Purgatorio
Capítulo Tres: Snape
"La morbosidad, sí, creo pretender conocerla,
acariciarla, tenerla entre los dientes y darle un mordisco"
(Adriana Ramos – El invierno perenne)
El círculo de adeptos se parece a un tozal celta. Está lleno de poderes lunares, de esencia de matriz ardiente de ésta embarazada que se desangra en la hierba, de la vida del hijo nonato que se pudre en su vientre moribundo. Las ondas de poder se esparcen por mis venas y mis músculos, fortaleciéndose de nueva juventud en un hechizo que me tendrá atada a la oscuridad por el resto de mi vida. A mis instancias, la conmovedora escena que se desarrolla frente a mi, esa madre llorando por su vida y la de su hijo, me causa cierto placer, cierta ansiedad de más. Sin duda, soy una enferma. Estoy orgullosa de no ser ordinaria.
Lucius roza mi mano por unos instantes, mirando fijamente a Rodolphus, el encapuchado que sostiene la mano de la mujer en alto para que todos podamos ver su sangre roja. Es él el que moja sus labios con ella, el que la bebe y, levantándose, busca al primero que transmitirá al resto ese poder. Los mira a todos calmadamente, pero como siempre ha sido, por fin vuelve a mi y me besa, rodeándome por la cintura con un brazo.
Yo se lo permito, recibiendo la sangre en mi garganta. Me giró hacia donde Lucius espera, impaciente, la llegada de mis labios, y entonces también lo beso a él, vertiendo un caudal metálico en su boca. Un delgado hilo de sangre se escapa de la comisura de sus labios y, arreada por un instinto animal, paso mi lengua por la piel de su barbilla, recogiendo todo aquello que él desperdicia.
Me acuerdo de Narcisa como un desperdicio y no puedo evitar reírme de placer, aunque los resto de plasma gorgoteen en mi garganta.
El abrazo de Rodolphus no ha cesado, y cuando la sangre llega a Snape, que está a mi lado, él gira el rostro con la intención de besarme.
Nuestras miradas quedan enfrentadas como fuegos que se lamen entre sí, como filos de espadas encontrándose. Sólo veo ese brillo oscuro a través de las lúgubres rendijas de su antifaz y él comprende perfectamente cual es la visión del gris reluciente en mi iris. Sus labios se curvan en una sonrisa de victoria, sabiéndose ganador antes de tiempo. Yo lo emulo sin lograr desconcertarlo. No le parezco interesante, sino banal e insípida, una loca peligrosa; no sabe con qué clase de fuego está jugando. En cualquier momento puedo alzarme como una tormenta furiosa y atraparlo en el ojo de mi huracán perverso, pero voy a dejar que por ahora juguetee con aquello que no puede controlar, que piense ingenuamente que me tiene a su merced. Snape es un iluso que me besa y me vuelve a transmitir la sangre, que desliza su lengua en mi boca durante un instante fugaz y me desconcierta.
Rodolphus pulsa con los dedos una esquina de mi cadera, avisándome para que corte el gesto antes de que él mismo se encuentre obligado a partirme la lengua. Sé que lo haría de un tajazo limpio de varita, sin remordimientos, aunque quizás luego eche de menos mi conversación perturbada y aguda. Y sé que eso nunca lo admitirá.
El señor oscuro asiente con la cabeza, mirándonos a todos desde su posición de altura y magnificencia, y sé que se siente poderoso, y yo con él, disfrutando de su regocijo como si fuese el mío. Lo miro con adoración, clavando mis dedos huesudos en la clavícula de Rodolphus, quien ni se inmuta.
- Estamos preparados. El mañana nos espera.
