INTERLUDIO: La brisa de más allá del mar.
Pasaron dos largos segundos desde que Nemmírë lanzó la flecha y ésta emprendió el raudo vuelo hacia la Luna para que cayeran dos rayos de energía, que dejaron inconscientes a Rogran y Esteldal. La Luna se acercó más y más, y de ella descendió un sujeto con aspecto de cazador y un arco de plata que corroboraba esta suposición, quien indicó mudamente a Súlwen y Finlor que subieran al barco. Misteriosamente, so sintieron el deseo de preguntar quién era, a dónde las llevaría o cualquier otra de esas preguntas que lógicamente alguien haría si se encontrara en tal situación. Subieron a la barca, alcanzaron a escuchar el leve murmullo de la conversación entre el extraño y Nemmírë, en una lengua incomprensible. Después, el individuo regresó a la nave, tomó el timón y "zarpó"... si al hecho de ascender podía llamársele zarpar. Cuando estuvieron de regreso en la órbita lunar, él se volvió y sonrió.
—¿Será posible que no reconozcan a otro Ainu cuando lo ven?
—¿Ainu? —repitió Súlwen—. ¿Qué quieres decir con eso?
El timonel pareció confundido por unos instante.
—¿No... no saben quiénes son?
—Claro que lo sabemos —bufó Finlor—, pero no sabemos nada de lo que está pasando.
—¡Pero si ustedes mismas son Ainur! —exclamó él, asombrado—. Y yo también lo fui, pero dejamos de serlo para ligarnos al mundo, y ahora somos Valar y Maiar.
—¡Valar! —suspiró Súlwen—. De eso ya he oído.
—¡Ah! Entonces seguro sabes de Tilion, el timonel de la Luna —el rostro de Tilion se iluminó por la esperanza.
—Sí, pero... —Súlwen dudó sobre si debía continuar o no. Se decidió por lo primero—. Siempre creí que eran solo leyendas élficas.
—¡Leyendas élficas! —se molestó Tilion.
—Bueno... nunca había visto a ninguno.
—¡Pero si pasamos una edad junto a Eru, el Padre de Todos!
—¿Quieres decir, el Todopoderoso? —intervino Finlor.
—Sí, ese nombre le han dado los Hildor últimamente —concedió Tilion. Sacudió la cabeza—. No es posible que hayan olvidado... —una idea cruzó su mente—. A menos que... habrá que consultar a Manwë.
El resto del viaje siguió en silencio, hasta que oficialmente empezó la luna Nueva. Isil torció ligerísimamente el rumbo y entró ene le Reino de las Cosas Invisibles.
Estaban en Aman, a los pies del Monte Taniquetil, donde moran en sus elevados tronos Manwë Súlimo y Varda Elentári, el Señor del Aliento de Arda y la Reina de las Estrellas.
Tilion subió a su presencia y les informó del... suceso.
—Finlor...
—¿Sí, señora Súlwen?
—... cómo es que son tan distintos y tan parecidos a nosotros?
—No entiendo.
—Son... son como... son muy parecidos al Todopoderoso —dijo al fin— pero parecen muy apegados a este mundo, como si fueran espíritus.
—Ah, mi señora —sonrió Finlor—, si sigue así comprenderá a la perfección cómo se sienten los humanos.
En el Mahánaxar, el Anillo del Juicio, los Aratar, grandes entre los Valar, habían escuchado lo que Tilion tenía que decir y meditaban.
—Una Ainu, pero no una de las Valier, ni una Maiar, podría ir de la morada de Ilúvatar a Arda y regresar de acuerdo a la voluntad de Eru —divagó Manwë—. Y esos espíritus malignos de los que hablas, alguna relación han de tener con Melkor.
—Tiempo ha que digo que los Hombres requieren de nuestra protección —comentó Ulmo.
—Tal vez, pero lo que es cierto es que nos han olvidado —dijo Yavanna—, y que no tienen respeto por el mundo que les ha sido legado.
—Quizás nunca debimos haber traído a los Eldar al Reino Bendecido —murmuró Oromë, pensativo. Después de todo, él era el primero que los había visto, y quien primero había tenido la idea de llevarlos a Aman.
—De cualquier forma, esa era la voluntad de Ilúvatar —dijo Mandos.
Convocaron a las recién llegadas al Mahánaxar, y escucharon sobre los hechos de los que ni siquiera Ulmo, Señor de los Mares, se había enterado.
—Debemos actuar rápidamente —dijo Tulkas, levantándose. Oromë asintió y también se puso de pie. Pero Manwë no se movió. Escuchaba su corazón, esperando una indicación de Ilúvatar que no llegaba. Fue Mandos quien habló.
—La hora de los Seguidores ha llegado. Sólo en sus propias manos están su salvación y el destino de Arda. Eru ha hablado.
—Y si es así —asintió Manwë tras un momento de silencio absoluto—, los Valar acataremos a Ilúvatar. No intervendremos.
—¿Qué! —exclamó Súlwen, pálida.
—Regresen a su morada —sentenció Mandos.
Al segundo siguiente estaban de vuelta en el Templo del Viento, y diez semanas después volvieron a ver a Nemmírë.
—¡Nemmírë¿Qué haces aquí? —preguntó Súlwen, perpleja.
—... hay algo que tienen que ver —respondió lacónicamente la elfa.
Caminaron, primero rápido y luego más lentamente, hacia algún punto indefinido en el que, por supuesto, no había nada realmente importante que no hubiera sido visto antes.
Fue entonces que el Viento se detuvo, y Finlor y Súlwen cayeron.
—¿Q-... qué?
—¡Maldit...!
—¡Viento blanco neutralizado! —anunció Rogran alegremente—. No se preocupen, volveré por ustedes —agregó, guiñando maquiavélicamente un ojo, y él y Nemmírë.
—¿Cómo fue que llegamos a esto?
—La canción tenía un final estruendoso y repentino —dijo Finlor en voz baja.
—¿La canción?
—... ¿en serio no recuerda nada de la Ainulindalë?
Súlwen buscó en su memoria con tanta ansia que no notó que Nemmírë y Rogran habían vuelto, y de repente se encontró en un calabozo con varios de los dioses y de los espíritus, y llegaban más y más a cada momento. El último fue Lagaz, que llegó unos diez días después que el anterior a él.
No supieron nada más hasta unos tres días después, cuando la tierra empezó a temblar con una furia inconcebible.
N/A: este capítulo empieza en el quinto de la segunda parte ("Partida") y termina en el anterior ("Mar"). Por cierto, el próximo capítulo será el último (por fin...), y de ahí seguirá "La Mitología Completa", así que si tienen alguna pregunta más vale que la vayan preparando y la manden por cualquier medio, menos por palomas mensajeras porque hay muchos gatos por aquí.
