N/a: lo prometido es deuda. Otro capítulo en quince días, a menos que el Toutatis se regrese y siempre sí acabe con el mundo.

CAPÍTULO II: El golpe de martillo de la suerte.

Evadieron, cada cual por su lado, toda la vanguardia de ese relativamente pequeño ejército, que seguía buscando brechas interdimensionales alternativas para entrar al susodicho templo..no podían. Después de haber dejado salir a Nemmírë (y, sin saberlo, a Yue), Súlwen había impuesto una cuarentena total. El pequeño acto de escapismo de Yue ya había trascendido. Y ahora el guardián lunar apuntaba sigilosamente a una arpía con una de las ya famosas flechas de hielo. Y disparó. Al notar que su compañera había caído, las demás arpías buscaron la procedencia del proyectil. Y la encontraron. Se arrojaron, chillando estridentemente, contra Yue, que contraatacó con una lluvia de dagas de hielo (n/a: o como llamen a esos "cubitos" afilados que lanza al por mayor). Las arpías cayeron una a una, pero ya un gnomo estaba dispuesto a vengarlas con un alevoso golpe de martillo por la espalda, que no se concretó porque el atacante murió decapitado.

– Sois diez mil años demasiado joven para esto – dijo Nemmírë, sin emoción alguna, como siempre. Por toda respuesta, Yue arrugó leve, imperceptiblemente la nariz, y se fue. (n/a: duelo de inexpresivos! hagan sus apuestas!) La elfa decidió alejarse de la escena del crimen. ¿Por qué las malditas arpías tenían que ser tan escandalosas? Con esos gritos, seguro los habían escuchado en media ciudad... pero... con el escándalo que estaban haciendo todos... ¿por qué no parecía haber ningún humano (vivo o muerto) en kilómetros a la redonda? ¿Habrían matado a todos los habitantes de la ciudad?

No había tiempo para detenerse a divagar. Algo había ocurrido, eso era seguro, pero el qué, el cómo y el por qué eran irrelevantes por el momento. Siguió avanzando. Si hubiera una pequeña compañía a su favor, por más mínima en número que fuera, pero decente... Es que Yue, por más habilidades que tuviera, no tenía la más mínima experiencia en el arte de la guerra. ¡Atacar a las arpías, por Tulkas! ¡No sólo había delatado su posición, también los alertó de que había alguien afuera! ¡¿Y para matar a nueve arpías?! ¡Nueve arpías que no eran más que carne de cañón! (n/a: quiero que conste que esta despotricación contra la "estrategia" de Yue es de mi parte).

... Un ruido la alertó de que había alguien detrás de ella. Y no era "el muchacho". Sonaba más bien como un orco con botas de cuero de marrano. No había tiempo para conversaciones. De una simple estocada lo dejó como brocheta. La armadura representó una dificultad, pero nada que la práctica y la pericia no pudieran superar. Lo que realmente estaba color de hormiga era que no era un orco. Eran ocho. Bueno, siete, si no se contaba el que acababa de caer. Pero siete orcos, armados hasta los dientes, rodeando a una sola persona con una sola espada eran decididamente muchos orcos. Nemmírë no tuvo mucho tiempo para ponerse a pensar en la posibilidad de deshacerse de otro, porque ni siquiera tuvo tiempo de defenderse. Seis de los orcos hicieron finta, de modo que no supo de donde vino el golpe real, el que la arrojó contra un árbol, visiblemente muerta. pero el orco tampoco salió bien librado, porque se vio literalmente acribillado. No bien se había desplomado sobre el suelo, toda la tropa se paralizó, y luego salió huyendo despavorida, al igual que el resto de la legión. Yue se quedó confundido, pero se acordó de la reverencia que merecen los muertos y volteó a ver a la elfa... que no estaba muerta, sólo aturdida por el tremendo martillazo que recibió en el estómago. Definitivamente, las armaduras hechas en Aman eran y seguían siendo las mejores en este mundo y en cualquier otro. Pero Yue no olvida nada (n/a: P anda, qué envidia...).

– Eres trescientos años demasiado vieja para esto.

Y justo en ese momento, Esteldal regresaba a la guarida, fastidiado.

– Orcos buenos para nada – refunfuñó entre dientes.

– ¿Tan rápido se deshicieron de ti? – le preguntó Rogran, burlón.

– Cállate, imbécil.

– ... me duele tanto que digas eso...

– ¡SI REALMENTE CREES QUE PUEDES HACERLO MEJOR...! –explotó Esteldal.

– Oh, claro que lo haré infinitamente mejor – le contestó Rogran, con una sonrisa cargada de malicia.