PRIMERA PARTE: Los otros dioses

CAPÍTULO I: Invasión.

—¿Para qué me llamaste, Eru? —preguntó Rogran, entrando al salón del trono del Todopoderoso.

—Llegaste rápido —comentó el aludido, pensativo—. Bien. Necesitaré tu ayuda.

—¿De qué forma me honraré al servirte? —la reverencia era sincera, sin duda.

—Hace eones, antes de que nacieran los Ainur, una raza apareció en el lejano mundo de Zerus, cerca del centro de la Vía Láctea. Eran los Zerg. Poseían la adaptabilidad de los humanos, la resistencia de los enanos, la velocidad de los hobbits y la apariencia y el olor de las criaturas "corrompidas" por Melkor.

—… creo que no necesitaba saber un detalle tan… gráfico.

—Claro que, al principio, eran una especie inofensiva, unos meros gusanillos. Pero con el tiempo fueron asimilando a otras especies de Zerus.

—¿Asimilar?

—Sí, bueno… eran parásitos, que una vez encontraban un anfitrión, se apoderaban de su cuerpo y descifraban su código genético para metamorfosearse en algo parecido, pero infinitamente más poderoso y ofensivo. Fueron asimilando muchas especies de muchos planetas, dejándolos estériles.

—¿Pero para qué hacer todo eso de la asimilación?

—Para obtener la máxima pureza de esencia.

—¿Y quién les dice que así lo lograrán? .¿Qué clase de pureza puede tener un ser que sólo puede destruir? Ni siquiera yo, que fui un demonio (y nota que no me siento particularmente orgulloso de ello), puedo entenderlo.

—Yo tampoco lo entiendo.

—Espera… tú creaste todo, .¿no? .¿Cómo puede ser que no entiendas algo que creaste? Es como decir que Fëanor no sabía de joyería y Einstein no comprendía la Teoría de la Relatividad.

—Siempre has sido hábil con la retórica —sonrió Eru con un leve dejo de melancolía—. Pero, por más extraño que suene… aún no acabo de comprender como fue que llegamos a este punto.

"Debes saber que la misericordia y la compasión son algo que nos puede lastimar demasiado. Los Zerg eran la más ínfima criatura de un planeta hostil. Sus medios de defensa no se acercaban en lo más mínimo a lo mínimamente necesario. Los Zerg iban a desaparecer.

—Y… tú…

—Sí, les di la chispa divina que los hizo evolucionar.

—Pero… pero… ¿porqué los convertiste en máquinas asesinas así como así¿No pudiste prever las consecuencias?

—No, Rogran. No lo hice deliberadamente. Un grado de evolución como el que ahora tienen los Zerg necesita milenios para alcanzarse.

"Verás, no sólo los Zerg iban a desaparecer. Zerus iba a estallar en cualquier momento. Así que simplemente los Zerg unificaron a todas las especies del planeta en una sola raza. Con un poco de… ayuda divina… asimilaron a una raza, los Gargantis Proximae, que podía viajar en el espacio por medios puramente bioquímicos… y abandonaron Zerus, meras décadas antes de que desapareciera por completo.

"Siguieron avanzando por la galaxia, asimilando nuevas especies… Hasta que se encontraron con los Xel'Naga, una raza de… eruditos, por llamarlos de algún modo, que estudiaban a las demás especies de la galaxia y no dudaban en intervenir en el proceso evolutivo de ellas. Fue así como los Zerg supieron de los Protoss.

"Los Protoss son una raza guerrera, de una pureza de forma más allá de lo imaginable y un poder descomunal.

—Y… ¿fueron asimilados? —preguntó Rogran tímidamente, al notar que Eru se quedaba ensimismado, como si hablar de los Protoss le doliera.

—No, por supuesto que no —farfulló Eru—. El poder de los Protoss y los Zerg es equiparable, sus fuerzas están totalmente equilibradas. Así que los Zerg decidieron que necesitarían evolucionar un poco más para estar por sobre el nivel de los Protoss. Y justo en ese momento, se enteraron de la existencia de los humanos.

—¿Quieres decir que los Zerg vienen hacia acá?

—Exactamente.

—· / —·— / ·—

—¿Qué haces, padre? —preguntó Nemmírë, entrando a un taller.

Su padre, Umboth, tallaba una vara curvada y larga de madera.

—Un arco.

—Pero… ¿tan grande? Bien empleado, la flecha lanzada por ese arco podría traspasar el mithril mismo.

—O algo aún más duro —reconoció Umboth.

—¡Un arma así es demasiado peligrosa!

—Lo sé. Pero el señor Fëanor así lo pidió.

—… el señor Fëanor cambió mucho desde que llegó ese humano, Hiragizawa —reflexionó Nemmírë, recordando las palabras de su primo, Alakarth.

—Gracias a Eru que ya se fue —masculló su padre.

—¿Eh? .¿Se fue?

Umboth asintió.

—Ve por tu primo, y que te ayude a llevar estos arcos a Fëanor.

—¿"Arcos"?

—Sí. Fëanor me pidió siete veces cien.

—… ¿Tantos? —musitó Nemmírë apenas audiblemente.

—No nos corresponde juzgar los actos del señor Fëanor —la reprendió—… pero yo también espero que no cometa ninguna locura. Es demasiado impetuoso.

—· / —·— / ·—

—¡Cuánto tiempo sin verlos!

Sakura y Shaoran se detuvieron y miraron hacia atrás.

—¡Eriol! —exclamó Sakura. El mago sonrió y se apresuró a alcanzar a la pareja, pero cuando estuvo lo bastante cerca, notaron que estaba pálido, ligeramente demacrado, y su expresión era adusta y sombría. Bufó y sonrió lacónicamente.

—Me van a odiar. Siempre que nos encontramos, es por una situación adversa.

—¿Qué desgracia vienes a anunciar esta vez? —soltó Shaoran sin miramientos, tomándoselo a broma.

Por toda respuesta, Eriol señaló al cielo.

Una criatura grande, parecida a una langosta monstruosa, flotaba sobre ellos, descendiendo lentamente y proyectando su repugnante sombra sobre los árboles. Eriol, sin verlo siquiera, levantó su báculo y lo envolvió en un tornado de fuego. Las largas y esqueléticas patas se chamuscaron, igual que las frágiles y discretas antenas; y Eriol convocó un escudo al ver que la preciosa carga del animal (cientos de pequeñas larvas) caía envuelta en llamas.

Las larvas y el trasbordador chillaron estridentemente de dolor.

—¿Qué… son… estas cosas? —preguntó Sakura, lanzando temerosas miradas al humeante cadáver.

—Los nuevos heraldos del nuevo Apocalipsis —respondió Eriol, aplastando indolentemente a una larva que había logrado sobrevivir—. Esta vez es en serio. Estos… insectos gigantes… no son parte de ningún plan de Eru, y dejarán vacío y estéril el planeta si no nos defendemos. ¿Contamos con ustedes?

—Claro —respondieron ambos.

—Entonces —sonrió Eriol—, vigilen el cielo y actúen con presteza. Yo tengo que ir a alertar a otros.