CAPÍTULO VII: Intercambio de almas

Desde aquel día nada pareció lo mismo. Pasó el tiempo, y ni Vindur ni Nemmírë ni Esteldal habían dado señales de vida. En un edificio aparentemente abandonado, Vindur permanecía recostado en un sillón, observando fija pero abstraídamente las grietas del techo. No podía dejar de pensar en el porque de todo lo que había pasado desde aquel día. Una voz lo forzó a salir de su ensimismamiento.
– ¡Esteldal! ¡¿Cuándo rayos vas a conseguir las cartas?!
– Algún día...
– ¡Algún día! ¡¿Se puede saber qué carajos estás pensando?!
– Rogran... ¿qué sabes sobre el oráculo del viento?
– Que es solo un mito. Y si existe, nunca ha hecho nada importante.
– Hmm...
– ¿Estás insinuando que sí existe?
– Eso creo... pero no puedo estar seguro...
– La melancolía no te ayudará. Así que más vale que te pongas a trabajar en lo de las cartas de una buena vez.
– No entiendes nada, ¿verdad? – dijo, mirando a Rogran. Ahí estaba, con su traje de demonio, sus marcas en la cara y sus ojos inmisericordes. Lo vio esbozar una sonrisa sarcástica antes de oír su respuesta.
– Claro que entiendo. No estoy hablando con Esteldal, sino con Vindur, ¿no? Pues verás, ya estoy harto de ti. Es hora de acabar contigo– con un rápido movimiento, le dio a Vindur una palmada en el pecho, y éste perdió el conocimiento...

En el Templo del Viento, Súlwen había estado buscando a Nemmírë todo el día. Al final, la encontró contemplando un lago que no tenía vida. Jamás creyó volverla a ver en ese lugar.
– Nemmírë...– llamó suavemente– ¿no crees que soportarías mejor esto si estuvieras acompañada?
– No
– De todos modos, necesitarás más decisión que nunca. Quizás esto podría ayudarte – dijo, mostrando un pequeño huevo blanco, del tamaño de una píldora.
– Ya lo intentamos antes.
– Sí, pero era demasiado pronto. Tal vez ya estés lista
– ¿Tengo otra opción?
– A la larga, no.
– Entonces, sea – tomó el huevo, lo introdujo en su boca, y tragó. Sintió que algo saltaba dentro de su pecho, y se desmayó...

Un par de alas blancas, y otro de alas negras nacieron al mismo tiempo, y corrieron desde el nido a encontrarse unas con otras. Se cruzaron en el camino, pero siguieron sin detenerse, hasta que el blanco reinó donde hubo negro y el negro habitó en la cuna del blanco. Rogran entendió lo que había pasado cuando vio a Vindur levantarse y caminar hacia el Templo; y decidió seguirlo. No llegaron al final del recorrido, porque a la mitad, en un sombrío callejón, se encontraron con dos personas en su misma situación, pero a la inversa. La diosa y el demonio se preparaban para luchar, pero Vindur se adelantó-
– Es obvio lo que pasó – dijo – así como es obvio que a ustedes dos no les agrade. Pero sugiero que primero resolvamos esta situación y después, si quieren, pueden pelear. En lo particular no mi importa lo que hagan.
– Bueno – rió sarcásticamente Rogran – ¡pero si el Señor Diplomacia ha regresado! Te re cuerdo que tus atinadas negociaciones son la causa de esta situación – vio complacido como una sombra de dolor aparecía en los rostros a su alrededor. Sabía que había abierto aun más la vieja herida.
– Tal vez deberíamos sellar al ángel y al diablo – dijo cortantemente Súlwen – y después reimplantarlos en el dueño original
– Volverían a cambiarse – aseguró la elfa
– Entonces cámbienlos directamente
– Será molesto ver eso, pero si no hay otra opción... apúrense

Vindur y Nemmírë se acercaron y se abrazaron... cerraron los ojos... sintieron como si un par de lanzas los atravesaran en ambas direcciones, y comprendieron lo que había pasado milenios atrás. Las alas emplumadas y las escamosas surgieron de donde correspondía, pero ya no había blanco ni negro, sólo un profundo color plateado

– ¡Ya basta! – se quejó Rogran – es hora de arreglar nuestras diferencias, ¿no?
– Claro que sí – sonrió Esteldal, alejándose de donde estaba, y diciéndole burlonamente a Nemmírë – nada personal, mi vida –. Apenas había terminado de hablar, cuando ésta extendió la palma de la mano frente a los demonios y liberó la energía suficiente para estrellar a los demonios contra la pared y dejarlos inconscientes. "Nada personal", pensó, y se encaminó al Templo. Súlwen ya se le había adelantado. Podía preverse la calamidad que se iba a desatar ahora que Vindur ya no estaba.