi reventado en las costuras entre lo lleno que estaba y la violencia de su traslado.
-Edward…- Pronunció Alfons, con cierta entonación que sonaba a comienzo seguida de silencio. Supo que el muchacho no sabía que decirle sin sonar a reprimenda y procuró tranquilizarlo. Aquel rostro confuso, quizá exasperado, era insoportable de mirar. La tristeza de esos rasgos movía los engranajes de la culpa en su interior. Estaba cansado de aquello, repitiéndose al infinito como las imágenes de un espejo frente a otro.
-Estoy bien, en serio.- Por suerte, logró mantener la mirada tranquila, limpia. Bien afirmado de la baranda, podía subir sin mayores problemas. De no ser por aquel olor a taberna que tenía pegado en la ropa, jamás lo hubiesen pillado: una esencia que recordaba a la cerveza, el cigarrillo y la fritura. – Pasé a almorzar algo por ahí.
Maldijo el acento que no había logrado sacarse en dos años de vivir en Alemania. Su forma suave de pronunciar las erres podía confundirse fácil con trabazón de lengua. No estaba borracho. En verdad… no lo estaba.
-Almorzar¿eh?- lo oyó murmurar- Es tarde. Habrá que cocinar alguna cosa.
Forcejeando con la chapa congelada, Alfons logró abrir la puerta del departamento luego de una serie de ruidosos intentos. Edward hizo nota mental de ponerle algo del aceite que usaba en las prótesis a la cerradura, y arrastró su equipaje adentro. Se empinó para darle gas a las lámparas, demasiado cercanas al techo para su gusto, y se apoyó en el muro para dedicarle mirada crítica a la casa desde el umbral, algo que antes no había tenido oportunidad de hacer. Muy comprensible, tomando en cuenta que la última vez que había entrado, no había sido por sus pies.
Ahí estaba, concluyó de forma algo estúpida. Parado en el reducido salón de estar del departamento de un Alphonse que no era el que extrañaba, pero que podría forzarse a imaginar suyo. Le incomodaba la maleta en sus manos, representación física de su promesa de quedarse. Hacía dos días que habitaba el lugar, pero el simple hecho de tener allí sus cosas le daba cierto aire a definitivo que no le gustaba sentir. La ubicación de su equipaje no tendría por que importarle: En Amestris había cargado durante años con el baúl a través de cientos de posadas, y en Europa tenía aquella enorme maleta atada con correas, que le había acompañado a cada sitio al que su callejero espíritu se le antojó.
Se repitió entre dientes que no significaba nada, sin querer reconocer que, simplemente, tenía demasiado miedo de llegar a sentirse cómodo en aquel lugar.
Vio al muchacho Heiderich apoyar con precariedad el portafolios sobre una rodilla, tratando de extraer una bolsa de lentejas sin tirar al suelo los papeles que traía dentro. Presenció su fracaso en medio de una cascada de hojas sueltas, cuadernos, y carpetas. Se inclinó a ayudarlo, arrodillándose algo más brusco de lo que hubiera querido y recibiendo una mirada de reproche.
-Ve a mojarte la cara. Prepararé la cena. – Alfons recogió rápido sus cosas y se dirigió a la cocina. Edward pensó en protestar, pero prefirió juntar paciencia mirándose los zapatos:
-Luego¿estarías de ánimo para trabajar? –Preguntó.- Quisiera mostrarte mis apuntes.
Así convencería al otro de que estaba bien. Nadie en su sano juicio se dedicaría a discutir física teórica sin estar por completo sobrio.
-Seguro.- escuchó la respuesta desde lejos.- siempre tengo ánimo para los cohetes.
Por otro lado… él era Edward Elric. Y no estaba seguro de su cordura, si es que alguna vez había poseído algo así.
Concentrado en hacer sus pasos más firmes, se encaminó hacia el baño y reapareció en la cocina con perfecto balance para tomar los platos y poner la mesa. Las legumbres no olían del todo mal, a pesar de no tener más aliños que una gota de aceite y un poco de sal. La vivienda comenzaba a caldearse de forma paulatina gracias al calor que emanaba de la salamandra, Alfons canturreaba mientras revolvía la olla, y había cierto intangible aroma a hogar que casi lo destrozó interiormente. Procuró acallar sus ganas de lloriquear como un mocoso, imponiéndose fastidio que no sentía y preguntándose cuánto tiempo sería capaz de mantenerse ahí.
Ubicar la loza le representó problemas. Le hacía daño la cercanía¿lo había dicho ya? Y mirar su rostro era una sangría mental. No había forma posible de colocar los dos platos sobre la mesa sin quedar, ya frente a él, ya a su lado, con un mueble pequeño y cuadrado como aquel. Casi se cae cuando sus pies tropezaron con la alfombra, arrugada por la silla que acababa de acomodar. Se inclinó para revisar que la prótesis no se hubiera torcido, y algunos papeles que asomaban debajo de las patas del mueble le llamaron la atención.
Apenas había alcanzado a echar un vistazo, comprobando su utilidad para impedir que la mesa cojeara cuando Alfons surgió desde la cocina con la olla caliente atrapada entre sus manos enguantadas.
La cena también transcurrió en silencio. Edward se preguntó una vez más la razón por la que se estaban obligando a aquello. Era evidente que el otro tampoco se sentía confortable en su presencia. Cucharearon el guiso callados, con el crujir de los cubiertos como única música. De tanto en tanto, llegaban ruidos desde los otros departamentos, difuminados e inútiles: el llanto de un bebé, el chirriar de una mudanza, notas de un piano que identificó como parte del Claro de Luna.
Beethoven le gustaba. Cierta persona a la que no quería recordar mantenía un gramófono en la casa, cuando todavía vivían en Londres, para escuchar vinilos mientras trabajaban. El gusto por la música se le contagió a su pesar, y pronto la consideró una de las pocas cosas rescatables de ese mundo. Dependiendo del uso, claro. Los ex - soldados ebrios de la taberna que frecuentaba solían aullar Lily Marlén en sus reuniones, para continuar arengando discursos proselitistas remojados en malta barata, y acabar con la cabeza entre las manos, tirados en el mesón. Se preguntó con un escalofrío si él también se vería así de patético cuando bebía hasta quedar hecho un bulto en el suelo. Probablemente, sí. Pero sin arengas chauvinistas de por medio, lo que demostraba que aún le quedaba cierta dignidad.
-Cuéntame entonces¿estuviste mucho rato afuera?
-No en realidad. – se abstuvo de mencionar razones y tragó la última cucharada.
Las fórmulas matemáticas siempre le habían regalado una sensación de alivio nada trivial, pero nunca las había apreciado tanto como en ese momento después de la cena. Perdido en caminos abstractos, numéricos, la interacción era mucho más sencilla. Y tenía la ocasión de escuchar la voz a la que amaba cuando era el turno de Alfons de hablar, cerrando los ojos para evocar mejor a su hermano pequeño discutiendo teoría alquímica.
-…Y bueno, llevamos varios años trabajando con diseños basados en la ecuación de Tsiolkovsky, pero todavía no llegamos a nada.
-Dudo que lleguen a algo con esos modelos de cohete propulsados con alcohol, o diesel común. La gente de la universidad no sabe nada.- gruñó, sonando tal vez más rudo que lo que hubiera querido. Pero no podía evitarlo: su padre y la universidad eran algo unido en su mente de forma indisoluble.
-Es lo que les digo.- le dio la razón Alfons, tamborileando en su libreta con el lápiz, luego anotando de memoria la referida ecuación.- Pero son más testarudos que tú, hermano.
La expresión quedó colgando de sus oídos, y los ruidos exteriores reaparecieron súbitos para reemplazar la escasez de palabras al interior de la habitación. Había sido una frase dicha casi al azar, sin nada especial. Pero el efecto en Edward los dejó a ambos en silencio por unos instantes.
-Al… -musitó nervioso, pálido. Masajeó el tabique de su nariz, justo entre sus ojos, sólo por no dejar las manos quietas. El enunciado casual, el tono de voz… demasiado parecido, demasiado conocido…
-Lo siento.- el otro trató de hacer pasar como broma lo que había dicho, incapaz de fabricar la risa que necesitaba para trivializar la situación. Creyó sin duda que había afectado al otro con los recuerdos que no poseía y luego de un rato, agregó: - Debe… debe ser bastante terrible vivir con alguien de quien no te acuerdas. Y peor, que te trata tan familiarmente. – Heiderich hizo amago de acercarse, pero contuvo sus deseos, mordiéndose el labio para evitar que temblara.
Y Edward no podía soportar la sensación de haber herido a Alphonse. De no poder dejar de herirlo en ninguno de los miles de mundos, de los millones de universos creados en infinitas pulsaciones de energía.
Bien, tenía que parar con ese tren de pensamiento. O acabaría con algún ataque de misticismo no compatible con su fiero descreimiento de las cosas sagradas.
Se fue a sentar junto a él. Tampoco quería ceder a aquello, ni apagar la conveniente mentira de su amnesia. Pero trabajando en su pecho, rompiéndole las costillas, renacía su vieja amiga, la culpa. Pasó los brazos alrededor del otro, recurriendo a todo su autocontrol para no hacer tonterías, y lo meció en lo que trató que resultase un ritmo tranquilizante. Aquello era demasiado "de hermano mayor" y le trajo de vuelta pasadas imágenes de su infancia, cuando Madre estaba tibia en la tumba y todavía era lo suficientemente fuerte para ser él quien protegiese al pequeño, y no al revés.
-Ya lo arreglaremos, ya lo arreglaremos.- sonaba repetida esa confirmación, sin saber por qué la hacía salir de entre sus labios. La oración puesta en futuro perfecto, como la promesa frecuente de su adolescencia.
-Hermano…- murmuró Alfons.
La escena resultaba natural y fluida, como si todo marchase bien… y él no era capaz de aceptar aquella normalidad. Después de todo, el destino irónico –en el que se negaba a creer- había colocado a Heiderich en una situación simétrica a la suya. Ninguno de los dos era el que el otro esperaba. Pero si aquel niño había tenido un hermano al que había amado¿quedaría alguna esperanza de que su reflejo en Amestris lo quisiera¿Sería posible que Alphonse también sintiese algo por él?
Negó con la cabeza. Estaba pensando tonterías. Tal vez sí había bebido de más.
No se quejó, sin embargo, cuando Alfons se inclinó y dejó un beso suave en la comisura de su boca, abrazándolo todavía. Simplemente se acurrucó contra él, persuadiéndose mentalmente de que sólo lo hacía por escapar del frío de ese departamento viejo.
Sabía que lo lamentaría después cuando le invitó a compartir la cama. Su determinación quebrada entre las sábanas lo llevó hasta el sillón envuelto en una manta, luego de echarle una última mirada al muchacho dormido antes de cerrar la puerta. Como si no tuviera suficiente con el dolor, su orgullo se encargaba de recordarle lo imbécil que parecía lloriqueando por semejante cosa.
Habían pasado más de diez años desde la última vez que había compartido la cama con su hermano.
Durmió mal, a saltos, con el sonido de la respiración de Heiderich penándole entre sueños. A las seis de la mañana desistió y partió a la cocina a buscar algo de comer, con la predecible sorpresa de una hielera vacía. Decidió que no valía la pena calentar lo que había quedado de las lentejas y puso agua a hervir para preparar aquel mejunje deleznable que pretendía el nombre de café, motivado sólo por la corriente de aire que pasaba por las rendijas de la ventana, entumiendo sus huesos.
La tetera tenía el fondo esférico de tanta abolladura. Para colocarla sobre la salamandra hubiese debido equilibrarla sobre un vértice y sujetarla para evitar volcamientos. La arrojó a un costado y buscó una olla.
-Buenos días.- Bostezó Heiderich, aún en pijama. Sus pies enfundados en calcetas de lana no habían hecho ruido al entrar a la cocina.
-¿Qué haces levantado a esta hora?- evitó voltear a verlo, fijando su mirada en los ojos formándose en el fondo de la cacerola.
-Universidad.- le contestó éste, escueto. Se restregaba la cara, podía oír el roce de su mano contra la piel. - ¿Y tú¿No asistes a clases?
-Soy autodidacta.- confesó Edward, alejando un poco la cara ante el vapor surgiente de la olla. No era cierto del todo, pero daba igual. Hohenheimm no existía.
-Ah.
El agua hirvió y tomaron el desayuno en silencio. No volvieron a hablar en toda la mañana. Era como si la noche anterior hubiese sido borrada de sus registros mentales.
Los días comenzaron a disolverse entre sí en una rutina que se iba aconchando en el tiempo como al fondo de un frasco, tan incómodos como fugaces. Alfons se marchaba puntualmente a las siete y media. Regresaba a las cuatro de la tarde, poco antes del anochecer, fijo como un cronómetro. En las casi nueve horas de paz que disponía, Edward se encerraba en el estudio a comparar notas de forma obsesiva, apuntando diferencias e ideas nuevas en un cuaderno de tapas negras sospechosamente parecido a los que había manejado toda su vida. A menudo se llevaba algo de whisky al estudio, dando sorbos cortos entre página y página para detener el temblor excitado de sus manos cuando descubría alguna cosa.
A menudo se olvidaba de comer.
Y su compañero de departamento llegaba a las cuatro justas, se fastidiaba por la escasez de cuidado que tenía con su persona, le dejaba un plato de comida junto a la puerta y se retiraba al dormitorio. Era impresionante lo rápido que habían caído en el automatismo.
Al quinto día se habían acostumbrado a la convivencia silente.
Era, por supuesto, inútil que Edward intentase explicar a Heiderich su mutismo y la locura en su búsqueda. Su último intento de permanecer cuerdo mientras aquello durase era fingir que no estaba ahí del todo. Se mentía diciendo que sólo se quedaba por escapar de su padre, pero le era inevitable contemplar a su compañero dormido durante horas. Cuando la fuerza de voluntad empleada en sublimar su idolatría comenzaba a fallar en contener el deseo, se escurría a dormir poco y mal al sofá. Incapaz de confiar en sí mismo, dormía con las manos sobre la colcha.
Al séptimo día, sábado, ya parecían un viejo matrimonio. Ninguno de los dos salió de casa, y aún así se las arreglaron para no permanecer juntos en la misma habitación. Compartir la cama tenía una alarmante similitud con dormir solo. Descontando la estrechez. Y la insistente vigilia de Ed.
Sus ganas de contacto permanecían durante el día en forma de recuerdo, y de cierto entumecimiento en sus manos, pero eran soportables. Mientras la luz del sol desmintiera su casi esquizofrénica sensación de estar en casa, podía sentirse a salvo e ignorar a Heiderich. La ansiedad se desataba sólo en la sombra, cuando los ojos azules del reflejo se cerraban y la oscuridad de la madrugada opacaba un poco la claridad de su pelo.
Por ejemplo, ya a la octava noche su contención demasiado puesta a prueba se rompió contra las baldosas heladas del baño, odiándose por no haber logrado llegar al sofá sin buscar alivio. Y era como si el dolor de su piel aterida le ayudase a sentir mejor la ondulación de su mano atrapada bajo el elástico del pijama. Reprimir el llanto al acabar fue superior a sus fuerzas.
Limpiándose las manos bajo el lacerante chorro de agua que salía del grifo, juró no volver a cruzar palabra con el doble si no era necesario.
Sólo pudo dormir arrullado por la repetición mental de la frase "no es él".
El lunes llegó como una bendición. Noveno día, y la rutina fue retomada con mayor indiferencia que antes, si aquello era posible. Más tranquilo con el regreso de su soledad tradicional, no volvió a observar a Heiderich por las noches ni intentó pernoctar en otro sitio que no fuera la sala.
Sus planes fueron frustrados por la crueldad de un viernes, siendo el treceavo día en la cuenta. Los números, decididamente, habían resuelto burlarse de él.
El crujir dolido de su estómago trizó su concentración a eso de las ocho de la noche, interrumpiéndole en medio de una compleja evasión algebraica. Como sacado de una burbuja, se dio cuenta que no había recogido el plato de detrás de la puerta. Extrañado por la falta de lógica del asunto, buscó su cena por todo el departamento y cayó en la cuenta de que su compañero tampoco se encontraba ahí: Alfons no había llegado a las cuatro.
-Hubiera avisado que iba a salir… - murmuró para sí, mirando el reloj. Se tranquilizó con la barata hipótesis de una visita a algún compañero de universidad.
A las nueve, comenzó a hacerse difícil pasar por alto el cosquilleo histérico en su espalda.
A las diez, los minutos parecían cansados de avanzar, y cada tiqtaqueo tenía intervalos que se hacían eternos.
A las once, no pudo proseguir en la minuciosa tarea de desentenderse de que aquella espera tenía semblanzas de calvario. Tomó su abrigo, burlándose de la ventisca pobre en Celsius que soplaba afuera. Al menos no llovía. Maldijo entre dientes al encontrar a la vecina barriendo con la puerta abierta. Que truco tan burdo, ese de fingir limpieza. Nadie sacaba el polvo del rellano a semejante hora de la noche. No se dignó a mirarla.
-Buenas…- saludó modulando apenas, procediendo a bajar la escalera. Tal como había previsto, la mujer lo detuvo.
-Buenas noches.- El tono de voz indicaba a todas luces que pretendía seguir hablando.- Yo que usted no saldría…
Le daba igual si a aquella simpática dama tan igual a Glacier Hughes le daba por jugar al cambio de roles. Tenía cosas que hacer.
Apenas había apoyado el pie en el primer peldaño, cuando su cerebro reprocesó lo que acababa de ver y volteó. Dejó salir el aire en un suspiro de sarcasmo hacia sí mismo. Ya debería haberse acostumbrado a esos infernales reflejos.
-¿Por qué?- preguntó. Los rasgos, el porte… indudablemente era ella. No pudo evitar una sonrisa, recordando la buena mano para la cocina de la Glacier original. Desechó de inmediato los inoportunos comienzos de nostalgia, fijando la mirada en los zapatos de la mujer a pesar de sus ganas de hacerlo a la cara.
-Hay disturbios en la ciudad.- contestó ella, empujando la basura hacia la pala con la escoba. La vecina le dedicó una expresión dulzona casi caritativa antes de desaparecer tras su puerta.
Sus palabras no hicieron más que acelerarle el paso. Una vez fuera, consiguió dimensionar la palabra "disturbio".
O8o8o8o8o8o8o8o8o8O
.
Era aún un mocoso la primera vez que la cama se le había hecho demasiado helada y ancha para soportarlo. Madre había muerto hacía poco, y el invierno no estaba siendo clemente.
Algo sorprendido, Edward había apartado las colchas para hacerle espacio.
-Sólo por esta vez¿bueno? – el resto de la frase, ese "tenemos que ser fuertes" quedó en el aire aún sin haberse vocalizado. Pero sus palabras intentando ser duras contrastaban con el abrazo algo torpe que le ofreció cuando las frazadas cubrieron ambos cuerpos.
-Tienes los pies fríos, hermano. Deberías usar calcetines.- Hizo amago de levantarse a buscar un par.
-No te preocupes. No los necesito.- Edward le acarició la cabeza, y ambos supieron que no sería la última vez que dormirían juntos
Así era Edward. Había sido presa desde pequeño de una furia con ribetes oscuros, como si su odio a la debilidad que había acabado con su madre se hiciese extensivo a si mismo y a la humanidad en general. Sólo él sabía lo cálido que podía llegar a ser su hermano. Y, de cierto modo, prefería aquella exclusividad.
A pesar de su infantil misantropía, la gente que los conocía se había extrañado al ver a su hermano siguiendo un camino tan alejado de los seres humanos como la física. La idea generalizada era que se haría médico, siendo alguien que prefería responder a evadirse de las burlas que la vida le ponía frente a la nariz, maquiavélica mientras le ataba las manos a la espalda. Sobre todo después de que media ciudad lo escuchara jurar ante la tumba de su madre que superaría toda fragilidad humana. Lo creyeron cobarde entonces, cuando se refugió en los números.
Sólo Alfons comprendió a qué se había referido, y se propuso acompañarlo más arriba que nadie.
Usaron la herencia que Madre y "ese bastardo" les habían dejado en viajar a Francia. Su último pariente vivo era una tía lejana que vivía en Lyon. Todo lo que sabían de ella era su nombre, y había sido institutriz antes de casarse. No tenían otra alternativa que mendigarle hospitalidad si no querían languidecer abandonados en Munich.
Al principio los había descolocado la poco amistosa recepción de la mujer. La frialdad de trato, a pesar de ser comprensible si consideraban que era primera vez que la veían, no hizo más que azuzar la tentación de devolverse a Alemania. Pero morir de hambre allá no era una perspectiva agradable. Por otro lado, la enorme biblioteca de la mujer fue el último incentivo para tragarse el orgullo. Ambos se inclinaron hasta el suelo para rogarle que los dejara vivir con ella.
Tía Isabelle tenía un buen corazón oculto bajo su pésimo carácter, y le asignó un cuarto a cada uno sin mayores ceremonias. Alegando que no quería ruido por las noches, los ubicó a cada uno en extremos separados de la casa.
Sin necesidad de ponerse de acuerdo, Alfons abandonó su dormitorio esa madrugada y todas las siguientes, para dormir abrazado a su hermano.
O8o8o8o8o8o8o8o8o8O
.
Fortgefahren werden
Continuará.
Oi, me voy en la volá hablando de la vida de los pequeños Heiderich cuando eran pequeños. Es que es divertido jugar con los factores haciendo que se parezca a la de los Elric, sin ser igual XD (y además, omg, en Europa a principios del siglo XX).
La razón por la que tiré dos capítulos de un zuácate, es que ya había actualizado en la comu de FMA Yaoi en Español de Livejournal... en realidad, tengo casi todos mis fics ahí. Si, esto es propaganda. No, no tengo verguenza.
Soy perfectamente consciente de que quedan muchas cosas que aclarar, términos y toda esa vaina. Responderé en los review, yo creo, ahora que la pinche página tiene esa cosa para responder en ellos (oh, echaré de menos responder aquí)... Como sea, ya retrasé demasiado esto, así que nos vemos y adieu.
Respecto a lo de los review... no es que les exija, pero si les gustó es una cuestión de ser amable con la pobre autora el hacérselo saber.
