FE DE ERRATAS: Hasta ahora, la fortaleza de Melkor ha sido llamada, erróneamente, Utumno. Utumno fue, en efecto, la primera guarida de Melkor, pero fue destruida completamente por los Valar en la Primera Edad de Arda, antes de la venida de los Elfos. Por tanto, la fortaleza que ahora ocupa Melkor es la segunda, Angband, que no fue destruida en su totalidad durante la Guerra de la Cólera. El error ya ha sido corregido, y futuras generaciones no lo notarán hasta leer este aviso. Gracias por su atención y mil disculpas.
CAPÍTULO II: Mar.
Melkor hizo temblar toda la tierra.
—¡Hablen, maldita sea!
Ninguno de los elfos dijo una sola palabra.
—... y eso es todo lo que sé de los Silmarilli —concluyó Esteldal.
—Entonces... el segundo está bajo el mar (c/P: XD bajo del mar... bajo del mar... eres sirena, vives contenta, bajo del mar!) ¿En qué parte? —preguntó Rogran.
—No tengo idea.
—¡Tienes que saberlo! —explotó Morglin, mientras Sakura, Shaoran, Eriol, Kerberos, Spinnel Sun, Ruby Moon y Yue miraban a unos y otros sin entender mucho.
—¡No hay forma de que lo sepa! Todo eso pasó años antes de que yo naciera. Y aunque así no fuera, el mundo ha cambiado. La corriente pudo haber llevado el Silmaril a algún otro lugar. Podría estar en el estómago de una ballena. Quizá un pirata lo encontró y lo enterró en alguna isla.
—¿Dijiste que los Silmarilli tenían alma? —intervino Eriol, pronunciando con dificultad el vocablo élfico. Esteldal asintió—. Justo como las cartas —comentó.
—¿Cuál es tu punto? —inquirió Morglin.
—Simple. Sakura no me dejará mentir, cada carta tiene sus aficiones. Tal vez los Silmarilli también las tengan. O, al menos, habrá algo que les traiga recuerdos a cada uno.
—... hasta este día, me negaba a creer que los humanos tuvieran cerebro —declaró Morglin tras un minuto de mudo asombro general. Rogran ya iba, sonriente, a comunicarle a Melkor la probabilidad que había planteado Eriol, cuando Esteldal encontró la falla oculta.
—Aunque, para eso, tendríamos que estar cerca del Silmaril.
—¿Qué tanto? —preguntó Morglin, dispuesta a no creer, en definitiva, en la inteligencia de los humanos.
—... pues dependería del viento...
—Ya no hay viento —le recordó Rogran con fruición.
—... y del volumen que podamos obtener.
—¿Volumen? —preguntaron, extrañados, todos los demás.
—¿Recuerdan que fue Maglor el que arrojó el Silmaril al mar? Según sé, es uno de los más grandes bardos elfos de la antigüedad. Después de que arrojó el Silmaril, dedicó toda su vida a cantar en las costas.
—¡¿Y porqué no lo dijiste antes!
—¡Pues porque era un detalles sentimentalista aparentemente sin importancia! Lo importante es que consigamos que el Silmaril escuche algo que se le parezca.
—Y ahí es donde entran los orejudos —declaró Rogran. Esteldal gruñó una respuesta afirmativa.
Fue Yue el que los desalentó esta vez.
—¿Y creen que sigan vivos?
Morglin y Rogran palidecieron y salieron corriendo hacia los aposentos de Melkor, mientras Esteldal hacía unos cálculos.
Tras dos horas de tortura y escudriñamiento mental, Morgoth se convenció de que, en efecto, no tenían idea de dónde podría estar el segundo Silmaril.
Cuando se enteró de que estaban "vivos... por el momento" en el calabozo, Rogran dio media vuelta y emprendió otra carrera. Después de todo, si los elfos resultaban inútiles del todo, también podrían prescindir del inútil que había traído a la primera...
—Ah, lo olvidaba —dijo Esteldal súbitamente, levantando la vista del suelo—. ¿se quedarán en Angband o regresarán a sus hogares?
—Nos vamos —respondieron todos a la vez.
—Lo supuse —sonrió Esteldal—. Bueno, cuando regresen esos dos, les informaremos.
Pero cuando "esos dos" regresaron, no hubo ocasión de informarles nada. Morglin se estaba devanando los seso y recordando esa frase de "ten cuidado con lo que deseas" y Rogran parecía al borde del suicidio.
Y es que Eärendil y Nemmírë habían quedado como niños autistas. Al enterarse, Esteldal fue al calabozo con demasiada prisa, y Sakura iba a acompañarlo, pero cambió de idea a último minuto.
Melkor se mostró implacable al determinar que fueran encerrados lo más apartados posibles. No debían poder comunicarse con nadie. Eso le causó problemas a los carceleros, que habían dispersado bastante a los dioses; pero aun así se las ingeniaron para obedecer los deseos de Morgoth.
Eärendil parecía estar sumido en el ensueño élfico, nada más. Pero Nemmírë estaba total y absolutamente ida.
En vista de los hechos, Esteldal decidió probar algo un poco descabellado. Lleno de terror, expuso su plan al propio Melkor, quien, no dudando que podría funcionar, accedió. Al fin y al cabo, todo era por el Silmaril.
Había tenido oportunidad de escuchar muchas canciones élficas, principalmente de los Noldor, pero ninguna de Maglor. Melkor enfureció al recordar a Fëanor y su linaje, aunque, sin proponérselo, le hubieran ayudado tanto.
Y, de entre todas esas estúpidas melodías, recordó la que Lúthien le había cantado, la que le había costado el primer Silmaril, que ahora estaba de vuelta en su corona... cuánto pesaba. No recordaba el dolor que causaban los Silmarilli. Tocarlos, quemaba; cargarlos, pesaba; y pensar en ellos era delirante. Esa luz... cegaba. Pero desvaneció de su mente esos pensamientos y transfirió el conocimiento de la canción a la carta The Song.
Mientras The Song cantaba frente a la costa de una isla que, según los cálculos estaría cerda del Silmaril, Esteldal comprendió que había algo mal. No se sentía lo mismo. Cuando un elfo cantaba (así se lo habían contado y lo había comprobado), un torrente continuo de hermosas imágenes inundaba el corazón de quien escuchaba. Obviamente, Melkor y todos los demás demonios no podrían sentir eso. Pero, por su cara, Morgoth también se percató de que no estaba funcionando, y se encolerizó (c/p: se le va a derramar la bilis)
—¡Canten! —rugió imperiosamente Melkor a los dos elfos, que había llevado para que contemplaran el segundo Silmaril en sus manos. Con la canción, parecían haber regresado a medias al mundo. La orden tan repentina los tomó por sorpresa, y para cuando se dieron cuenta, ya habían llegado al final de la canción.
Los dos estaban recordando a Lúthien, y sus temas sobre el Dolor de los Elfos y la Congoja de los Hombres. Con Eärendil cantando el segundo y Nemmírë el primero, el impacto emocional de quienes pudieron recibirlo fue gigantesco.
Los cálculos fueron acertados, y el Silmaril brilló con un gran esplendor, dotando de reflejos multicolores las agonizantes olas. Morgoth profirió un grito de triunfo e hizo surgir un pilar de las profundidades del mar, con el Silmaril en la punta.
Después, congeló todo el Océano Pacífico.
Radiante de malignidad, se volvió a los Elfos, que aún no comprendían del todo porqué habían hecho lo que habían hecho, y extrajo de sus mentes indefensas la localización del último Silmaril.
—Conque en el corazón de Arda, ¿eh? Me parece perfecto...
Mientras Morgoth Belegúrth sonreía una vez más, la Tierra comenzó a temblar y todos los volcanes del mundo empezaron a hacer erupción.
